Los días iban pasando, Rubén mejoraba pero la paciencia no era su
principal virtud y desesperaba a todos los que estaban a su
alrededor, a
todos menos a Daniela, por más que él se comportase sin ningún
tipo de
educación, como un cretino de hecho; ella siempre sonreía, le
miraba sin
ira y le daba respuestas ocurrentes y divertidas.
Eso lo desconcertaba cada día más: él no soportaría que nadie le
tratara
como él trataba a Daniela en ocasiones. Él no podría evitar
explotar. Pero
también se dio cuenta de que, si algún día ella no estaba
esperándolo en la
sala de rehabilitación, su enfado se acrecentaba más: ¿qué le
ocurría?,
aquella tocapelotas locuaz y de sonrisa perpetua se había
convertido en un
elemento que, había que reconocerlo, condicionaba su nivel de
bienestar y
a su humor. Ella lo aplacaba y lo hacía muy bien.
Uno de aquellos días, Daniela vio que su paciente se tocaba el
hombro
derecho al llegar.
—¿Qué te ocurre?
—Me duele un poco el cuello —respondió ladeando la cabeza.
—Quítate la camiseta y túmbate sobre la camilla —le indicó Daniela
al
tiempo que posaba las manos en el cuello del futbolista.
Al escucharla, él se mofó.
—Vaya… esto se pone interesante.
—No te hagas ilusiones. Solo te voy a dar un masaje —le contestó
fríamente, mirándolo fijamente y sin perder su adorable sonrisa.
Veinte minutos después, Daniela, acercando su boca a la oreja de
Rubén,
susurró:
—Ya está. Ya puedes ponerte la camiseta.
—Venga… un poquito más —le suplicó infantilmente, medio
adormilado.
—No.
Convencido de que no la iba a convencer, el futbolista se sentó en
la
camilla y se puso la camiseta a regañadientes.
—Tienes unas manos maravillosas —sentenció.
—Gracias, viniendo de ti esas palabras son un gran cumplido.
—Dicen que yo también doy masajes muy buenos —apostilló Rubén
sonriendo.
—¡Qué emoción!
—Cuando quieras te lo demuestro. —Le retó, al ver que ella no se
lo
tomaba en serio.
—¡Ni lo sueñes!
Eso ya lo había oído antes de sus labios; cada vez que ella decía
esa
escueta frase le hacía sonreír.
—Deberías darme un masaje en la espalda a diario —añadió incapaz
de
no responder.
—Lo siento guapo, pero esto no volverá a repetirse. Y ahora vamos, que
hay que trabajar con tu pierna —le soltó riéndose y apartándose de
él.
Sin más, él obedeció y comenzaron la sesión de fisioterapia.
Día a día, Rubén se percató de que distintos hombres acudían a
buscarla
a la puerta del hospital. Al verla, todos hacían lo mismo: la
abrazaban, le
daban un piquito en los labios y después se metían en su coche y
se
marchaban. Eso lo desconcertaba: nunca habría pensado que una
mujer
como aquella podía ser tan libertina.
Una mañana en la que había visto de nuevo a su entrenador
despidiéndose de Daniela en el aparcamiento, él aprovechó para
interrogarla mientras estaban en la sala de rehabilitación; ella
le animaba a
mover la pierna, pero él se paró en seco.
—¿Te encuentras bien?
—Perfectamente.
—Pues no te veo buena cara, te encuentro pálida.
—Será porque ayer no fui a mi sesión de rayos UVA. Venga, cállate
y
concéntrate.
La rotundidad de su respuesta y de su mirada le hicieron detectar
que
ella no estaba bien. Solo había que verle el rostro y la ausencia
de su
perenne sonrisa. Durante un buen rato se dedicaron a los
ejercicios de
fortalecimiento muscular sin dirigirse la palabra; algo más tarde,
cuando el
color volvió a la cara de Daniela, y ya parecía más relajada y
volvía a
sonreír, Rubén aprovechó para sonsacarle.
—¿Sales con alguien?
—No es tu problema.
—¿Tanto te molesta que te lo pregunte?
—¿Te pregunto yo a ti si sales con alguien?
—No. Pero…
—De acuerdo, te contestaré para que te calles. Salgo con quien me
apetece.
Tras unos segundos de silencio él insistió:
—Te lo pregunto porque he visto que a menudo vienen a buscarte al
hospital distintos hombres.
Ella sonrió y se encogió de hombros.
—Para que veas que las antimorbo culo gordo y sin pechos
voluptuosos
también ligamos tanto o más que tú.
Aquella contestación le hizo volver a reír y siguió insistiendo:
—¿En serio estas liada con mi entrenador?
—¿Otra vez con eso?
—Es que me llama la atención.
—¡Serás cotillo! —Le acusó riéndose. Y al ver cómo la miraba,
añadió
—: No lo dirás porque él es negro y yo blanca, ¿verdad?
—No… no… por supuesto que no, ¿por quién me has tomado?
Tras un corto silenció el futbolista añadió:
—Me imagino que lo sabes; él es un hombre casado y…
—¡Oh, Dios…! qué pesadito eres, de verdad.
—Es que no entiendo que…
Daniela levantó un dedo y le clavó la mirada.
—Precisamente me lo está diciendo el casanova del Inter, que se
lía con
todo bicho viviente y al que le da lo mismo una de veinte que una
de
cincuenta, casada, soltera o viuda… ¡Qué fuerte!
—Disculpa guapa pero no estamos hablando de mí, si no de ti y…
—Si tú hablas de mí, prepárate; porque yo también hablaré de ti y
te
juzgaré, ¿qué te parece?
—Fatal.
—Pues cierra el piquito, príncipe. —Y al ver que
él iba a contestar se le
adelantó interrumpiéndole—: ¿O acaso el hecho de que no caiga
rendida a
tus pies, ni babee espumarajos dulzones por ti como todas las
mujeres del
país te da derecho a cuestionar mi vida privada?
—Yo no he dicho eso.
—Pero lo piensas, que es peor —soltó divertida. Y al ver su gesto
desconcertado prosiguió—: Mira Rubén, me es muy grato decirte que
una
hortera despeluchada de culo gordo como yo prefiere a otro tipo de
hombre, los que son como tú… me dan repelús.
—Pero ¿de qué estás hablando?
—Hablo de que nunca me fijaría en ti como hombre, por favor, ¡que
yo
tengo gusto y clase!
Rubén no daba crédito.
—Es más, si estuviera contigo en la cama, lo máximo que podría
hacer
sería soñar con angelitos morbosos o contar ovejitas, porque tú,
precisamente tú, no me pones en absoluto.
—Déjame que lo dude.
Daniela soltó una carcajada y acercándose a su cara murmuró
pellizcándole el moflete.
—Aisss… ¡pero qué creído te lo tienes, príncipito! Y antes de que
sueltes alguna de tus lindezas, déjame recordarte que estamos en
el siglo
XXI, las damiselas de ahora somos mujeres que sabemos lo que
queremos
y con quién lo queremos. Y yo, concretamente, no soy tu tipo ni tú
eres el
mío, para suerte de los dos. Pero lo que sí soy es una mujer
absolutamente
libre para acostarme con quien me dé la gana, como lo eres tú,
¿entendido
machote?
Él la miró con el ceño fruncido. Nunca, ninguna mujer, le había
hablado
así. Dicho esto, Daniela se secó las manos en una toalla y se
alejó, dejando a
Rubén totalmente descolocado.
Al mediodía, Rubén abandonó el hospital con ayuda de sus muletas
acompañado por una rubia despampanante, Bimba, una modelo muy
conocida en Italia que se vanagloriaba de repetir citas con el
futbolista;
pero Rubén no estaba pendiente de ella, él buscaba con la mirada a
otra
persona, intentaba dar con la tocapelotas para soltarle las cuatro
cosas que
no le había dicho. En la entreda le esperaba un grupo de mujeres
enloquecidas que le pedían autógrafos. Bimba las miró a todas y
sonrió,
con gesto de superioridad, mientras Rubén se hacía fotos con ellas
y les
firmaba pacientemente todo lo que le ponían delante.
Así estuvo unos minutos y, cuando se quiso dar cuenta, Daniela
había
pasado por su lado ataviada, como siempre, con sus botazas de
militar y ya
estaba junto a un hombre que debía tener, más o menos, su edad.
Con
curiosidad, los observó y vio cómo se abrazaban y sonreían. Ella
ni se
había percatado de su presencia en la entrada. Cuando vio que se
subía al
vehículo de su acompañante, Rubén se dirigió a Bimba algo brusco.
—Vamos, bella. Ve a buscar el coche, te espero aquí.
Cuando la modelo apareció conduciendo el coche del futbolista, se
montó y, tras dar un portazo, siseó en español al pensar en la
fisioterapeuta:
—¡Maldita tocapelotas!
Cada mañana, Rubén acudía al hospital a hacer la rehabilitación.
Daniela
y él continuaron con su particular guerra dialéctica, pero ya no
era solo ella
quien sonreía; ahora también lo hacía él. Le había contagiado su
ironía y su
buen humor. Conversar con ella era el mejor momento del día. Se
sorprendió al ver que, estando en casa, la cabeza se le iba
pensando en ella.
¿Qué estaba haciendo? ¿Se estaba volviendo loco?
Aquella muchacha desgarbada, de lengua afilada y sonrisa perpetua
había captado totalmente su atención y cuando se ocupaba de otros
pacientes, él se ponía de mal humor. Incluso los días en los que
ella no
aparecía se comportaba con el fisio de turno como un animal
herido.
Quería que la dedicación de ella fuera única y exclusivamente
hacia él. En
varias ocasiones vio a uno de los doctores traerle un café. Ella
se lo
agradecía con una mirada especial que nunca le había dirigido a
él, ¿estaría
liada también con el médico?
Un mes después, su recuperación estaba siendo maravillosa; tras
ver que
se había formado un callo lo suficientemente consistente en el
hueso, el
doctor decidió retirar los tornillos.
Después de la segunda operación, Daniela entró en la habitación
para ver
cómo se encontraba y el gesto del futbolista se relajó: le
agradaba verla.
Habló con ella durante unos minutos con cordialidad, pero cuando
llegó
Jandro con dos guapas jóvenes, ella prefirió marcharse, sobraba en
la
habitación. Jandro, al ver que su amigo la seguía con la mirada,
se acercó a
él para hacerle una confidencia.
—Vaya… veo que tu concepto sobre esa mujercita ha cambiado.
Rubén, saliendo de su ensoñación y con gesto duro, miró a su
amigo.
—Pero ¿de qué hablas?
—Colega, has mirado a esa chica con…
—¿A la tocapelotas?, estás flipando, ¡déjate de tonterías! —Y
clavando
los ojos en la morena de grandes pechos, susurró—: Y preséntame a
ese
bombón.
Al día siguiente la habitación de Rubén se iba llenando de gente
por
momentos. Le iban a dar el alta tras la última operación y eso era
todo un
acontecimiento. El director y varios médicos del hospital deseosos
de salir
en las portadas de los diarios deportivos y de la prensa del
corazón, se
congregaron a su alrededor. Su amigo Jandro también había acudido,
junto
al entrenador y Claudio, el médico del equipo. Rubén, desde la
cama,
escuchaba que hablaban de su recuperación, cuando apareció Daniela
y,
con una mordaz sonrisa, la saludó.
—¡Hombre… pero si ha venido mi tortura diaria!
—Tranquilo, a partir de hoy nos perdemos de vista el uno al otro.
¡Yupi… yupi… Hey! —se mofó divertida.
Ambos sonrieron, pero aquello, de pronto, incomodó a Rubén. No
quería
perderla de vista. Valoraba los ratos en los que hablaba con ella.
Además,
era una estupenda fisioterapeuta y quería que continuara
tratándole. La vio
colocarse con discreción a los pies de la cama con unos informe
médicos
en la mano mientras comenzaba a mirar algo en su móvil.
Estaba bonita. Aquel día no llevaba la bata blanca. Iba vestida
con un
enorme jersey y unos vaqueros, la excepción era que no llevaba sus
botas
militares, si no que calzaba unas botas de caña alta y tacón. Sexy,
pensó
Rubén al observarla. Jandro, que se dio cuenta de cómo la miraba
su
amigo, mientras ella tecleaba en su móvil, absorta, acercándose
con
disimulo, murmuró:
—¿Sigues negando que esa chica te atrae?
Rubén volvió a mirar a Daniela y, divertido, respondió.
—Es mi tocapelotas particular, solo eso.
—¿Solo eso?
—Sí, colega ¡solo eso! —le aclaró.
Jandro se sorprendió al ver que su amigo le hacía un intenso
marcaje con
la mirada a la fisioterapeuta para no perderla de vista ni un
momento entre
tanto hombre.
—Creo que esa mujer te impresiona.
—Lo que me impresiona son las manos que tiene para los masajes. Ni
te
imaginas que manitas tiene, ahí donde la ves —le contestó a la
defensiva.
—¿En serio?
—Sí, colega, en serio.
—Pues tendré que comprobarlo, colega —le provocó Jandro sin quitar
ojo del movimiento de manos de la chica.
—No te pases —refunfuñó Rubén.
—La verdad —cuchicheó— es que no me importaría pasarme, cuando
ella quiera.
Esa contestación incomodó a Rubén. Iba a decir algo cuando el
director
del hospital le pidió a la fisio el informe médico, y ella se lo
entregó.
Rubén se fijó en que ni Daniela ni el entrenador se miraban:
simulaban
no conocerse. ¡Vaya dos! Ella comenzó de nuevo a teclear en su
móvil y a
sonreír: ¿con quién hablaba? Durante varios minutos dialogaron
sobre
cómo programar la rehabilitación para que siguiera el buen curso
que
llevaba hasta entonces, cuando Rubén añadió:
—Quisiera continuar la rehabilitación en mi casa.
—Imposible —respondió el entrenador.
—Tengo mi propio gimnasio con todo lo necesario para hacer los
ejercicios de recuperación. Y lo que no tenga, lo compraré. Podría
seguir
viniendo al hospital algún día suelto si fuera necesario —continuó
Rubén.
Durante más de diez minutos jugador y entrenador debatieron el
tema.
Daniela no abrió la boca. Observaba a ambos, dos titanes
demostrando su
poder. Si uno era cabezón, el otro lo era más. Claudio, el médico
del
equipo, intervino en la discusión y Daniela y el entrenador se
miraron. Fue
una mirada intensa que, sin saber porqué, la puso nerviosa. Y
entonces, ella
sonrió, pero su sonrisa, como siempre, escondía sus verdaderos
sentimientos. Desde hacía años era su método de defensa universal:
para
los enfados, para las tristezas… ¡para todo!
Los médicos continuaban hablando y Rubén insistía en que haría
doble
sesión de recuperación en su casa. Daniela asintió. Lo que el
jugador
proponía era una buena idea, especialmente para ella. Deseaba
perderle de
vista, cada día que pasaba a su lado era una tortura. Ese hombre
le atraía y
tenerle cerca y tocarle le hacía más mal que bien. No había noche
en la que
no se durmiera pensando en él, en su boca, en sus ojos, en sus
abdominales,
ni mañana en que, al abrir los ojos, no lo recordara.
Y no. Aquello no podía continuar, por muchos motivos, el
principal: él
no era un hombre para ella y muchísimo menos ella para él.
De hecho había pedido una excedencia de tres semanas para dar
apoyo a
una ONG en Mauritania y, cuando regresara, tenía que ocuparse de
ciertos
asuntos personales. La distancia pondría de nuevo en claro su
vida. Los
doctores y los fisios del Club hablaban y hablaban. No llegaban a
un
entendimiento hasta que el entrenador, de pronto, sorprendiendo a
todos,
dijo con voz alta y clara:
—Tras pensarlo, creo que la propuesta de Rubén tiene su lógica.
Todos le miraron, incluida Daniela. En ese momento le sonó el
móvil.
Había recibido un mensaje. Dio un paso atrás, se escondió tras
unos
doctores y se dispuso a responderlo.
Rubén, al verla tan indiferente al debate sobre el protocolo de su
recuperación se sintió un poco ninguneado; pero, ¿con quién
hablaba?
—¿Qué te parecería Rubén, si la fisioterapeuta que te ha atendido
en el
hospital va a tu casa por las tardes para continuar con tu
rehabilitación? Me
consta, y creo que a ti también, que Daniela es una excelente
profesional
—propuso el entrenador.
La mencionada, al escuchar su nombre, levantó la cabeza,
separándola
de la pantalla de su móvil, sorprendida. ¡Ni loca!, ella tenía sus
planes y
nadie se los iba a descabalar. Clavó la mirada en el entrenador
con gesto de
no entender nada. Ya tenía suficiente con tener que atenderle cada
mañana
como para tener que aguantarle en la intimidad de su casa. Rubén
reaccionó al ver su actitud de desconcierto, algo que nunca había
visto en
en el rostro de Daniela.
—Creo que es una excelente idea, hasta ahora ella se ha encargado
de
gran parte de mi recuperación y es la artífice de que yo me
encuentre tan
bien; creo que debe continuar con el trabajo hasta que lo
finalice.
—¿Qué te parece, Daniela? ¿Lo harías? —preguntó el entrenador.
Todos la miraron e intentando no perder la compostura murmuró:
—Lo siento señores pero no va a poder ser.
Aquello picó a Rubén, y haciéndose el loco, insistió:
—Pero lo ideal sería continuar con la fisioterapeuta que hasta el
momento ha conseguido tan buenos resultados, ¿no cree, entrenador?
John Norton miró a su jugador y después miró a Daniela, que había
permanecido todo ese tiempo en un segundo plano. Ella, al ser
consciente
de que todos la miraban, se guardó el móvil en el bolsillo de los
vaqueros y
se dirigió a los presentes.
—Lo siento, pero no va a poder ser.
—¿Por qué? —preguntó con insistencia el jugador. Le gustaba
conseguir
lo que se proponía y su propósito era que ella continuara con su
rehabilitación.
Daniela se rascó con gracia la frente y contestó.
—Tengo un viaje pendiente y…
—¿Un viaje? ¿A dónde te vas? —preguntó Rubén sorprendido.
—Lo siento, pero tengo cosas que hacer… —murmuró horrorizada por
ser el centro de atención.
—Daniela… —insistió el entrenador—, sería bueno para tu carrera
que
fueras considerada la principal artífice de su recuperación, ¿no
crees?, esto
te reportaría muchas cosas buenas, entre ellas promoción laboral
y, me
imagino, que un sustancioso aumento de sueldo.
Ella quiso protestar al escucharle aunque de pronto entendió
porqué John
Norton había dicho eso: pretendía retenerla allí, no quería que se
marchara
de viaje a Mauritania y eso la jorobó. Rubén observaba que los
amantes
mantenían un duelo de miradas hasta que, finalmente, la joven
torció la
cabeza y añadió:
—No, gracias, se lo agradezco señor entrenador, pero no.
Los doctores comenzaron a hablar entre sí y Rubén, sin apartar la
mirada
de la chica, se percató de cómo cruzaba un rápido gesto de
incomodidad
con el entrenador. Se estaban diciendo muchas cosas con los ojos.
De
pronto, el director del hospital se dirigió a la muchacha.
—Para nosotros sería un honor que una de nuestras fisioterapeutas
fuera
la responsable de la recuperación del bravissimo jugador del Inter Rubén
Ramos. Piénselo, Daniela, es una oportunidad para usted y para
nosotros.
—Lo siento señor, pero no.
—En el Club tenemos unos excelentes fisioterapeutas —cortó Claudio
—. Y creo que deberíamos seguir el protocolo ordinario.
—Sí… estoy totalmente de acuerdo con el responsable del equipo
médico del Club —asintió Daniela.
El entrenador, incapaz de callar, insistió.
—Daniela, escúchame, eres una excelente fisio y creo que harás un
trabajo impecable con mi jugador. Necesito que él trabaje los
siete días
para acelerar su recuperación y…
—No, no lo haré —cortó ella.
Rubén cada vez más sorprendido, les observó, la cosa se ponía muy
interesante.
—Creo que el médico del Club tiene razón. Deberían seguir su
protocolo
habitual y…
—Daniela quiero continuar mi recuperación contigo —insistió Rubén.
La muchacha lo miró: ¿por qué estaba tan pesado con aquello si no
paraban de discutir?
En la habitación se organizó un tremendo revuelo. Claudio no
estaba de
acuerdo con lo que el entrenador proponía, mientras el equipo
médico del
hospital sí.
Mientras hablaban, Daniela se acercó a Rubén y le dijo en voz muy
baja,
solo para que él pudiera escucharla, ante la cara de incredulidad
de Jandro.
—¿Por qué insistes?
—¿Por qué te niegas?
—¿Y a ti qué te importa?
—Pero vamos a ver, ¿dónde te vas de viaje? —insistió Rubén—. En
todo
este tiempo no lo has mencionado ni una sola vez.
—Porque a ti no tengo que mencionarte nada de mi vida.
Incómoda por tener a Jandro tan cerca le miró y con una
encantadora
sonrisa dijo:
—¿Te importaría alejarte un momento? Tengo que hablar un instante
con él, en privado.
Jandro se alejó unos pasos sin decir nada. Daniela, mientras se
retiraba
el flequillo de la cara cómicamente, cuchicheó:
—No te has dado cuenta de que tengo otras cosas más importantes
que
hacer que ir a tu casa. No seas pesado, cualquier otro fisio te
puede atender.
—No quiero a cualquier otro fisio, tú eres buena. —Y acercándose
susurró—: Al final, hasta tu amante me ha dado la razón.
—¿Te quieres callar? —pidió tras comprobar que nadie le había
escuchado.
—Mira guapa, soy Rubén Ramos y consigo lo que me propongo. Y si yo
quiero que seas tú quien me cure, lo harás y no hay más que
hablar.
—¡Serás creído e impertinente! —masculló Daniela con rabia.
—Lo sé. Lo soy.
—Si acepto, te aseguro que te voy a salir muy cara Rubén —le
amenazó
Daniela sin rastro ya de su perenne sonrisa en la cara.
—Perfecto —respondió con chulería—, podré pagarlo.
Durante unos segundos ella cerró los ojos con fuerza, para
reprimir la
ira: solo quería coger la almohada y asfixiarle ante todo el
hospital. Para
escapar de aquello, decidió que sus honorarios serían una
exageración, una
auténtica locura. Cuando los abrió, con el autocontrol de nuevo a
su favor,
sonrió.
—Muy bien, tío Gilito, si dejo de hacer ese viaje para atenderte
personalmente, te cobraré mil euros por día, ¿qué te parece?
Rubén la miró. Estaba retándole. Era una barbaridad pero no quería
echarse atrás y asintió.
—Trato hecho, guapa.
Incrédula porque hubiera aceptado, maldijo en silencio sin perder
la
sonrisa y se dio la vuelta. Le había salido mal la jugada. Su
cabeza
funcionaba a mil por hora y de pronto fue consciente de que con
ese dinero
podría hacer muchas cosas. En ese instante, fulminó con la mirada
al
entrenador que también estaba observándola, muy serio, y atrayendo
la
atención de todos, dijo:
—De acuerdo, que no cunda el pánico. Aceptaré la responsabilidad
que
el señor Ramos quiere que asuma y secunda su estupendo entrenador.
—
Los mencionados sonrieron—. Pero hay tres cosas que quiero que
sepan: la
primera, no trabajaré los siete días de la semana como pretenden,
iré
cuatro, a lo sumo cinco y el resto de la semana, me lo reservo
para mí; la
segunda, si tengo que trabajar con el señor Ramos en su casa,
exijo quedar
exenta de mis obligaciones en rehabilitación en el hospital y que
se
posponga para cuando regrese la excedencia de tres semanas que
tengo
pendiente; y por último, necesitaré, entre otras cosas, un aparato
de
magnetoterapia en su casa. Ah, y lo quiero todo por escrito. No
quiero
problemas después, ¿están de acuerdo con todo lo que he dicho?
Los médicos comenzaron a hablar entre ellos y Jandro, acercándose
a su
amigo murmuró:
—Menuda negociadora que es esta.
Rubén asintió sin dejar de observar la situación: Daniela y el
entrenador
se habían mirado. Norton le había guiñado un ojo y ella le había
respondido negando con la cabeza.
—Ya te digo… mi tocapelotas es la bomba.
Cinco minutos después, el director del hospital sentenciaba ante
todos:
—Aceptamos sus condiciones. Y lo haremos por escrito si eso hace
que
usted se quede más tranquila.
La joven, con una de sus candorosas sonrisas, asintió. Después
miró a
Rubén que la escuchaba sentado en la cama:
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