1
Tras salir de la oficina llego a
casa como si me hubieran metido un petardo en el culo. Miro las cajas embaladas
y se me parte el corazón. Todo se ha ido a la mierda. Mi viaje a Alemania está
anulado y mi vida, de momento, también. Meto cuatro cosas en una mochila y
desaparezco antes de que Eric me encuentre. Mi teléfono suena, y suena, y
suena. Es él, pero me niego a cogerlo. No quiero hablar con Eric.
Dispuesta a desaparecer de mi
casa, me voy a una cafetería y llamo a mi hermana. Necesito hablar con ella. Le
hago prometer que no le dirá a nadie dónde estoy y quedo con ella.
Mi hermana acude a mi llamada y,
tras abrazarme como sabe que necesito, me escucha. Le cuento parte de la
historia, sólo parte o sé que la dejaría sin palabras. Omito el tema del sexo y
tal, pero Raquel es ¡Raquel!, y cuando las cosas no le cuadran comienza con eso
de «¡Estás loca!», «¡Te falta un tornillo!», «¡Eric es un buen partido!» o
«¿Cómo has podido hacer eso?». Al final me despido de ella y a pesar de su
insistencia no le revelo adónde voy. La conozco y se lo dirá a Eric en cuanto
la llame.
Cuando consigo despegarme de mi
hermana, llamo a mi padre. Después de tener una breve conversación con él y
hacerle entender que en unos días iré a Jerez y le explicaré todo lo que me
pasa, me monto en el coche y me voy a Valencia. Allí me alojo en un hostal y
durante tres días paseo por la playa, duermo y lloro. No tengo nada mejor que
hacer. No le cojo el teléfono a Eric. No..., no quiero.
Al cuarto día me subo al coche y
algo más relajada me voy a Jerez, donde papá me recibe con los brazos abiertos
y me da todo su cariño y amor. Le cuento que mi relación con Eric se ha acabado
para siempre, y él no me quiere creer. Eric le ha llamado varias veces
preocupado y, según mi padre, ese hombre me ama demasiado como para dejarme
escapar. Pobrecillo. Mi padre es un romántico empedernido.
Al día siguiente, cuando me
levanto, Eric ya está en casa de mi padre.
Papá lo ha llamado.
Cuando me ve, intenta hablar
conmigo, pero me niego. Me pongo hecha una furia; grito, grito y grito, y le
reprocho todo lo que tengo en mi interior antes de darle con la puerta en las
narices y encerrarme en mi habitación. Al final, oigo que mi padre le pide que
se marche, y de momento me deja respirar. Sabe que ahora soy incapaz de razonar
y que en lugar de solucionar las cosas lo que voy es a liarlas más.
Eric se acerca a la puerta de la
habitación donde me he encerrado y con voz cargada de tensión e ira me indica
que se va. Pero que se va a Alemania. Tiene que resolver ciertos asuntos allí.
Insiste una vez más en que salga, pero al ver mi negativa finalmente se marcha.
Pasan dos días y mi angustia es
persistente.
Olvidar a Eric me es imposible, y
más cuando él me llama continuamente. No le contesto. Pero, como soy una
masoquista pura y dura, escucho nuestras canciones una y otra vez para
martirizarme y regodearme en mi pena, penita..., pena. Lo positivo de todo este
asunto es que sé que está muy lejos y, además, que tengo mi moto para
desfogarme, embarrándome y saltando por los campos de Jerez.
Transcurridos unos días me llama Miguel,
mi ex compañero en Müller, y me deja a cuadros. Eric ha despedido a mi ex jefa.
Incrédula, escucho cómo Miguel me cuenta que Eric tuvo una tremenda discusión
con ella cuando la pilló en la cafetería mofándose de mí. Resultado: al paro.
¡Toma ya! Por perra.
Lo siento, no debería alegrarme
de ello, pero la malvada que existe en mi interior se regodea con que esa mala
víbora por fin haya recibido su merecido. Como dice muy sabiamente mi padre,
«el tiempo pone a cada uno en su lugar», y a ésa el tiempo la ha puesto donde
se merece, en la puñetera calle.
Esa tarde aparece mi hermana con
Jesús y Luz, y nos sorprenden con la noticia de que van a ser padres de nuevo.
¡Embarazo a la vista! Mi padre y yo nos miramos con complicidad y sonreímos. Mi
hermana está feliz, mi cuñado también y a mi sobrina Luz se la ve ilusionada.
¡Va a tener un hermanito!
Al día siguiente, se presenta en
casa Fernando. Al vernos nos damos un largo y significativo abrazo. Por primera
vez desde que nos conocemos no nos hemos comunicado en meses, y eso nos da a
entender a los dos que lo nuestro, aquello que nunca existió, por fin se ha
acabado.
No me pregunta por Eric.
No hace la más mínima mención de
él, pero intuyo que imagina que lo nuestro o se ha terminado, o pasa algo. Por
la tarde, mientras mi hermana, Fernando y yo tomamos un tentempié en el bar de
la Pachuca, le pregunto:
—Fernando, si yo te pidiera un
favor, ¿me lo harías?
—Depende del favor.
Ambos sonreímos, y le aclaro,
dispuesta a conseguir mi propósito:
—Necesito la dirección de dos
mujeres.
—¿Qué mujeres?
Doy un trago a mi coca-cola y
respondo:
—Una se llama Marisa de la Rosa y
vive en Huelva. Está casada con un tipo llamado Mario Rodríguez, que es
cirujano plástico; sé poco más. Y la otra se llama Rebeca y fue novia durante
un par de años de Eric Zimmerman.
—Judith —protesta mi hermana—,
¡ni hablar!
—Cállate, Raquel.
Pero mi hermana comienza su
perorata y ya no hay quien la calle. Tras discutir con ella, vuelvo a mirar a
Fernando, que no ha abierto la boca.
—¿Puedes conseguirme lo que te he
pedido, o no?
—¿Para qué lo quieres? —me
contesta.
No estoy dispuesta a contarle lo
que ha ocurrido.
—Fernando, no es para nada malo
—puntualizo—, pero si pudieras ayudarme, te lo agradecería.
Durante unos segundos me mira con
solemnidad mientras Raquel, a mi lado, sigue despotricando. Al final asiente,
se levanta, se aleja y veo que habla por el móvil. Esto me inquieta. Diez
minutos después, se acerca a mí con un papel y dice:
—Sobre Rebeca sólo te puedo decir
que está en Alemania pero no cuenta con una
residencia fija, y la dirección
de la otra aquí la tienes. Por cierto, tus amigas se mueven en un ambiente de
altos vuelos y comparten los mismos juegos que Eric Zimmerman.
—¿De qué juegos habláis?
—pregunta Raquel.
Fernando y yo nos miramos. ¡Se
traga los dientes como diga algo más!
Nos entendemos bien y le indico
que no se le ocurra contestar a mi hermana, o se las verá conmigo, y él me hace
caso. Es un excelente amigo. Finalmente, Fernando se resigna y señala:
—Ni una tontería con ellas, ¿de
acuerdo, Judith?
Mi hermana niega con la cabeza
mientras resopla. Yo, emocionada, cojo el papel y le doy un beso en la mejilla.
—Gracias. Muchas..., muchas
gracias.
Esa noche, cuando estoy a solas
en mi habitación, me siento furiosa. Saber que al día siguiente, con un poco de
suerte, me voy a echar a la cara a Marisa me pone cardíaca. Esa mala bruja se
va a enterar de quién soy yo.
Por la mañana me despierto a las
siete. Llueve.
Mi hermana ya está levantada y,
en cuanto ve que me preparo para ir de viaje, se pega a mí como una lapa y
comienza su incesante chorreo de preguntas.
Intento esquivarla.
Voy a Huelva a hacerle una
visitilla a Marisa de la Rosa. Pero Raquel ¡es mucha Raquel! Y al final, al ver
que no me la puedo quitar de encima, accedo a que me acompañe. Aunque durante
el trayecto me arrepiento y siento unos deseos asesinos de tirarla a la cuneta.
Es tan cansina y repetitiva que saca de sus casillas a cualquiera.
Ella no sabe lo que nos ha
ocurrido realmente a Eric y a mí, y no para de desvariar con sus suposiciones.
Si supiera la verdad se quedaría de pasta de boniato. Una mentalidad como la de
mi hermana no entendería mis juegos con Eric. Pensaría que somos unos
depravados, entre otras muchas cosas aún peores.
El día en que pasó todo, cuando
quedé con ella, le deformé la realidad. Le conté que esas mujeres habían metido
cizaña en nuestra relación y que por eso habíamos discutido y habíamos roto
Eric y yo. No pude decirle otra cosa.
Cuando entro en Huelva,
extrañamente no estoy nerviosa.
Para nervios los de mi
hermanísima.
Al llegar a la calle que pone en
el papel aparco mi coche. Observo la urbanización y veo que Marisa vive muy...,
muy bien. La urbanización es de lujo.
—Todavía no sé qué hacemos en
este lugar, cuchu —protesta mi hermana, bajándose del coche.
—Quédate aquí, Raquel.
Pero, omitiendo mi exigencia,
cierra la puerta con decisión y contesta:
—Ni lo pienses, mona. Donde vayas
tú, allí que voy yo.
Resoplo y gruño.
—Pero vamos a ver, ¿es que acaso
necesito un guardaespaldas?
Se pone a mi lado.
—Sí. No me fío de ti. Eres muy
mal hablada y a veces te pones muy bruta.
—¡Joder!
—¿Lo ves? Ya has dicho «¡joder!»
—repite ella.
Sin responder comienzo a andar
hacia el bonito portal que indica el papel. Llamo al portero automático, y
cuando una voz de mujer contesta, digo sin dilación:
—Cartero.
La puerta se abre, y mi hermana,
ojiplática, me mira.
—¡Aisss, Judith!, creo que vas a
hacer una tontería. Tranquila, por favor, cariño; tranquila, que te conozco,
¿entendido?
Me río. La miro y murmuro
mientras esperamos el ascensor:
—La tontería la hizo ella cuando
me subestimó.
—¡Aisss, cuchuuuu...!
—Vamos a ver —siseo,
malhumorada—, a partir de este momento, te quiero calladita. Éste es un asunto
entre esa mujer y yo, ¿vale?
El ascensor llega. Nos montamos y
oprimo el botón de la quinta planta. Cuando el ascensor para, busco la puerta D
y llamo. Instantes después, la puerta la abre una desconocida vestida con
uniforme de servicio.
—¿Qué desea? —pregunta la joven.
—¡Hola, buenos días! —respondo
con la mejor de mis sonrisas—. Quisiera ver a la señora Marisa de la Rosa.
¿Está en casa?
—¿De parte?
—Dígale que soy Vanesa Arjona, de
Cádiz.
La joven desaparece.
—¿Vanesa Arjona? —cuchichea mi
hermana—. ¿Qué es eso de Vanesa?
Rápidamente, con un gesto seco,
le ordeno callar.
Dos segundos más tarde aparece
ante nosotras Marisa, monísima con un conjunto en color blanco roto. Al verme,
su cara lo dice todo. ¡Se asusta! Y antes de que ella pueda hacer o decir nada,
sujeto con fuerza la puerta para que no la cierre mientras suelto:
—¡Hola, pedazo de zorra!
—¡Cuchuuuuuuuuuuu! —protesta mi
hermana.
A Marisa le tiembla todo. Miro a
mi hermana para que guarde silencio.
—Sólo quiero que sepas que sé
dónde vives —siseo—. ¿Qué te parece? —Marisa está blanca, pero continúo—: Tu
juego sucio me ha hecho enfadar y, créeme, si me lo propongo, puedo ser más
mala y dañina que tú o tus amigas.
—Yo..., yo no sabía que...
—¡Cierra el pico, Marisa! —gruño
entre dientes. Ella calla, y yo prosigo—: Me da igual lo que me digas. Eres una
mala bruja porque me utilizaste con un fin nada bueno. Y en cuanto a tu
amiguita Betta, como estoy segura de que seguís en contacto, dile que el día en
que me la cruce se va a enterar de quién soy yo.
Marisa tiembla. Mira hacia el
interior de la casa y sé que teme lo que pueda decir.
—Por favor —suplica—, están mis
suegros y...
—¿Tus suegros? —la interrumpo, y
aplaudo—. ¡Genial! Preséntamelos. Estaré encantada de conocerlos y contarles
cuatro cositas de su angelical nuera.
Descontrolada, Marisa niega con
la cabeza. Tiene miedo. Siento pena por ella. Aunque es una mala bruja, yo no
lo soy. Al final decido dar por terminada mi visita.
—Si me vuelves a subestimar, tu
bonita y relajada vida con tus suegros y tu famoso maridito se va a acabar
—concluyo—, porque yo misma me voy a encargar de que así sea, ¿entendido?
Pálida como la cera, asiente. No
me esperaba aquí y menos con ese talante. Cuando ya he dicho todo lo que tenía
que decir y me voy a dar la vuelta para marcharme, escucho que mi hermana
pregunta:
—¿Ésta es la guarrilla que venías
buscando?
Hago un gesto afirmativo, y
sorprendiéndome como siempre hace Raquel, la oigo
decir:
—Si te vuelves a acercar a mi
hermana o a su novio, te juro por la gloria bendita de mi madre que está
mirándonos desde el cielo que la que regresa aquí soy yo con el cuchillo
jamonero de mi padre y te saco los ojos, ¡pedazo de zorra!
Marisa, tras el chorreo de
palabras de mi querida Raquel, cierra la puerta en nuestras narices. Aún
boquiabierta, miro a mi hermana y murmuro en tono alegre mientras caminamos
hacia el ascensor:
—Menos mal que la bruta y mal
hablada de la familia soy yo. —Y al verla reír, añado—: ¿No te había dicho que
te quería calladita?
—Mira, cuchufleta, cuando se
meten con mi familia o le hacen daño, saco la choni poligonera que hay en mí y,
como dice la Esteban, MA-TO.
Entre risas, volvemos al coche y
regresamos a Jerez.
Cuando llegamos, mi padre y mi
cuñado nos preguntan por nuestro viaje. Las dos nos miramos y reímos. No
decimos nada. Este viaje ha sido algo entre Raquel y yo.
2
Estamos a 17 de diciembre. Se
acercan las Navidades y los amigos de toda la vida que viven fuera de Jerez van
llegando. Si se acaba el mundo el día 21 como dicen los mayas, por lo menos nos
habremos visto por última vez.
Como todos los años, nos reunimos
en la gran fiesta que organiza Fernando en la casa de campo de su padre y lo
pasamos de lujo. Risas, bailes, chistes y, sobre todo, buen rollo. Durante la
fiesta, Fernando no me hace la menor insinuación. Se lo agradezco. No estoy yo
para insinuaciones.
En un momento de la juerga,
Fernando se sienta junto a mí y hablamos. Nos sinceramos. Por sus palabras
infiero que sabe mucho sobre mi relación con Eric.
—Fernando, yo...
No me deja hablar. Pone un dedo
en mi boca para acallarme.
—Hoy me vas a escuchar a mí. Te
dije que ese tipo no me gustaba.
—Lo sé...
—Que no era recomendable para ti
por lo que tú y yo sabemos.
—Lo sé...
—Pero, me guste o no, soy
consciente de la realidad. Y esa realidad es que estás colada por él, y él por
ti. —Lo miro, asombrada, y prosigue—: Eric es un hombre poderoso que puede
tener la mujer que quiera, pero me ha demostrado que siente algo muy fuerte por
ti, y lo sé por su insistencia.
—¿Insistencia?
—Me llamó mil veces desesperado
el día en que desapareciste de su oficina. Y cuando digo «desesperado», es
desesperado.
—¿Te llamó?
—Sí, todos los días varias veces.
Y a pesar de que sabe que no es santo de mi devoción, el tío se arriesgó, se
tragó su orgullo, y lo hizo para pedirme ayuda. No sé cómo consiguió mi móvil,
pero lo cierto es que me llamó para suplicarme que te encontrara. Estaba
preocupado por ti.
Mi corazoncito se descontrola.
Pensar en mi Iceman enloquecido por mi ausencia me pone tonta. Demasiado tonta.
—Me dijo que se había comportado
como un idiota —continúa Fernando— y que tú te habías marchado. Te localicé en
Valencia, pero no le conté nada a él ni intenté ponerme en contacto contigo
porque imaginé que necesitabas pensar, ¿verdad?
—Sí.
Bloqueada por lo que me está
diciendo, lo miro.
—¿Has tomado una decisión? —me
pregunta.
—Sí.
—¿Se puede saber cuál es?
Doy un trago a mi bebida, me
retiro el pelo de la cara y, con todo el dolor de mi corazón, con un hilo de
voz susurro:
—Lo que había entre Eric y yo se
acabó.
Fernando asiente, mira hacia unos
amigos y, tras resoplar, murmura:
—Creo que te equivocas, jerezana.
—¿¡Cómo!?
—Lo que oyes.
—¡Cómo que lo que oigo! ¿Estás
tonto?
Mi amigo el tonto sonríe y da un
trago a su bebida.
—¡Ojalá te brillaran los ojos por
mí como te brillan por él! —exclama finalmente—. ¡Ojalá te hubieras vuelto tan
loca por mí como sé que lo estás por él! ¡Y ojalá no fuera consciente de que
ese ricachón está tan loco por ti que es capaz de llamarme a mí para que te
busque y te encuentre a pesar de que en un momento así yo te puedo poner en su
contra!
Cierro los ojos. Los aprieto
cuando Fernando empieza a hablar de nuevo.
—Para él, tu seguridad,
encontrarte y saber que estabas bien, ha sido lo primordial, lo más importante,
y eso me hace ver la clase de hombre que es Eric y lo enamorado que está de ti.
—Abro los ojos y escucho con atención—. Sé que me estoy echando piedras en mi
propio tejado al confesarte esto, pero si lo que hay entre tú y ese guaperas es
tan auténtico como ambos me dais a entender, ¿por qué acabarlo?
—¿Me estás diciendo que vuelva
con él?
Fernando sonríe, retira un mechón
de pelo de mi cara y musita:
—Eres buena, generosa, una
excelente mujer y siempre te he considerado lo bastante lista como para no
dejarte engañar por cualquiera o hacer algo que no sea de tu agrado. Además, te
quiero como amiga, y si tú te has enamorado de ese tipo, por algo será, ¿no?
Escucha, jerezana, si eres feliz con Eric, piensa en lo que quieres, en lo que
deseas, y si tu corazón te pide estar con él, no te lo niegues o te
arrepentirás, ¿de acuerdo?
Sus palabras tocan mi corazón,
pero antes de que me ponga a llorar como una imbécil y las cataratas del
Niágara broten de mis ojos, sonrío. Está sonando el Waka waka de
Shakira.
—No quiero pensar. Ven, vamos a
bailar —le propongo.
Fernando sonríe a su vez, me coge
de la mano, me lleva al centro de la pista y juntos bailamos mientras, a voz en
grito, cantamos con nuestros amigos: Tsamina mina, eh eh, waka waka, eh eh
Tsamina mina, zangaléwa, anawa ah ah Tsamina mina, eh eh, waka waka, eh eh
Tsamina mina, zangaléwa, porque esto es África.
Horas después, la fiesta
continúa, y hablo con Sergio y Elena, los dueños del pub más concurrido de
Jerez. Otros años, en Navidades, he trabajado de camarera en su local y me lo
vuelven a ofrecer. Accedo, complacida. Ahora que estoy en el paro, cualquier
ingreso extra me viene de perlas.
De madrugada, cuando llego a
casa, estoy cansada, algo borracha y satisfecha.
Como cada año me inscribo para
participar en la carrera solidaria de motocross que recauda fondos para comprar
juguetes a los niños menos favorecidos de Cádiz. La carrera será el día 22 de
diciembre en El Puerto de Santa María. Mi padre, el Bicharrón y el Lucena están
encantados. Ellos siempre disfrutan tanto o más que yo con estos eventos.
El 20 de diciembre por la mañana
mi teléfono suena por decimoctava vez. Estoy muerta. Trabajar en el pub es
divertido pero agotador. Al coger el móvil y ver que se trata de Frida, me
reactivo y respondo rápidamente.
—¡Hola, Jud! Feliz Navidad. ¿Cómo
estás?
—Feliz Navidad. Estoy bien, ¿y
tú?
—Bien, bonita, bien.
Su voz es tensa y me asusto.
—¿Qué pasa? —pregunto—. ¿Ocurre
algo? ¿Eric está bien?
Tras un incómodo silencio, Frida
se decide.
—¿Es cierto lo que he escuchado
sobre Betta?
—No —respondo, y resoplo al
recordarla—. Todo ha sido un montaje de ella.
—Lo sabía —murmura.
—Pero da igual, Frida —añado—, ya
no importa.
—¡Cómo que ya no importa! A mí no
me da igual. Cuéntame ahora mismo tu versión.
Sin demora, le cuento lo ocurrido
con todos sus pelos y señales, y cuando acabo, comenta:
—Esa Marisa nunca me gustó. Es
una bruja, y Eric parece nuevo. ¡Hombres! Sabe que Marisa es amiga de Betta;
ella les presentó.
—¿Ella les presentó?
—Sí. Betta es de Huelva como
Marisa. Cuando comenzó su relación con Eric, se fue a Alemania a vivir con él,
hasta que pasó lo que pasó y le perdí la pista. Pero esa Marisa se merece un
escarmiento por mala.
—Tranquila. A esa bruja le hice
una visita y le dejé muy claro que conmigo no se juega.
—¡No me digas!
—Lo que oyes. Le advertí que yo
también sé jugar sucio.
Frida suelta una carcajada, y yo
hago lo mismo.
—¿Cómo está Eric? —pregunto sin
que pueda evitarlo.
—Mal —contesta, y suspiro. Ella
sigue—: Anoche cené con él en Alemania y, al no verte, pregunté y fue cuando me
enteré de lo ocurrido entre vosotros. Me enfadé y le dije cuatro cositas bien
dichas.
Escucharla hablar así me hace
gracia, e insisto mientras me desperezo:
—Pero ¿él está bien?
—No, no está bien, Judith, y no
me refiero a su enfermedad, sino a él como persona. Por eso te he llamado nada
más llegar a España. Debéis arreglarlo. Debes cogerle el teléfono. Eric te echa
mucho de menos.
—Él me apartó de su lado; que
ahora asuma las consecuencias.
—Lo sé. También me lo ha dicho.
Es un cabezón, pero un cabezón que te quiere; eso no lo dudes.
Inconscientemente, oír tal cosa hace
que revoloteen ya no mariposas, sino avestruces en mi estómago. Soy la reina de
las masoquistas. Me gusta saber que Eric aún me quiere y me echa de menos, a
pesar de que yo misma me empeñe en no creerlo.
—Te llamo porque este fin de
semana cenaremos en Nochebuena con mis suegros en Conil, y luego estaremos en
nuestra casa de Zahara tranquilitos. El Fin de Año lo pasaremos en Alemania con
mi familia. Por cierto, Eric se reunirá con nosotros en Zahara. ¿Te apetece
venir?
Ése es un plan encantador. En otro
momento me hubiera parecido perfecto. Pero respondo:
—No, gracias. No puedo. Estoy
liada con mi familia y además trabajo estos días por la noche, y...
—¿Que trabajas por la noche?
—Sí.
—Pero ¿en qué trabajas?
—Soy camarera en un pub y...
—¡Uf, Judith! ¡Camarera! Eso a
Eric no le va a hacer gracia. Le conozco y no le va a gustar nada de nada.
—Lo que le guste o no a Eric ya
no es mi problema —le aclaro sin querer entrar en más detalles—. Además, el
sábado tengo una carrera en Cádiz y...
—¿Tienes una carrera?
—Sí.
—¿De qué?
—De motocross.
—¿Corres motocross?
—Sí.
—¡Motocross! —grita,
sorprendida—. Jud, eso no me lo pierdo yo. Eres mi heroína. ¡Qué cosas más
chulas que sabes hacer! Si alguna vez tengo una hija, quiero que de mayor sea
como tú.
Al ver su sorpresa, me río y
digo:
—Es una carrera solidaria que
busca recaudar fondos para comprar juguetes y repartirlos entre niños de
familias que no pueden permitírselo.
—¡Ah!, pues allí estaremos ¿Y
dónde dices que es?
—En El Puerto de Santa María.
—¿A qué hora?
—Comienza a las once de la
mañana. Pero oye, Frida..., no se lo digas a Eric. No le gustan nada esas
carreras. Lo pasa fatal porque recuerda lo que le ocurrió a su hermana.
—¿Que no se lo diga a Eric? —se
mofa sin querer escucharme—. Es lo primero que voy a hacer en cuanto lo vea...
Si él no quiere venir, que no venga, pero yo desde luego voy a verte sí o sí.
—Yo no lo quiero ver, Frida.
Estoy muy enfadada con él.
—¡Venga ya, por Dios! ¡A ver si
ahora vas a ser tú peor que él! Mira que si mañana se acaba el mundo como dicen
los mayas y no lo vuelves a ver más... ¿Lo has pensado?
El comentario me hace reír,
aunque reconozco que he pensado en esa posibilidad.
—Frida, el mundo no se va a
acabar. Y en cuanto a Eric, una persona que desconfía de mí y que se enfada conmigo
sin dejar que me explique no es lo que quiero en mi vida. Además, ya estoy
harta de él. Es un gilipollas.
—¡Oh, Dios! Efectivamente eres
peor que él. Pero vamos a ver, ¿tan tontos sois los dos que no veis que estáis
hechos el uno para el otro? Pero bueno..., queréis dejar a un lado vuestro
maldito orgullo y daros la oportunidad que os merecéis. Que él es cabezón, ¡sí!
Que tú eres cabezona, ¡sí! Pero ¡por el amor de Dios, Judith, tenéis que
hablar! Te recuerdo que
pensabais mudaros en breve a
vivir a Alemania. ¿Lo has olvidado ya? —Y sin darme tiempo a decir nada más,
afirma—: Bueno, tú déjame a mí. Hasta el sábado, Jud.
Y con un extraño dolor en el
estómago por lo que he ido escuchando, me despido.
Como puedo ver los capítulos 3 y 4?
ResponderEliminarComo puedo seguir leyendo los capítulos 3 y 4
Eliminarcomo puedo ver los capitulos 3 y 4??
ResponderEliminarSolo pude leer los capítulos 1 y 2 y los demás, cómo los puedo ver?
ResponderEliminarOiga como puedo leer el capidcap 3_4
ResponderEliminarCómo puedo ver los capítulos 3 y 4? Por favor.
ResponderEliminarComo puedo ver los capítulos 3y4
ResponderEliminarPor favor quiero seguir leyendo todo el libro
ResponderEliminarExcelente libro me quedé atrapada en la historia 😍
ResponderEliminar