Para cuando llegamos al Lusso, aún no ha dicho
una sola palabra. Baja del coche, me abre la puerta y
atravesamos el vestíbulo. Casey nos observa con
cautela. Jesse me mete en el ascensor y lo miro,
pero mantiene la vista al frente. Nuestras
miradas ni siquiera se cruzan en las puertas de espejo del
ascensor. Cuando abre la puerta del ático, Cathy
sale de la cocina con una sonrisa radiante que se le
cae a los pies en cuanto ve el panorama.
—¿Va todo bien? —Nos mira a los dos, luego a
Jesse, esperando respuesta.
Él me da el bolso y con la cabeza señala la
escalera. Le suplico con la mirada que diga algo,
pero no atiende a mis ruegos. Señala otra vez la
escalera.
—¿Jesse? —dice Cathy, preocupada.
—Todo bien. Ava está algo indispuesta. —Me
empuja con suavidad para que suba.
—¿No vienes? —pregunto.
—Dame un minuto. Corre —añade enfatizando sus
palabras con otro pequeño empujón, y lo
dejo con Cathy.
Paso junto a la asistenta, que me acaricia el
hombro con ternura y me sonríe.
—Me alegro de que estés en casa, Ava.
Le devuelvo la sonrisa, una sonrisilla. No sé lo
que va a pasar, y me preocupa lo abatido que
está mi hombre.
—Gracias.
Subo la escalera, entro en el dormitorio
principal y me siento en el borde de la cama. No sé qué
hacer. Me quito los zapatos y me acomodo en la
cama. Los ojos se me llenan otra vez de lágrimas.
Me hago un ovillo y me abrazo las rodillas
mientras espero a Jesse. Sé que ahora vamos a hablar del
tema, los dos sabemos lo que hay. Pero para
poder conversar acerca de ello tenemos que hablar los
dos, y no parece que Jesse tenga pensado abrir
la boca. No puedo hacerlo sola, y no tengo ni idea de
qué pasa por esa cabeza loca. El ambiente
enrarecido tampoco ayuda a disipar mis dudas. Necesito
que me diga que todo va a salir bien, no este
silencio, ni tiempo para que se me ocurran cosas raras.
Me pongo alerta en cuanto entra en el
dormitorio. Ni siquiera me mira. Se va derecho al cuarto
de baño. Abre el grifo y lo oigo moverse como
cuando prepara nuestro baño. Está recogiendo las
cosas que nos van a hacer falta y colocándolas
al borde de la bañera. ¿Vamos a bañarnos?
Me paso mil años sentada en la cama, oyendo
correr el agua y las actividades silenciosas de
Jesse. Entra en el dormitorio y se me acerca en
silencio. Me coge de la mano y tira para que me
levante de la cama. Me desnuda, me quita el
anillo y el Rolex (aún no le he dado las gracias), me
coge en brazos y me lleva al baño.
Me deposita en la bañera con cuidado.
—¿Está buena el agua? —pregunta con ternura
arrodillándose al otro lado.
—Sí —respondo mirando cómo se quita la chaqueta
del traje y los gemelos.
Se remanga la camisa. Coge la esponja y la moja
en el agua de la bañera. Le pone un poco de
gel y me coloca de espaldas a él. Me enjabona la
espalda con pasadas firmes y delicadas.
Estoy algo confusa.
—¿No vas a bañarte conmigo? —pregunto en voz
baja.
Lo quiero detrás de mí para poder sentirlo,
reconfortarme con su cuerpo. Lo necesito.
—Déjame cuidar de ti —dice con un tono de voz
bajo e inseguro. No me gusta.
Me vuelvo y encuentro una expresión estoica en
sus ojos verdes. Me parte el corazón. Esta vez
la he liado parda.
—Te necesito mucho más cerca. —Le pongo la mano
húmeda en el pecho—. Por favor.
Se me queda mirando unos instantes, como si
estuviera decidiendo si debe hacerlo o no. Al final
suspira, deja la esponja, se pone de pie y se
quita la ropa muy despacio.
Se mete en la bañera detrás de mí y me envuelve
por completo. Me siento mucho mejor acunada
de este modo, pero no le veo la cara. Me vuelvo
y me siento en su regazo. Hago que suba las rodillas
para poder reclinarme en ellas y verlo bien. Le
cojo la mano y entrelazo los dedos con los suyos, y
ambos observamos en silencio el movimiento de
nuestros dedos y el brillo de los anillos, que
reflejan el agua. Ya no es un silencio incómodo.
—¿Por qué me has mentido, Ava? —susurra sin
apartar la vista de nuestros dedos.
Dejo de moverlos durante un segundo de duda. Es
una pregunta que me esperaba y que necesita
respuesta.
—Tenía miedo. Sigo teniéndolo.
Es la verdad, toda la verdad, y necesita oírla.
Tiene que saber que toda esta situación me tiene
aterrorizada.
—De mí —afirma—. Tienes miedo de mí.
No dice nada más, y no hace falta que lo diga.
Sé lo que quiere decir, y él, también.
—Me da miedo cómo te vas a portar.
—¿Que me vuelva aún más loco? —confirma mirando
nuestros dedos entrelazados.
—Ni siquiera era seguro que estuviera en estado
y ya me tratabas como a un objeto valioso.
Respira hondo y se lleva nuestras manos al
pecho, al corazón, pero sigue sin mirarme.
—También crees que querré al niño más que a ti.
Sus palabras me dejan petrificada. Son las que
he intentado apartar de mi mente cada vez que
aparecían en mi cabeza. Es verdad, me preocupa
que quiera más al niño que a mí. Es muy egoísta, lo
sé, pero me da un miedo mortal. Es una idea que
siempre ha estado ahí, y ahora admito que es así. No
hace mucho que disfruto de su amor, y tengo la
suerte de que me ame. ¿Quién no querría que lo
amasen con tanta fuerza, tan apasionadamente? No
estoy lista para compartirlo con nada ni con nadie,
ni siquiera con una parte de nosotros.
—¿Lo harás?
No estoy segura. Lo único que sé es que está
desesperado por tener un bebé, aunque todavía no
tengo ni idea de por qué.
Levanta la vista muy despacio y en sus ojos hay
una tristeza que no había visto nunca. Tal vez
esté decepcionado. No estoy segura.
—¿Lo notas? —Me pone la palma de la mano en su
pecho y la sujeta con fuerza—. Está hecho
para amarte, Ava. Durante demasiado tiempo ha
sido una pieza inútil, no deseada. Ahora trabaja hora
extras. Se llena de felicidad cuando te miro. Se
parte de dolor cuando discutimos y late desbocado
cuando te hago el amor. Puede que mi forma de
querer sea abrumadora, pero no cambiará nunca. Te
querré con la misma intensidad hasta que me
muera, nena. Tengamos niños o no.
Me ha dejado más tonta que nunca. No podría
quererlo más.
—No quiero vivir nunca sin tu forma de querer
abrumadora.
Me acaricia la nuca y me acerca a su frente.
—No tendrás que hacerlo. Nunca dejaré de
quererte con todas mis fuerzas y te querré cada día
más, porque cada día que pasamos juntos es un
día más de recuerdos. Son recuerdos que atesoraré,
no pesadillas que quiera olvidar. Mi mente se
está llenando de bellas imágenes nuestras que están
ocupando el lugar de una historia que aún me
persigue. Están borrando mi pasado, Ava. Las necesito.
Te necesito.
—Soy tuya —digo con un hilo de voz mientras
apoyo las manos en sus hombros.
—No vuelvas a dejarme nunca —replica, y me besa
con ternura—. Duele demasiado.
Me siento en su regazo y lo acerco más a mí. Lo
abrazo con todas mis fuerzas y le acerco la
boca al oído.
—Estoy locamente enamorada de ti —susurro—.
También es un amor abrumador. Eso no
cambiará nunca. Jamás. —Le beso la oreja—. Y
punto.
Se vuelve y su boca atrapa mis labios.
—Estupendo. Mi corazón está contento.
Sonrío tímidamente mientras enfatiza su
felicidad con un beso y nos sumerge en la bañera hasta
que estoy tumbada sobre su pecho. Nos besamos
durante mucho, mucho tiempo. Es un beso dulce y
tierno pero es lo que ambos necesitamos en este
momento: puro amor, sin excusas, a lo grande. Es
fuerte. Nos deja tontos a los dos.
Se aparta y me coge la cara con las manos.
—Quiero bañarte.
—Pero estoy a gusto así.
Sólo quiero quedarme aquí tumbada en su pecho
hasta que se enfríe el agua y tengamos que salir
de la enorme bañera.
—Podemos estar a gusto en la cama, donde podrás
quedarte dormida en mis brazos, que es
donde tienes que estar.
Frunzo el ceño.
—Pero si no es ni media tar... —Dejo de hablar—.
¡No he vuelto a la oficina!
Me levanto e intento salir de la bañera para
llamar a Patrick, pero él me sujeta con fuerza y
vuelve a acurrucarme en su pecho.
—Ya me he ocupado de eso. No le des más vueltas,
señorita.
—¿Cuándo?
—Cuando te he traído a casa. —Me da la vuelta en
su regazo y saca la esponja del agua.
—¿Qué le has dicho?
—Que estabas enferma.
—Acabará por despedirme.
Suspiro y me inclino hacia adelante. Dejo caer
la cabeza entre las rodillas y Jesse me enjabona
con la esponja, a su ritmo. El silencio es
cómodo y mi mente está en paz. Cierro los ojos y absorbo el
amor que fluye hacia mi interior desde su
contacto, que se transmite a mi piel a través de la esponja.
Es así de poderoso. Atraviesa cualquier
obstáculo que se interponga entre nosotros, a través de
cualquier persona, ya sea alguien como Coral,
como Sarah... O como Mikael. Nada ni nadie podrá
separarnos... Excepto nosotros.
Después de haberme cuidado un buen rato, me
envuelve en una toalla y me sienta en el lavabo
doble.—
Quédate aquí —me ordena con cariño. Me da un
beso casto en los labios y se marcha con el
ceño fruncido.
—¿Adónde vas?
—Tú espera.
Lo oigo rebuscar. No tarda en volver con una
bolsa de papel en la mano y las cejas enarcadas.
—¿Qué es eso? —digo tapándome con la toalla.
Respira hondo, abre la bolsa y me la enseña. Lo
miro con curiosidad y luego me inclino hacia
adelante para ver qué contiene. En cuanto
comprendo lo que es doy un respingo.
—¿No me crees? —espeto. Me ofende, es obvio.
Pone los ojos en blanco, mete la mano en la
bolsa y saca una prueba de embarazo.
—Claro que te creo.
—Entonces ¿por qué tienes una bolsa llena de...?
—La cojo, la pongo boca abajo y la vacío en
el lavabo que tengo al lado. Empiezo a contar—.
Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete y ocho. ¿Por
qué tienes ocho pruebas de embarazo?
Miro a mi marido, que está como una regadera, y
señalo las ocho cajas.
Se encoge de hombros, avergonzado, y aparta una.
—Cada caja contiene dos.
—¿Hay dieciséis? —exclamo.
Abre una.
—A veces fallan. Las compré por si acaso.
Saca una de las pruebas, se la lleva a la boca,
rompe el envoltorio de plástico con los dientes y
me la da.
—Tienes que hacer pis aquí, mira.
Tira de la capucha y señala la única parte del stick que no es de plástico.
—Ya me la hice en el médico, Jesse. Sé cómo
funcionan. ¿Por qué no me crees?
El labio inferior desaparece entre sus dientes y
empieza a recibir un sinfín de mordiscos.
—Te creo, pero tengo que verlo con mis propios
ojos.
Estoy un poco ofendida, aunque no tengo derecho
a estarlo. Le he hecho creer cosas y lo he
vuelto un poco más loco de lo que ya estaba.
Quiere confirmación oficial, y no lo culpo.
—¿Desde cuándo las tienes?
Me hace un mohín y se encoge de hombros con cara
de culpabilidad. Agacha la cabeza. No hace
falta que me lo diga. Alargo la mano y levanta
la mirada. Le brillan los ojos.
—Dame.
Deja de morderse el labio y sonríe. Y qué
sonrisa. Creo que incluso supera la que reserva sólo
para mí. Aparto de mi mente la punzada de celos
que noto en el vientre. Soy una tonta.
Salto del lavabo.
—Necesito intimidad.
Me mira sin entender nada.
—Me quedo contigo.
—¡No voy a mear delante de ti! —replico negando
con la cabeza—. De ninguna manera, Ward.
Se sienta en el suelo frente a mí, la toalla se
entreabre y lo enseña... Todo.
—Deshazte de mí si puedes —dice, luchando por no
sonreír como un capullo.
—Me voy a otro cuarto de baño —respondo altanera
pasando junto a él.
Se agarra a mi tobillo y de repente estoy
intentando arrastrar un peso muerto.
—¡Jesse!
Tiro de mi pierna pero es inútil. Está tumbado
boca abajo y me coge del tobillo con las dos
manos. Me mira con unos ojos adorables y me pone
morritos.
—Hazlo por mí, nena. Por favor. —Me dedica una
caída de ojos. Increíble.
Intento no echarme a reír, pero cuando me mira
así es imposible.
—¿Al menos te darás la vuelta?
—No. —Salta y se quita la toalla. Su perfección
física me noquea como un martillazo—. ¿Te
sientes mejor ahora?
Se lleva las manos a la cintura y bajo la vista
a su maravilla de acero.
Suspiro de felicidad.
—No, sólo me sirve de distracción —murmuro sin
dejar de deleitarme con su belleza, de arriba
abajo y de abajo arriba. Es espectacular de pies
a cabeza. Me como con la vista cada centímetro de
su cuerpo perfecto, maravilloso, mareante. Llego
a la cara. Tiene los ojos vidriosos y yo también—.
No juegas limpio con ese cuerpazo.
—Pues claro, es uno de mis mejores atributos.
Me quita la toalla.
—Este otro es el único que le hace sombra. —Le
da un buen repaso visual a mi cuerpo desnudo
—. Perfecto.
—No dirás lo mismo cuando esté gorda e hinchada
—gruño, y de repente me doy cuenta de que
voy a estar gorda e hinchada—. Y si dices que
habrá más Ava para amar, me divorcio.
Le arrebato la toalla y me la enrollo alrededor
del cuerpo.
—No digas nunca la palabra «divorcio» —me
amenaza cogiéndome de la mano y llevándome al
váter—. Si te hace sentir mejor, yo también
comeré por dos.
Se está partiendo de la risa.
—Prométeme que no me dejarás cuando ya no pueda
chuparte la polla porque la barriga estará
de por medio.
Echa la cabeza atrás de una carcajada.
—Te lo prometo, nena. —Me da la vuelta y me
coloca frente al inodoro—. Ahora vamos a
hacer pis.
Me levanto la toalla y me siento en el váter
mientras él se acuclilla delante de mí.
—¿Quieres volver a meter la mano en el váter?
—Sonrío al ver cómo le tiembla el labio cuando
recuerda cómo me senté en su brazo en el
hospital—. Podría marcarte de forma oficial.
Hace lo que puede pero fracasa, se cae de culo y
se echa a reír como un loco. Eso sí que me
hace sentir mejor. Mientras el histérico de mi
marido se revuelca de risa por los suelos, sujeto el
stick entre los muslos y aflojo la vejiga.
—Ava, cariño, no sabes cuánto te quiero.
Se levanta del suelo y se arrodilla de nuevo con
las palmas apoyadas en mis rodillas. Me besa
en la boca... mientras hago pis en un stick.
—Ahí tienes. —Le doy el test, lo coge y me pasa
otro—. ¿Qué?
Frunzo el ceño al verlo.
—Te lo he dicho: a veces fallan. Vamos.
Miro al cielo, desesperada, pero cojo el
puñetero stick y repito la operación. En cuanto he
terminado, me pasa un tercero.
—¡Venga ya!
—Uno más —dice quitándole la capucha.
—Hay que ver... —Lo cojo de mala gana y me lo
meto entre las piernas—. ¡El último!
Vacío del todo la vejiga para que así sea
físicamente imposible que pueda mear en más test de
embarazo.
—Toma.
Corto un trozo de papel higiénico y me limpio
mientras él lleva las tres pruebas al lavabo y las
ordena en fila.
A pesar de mi pequeño enfado, no puedo evitar
sonreír al verlo ahí de pie, desnudo y agachado,
con la cara pegada a los sticks.
—¿Estás cómodo? —pregunto cogiendo sitio a su
lado y copiando su postura. Yo también me
pego al lavabo.
—Creo que éstos no funcionan. Deberíamos hacer
más —dice. Hace ademán de moverse pero
se lo impido.
—Sólo han pasado treinta segundos —me río—. Ven,
lávate las manos.
Sujeto sus manos bajo el grifo sin que aparte la
vista de las pruebas. Ni se entera de lo que
hago.
—Ha pasado más tiempo —se burla—. Mucho más.
—No. Deja de ser tan neurótico. —Vuelvo a
colocarme a su lado, mirando fijamente los sticks.
Con el rabillo del ojo veo que me mira mal.
Sonrío. Arquea una ceja a la defensiva.
—No soy un neurótico.
—Claro que no —me mofo.
—¿Te estás burlando de mí, señorita?
—Por supuesto que no, mi señor.
Se hace el silencio y nos quedamos quietos,
preparándonos, esperando la confirmación de lo
que ya sé. Y entonces unas letras tenues
aparecen en el primer test y contengo la respiración. No sé
por qué. Quizá sea porque estoy imitando a mi
hombre imposible, que se ha quedado lívido. El
tiempo se detiene mientras las letras van
tomando forma. Se me acelera el pulso y miro el siguiente
stick, en el que están apareciendo las mismas letras. El corazón se me
va a salir del pecho. Giramos
la cabeza a la izquierda para ver cómo las
mismas letras aparecen en la tercera y última prueba de
embarazo. Ahora me doy cuenta de que estaba
conteniendo la respiración y suelto por la boca el aire
que acumulaba en los pulmones. Jesse está
temblando a mi lado. Lo miro. La emoción me desborda.
Él también se vuelve para mirarme. Seguimos
agachados delante del lavabo, con las manos en las
rodillas, impasibles.
—Hola, papá —digo con voz temblorosa mientras él
estudia mi expresión.
—Que me aspen —susurra por respuesta—. No puedo
respirar.
Se desploma en el suelo, mirando al techo. ¿A
qué viene tanta sorpresa? Si es lo que él quería.
Enderezo la espalda y relajo los hombros. Estoy
tensa como un palo.
—¿Te encuentras bien? —le pregunto.
No me esperaba que reaccionara así. Le tiemblan
los labios y me mira con sus ojazos verdes. Se
pone en pie de un salto y me coge en brazos. Doy
un grito de sorpresa.
—Pero ¿qué te pasa?
Entra en el dormitorio y me deposita, con
demasiada delicadeza, en la cama. Me arranca la
toalla y se coloca entre mis piernas, con la
cabeza sobre mi vientre. Me mira con la mayor expresión
de felicidad que he visto nunca. Los ojos le brillan
como soles. Tiene el pelo mojado y no hay ni
rastro de la arruga de la frente ni del labio
mordido. ¿Cómo he podido tener dudas sobre mi
embarazo cuando Jesse está así de relajado? Es
como si le hubiera dado la vida. Eso es lo que he
hecho, creo. O él me la ha dado a mí. No
importa: mi marido es un hombre feliz, y ahora que he
tomado una decisión veo las cosas claras. Muy,
muy claras. Le sobra amor para dar y vender. Este
hombre arrebatador, este ex donjuán, será un
padre magnífico, aunque un tanto sobreprotector. No
sólo le he dado la vida, le he dado una vida
mejor, una vida que vale la pena vivir. Al entregarme a
él le he dado también una vida nueva, la
combinación de una parte de él y una parte de mí. Y al verlo
tan eufórico no me queda ni un atisbo de duda.
Puedo tener un bebé con este hombre.
—Te quiero —dice en voz baja—. Muchísimo.
Sonrío.
—Lo sé.
Me besa el vientre con ternura y luego lo
acaricia.
—Y a ti también —le susurra a mi vientre plano.
Dibuja círculos con la nariz alrededor de mi
ombligo, luego se levanta y se tumba encima de
mí. Me aparta el pelo de la cara y me mira, amoroso
—. Intentaré portarme mejor contigo. Intentaré
no agobiarte y no volverte loca.
—Me gusta que me agobies. Lo que tienes que
controlar son tus locuras.
—Dame detalles.
—¿Quieres saber qué me vuelve loca exactamente?
—Eso es. No puedo intentar controlarlo si no sé
qué es lo que te molesta. —Me da un beso
casto en los labios y me contengo para no
echarme a reír. ¿No lo sabe? Vamos a pasarnos aquí lo que
queda de año pero, por ahora, voy a centrarme en
lo que peor me sienta.
—Me tratas con demasiada gentileza. Cuando
pensaste que estaba embarazada, dejaste de ser
una fiera en la cama y no me gustó. Quiero que
vuelva mi Jesse dominante.
Se aparta y levanta una ceja.
—¿Qué te he hecho yo?
—Eres adictivo y últimamente tengo el mono. —Es
una respuesta sincera. Tengo que decirlo
porque, si tengo que pasarme otros ocho meses a
dieta de Jesse dulce, me volveré loca.
La arruga aparece en la frente.
—Últimamente te he follado a lo bestia.
Suspiro y lo cojo de las mejillas.
—No vas a hacer daño a la cosita, ¿sabes?
—¿La cosita? —Se parte de risa—. Vamos a dejar
una cosa clara, señorita. No vamos a llamar
«cosita» a mi bebé.
—Ahora mismo no llega a ser un bebé.
—¿Y qué es?
—Pues algo parecido a un cacahuete.
Le brillan los ojos de felicidad y una sonrisa
picarona ilumina su rostro divino.
—¡Ni se te ocurra, Ward! —me río.
—¿Por qué no? —me acaricia la mejilla con la
nariz—. ¡Es perfecto!
—¡No voy a llamar «cacahuete» a nuestro bebé y
punto!
Pego un salto cuando ataca mi punto débil y me
hunde el dedo en la parte alta de las caderas. Es
un placer y una tortura. Una tortura por razones
obvias, y un placer porque esto es lo normal entre
nosotros. Somos así.
—¡Para! —chillo.
Y lo hace.
—¡Mierda! —exclama.
—¡¿Qué estás haciendo?! —le grito de mal humor.
Agacha la cabeza, mira mi vientre y luego a mí.
Su rostro avergonzado me dice que sabe
exactamente lo que acaba de hacer.
—¿Lo ves? —Le lanzo una mirada crítica—. ¡A eso
me refería! Si no vuelves a tratarme con
normalidad, me iré a vivir con mis padres lo que
me queda de embarazo.
No exagero. Lo haré.
—Lo digo en serio, Ward. Quiero a mi salvaje, a
mi fiera, quiero las cuentas atrás y los
distintos tipos de polvo. ¡Lo quiero todo de
vuelta y lo quiero ya!
Mira a su mujer como si estuviera loca de atar.
Creo que lo está.
—¿Ya estás más tranquila? —Me lo pregunta muy en
serio.
—Eso depende. ¿Te ha entrado algo de lo que he
dicho en esa cocorota?
Le tiro del pelo.
—¡Ay! —Se ríe y luego deja escapar un suspiro.
Se tumba de espaldas y me sienta encima de él.
Me apoya la espalda en sus rodillas y me
observa atentamente. Lo dejo hacer. Me siento y
espero que le dé forma a lo que quiere decir.
Respira hondo.
—¿Te acuerdas de cuando te encontré en el bar y
te enseñé a bailar?
Sonrío y me relajo recostada en sus muslos.
—Aquélla fue la noche en la que me di cuenta de
que me había enamorado de ti —confieso.
—Lo sé. Me lo dijiste. Estabas borracha, pero lo
dijiste.
—Debió de ser el baile.
—Lo sé. —Se encoge de hombros—. Se me da muy
bien.
Niego con la cabeza. Es más chulo que un ocho.
—Eres muy arrogante —replico, aunque eso ha
llegado a gustarme. La confianza que tiene en sí
mismo me pone mucho, sobre todo ahora que es
mío. Y tiene todo el derecho del mundo a serlo.
—Parece que soy más listo que mi preciosa mujer
—dice cogiéndome de los tobillos.
—¡Serás arrogante!
—No, sólo digo la verdad. Verás, yo me había
dado cuenta de que me estaba enamorando de ti
mucho antes de aquello.
Hago un mohín.
—¿Y eso te hace ser más listo que yo?
—En efecto. Mientras tú huías de mí, yo me
pasaba el día frustrado. Pensaba que estabas mal de
la cabeza —sonríe tímidamente— porque no te
sometías a mí.
—A diferencia de las demás...
Imagino que el rechazo debía de resultarle muy frustrante
a un hombre que siempre hacía lo que
quería sin que nadie le pusiera ninguna pega.
Asiente y yo suspiro.
—Era sólo porque sabía que ibas a hacerme daño.
Aunque no te conocía, era obvio que... —
hago una pausa— tenías experiencia.
Iba a decir que era un mujeriego, pero no es la
palabra exacta. Las mujeres caen rendidas a sus
pies, se le ofrecen, se lo ponen fácil. No le
hacía falta perseguirlas. Hasta que me conoció a mí.
Asciende por mis espinillas con la punta de los
dedos y sigue el trayecto con la mirada.
—Cuando te dejé durante cuatro días...
—No sigas —lo interrumpo—. Por favor, no
hablemos de eso.
—Deja que te explique una cosa importante —dice
tirando de mis brazos para tenerme más
cerca—. Estaba muy aturdido por lo que sentía.
Me hizo falta estar lejos de ti para comprender
exactamente lo que era. No lograba entender por
qué me comportaba como un energúmeno. Llegué a
pensar que me estaba volviendo loco, Ava.
No me están gustando estos recuerdos. No sé
adónde quiere ir a parar, pero ya sé que me dejó
porque sabía que tenía problemas, porque no
quería hacerme daño. No necesito volver a oírlo.
Se muerde un poco el labio inferior. Delante de
mis narices, literalmente. Luego continúa.
—Me pasé el tercer y el cuarto día reviviendo
cada momento que había pasado contigo. Los
recordaba una y otra vez hasta que se convirtió
en una tortura. Entonces fui a buscarte y tú saliste
corriendo otra vez.
Claro que salí corriendo. No me falló la
intuición. Aunque no estaba segura de por qué, sabía
que tenía que salir corriendo.
—Ava, la noche en la que me dijiste que me
querías, todo cobró sentido y a la vez todo parecía
borroso. Quería que me amaras pero sabía que no
me conocías de verdad. Sabía que había cosas que
te harían huir de mí de nuevo. Pero también sabía
que te pertenecía y me daba un miedo mortal
pensar que, cuando empezaras a atar cabos, te
marcharías. No podía arriesgarme, no después de que
me había costado tantos años encontrarte.
—Cierra los ojos y respira hondo para encontrar el valor
necesario—. Esa noche te robé las píldoras
anticonceptivas.
No me sorprende mucho. Ya ha confesado que me
las robó y por qué. Para él, que vive en un
mundo de locos, lo que hizo tenía sentido. Lo
que me preocupa es que para mí, también.
Me besa con ternura.
—Me pasé la noche sentado, observando cómo
dormías, y lo único en lo que podía pensar era
en todas y cada una de las razones por las que
no ibas a quererme. Sabía que robarte las pastillas
estaba mal, pero lo veía como una garantía.
Estaba muy desesperado.
Me relajo con la cara hundida en su cuello y me
dedica la sonrisa que se reserva sólo para mí.
—Quiero el mundo entero contigo, nena, y lo
quiero para anteayer.
En el fondo, creo que eso también lo sabía.
—Gracias por el reloj.
Sonríe y me pasa el dedo por el labio inferior.
—De nada.
Lo beso y me pierdo en él. Es un beso lento,
suave, exquisito. Es justo como tiene que ser.
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