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¡Ni lo sueñes! - Megan Maxwell Cap.4


En la ribera del lago Como, una de las zonas más elitistas y deseadas de
Milán, viven actores, políticos y futbolistas. Cuando Daniela llegó a la
impresionante villa de Rubén Ramos no se sorprendió, encontró justo lo
que se esperaba: una bonita casa de interiorismo minimalista donde todo
era moderno e impersonal. Le dio la bienvenida una mujer de mediana
edad que la miró de arriba abajo con curiosidad.
—Hola, buenas tardes. Vengo a ver al señor Rubén Ramos.
—¿De parte?
—Soy Daniela.
—¿La fisioterapeuta?
—Sí.
—Oh, encantada, Daniela. Pase… pase, yo soy Petra, soy la encargada
de la casa.
—Encantada, Petra.
La mujer, cambiando el gesto a una candorosa sonrisa, dijo:
—Vamos, el señor ha pedido que le espere en el salón.
¡Qué modernidad! sillones blancos, mesa de cuero blanca, paredes lisas,
dos enormes pantallas de televisión, estores en color burdeos… Todo muy
conjuntado, pero cuando Daniela vio una foto de dos metros por dos del
jugador arrodillado en el suelo celebrando un gol, no pudo reprimir una
carcajada, ¡era buenísima!
—Vaya… veo que ya estás riéndote.
Sobresaltada, se volvió y vio entrar al jugador con sus muletas en el
espacioso salón y señaló el cuadro divertida.
—Eres muy egocéntrico, ¿no?
—¿Por qué, mujer? Esa foto es un regalo y no iba a decir que no.
Cuando llegó a su altura, el jugador soltó las muletas y se sentó en una
de las sillas.
—Ese gol fue el primero que metí al llegar al Inter —añadió divertido.
Daniela sonrió justo en el momento que entraba una preciosa perra
blanca con manchas marrones, que se acercó a ella para olerla. Daniela se
agachó y, quitándose los guantes, dijo tocándola:
—Hola, preciosa. Tú debes de ser Daniela, ¿verdad?
El animal, encantado, se sentó junto a ella. Durante varios minutos la
joven se olvidó del futbolista y se centro en la perra. Siempre le habían
gustado mucho los animales, a pesar de que no tuviera ninguno. En ese
momento sonó el móvil del futbolista y este lo atendió. Sin querer
escuchar, la joven oyó como llamaba bella a alguien y se despedía hasta la
noche.
Cuando colgó, ella le preguntó:
—¿Qué raza es?
—Una bracco italiana —respondió Rubén.
—Hola, Daniela. ¿Qué pasa guapetonaaa?
Divertido observó como la chica y su perra empezaban a conocerse y eso
le gustó. Por norma, las mujeres que le visitaban evitaban al animal. Pero
allí estaba ella, de rodillas en el suelo besando con cariño el hocico de su
perra.
—Tengo que confesarte algo —dijo él de pronto.
—Tú dirás.
—No se llama Daniela.
Le miró boquiabierta, levantó las cejas, pestañeó, pero sin perder su
sonrisa susurró conmoviéndole:
—Pues que sepas que me apena que no lleve mi nombre. Es un nombre
precioso.
Ella y sus curiosas contestaciones. Ambos rieron.
—Bueno, ¿y cómo se llama?
Loca
¡¿Loca?!
—Sí.
Divertida miró a la perra y sin dejar de tocarla murmuró:
—Hola, Loca. Ya vuelvo a entender porqué tu dueño dijo que te
llamabas como yo.
Ambos prestaron su total atención a la perra hasta que sonó el móvil de
Rubén de nuevo. Durante varios minutos Daniela escuchó como hablaba
con otra tal bella y sonreía como un bobo.
—¿Qué te parece si hacemos un calendario de los días y las horas en los
que vendré? —le dijo Daniela una vez hubo colgado.
—Me parece perfecto —asintió Rubén—. Por cierto, ¿dónde te ibas de
viaje?
—No te interesa. Vamos a limitarnos a tu recuperación. Única y
exclusivamente a eso, ¿te parece?
Rubén asintió y ambos se sentaron alrededor de la mesa blanca de cuero.
Daniela sacó de su mochila un cuaderno y enseñándoselo dijo:
—Vendré de lunes a jueves de cuatro a siete de la tarde y los viernes de
tres a seis y…
—Vendrás los sábados también.
—¡Ni lo sueñes!
Rubén sonrió y mirándola fijamente, añadió:
—Quiero recuperarme al cien por cien y para ello te necesito los siete
días de la semana. Entiendo que al menos quieras descansar uno. Lo
acepto. Pero el sábado o el domingo te quiero aquí, aunque sea por la
mañana. Creo que esos mil euros al día lo valen, ¿no?
Ella resopló. Mil euros era una barbaridad de dinero, ¡vergonzoso!
—De acuerdo, vendré los sábados por la tarde, las mañanas las tengo
ocupadas. Y en cuanto a lo de los mil euros al día yo…
—Los viernes comerás conmigo, así que llegarás a la una.
—¡¿Cómo?!
—Lo que has oído.
Molesta por sus exigencias, añadió:
—Tengo que resolver ciertos asuntos personales. Quizá algún día no
pueda venir y… —Trató de explicarle molesta por sus exigencias.
—¿Qué asuntos personales?
—He dicho que no hablaré de mi vida privada. No insistas.
—Pero vamos a ver, ¿cómo vas a faltar a las sesiones? Se supone que te
pago para que vengas y me ayudes a…
—Despídeme. Lo entenderé.
Ambos se miraron. Ella, como siempre, tenía los labios curvados.
Esperaba que la despidiera, pero Rubén murmuró dando,
momentáneamente, su brazo a torcer.
—Vale.
—¿Vale, qué? ¿Me despides?
—¡Ni lo sueñes! —susurró tomando aquellas palabras que ya había
escuchado varias veces pronunciar a ella.
La joven asintió y señalándole con el bolígrafo que llevaba en la mano
dijo:—
Muy bien, pues si sigo trabajando para ti, quiero que te queden claras
tres cosas.
—Tú dirás —cuchicheó con gesto incómodo.
—La primera, no acepto a terceras personas a nuestro alrededor durante
las sesiones. Estaremos solos tú y yo y no pienso ceder aunque me llame el
mismísimo papa desde el Vaticano, ¿entendido?
—Vale.
—La segunda, que quiero que quede clara desde el primer minuto, yo no
soy ninguna de tus conquistas por lo que cuidadito con tus palabras, modos
y manitas. Y la tercera —sonrió divertida—, no intentes ligar conmigo
bajo ningún concepto.
—Dios me libre de saltarme tu tercera condición —se mofó él.
Una contestación tan llena de sarcasmo rozó el corazón de Daniela.
—Lo creas o no, soy irresistible. Y más cuando se me conoce. Por lo
tanto ya sabes, no te enamores de mí.
—Tranquila guapa. Me resistiré sin esfuerzo —rio divertido—. En
cuanto a esos asuntos…
—No voy a hablar de mis asuntos personales. Solo quiero que sepas que
si falto, recuperaré las horas otro día. Nada más.
—¿Me estás diciendo que puedes faltar y no me vas a contar porqué?
—Te avisaré cuando no pueda venir e incluso buscaré otro fisio que te
atienda, pero no te voy a contar absolutamente nada. No olvides que no
eres ni mi familia, ni mi amigo, ni mi amante; solo eres un paciente que se
ha empeñado en que yo le atienda. Por lo tanto, si te parece bien lo que te
digo ¡estupendo!, y si no te lo parece, me voy y que te atienda otro
fisioterapeuta.
La rotundidad en su mirada hizo que Rubén no insistiera.
—¿Prefieres que te pague los mil euros diariamente, semanalmente, o al
mes?
Boquiabierta porque hubiera tomado en serio el dineral que le pidió,
murmuró:
—Semanalmente.
—¿Cheque o efectivo?
—Transferencia bancaria. Tu gestor dispondrá mañana de mis datos
bancarios.
El futbolista volvió a asentir. No iba a discutir con ella por dinero. Abrió
su portátil, escribió con rapidez y le dio al botón de imprimir.
—¿Serías tan amable de recoger los folios que están en la bandeja de la
impresora?
Ella se levantó y cogió la documentación; cuando regresó a la mesa, él le
entregó un bolígrafo.
—Léelo y fírmalo.
—¿Cómo?
—Que lo leas y lo firmes. Igual que tú pediste al director del hospital
que firmara lo que habían prometido, yo lo quiero también por escrito. Por
cierto, he incluido tus tres condiciones, y, la cláusula de que no me
enamoraré de ti, la he destacado en negrita. Ah, y también he añadido que
el primer gol que meta con la pierna averiada te lo dedicaré. Así que, si
estás de acuerdo con lo que pone en el papelito lo firmaremos los dos.
Daniela sonrió, se sentó, y tras leer con detenimiento el contrato, firmó
las dos copias. Seguidamente, él hizo lo mismo y entregándole uno de los
dos folios dijo:

—Muy bien, pues cuando quieras podemos comenzar a trabajar.

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