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¡Ni lo sueñes! - Megan Maxwell Cap.29


A la mañana siguiente, cuando Rubén llegó al entrenamiento, su rostro
pétreo denotaba su mal talante, no había podido dormir en toda la noche
tras escuchar todo lo que Daniela le había contado. Algunos de sus
compañeros, al verle tan serio, le hicieron bromas, pero eso solo consiguió
que se enfadara más. Incluso hubo alguna salida de tono con Jandro,
cuando este le increpó.
Acabado el entreno, caminaba hacia su coche cuando se encontró con el
entrenador apoyado en él, y maldijo. Tener que hablar con él era justo lo
último que le apetecía.
—¿Todo bien, muchacho?
Rubén pulsó el mando de su biplaza y las luces parpadearon, se acercó a
la puerta trasera, tiró su bolsa de deporte con malos modos y, al cerrar
dando un portazo, gruñó.
—De lujo.
El entrenador, sin moverse de su sitió, se interesó por él.
—¿Qué te ocurre?
—Mi vida privada, señor… no le interesa.
Norton asintió, pero insistió.
—Este estado de ánimo no te beneficia ni a ti, ni al equipo.
—Déjeme en paz.
—Recapacita, muchacho, si sigues con esa agresividad, harás que no
cuente contigo por muy astro del fútbol que seas.
Rubén blasfemó en voz baja, cerró los ojos y, cuando los abrió, fue
franco.
—¿Por qué no me lo dijo?
Norton se quedó callado, mirándole y el jugador insistió:
—¿Por qué no me dijo la realidad de lo que le ocurría a Daniela, en lugar
de soltarme puyitas que yo no entendía?
Desconcertado, Norton no supo qué contestar, mientras el futbolista,
acercándose más de la cuenta, masculló:
—Sé lo del cáncer, ¡maldita sea!, ¿por qué no me lo dijo?
El entrenador, al ver su desesperación, se justificó:
—Ella no quería que lo supieras.
—¿Ella?
—Sí, ella.
—¿Y usted cree que ella tenía derecho a jugar conmigo como ha jugado?
—¿Ella ha jugado contigo?
—Sí.
—¿No será al revés?
—Mire señor, mejor no me toque las narices. Estoy muy… muy
enfadado —le contestó intentando mantener el control.
Incapaz de callar, Norton le agarró de un brazo.
—Te dije que te alejaras de ella.
—¿Suélteme!
—Te dije que ella necesitaba a alguien que…
—¿Y por qué no puedo ser yo ese alguien? —le cortó soltándose.
—¡¿Tú?!
—¡Sí, yo! —gritó.
—No digas tonterías, muchacho. Tu vida y la de mi Dani no tienen nada
que ver. Tú eres un mujeriego que…
—Un mujeriego que se enamoró de su hija. ¡Joder! —Su mirada estaba
llena de furia—. En el tiempo que estuve con Daniela, solo ella existió para
mí, ninguna otra mujer. Mi vida fue real, maravillosa y completa. El
tiempo que compartí con su hija, ella fue lo más importante y verdadero
que tuve. Y le guste o no escucharlo, estoy enamorado de ella como ahora
sé que ella lo está de mí.
—Escucha muchacho…
—No, no voy a escucharle. Ahora el que no quiere escuchar soy yo,
usted debería haber sido sincero conmigo desde el minuto uno y no lo fue,
primero ocultándome que la fisioteraputa que me trataba era su hija y
luego, aun sabiendo que yo estaba saliendo con ella, ocultándome su
enfermedad.
—No podía, hijo, ella me lo prohibió…
—¡Y una mierda! Yo nunca le he gustado para ella. Diga la verdad.
Ofuscado por lo que su jugador estaba diciéndole, finalmente, encontró
una salida.
—Y si ella te quiere y tú la quieres, ¿qué haces aquí conmigo hablando
en pasado?
—Anoche, cuando me explicó lo que ocurría, no me dejó expresarme.
Me echó de su casa, no me quiere a su lado, ¿qué quiere que haga?
El entrenador, sin saber qué decir, le miró. Su cabeza funcionaba a mil
por hora cuando Rubén insistió.
—¿Pretende que su hija siempre esté sola y sea infeliz?
—No.
—Pues créame, si sigue prestándole este tipo de ayuda, lo va a
conseguir. Daniela es una persona que se merece lo mejor por su manera de
ser, es la persona más maravillosa, divertida y buena que he conocido en
mi vida.
—Conozco a mi hija, Rubén. Tú no tienes que enseñarme cómo es
Daniela.
—Pues si tan bien la conoce, ayúdeme. Le estoy diciendo que quiero a su
hija, que la amo con locura y usted sabe que ella me quiere a mí. —Norton
no respondió y Rubén bajando la voz, siseó—: Sabe que en el tiempo que
he estado con ella mi conducta ha sido ejemplar. Le guste o no reconocerlo
sabe que es cierto. ¿Pero tan ciego está?
—Ella no quiere que…
—Y una mierda —voceó—. El que no quiere es usted. Ve en mí, un
reflejo de lo que fue usted en el pasado, ¿a que sí? —Norton no respondió y
Rubén añadió—: Ahora mi pregunta es: ¿tan malo ha sido usted con su
mujer y sus hijos, tan mala vida les ha dado que no quiere lo mismo para
Daniela?
Apabullado por lo que le decía, finalmente, el entrenador cerró los ojos y
dijo:—
Cuando conocí a Rachel, mi vida cambió. Ella lo ha sido todo para mí
y…
—¿Y por qué a mí no me ha podido pasar lo mismo con su hija? ¿Acaso
está ciego y no ve lo desesperado que estoy por ella?
—De acuerdo —asintió al escuchar aquello—. Asumo que no lo hice
bien contigo, pero como padre de Daniela, quiero lo mejor para ella, y
desde mi punto de vista, lo mejor nunca has sido tú.
—Gracias por su confianza, señor —voceó en tono despectivo.
—Escucha, Rubén…
—¿Sabe, señor? —le cortó—. Puedo sacar cientos de fotografías y
chismorreos de usted y cientos de mujeres en sus años de futbolista. A mí
la prensa me llama el toro español, pero si mal no recuerdo a usted le
llamaban Norton «Terminator». Si tiro de hemeroteca puedo restregarle en
la cara un montón de noticias en las que a usted se le ha relacionado con
mujeres que no son su mujer, ¿debo creer que eso fue cierto?
—No.
—¿Y por qué le da credibilidad a todo lo que dicen de mí? ¿Por qué no
puede creer que estoy locamente enamorado de su hija y que mi vida sin
ella ha perdido todo rumbo y sentido?
El entrenador, al escuchar la furia con la que se expresaba, y sobre todo
la fuerza con la que defendía su amor hacia su hija, lo vio todo claro por
primera vez y sorprendiéndole, dijo:
—Monta en el coche.
—¡¿Cómo?!
—Monta en el coche. Vamos a buscar a Daniela.
—¿Sabe dónde está?
—Sí, está con mi mujer, hoy tiene una nueva reunión con el asistente
social para el tema de la adopción de los niños.
Sin dirigirse la palabra, Norton condujo hasta un centro comercial.
Cuando aparcaron y salieron del coche, el entrenador miró al joven, con el
ceño fruncido.
—Señor… la quiero, adoro a su hija, no quiero separarme de ella.
Con el vello de punta al escuchar aquello, comenzaron a caminar y,
cuando entraron en el centro comercial, el entrenador dijo:
—Rubén… puedes llamarme Norton cuando no estemos en el Club.
El futbolista seguía con el gesto ofuscado, mientras miraba a su
alrededor, nervioso.
—De acuerdo, Norton.
Tras buscar en varias tiendas, Norton localizó a su mujer y a su hija en la
cola de Starbucks. Al verla, el gesto de Rubén se suavizó y Norton, que
detectó la impaciencia en el rostro del muchacho, le agarró del brazo y
dijo:—
Espera aquí, déjame a mí.
Rubén quiso protestar, pero finalmente hizo lo que el entrenador le
pedía, le había dado una oportunidad y no quería desaprovecharla. Desde
su posición, vio como se aproximaba a su hija, ella le abrazó nada más
verlo.
Norton, cuando tuvo a su pequeña en sus brazos, le besó la frente, la
agarró de la mano y, alejándola de su mujer, que siguió haciendo la cola
para pedir los cafés, se sentó con ella en un sillón.
—¿Qué ocurre, papá?
Conmovido por la belleza de su hija y la dulzura con la que se dirigía a
él, Norton sonrió y dijo:
—Quiero que luches por lo que quieres.
A Daniela le sorprendió la reacción de su padre.
—¿Qué luche por lo que quiero?
—Sí.
—¿A qué te refieres Gran Jefe? Si es al tema de los niños, que yo sepa
estoy luchando por lo que quiero, a ellos. Sabes que este…
—Me refiero a Rubén Ramos.
Al escuchar ese nombre, a Daniela el corazón le comenzó a latir con
fuerza, aunque hizo lo posible por disimular sus sentimientos.
—Papá, lo de Rubén fue algo pasajero, ¿a qué te refieres?
—Sé que lo quieres, ¿por qué me lo niegas? —Confundida fue a
responder cuando él se adelantó—: Soy la persona que más te conoce en
este mundo, además de tu madre, y del mismo modo que sé que tu color
preferido es el violeta, y que las galletas de chocolate blanco te apasionan,
también sé cuando no me dices la verdad.
—Papá…
—Durante estos meses, no he sido de ninguna ayuda, tú no has parado de
darme señales de lo feliz que estabas con ese muchacho y yo no he querido
verlas. Tu madre las vio desde el primer momento, pero yo me negué a
aceptarlas. Pero ahora, de pronto, me he dado cuenta de todo, cariño y sé
que él es lo que tú quieres y…
—No, papá…
—Sí, Pitu. No lo niegues.
—Papá.
—No he querido aceptarlo porque en él he visto un reflejo de lo que yo
fui en el pasado.
En ese momento llegó Rachel con los cafés y, sentándose con ellos,
escuchó decir a su marido.
—Tú quieres a Rubén y él te quiere a ti, y creo que deberías darle una
oportunidad.
—Qué excelente idea —asintió su madre sonriendo.
Llevaba toda la mañana intentando sonsacar información a su hija, sabía
que algo pasaba y la aparición de su marido en el centro comercial, de
improviso, se lo confirmó.
—El muchacho está destrozado, enamorado de ti y deseoso de una
oportunidad —prosiguió el entrenador—, y yo sé que tú no estás mejor,
cariño. Te conozco, cuando te retuerces el dedo derecho de la mano al
hablar sé que es porque estás preocupada por algo, lo sé, no me lo puedes
negar.
—Se lo llevo diciendo toda la mañana, cariño —insistió Rachel—. Esta
jovencita se cree que nos hemos caído tú y yo de un guindo y no sabemos
qué le ocurre.
—¿Pero qué estáis diciendo? Entre Rubén y yo solo hubo un tonteo y…
—No, cariño, no mientas. Estás enamorada de ese hombre. Solo hay que
verte la carita y los ojitos cuando estás cerca de él —corrigió Rachel.
Daniela fue a protestar por lo que su madre había dicho, cuando su padre
intercedió.
—Creo que lo vuestro comenzó sin que vosotros lo supiérais y se ha
convertido en algo tremendamente verdadero. Tan verdadero como lo que
tenemos tu madre y yo.
—Aisss, cariño ¡qué bonito lo que has dicho! —murmuró Rachel
emocionada, poniendo una mano sobre el muslo de su marido.
—Escucha, hija: he hablado con Rubén y me ha confesado sus
sentimientos hacia ti, y solo tengo que ver tu carita para saber que son
recíprocos.
—¿Pero de qué hablas papá?
Sonriendo, Norton cogió la mano de su hija y murmuró:
—Me lo dicen tus ojos, me lo dice tu madre, me lo dice Suhaila y me lo
dice Israel y…
—No puedo, papá, ¿no lo entiendes?
—No, no lo entiendo.
—Yo no puedo darle lo que él quiere. Sería un error, papá, él…
—Daniela —intercedió su madre—, el error es negarte a ser feliz,
cariño. Las cosas, si tienen que venir, ¡vendrán! Cuando tu padre y yo nos
casamos queríamos tener una familia numerosa y luego, biológicamente
solo pudimos concebir a tu hermana. Pero el destino os puso a Luis y a ti
en nuestro camino, llegasteis y nuestro sueño se hizo realidad ¿Por qué te
niegas a ver que la vida no se programa? La vida, cariño, te lleva y tú solo
tienes que intentar disfrutar de ese camino.
—Mamá…
—Ni mamá ¡ni mimi!… —la cortó Rachel, emocionada al ver a Rubén
acercarse—. Solo digo la verdad, cariño, y el día de mañana serás tú la que
tenga que aconsejar a Suhaila e Israel y animarles a que vivan y sean
felices.
Norton se emocionó por las palabras de su mujer y por la expresión que
brillaba en la cara de su hija.
—Pitu… tu madre y yo queremos que seas feliz. Rubén está aquí y solo
quiere que le des una oportunidad, habla con él, por favor.
Horrorizada por lo que escuchaba, se le puso la carne de gallina,
¿Rubén? ¿allí? Lo confirmó rápidamente al ver cómo su madre miraba tras
ella y sonreía. Con el gesto desencajado, se dio la vuelta. Sus ojos se
encontraron y él se dirigió a ella, agachándose para estar a su altura,
—Hola, cariño…
De pronto, un grupo de personas se acercaron a Rubén para pedirle un
autógrafo y, rápidamente, Norton se levantó y mirando al joven, le gritó
tirándole las llaves de su coche.
—Llévatela, y haz que entre en razón.
Rubén, tras asentir y cazar las llaves al vuelo, cogió de la mano a una
descolocada Daniela y, tras guiñarle un ojo a Rachel, que le sonrió
encantada, dijo mirando a Daniela:
—Vamos, cariño… tenemos que hablar.
Como en una burbuja, así se sentía Daniela. Y sin poder detener sus pies,
caminó junto a Rubén hasta llegar al aparcamiento. Una vez allí, por fin
recuperó la cordura y le preguntó, separándose de él.
—¿Se puede saber qué estás haciendo?
—Te quiero.
—¡¿Cómo?! —consiguió susurrar tras pestañear con fuerza.
Seguro de lo que decía y con una amplia sonrisa, el futbolista insistió.
—He dicho que te quiero.
Boquiabierta, Daniela iba a hablar pero él se acercó a ella y la besó con
ardor, cuando se separó unos milímetros de su boca, susurró:
—No voy a permitir que acabes con lo nuestro de este modo. Lo que hay
entre tú y yo es demasiado importante como para…
—Rubén… —le cortó—. Por favor, calla… no sigas.
—No, tesoro, no me voy a callar. Te quiero y me quieres ¿Dónde está el
problema? Tú estás aquí, yo estoy aquí… ¿Cómo pretendes que tras
conocerte siga viviendo sin ti?
—Pero… pero yo… no puedo. Yo no puedo darte lo que tú quieres.
Yo…
Con todo el amor del mundo, Rubén le tocó el rostro y murmuró:
—Tú eres todo lo que yo quiero.
—No sabes lo que dices, Rubén… ahora puede parecer bonito pero…
—Sé lo que digo, Daniela. Y lo que digo es que te quiero a ti. El resto no
me importa. Solo me importas tú.
Negando con la cabeza, suspiró, no podía aceptar. Aquello parecía buena
idea, pero no lo era. No podía privarle a Rubén de tener hijos e insistió.
—Piénsalo, por favor. Tu vida y mi vida no tienen nada que ver.
—No estoy de acuerdo.
—¿No?
Rubén negó con decisión.
—Tu vida y mi vida tendrán que ver tanto como nosotros queramos. El
tiempo que hemos estado juntos, sé que ha sido algo mágico y especial
para los dos. En ningún momento ni tú ni yo pensamos que nada de esto
podría ocurrir, pero ha ocurrido. ¡Nos queremos! ¿Por qué no quieres darte
cuenta de ello?
—Porque soy realista, Rubén y aunque esté mal decirlo tengo miedo de
ilusionarme demasiado contigo porque creo que esto no es real.
—Lo que siento por ti es real ¡muy real! y no tienes que tener miedo.
Créeme, por favor. Confía en mí.
—Yo… es que yo…
—Tú y yo podremos absolutamente con todo. —Y recordando algo que
ella le había dicho el día del partido de futbol, le indicó—: Vamos, cariño,
positividad, ¿dónde te la has dejado hoy?
Con el corazón a mil por el giro que habían dado los acontecimientos,
después de recibir un nuevo beso por parte de él, murmuró asustada.
—Vale, hablaremos. Te prometo que hablaremos, pero ahora tengo que
ir a una reunión con el asistente social.
Al escuchar aquello, Rubén asintió.
—De acuerdo, monta, yo te llevo.
—No, no hace falta. Tengo mi coche allí aparcado.
Sin querer separarse de ella susurró.
—Anoche dijiste que estabas enamorada de mí, ¿verdad? —ella asintió
—. Pues si es así, demuéstramelo, cariño. Necesito sentirlo y verlo.
Sin más, la joven se acercó a él y le besó. Lo necesitaba. Le besó con
ternura, con pasión, con ardor… y cuando se separó de él, este susurró.
—Esta noche pasaré por tu casa sobre las nueve y hablamos ¿de
acuerdo?
—No, me pasaré yo por la tuya —le corrigió ella.
—De acuerdo.
Asustada por sus sentimientos y por lo que veía en él, asintió. Después
caminó hasta su coche y bajo la atenta mirada de él, desapareció. Tras salir
del aparcamiento del centro comercial, Daniela detuvo el coche,
temblorosa. Lo que acababa de ocurrir la había asustado, y solo podía
complicar más su vida. Se sentía perdida, llamó a Antonella, que no
atendió la llamada. Daniela le dejó un mensaje en el buzón de voz.
—Antonella, voy a desaparecer de Milán unos días. Todo se ha
complicado de nuevo con Rubén. No te preocupes por nada, estaré bien.
Colgó y se dirigió a su entrevista con el asistente social.
-30-
Aquella tarde, acabadas unas compras, Rubén llegó a casa del entrenador
para devolverle el coche, y éste preguntó preocupado:
—¿Pero qué ha pasado?
Sin entender a qué se refería Rubén frunció el ceño y Norton aclaró.
—Daniela ha llamado hace un rato y ha dicho que estará unos días fuera
de Milán porque necesita pensar y…
—¡¿Cómo?! —Se sobresaltó al escuchar aquello
—¿No te ha llamado a ti?
—No.
Rachel, que en ese momento se acercaba a ellos, suspiró al descubrir que
Rubén no tenía ni idea de su marcha, era una huida.
—¡Aisss, Dios mío! ¿Dónde estará esta muchacha?
Tratando de entender porqué se habría ido, Rubén empezó a llamar por
teléfono a Daniela mientras entraba en la casa de sus padres.
—¿Ha pasado algo con el asistente social?
—Me ha dicho que todo fue bien, pero que se marchaba unos días fuera
de Milán para pensar. Le he preguntado por ti, pero ella solo ha dicho:
«Mamá… ahora no» —le respondió Rachel; Norton ni siquiera podía
hablar, se tocaba el pelo nerviosamente.
—No lo coge —protestó el futbolista.
En el lujoso salón del entrenador Norton, Rubén exigió, totalmente
confundido.
—¿Dónde está Daniela?
—No lo sé, muchacho.
—Eso quisiera saber yo, hijo —cuchicheó Rachel.
Sin pensarlo, Rubén insistió con las llamadas. El móvil daba señal pero
ella no descolgaba. Eso le enfureció aún más.
—¿Habéis discutido?
—No.
—¿Pero qué ha pasado entonces en vuestro encuentro? —insistió
Rachel.
—Le hablé de mis sentimientos y ella pareció reaccionar bien, aunque
dijo que tenía miedo. Le pedí que olvidara los miedos pero por lo que veo,
no ha sido así.
—Cuando me eche a esa jovencita a la cara. ¡juro que la mato por
cabezona! —siseó Rachel.
Bloqueado, Rubén no sabía qué pensar, aquella huída sí que no se la
esperaba.
—¿Habéis llamado a Antonella para preguntarle?
—Sí, muchacho, eso fue lo primero que hizo Rachel, pero dice que ella
también recibió un mensaje de Dani indicándole lo mismo.
—¿Y a Enzo?
Rachel y Norton se miraron. Oír hablar de aquel hombre les hizo torcer
el gesto, el entrenador respondió.
—No, no tenemos su teléfono.
Sin dudarlo, Rubén llamó a Antonella y le pidió el teléfono de Enzo. La
joven, al escuchar su voz de enfado, prefirió no dárselo, no quería liarla
más, pero prometió llamarle ella. Dos minutos después, sonó el teléfono de
Rubén. Era Antonella para informarle de que Enzo tampoco sabía nada.
Colgó, enfadado, molesto, casi entrando en cólera. Rubén miró al
entrenador.
—Ella había quedado conmigo en vernos en mi casa.
—Pues lo siento, muchacho…
—¡Maldita sea! ¿dónde se ha metido? —susurró enfadado.
Rachel, al ver el estado del joven, y sobre todo cómo le temblaban las
manos, le cogió del brazo.
—Tómate algo, Rubén, lo necesitas.
Durante unas horas se sintió arropado por la familia de Daniela, estaba
más angustiado que en toda su vida. ¿Dónde estaba ella? El entrenador y su
mujer, en su intención de relajarle, le contaron infinidad de cosas de
Daniela, que al final le hicieron sonreír. Ellos sabían que Daniela estaba
bien, había hecho lo que hacía siempre cuando tenía un problema,
desaparecer unos días y pensar. A ellos no les extrañaba pero a Rubén sí y
hasta que no vieron con sus propios ojos que se tranquilizaba, no le dejaron
marcharse a casa.
Aquella noche el jugador no pudo pegar ojo: ¿dónde estaba Daniela?
Repasaba mentalmente una y otra vez lo ocurrido con ella e intentaba
entender porqué había reaccionado así. Y solo pudo pensar en sus miedos:
miedo a la decepción, miedo al rechazo… y eso le encolerizó aún más.
Daniela era la mejor persona que había conocido en su vida y no se
merecía tener tanto miedo y menos con él.
A las seis de la mañana, harto de dar vueltas en la cama, se levantó.
Llamó de nuevo al teléfono de ella pero no respondió. Tras dejarle un
nuevo mensaje pidiéndole que le llamara, colgó. Finalmente, decidió hacer
ejercicio. Se puso un chándal, cogió a su perra y salió a la calle. Necesitaba
sentir el aire fresco y correr. Regresó una hora después. Al entrar en casa
tenía sed, cuando abrió el frigorífico para coger agua fresca, sonrió al ver
las Coca-Cola que había comprado la tarde anterior para Daniela, y sin
poder remediarlo abrió el congelador donde se quedó mirando, como un
tonto, el helado de plátano.
Minutos después, malhumorado por no saber dónde estaba, cerró el
congelador de golpe y algo cayó al suelo. Al agacharse para recogerlo, vio
que se trataba del imán para la nevera que ella había comprado en la
tiendecita de Volterra. Y de pronto, su mente se despejó, su corazón latió
con fuerza y supo dónde estaba Daniela: estaba en Orta de San Giulio, en el
hotel de su amiga, Il Rusticone, un lugar del que ella le había hablado en
alguna ocasión.
Sin tiempo que perder, encendió el ordenador y vio en un mapa de
carreteras que aquel lugar estaba a menos de cien kilómetros. Se duchó
rápidamente, quería salir hacia allí cuanto antes.
Ya en carretera, llamó a Norton desde el manos libres.
—Creo saber dónde está, entrenador.
—¿Lo sabes? ¿En serio?
Rubén sonrió, estaba casi seguro pero prefirió ser modesto.
—No se lo aseguro al cien por cien, pero…
—¿Dónde crees que está mi hija?
Al escucharle sonrió, no pensaba darle más datos.
—Norton, si doy con ella, te volveré a llamar. Y, por favor, si llama, no
le digáis nada, ¿de acuerdo?
Norton sonrió, le gustó el empeño en buscarla por parte del muchacho, le
demostraba lo mucho que necesitaba y quería a su hija.
—Encuéntrala y llámame.
—De acuerdo, Terminator. —Sonrió antes de colgar.
En el camino rogó a todos los santos que ella estuviera allí. Si no estaba,
no sabría por donde seguir buscándola, no tenía un plan B. Al poner
música, no se sorprendió al encontrar dentro de la disquetera uno de los CD
de Daniela. ¡El Rey! Elvis Presley, le acompañó durante el trayecto y su
música le hizo sonreír. Cuando llegó a Orta de San Giulio, preguntó por el
hotel.
Al reconocerle, los lugareños le saludaban encantados. Ante ellos estaba
Rubén Ramos, «el toro español», el futbolista que muchos veneraban.
Aprovechándose del influjo de su fama, no lo dudó y les pidió información.
Necesitaba saber si en el hotel Il Rusticone, se alojaba una mujer rubia
llamada Daniela Norton, y si así era no quería que ella se enterara de su
visita. Sin tiempo que perder uno de los paisanos se marchó en busca de
noticias. Aquel pueblo no era muy grande y podía enterarse rápidamente.
Veinte minutos después, regresó con buenas noticias. Una joven rubia,
amiga de la dueña y de nombre Daniela se alojaba en el hotel. Emocionado,
Rubén aplaudió y llamó al entrenador para darle la buena noticia. Colgó,
dispuesto demostrarle su amor; miró a los hombres que le rodeaban, felices
por poder ayudar a su ídolo.
—Necesito otro favor.
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