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¡Ni lo sueñes! - Megan Maxwell Cap.28


Al día siguiente, Rubén la llamó y le preguntó si lo había esperado en su
casa la noche anterior, ella le mintió. Rubén se quedó tranquilo, pensar que
ella le hubiera estado esperando le partía el corazón. Le contó que intentó
zafarse de los compañeros pero le fue imposible, no le dejaron irse, y
finalmente, claudicó.
Rubén la llamó para invitarla a cenar fuera y después al cine, ella
rechazó la oferta, le dijo que estaba cansada y que se quedaría en casa. Él
lo entendió, pero necesitaba verla, así que se presentó en su casa con una
pizza de las que a ella le gustaban, con aceitunas negras, pero se encontró
con la casa vacía. Llamó repetidamente al portero automático pero nadie le
abrió… ¿dónde estaba Daniela?
La llamó al móvil pero no atendió sus llamadas, mosqueado, decidió
esperarla en el coche. Ella apareció a las dos de la madrugada en un
vehículo que él no conocía y acompañada por varias personas que parecían
muy divertidas.
Dos días después, al no recibir ninguna llamada por su parte, ella le
llamó. Rubén estaba con unos amigos en su casa y no la invitó. Eso le dolió
pero tuvo que aceptarlo, sin saber que dos noches ante, él comprobó que
ella le había mentido.
Poco a poco, fueron distanciándose. No se decían nada pero ambos eran
conscientes de lo que estaba pasando. Él la llamaba para salir, pero ella
siempre se excusaba con otros planes o fingía que estaba ocupada. Lo
cierto es que cuando ella le llamaba, él siempre aceptaba. Necesitaba verla.
Si se veían era siempre por la buena disposición del futbolista, pero él se
estaba comenzando a cansar de sus desplantes. Era descarado lo que ella
hacía. Tan descarado como que comenzó a salir con otros futbolistas del
AC Milán, el rival histórico y la prensa la había pillado.
Aquella noche, cuando llegó furioso a la casa de Daniela, tuvieron una
grandísima discusión. Rubén no entendía qué ocurría y Daniela le recordó
que ella no estaba comprometida con él. Tras la pelea, cuando se calmaron,
ocurrió lo inevitable y terminaron haciendo apasionadamente el amor. De
madrugada, cuando ella se durmió, Rubén la miró y le tocó el pelo con
cariño. ¿Qué le ocurría a ella? ¿Por qué intentaba alejarse de él?
Un par de días después la invitó a cenar. Sus compañeros de equipo
habían organizado una cena, pero ella se excusó, le dijo que cenaba son sus
padres y, el destino o la mala fortuna, hicieron que, de madrugada,
coincidieran en el mismo local. Daniela se quedó sin habla al verle. Allí
estaba Rubén charlando muy animado con una guapa rubia. Eso le revolvió
el cuerpo, pero antes de poder escapar, él la vio y caminó hacia ella con
decisión.
—¿Tú por aquí? —preguntó con voz intimidatoria mirando al
acompañante de ella.
Con la mejor de sus sonrisas, ella asintió y agarrándose con fuerza al
brazo de quien la acompañaba dijo:
—No sabía que vinieras por este local.
Rubén, recorriéndola con la mirada, le espetó:
—Ni yo que tú vinieras por aquí. Por cierto, ¿no estabas con tus padres?
Con una prefabricada sonrisa asintió y respondió:
—Cambio de planes.
La actitud altanera de ella le provocaron furia, dolor y desconcierto. No
podía más, no quería seguir humillándose por ella y, cuando fue a decir
algo, el hombre que la acompañaba, acercó su mano a la de él.
—¡Dios, eres Rubén Ramos!, ¿verdad? —El futbolista asintió y este dijo
—: Soy Enzo, encantado de conocerte.
Aquel nombre hizo que a Rubén le cambiara el gesto. Enzo ¿su ex? Ella,
al ver su reacción, sonrió con diplomacia, a pesar de que estaba sacándole
de su casillas.
—Enzo, cielo… ¿puedes dejarnos un momento a solas?
Enzo se alejó, sin entender nada, por supuesto.
—¿Qué haces con él? —la increpó Rubén.
Intentando ser fría, resopló, y tras meditar su respuesta, le dijo con
rotundidad:
—¿Tengo que recordarte, otra vez, lo que hablamos el otro día? —Y
acercándose a él murmuró—: Rubén, te dejé muy claro que entre nosotros
solo hay sexo ¿cuándo vas a quedarte con la copla?
—Daniela…
—No me mires así y asúmelo. Tú y yo no somos nada.
Furioso fue a contestar cuando ella, dándose la vuelta, se despidió a la
francesa.
—Pásalo bien, Rubén.
Él apretó los puños, aquello estaba llegando a unos extremos que
detestaba, se le estaba yendo de las manos. Nunca ninguna mujer le había
tratado así. No estaba dispuesto a demostrarle nada más, así que se dio la
vuelta y continuó charlando con la rubia. Aunque ya nada volvió a ser
divertido esa noche.
En esos días la joven había tenido otra reunión con los asistentes
sociales y todo parecía ir por buen camino. Eso era lo que a ella la llenaba
de positividad, necesitaba sentir que algo en su vida iba bien.
Con el paso de los días, Rubén volvió a salir en la prensa del corazón. El
toro español, como lo llamaba la prensa italiana, había regresado. Leer las
noticias de sus amoríos, hacía añicos el corazón de Daniela pero ella se
mostraba impasible, asumía lo que iba pasando sin más.
Al final de uno de los entrenamientos, el míster dijo al pasar junto a
Rubén:
—Me alegra ver que vuelves a tu vida de antaño.
Rubén lo miró malhumorado; había captado su indirecta.
—Yo también me alegro.
Después de días sin verse ni comunicarse, Rubén la llamó por teléfono,
necesitaba escucharla y se sorprendió cuando ella se ofreció a ir a su casa.
Necesitaba verle también y quería comentarle que el asunto de la adopción
estaba en su recta final y todo apuntaba que acabaría muy bien para ella.
Pero como ocurría en la mayoría de las ocasiones, nada más entrar por la
puerta y mirarse a los ojos, se lanzaron uno a los brazos del otro y la pasión
les enloqueció. Se necesitaban más de lo que ambos estaban dipuestos a
admitir.
Un par de horas después, tras haber hecho el amor en repetidas
ocasiones, mientras él se duchaba y ella preparaba algo de cena, sonó el
teléfono. Al tercer tono, saltó el contestador automático, y una mujer
empezó a hablar:
«Ciao, amoreee! Como te dije hace dos días, mañana llegaré al
aeropuerto sobre las nueve. Llevo caliente varios días pensando en nuestra
cita. Me muero por verte. Llevo tanto tiempo sin saber de ti. Un beso
amore
Escuchó aquel mensaje helada y el estómago se le contrajo. Molesta,
clavó el cuchillo que tenía en las manos en la tabla justo cuando él dijo:
—Dani…
Mirándole con frialdad, respondió:
—Déjalo, Rubén, mejor no digas nada que pueda empeorar las cosas.
—¿Ah, sí…? —respondió al ver su reacción—. ¿Acaso te importa con
quien salga yo?
Ella no respondió y él, dispuesto a conseguir una contestación, insistió:
—Todo esto lo estás provocando tú; tú eres la que ha puesto tierra entre
los dos, tú eres la que prefiere salir con otros a quedar conmigo, ¿o acaso
me vas a decir que es mentira?
—Rubén, déjalo.
La miró ofuscado.
—El otro día… ¿qué hacías con Enzo? Tú misma me dijiste que siempre
que os veíais acababais en la cama, ¿fue así como terminasteis?
Enfadada con la situación que ella había provocado le miró y
contraatacó:
—¿Acaso tú no terminaste en la cama con la rubia que te acompañaba?
Se lavó las manos con furia y, cuando se las secó, se le quedó mirando
con una sensación entre la pena y la rabia, y él gritó:
—Creía que estábamos bien, creía que lo nuestro era especial; tú me
importas, me importas mucho, pero creo que yo a ti no te importo nada o
no harías ninguna de las cosas que estás haciendo.
—Que yo sepa tú también sales con tus amigas, ¿te he reprochado yo
algo?
—No.
—Entonces ¿a qué viene que me pidas explicaciones? —Él no supo qué
decir, estaba agobiado. La quería solo para él y antes de que pudiera
contestar, ella cambió su gesto y susurró mirándole—: Lo siento, Rubén.
Al escuchar ese mensaje salió mi parte terrenal. Te pido perdón, no soy
nadie para ponerme así.
—Dani… —murmuró desesperado.
Asustada por lo que vio en sus ojos y antes de que pudiera decir nada
más, ella se abalanzó sobre él y lo besó. Pasmado por aquel arranque, la
cogió entre sus brazos pero antes de que pudiera decir nada, ella le miró y
dijo:—
No digas más, llévame a la cama y hazme el amor.
Dicho y hecho. Él hizo lo que ella pedía y Daniela, sin querer hablar ni
un segundo más sobre lo ocurrido, le dejó hacer y le hizo; disfrutó y le hizo
disfrutar. La pasión entre los dos era increíble y el morbo que había en sus
miradas y sus caricias les volvía locos. Se necesitaban, se gustaban y se
amaban.
A las cinco de la madrugada, se despertó sobresaltada por los calambres
y, al ver a Rubén durmiendo a su lado, sonrió y le observó. Durante más de
veinte minutos se dedicó a observarle sin tocarle, hasta que finalmente se
levantó de la cama, entró en el baño y, mirándose al espejo, la asaltó una
pregunta: ¿qué estoy haciendo?
Sin más, cerró los ojos, se sentó en el suelo del baño y lloró. Debía ser
fuerte y acabar con aquello de una vez por todas. Una hora más tarde, sin
hacer ruido para no despertar a Rubén se vistió silenciosamente y, cuando
estaba en el salón poniéndose las botas, se asustó al oír su voz.
—¿Te vas? —Daniela no pudo responder ni mirarle y él insistió—: ¿Te
ibas sin despedirte? ¿A esto hemos llegado?
La carne se le puso de gallina, lo que menos le apetecía era decirle adiós
y sabía que una vez saliera por aquella puerta, nada volvería a ser como
antes; él retomaría su vida y ella, la suya.
—Estabas dormido y no quería despertarte —le contestó girándose, para
verle, y que él viera que ella sonreía.
Durante unos segundos se miraron a los ojos hasta que él finalmente
dijo:—
Escucha Dani, lo de Gina no es nada. Si te vas por la llamada quiero
que sepas que…
—No me voy por eso, Rubén. Me voy porque creo que esto no debe de
continuar.
Se quedó pasmado por aquella respuesta, se le acercó y le dijo
intentando que ella le mirase.
—¿Pero de qué estás hablando? —Y al ver que ella no respondía, añadió
—: Tú me gustas y yo sé que te gusto, ¿por qué no podemos seguir como
hasta ahora?
—Porque no, Rubén…
—Esa contestación no me vale
—Pues no te voy a dar otra.
—¿Por qué te alejas de mí? ¿Por qué no quieres que lo nuestro continúe?
—Ella no respondió y el prosiguió—. De un tiempo a esta parte no paras de
hacerme desplantes, de salir con otros y de pasar de mí, ¿qué te ocurre?
¿qué hice mal?
—Nada —respondió sintiéndose como una bruja—. Es solo que quiero
recuperar mi vida.
—¿Recuperar tu vida?
—Sí.
—Pero Daniela, ¿todavía no te has dado cuenta de lo que significas para
mí? Fue a cogerla del brazo y ella se zafó con furia del contacto, Rubén supo
entonces que estaba todo perdido, sin tocarla, le preguntó:
—Entonces, ¿todo se acabó?
—Sí.
—¿Para siempre?
Se les puso la carne de gallina a ambos, pero ella respondió fingiendo
frialdad:
—Rubén, podemos seguir siendo amigos, pero…
—Siento demasiado por ti para ser tu amigo, Daniela. Contigo soy muy
terrenal, ¿ya lo has olvidado?
Ella no contestó, tenía ganas de llorar y él notaría que se le quebraba la
voz.—
Eres especial para mí. Por ti he cambiado, por ti haría cualquier cosa,
¿por qué no lo valoras?
Con el corazón roto de dolor, tomó aire para acabar con la conversación.
—Yo no siento lo que tú, para mí solo eres uno más.
Rubén la miró hundido, aquella frase era la última que quería escuchar.
En sus ojos se veía la desesperación por perder a alguien tremendamente
especial, cuando ella añadió:
—Creo que llegó el momento de continuar con nuestras vidas. Tú tienes
a tus bellas y yo…
—Y tú tienes a Enzo y tus amigos, ¿verdad?
Tras pestañear, asintió y pudo ver que la mandíbula de él se tensaba;
quiso correr a sus brazos y contarle la auténtica razón de sus miedos, sabía
que no estaba siendo justa con él.
—¿Te importa que visite a Suhaila e Israel? —preguntó furioso.
—Por supuesto que no me importa, sé que a ellos les encantará.
Rubén asintió, y con el gesto marmóreo siseó:
—Muy bien, si todo se ha terminado entre nosotros, sal de mi casa y no
vuelvas.
A Daniela se le clavó en el corazón su rabia, su furia, la dureza de su
mirada… Pero era lo que necesitaba para que todo acabara. Por ello,
terminó de calzarse las botas y mirándole dijo:
—Me ha encantado conocerte.
Él no respondió y ella, tras acariciar la cabeza de la perra, se marchó.
Desde el interior de la casa, Rubén observó que ella se metió en el coche y,
sin dudarlo, apretó el botón del mando para que la cancela de fuera se
abriera y ella se marchara. Una vez la puerta de la entrada a la finca se
cerró, tiró furioso el mando contra el sofá y se maldijo: ¿qué iba a hacer
sin Daniela?
Los días pasaron. Ni él se puso en contacto con ella, ni ella con él. Su
relación había terminado y ambos lo habían asumido. Antonella era la
única persona a la que Daniela permitía que viera su vulnerabilidad y su
dolor. Ante sus padres disimulaba, no quería que su padre viera que estaba
mal y lo pagara con Rubén.
Comenzó el mes de mayo y se reincorporó al trabajo en el hospital. En
ese tiempo sabía que Rubén había reanudado su vida por lo que leía sobre
él en los periódicos: sus salidas nocturnas eran el tema preferido de las
revistas del corazón, junto a sus goles; la prensa también se había hecho
eco de su cambio de actitud, el futbolista se mostraba malhumorado y
agresivo desde su regreso.
Rubén seguía en contacto con Israel y Suhaila, los llamaba a menudo e
intentaba visitarlos siempre que ella no estaba, la rehuía.
Llegó junio y Daniela volvió a inquietarse. Tocaba nueva revisión, cada
vez que se acercaba la fecha el mundo se le venía encima, la positividad
desaparecía y los nervios la carcomían por dentro.
Llamó a la clínica, pidió cita y cuando colgó, ya se empezó a agobiar.
Odiaba hacerse esas pruebas. Dos días después, habló con el personal del
hospital y pidió vacaciones. Necesitaba tiempo para tranquilizarse.
Esa tarde, en La casa della nonna, Suhaila tenía fiebre. La pequeña tosía
y Daniela había acudido para estar presente cuando el pediatra fuera a
visitarla. El médico, tras reconocer a la pequeña, miró con cariño a Daniela
e Israel y les indicó el tratamiento.
—Antibióticos y mimos y esta preciosidad se recuperará en unos días.
Israel sonrió y Daniela mirándole le ordenó:
—Venga, a la cama, que mañana hay instituto.
El crío asintió y, tras despedirse con un beso de su hermana y de
Daniela, se marchó a dormir.
Una hora después, cuando la pequeña se quedó dormida, la joven decidió
regresar a su casa, tenía que cambiarse de ropa, cenaba con Enzo.
—¿Dónde iréis? —preguntó Antonella.
—No lo sé, Enzo quedó en enviarme la dirección al móvil.
Cogió el bolso, miró a su amiga y le indicó:
—Si a Suhaila le sube la fiebre, llámame, ¿de acuerdo?
—No te preocupes, lo haré.
Ambas sonrieron y Antonella quiso saber el porqué de su gesto triste.
—¿Sigues pensando en Rubén?
Daniela, encogiéndose de hombros, asintió y su amiga añadió:
—¿Estás bien, Dani? Esta vez has adelgazado más que nunca.
—Lo sé, me imagino que será la tensión de todo. —Sonrió como pudo
—. Pero tranquila, ya sabes que pronto mi trasero volverá a ser el que era.
Rieron y Daniela salió por la puerta sin querer darle más vueltas. Estaba
inmersa en sus pensamientos cuando, al llegar al callejón donde había
aparcado su coche, escuchó una voz a su espalda.
—Princesita mala leche, ¿cómo estás?
Al volverse, se sorprendió al encontrarse con Luppo y dos de sus
muchachos. Sin cambiar su gesto, sin ningún miedo le preguntó:
—¿Qué haces tú aquí? Creí haberte dejado clarito que…
No pudo continuar, aquel delincuente le dio un empujón que la arrojó
contra la parte frontal de su coche y echándose literalmente sobre ella,
siseó en su cara:
—Tú y yo tenemos algo que aclarar.
—¡Suéltame! —voceó al sentirse aprisionada.
Luppo, divertido, apretó su pelvis contra la de ella y acercando
peligrosamente su boca a la de la joven, susurró poniéndole una navaja en
la cintura.
—Eres suave y quiero divertirme.
—Como no me sueltes… —le cortó Daniela furiosa—, te juro que lo vas
a lamentar.
Sin ninguna intención de hacer lo que ella pedía, él paseó la navaja por
la cintura de Daniela. Lentamente, la subió por su abdomen, continuó hasta
su pecho, hasta llegar a su garganta, quería intimidarla
—Escúchame, princesita, si vuelves a enviarme a la policía quien lo va a
lamentar vas a ser tú, por tu culpa estoy teniendo muchos problemas y…
Le escuchó horrorizada por no poder moverse. Ella no había enviado a la
policía contra él, como pudo, le ordenó furiosa.
—¡Suéltame, joder!
Los muchachos que acompañaban al tal Luppo miraban con
incomodidad hacia los lados, vigilantes, mientras él seguía hablando y
aprisionándola.
—Princesita mala leche, no te metas donde no te tienes que meter o esta
vez lo que arderá no será tu coche, ¿entendido?
En ese instante, la puerta de La casa della nonna se abrió de par en par.
Antonella, la nonna e Israel corrían hacia ellos.
—¡Aléjate de Daniela! —gritó Antonella.
Luppo soltó a la joven y se guardó la navaja en el bolsillo. Ella, al verse
liberada, ni corta ni perezosa, empujó a Luppo y gritó fuera de sí:
—Fuera de mi vista, imbécil. Y para que lo sepas, yo no he llamado a la
policía. ¿Qué pasa? ¿Soy yo tu única enemiga?
—¡Sinvergüenza! ¿Qué le hacías a la chica? —voceó la nonna.
Israel, fuera de sí llegó hasta Luppo, le empujó y señalándole gritó:
—¡Aléjate de ella!
Cuando Luppo y sus compinches se marcharón. La nonna, asustada se
acercó más a Daniela.
—¿Estás bien, cariño?
La respiración de la joven volvía a ser normal y, a pesar del susto que
esos tarados le habían dado, no quiso preocupar más a la anciana,
acariciando la cara de Israel, murmuró:
—Tranquilos, estoy bien… estoy bien.
Cuando les vio más calmados, Daniela se montó en el coche, ante la
atenta mirada de los tres, y se fue a casa, todo lo tranquila que pudo. Tenía
una cita, quería olvidarse de aquel susto y pasarlo bien.
Una hora después, cuando le llegó en un mensaje la dirección del
restaurante, Daniela salió para allá. Al llegar, el aparcacoches corrió a
hacerse cargo del automóvil. El susto por el encontronazo con el
indeseable de Luppo ya había pasado y entró en el local pisando fuerte.
Preguntó por la mesa reservada por Enzo Pascuale y el maître la
acompañó, pero en el trayecto, se quedó sin habla cuando se encontró con
los ojos sorprendidos de Rubén, que cenaba con una risueña morena.
Estaba guapísimo con aquel traje oscuro.
La boca se le resecó, sus piernas parecían de chicle pero aun así,
continuó caminando. Iba a detenerse para saludarle, pero al ver que él
retiraba la mirada, como si no la conociera, continuó su camino sin mirar
atrás. Eso le partió el corazón. Él finalmente se había desligado de ella.
—Estás bellísima, Daniela —dijo Enzo levantándose cuando por fin
Daniela llegó a la mesa en la que él la esperaba.
—Gracias —respondió sentándose.
Pero la cena fue un desastre, saber que a pocos metros de ella estaba
Rubén con otra mujer le cerró el estómago y las ganas de pasarlo bien. E
incapaz de mentirle a Enzo, finalmente, cuando acabaron, le dijo que no se
encontraba bien y que se tenía que marchar. Enzo, sin pedirle más
explicación, la acompañó hasta el coche y, al salir del restaurante, Daniela
se fijó en que Rubén y su acompañante ya no estaban allí.
Después de despedirse de Enzo, se metió en su coche y llegó a su casa.
Cuando entró, se quitó los tacones y caminó directa a la cocina, allí se
preparó una tila. Estaba demasiado nerviosa, ver a Rubén tan cerca después
de tanto tiempo la había alterado.
Con la tila en la mano, caminó hasta el salón y, cuando iba a sentarse,
sonó el timbre de la puerta. Sorprendida, se miró el reloj, eran las once y
veinte de la noche. Descolgó el teléfono del portero automático extrañada.
—¿Sí?
—Soy Rubén, abre.
La rotundidad en su voz le puso la carne de gallina y, sin saber porqué
hizo lo que él le pedía. Histérica, se tocó la cara. Rubén estaba allí. Dos
minutos después, abrió la puerta de su casa y se topó con él y con su
enfurecido semblante.
—¿Qué ocurre? —preguntó ella intentando mantener la calma.
—Tengo que hablar contigo.
—Pasa, por favor.
Una vez cerró la puerta, sin quitarle los ojos de encima, la abordó:
—¿Por qué no me lo habías dicho?
La carne se le puso de gallina y la boca se le secó, cuando él añadió:
—¿Te parece bien que tenga que enterarme de algo así por otras
personas?
Sin saber bien a lo que se refería, le preguntó:
—¿De qué estás hablando? —Molesto, dio un paso hacia ella.
—Si lo dices por Suhaila, ella está bien.
Confundido, le preguntó:
—¿Qué le ocurre a Suhaila?
Más confundida, respondió:
—Lleva un par de días con fiebre, pero el pediatra ha dicho que no nos
preocupemos, que los antibióticos y los mimos lo curan todo.
Rubén asintió, deseaba acercarse a ella, deseaba besarla, la necesitaba,
pero sin cambiar su gesto duro, insistió:
—Sabes perfectamente que no me refiero a eso, ¿verdad?
Temblores es lo que le entraron al imaginar a qué se refería.
—Rubén… no creo que…
—No, Daniela, no creas y respóndeme.
Horrorizada por el giro que estaba dando la conversación, tragó saliva.
¿Por qué se había enterado Rubén de su secreto? ¿Quién se lo había dicho?
—Vale, asumo que tenía que haber sido yo quien te lo dijera.
—Oh, por supuesto que debías haber sido tú, ¿cómo te crees que me he
quedado cuando me lo han contado? ¡Por Dios, Daniela! ¿Te has vuelto
loca?
—Escucha, por favor… Si no te lo he comentado era porque nunca quise
que lo nuestro fuera algo más que sexo. No suelo ir contándole mis penas
a…
—¿Tus penas?
Enfadada por cómo la miraba, gritó:
—No cuento mis penas a todos los tipos con los que me acuesto
porque… Porque ¡no quiero! No me da la gana.
—¿He sido un tipo más de esos?
Tras una más que significativa mirada, ella susurró:
—No… pero creo que…
—Vale… —la cortó furioso—. No me interesa. Ahora cuéntame lo que
he venido a saber.
Ella respiró hondo, para ganar algo de tiempo, se sentó en el sofá y
empezó a hablar:
—No sé por dónde empezar. —Intentó bromear y, al ver que él no
sonreía, al final dijo —: Como bien dijiste una vez, no soy una mujer
técnicamente perfecta, pero el tiempo que he estado contigo he intentado
creérmelo porque me hacía feliz. Cuando era pequeña, siempre fui una niña
enfermiza. Los médicos decían que tenía migrañas, dormía mal, vomitaba,
me caía constantemente y por eso las familias que supuestamente nos
querían adoptar, siempre nos acababan devolviendo a mi hermano y a mí al
centro de acogida. Yo era una monada de niña, pero una monada enfermiza
que ocasionaba demasiados quebraderos de cabeza. Un día, caminaba con
mi hermano por la calle, me caí y comencé a convulsionar. Me pasó
delante de un hombre, una mujer y una niña, que me atendieron de
inmediato, nos llevaron al hospital y, tras varias pruebas, los médicos
diagnosticaron que yo no tenía migrañas, el diagnóstico es que padecía un
tumor cerebral. —Y tocándose el cuero cabelludo, añadió—: A eso se debe
la cicatriz de mi cabeza.
Rubén no pestañeaba, y ella prosiguió:
—La providencia hizo que esas personas que nos ayudaron fueran papá,
mamá y Janet. Me operaron de urgencia. Ellos, al conocer nuestra
situación, cargaron con los gastos y ya nunca se separaron de nosotros. —
Ella sonrió, pero Rubén no, así que decidió continuar. Cogió la fotografía
en la que tenía el pelo azul y prosiguió—. Cuando tenía veinte años, me
diagnosticaron cáncer de mama. Este pelo azul, no es mi pelo. Lo perdí
todo con la quimioterapia y mi hermana me compró esta peluca azul para
que no me sintiera mal cuando me mirase en el espejo. Por eso mi padre y
mi hermano me llaman Pitufa… —Sonrió mientras la cara de Rubén se
descomponía por momentos—. Fue duro enfrentarme a lo que me pasaba,
pero gracias a mi familia, lo superé. El pelo creció, todo pasó y continué
con mi vida. Pero cuando creía que nada peor podría pasar, mi hermana
Janet murió en un accidente de tráfico y eso me hundió. Dos años después,
decidí trasladarme a Milán para intentar salir del foso oscuro donde estaba.
Comencé una nueva vida, conocí a Enzo y cuando todo volvía a ir bien, en
una de mis revisiones me volvieron a diagnosticar cáncer. Yupi… Yupi…
Hey… —se mofó con amargura—. Mi pesadilla volvía a estar presente,
pero lo volví a superar porque me negué a dejarme vencer por la pena, la
rabia y el puñetero cáncer. Pero aún habiéndolo superado, no puedo
olvidarlo, porque cada seis meses tengo que pasar por el oncólogo para
hacerme revisiones. Reconozco que eso me mata, me angustia y, a pesar de
lo positiva que soy, en ocasiones, esas puñeteras revisiones me
descontrolan.
Los ojos de Rubén, fijos en ella, la angustiaban, pero aun así continuó:
—Te mentí, o mejor dicho, te oculté algo. Tomo cada mañana una
pastilla de Tamoxifeno para controlar mis estrógenos y por eso, muchas
veces, me duele la cabeza, me dan calambres en las piernas, me acaloro o
simplemente me encuentro mal o vomito. Ocurre poco, pero ocurre. Y tras
lo que te he contado imagino que ahora entenderás perfectamente las
palabras de mi padre, ¿verdad? —Rubén asintió—. Por norma, no permito
que mis relaciones duren más de uno o dos meses. Desde hace años mi vida
es un caos emocional por mis visitas al oncólogo y la angustia que me
ocasiona el que puedan volver a decirme lo que no quiero oír. Cuando te
conocí, nunca imaginé que lo nuestro pudiera ser algo más que un simple
rollo. Tú, un futbolista mujeriego, la pasión de todas las italianas, de
pronto estabas ante mí, y decidí darme un lujo para el cuerpo… pero…
pero todo se fue liando, tú resultaste ser un tío estupendo al que le gustan
los niños, pasear por el campo, disfrutar de una peli con palomitas en casa
y… —La emoción la pudo, pero tragándose lo que sentía, continuó—: Y…
me enamoré de ti. Pero no estaba siendo justa contigo, porque yo nunca iba
a poder darte lo que tú querías y sobre todo te estaba engañando, al no
explicarte lo que te estoy contando ahora. Todo el mundo, incluida Malena,
me dijo que fuera sincera contigo…
—¿Mi hermana? —susurró alucinado.
Daniela asintió y, tras un suspiro, añadió:
—Tu hermana vio mis pastillas de Tamoxifeno en mi neceser y ella…
—¿Malena lo sabía?
—Sí, pero no te enfades con ella, por favor. Malena se molestó conmigo
cuando le confesé que tú no sabías nada, pero le rogué que no te lo contara
porque sabía que lo nuestro, en cuanto regresáramos a Milán, se acabaría.
—¿Por qué estabas tan segura de que se iba a acabar?
—Porque lo había planeado.
El modo en que él la miraba, la ponía muy tensa.
—Además, yo sabía que en cuanto comenzaras con tu vida y tus rutinas,
todo cambiaría, porque yo no me iba a interponer en tu camino. Nunca te
he reprochado nada, ni siquiera la noche de tu debut después de la lesión,
en el me dedicaste el gol. Esa noche te esperé Rubén… te esperé durante
más de tres horas, pero tú no apareciste.
—Me mentiste —reprochó.
—Lo sé… pero yo…
—Me dijiste que no me esperaste esa noche.
—Lo sé, no quería que te sintieras mal, y te mentí, pero la verdad es que
preferiste celebrar ese triunfo con tus compañeros a estar conmigo y yo
simplemente lo asumí. Y lo asumí porque mi vida es así, Rubén. Tengo
miedo de querer y no ser correspondida, ¿no lo entiendes?
Totalmente bloqueado por aquello, Rubén la miró. Apenas se había
movido desde que ella había comenzado a hablar.
—Entiendo que estés molesto conmigo, lo entiendo… No debí mentirte,
ni omitirte ciertas cosas, pero quiero que entiendas que no le voy diciendo
a los tíos con los que tengo un rollo circunstancial que mi cuerpo es una
bomba de relojería y que, cualquier día, la cuenta regresiva de mis días
puede comenzar.
El rostro marmóreo de Rubén la observaba sin mover un solo músculo.
Aquella mirada era la que nunca había querido ver en él.
—Has sido alguien muy especial para mí, contigo he sido muy feliz,
contigo he sido yo misma no un mes ni dos, sino casi cinco y eso es mucho
más de lo que he tenido en mucho tiempo. Eres un hombre maravilloso,
estoy segura que el día que encuentres a tu media naranja serás plenamente
feliz con ella y con los hijos que tengáis. —Rubén la miró sobrecogido,
cuando ella añadió—: La razón por la que no te hablé del cáncer era porque
no quería que cuando lo supieras me miraras con el mismo gesto de pena
con el que a veces miras a Suhaila, que para mi desgracia, es justamente
con el que me estás mirando ahora mismo.
Rubén se llevó las manos a los pómulos y se los tocó, se pellizcó la cara,
estaba estupefacto, cuando ella suplicó:
—Di algo por favor, he hablado y hablado y tú no dices nada. Deja de
mirarme con ese gesto y di lo que piensas.
El futbolista, sin poder apartar la mirada de la joven que lo traía de
cabeza, cerró los ojos. Lo que acababa de oír le había descuadrado su vida
por completo, pero mirándola susurró:
—Yo venía para saber si estabas bien, Israel me llamó para comentarme
el incidente con Luppo al salir de La casa della nonna. No… desde luego
no estaba preparado para escuchar lo que he escuchado.
Al oírle, Daniela cerró los ojos y maldijo:
—Vete Rubén, ahora que has visto que estoy bien y sabes toda la verdad
sobre mí, vete.
Sin moverse de su sitio, él empezó a hablar cuando ella, levantando la
voz, insistió:
—Quiero que te vayas. ¡Fuera!
Rubén, totalmente descentrado, se dio la vuelta y salió de la casa sin
decir nada. Eso la destrozó.

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