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¡Ni lo sueñes! - Megan Maxwell Cap.26


La boda de Olivia fue preciosa. La novia estaba muy guapa, sus padres,
muy emocionados y sus hermanos, felices. Nadie presentó a Daniela como
la acompañante de Rubén, iba en todo momento acompañada por Malena,
que la presentaba como una amiga.
Durante el banquete, Daniela se sentó entre Malena y Rubén, que, sin
poder reprimir la necesidad de tener contacto con ella, ponía su mano en el
muslo de ella por debajo de la mesa en más de una ocasión. Al notarle, ella
se movía y él, quitaba la mano, aunque, de manera casi inconsciente, a la
mínima de cambio, volvía a buscar el contacto. No le hizo mucha gracia
verla bailar con los amigos de sus hermanas, pero dispuesto a que nadie la
pudiera relacionar directamente con él, prefirió morderse la lengua y
aguantar.
Malena, consciente de las ganas que su hermano tenía por acercarse a la
joven, propiciaba encuentros entre ellos siempre que podía y ellos los
aprovechaban al máximo. Incluso bailaron un par de piezas bajo la atenta
mirada de cientos de ojos: todo lo que hacía Rubén allí era observado con
lupa y eso le cabreaba cada segundo más y más.
Cuando por fin terminó la boda, y todos regresaron a su casa, él se negó
a ir a bailar con los novios, estaba saturado de ser el centro de atención en
todo momento. Malena tampoco se apuntó y así pudo evitar que Daniela
tuviera que ir. Al final, los novios, sus amigos y los padres se marcharon a
una conocida sala de fiestas de Madrid a continuar con la juerga.
Una vez solos en la casa familiar, Rubén no se hizo esperar. Nada más
cerrar la puerta, cogió a Daniela entre sus brazos y la besó, le devoró los
labios con tal ansia que ella se sintió desfallecer.
—No veía el momento… —dijo mientras desabrochaba la cremallera
del vestido.
Besos y más besos regaron el cuerpo de la joven mientras, como un lobo
hambriento, la desnudaba deseoso de sexo. Cuando llegaron a la habitación
de Rubén, el cerró la puerta y la miró fijamente a los ojos.
—Te deseo.
Ella asintió y, sin hablar, acercó su boca a la de él y le hizo saber que era
mutuo. La ropa voló por la habitación hasta quedar desnudos sobre la
cama, excitada, Daniela se abrió de piernas y le tentó, deseosa de que la
poseyera. Rubén sonrió poniéndose un preservativo.
Sin hablar, se tumbó sobre ella haciéndola gemir. Su duro pene le
golpeaba entre las piernas y su ansia por ser penetrada creía más y más.
—Hazlo ya —susurró.
Rubén sonrió seductor y pasó delicadamente su dedo por la hendidura
húmeda de ella.
—¿Me deseas?
—Mucho.
Sin dejar de mirarla, metió uno de sus dedos en su interior, lo movió con
ímpetu e hizo que ella soltara un gemido.
—Bésame, cielo.
Hechizada por lo que decía, le obedeció. Un nuevo gemido salió de ella
cuando él introdujo dos dedos en su interior con brusquedad. Ansiosa de
sexo ella empezó a mover las caderas, en un movimiento semiconsciente,
pero a la vez armónico.
—Así… vamos… muévete —insistió Rubén.
Lo hizo sin ningún tipo de pudor, movió sus caderas con ímpetu de
adelante hacia atrás para tener más contacto con sus dedos, para que
entrasen más en ella, hasta que él los sacó y, con un rápido movimiento,
introdujo su pene de una estocada, que a ella le resultó del todo inesperada,
aunque la había estado pidiendo con sus caderas. Todo su cuerpo se arqueó,
y el eco de su alarido invadió la habitación.
De rodillas sobre la cama, como un Dios todopoderoso y omnipresente,
Rubén observaba a Daniela, desnuda ante él. La tomó por la cintura y se
volvió a hundir en su interior, ella jadeó y él repitió la maniobra. Una y
otra vez disfrutó de aquella lenta pero maravillosa agonía mientras ella se
abría pare recibirle. Agarró sus pequeños pechos que se movían al compás
de las embestidas, con sus dedos pellizcó los pezones y tiró de ellos justo
en el momento en que ella gritaba de nuevo y notaba cómo la humedad les
inundaba. Mirándola, disfrutó de su deleite mientras gozaba del suyo
propio y, cuando no pudo más, tras una certera embestida, se dejó caer
sobre ella y se corrió.
Pasados unos segundos, sin soltarla, rodó en la cama para no aplastarla y
la besó en la frente.
—Me moría por hacerte esto.
Al escucharle, le sonrió agotada, pero desafiante.
—Cuando te repongas, quiero repetir.
Rubén soltó una carcajada y se puso de nuevo sobre ella.
—Vaya… vaya… ¿te excitan las bodas?
Divertida, levantó la cabeza de la almohada, le besó y, cuando separó su
boca de la de él, susurró dispuesta a todo.
—Me excitas tú.
No hizo falta decir nada más, el morbo del momento, el saber que
estaban profanando la casa de sus padres, les hizo volver a hacer el amor
un par de veces más, hasta que, agotados, se quedaron profundamente
dormidos.
Cuando se despertaron, desnudos y abrazados, la luz del día entraba por
la ventana. Daniela se horrorizó al escuchar ruido en el exterior de la
habitación. Seguro que la madre de Rubén sabía que estaban juntos.
—Rubén… Rubén… despierta.
El futbolista, al escucharla, se despertó con brusquedad.
—¿Qué pasa?
—Nos hemos dormido y creo que tu madre sabe que estoy aquí.
Él respondió con una sonrisa, y se acercó a ella para abrazarla de nuevo,
para volver a la posición en la que habían dormido.
—Buenos días, preciosa.
—Pero… Rubén… tu madre…
Divertido por ver la inquietud en la cara de ella, le dio un beso en la
punta de la nariz para que se callara.
—Mi madre es mi madre, tú no te preocupes por nada.
—Pero tu madre dijo…
La besó con pasión para hacerla callar y cuando separó sus labios de los
de ella, añadió:
—Mi madre puede decir misa, tú y yo somos mayorcitos y estamos aquí,
juntos y en mi cama porque nos ha dado la gana, no te apures ni te agobies,
¿de acuerdo?
Aquella situación la hacía sentir fatal, súper incómoda. De repente,
sonaron unos golpes en la puerta que precedían a la voz de la madre del
futbolista.
—Chicos… vamos ¡arriba! Son las doce y veinte.
Rubén soltó una carcajada y Daniela se tapó la cara con la sabana.
Divertido al ver lo avergonzada que ella se sentía, la destapó de un tirón y,
antes de que pudiera pronunciar una palabra, la calló con un beso. Cuando
abandonó su boca, se dirigió a la mujer que esperaba al otro lado de la
puerta.
—Enseguida salimos, mamá.
Roja como un tomate se zafó de sus brazos y comenzó a recoger su ropa
tirada por el suelo.
—Dios, ¿cómo no me he dado cuenta de la hora?
El futbolista, levantándose desnudo, la cogió entre sus brazos.
—Dame un beso.
—Rubén, ¡suéltame! Tu madre… está…
—Dame un beso —repitió.
—¡Pero Rubénnn…!
—Hasta que no me des un beso y sonrías no te voy a soltar y vamos a
tardar más en salir. Así que ya sabes.
Sin tiempo que perder, Daniela le dio un beso y, cuando se separó de él,
murmuró con una fingida sonrisa.
—Ahora me vas a soltar.
Divertido por el apuro que veía en ella, caminó hasta la cama, la dejó
sobre ella y cuando ella iba a levantarse, él se lo impidió, sujetándola tan
fuerte por las muñecas que prácticamente la estaba aplastando contra el
colchón.
—Si no estuvieras tan tensa te haría ahora mismo el amor, pero creo que
no lo vas a disfrutar, ¿verdad? —Ella negó con la cabeza y, tras darle un
beso, la soltó y dijo—: Venga, vístete y corre a tu cuarto a cambiarte.
Como alma que lleva el diablo, ella se puso el vestido y abrió la puerta
cuidadosamente, cuando comprobó que no había nadie fuera, salió a toda
prisa y entró en la habitación de invitados, la que le había designado la
madre del futbolista. Una vez dentro, respiró aliviada y decidió ducharse;
debía darse prisa.
Tuvo que pasar el bochornoso momento de aparecer ante la madre
Rubén y darse cuenta de que la mujer estaba molesta, aunque un rato
después, todo estaba más tranquilo. A las dos de la tarde llegaron los recién
casados para comer en familia y, diez minutos después, apareció Malena.
—¿Todo bien por aquí? —preguntó.
Rubén sonrió y Daniela con disimulo le dio los pormenores.
—Perfecto, si omito que me quedé dormida en la cama de tu hermano y
que esta mañana tu madre nos ha pillado. ¡Madre mía, qué vergüenza!
Malena contuvo una risotada e imitó a su madre en voz baja.
—¡Por el amor de Dios, cuánta indecencia!
Durante la comida, Olivia charlaba con su madre loca de contenta. De
repente sonó el timbre de la puerta, dos minutos después todos miraban las
fotos de la boda junto con el fotógrafo que las había tomado. Daniela
observó las instantáneas con curiosidad, eran las típicas fotos de boda: la
novia con el padre, con la madre, con los hermanos… Sonrió al ver una en
la que se les veía a ella y a Rubén bailando. Por sus gestos parecían felices
y divertidos, la foto le gustó, así que sacó su móvil y le hizo una foto, era
un bonito recuerdo.
—Esta me la llevo yo para Milán —apostillo Rubén al ver que Daniela
la miraba.
—De eso nada —protestó Olivia—. Que te saquen una copia y te la
enviamos.
Rubén, acercándose a su hermanita, la besó en el cuello y le habló en un
tono meloso en que era difícil negarle algo.
—Oli… tú te vas de viaje de novios, ¿qué más te da no tener esta foto?,
sin embargo a mí me encantaría tenerla en Milán. Venga… sé buena con tu
hermano. Al fin y al cabo, es una foto en la que salimos Daniela y yo.
Al final se salió con la suya y, ante el gesto risueño de Daniela, se la
entregó.
—Guárdala, esta nos la llevamos nosotros.
—Dani, ¿dónde tienes la pulsera que te di la otra noche? —preguntó de
repente Malena
—Está en la habitación, dentro del bolso rojo que llevaba en la
despedida.
—¿Te importa si voy a buscarla? Es que no quiero que se me olvide.
—Para nada. Está en el bolsillo interior. Ah, el bolso está sobre la
mesilla.
Malena se levantó mientras todos seguían mirando las fotos de la boda,
y fue en busca de su pulsera. Al entrar en su antigua habitación sonrió al
ver lo ordenada que la tenía Daniela. Vio el bolso y fue directo hacia él. Lo
abrió, cogió la pulsera y, cuando iba a salir, vio un envase del perfume de
212 sexy de Carolina Herrera, dentro de un neceser abierto, ella había
usado esa colonia, se la acercó para inspirar el aroma; de inmediato, dejó el
bote donde estaba y es cuando se fijó en lo que había dentro del neceser. Se
quedó sin palabras cuando leyó en un envase de Tamoxifeno; bloqueada,
sacó el bote de pastillas del neceser, se lo acercó a la vista y lo volvió a
leer, se quedó perpleja al comprobar que, efectivamente, aquello era lo que
le había parecido en un principio. Rápidamente dejó el bote donde estaba y
salió de la habitación. Al llegar al salón, Daniela la miró, le enseñó la
pulsera, le guiñó un ojo y ambas sonrieron.
A las seis de la tarde, Rubén y sus padres fueron al aeropuerto para
despedir a Olivia y su marido que se marchaban de luna de miel a Cancún.
Malena y Daniela les esperaron en la casa familiar, viendo una película.
Malena, sin poder quitarse de la cabeza lo que había visto, seguía dándole
daba vueltas y más vueltas, hasta que no pudo más y apretó el stop.
—Daniela… sabes que te aprecio aunque acabemos de conocernos,
¿verdad?
Daniela, sorprendida por el tono de la hermana de Rubén, asintió.
—Quiero que sepas que…
—¿Qué ocurre? —preguntó inquieta, al ver que Malena se removía
incómoda en la silla—. ¿Pero qué te pasa?
Sin saber cómo afrontar la pregunta sin parecer una auténtica cotilla,
finalmente Malena dijo:
—¿Por qué tomas Tamoxifeno?
Como si le hubieran echado un jarro de agua fría, así fue como reaccionó
Daniela: ¿cómo podía ella saberlo?
—Al coger la pulsera —prosiguió Malena—, vi tu perfume, me acerqué
a él y, sin querer, vi las pastillas en tu neceser.
Pensó no contestar, pero no podía, la pregunta había sido clara y directa.
Malena sabía lo de su medicación y no podía mentirle. Durante unos
segundos, sintió como la boca se le secaba y comenzó a retorcerse las
manos. Malena, al ver su reacción, suspiró y, tocándole las manos, le
preguntó:
—¿Rubén lo sabe?
—No. Y… bueno… yo… yo… no…
Al ver el desconcierto de Daniela, la abrazó y, cuando notó la tensión
que atenazaba su cuerpo, sacó sus propias deducciones.
—Él no lo sabe y tú no piensas decírselo, ¿verdad? —Ella asintió y
Malena susurró—: ¡Dios…! ahora entiendo porque me dijiste que lo
vuestro duraría poco. Ay, ¡Dios míooo!… no puede ser… no puede ser…
Daniela se dio cuenta de la gravedad de lo que la hermana de Rubén
estaba interpretando, la miró y, zarandeándola, le aclaró:
—Oye… que no me muero… tranquilízate. Yo estoy bien.
—¿Me lo prometes?
—Sí… de verdad. Te lo prometo.
Malena respiró hondo para hacerse cargo de la nueva situación y
relajarse un poco, después del susto.
—Pues claro que estás bien, qué idiota soy, claro que lo estás.
—Tomo Tamoxifeno desde hace unos años. Me detectaron cáncer de
pecho en dos ocasiones, pero está superado y, hoy por hoy, estoy bien. Mi
última revisión fue perfectamente y… bueno y… y…
—¿Y por qué se lo ocultas a Rubén?
—No quiero asustarle, Malena.
—¿Asustarle? Pero cielo… si aquí la única que puede estar asustada eres
tú.
—La palabra «cáncer» le asusta. Y yo solo quiero que el tiempo que
estemos juntos, estemos bien.
—Pero él se merece saber la verdad, puede sentirse engañado…
—Sé que no estoy actuando bien, Malena y también sé que se lo tendría
que decir, pero nunca pensé que esto durara tanto tiempo y ahora… ahora
no sé qué hacer y…
—Se lo tienes que decir. Rubén lo entenderá.
—No.
—¿Cómo que no?
—No puedo Malena, lo nuestro se va a acabar cuando lleguemos a
Milán.
—Ni se te ocurra hacerlo Daniela, ni se te ocurra dejar a mi hermano por
una maldita enfermedad que no tienes —le ordenó molesta.
Desesperada, Daniela se levantó, abrió la ventana para que le diera un
poco el aire de la calle y murmuró con una media sonrisa.
—¿Sabes que a tu hermano le gustan las mujeres técnicamente
perfectas?
—Eso es una chorrada. Nadie es perfecto y…
—Pero le gustan así. Él es Rubén Ramos, uno de los más ligones de la
liga italiana de fútbol. Legiones de mujeres se mueren por estar con él, se
mueren incluso por hacerse una simple foto con él. Y sé que tarde o
temprano, en cuanto retome la actividad habitual con su equipo, lo nuestro
se terminará.
Malena, levantándose del sillón, se sentó más cerca de ella, a ver si así
se entendían mejor.
—Pero Daniela, ¿cómo puedes pensar así?
—Porque soy realista, Malena, sé que en el momento en que Rubén
comience a viajar y a estar con Jandro y el resto de los jugadores solteros
del Inter, todo va a cambiar y yo no voy a hacer nada para que no cambie.
Simplemente, dejaré que ocurra para que lo nuestro no sea traumático y…
—¿Y qué pasa contigo? ¿Acaso para ti no va a ser traumático? ¿Acaso tú
no le quieres?
Daniela sonrió y tomando las manos de aquella, le respondió abriéndole
su corazón, o eso pensaba ella que estaba haciendo.
—Lo mejor para él es no estar conmigo, Malena. Piénsalo con frialdad:
él es joven y vive la vida a tope, conmigo siempre estará limitado. Como le
digo siempre a Antonella, mi mejor amiga: «mi cuerpo es una bomba de
relojería que en cualquier momento puede comenzar la cuenta atrás» y
Rubén no se merece eso.
Lo que acababa de oír hizo que a Malena se le saltasen las lágrimas. La
tranquilidad y la sensatez con la que Daniela estaba afrontando algo tan
duro le ponían los pelos de punta. Quiso protestar pero no pudo, la angustia
que se había instalado en su interior solo la dejaba hipar.
—Vamos, vamos, no llores, por favor… Te pido que intentes entender lo
que te estoy diciendo. Rubén tiene un precioso futuro por delante y yo solo
tengo un presente, que se alarga o se acorta cada seis meses y… Yo no
tengo futuro más allá de la próxima revisión.
—¿Cómo puedes decir eso Daniela?
—Porque te estoy siendo totalmente sincera. Y quiero que Rubén sea
muy feliz con alguien que le de los hijos que él quiere tener.
—Pero…
Dispuesta a que Malena no desvelara su secreto, la tomó de las manos y
le suplicó:
—Por favor… por favor… prométeme que no le vas a decir nada. Si le
dices algo le vas a hacer daño y es lo último que ambas queremos,
¿verdad? —Malena asintió—. Déjame que disfrute a su lado del poco
tiempo que queda hasta que él comience a hacer su vida de nuevo. He
intentado dejarle, pero me ha sido imposible, porque pasábamos demasiado
tiempo juntos, pero sé que en unas semanas todo va a cambiar. Por favor,
Malena, permíteme ese tiempo y, por favor, nunca le comentes nada de
esta conversación.
Malena sollozó y Daniela, incapaz de no hacerlo, la siguió. Abrazadas,
se sentaron en el sillón e incapaces de hacer nada, lloraron. Cuando Rubén
regresó con sus padres tres horas después, las observó sorprendido. Ambas
tenían los ojos hinchados y, cuando la madre del futbolista le preguntó,
Daniela respondió con una de sus sonrisas.
—Es que hemos visto Ghost y… bueno… ya sabes, ¡somos de lágrima
fácil! Y la peli es de llorar y llorar.
—De mucho llorar —afirmó Malena que se levantó y se marchó a la
cocina.
Los padres del futbolista se miraron y, sorprendidos, siguieron a su hija
mayor, esa no era una reacción normal en ella. Al quedarse solos, Rubén se
acercó a Daniela y se sentó a su lado.
—Dime qué ha pasado aquí, no me creo que estéis así por una película.
Daniela, fabricando una de sus mejores sonrisas, le tocó el pelo.
—Vale, ha sido una tarde de confidencias; hemos hablado de mi
hermana Janet y ella me ha contado cómo se sintió tras su divorcio y tal.
Hemos llorado por cosas que nos duelen, pero, por favor, no digas nada,
¿vale?
Rubén, conmocionado por ver los enrojecidos ojos de Daniela, no quiso
preguntar más. Sabía cuánto le dolía hablar de su desaparecida hermana
Janet, pero lo que no entendía para nada eran las lágrimas de Malena, ella
nunca antes había llorado por su divorcio.
Al día siguiente, Rubén y Daniela regresaban a Milán. Malena y sus
padres fueron a despedirles y a nadie se le pasó por alto cómo su hermana
y Daniela cuchicheaban cómplices.
—Pienso ir a visitarte aunque no estés con mi hermano, ¿entendido?
—Y yo quiero que lo hagas. Te estaré esperando en mi casa.
Malena, mientras veía que su hermano abrazaba a su madre y que no
podía oírlas, volvió a la carga.
—Díselo, Daniela. Creo que mi hermano lo entenderá y…
—No, y por favor, no digas nada. Me has prometido guardarme el
secreto.
Tras unos segundos de silencio Daniela murmuró con los ojos vidriosos.
—Te espero en Milán, ¿vale?
—¿Otra vez vas a llorar? —le preguntó muy serio Rubén al acercarse,
observando a su hermana sin reconocerla.
Malena negó con la cabeza y su padre la abrazó por detrás, dándole un
beso en el pelo.
—Ni caso, hijo. Cuando no es una, es otra. El caso es que estoy rodeado
de lloronas.
—Papaaá —se quejó Malena al tiempo que sonreía.
Teresa, la madre de Rubén, acercándose a Daniela, la tomó de las manos
y tras abrazarla, le demostró cómo había encajado en la familia.
—Eres bienvenida a nuestra casa siempre que quieras, cariño. Y por
favor, cuida de mi príncipe en Milán, que tenga cuidado con su pierna y…
—Mamaaaá —protestó Rubén.
Daniela, con una encantadora sonrisa, ordenó callar al futbolista y
cuchicheó mirándola:
—Tranquila, Teresa. Le prometo que su príncipe estará muy bien
cuidado.
Tras una última ronda de besos y abrazos, el futbolista y Daniela pasaron
por el arco de seguridad del aeropuerto, él cogiéndole la mano con fuerza,
le dijo con cierto alivio:
—Volvemos a nuestras vidas.
Daniela asintió con una prefabricada sonrisa. Sin saber nada, él había
dado en el clavo, debían regresar a sus vidas.

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