La boda de Olivia fue preciosa. La novia estaba muy guapa, sus
padres,
muy emocionados y sus hermanos, felices. Nadie presentó a Daniela
como
la acompañante de Rubén, iba en todo momento acompañada por
Malena,
que la presentaba como una amiga.
Durante el banquete, Daniela se sentó entre Malena y Rubén, que,
sin
poder reprimir la necesidad de tener contacto con ella, ponía su
mano en el
muslo de ella por debajo de la mesa en más de una ocasión. Al
notarle, ella
se movía y él, quitaba la mano, aunque, de manera casi
inconsciente, a la
mínima de cambio, volvía a buscar el contacto. No le hizo mucha
gracia
verla bailar con los amigos de sus hermanas, pero dispuesto a que
nadie la
pudiera relacionar directamente con él, prefirió morderse la
lengua y
aguantar.
Malena, consciente de las ganas que su hermano tenía por acercarse
a la
joven, propiciaba encuentros entre ellos siempre que podía y ellos
los
aprovechaban al máximo. Incluso bailaron un par de piezas bajo la
atenta
mirada de cientos de ojos: todo lo que hacía Rubén allí era observado
con
lupa y eso le cabreaba cada segundo más y más.
Cuando por fin terminó la boda, y todos regresaron a su casa, él
se negó
a ir a bailar con los novios, estaba saturado de ser el centro de
atención en
todo momento. Malena tampoco se apuntó y así pudo evitar que
Daniela
tuviera que ir. Al final, los novios, sus amigos y los padres se
marcharon a
una conocida sala de fiestas de Madrid a continuar con la juerga.
Una vez solos en la casa familiar, Rubén no se hizo esperar. Nada
más
cerrar la puerta, cogió a Daniela entre sus brazos y la besó, le
devoró los
labios con tal ansia que ella se sintió desfallecer.
—No veía el momento… —dijo mientras desabrochaba la cremallera
del vestido.
Besos y más besos regaron el cuerpo de la joven mientras, como un
lobo
hambriento, la desnudaba deseoso de sexo. Cuando llegaron a la
habitación
de Rubén, el cerró la puerta y la miró fijamente a los ojos.
—Te deseo.
Ella asintió y, sin hablar, acercó su boca a la de él y le hizo
saber que era
mutuo. La ropa voló por la habitación hasta quedar desnudos sobre
la
cama, excitada, Daniela se abrió de piernas y le tentó, deseosa de
que la
poseyera. Rubén sonrió poniéndose un preservativo.
Sin hablar, se tumbó sobre ella haciéndola gemir. Su duro pene le
golpeaba entre las piernas y su ansia por ser penetrada creía más
y más.
—Hazlo ya —susurró.
Rubén sonrió seductor y pasó delicadamente su dedo por la
hendidura
húmeda de ella.
—¿Me deseas?
—Mucho.
Sin dejar de mirarla, metió uno de sus dedos en su interior, lo
movió con
ímpetu e hizo que ella soltara un gemido.
—Bésame, cielo.
Hechizada por lo que decía, le obedeció. Un nuevo gemido salió de
ella
cuando él introdujo dos dedos en su interior con brusquedad.
Ansiosa de
sexo ella empezó a mover las caderas, en un movimiento
semiconsciente,
pero a la vez armónico.
—Así… vamos… muévete —insistió Rubén.
Lo hizo sin ningún tipo de pudor, movió sus caderas con ímpetu de
adelante hacia atrás para tener más contacto con sus dedos, para
que
entrasen más en ella, hasta que él los sacó y, con un rápido
movimiento,
introdujo su pene de una estocada, que a ella le resultó del todo
inesperada,
aunque la había estado pidiendo con sus caderas. Todo su cuerpo se
arqueó,
y el eco de su alarido invadió la habitación.
De rodillas sobre la cama, como un Dios todopoderoso y
omnipresente,
Rubén observaba a Daniela, desnuda ante él. La tomó por la cintura
y se
volvió a hundir en su interior, ella jadeó y él repitió la
maniobra. Una y
otra vez disfrutó de aquella lenta pero maravillosa agonía
mientras ella se
abría pare recibirle. Agarró sus pequeños pechos que se movían al
compás
de las embestidas, con sus dedos pellizcó los pezones y tiró de
ellos justo
en el momento en que ella gritaba de nuevo y notaba cómo la
humedad les
inundaba. Mirándola, disfrutó de su deleite mientras gozaba del
suyo
propio y, cuando no pudo más, tras una certera embestida, se dejó
caer
sobre ella y se corrió.
Pasados unos segundos, sin soltarla, rodó en la cama para no
aplastarla y
la besó en la frente.
—Me moría por hacerte esto.
Al escucharle, le sonrió agotada, pero desafiante.
—Cuando te repongas, quiero repetir.
Rubén soltó una carcajada y se puso de nuevo sobre ella.
—Vaya… vaya… ¿te excitan las bodas?
Divertida, levantó la cabeza de la almohada, le besó y, cuando
separó su
boca de la de él, susurró dispuesta a todo.
—Me excitas tú.
No hizo falta decir nada más, el morbo del momento, el saber que
estaban profanando la casa de sus padres, les hizo volver a hacer
el amor
un par de veces más, hasta que, agotados, se quedaron profundamente
dormidos.
Cuando se despertaron, desnudos y abrazados, la luz del día
entraba por
la ventana. Daniela se horrorizó al escuchar ruido en el exterior
de la
habitación. Seguro que la madre de Rubén sabía que estaban juntos.
—Rubén… Rubén… despierta.
El futbolista, al escucharla, se despertó con brusquedad.
—¿Qué pasa?
—Nos hemos dormido y creo que tu madre sabe que estoy aquí.
Él respondió con una sonrisa, y se acercó a ella para abrazarla de
nuevo,
para volver a la posición en la que habían dormido.
—Buenos días, preciosa.
—Pero… Rubén… tu madre…
Divertido por ver la inquietud en la cara de ella, le dio un beso
en la
punta de la nariz para que se callara.
—Mi madre es mi madre, tú no te preocupes por nada.
—Pero tu madre dijo…
La besó con pasión para hacerla callar y cuando separó sus labios
de los
de ella, añadió:
—Mi madre puede decir misa, tú y yo somos mayorcitos y estamos
aquí,
juntos y en mi cama porque nos ha dado la gana, no te apures ni te
agobies,
¿de acuerdo?
Aquella situación la hacía sentir fatal, súper incómoda. De
repente,
sonaron unos golpes en la puerta que precedían a la voz de la
madre del
futbolista.
—Chicos… vamos ¡arriba! Son las doce y veinte.
Rubén soltó una carcajada y Daniela se tapó la cara con la sabana.
Divertido al ver lo avergonzada que ella se sentía, la destapó de
un tirón y,
antes de que pudiera pronunciar una palabra, la calló con un beso.
Cuando
abandonó su boca, se dirigió a la mujer que esperaba al otro lado
de la
puerta.
—Enseguida salimos, mamá.
Roja como un tomate se zafó de sus brazos y comenzó a recoger su
ropa
tirada por el suelo.
—Dios, ¿cómo no me he dado cuenta de la hora?
El futbolista, levantándose desnudo, la cogió entre sus brazos.
—Dame un beso.
—Rubén, ¡suéltame! Tu madre… está…
—Dame un beso —repitió.
—¡Pero Rubénnn…!
—Hasta que no me des un beso y sonrías no te voy a soltar y vamos
a
tardar más en salir. Así que ya sabes.
Sin tiempo que perder, Daniela le dio un beso y, cuando se separó
de él,
murmuró con una fingida sonrisa.
—Ahora me vas a soltar.
Divertido por el apuro que veía en ella, caminó hasta la cama, la
dejó
sobre ella y cuando ella iba a levantarse, él se lo impidió,
sujetándola tan
fuerte por las muñecas que prácticamente la estaba aplastando
contra el
colchón.
—Si no estuvieras tan tensa te haría ahora mismo el amor, pero
creo que
no lo vas a disfrutar, ¿verdad? —Ella negó con la cabeza y, tras
darle un
beso, la soltó y dijo—: Venga, vístete y corre a tu cuarto a
cambiarte.
Como alma que lleva el diablo, ella se puso el vestido y abrió la
puerta
cuidadosamente, cuando comprobó que no había nadie fuera, salió a
toda
prisa y entró en la habitación de invitados, la que le había
designado la
madre del futbolista. Una vez dentro, respiró aliviada y decidió
ducharse;
debía darse prisa.
Tuvo que pasar el bochornoso momento de aparecer ante la madre
Rubén y darse cuenta de que la mujer estaba molesta, aunque un
rato
después, todo estaba más tranquilo. A las dos de la tarde llegaron
los recién
casados para comer en familia y, diez minutos después, apareció
Malena.
—¿Todo bien por aquí? —preguntó.
Rubén sonrió y Daniela con disimulo le dio los pormenores.
—Perfecto, si omito que me quedé dormida en la cama de tu hermano
y
que esta mañana tu madre nos ha pillado. ¡Madre mía, qué
vergüenza!
Malena contuvo una risotada e imitó a su madre en voz baja.
—¡Por el amor de Dios, cuánta indecencia!
Durante la comida, Olivia charlaba con su madre loca de contenta.
De
repente sonó el timbre de la puerta, dos minutos después todos
miraban las
fotos de la boda junto con el fotógrafo que las había tomado.
Daniela
observó las instantáneas con curiosidad, eran las típicas fotos de
boda: la
novia con el padre, con la madre, con los hermanos… Sonrió al ver
una en
la que se les veía a ella y a Rubén bailando. Por sus gestos parecían
felices
y divertidos, la foto le gustó, así que sacó su móvil y le hizo
una foto, era
un bonito recuerdo.
—Esta me la llevo yo para Milán —apostillo Rubén al ver que
Daniela
la miraba.
—De eso nada —protestó Olivia—. Que te saquen una copia y te la
enviamos.
Rubén, acercándose a su hermanita, la besó en el cuello y le habló
en un
tono meloso en que era difícil negarle algo.
—Oli… tú te vas de viaje de novios, ¿qué más te da no tener esta
foto?,
sin embargo a mí me encantaría tenerla en Milán. Venga… sé buena
con tu
hermano. Al fin y al cabo, es una foto en la que salimos Daniela y
yo.
Al final se salió con la suya y, ante el gesto risueño de Daniela,
se la
entregó.
—Guárdala, esta nos la llevamos nosotros.
—Dani, ¿dónde tienes la pulsera que te di la otra noche? —preguntó
de
repente Malena
—Está en la habitación, dentro del bolso rojo que llevaba en la
despedida.
—¿Te importa si voy a buscarla? Es que no quiero que se me olvide.
—Para nada. Está en el bolsillo interior. Ah, el bolso está sobre
la
mesilla.
Malena se levantó mientras todos seguían mirando las fotos de la
boda,
y fue en busca de su pulsera. Al entrar en su antigua habitación
sonrió al
ver lo ordenada que la tenía Daniela. Vio el bolso y fue directo
hacia él. Lo
abrió, cogió la pulsera y, cuando iba a salir, vio un envase del
perfume de
212 sexy de Carolina Herrera, dentro de un neceser abierto, ella
había
usado esa colonia, se la acercó para inspirar el aroma; de
inmediato, dejó el
bote donde estaba y es cuando se fijó en lo que había dentro del
neceser. Se
quedó sin palabras cuando leyó en un envase de Tamoxifeno;
bloqueada,
sacó el bote de pastillas del neceser, se lo acercó a la vista y
lo volvió a
leer, se quedó perpleja al comprobar que, efectivamente, aquello
era lo que
le había parecido en un principio. Rápidamente dejó el bote donde
estaba y
salió de la habitación. Al llegar al salón, Daniela la miró, le
enseñó la
pulsera, le guiñó un ojo y ambas sonrieron.
A las seis de la tarde, Rubén y sus padres fueron al aeropuerto
para
despedir a Olivia y su marido que se marchaban de luna de miel a
Cancún.
Malena y Daniela les esperaron en la casa familiar, viendo una
película.
Malena, sin poder quitarse de la cabeza lo que había visto, seguía
dándole
daba vueltas y más vueltas, hasta que no pudo más y apretó el stop.
—Daniela… sabes que te aprecio aunque acabemos de conocernos,
¿verdad?
Daniela, sorprendida por el tono de la hermana de Rubén, asintió.
—Quiero que sepas que…
—¿Qué ocurre? —preguntó inquieta, al ver que Malena se removía
incómoda en la silla—. ¿Pero qué te pasa?
Sin saber cómo afrontar la pregunta sin parecer una auténtica
cotilla,
finalmente Malena dijo:
—¿Por qué tomas Tamoxifeno?
Como si le hubieran echado un jarro de agua fría, así fue como
reaccionó
Daniela: ¿cómo podía ella saberlo?
—Al coger la pulsera —prosiguió Malena—, vi tu perfume, me acerqué
a él y, sin querer, vi las pastillas en tu neceser.
Pensó no contestar, pero no podía, la pregunta había sido clara y
directa.
Malena sabía lo de su medicación y no podía mentirle. Durante unos
segundos, sintió como la boca se le secaba y comenzó a retorcerse
las
manos. Malena, al ver su reacción, suspiró y, tocándole las manos,
le
preguntó:
—¿Rubén lo sabe?
—No. Y… bueno… yo… yo… no…
Al ver el desconcierto de Daniela, la abrazó y, cuando notó la
tensión
que atenazaba su cuerpo, sacó sus propias deducciones.
—Él no lo sabe y tú no piensas decírselo, ¿verdad? —Ella asintió y
Malena susurró—: ¡Dios…! ahora entiendo porque me dijiste que lo
vuestro duraría poco. Ay, ¡Dios míooo!… no puede ser… no puede
ser…
Daniela se dio cuenta de la gravedad de lo que la hermana de Rubén
estaba interpretando, la miró y, zarandeándola, le aclaró:
—Oye… que no me muero… tranquilízate. Yo estoy bien.
—¿Me lo prometes?
—Sí… de verdad. Te lo prometo.
Malena respiró hondo para hacerse cargo de la nueva situación y
relajarse un poco, después del susto.
—Pues claro que estás bien, qué idiota soy, claro que lo estás.
—Tomo Tamoxifeno desde hace unos años. Me detectaron cáncer de
pecho en dos ocasiones, pero está superado y, hoy por hoy, estoy
bien. Mi
última revisión fue perfectamente y… bueno y… y…
—¿Y por qué se lo ocultas a Rubén?
—No quiero asustarle, Malena.
—¿Asustarle? Pero cielo… si aquí la única que puede estar asustada
eres
tú.
—La palabra «cáncer» le asusta. Y yo solo quiero que el tiempo que
estemos juntos, estemos bien.
—Pero él se merece saber la verdad, puede sentirse engañado…
—Sé que no estoy actuando bien, Malena y también sé que se lo
tendría
que decir, pero nunca pensé que esto durara tanto tiempo y ahora…
ahora
no sé qué hacer y…
—Se lo tienes que decir. Rubén lo entenderá.
—No.
—¿Cómo que no?
—No puedo Malena, lo nuestro se va a acabar cuando lleguemos a
Milán.
—Ni se te ocurra hacerlo Daniela, ni se te ocurra dejar a mi
hermano por
una maldita enfermedad que no tienes —le ordenó molesta.
Desesperada, Daniela se levantó, abrió la ventana para que le
diera un
poco el aire de la calle y murmuró con una media sonrisa.
—¿Sabes que a tu hermano le gustan las mujeres técnicamente
perfectas?
—Eso es una chorrada. Nadie es perfecto y…
—Pero le gustan así. Él es Rubén Ramos, uno de los más ligones de
la
liga italiana de fútbol. Legiones de mujeres se mueren por estar
con él, se
mueren incluso por hacerse una simple foto con él. Y sé que tarde
o
temprano, en cuanto retome la actividad habitual con su equipo, lo
nuestro
se terminará.
Malena, levantándose del sillón, se sentó más cerca de ella, a ver
si así
se entendían mejor.
—Pero Daniela, ¿cómo puedes pensar así?
—Porque soy realista, Malena, sé que en el momento en que Rubén
comience a viajar y a estar con Jandro y el resto de los jugadores
solteros
del Inter, todo va a cambiar y yo no voy a hacer nada para que no
cambie.
Simplemente, dejaré que ocurra para que lo nuestro no sea
traumático y…
—¿Y qué pasa contigo? ¿Acaso para ti no va a ser traumático?
¿Acaso tú
no le quieres?
Daniela sonrió y tomando las manos de aquella, le respondió
abriéndole
su corazón, o eso pensaba ella que estaba haciendo.
—Lo mejor para él es no estar conmigo, Malena. Piénsalo con
frialdad:
él es joven y vive la vida a tope, conmigo siempre estará
limitado. Como le
digo siempre a Antonella, mi mejor amiga: «mi cuerpo es una bomba
de
relojería que en cualquier momento puede comenzar la cuenta atrás»
y
Rubén no se merece eso.
Lo que acababa de oír hizo que a Malena se le saltasen las
lágrimas. La
tranquilidad y la sensatez con la que Daniela estaba afrontando
algo tan
duro le ponían los pelos de punta. Quiso protestar pero no pudo,
la angustia
que se había instalado en su interior solo la dejaba hipar.
—Vamos, vamos, no llores, por favor… Te pido que intentes entender
lo
que te estoy diciendo. Rubén tiene un precioso futuro por delante
y yo solo
tengo un presente, que se alarga o se acorta cada seis meses y… Yo
no
tengo futuro más allá de la próxima revisión.
—¿Cómo puedes decir eso Daniela?
—Porque te estoy siendo totalmente sincera. Y quiero que Rubén sea
muy feliz con alguien que le de los hijos que él quiere tener.
—Pero…
Dispuesta a que Malena no desvelara su secreto, la tomó de las
manos y
le suplicó:
—Por favor… por favor… prométeme que no le vas a decir nada. Si le
dices algo le vas a hacer daño y es lo último que ambas queremos,
¿verdad? —Malena asintió—. Déjame que disfrute a su lado del poco
tiempo que queda hasta que él comience a hacer su vida de nuevo.
He
intentado dejarle, pero me ha sido imposible, porque pasábamos
demasiado
tiempo juntos, pero sé que en unas semanas todo va a cambiar. Por
favor,
Malena, permíteme ese tiempo y, por favor, nunca le comentes nada
de
esta conversación.
Malena sollozó y Daniela, incapaz de no hacerlo, la siguió.
Abrazadas,
se sentaron en el sillón e incapaces de hacer nada, lloraron.
Cuando Rubén
regresó con sus padres tres horas después, las observó
sorprendido. Ambas
tenían los ojos hinchados y, cuando la madre del futbolista le
preguntó,
Daniela respondió con una de sus sonrisas.
—Es que hemos visto Ghost y… bueno… ya sabes, ¡somos de
lágrima
fácil! Y la peli es de llorar y llorar.
—De mucho llorar —afirmó Malena que se levantó y se marchó a la
cocina.
Los padres del futbolista se miraron y, sorprendidos, siguieron a
su hija
mayor, esa no era una reacción normal en ella. Al quedarse solos,
Rubén se
acercó a Daniela y se sentó a su lado.
—Dime qué ha pasado aquí, no me creo que estéis así por una
película.
Daniela, fabricando una de sus mejores sonrisas, le tocó el pelo.
—Vale, ha sido una tarde de confidencias; hemos hablado de mi
hermana Janet y ella me ha contado cómo se sintió tras su divorcio
y tal.
Hemos llorado por cosas que nos duelen, pero, por favor, no digas
nada,
¿vale?
Rubén, conmocionado por ver los enrojecidos ojos de Daniela, no
quiso
preguntar más. Sabía cuánto le dolía hablar de su desaparecida
hermana
Janet, pero lo que no entendía para nada eran las lágrimas de
Malena, ella
nunca antes había llorado por su divorcio.
Al día siguiente, Rubén y Daniela regresaban a Milán. Malena y sus
padres fueron a despedirles y a nadie se le pasó por alto cómo su
hermana
y Daniela cuchicheaban cómplices.
—Pienso ir a visitarte aunque no estés con mi hermano, ¿entendido?
—Y yo quiero que lo hagas. Te estaré esperando en mi casa.
Malena, mientras veía que su hermano abrazaba a su madre y que no
podía oírlas, volvió a la carga.
—Díselo, Daniela. Creo que mi hermano lo entenderá y…
—No, y por favor, no digas nada. Me has prometido guardarme el
secreto.
Tras unos segundos de silencio Daniela murmuró con los ojos
vidriosos.
—Te espero en Milán, ¿vale?
—¿Otra vez vas a llorar? —le preguntó muy serio Rubén al
acercarse,
observando a su hermana sin reconocerla.
Malena negó con la cabeza y su padre la abrazó por detrás, dándole
un
beso en el pelo.
—Ni caso, hijo. Cuando no es una, es otra. El caso es que estoy
rodeado
de lloronas.
—Papaaá —se quejó Malena al tiempo que sonreía.
Teresa, la madre de Rubén, acercándose a Daniela, la tomó de las
manos
y tras abrazarla, le demostró cómo había encajado en la familia.
—Eres bienvenida a nuestra casa siempre que quieras, cariño. Y por
favor, cuida de mi príncipe en Milán, que tenga cuidado con su
pierna y…
—Mamaaaá —protestó Rubén.
Daniela, con una encantadora sonrisa, ordenó callar al futbolista
y
cuchicheó mirándola:
—Tranquila, Teresa. Le prometo que su príncipe estará muy bien
cuidado.
Tras una última ronda de besos y abrazos, el futbolista y Daniela
pasaron
por el arco de seguridad del aeropuerto, él cogiéndole la mano con
fuerza,
le dijo con cierto alivio:
—Volvemos a nuestras vidas.
Daniela asintió con una prefabricada sonrisa. Sin saber nada, él
había
dado en el clavo, debían regresar a sus vidas.
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