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02 Obsesión - Mi Hombre Capítulo 27



Capítulo
27
—Jesse, relájate. Sólo se ha tomado tres copas de vino. No estaba borracha.
Mi mirada se ve atraída por una luz fluorescente y brillante que se
encuentra por todas partes. Me siento como si me hubiesen golpeado la
cabeza con una barra de hierro varias veces. ¿Dónde coño estoy? Cierro los
ojos de nuevo y levanto los brazos para apartarme un mechón de pelo que
me hace cosquillas en la mejilla. El suave contacto de mi mano sobre mi
cabeza me provoca agudas puñaladas en el cerebro.
—¿Ava? —dice con voz tranquila agarrándome las manos con fuerza
—. Ava, nena, abre los ojos.
Hago todo lo que puedo, pero me resulta tremendamente doloroso.
¡Joder! ¿Qué coño me pasa? ¿Tengo la peor resaca de mi vida? No
recuerdo haber bebido tanto.
—¡¿Quiere alguien contarme qué COÑO está pasando aquí?! —ruge.
Abro los ojos de nuevo y miro el extraño espacio que me rodea. Lo
único que me resulta familiar es esa voz iracunda que percibo
curiosamente reconfortante, aunque me está haciendo polvo la cabeza.
Levanto la mano y me agarro el cráneo dolorido.
—¿Ava, nena?
Entorno los ojos intentando centrarme y me encuentro con los suyos,
verdes y llenos de preocupación. El calor de su palma acariciándome la
cabeza me hace gruñir. Me hace daño.
—Hola —chirrío. Tengo la garganta seca y rasposa.
—¡Joder, menos mal! —Me llena la cara de besos y yo lo aparto. No
puedo respirar.
—Ava, chica, ¿estás bien?
Sigo el sonido de la otra voz familiar y veo a Sam inclinándose sobre
mí, más serio que nunca. ¿Qué está pasando?
—¡¿A ti te parece que está bien?! —le grita Jesse—. ¡Joder!
—¡Tranquilízate!
También reconozco esa voz. Desplazo mis ojos sensibles por la
habitación y veo a Kate sentada en una silla enfrente de mí.
—¿Dónde estoy? —pregunto a pesar de la sequedad en mi garganta.
Necesito beber agua.
—Estás en el hospital, nena. —Me acaricia la cara y me besa la frente
de nuevo.
¿Qué coño hago en el hospital? Intento incorporarme, pero Jesse me
lo impide presionándome contra la cama con todas sus fuerzas.
—Necesito ir al servicio —gruño tratando de zafarme de él.
Aparto sus persistentes brazos de un golpe y me siento, levantando al
instante las manos para agarrarme la cabeza cuando toda la fuerza de la
gravedad recae sobre mi cerebro. ¡Joder! Sí que es la peor resaca de mi
vida. Gruño y cruzo las piernas delante de mí, apoyo los codos sobre las
rodillas y la cabeza en las manos.
—Yo la acompaño —se ofrece Kate—. Vamos, Ava.
—¡De eso, ni hablar!
Pongo los ojos en blanco al oír esa voz irracional que tanto amo y
espero a que Kate le replique, pero no lo hace.
—Estoy bien —digo, irritada. Puedo ir al puto cuarto de baño sola.
Me vuelvo hacia un lado de la cama y bajo los pies al suelo. Los
tacones han desaparecido.
—A mí no me lo parece, señorita. —Él me coge en brazos desde el
borde de la cama—. ¿Qué ha sido de los baños en las habitaciones? —
masculla, y me saca al pasillo.
Aquí la luz es aún más brillante. Entorno los ojos ante la cegadora
invasión.
—¡Vaya! ¿Ya ha vuelto en sí? —oigo que dice una enfermera.
—Voy a llevarla al servicio —ladra Jesse, y continúa avanzando hacia
los aseos más cercanos.
—Caballero, por favor, necesitamos una muestra de orina.
Jesse se detiene momentáneamente antes de continuar su camino. Una
vez en el baño, me deja de pie y me sostiene mientras que con la otra mano
coge un poco de papel, lo rocía de spray antibacteriano y limpia el asiento
mascullando improperios sobre la salud pública y el servicio de limpieza.
Me levanta el vestido, me baja las bragas y me ayuda a sentarme en el
váter mientras aguanta un recipiente de plástico debajo de mí.
No siento vergüenza ni pudor. Relajo los músculos de la vejiga y
suspiro de alivio conforme disminuye la presión. No puedo creer que esté
sentada sobre su brazo mientras él sujeta un orinal debajo de mí.
—¿No tienes miedo escénico? —pregunta con voz suave.
Abro los ojos y veo que está en cuclillas delante de mí, sosteniendo
mi muslo con la palma libre. Parece preocupado y cansado.
—Me has follado por el culo. Esto no es nada en comparación.
—Ava, ¿quieres hacer el favor de vigilar tu puto lenguaje? —suspira,
aunque su voz destila alivio.
Estoy tentada de decirle que coja el spray antibacteriano y me rocíe la
boca con él, pero me encuentro demasiado ocupada devanándome los sesos
intentando entender cómo he acabado en el hospital. Lo último que
recuerdo es a Jesse de pie en la puerta del bar, con cara de pocos amigos.
Sé que me preocupó su expresión cuando corría hacia mí, y que me cabreó
que fuera incapaz de no dejarme tranquila ni por una noche.
Cojo un poco de papel rasposo y me limpio.
—Ya he terminado. ¿Te he meado encima? —pregunto sin que me
importe mucho mientras me pongo de pie y le doy a Jesse el tiempo
suficiente para que saque el orinal antes de volver a caer sobre el asiento.
Deja el cuenco sobre la cisterna del váter.
—No, dame las manos.
Las extiendo y me las frota con el spray antibacteriano. Me levanta,
me sube las bragas, me baja el vestido y vuelve a cogerme en brazos para
llevarme de vuelta a la cama del hospital.
—Está en la cisterna del váter —espeta cuando pasamos junto al
puesto de enfermeras.
Lo suelto a regañadientes cuando me deja de nuevo sobre la cama
dura e incómoda.
—Ava, ¿qué te ha pasado? —La voz de Kate está cargada de
preocupación, algo extraño en ella.
—No lo sé —contesto, y apoyo la espalda contra la cabecera. Tengo
mucho sueño otra vez.
—¡Yo sí! —exclama Jesse mirándome con ojos acusadores.
Reúno todas mis escasas energías para lanzarle una mirada asesina.
—¡No estaba borracha!
—¡Claro, te desmayaste porque estabas sobria, ¿no?! —grita.
Su berrido atraviesa mis sensibles tímpanos y hago una mueca de
dolor. Cuando abro los ojos veo que al menos tiene la decencia de parecer
arrepentido.
—¡No le grites! —me defiende Kate, cosa que agradezco.
Le lanza una mirada asesina, se mete las manos en los bolsillos de los
vaqueros y empieza a pasearse por la habitación. Sam se aparta de su
camino. Está demasiado callado tratándose de él.
—Sólo bebió un par de copas de vino. Se ha bebido dos botellas en
otras ocasiones y no ha perdido el conocimiento. —Kate se sienta a mi
lado y me acaricia el brazo—. ¿Habías comido algo antes?
Pienso.
—Sí —contesto. Jesse me estuvo dando de comer todo el día, entre
que llevábamos la ropa arriba y me marcaba.
Él deja de pasearse y empieza a morderse el labio con ímpetu.
—¿Estás embarazada? —pregunta mirándome atentamente y
volviendo a morderse el labio de nuevo.
«¿Qué?»
—¡No! —exclamo atónita ante su atrevimiento, pero entonces me
quedo helada.
«¡Ay, Dios mío!»
Las píldoras. ¡No he ido a por ellas! Siento que voy a desmayarme de
nuevo. Y de repente tengo mucho calor. ¡Pero qué estúpida soy! He estado
follando como una coneja sin ningún tipo de protección. ¿Cómo ha podido
pasar? Miro a Jesse e intento parecer lo más sincera que puedo.
Él me observa con recelo.
—¿Estás segura?
—¡Sí! —Hago un gesto de dolor al oír la estridencia de mi propia voz
y tenso el brazo para evitar el acto reflejo que siempre me delata. Jesse y el
resto de los presentes en la habitación darán por hecho que estoy a la
defensiva. No es así, estoy muerta de miedo.
—Sólo era una pregunta —dice, y empieza a pasearse de nuevo.
—¿Qué recuerdas? —pregunta Kate mientras sigue acariciándome el
brazo. Reflexiono sobre toda la noche, pero me cuesta hacer memoria. En lo
único que puedo pensar es en cuánto hace que no me tomo las pastillas y en
las probabilidades que hay de que esté preñada. Intento dejar a un lado la
preocupación y recordar algo, lo que sea, de lo que sucedió anoche.
Recuerdo lo de Matt, pero no pienso contárselo. Entonces me viene a la
mente el musculitos baboso de la coleta, pero eso tampoco voy a
contárselo. Me encojo de hombros. No hay mucho que pueda decir sin que
Jesse se ponga hecho una furia. Por favor, no, no puedo estar embarazada.
—Venga, chica. —Sam me coge de la otra mano y empieza a
acariciarme la palma con el pulgar—. Intenta hacer memoria.
—No recuerdo nada raro —digo de manera clara y concisa,
resistiendo todavía la tentación de juguetear con mi pelo—. ¿Por qué estáis
haciendo una montaña de esto? —Apoyo la cabeza de nuevo sobre la
almohada y me arrepiento al instante. Siento como si tuviera un
rodamiento de hierro traqueteando dentro.
Jesse se acerca al lado de la cama donde se encuentra Sam y le gruñe,
lo aparta y me agarra de la mano. Me mira con los ojos entornados de
furia.
—¡Ava, son las cuatro de la mañana! —Cierra los ojos para recobrar
la compostura (como si la hubiese tenido en algún momento)—. ¡Has
estado inconsciente casi siete horas, así que no me digas que no haga una
montaña de esto!
¿Siete horas? ¡Joder! Me he desmayado otras veces, pero sólo durante
unos minutos. Siete horas es como toda una noche de descanso. Todas las
cabezas de la habitación se vuelven hacia la puerta al oír llegar a la
enfermera. ¿Siete horas?
Nos dirige una mirada de desaprobación.
—Sólo se permite un acompañante en la habitación. Tenéis que
marcharos.
Miro a Kate y ella mira a Jesse, quien la ignora por completo. Es
evidente que no piensa moverse de aquí. Le dirijo a mi amiga una mirada
de disculpa de parte de don Controlador y ella sacude la cabeza y esboza
una pequeña sonrisa indicando que no pasa nada.
—Vamos a por algo de comer. —Mira a Sam y él asiente ante su
sugerencia.
Me siento fatal. ¿Llevan toda la noche aquí sólo porque a mí me ha
dado un jamacuco?
La enfermera acompaña a Kate y a Sam a la salida y se acerca de
nuevo a la cama para realizar sus observaciones.
—¿Quieres una taza de té?
—Sí, por favor —respondo, agradecida. Estoy seca.
Luego mira a Jesse, pero él niega con la cabeza. Creo que preferiría un
coñac. Apoya los codos en el borde de la cama, atrapa mi mano entre las
suyas y descansa la frente sobre los dedos.
No digo nada. Me ha entrado mucho sueño otra vez, y no tengo
fuerzas para lidiar con los interrogatorios de Jesse. Apoyo la cabeza y me
duermo. Podría estar embarazada, y la idea me aterra. Va a ponerse hecho
una furia.
—Me han dicho que ya se había despertado.
Abro los ojos y me encuentro a un hombre indio vestido con una bata
blanca delante de la cama.
—Hola —grazno.
—Soy el doctor Manvi. ¿Cómo se encuentra, Ava? —Habla un inglés
perfecto, sin el más mínimo acento.
—Bien —suspiro, cansada—. Me duele mucho la cabeza, pero aparte
de eso estoy bien.
Jesse gruñe a mi lado, y lo miro con exasperación. Quiero irme a casa.
—Me alegro. —El doctor Manvi me inspecciona los dos ojos con una
luz y vuelve a guardarse la especie de linterna en el bolsillo—. Ava, ¿qué
recuerdas de anoche?
¡Otro con la maldita preguntita!
—No mucho. —Jesse me aprieta la mano con más fuerza y me vuelvo
hacia él. Su ira sigue siendo evidente. Me encuentro fatal. Esto es lo que
menos necesito en estos momentos.
El doctor mira a Jesse.
—¿Quién es usted?
—Su marido —responde él de manera tajante sin apartar la mirada de
mí.
Abro los ojos de par en par pero él ni se inmuta, del todo tranquilo
ante mi evidente regaño silencioso. Se ha olvidado de añadir lo de
«futuro».
—Vaya. —El médico repasa mi historial—. Aquí dice «señorita
O’Shea».
—Nos casamos el mes que viene. —Me atraviesa con la mirada,
incitándome a desafiarlo, pero no tengo energías. Apoyo la cabeza
amargamente sobre la cama.
—Ah, de acuerdo. —El doctor Manvi parece satisfecho con la
explicación de Jesse. No puede importarme menos—. Hemos realizado un
análisis de orina rutinario. —Coge una silla y la arrastra por el suelo de
goma, lo que me arranca otro gesto de dolor—. ¿Cuándo tuvo el último
período? —El hombre me mira con ojos compasivos, y yo siento ganas de
arrastrarme por la habitación y meterme en el contenedor de residuos
sanitarios.
—Hace una semana, más o menos —respondo tranquilamente
mirando al techo. No me hace falta mirar a Jesse para saber que está
crispado.
—Bien, de acuerdo, solemos realizar de manera rutinaria un test de
embarazo para determinar qué provocó el desvanecimiento. —Hace una
pausa, y yo me preparo para los estragos que va a causar en la habitación el
huracán Jesse—. No está embarazada.
Levanto la cabeza.
—¿En serio?
—Bueno, al menos eso parece, pero si sólo hace una semana desde su
último período, podría ser demasiado pronto para saberlo con certeza. —
Sonríe amablemente, aunque eso no me tranquiliza en absoluto—. ¿Toma
la píldora anticonceptiva, Ava?
—Sí —respondo prácticamente chillando.
—Entonces podemos decir con total seguridad que no está
embarazada.
«¡Mierda!»
—Ava, es importante que intente recordar algo de lo que sucedió
anoche, con quién habló, con quién estuvo.
Jesse me transmite su hostilidad a través de las manos, increpándome.
—¿Qué? —interviene—. ¿Qué está intentando decir?
Ni siquiera me molesto en reprenderlo por su falta de respeto, y el
doctor Manvi continúa, haciendo la vista gorda.
—Hemos realizado un test más exhaustivo, teniendo en cuenta sus
síntomas.
—¿Síntomas? ¿Qué síntomas? —pregunto, totalmente confundida.
El médico inspira hondo y cambia de postura en la silla.
—Hemos hallado restos de Rohypnol en su orina —anuncia con pesar.
—¿QUÉ? —ruge Jesse.
Abro los ojos de par en par y el corazón empieza a palpitarme con
fuerza. ¿Ésa no es la droga de los violadores? ¡Joder!
Jesse se pone de pie bruscamente soltándome la mano. Nerviosa, alzo
la vista y veo que está temblando y sudando, transpirando ira.
—¿Ésa no es la droga de los violadores? —le grita al pobre médico.
—Sí. —El doctor Manvi confirma nuestros temores.
El pánico me invade ante el diagnóstico del médico. Esto es terrible.
Jesse empieza a pasearse por la habitación y echa la cabeza hacia
atrás.
—¡Me cago en la puta! —grita. Veo cómo su camisa negra se infla y
se desinfla con violencia cuando se agarra a un mueble de metal cercano.
—Ava, le aconsejo que lo notifique usted a la policía. Tiene que
contarles todo lo que recuerde. —Se vuelve hacia Jesse—. Señor, ¿podría
confirmar si estuvo sola en algún momento?
Mi mente empieza a repasar la noche. Creo que no lo estuve. Jesse se
lleva las puntas de los dedos a la sien y comienza a pasearse de nuevo. Va a
estallar. Va a ser como un tornado que asolará el hospital. De repente,
decirle que podría estar embarazada me parece mejor que esto.
El médico vuelve a mirarme al no obtener respuesta por su parte.
—Tenemos que examinarla para determinar si la violaron.
—¿Qué? —espeto. ¡Joder!
—No estuvo sola —responde Jesse, más tranquilo de lo que yo
esperaba—. Vi cómo perdía la conciencia y fui corriendo. —Se vuelve
hacia mí con ojos atormentados. Me siento vacía de emociones. Creo que
estoy en shock.
—¿Está seguro de esto?
—Sí —gruñe Jesse.
—Señor, aun así me gustaría examinarla, por si tiene algún cardenal o
algún arañazo.
—La he mirado de arriba abajo. No tiene ninguna marca. —Jesse se
dirige con pasos pesados al otro extremo de la habitación y abre la puerta
—. Kate —llama.
Oigo un breve intercambio de palabras abruptas y amortiguadas al
otro lado de la puerta. No me cabe duda de que Jesse está exigiendo
respuestas. El médico me mira confuso, y después mira a Jesse, mientras
yo continúo intentando acordarme de algo.
Vuelve de nuevo a mi lado.
—Nena, Kate dice que salió a fumar, pero que Tom estaba contigo.
¿Te acuerdas de eso?
—Sí —respondo rápidamente. Me acuerdo perfectamente—. Pero
Tom se fue al servicio mientras Kate estaba fumando —añado.
—Vale, ¿y recuerdas qué sucedió durante el tiempo que estuviste
sola? —insiste.
—Sí. —No voy a decirle por qué lo recuerdo. Joder, mencionar a Matt
sería un tremendo error—. ¿Por qué? —pregunto.
—Porque, Ava, no quiero que nadie te toque si no es necesario, así
que, por favor, haz memoria. —Me aprieta las manos—. Antes de que yo
llegara, ¿estabas bien? ¿Te acuerdas de todo?
—Sí.
—Bien —interviene el doctor Manvi—. Pero, señorita, aun así me
quedaría más tranquilo sin accediera a que la examinásemos.
—No, sé que no pasó nada. No tengo ninguna magulladura ni ningún
corte. —Si está completamente segura, no puedo forzarla.
—¡Por supuesto que no puede forzarla! —silba Jesse.
Joder, quiero salir de inmediato de aquí.
—No pasó nada. Lo recuerdo todo hasta que él llegó. —Miro a Jesse
—. Me acuerdo de todo —repito con voz temblorosa. Estoy temblando.
Me acaricia la mejilla con la palma de su mano.
—Lo sé. Te creo.
—De acuerdo. Sus constantes vitales están bien —me informa el
doctor Manvi—. Le dolerá la cabeza un rato, pero eso es todo, se
recuperará. En cuanto tenga lista el alta podrá irse.
—¿Cuánto tiempo tardará? —pregunta Jesse, furioso de nuevo.
—Señor, estamos en el centro de Londres y es sábado por la noche.
No tengo ni idea.
—Voy a llevármela a casa ahora mismo —dice Jesse con absoluta
determinación. Lo miro y al instante sé que es inútil discutir, no si uno
desea seguir viviendo. El doctor Manvi me mira y yo asiento.
Se levanta de la silla.
—Está bien —dice prácticamente suspirando. Es obvio que no está
conforme.
Me dejo caer en trance mientras el médico habla con Jesse. No oigo
nada. Parece todo muy distante. ¿Cómo ha podido pasar esto? No perdí mi
bebida de vista ni un instante. Tampoco acepté la copa que me ofrecieron.
Tuve mucho cuidado. Joder, ¿qué habría pasado si llego a irme al servicio
unos segundos antes y no hubiera visto a Jesse en la puerta? Podría
haberme quedado inconsciente y ajena a todo lo que me rodeaba. Me
podrían haber violado. De repente empiezo a sollozar sin esperarlo y
finalmente rompo a llorar.
—Nena, no llores, por favor. —Siento cómo su calidez me atrapa y
me estrecha con fuerza mientras mi cuerpo se agita debajo de él—. Nena,
me volveré loco si lloras.
Sollozo sin parar mientras me reconforta mascullando maldiciones y
ruegos sobre mi cabeza.
—Lo siento mucho —exclamo entre sollozos. No sé qué es lo que
siento, tal vez haberlo desafiado y haber salido de todos modos. La verdad
es que no lo sé, pero siento remordimientos.
—Ava, cállate, por favor —me suplica mientras me sostiene con
fuerza y me acaricia el pelo. Percibo el frenético ritmo de sus latidos bajo
mi oreja.
Cuando por fin me recompongo un poco, me seco las lágrimas y me
sorbo los mocos. Debo de estar hecha un asco.
—Estoy bien —digo. Respiro profundamente unas cuantas veces para
tranquilizarme y lo aparto—. Quiero irme a casa. —Parezco una niña
malcriada.
Empiezo a bajarme de la cama, pero de repente me detiene un muro
feroz, alto, fuerte y de ojos verdes. Me coge en brazos y se dirige hacia la
puerta, topándose con Kate por el camino.
—Coge sus cosas —le ordena al pasar por su lado.
—¿Qué ha ocurrido? —Sam se levanta de la silla del pasillo.
—La han drogado —informa Jesse tajantemente. No se detiene a dar
más explicaciones.
—¡Joder! —dice Sam, consternado.
Oigo los tacones de Kate siguiéndonos.
—¿Qué? ¿Para violarla?
—Sí, ¡para violarla! —grita Jesse mientras continúa avanzando por el
pasillo conmigo en brazos—. Voy a llevármela a casa.
Cuando salimos del edificio ya es de día. La invasión de luz natural
me obliga a entornar los ojos. Me mete en el DBS y me abrocha el
cinturón. Hago una mueca de dolor cuando la puerta se cierra y percibo un
murmullo de voces fuera del vehículo. Oigo unos golpecitos suaves en la
ventanilla y, cuando me vuelvo, veo a Kate haciéndome un gesto para que
la llame. Asiento y apoyo la cabeza contra el cristal mientras Jesse sube al
coche y deja mis zapatos y mi bolso a mis pies. Cierro los ojos de nuevo y
me quedo dormida.
—Arriba. —Abro los ojos y veo que Jesse me saca del coche y me
lleva en brazos a través del vestíbulo del Lusso.
—¿Señor Ward? —El conserje aparece junto a nosotros mientras
Jesse se dirige al ascensor que sube hasta el ático—. ¿Va todo bien? —
pregunta, preocupado. No es raro verme siendo transportada en sus brazos,
así que imagino que debo de tener un aspecto espantoso, y sé que Jesse
también.
—Estoy bien, Clive. —La puerta del ascensor se cierra y el hombre se
queda perplejo y preocupado al otro lado.
Apoyo la cabeza contra la firmeza de Jesse y, lo siguiente que sé es
que me está metiendo en su inmensa cama. Tengo vagos recuerdos de que
me quita el vestido mientras gruñe con desaprobación. Me doy la vuelta al
verme libre de ropa y dejo escapar un suspiro de alivio cuando percibo el
olor que más me gusta en este mundo: un olor a agua fresca y mentolada.

Sé que estoy de vuelta en el lugar al que pertenezco.

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