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02 Obsesión - Mi Hombre Capítulo 28


Capítulo 28
—¡Jodeeeeeer! —me desperezo, y es el estiramiento más placentero que
jamás haya realizado.
Me encuentro mejor, mucho mejor. Ruedo hasta el otro lado de la
cama y la encuentro fría. Me incorporo y estiro el cuello para inspeccionar
la habitación. No hay nadie, así que me acerco de mala gana al borde del
colchón, apoyo los pies descalzos en la moqueta de color crema y me
preparo para marearme en cuanto me levante, pero no sucede nada de eso.
Me siento sorprendentemente estable. Atravieso el dormitorio y me asomo
al descansillo. Jesse está abajo, sentado en uno de los enormes sillones
hablando en voz baja por el móvil. Ya se ha duchado y afeitado y lleva
puestos unos vaqueros azul claro. Está desnudo de cintura para arriba.
Me agacho silenciosamente hasta el primer escalón y lo espío a través
del cristal curvo que da al gran espacio diáfano. Parece despejado pero
preocupado.
—No lo sé —dice en voz baja mientras pellizca la tela del
reposabrazos del sillón—. Pero juro por Dios que les voy a arrancar la
cabeza. —Levanta la mano del sofá y se frota los ojos con ella—. Estoy
cerca, John. De verdad que lo necesito. Joder, qué puta mierda.
¿Va a volver a beber por mi culpa otra vez?
Como si hubiera oído mi pregunta silenciosa, levanta la vista y me ve.
Me revuelvo avergonzada en lo alto de la escalera mientras me observa.
—Intenta averiguar algo, John. Yo no iré hasta dentro de unos cuantos
días... Sí, gracias, grandullón. —El teléfono se desliza por la palma de su
mano, pero la mano permanece pegada a su oreja y el codo apoyado en el
reposabrazos. Me siento como una auténtica intrusa.
Se retrepa en el sillón y yo me siento en el escalón superior y
permanecemos así un buen rato, mirándonos el uno al otro a través del
cristal. No sé qué decirle. Parece como si cargara con todo el peso del
mundo sobre los hombros. ¿Debería marcharme? Sé que quienquiera que
me pusiera esa mierda en la bebida ha hecho que mi vida sea un millón de
veces más difícil. Quería demostrarle a Jesse que no tenía motivos para ser
tan sobreprotector, pero sólo he conseguido empeorarlo todo. Ahora jamás
me perderá de vista.
Mientras reflexiono sobre mi próximo movimiento, se levanta de la
butaca y se aproxima al pie de la escalera. Observo cómo asciende
lentamente hasta que se encuentra a tan sólo unos pasos por debajo de mí,
mirándome. ¿En qué estará pensando? Su expresión oscila entre la ira y la
tristeza, y la arruga de su frente parece llevar ahí marcada un buen rato.
—Si vas a gritarme, creo que será mejor que me vaya —digo con la
garganta seca.
Lo que menos necesito en estos momentos es aguantar a don
Neurótico. Sólo quiero olvidarme de todo esto y dar gracias de que la cosa
quedara en un susto. Podría haber sido mucho peor.
—Ya he gritado suficiente —responde, también él con voz ronca—.
¿Cómo estás?
—Bien. —Aparto la vista de sus dos imanes y miro mis pies
descalzos. No llevo nada puesto más que la ropa interior negra de encaje, y
me siento pequeña teniéndolo delante cerniéndose sobre mí de esta
manera. Estoy incómoda.
—¿Más o menos? —pregunta.
—No, bien del todo —respondo con insolencia.
Se pone de rodillas un par de escalones por debajo de mí para que
estemos a la misma altura, pero sigue mirándome desde arriba. Apoya las
manos en el escalón superior a ambos lados de mi cuerpo y yo levanto la
vista y lo miro a él.
—Estoy furioso, Ava —dice con voz suave.
—No estaba borracha —afirmo rotundamente. ¡Joder! No estaba
borracha ni de lejos.
—Te dije que no bebieras nada. Sabía que no debería haberte dejado
salir.
—Siento curiosidad por saber qué te hace pensar que puedes decidir
qué hago o qué dejo de hacer —respondo, desafiante—. Ya soy mayorcita.
¿De verdad esperas que viva una vida contigo en la que controles cada uno
de mis movimientos? —añado con voz tranquila pero firme a través de la
aspereza de mi garganta. Necesito que entienda lo que le digo.
Sus labios forman una línea recta y sé que está cavilando.
—Eres mía —dice entre dientes—. Tengo que asegurarme de que
estés a salvo.
Bajo la vista suspirando. Sí, soy suya, pero sus objetivos con respecto
a mantenerme fuera de peligro son demasiado ambiciosos.
—Antes has dicho que estás cerca. ¿Cerca de qué? —Vuelvo a
levantar la vista.
Me mira a los ojos. Debe de saber que lo he oído.
—De nada —responde.
—¿De nada? —digo con tono de incredulidad—. Quieres beber,
¿verdad? Eso es lo que necesitas para superar esta puta mierda.
Abre unos ojos como platos.
—¡Vigila... ese... puto... lenguaje! —dice deteniéndose tras cada
palabra—. Esta puta mierda ha sucedido porque anoche saliste y me
desobedeciste. —Acerca la cara a la mía—. Si me hubieras hecho caso
ahora no estaríamos en esta situación.
—¡Lo siento! —espeto, enfadada—. ¡Siento no haberte hecho caso!
—Me levanto y lo dejo ahí arrodillado en la escalera—. ¿Siento que tengas
la necesidad de ahogarte en vodka por mi culpa! Está claro que soy
perjudicial para tu salud. Pero tranquilo, que por mí ya no vas a sufrir más.
Doy media vuelta y me dirijo al dormitorio, temblando literalmente
de ira. He oído cómo se lo confesaba a John. Si me marcho, probablemente
acabe bebiendo, y si me quedo, tal vez lo haga también. Estoy entre la
espada y la pared. ¿Por qué no ve que son precisamente sus irracionales
expectativas las que lo llevan a beber, y no yo?
—Estoy furioso, Ava.
Me vuelvo y veo que me sigue con el rostro descompuesto de rabia.
Retrocedo un poco y me reprendo mentalmente por no mantenerme firme.
Se detiene delante de mí, con el pecho agitado, exhalando su fresco aliento
sobre mí.
—Bésame.
«¿Qué?»
—¡No! —chillo, incrédula. ¿Está loco o qué le pasa? Me acaba de
echar una bronca monumental por desobedecerlo y continúa exigiéndome
más tonterías. No pienso besarlo.
Sus ojos se entornan y se vuelven oscuros.
—Tres.
Tiene que ser una broma.
—¿Estás loco?
—Loco de rabia, Ava. Dos.
Va totalmente en serio. ¡Joder!
—Uno —susurra.
Inspecciono la entrada de la habitación que tiene detrás y descarto esa
opción por completo. No lograría esquivarlo de ninguna manera.
—Cero.
«¡Mierda!»
Corro por la habitación y salto encima de la cama. Tal y como
esperaba, me atrapa y me aprisiona debajo de él en un santiamén. Estoy
boca arriba. Me sujeta los dos brazos por encima de la cabeza con una
mano y me mete una de sus piernas entre los muslos. Estoy inmovilizada y
cansada de intentar liberarme. Debería haber aprendido ya la lección. Jadeo
en su cara mientras él respira sobre mí y me recorre la línea del estómago
con el dedo, asciende hasta el centro de mi torso y sigue hasta mi boca. Me
acaricia el labio inferior y vuelve a descender por mi cuerpo. El muy
cabrón está obligándome a desearlo otra vez. No permitirá que me vaya.
Recorro su torso desnudo con la mirada hasta su mano libre, con la
que traza círculos suaves en el hueco de mi cadera.
—Voy a dar por hecho que tu insubordinación se debe al efecto de las
drogas —dice tranquilamente—. Voy a concederte tres segundos más para
que tomes la decisión correcta. —Baja la cabeza hasta que sus labios
planean sobre los míos sin llegar a tocarse—. Tres —dice, pegado a mi
boca.
Me retuerzo tratando de liberarme y de combatir la traicionera
respuesta de mi cuerpo frente a sus estímulos. Soy tremendamente débil y
estoy desesperada. Abro los ojos y veo esos dos pozos verdes inmutables y
cargados de deseo coronados por sus gloriosas pestañas.
—Dos —susurra, y desvía la mirada hacia mis labios.
No llega más allá. Levanto la cabeza para capturar su boca. Mis ansias
de él son demasiado poderosas como para seguir resistiéndome. Me
empuja obligándome a apoyar la cabeza sobre la cama mientras me pasa
las manos por el vientre.
—Por favor, no bebas —le ruego pegada a su boca. Jamás me lo
perdonaría si volviera a someter a su cuerpo a ese estado por mi culpa.
—No voy a beber, Ava —responde con una voz poco convincente que
hace que me sienta incómoda. Se pone de rodillas y tira de mí hasta
colocarme a horcajadas sobre su regazo. Me aparta el pelo de la cara y me
agarra las mejillas con las manos—. Anoche, en el hospital, cuando estabas
inconsciente, sentí que el corazón se me paraba a cada minuto que pasaba.
No tienes ni la menor idea de cuánto te quiero. Si desaparecieras de mi
vida, no sobreviviría, Ava. Quiero arrancarme la cabeza por haberte dado
espacio para desobedecerme.
Abro los ojos de par en par ante esa confesión. Su expresión me indica
que habla totalmente en serio, lo cual es preocupante. Acaba de darme a
entender que se suicidaría, ¿no? Eso es una estupidez, pero no creo que sea
el momento de señalarlo.
—Estoy bien —digo en un vano intento de hacer que se tranquilice.
Parece agobiado.
—Pero ¿y si no lo estuvieras? ¿Y si no hubiera llegado cuando lo
hice? —Aprieta los ojos con fuerza—. Sólo fui al bar a comprobar que
estabas bien, no iba a quedarme. ¿Te haces la menor idea de cómo me sentí
cuando vi que te desmayabas? —Abre los ojos y veo que los tiene húmedos
y atormentados. Y ahora sé, sin lugar a dudas, que jamás volverá a dejarme
sola. Esto no es sano..., ni para él ni para mí.
—¡Sólo fue un incidente aislado, algún capullo que hacía el gilipollas!
Estaba en el lugar equivocado en el momento inadecuado, eso es todo. —
Le cojo las manos de mi cara y se las coloco entre nuestros cuerpos—. Si
sigues así, acabarás en un coma inducido por el estrés, ¿y qué haré yo
entonces? —pregunto tranquilamente. Sé que yo tampoco podría vivir sin
él, pero no me vuelvo loca ni intento controlarlo.
Sacude la cabeza y empieza a morderse el labio. ¿Qué estará
pensando?
—Parecías aliviada cuando el médico dijo que no estabas embarazada
—me dice con expresión inquisitiva.
«¡Ay, no! ¡Ay, no, no, no!»
Lo cierto es que podría estar embarazada. Sí, el test salió negativo,
pero sólo hace una semana desde que tuve la regla, y es demasiado pronto
para detectarlo. Joder, hemos estado follando como conejos sin usar
ninguna protección.
Miro a todas partes menos a él.
—Me salté una píldora. —Siento que mueve la mano y la cierra
alrededor de la mía. Lo miro con cautela y veo que me observa con ojos
acusadores y una ceja enarcada—. Vale, me he saltado varias, las he vuelto
a perder —confieso.
—¿No has ido a por otras?
—Se me olvidó —digo encogiéndome de hombros como la endeble
fracasada que soy.
Me observa por unos instantes y me siento como si estuviera bajo la
lente de un microscopio diseñado para identificar a idiotas.
—¿Y cuándo te la tomaste por última vez?
—Hace un par de días —respondo con voz tranquila. Estoy mintiendo
descaradamente e intento con todas mis fuerzas no llevarme la mano al
pelo. No puedo creer que haya pasado casi una semana y aún no haya ido a
buscar la receta.
—Pero ¿vas a ir a por otras?
—Iré mañana —confirmo. No me apetece nada volver a pasar por la
consulta del médico, y ya es demasiado tarde para tomarme la píldora del
día después.
Una expresión extraña se dibuja efímeramente en su rostro. Parece
remordimiento. Vale, ya he desestimado ese pensamiento antes, pero esa
mirada acaba de ponerme en alerta máxima. No quiero pensar que sería
capaz de hacer algo así, pero tampoco lo descartaría. No descartaría nada
viniendo de él.
—Jesse... —Me detengo, no sé cómo expresar lo que estoy a punto de
insinuar.
—¿Qué? —pregunta con voz cautelosa y ligeramente culpable.
Sabe lo que estoy pensando, sé que lo sabe, y ahora estoy muy
recelosa. No puede ser que haya intentado dejarme embarazada aposta.
Pero si ha sido él quien ha estado escondiendo las pastillas, sabe
perfectamente que llevo una semana sin tomármelas. ¿O creía que ya
habría ido a por otras?
—Nada —digo, y sacudo la cabeza. Sé que no lo admitirá, así que
estoy perdiendo el tiempo, pero pienso registrar cada milímetro de este
ático en cuanto se me presente la ocasión.
—Ha llamado tu hermano —dice como si tal cosa en un claro intento
de distraerme de mis pensamientos.
Me pongo tensa. Ha funcionado.
—¿Dan?
—Sí.
—¿Has hablado con él?
Me mira con expresión dubitativa.
—No podía dejarlo sonar todo el tiempo, habría acabado
preocupándose. ¿Y por qué has bloqueado el teléfono?
Me río para mis adentros. Me pregunto cuántas combinaciones habrá
probado para desbloquearlo.
—¿Qué más da? Eso no te ha impedido contestar a la llamada,
¿verdad? ¿Qué ha dicho mi hermano? —Mi voz suena nerviosa, y lo estoy.
Dan llamará inmediatamente a mi madre, y por nada del mundo quiero
tener que explicar esto.
—No le he contado nada de lo que ha pasado. No quiero que tu familia
piense que no sé cuidar de ti. Ha dicho que se suponía que ibais a quedar.
—Me mira como si hubiera cometido un terrible pecado por no haberle
comentado mis planes, aunque todavía no habíamos concretado nada.
—Le has dicho que estoy viviendo contigo, ¿verdad? —digo, muy
seria.
—Sí. —No parece en absoluto arrepentido.
¡Lo mato!
—¡¿Y por qué has hecho eso?! —Apoyo la cabeza sobre su hombro
desesperada.
—Oye, mírame. —Parece enfadado otra vez. Me obligo a levantar la
cabeza y lo miro con toda la impotencia que siento. Su arruga de la frente
se ha unido a la discusión—. ¿No crees que se habría preocupado al ver que
no paraba de llamar y no contestabas?
Esto es una pesadilla horrible. Seguro que Dan ha llamado ya a mis
padres.
Me apoya contra su pecho y noto el ritmo frenético de su corazón.
—Voy a salir a correr. Dúchate. Te traeré algo de comer cuando
vuelva.
¿Ahora se va a correr? Eso es culpa mía.
—Quédate —digo contra su pecho. No quiero que se vaya.
—No. —Me levanta y me lleva hasta el cuarto de baño—. A la ducha.
—Abre el grifo del agua caliente y me deja en el baño, ofendida y

preocupada: él nunca quiere apartarse de mí.

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