Un par de horas después, entro en la cocina y
veo a Jesse, todavía en
chándal, con un dedo dentro del tarro de
mantequilla de cacahuete. Cuando
me mira, pongo cara de asco y él me regala una
sonrisa que no llega a
iluminar sus ojos. Parece inquieto.
—Capuchino doble sin chocolate. —Me acerca una
taza de Starbucks
y yo la acepto agradecida—. Te he traído de
todo —dice encogiéndose de
hombros—. No tenían salmón.
—Gracias —sonrío y me siento a su lado.
—Espero que lleves algo de encaje debajo de
esa camisa tan ancha —
dice indicando mi cuerpo con la cabeza
mientras se mete el dedo en la
boca.
Echo un vistazo a mis vaqueros rotos y a la
camiseta corta de Jimmy
Hendrix y sonrío.
—Pues sí. —Me levanto la camiseta y le enseño
mi lencería de color
crema; él asiente con aprobación—. Creía que
ibas a traer algo para cenar.
—Cojo la bolsa de papel que tengo más cerca,
saco un croissant y le hinco
el diente con ganas.
—Como has estado durmiendo todo el día,
técnicamente ahora es la
hora del desayuno. —Me pone el dedo debajo de
la nariz y yo me aparto en
mi taburete negando violentamente con la
cabeza. Él sonríe un poco y se lo
mete en la boca—. ¿Qué quieres que hagamos
esta noche?
—¿Puedo elegir? —digo con la boca llena.
Me mira e inclina la cabeza hacia un lado.
—Ya te dije que de vez en cuando tengo que
dejar que te salgas con la
tuya. —Alarga el brazo y me limpia una miga de
la comisura de los labios
—. Tengo que dar para recibir y toda esa
mierda.
Una carcajada escapa de mis labios y casi
escupo el croissant a medio
masticar al atragantarme. Toso y me doy unos
golpecitos con la mano
sobre la boca. ¿Dar para recibir? Este hombre
está loco.
—¿He dicho algo gracioso? —pregunta.
Levanto la vista y veo que está muy serio.
¡Joder!
—No, nada, es que se me ha ido por donde no
debía. —Toso un poco
más y el pobre empieza a darme palmaditas en
la espalda.
Cuando me recompongo, el videoportero empieza
a sonar y Jesse se
levanta para contestar.
—Sí, Clive, que suba. —Cuelga y deja el teléfono
en su sitio—. Es
Jay —dice sin mirarme.
—¿Jay? ¿Quién es Jay? —Dejo el croissant de
nuevo en la bolsa de
papel.—
El portero del bar. Tiene las grabaciones de
las cámaras de
seguridad. —Guarda la mantequilla de cacahuete
en la nevera y sale de la
cocina.
«¡Mierda, mierda!»
¿Las grabaciones de las cámaras de seguridad?
¿Grabaciones en las que apareceré hablando con
Matt?
Creo que voy a vomitar.
Oigo los saludos en la distancia y, momentos
después, Jesse vuelve a
entrar en la cocina acompañado de Jay. El portero
me sonríe con aire
malicioso, como si ya hubiera visto las
imágenes y supiera lo que se
avecina. Sí, voy a vomitar. Me levanto del
taburete y me dispongo a salir
de la cocina.
—¿Adónde vas? —me pregunta Jesse.
No me vuelvo. Debo de tener una expresión de
auténtico pánico.
—Al baño —respondo dejando a los dos hombres
en la cocina.
En cuanto desaparezco de su vista, corro por
la escalera y me encierro
en el lavabo, donde me encuentro a salvo del
huracán que está por llegar.
Debería haber imaginado que no iba a dejar
estar las cosas. Debería haber
imaginado que intentaría dar caza al criminal.
Joder, qué mal. Me siento
sobre la tapa del retrete, me levanto, me
paseo en círculos por el cuarto de
baño y de repente oigo la manija de la puerta.
—¿Ava?
Me vuelvo.
—¿Qué? —digo con nerviosismo. Estoy histérica.
—¿Qué pasa, nena? ¿Estás bien?
Tal vez debería decir que no y fingir que sigo
enferma para poder
quedarme tranquila en el cuarto de baño.
—Sí, estoy bien. ¡Bajo dentro de un minuto!
—grito. Decir que estoy
enferma sería absurdo. Derribaría la puerta
para atenderme.
—¿Por qué has cerrado con el pestillo?
—No me he dado cuenta. Estoy haciendo pis.
Qué horror. Menos mal que nos separa un bloque
de madera enorme,
porque tengo el dedo enredado en un mechón de
pelo. Debería salir por la
ventana del baño.
—Vale, no tardes.
—No. —Oigo cómo se dirige al dormitorio con
pasos largos y
regulares. Estoy muerta de miedo, y ni
siquiera sé por qué. Yo no había
quedado en reunirme con Matt. Sólo fue un
encuentro fortuito.
«¡JODER!»
¿Por qué narices tiene que ser tan
persistente? ¿Por qué no puede
dejarlo estar en lugar de pedirle al portero
la grabación de las cámaras de
seguridad? Debería bajar y darle una patada a
esa mierda. Abro la puerta y
salgo con paso firme del baño en dirección a
la habitación y después al
descansillo. Está llevando esto demasiado
lejos. Al ver la inmensa pantalla
plana detengo la marcha en seco. Es como una
pantalla de cine, lo resalta
todo y hace que todo parezca enorme. Aunque no
en este caso. La imagen
es bastante borrosa, los movimientos parecen
entrecortados y la pantalla no
deja de saltar. Jay pasa rápido la grabación y
toda la actividad, la gente
yendo y viniendo y las luces aquí y allá se
ven aún más desordenadas. Pero
entonces aparezco yo sentándome a una mesa con
los demás.
—Más despacio —ordena Jesse, y Jay reproduce
la grabación a una
velocidad normal—. Eso es, déjalo así.
Me agacho en el escalón superior y veo la
televisión a través del
cristal mientras mi noche se reproduce delante
de mí. No sucede nada
interesante durante un buen rato. Veo cómo Tom
se lanza sobre la mesa y
me agarra la mano. Veo cómo Victoria se marcha
para reunirse con su cita
y cómo Kate se levanta de la mesa, y sé
perfectamente lo que viene a
continuación. Ruego para mis adentros para que
el televisor estalle en
llamas de repente, pero no lo hace. Tom se
marcha, y Matt se acerca. Me
pongo tensa de los pies a la cabeza y veo cómo
Jesse levanta los hombros
hasta tocarse los lóbulos de las orejas. Matt
está de espaldas a la cámara,
pero no hay duda de que es él. Sería imposible
intentar convencer a Jesse
de que era otra persona.
—Páralo —ordena secamente, y se acerca al
televisor para verlo todo
bien. Empieza a asentir pensativamente—.
Continúa.
Jay pulsa «play» y él da unos pasos atrás.
Esto es horrible. Estoy
pegada al escalón, recordando la última vez
que Jesse descubrió que había
visto a Matt. No quiero que la escena se
repita. ¿Cómo puede ser que no
previera esto? Veo cómo me bajo del taburete y
me agacho para recoger
mis posesiones desperdigadas con Tom.
—Necesito verlo desde otro ángulo —dice Jesse.
—Hay otra cámara —se apresura a contestar Jay.
—Tráemela. ¿La viste hablando con él?
—Ward, hago lo que puedo, pero si me llaman
para encargarme de
algún gilipollas borracho o de alguna pelea de
niñatas, no puedo estar
encima de ella.
Sacudo la cabeza.
Lo próximo va a ser que me ponga un
guardaespaldas. Esto es
ridículo.
—No necesito que nadie me vigile —mascullo
entre dientes. Estoy
furiosa.
Ambos se vuelven para mirarme. De repente Jay
parece incómodo y
Jesse está tenso y agitado. Durante unos
instantes nos mantenemos en
silencio. Es embarazoso y, de manera
inconsciente, me cruzo de brazos
mientras me siento. Jesse escudriña cada uno
de mis movimientos.
—¿Dejaste tu bebida desatendida en algún
momento? —pregunta Jay.
La pregunta me deja atónita.
—No.
—¿Cuándo empezaste a sentirte rara? —pregunta
Jesse cruzando los
brazos sobre su pecho.
—Me tambaleé un poco en la barra, pero pensaba
que había sido cosa
de los tacones.
—¿Hablaste con alguien en la barra?
¡Mierda! ¿Debería mentir? He visto cómo
reacciona Jesse cuando se
me acerca algún tipo y no es agradable.
¡Mierda, mierda, mierda! Lo miro
nerviosa. Sabe que estoy cavilando.
Me mira con ojos oscuros y admonitorios. Su
pecho se hincha y se
deshincha agitado, con los brazos cruzados
todavía sobre el pecho.
—Responde a la pregunta, Ava —dice, más
calmado de lo que sé que
se siente.
—Había un tipo en la barra que se ofreció a
invitarme a una copa.
Pero me negué. —Escupo las palabras
rápidamente. Es obvio que me
siento incómoda, pero lo descubriría de todas
formas cuando continuara
viendo la grabación, así que será mejor que
sea sincera.
Jesse parece haberse quedado paralizado, y mi
corazón bombea a gran
velocidad en mi pecho.
Bajo la mirada hasta los pies.
—No pasó nada. Me fui de la barra y volví con
Kate. —Intento
quitarle importancia antes de que a Jesse le
dé algo.
—¡Deja de decir que no pasó nada! —grita.
Doy un brinco, lo miro sin querer y veo que
tiene las venas del cuello
hinchadas y la mandíbula tensa. Y entonces
algo atrae mi atención en la
pantalla. Ojalá no lo hubiera hecho. Debería
haber hecho caso omiso, y tal
vez así habría pasado sin que Jesse lo hubiera
visto. Se me hiela la sangre.
En la barra hay un hombre alto y trajeado. Es
demasiado tarde para hacer
como si nada. Jesse se vuelve hacia la
pantalla plana y ve, al igual que Jay,
lo que acaba de llamar mi atención.
Vuelve a hacerse el silencio mientras vemos
cómo el hombre
desaparece de la pantalla cuando me levanto
para ir a la barra. Después
aparece el baboso musculoso de la coleta
acercándose demasiado. Se me
caen las monedas y me agacho a recogerlas. Me
tambaleo y vuelvo a mi
mesa. Entonces, el hombre alto vuelve a
aparecer en pantalla. Entorno los
ojos para intentar enfocarlo mejor. ¿Será él?
Desde luego lo parece, pero
en su mensaje decía que estaba en Dinamarca.
Veo a Jesse echando chispas con el rabillo del
ojo, lo que indica que
está pensando lo mismo que yo. Observo la
grabación totalmente
estupefacta. Oigo su respiración agitada, pero
estoy demasiado pasmada
como para confirmar lo que ya sé. Debe de
estar colérico.
De repente el tiempo pasa muy de prisa, pero
entonces Sam entra en el
bar y la grabación se ralentiza de nuevo. Me
levanto de la mesa y dejo a
Sam babeando sobre Kate. Entonces Jesse
aparece en la esquina inferior de
la pantalla y veo cómo me desmayo, me doy
contra el suelo con fuerza y la
gente se arremolina alrededor de mi cuerpo
desplomado hasta taparme por
completo ante la lente de las cámaras.
Nadie dice nada durante un rato largo e
incómodo. Miro a Jesse y veo
que me está observando. No me gusta nada la
negrura de sus ojos, y siento
cómo los míos se inundan de lágrimas. ¿Debería
contarle lo del mensaje?
Ya está bastante iracundo. ¿Debería añadir más
leña a su evidente ira?
Jay carraspea y desvío la mirada hacia él.
—¿Ya habéis visto suficiente? —pregunta.
—Sí —responde Jesse sin apartar los ojos de
mí. Está claro que su
llegada repentina fue lo mejor que podría
haberme pasado.
—Entonces me marcho. —Jay se levanta y extrae
el disco del
reproductor—. Sé dónde está la salida.
Jesse no dice nada, y Jay se va, cerrando la
puerta tranquilamente al
salir.
Me siento en lo alto de la escalera con la
mirada en el suelo. Estoy en
trance. Esto podría haber acabado muchísimo
peor. No me cabe duda de
que Jesse tendrá algo que decir acerca de mi
falta de honestidad con
respecto a la presencia de Matt, pero debería
entenderlo. ¿Por qué iba a
contárselo? No soy tan idiota. Bueno, por lo
visto sí que lo soy. No se me
ocurrió pensar que habría cámaras de
seguridad, y desde luego no esperaba
que Jesse empezara a comportarse como Hércules
Poirot.
—No me habías dicho nada de Matt. —Su tono
calmado no me
engaña. Pero ¿por qué se centra en eso en
lugar de en el asunto más
importante que tenemos entre manos..., el tipo
trajeado de la barra? Sé que
Jesse también piensa que es él.
Elevo los hombros con ansiedad pero no levanto
la mirada; ya sé que
está furioso. No necesito confirmarlo
visualmente, y creo que es bastante
obvio por qué no mencioné lo de Matt.
—No quería que te enfadaras.
—¿Enfadarme yo? —dice, sorprendido.
—Vale, no quería que te cabrearas. —Lo miro y
me encuentro con una
expresión totalmente impertérrita. Estoy
extrañada. Esperaba que estuviera
rojo por la furia—. Nos encontramos por
casualidad.
—Pero estuvisteis charlando durante unos
minutos. ¿De qué
hablasteis?
—Él se disculpó.
—¿Durante todo ese tiempo? —dice con las cejas
enarcadas.
Tiene razón, para disculparse sólo se
necesitan un par de segundos,
pero no recuerdo cada detalle de la
conversación.
—Te dije que no volvieras a verlo.
Lo miro con la boca abierta.
—Jesse, no lo planeé. Ya te he dicho que fue
una coincidencia. —
¿Qué pretendía que hiciera? ¿Que me fuera del
bar?—. Quería saber cómo
se había enterado de lo tuyo.
—¿Tanto te importa? —Sé que está intentando
controlar su
temperamento.
—No, la verdad es que no.
Empieza a morderse el labio inferior mientras
me observa. Me siento
culpable y no sé por qué: yo no he hecho nada
malo. No me está gritando,
pero es evidente que está disgustado. ¿Qué
quiere que haga? Sé que está
pensando lo mismo que yo con respecto a
Mikael, pero no puede cabrearse
conmigo por eso porque yo ni siquiera sabía
que estaba allí, si es que era
él. ¿Era él?
—Entonces olvídalo. —Atraviesa el espacio
diáfano del ático y sube
la escalera—. Voy a ducharme.
Pasa por mi lado dejándome atónita ante su
aparente calma. Creo que
preferiría que estallara. Al menos, así sabría
en qué posición me encuentro.
¿Y ahora, qué?
Me levanto del escalón y me encamino al
dormitorio. No soporto este
punto muerto. Necesito saber qué está pasando
exactamente por esa mente
compleja. Sé que se siente furioso, así que,
¿por qué está controlando su
temperamento? No es agradable, aunque
preferiría que montara en cólera
para que liberara un poco la tensión. Tengo la
sensación de encontrarme
junto a una bomba de relojería.
Entro en la habitación y oigo que el agua
empieza a correr. Entro en el
baño y lo veo bajo la ducha. Incluso en estos
momentos me siento
tremendamente atraída por la belleza que tengo
delante, cargada de ira. Le
está costando, pero sigue dominándola.
—¿Quieres hacer el favor de echarme la bronca
para que podamos
zanjar esto?
Me siento en el mueble del lavabo y dejo las
manos sobre el regazo.
Entonces me doy cuenta por primera vez desde
que me he levantado de que
no llevo puesto el anillo de compromiso. ¿Me
lo quitó él? La idea me
atraviesa el alma. Esto no me gusta, no me
gusta un pelo.
No dice ni una palabra. Continúa enjabonándose
y finalmente sale y
coge una toalla para secarse. Me deja ahí
plantada, mirando el suelo del
baño. Esta incertidumbre me está matando. Bajo
al suelo y me dirijo
nerviosa al dormitorio.
—¿Jesse?
Hace como que no me oye, va hasta el vestidor
y aparece instantes
después con unos vaqueros desgastados. Le
tiembla la mandíbula sin parar,
y sé que está haciendo todo lo posible por
controlar sus emociones. Jamás
habría pensado que desearía que perdiera los
papeles. ¿Adónde va?
Se mete una camiseta gris por la cabeza y
regresa al baño mientras yo
me quedo de pie en medio de la habitación sin
saber qué coño hacer. Lo
sigo de nuevo y veo que se está cepillando los
dientes. Me mira a los ojos a
través del espejo. Me siento nerviosa...,
violenta.
—Habla conmigo, por favor —le ruego. No puedo
soportar esto.
Termina de lavarse los dientes, se echa agua
en la cara, se agarra al
borde del lavabo y respira hondo unas cuantas
veces. Me preparo para la
tormenta, pero no estalla. Pasa por mi lado y
vuelve al dormitorio.
Lo sigo como una desesperada.
—¿Adónde vas? —pregunto a sus espaldas
conforme se dirige a la
puerta.
Se detiene en seco y tarda unos instantes en
volver sus ojos oscuros y
atribulados hacia mí.
—Tengo asuntos que solucionar en La Mansión.
—Su voz suena
totalmente carente de emoción, mientras que yo
estoy a punto de echarme
a llorar. Estoy petrificada.
—Creía que íbamos a hacer algo juntos esta
noche —le recuerdo con
desesperación.
—Ha surgido algo —masculla, y se vuelve para
marcharse. No me
cabe duda de que ese «algo» soy yo. Va a
beber.
—¡Estás furioso conmigo! —grito, histérica. No
quiero que se vaya.
Normalmente insistiría en que fuera con él y
yo me negaría, pero ahora
quiero ir con él.
Sacude la cabeza pero no me mira. Necesito
verle la cara. Sale de la
habitación y yo me dejo caer al suelo
llorando. Me siento impotente e
incompleta. Y todo este dolor es porque yo
quería tener la última palabra,
todo esto es porque insistí en salir y en
demostrarle que no pasaba nada. Y
lo único que he demostrado es que estoy perdida
sin él.
Me obligo a levantarme y recorro la
habitación. Me dejo caer sobre la
cama y me acurruco en el lado que más huele a
él. Es un triste sustituto de
la realidad. Sólo él puede hacer que me sienta
mejor y borrar todo este
dolor. Y lo peor de todo es que sé adónde ha
ido, quién estará ahí y qué
estará haciendo. ¿Qué debo hacer? Estoy hecha
un asco, tengo la cara
hinchada, me escuece a causa de las lágrimas,
y me duele la cabeza de
tanto pensar en cosas horribles. ¿Abrirá una
botella de vodka? Sé que si lo
hace no lo veré durante algún tiempo, no
quiero volver a verlo así.
Preferiría no verlo en absoluto antes que ver
a esa bestia en la que se
transforma con unas cuantas botellas en el
organismo. No me apetece verlo
nunca más así en toda mi vida.
Me incorporo en la cama y de repente me
acuerdo de algo. Él no está
aquí, y yo estoy... sola. Me levanto y corro
hacia el baño. Abro el armario
de los cosméticos y observo los distintos
botes, frascos y tubos que
contiene. Inicio la búsqueda moviendo todo el
contenido hacia un lado. El
temblor de mis manos no me ayuda mucho a
realizar esta operación sin
tirar ninguna botella. Un grito de frustración
escapa de mis labios y,
cabreada, paso la mano por todos los estantes
y lo tiro todo al suelo.
¿En qué estoy pensando? No es tan idiota como
para esconderlas en
un lugar tan evidente. Salgo del baño y vuelvo
al vestidor, meto las manos
en todos los bolsillos de sus chaquetas,
vuelco todos sus zapatos y registro
los montones de camisetas dobladas con esmero.
Ni rastro. Pero no pienso
rendirme. Mis píldoras están desapareciendo
misteriosamente desde que
conocí a este hombre, y la primera vez que
sucedió hacía sólo unos días
que había cedido a sus encantos. ¿A qué está
jugando?
No puede ser que esté tratando de dejarme
embarazada. Si es así, tal
vez ya se haya salido con la suya. No puedo
creerlo.
Me dejo caer sobre el suelo del vestidor y me
seco las lágrimas que
brotan de mis ojos todavía. ¿Está intentando
atraparme? Empiezo a
registrar los bolsillos de sus vaqueros, revolviendo
todo el armario con
violencia al no encontrar nada. De repente, la
bolsa dorada de seda que nos
dieron en la fiesta de aniversario cae al
suelo al sacar una chaqueta de la
percha y su contenido se desparrama por el
suelo.
Condones.
«No necesitamos esto.»
Está intentando que me quede embarazada.
¡Joder!
Me pongo de pie y corro al piso de abajo, a su
despacho. Abro todos
los cajones, muevo todos los libros e incluso
miro detrás de los cuadros
que cuelgan en las paredes. Nada.
Recorro el ático como una loca, registrando
todos los cajones, todos
los armarios, cualquier sitio donde creo que
puede haberlas escondido,
pero una hora después todavía no hay ni rastro
de mis píldoras. En cambio,
la casa está hecha un desastre. Me detengo
cuando oigo sonar mi teléfono
en la distancia, rastreo el sonido hasta que
se detiene y me quedo en medio
del inmenso espacio diáfano mientras miro a mi
alrededor desesperada.
—¡Joder! —Me maldigo a mí misma, pero entonces
el tono de alerta
de mensaje de texto empieza a sonar y sigo el
sonido hasta el sillón donde
estaba sentado Jesse antes.
Meto la mano por un lado y encuentro el móvil.
La llamada perdida
era de mi madre. Joder, ¿habrá hablado Dan con
ella ya? No puedo
llamarla en estos momentos. Sé que suena un
poco cruel por mi parte, pero
ni siquiera sé en qué punto estamos como para
poder decírselo. El corazón
me da un vuelco cuando veo que el mensaje de
texto es de John.
Está bien, pero creo que deberías venir.
Me tranquilizo un poco a leer la primera parte
del mensaje, pero me
hundo de nuevo al leer el resto.
¿Debería ir? ¿Estará John jugando a tirar de
la cuerda con Jesse y una
botella de vodka? Subo corriendo la escalera,
me meto en el baño. Me lavo
la cara en un vano intento de que parezca que
no me pasa nada, pero no
funciona. Se ve a la legua que he estado
llorando sin parar, y ningún lavado
de cara ni ningún maquillaje podrían disimular
mis ojos enrojecidos y
vidriosos. Cojo las llaves y corro hacia el
coche, haciendo caso omiso de
los gritos de Clive.
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