El trayecto hasta La Mansión es un borrón de
visiones y de recuerdos.
Visiones de Jesse tambaleándose y arrastrando
las palabras, y recuerdos de
cuando lo encontramos inconsciente en la
terraza. No es algo que piense
voluntariamente, pero con toda probabilidad se
estará repitiendo. No
quiero volver a pasar por eso. No quiero ver
cómo se hace otra vez eso a sí
mismo, no por mi culpa. Puede que no sea capaz
de controlar su
irracionalidad, pero puedo evitar que se mate
lentamente.
Cuando llego a la entrada, no me extraña ver
que las puertas se abren
de inmediato. John debe de estar esperándome.
Recorro el camino hasta la
casa a una velocidad frenética, desesperada
por llegar hasta él y detener lo
inevitable. La puerta de La Mansión está
abierta, y entro corriendo en el
vestíbulo, haciendo caso omiso del barullo que
procede del bar y del
restaurante. El salón de verano ha vuelto a
convertirse en el espacio de
esparcimiento que era anteriormente, con sofás
y sillones dispersos por la
inmensa estancia. Muchos socios están allí
reunidos, charlando y tomando
algo. Cuando entro, todas las conversaciones
cesan y se hace el silencio. Sé
que si me fijo veré muchas caras agrias
dirigidas hacia mi persona, pero no
tengo tiempo ni intención de detenerme para
absorber ese resentimiento.
No necesito mirar. Se palpa claramente en el
aire.
Cuando me acerco a la puerta del despacho de
Jesse, oigo un tremendo
golpe que me hace saltar. ¿Qué coño ha sido
eso? Agarro la manija de la
puerta y miro detrás de mí pero no hay nadie
en el pasillo. Abro.
—¡Ava! —El rugido atronador del grandullón de
John atraviesa el
pasillo y detiene mi progreso, pero no lo
veo—. ¡Capullo de mierda! ¡Ava,
espera! —Por fin aparece, avanzando mucho más
rápido de lo que creía
posible para un hombre de su tamaño, con las
gafas de sol puestas,
corriendo hacia mí como un tren de vapor—.
¡Joder, mujer, no entres ahí!
Miro a la bestia frenética que se acerca como
un cohete a cámara lenta
y salto al oír otro impacto ensordecedor que
me obliga a apartar la atención
de la voz atronadora de John y a centrarla en
el despacho de Jesse. ¿Qué ha
sido eso? Abro la puerta un poco más hasta que
veo toda la habitación.
«¡Ay, joder!»
Me tambaleo hacia adelante después de que el
corazón se me haya
detenido unos instantes. ¿Qué coño está
pasando aquí?
—¡No! —John llega hasta mí y me agarra de la
cintura—. Ava,
muchacha, no entres ahí.
Pierdo todos los sentidos al ver el horror que
tengo ante mí, y después
intento combatir la tremenda fuerza de John,
que está tratando de sacarme
de la estancia. No sé cómo, tal vez gracias a
la adrenalina, pero consigo
liberarme y entro de golpe. Y entonces veo
cómo Sarah levanta el horrible
látigo que sostiene y golpea con él a Jesse en
la espalda. El corazón me da
un vuelco y siento que la palma cálida de John
me rodea el brazo.
—Ava, querida —dice John con la voz más suave
que jamás le he
oído—. No tienes por qué ver esto.
Me lo quito de encima e intento recomponer la
escena que tengo ante
mí. Es difícil, incluso aunque el tiempo se
haya detenido, y todos los
pequeños detalles me resultan perfectamente
claros.
Él tiene el torso desnudo y está de rodillas
en el suelo, con la cabeza
caída hacia adelante. No ha levantado la
vista. Sarah se encuentra de pie,
detrás de él, vestida con unos pantalones y un
corsé de látex y unas botas
de cuero que le llegan hasta los muslos; su
aspecto es tan horrible como el
del látigo que sostiene.
No puedo moverme. Estoy completamente
petrificada. Me tiemblan
las piernas, el corazón me late con tanta
fuerza que creo que se me va a
salir del pecho, y soy incapaz de abrir la
boca. ¿Qué está pasando aquí?
Sarah me mira con una expresión de
satisfacción en el rostro mientras
levanta el látigo de nuevo. Quiero gritar,
decirle que se detenga, pero mi
boca seca no responde a las órdenes de mi
cerebro. Su cara recauchutada
refleja que siente un gran placer sometiendo a
Jesse a su tortura, sin duda
aumentado sabiendo que yo lo estoy
presenciando.
Golpea su piel desnuda de nuevo y él arquea la
espalda. Echa la
cabeza hacia atrás pero no emite sonido
alguno.
El fuerte alarido que resuena por la
habitación es el mío.
En cuanto mi grito alcanza sus tímpanos,
levanta la cabeza. Yo
forcejeo de nuevo con John, que ha vuelto a
agarrarme.
—¡Suéltame! —digo revolviéndome con más
ímpetu, clavándole las
uñas y golpeándolo.
—¿Ava? —La voz de Jesse me paraliza. Es débil
y rota. Su cabeza
gira en mi dirección.
Un grito de desesperación escapa de mis labios
cuando nuestros ojos
se cruzan y descubro dos agujeros vacíos y
vidriosos. No parece estar del
todo sobrio. Parece drogado y demacrado.
Intenta levantarse pero se
tambalea ligeramente hacia adelante,
desorientado por completo. Miro su
espalda y veo al menos diez verdugones
diseminados de un lado a otro.
Algunos están superpuestos y de ellos manan
gotas de sangre.
Creo que voy a vomitar. Empiezo a tener
arcadas y, cuando Sarah
levanta el látigo de nuevo, oigo a John en la
distancia bramando su
nombre. Mis rodillas ceden y me caigo al suelo
a los pies del grandullón.
—¿Ava? —Jesse intenta levantarse de nuevo,
pero no tiene
estabilidad. Sacude la cabeza como si
intentara centrarse y su expresión
confundida se torna afligida al asimilar mi
presencia—. ¡Joder, no! —El
pánico inunda sus atractivos rasgos. Incluso
su voz es inestable. Se dispone
a caminar, pero Sarah lo detiene agarrándolo
del brazo—. ¡Suéltame! —
ruge, y la empuja hacia atrás—. Ava, nena.
¿Qué estás haciendo aquí? —
Corre hacia adelante y se postra de rodillas
delante de mí, cogiéndome la
cara y buscando mi mirada.
Lo veo como un borrón a través de las
lágrimas. No puedo hablar. Me
limito a sacudir la cabeza frenéticamente,
intentando eliminar de mi
cerebro lo que acabo de presenciar. ¿Es una
pesadilla? No trataba de
detenerla en absoluto. Estaba ahí arrodillado,
esperando los golpes en puro
trance. Empiezo a golpearlo y me pongo de pie.
—¡Ava, por favor! —suplica mientras le aparto
las manos de mí.
Tengo que salir de este maldito lugar.
Me vuelvo, empujo a John para pasar y corro
totalmente consternada
hacia el inmenso salón de verano. Mientras lo
atravieso, oigo algunas
exclamaciones de sorpresa. Me doy la vuelta y
veo que Jesse y John me
persiguen. Me llevo la mano a la boca al
sentir que la bilis asciende por mi
garganta. Joder, voy a vomitar.
Cruzo la puerta del baño y entro en el servicio.
Cierro de golpe, me
asomo a la taza y empiezo a evacuar el
contenido de mi estómago con unas
arcadas fuertes y sonoras y el rostro cubierto
de sudor y lágrimas. Me
encuentro en el peor de los infiernos y, una
vez más, atrapada en un aseo
sin ningún sitio adonde ir.
La puerta de los lavabos impacta contra la
pared de baldosas y el
sonido resuena por todo el servicio de
mujeres.
—¡Ava! —Jesse golpea la puerta del escusado, y
yo me agacho al
sentir que se avecina otra oleada de violentas
arcadas—. ¡Ava, abre la
puerta!
Aunque quisiera, no podría contestarle
mientras vomito sin parar.
¿Qué coño quiere que le diga? Acabo de ver
cómo aceptaba el maltrato de
una mujer a la que detesto, una mujer que sé
que lo desea y que me odia.
Mi imaginación no alcanza a entender ese tipo
de crueldad. Vomito de
nuevo y busco a tientas un poco de papel
higiénico para limpiarme la boca
mientras él sigue golpeando la puerta detrás
de mí.
—¡Por favor! —me ruega, y un fuerte golpe seco
impacta contra la
puerta. Sé que es su frente—. Ava, abre, por
favor.
Más lágrimas brotan de nuevo con fuerza de mis
ojos al oírlo suplicar.
No puedo mirar al hombre al que amo a la cara
sabiendo lo que se ha hecho
a sí mismo.
—¿Quién la ha dejado entrar? —Su tono se
vuelve agresivo, y golpea
la puerta—. ¡Joder! ¿Quién coño la ha dejado
entrar?
—Jesse, yo no la dejé entrar. Jamás haría eso.
—El tono grave de John
me reconforta. Quiero saltar en su defensa. Él
no me dejó entrar.
De repente, su voz inquieta y sus intentos por
evitar que entrara en el
despacho de Jesse me llevan a una conclusión:
no ha sido él quien me ha
mandado el mensaje. No ha sido él quien ha
abierto las puertas. Ha sido
ella otra vez. Para que viera cómo golpeaba a
mi hombre fuerte y
dominante. He subestimado su odio hacia mí. He
pisado sobre su precioso
terreno. Y ha conseguido destrozarme, pero
todo esto no quita el hecho de
que Jesse estaba participando activa y
voluntariamente en esa espantosa
representación. ¿Por qué?
—¿Qué está pasando? —La voz familiar de Kate
me da esperanzas de
escapar de este horror—. ¡Joder! Jesse, ¿qué
cojones le ha pasado a tu
espalda?
—¡Nada! —brama él.
—A mí no me hables así. ¿Dónde está Ava? ¿Qué
coño está pasando?
¡¿Ava?! —grita mi nombre, y yo quiero
contestarle, pero sé que si abro la
puerta Jesse entrará, y no quiero verlo.
—Está ahí dentro y no quiere salir. ¿Ava?
—dice—. Kate, por favor,
hazla salir.
Golpea la puerta de nuevo. Su voz es
desesperada y agitada.
—Vale, pero explícame qué hace ahí encerrada y
por qué estás
sangrando por todas partes —le exige Kate con
furia.
—Ava ha visto algo que no debería haber visto.
Está fuera de sí.
Tengo que verla. —Le cuesta respirar.
Quiero gritar por qué estoy fuera de mí, pero
nuevas arcadas me
impiden decir nada.
—¡Ay de ti como le hayas hecho algo, Jesse!
—grita Kate—. ¿Ava?
Me ha hecho algo, pero nada de lo que ella
cree. Es peor. Mucho peor.
—¡No! —exclama Jesse, a la defensiva—. ¡No es
nada de eso!
—¿Qué ha sido entonces? Está ahí dentro
vomitando. ¿Ava? —El
puño de Kate empieza a golpear suavemente la
puerta—. Ava, vamos. Abre
la puerta.
—¡Ava! —grita Jesse, histérico.
—Jesse, vete de aquí —le espeta Kate.
—¡No!
—No va a salir contigo aquí. Eh, grandullón,
llévatelo de aquí.
—¿Jesse? —ruge John, y rezo para que le haga
caso y se marche. No
pienso ir a ninguna parte si él está ahí
fuera—. Vamos a ver si te espabilas
un poco, pedazo de gilipollas.
Me siento con la cabeza entre las manos y oigo
cómo intentan
convencer a Jesse de que salga del servicio.
Por fin oigo que la puerta se abre y vuelve a
cerrarse, y Kate golpea
suavemente la puerta.
—Ava, ya se ha ido —me asegura desde el otro
lado.
Me levanto, abro el pestillo y dejo que mi
amiga entre en el escusado
conmigo. Se hace hueco en el pequeño espacio y
arruga la nariz al ver mi
vómito por toda la taza.
—¿Qué coño ha pasado? —Se agacha al otro lado
del cubículo hasta
que estamos rodilla con rodilla.
Gimoteo y me sueno la nariz con un poco de
papel. Tengo un sabor
horrible en la boca. Respiro pausadamente unas
cuantas veces entre
sollozos e intento estabilizar mis cuerdas
vocales.
—Ha dejado que lo azoten —explico. El sonido
de las palabras me
obliga a dirigir la cabeza de nuevo hacia la
taza, pero lo único que consigo
es ahogarme con unas arcadas secas. Kate me
acaricia la espalda.
—¿Qué?
Me aparto del retrete y veo que Kate tiene la
boca abierta de
incredulidad. ¿Quién podría creerlo? Pero ha
visto las marcas por toda su
espalda.
—Entré en su despacho y Sarah estaba
azotándolo con un látigo.
Abre unos ojos como platos.
—¿Sarah, la megazorra? —inquiere, muerta de
asombro.
—Sí —digo, y asiento con la cabeza por si la
palabra no logra salir de
mi boca—. Él estaba arrodillado, Kate, como
una especie de esclavo
sumiso. —Rompo a llorar de nuevo; el horrible
recuerdo de mi hombre
fuerte y seguro de sí mismo postrado de
rodillas y dejándose golpear
invade mi mente. ¿Por qué ha hecho tal cosa?
—Joder. —Apoya la mano sobre mi rodilla—. Ava,
tiene la espalda
hecha un asco.
—¡Ya lo sé! —grito—. ¡La he visto!
No había nada de sexual en eso. No había
ningún elemento placentero.
Al menos no por parte de Jesse. Lo de Sarah ya
es otra historia. Jesse
quería que le hiciera daño. El estómago se me
revuelve otra vez.
—Kate, necesito salir de aquí, pero él no va a
permitirlo. Sé que no va
a dejar que me vaya.
Un aire de determinación se instala en su
hermoso y pálido rostro y se
pone de pie.
—Espera aquí.
—¿Adónde vas? —pregunto, alarmada. Jesse
entrará como una bala
en cuanto Kate salga por esa puerta. Sé que lo
hará.
—John se lo ha llevado a su despacho. Sólo voy
a comprobarlo. —
Abre la puerta y pasa por encima de mi cuerpo
desparramado.
Contengo la respiración a la espera de oír más
gritos, pero no sucede
nada. La puerta se abre y se cierra y entonces
se hace el silencio. Estoy
sola. Me levanto, con las piernas débiles y temblorosas,
y cojo un poco de
papel higiénico y lo paso por el asiento. Me
cubro la boca con la mano.
Mientras limpio el retrete, nuevas y violentas
arcadas amenazan con
invadirme.
La puerta de los aseos se abre. Me quedo
helada y aguanto la
respiración.
—Ava —susurra Kate dando unos golpecitos en la
puerta—. Jesse
está en su despacho con John. Sam nos dejará
salir.
Abro la puerta y me veo por un instante en el
espejo antes de que mi
amiga me saque del baño y me arrastre hasta la
salida. Joder, estoy hecha
un asco.
—Espera, necesito un poco de agua.
Me suelto de la mano de Kate, me acerco al
lavabo y me inclino para
lavarme la cara y enjuagarme la boca.
—Toma un chicle. —Me mete una tira en la boca.
Ahora me replanteo las virtudes del alcohol.
¿Habría preferido
encontrármelo borracho? Sí, sin lugar a dudas.
Habría preferido
encontrarme con esa pobre criatura antes que
ver cómo lo golpeaban. Es
autodestructivo. El dolor se torna ira cuando
recuerdo cómo reaccionó al
ver los cardenales que me hice cuando acompañé
a Kate a repartir la tarta
en la parte trasera de la antigua Margo, y la
cara que puso cuando vio las
magulladuras que tenía en el brazo después de
mi encontronazo con el
calvorota agresivo, lo violento que se puso.
Antes de que me dé tiempo a declarar mis
intenciones de ir a buscar a
Jesse para pedirle explicaciones, él entra en
los servicios como un toro
presa del pánico. En cuanto me ve me doy
cuenta de que su mirada perdida
ha desaparecido. Tiene el pecho húmedo y el
cabello rubio oscurecido por
el sudor. La mirada de Kate oscila entre ambos
mientras evalúa la
situación.
Jesse se acerca a mí, y no hago ningún intento
por evitar que haga lo
que sé que va a hacer. Se agacha, me coge en
brazos y sale del servicio en
dirección a su despacho. Mantiene la mirada
fija hacia adelante mientras
avanza con determinación. Atraviesa de nuevo
el salón de verano bajo la
atenta mirada de algunos de los socios, que
siguen revoloteando y
disfrutando del espectáculo. Soy consciente de
los cuchicheos y de cómo
nos señalan, y las lágrimas invaden mis ojos y
empiezan a descender por
mis mejillas. Estoy rota de dolor, siento
angustia y tengo el corazón hecho
pedazos.
Cierra la puerta de su despacho de una patada
y continúa directo hacia
el sillón. Se agacha para dejarme y hace una
mueca de dolor. El estómago
se me revuelve. Me abraza con fuerza y hunde
la cabeza en mi cuello. No
dice nada, me sostiene lo más cerca que puede
y yo intento controlarme
para evitar los temblores que asaltan mi
cuerpo, pero es una batalla
perdida. Mi hermoso hombre tiene problemas
graves, y justo cuando creía
que empezaba a entenderlo, me encuentro con el
peor toque de atención
posible. No lo conozco en absoluto, y desde
luego no lo comprendo.
—Por favor, no llores. —Su voz amortiguada
alcanza mis tímpanos
—. Me está matando.
—¿Por qué? —pregunto. Es lo único que puedo
decir. Es todo cuanto
quiero saber—. ¿Por qué has hecho eso?
—Te prometí que no bebería.
«¿Qué?»
¿Ha preferido que lo azotaran en vez de beber
porque me prometió
que no lo haría? Justo cuando pensaba que no
podía quedarme más
alucinada...
—¿Querías beber?
—Quería evitarlo.
—Mírame —le ordeno, pero no hace ademán de
levantar la cabeza—.
¡Maldita sea, Jesse, mírame! —Me revuelvo para
intentar agarrarlo de la
cabeza y levantársela, pero él silba de dolor
y me detengo inmediatamente
—. Tres —digo tranquilamente. No puedo creer
que le esté haciendo la
cuenta atrás, pero no sé qué otra cosa hacer.
Siento que se tensa debajo de
mí, pero sigue sin mirarme—. Dos.
—¿Qué pasa si llegas a cero? —pregunta
tranquilamente.
—Que me largo —respondo con calma.
Levanta la cabeza y gimo al verlo con los
párpados caídos y cargados
de dolor y la barbilla temblorosa. Me mira
directamente a los ojos. Me
están rogando en silencio.
—Por favor, no lo hagas.
Las pocas fuerzas que me quedaban se
desmoronan al verlo y oírlo.
Me derrumbo por completo, le agarro la cara
entre las manos y acerco los
labios a los suyos, pero todavía no me siento
lo bastante cerca. Me
revuelvo con rabia hasta quedar sentada a
horcajadas sobre su regazo, y
después lo pego a mí todo lo posible sin
hacerle daño.
—¿Qué querías evitar?
—Herirte.
—No lo entiendo. —Estoy totalmente confundida.
¿Cree que así no
me hiere?—. Habría preferido que hubieras
bebido.
—No, no lo habrías preferido. —Lo dice con una
pequeña carcajada
que me pone los nervios de punta.
Me aparto y busco su mirada.
—Preferiría verte con media destilería de
vodka en el cuerpo a
presenciar lo que acabo de ver.
Agacha la cabeza avergonzado.
—Créeme, Ava, no lo habrías preferido.
—Te digo que sí —insisto. Esto no es ningún
concurso—. ¿Cómo
quieres que confíe en ti de este modo? Jesse,
me siento traicionada.
Ni siquiera he pensado todavía qué voy a hacer
con Sarah en cuanto le
ponga las manos encima. No me conformaré con
aplastarla. Ha marcado a
mi dios neurótico y, cuanto más lo asimilo,
más cabreada me siento.
Me levanto de su regazo y lo rechazo cuando
intenta agarrarme.
—No voy a marcharme —digo con frialdad. Su
expresión de pánico
hace que me cabree todavía más.
Empiezo a pasearme por el despacho
golpeteándome el diente con la
uña bajo la mirada tensa y angustiada de mi
hombre imposible, que no deja
de someterme a malditos retos cada vez más
complicados. Pero esto ha
sido el colmo. Era algo sádico. Joder, y yo le
di un pequeño azote con el
cinturón la noche de la inauguración del
Lusso.
Me siento en el sofá que está delante de él y
apoyo mi dolorida cabeza
sobre las palmas. Oigo cómo toma aire varias
veces, como si quisiera decir
algo. Yo exhalo agotada y me masajeo las sienes.
—¿Hay algo que deba saber?
—¿Como qué? —pregunta, a la defensiva. No me
gusta ese tono, y
¿cómo coño voy a saber yo qué? Detesto este
lugar. Primero lo de la
bebida, y ahora que se haya dejado azotar.
¿Qué otra cosa podría
sorprenderme o cabrearme más que eso?
—No lo sé, dímelo tú. Dijiste que no habría
más secretos, Jesse. —
Levanto los brazos, enfadada. Quiero
consolarlo desesperadamente.
Mantenerme alejada de él me duele casi tanto
como ver cómo lo golpean
—. ¿Por qué iba a preferir esto a verte borracho?
Se inclina despacio hacia adelante con la
mandíbula apretada y apoya
los codos sobre las rodillas mientras se frota
las sienes pensativo.
—Para mí, la bebida y el sexo van de la mano.
—¿Y eso qué quiere decir? —digo con voz aguda
y nerviosa.
—Ava, heredé La Mansión con veintiún años. ¿Te
imaginas lo que
siente un joven que de pronto se ve con este
lugar y con un montón de
mujeres dispuestas a satisfacerlo? —Parece
avergonzado.
Empiezo a planteármelo. Me lo imagino
perfectamente, y no me
extraña que las mujeres estuvieran dispuestas
a satisfacerlo. Siguen
estándolo. ¡Sólo hay que verlo!
—¿Te refieres a las incursiones sexuales?
—susurro. ¿De verdad
quiero saber esto?
Suspira.
—Sí, a las incursiones, pero todo eso ha
quedado atrás. —Se inclina
hacia adelante con una mueca de dolor—. Ahora
en mi vida sólo estás tú.
—¿Bebías y follabas?
—Sí, como te he dicho, la bebida y el sexo van
de la mano. Ven aquí,
por favor. —Extiende el brazo sobre la gran
mesa que separa los dos sofás,
pero yo me aparto. Deja caer la mano y mira al
suelo.
Continúo sin entenderlo. Eso sigue sin
explicar por qué ha aceptado
que Sarah lo azote.
—Entonces ¿no has bebido porque habrías
querido follar? —Debo de
tener la frente como un mapa de carreteras,
porque estoy totalmente
confundida.
—No me fío de mí mismo cuando bebo, Ava.
—¿Porque crees que saltarás sobre la mujer que
tengas más a mano?
Ríe nervioso y se pasa las manos por el pelo.
—No lo creo. No te haría algo así.
—¿No lo crees? —Estoy estupefacta.
—Es un riesgo que no voy a correr. Ava. Bebo
demasiado. Pierdo la
razón y las mujeres se abalanzan sobre mí
dispuestas a todo. Ya lo has
visto. —Me sonríe avergonzado.
Me burlo.
—¡No parecías estar en condiciones de hacer
nada el viernes de la
semana pasada! —Estaba inconsciente, y sí, he
visto cómo las mujeres se
abalanzan sobre él. ¡Es humillante!
—Sí, ése no es mi nivel normal de embriaguez,
Ava. Quería olvidar
—responde, incómodo.
De repente me siento fatal.
—¿Así que normalmente mantienes un nivel de
embriaguez estable y
después te follas a un montón de mujeres
dispuestas a todo? —Creo que
estoy empezando a entenderlo—. ¿Nunca has
bebido cuando te has
acostado conmigo?
Se levanta, aparta la mesa para arrodillarse
delante de mí y apoya las
manos sobre mis muslos. Me mira directamente a
los ojos.
—No, Ava. Nunca me he hallado bajo los efectos
del alcohol cuando
he estado contigo. No lo necesito. El alcohol
me hacía bloquear cosas, me
ayudaba a olvidar lo vacía que era mi
existencia. Todas esas mujeres me
importaban una mierda. Y entonces apareciste
tú, y todo cambió. Me
devolviste a la vida. No quiero volver a beber
porque, si empiezo, puede
que no pare, y no quiero perderme ni un
segundo contigo.
Su confusión hace que se me llenen los ojos de
lágrimas. Era un
mujeriego que se tiraba a todo lo que se
movía. Eso ya lo sabía.
—¿Has echado un polvo soñoliento con alguien
más? —Contengo la
respiración. ¿De todas las cosas que podría
haberle preguntado, voy y le
pregunto eso?
Suspira con pesar.
—No.
Lo miro con recelo.
—¿Y te has follado a alguien para hacerla
entrar en razón?
—¡No, Ava! Nunca me había importado nadie lo
suficiente como para
necesitar o querer hacerla entrar en razón
respecto a nada. —Me aprieta los
muslos—. Sólo tú.
Vale, por extraño que parezca, eso ayuda
bastante, pero sigue
insistiendo en que no es un alcohólico, lo
cual es absurdo. Si no bebes
porque no te fías de ti mismo, tienes un
problema, y podría haber estado
bajo esos efectos todo este tiempo. Dicen que
un buen alcohólico sabe
disimularlo muy bien. ¿Cómo iba a saber yo si
bebe? Pienso en el jueves
por la noche, cuando lo descubrí aquí en su
despacho, con una botella de
vodka y en compañía de otra mujer.
Esto es horrible. Ahora, además de preocuparme
por si bebe o no, voy
a tener que preocuparme de qué hace una vez
que ha bebido. ¡Genial! Ni
siquiera puedo reunirme con clientes
masculinos sin que se ponga hecho
una furia, aunque el cabreo de Jesse con
respecto a Mikael parece que tenía
su razón de ser. No obstante, sé perfectamente
que también aplastaría a mis
demás clientes.
Le aparto las manos de mis muslos y me
levanto, dejándolo
acuclillado junto al sofá, totalmente perdido.
—Entonces el jueves, en tu despacho, ¿me estás
diciendo que si te
hubieras bebido el vodka te habría encontrado
tirándote a Sarah sobre la
mesa en lugar de verte acurrucadito con ella?
—Esto es espantoso.
Se levanta, se acerca a mí, me agarra de las
caderas para
inmovilizarme y me da la vuelta para mirarme a
los ojos.
—¡No! ¡No seas idiota!
—No estoy siendo idiota —replico—. Bastante
tengo ya con
preocuparme por si bebes o no. ¡No sé si podré
soportar las complicaciones
adicionales de que te emborraches y te
apetezca follarte a otras mujeres!
—Estoy chillando, pero no lo puedo evitar.
Retrocede.
—¿Quieres hacer el favor de cuidar tu puto
lenguaje? No hace que me
apetezca follarme a otras mujeres. ¡Hace que
me apetezca follar!
—Entonces más me vale estar contigo cuando
bebas, ¿no?
—¡No voy a volver a beber! ¡¿Es que no me
escuchas?! —grita—. No
necesito beber. —Me suelta fríamente, y se
dirige dando fuertes pisotones
hacia la ventana para volver al instante. Me
apunta con un dedo y espeta—:
¡Te necesito a ti!
Ya estamos otra vez con eso. ¿Cómo coño lo
sabe? Le aparto la mano
de delante de mi cara.
—Me necesitas como sustituta del alcohol y del
sexo. —Voy a llorar.
Sólo me necesita para alejarse de un estilo de
vida que acabará matándolo
como siga así mucho más tiempo. Soy un medio
para escapar de una
muerte prematura por intoxicación etílica.
Creo que voy a vomitar otra
vez. Lo aterra que lo deje, pero eso no tiene
nada que ver con el amor que
siente por mí. Es porque teme volver a una
vida vacía—. Me manipulas.
—¡No te manipulo! —repone, y parece ofendido
de verdad.
—¡Claro que lo haces! ¡Con el sexo! Para
hacerme entrar en razón y
para recordar. Todo es manipulación. ¡Yo te
necesito y tú lo utilizas contra
mí!
—¡No! —ruge, y de pronto pasa los brazos por
todo el estante de las
bebidas y tira decenas de botellas de licor y
de vasos al suelo. El estrépito
de cristales rotos resuena a nuestro alrededor.
Doy un brinco y retrocedo, pero él se acerca y
me agarra de los
hombros.
—Necesito que me necesites, Ava. Es así de
simple. ¿Cuántas veces
he de decírtelo? Si tú me necesitas, yo cuido
de mí mismo..., así de simple.
—¿Y dejar que te azoten te parece que es
cuidar de ti mismo? —le
grito a la cara.
Me suelta y comienza a tirarse del pelo.
—¡No lo sé, joder!
Miro al techo. Esto es inútil.
—Te necesito, pero no así.
Me coge de las manos.
—Mírame —me ordena fríamente. Bajo la vista de
nuevo para
mirarlo a la cara otra vez—. ¿Cómo te hago
sentir? Yo sé cómo me haces
sentir tú. Sí, he estado con muchas mujeres,
pero sólo era sexo. Sexo sin
compromiso. No sentía nada. Ava, te necesito a
ti.
Observo cómo mi hombre atractivo, atribulado,
neurótico y canalla
me mira directamente a los ojos y quiero
gritarle y aplastarle la cabeza
contra la pared para hacerle entender cuál es
la manera normal de actuar.
Nos volvemos locos el uno al otro. Ésa es la
verdad. No nos hacemos bien,
y él me manipula. El problema es que me gusta.
El animal sexual que hay
en mí aflora cada vez que lo hace. Lo
necesito, igual que él me necesita a
mí, pero por motivos diferentes. Ha conseguido
ser parte de mí. Se ha
incrustado en mi mente y en mi alma. Sin él,
me siento vacía. Estoy vacía.
—¿Cómo puede ser que me necesites si yo
consigo que te hagas esto a
ti mismo? —pregunto, cansada—. Te has vuelto
más autodestructivo ahora
que antes de conocerme. Hago que necesites
beber, no que quieras hacerlo.
Te he convertido en un loco irracional, y desde
luego yo tampoco estoy ya
muy cuerda, que digamos. ¿No ves lo que nos
estamos haciendo el uno al
otro?
—Ava —me dice con tono de advertencia. Sabe
adónde quiero ir a
parar.—
Y, para que lo sepas, detesto el hecho de que
la hayas metido en
todas partes. —Necesito que lo sepa, pero
entonces unas imágenes
horribles inundan mi cabeza.
Dejo escapar un grito ahogado.
—Cuando desapareciste durante cuatro días...
—Ni siquiera soy capaz
de terminar. El corazón se me ha subido a la
garganta y ha estallado.
Abre unos ojos como platos ante mi evidente
conclusión, aprieta los
dientes y los músculos de su barbilla empiezan
a temblar.
—No significaron nada en absoluto. Te quiero.
Te necesito.
—¡Joder! —Me caigo de rodillas. No lo ha
negado—. Te estuviste
follando a otras mujeres. —Me llevo las manos
a la cara y las lágrimas
empiezan a brotar de nuevo. Me siento como si
me hubieran dado un
puñetazo en el estómago.
Se agacha a mi lado en el suelo, me agarra de
los brazos y me sacude.
—Ava, escúchame. No significaron nada. Me
estaba enamorando de
ti. Sabía que te dolería. No quería hacerte
daño.
—Dijiste que no podrías hacerme eso. Olvidaste
añadir «otra vez».
Deberías haber dicho que no podrías hacérmelo
«otra vez».
—No quería hacerte daño —susurra.
Levanto mi rostro derrotado.
—¿Y para remediarlo te tiraste a otras
mujeres? —Tengo el estómago
revuelto. No puedo respirar—. ¿A cuántas?
—Ava, no hagas esto, por favor. Me doy asco.
—¡A mí también me das asco! —grito, temblando
y sollozando
incesantemente—. ¿Cómo pudiste hacerlo?
—Ava, ¿no me estás escuchando?
—¡Claro que sí, y no me gusta lo que oigo! —Me
pongo de pie, pero
me agarra de la cintura para evitar que me
marche.
Apoya la frente en mi estómago y veo a través
de mis ojos nublados
cómo empieza a sollozar él también.
—Lo siento. Te quiero. Por favor, te lo
suplico, no me dejes. Cásate
conmigo.
—¡¿Qué?! —grito.
Ni siquiera hemos hablado sobre el tema que
tenemos entre manos
todavía y ya me encuentro al borde de un
ataque de nervios. Es demasiada
información. Éste es el golpe letal.
—No puedo casarme con alguien a quien no
entiendo. —Pronuncio las
palabras lentamente entre jadeos y siento que
se hunde ante mí respirando
profundamente. Veo los verdugones y las gotas
de sangre de su espalda—.
Creía que empezaba a comprenderte —añado con
voz temblorosa—. Pero
has vuelto a destruirme, Jesse.
—Ava, por favor. Estaba hecho polvo, perdí el
control. Creía que así
podría olvidarte.
—¿Emborrachándote y tirándote a otras mujeres?
—No sabía qué hacer —dice con un hilo de voz.
—Podrías haber hablado conmigo.
—Ava, habrías huido de mí otra vez.
—Todas las veces que has estado disculpándote
conmigo eran porque
te remordía la conciencia, y no por haberte
emborrachado, ni por lo de La
Mansión. Era porque me engañaste con otras.
Dijiste que habías dejado tus
correrías mucho antes de conocerme. Me
mentiste. Cada vez que creo que
damos un paso hacia adelante, estalla una
nueva bomba. No puedo seguir
con esto. No sé quién eres, Jesse.
—Ava, claro que lo sabes. —Me mira con ojos
suplicantes—. La he
jodido. La he jodido bien, pero nadie me
conoce mejor que tú. Nadie.
—Puede que Sarah sí. Parece que ella te conoce
muy bien —digo sin
mostrar emoción alguna—. ¿Por qué?
Se deja caer sobre los talones y agacha la
cabeza.
—Te he decepcionado. Quería beber, pero te
prometí que no lo haría,
y sé lo que puede pasar si lo hago.
Hago un mohín al oír su confesión.
—¿Así que le pediste que te azotara?
—Sí.
Se me revuelve el estómago.
—No lo entiendo.
Mantiene la cabeza gacha.
—Ava, sabes que he sido un vividor —dice en
voz baja. Está
avergonzado—. He roto matrimonios, he tratado
a las mujeres como si
fueran objetos y he tomado lo que no me
pertenecía. He hecho daño a
algunas personas, y siento que todo esto es mi
penitencia. Contigo encontré
la gloria, y tengo constantemente la sensación
de que alguien va a venir a
arrebatármela.
El nudo que tengo en la garganta se
intensifica.
—TÚ eres el único que va a joder esto. Tú y
sólo tú. Bebiendo, siendo
tan controlador y tirándote a otras mujeres.
¡TÚ!
—Podría haber detenido todo esto. No me creo
que seas mía. Me
aterra que alguien te aparte de mi lado.
—¿Y por eso le pediste a una mujer que
detesto, a una mujer que
quiere alejarte de mí, que te azotara?
Frunce el ceño y me mira.
—Sarah no quiere alejarme de ti.
Sacudo la cabeza, frustrada.
—¡Sí, Jesse, claro que quiere! Haciéndote esto
me haces daño a mí.
Me estás castigando a mí, no a ti. —Necesito
desesperadamente que lo
entienda—. Te amo, a pesar de toda la mierda
que voy descubriendo de ti,
pero no puedo ver cómo te haces esto a ti
mismo.
—No me dejes —dice con los dientes apretados,
levantando los
brazos y agarrándome de las manos—. Me moriré
sin ti, Ava.
—¡No digas eso! —le grito—. Es una estupidez.
Tira de mí hasta ponerme de rodillas.
—No es ninguna estupidez. No sabes por lo que
pasé cuando
desapareciste sin más. Me hizo ver lo que
sería mi vida sin ti. —Está muy
nervioso—. Ava, era insoportable.
Esto explica lo de sus repetidas disculpas en
sueños. Yo lo dejaba
porque había descubierto lo de las otras
mujeres.
—Si te dejara, sería porque no puedo soportar
que te hagas daño a ti
mismo, no puedo ver cómo te torturas.
—Jamás te harás una idea de cuánto te quiero.
—Me agarra de la cara
y yo me aparto. Esa afirmación me pone
furiosa—. Deja que te toque —
ordena, intentando cogerme. Está frenético y
aterrado, y eso me está
devorando por dentro.
—¡Me hago una idea, Jesse, porque yo siento lo
mismo! —grito—.
Aunque me has destrozado por completo, sigo
amándote y, joder, me odio
por ello. ¡Así que no te atrevas a decirme que
no me hago una idea!
—Es imposible. —Me agarra de los brazos y tira
de mí hacia adelante
con un silbido de furia—. ¡Es imposible! —dice
con voz grave. Lo cree
realmente.
Dejo que me estreche contra su pecho, pero soy
incapaz de rodearlo
con los brazos. Estoy emocionalmente agotada y
bloqueada por completo.
Mi mujeriego fuerte y dominante se ha reducido
a una alma asustada y
desesperada. Quiero recuperar al Jesse feroz.
—Voy a buscar algo para limpiarte las heridas.
—Forcejeo para
liberarme de sus brazos—. Jesse, tengo que
limpiarte eso.
—No me dejes solo.
Me suelto y me pongo de pie.
—Cuando dije que jamás te dejaría, lo decía en
serio. —Giro sobre
mis talones y salgo del despacho totalmente
abstraída dejándolo de
rodillas.
No voy a buscar nada para limpiarle la
espalda. Curarle las heridas no
va a demostrar nada. Sólo hay un modo de
hacerle entender que sé cómo se
siente. Y si eso es lo que tengo que hacer, lo
haré.
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