Capítulo
32
Sé que si me estiro soltaré un alarido. La
tremenda necesidad de moverme
lucha contra mi instinto natural de permanecer
quieta para evitar los
pinchazos. Los acontecimientos del día anterior
me vienen a la cabeza en
cuanto abro los ojos: todo aquel horror, los
sonidos de los látigos, los
estallidos de dolor, la angustia y el
tormento. Y todo ello ha aparecido de
golpe en mi cerebro, sin la más mínima
cortesía matutina.
Abro los ojos y veo que Jesse está
profundamente dormido en la
misma posición en la que recuerdo haberlo
visto por última vez, con la
mano sobre mi mejilla y el rostro pegado al
mío, los labios separados y
respirando de manera tranquila y sosegada
sobre mi cara. Parece tan
sereno, con las largas pestañas adornando su
rostro y el pelo rubio revuelto
como todas las mañanas. La barba de un día y
los rasgos atractivos y
despreocupados tan cerca de mí hacen que
esboce una pequeña sonrisa.
Detrás de su manera de ser imposible e
irritante se esconde un hombre
destrozado que bebe y folla sin control y que
hace que lo azoten para
castigarse a sí mismo. Y yo he contribuido en
gran medida a ese estado de
lamentación, pero si las cosas son como él
dice y se ha castigado porque
cree que lo merece, porque dice que todo lo
que sucede es a causa de su
pasado, entonces será mejor que me encierre en
una urna de cristal para el
resto de mi vida.
Observo cómo sus ojos se mueven y comienzan a
abrirse lentamente.
Parpadea unas cuantas veces más y me mira. Veo
que su mente adormilada
empieza a inundarse con la información y los
recordatorios que lo llevarán
rápidamente a asimilar dónde estamos y por
qué. Se demora unos
silenciosos instantes, pero finalmente suspira
y se acerca unos centímetros
más hasta que estamos nariz con nariz, él de
costado y yo todavía boca
abajo. Me parece que está demasiado lejos.
Saco los brazos de debajo de la
almohada y me vuelvo ligeramente con unas
cuantas muecas de dolor hasta
que estoy de lado frente a él. Apoya las manos
en mi cadera y se acerca
todavía más, hasta que nuestros cuerpos quedan
pegados y nuestras narices
se tocan de nuevo.
—Sí que es posible —susurro con la garganta
tremendamente seca—.
Sí que es posible entender lo que sientes por
mí.
—¿Has hecho esto para demostrar que me
quieres?
—No, ya sabes que te quiero. Lo he hecho para
que sepas lo que se
siente. Arruga la frente.
—No lo entiendo. Ya sé lo que se siente cuando
te azotan.
—No me refiero a eso. Me refiero a la angustia
de ver al hombre al
que amo haciéndose daño a sí mismo. —Levanto
la mano, le acaricio la
barba y veo que de repente lo capta—. Nada
podría dolerme más que ver
cómo te haces eso a ti mismo. Es lo único que
podría matarme. Si vuelves
a castigarte, yo también lo haré. —La voz me
tiembla ligeramente al
pensar en tener que volver a enfrentarme a
otro día como el de ayer. Acabo
de amenazarlo y, si me quiere tanto como dice,
debería concederme mi
petición.
Se apresura a apartar la mirada y comienza a
morderse el labio
mientras sacude ligeramente la cabeza. Vuelve
a mirarme.
—Me amas.
—Te necesito. Te necesito fuerte y sano.
Necesito que entiendas
cuánto te quiero. Necesito que sepas que yo
tampoco puedo vivir sin ti.
Que yo también me moriría si te perdiera.
Niega con la cabeza.
—No te merezco, Ava. No con la vida que he
llevado. Nunca había
tenido nada que apreciara o que quisiera
proteger. Y ahora que lo tengo
siento una mezcla extraña de felicidad total y
de pánico absoluto. —Sus
ojos repasan cada milímetro de mi cara—.
Llenaba mi existencia con
alcohol y con mujeres. Y me daba igual. Le he
hecho daño a lo más valioso
que tengo, y no puedo soportarlo.
—Yo te he hecho ser así.
Arruga la frente pero no me rebate. Yo he
hecho que sea así.
—Necesito controlarte, Ava. No puedo evitarlo.
Te lo juro.
—Ya lo sé —suspiro—. Ya sé que no puedes
evitarlo.
Me acerco a su pecho y me deleito con su
calor. Por una vez, siento
que lo entiendo perfectamente. Ha tenido una
existencia irreprimible, una
vida de despreocupación, de insensibilidad, un
auténtico desastre. Y ahora
no sabe qué hacer con todas estas emociones
nuevas.
—Estás sufriendo por mi culpa —dice pegado a
mi cabello.
—Y tú por la mía —afirmo secamente—. Pero
superaremos el pasado.
Mientras estés conmigo y te sientas fuerte, lo
superaremos. No es tu
pasado lo que me hace daño. Eres tú. Las cosas
que estás haciendo ahora.
—Sé que mi mente me está recordando que me ha
costado digerir lo del
pasado de Jesse, pero eso sólo me provocaba
unos celos tremendos, no un
dolor insoportable. Tengo que aprender a
superarlo.
Me aparta de su pecho. Tiene los ojos húmedos
y le tiembla la
barbilla.
—Estás loca de atar —dice con voz tierna antes
de besarme—. Loca
de remate.
Recibo alegremente sus labios sobre los míos.
Creo que es la única
parte de mi cuerpo que puedo mover sin morirme
de dolor.
—Estoy locamente enamorada de ti. Por favor,
no vuelvas a hacerte
eso a ti mismo. Me duele la espalda.
Se aparta con el ceño medio fruncido.
—Todavía estoy furioso contigo.
—Yo contigo tampoco es que esté muy contenta
—le contesto
tranquilamente.
—No puedo tocarte —gruñe, y me besa de nuevo
por toda la cara.
—Ya lo sé. ¿Qué tal tu espalda?
Resopla y continúa cubriéndome el rostro con
los labios.
—Bien. Sólo estoy cabreado contigo. Tienes que
empezar a moverte o
te quedarás inválida.
—No me importaría —respondo. No me importaría
quedarme aquí
tumbada eternamente y dejar que me besara de
la cabeza a los pies.
—De eso, nada, señorita. Necesitas un baño de
lavanda y que te eche
un poco de crema en la espalda. No puedo creer
que de todos los socios
fueras a escoger al más chiflado.
—¿Eso hice? —pregunto. ¿Cómo iba a saberlo?
Sólo le entregué el
látigo al primero que lo aceptó.
—Pues sí. —Aparta la boca de mi cara y me mira
con ojos recelosos
—. John y yo íbamos a reunirnos hoy para
discutir si anulábamos su
suscripción. Llevamos tiempo vigilándolo. Su
comportamiento se ha
vuelto algo errático últimamente y, aunque
algunas mujeres disfrutan del
lado salvaje de sus hazañas sexuales, otras no
tanto. Hace que algunas se
sientan incómodas, y eso es un problema. —Una
expresión de
arrepentimiento se dibuja en su rostro y sé
que está pensando que debería
haber echado antes a Steve—. Pero todavía no
había hecho nada que nos
diera motivos reales para echarlo hasta
anoche.
—Se lo pedí yo, Jesse. —Intento aliviar su
culpa. No quiero que todo
esto se repita.
—Tenemos reglas, Ava. —Me besa y me muerde el
labio inferior
ligeramente—. ¿Establecisteis unos límites
previamente?
—No. —Ahora me doy cuenta de lo estúpida que
fui.
—Su lista de ofensas sigue aumentando. Ha
incumplido muchas
normas. Tiene que irse.
—No lo recuerdo. No estaba en la fiesta de
aniversario. —Me habría
acordado de esa cara de gallito.
—No, estaba de guardia.
—¿De guardia?
Jesse sonríe, y yo me deleito con su sonrisa.
—Es de la pasma.
Me atraganto y, acto seguido, hago una mueca
de dolor.
—¿Qué?
—Que es un poli. —Levanta las cejas como
diciendo «Sí, me has oído
bien».
¿Steve es policía?
—¿Has amenazado de muerte a un policía?
—Estaba cabreado. —Me aparta el pelo de la
cara y me mira
atentamente—. He estado pensando.
No me gusta cómo suena eso. Y creo que a él
tampoco.
—¿Acerca de qué?
—De muchas cosas. Pero lo primero es que tengo
que hablar con
Patrick sobre Van Der Haus.
Sabía que no me iba a gustar lo que iba a
decir, pero no veo la
solución a este asunto. Mikael supone
probablemente la pensión de
jubilación de Patrick, y sé que le va a dar
algo cuando le diga que no voy a
seguir trabajando con él. No puedo hacerlo, y
ni siquiera le he contado a
Jesse lo del mensaje de texto. No obstante,
acaba de confirmarme que él
también cree que es él quien aparece en las
grabaciones del bar.
Joder.
—¡Es lunes! —exclamo, y me revuelvo un poco en
un intento de
levantarme de la cama.
Al instante me agarra de los hombros y me
obliga a echarme de
nuevo.—¿En serio crees que voy a dejar que te
muevas de aquí? —Sacude la
cabeza—. También he estado pensando en otras
cosas. —Empieza a
morderse el labio.
Oh, oh. ¿En qué?
—¿Qué otras cosas? —pregunto. Ni siquiera ha
desarrollado sus
pensamientos con respecto a lo de Mikael,
aunque sé exactamente adónde
quiere ir a parar con ello.
Se aprieta todavía más contra mí.
—No puedo estar sin ti.
—Eso ya lo sé.
—Pero no porque me preocupe volver a mis
viejas costumbres. Te
quiero porque haces que tenga una razón de
ser. Has llenado un inmenso
vacío con tu belleza y con tu espíritu, y
aunque puede que te complique un
poco más la vida con mi manera de ser
imposible... —Levanta una ceja con
sarcasmo—. Por cierto, que sepas que tú
también eres bastante imposible.
Me echo a reír con ganas y hago una mueca de
dolor al instante, pero
Jesse no se une a mis carcajadas. Frunce los
labios y me agarra con más
fuerza de la cadera.
—Yo no soy imposible, Jesse Ward. —Enarca las
cejas todavía más.
Es evidente que no está de acuerdo, pero le
pongo la mano en la boca para
acallar su contraataque—. Acabas de decir que
he llenado un inmenso
vacío con mi espíritu...
—Y con tu belleza —murmura en mi mano.
Pongo los ojos en blanco.
—Bueno, pues mi incesante necesidad de
desafiar a tu manera de ser
imposible forma parte de ese espíritu. Jamás
te librarás de esa pequeña
parte de mí que se rebela contra ti, y tampoco
querrás hacerlo. Eso es lo
que me diferencia de todas las mujeres de La
Mansión, que llevan
lamiéndote el culo demasiado tiempo. —Esta vez
soy yo la que enarca una
ceja sarcástica y él me mira con recelo. Le
estoy diciendo estas palabras a
un hombre tan pagado de sí mismo y tan
irracional que no me sorprendería
que se echara a reír en mi cara, pero continúo
de todos modos—: Me he
entregado a ti por completo. Soy toda tuya.
Nadie me apartará de tu lado.
Jamás. Y sé que parte de tu problema es
mantenerme lo más alejada
posible de lo que las demás mujeres de tu vida
representan.
—¡No ha habido ninguna otra mujer en mi vida!
—protesta a pesar de
mi mano.
Le aprieto los labios con más fuerza.
—Hay algo que necesito saber.
Levanta las cejas. No puede contestar porque
tengo la mano muy
pegada a su boca.
—Quieres diferenciarme todo lo posible de las
mujeres de La
Mansión, pero ¿qué hay del sexo? —Siento que
sonríe contra la palma de
mi mano. ¿Le hace gracia la pregunta?
Aparto la mano de su boca. Sí, está sonriendo
con esa sonrisa
malévola suya. Me deleito en ella, aunque no
me hace gracia que le
divierta mi pregunta. Está obsesionado con
vestirme adecuadamente según
su punto de vista, me obliga a llevar lencería
de encaje (y de repente
entiendo por qué), y no quiere que beba.
«¡Joder!»
De pronto, los motivos por los que no quiere
que beba golpean mi
cerebro como una enorme losa.
—No te gusta que beba porque crees que voy a
hacer lo que tú solías
hacer cuando estabas borracho. ¡Crees que voy
a querer follarme todo lo
que se mueve! —digo prácticamente chillando, y
su sonrisa pronto
desaparece. Antes de darle tiempo a contestar
a mi pregunta anterior, ya le
estoy lanzando otra. Bueno, más que una
pregunta es una conclusión.
—¿Quieres hacer el puto favor de hablar bien?
—Se deja caer boca
arriba en la cama y silba de dolor.
Oh, oh. Me incorporo, haciendo caso omiso de
mi propio dolor, y me
pongo a horcajadas encima de él.
—Es eso ¿verdad? Ése es el motivo.
Veo cómo asimila las palabras. No puede
negarlo, sé que lo he
pillado. Inspira profundamente y abre la boca
para hablar, pero no dice
nada. Vuelve a hacerlo pero sigue sin decir
nada. Lo hace tres veces hasta
que por fin habla:
—No es sólo eso, Ava. Eres vulnerable cuando
bebes.
—Pero es parte del motivo, ¿verdad? —Ya sé que
la otra parte es que
teme que los hombres den por hecho que soy
presa fácil.
—Sí, supongo que sí —confiesa.
—Vale, ¿y qué hay del sexo? —Necesito saber
eso. Quiere que sea
todo lo contrario a todo lo relacionado con La
Mansión, pero luego me
folla como un loco.
Vuelve a sonreír.
—Ya te lo he explicado. Nunca me parece
tenerte lo bastante cerca.
—Cuando follamos adormilados, sí —respondo. No
voy a insistir
mucho en este asunto. Me encanta el Jesse
dominante.
—Ya, pero entre nosotros hay una química
increíble. Jamás la había
sentido.
Mi corazón se acelera y, por primera vez en
casi un día entero, es de
felicidad. ¿Jamás había sentido eso? Pero se
ha acostado con decenas de
mujeres, ¿o son cientos? Mi sonrisa desaparece
al instante.
—¿El qué?
Apoya las manos sobre mis muslos.
—Es pura dicha, nena. Una satisfacción
absoluta. Un amor absoluto
capaz de mover la tierra y de hacer temblar el
universo.
Vuelvo a sonreír.
—¿En serio?
—Sí. Es como estar en el cielo.
Me dejo caer sobre su pecho.
—¡Ay!
—Cuidado. —Me ayuda a incorporarme—. ¿Te duele
mucho?
La ira se refleja en sus ojos mientras espera
mi respuesta, y yo rezo
para que John haya echado a Steve antes de que
Jesse le ponga las manos
encima. Aún no puedo creer que sea policía.
—Tranquilo. —Me revuelvo—. ¿Qué voy a hacer
con el trabajo? —
pregunto.
¿Cómo ha podido transcurrir tan de prisa el
fin de semana? Me río
para mis adentros. Lo he pasado despilfarrando
el dinero en compras,
comida, joyas, vestidos, encajes, fiestas, en
una propuesta de matrimonio
muy peculiar, en un montón de sexo fabuloso,
en que me drogaran para
violarme, en azotes... Gruño. Menudo fin de
semana.
—No te preocupes. Ya he hablado con Patrick.
—Jesse se incorpora y
me arrastra consigo al borde de la cama.
«¿En serio?»
—¿Hay alguien de mi entorno a quien no hayas
importunado? —
pregunto secamente.
Se levanta y me deja de pie, mostrando su
magnífica desnudez delante
de mí.—
No seas impertinente —me advierte,
circunspecto—. No tienes
ninguna marca de latigazos en el culo,
señorita. Y, cambiando de tema,
¿por qué está todo revuelto como si hubiesen
entrado a robar?
Ay... No sé cómo, pero me había olvidado de
eso.
—Estaba buscando algo.
Frunce el ceño.
—¿El qué? —pregunta con un leve tono de
cautela.
Lo observo y analizo su expresión y su
lenguaje corporal. No me dice
nada.
—Nada.
Me pone de espaldas a él y me lleva hasta el
cuarto de baño
cogiéndome del codo con una mano y empujándome
del culo con la otra.
Su falta de curiosidad respecto a lo que
estaba buscando no hace sino
aumentar mis sospechas. Normalmente jamás
aceptaría una respuesta tan
imprecisa a una de sus preguntas.
—¿Qué le has dicho a Patrick? —pregunto
mientras me sienta sobre
el mueble del lavabo.
—Le he dicho que te desmayaste el sábado y que
no te encuentras
bien.
Vaya. Bien pensado.
—¿No se extrañó de que lo llamaras tú?
—Ni lo sé ni me importa. —Empieza a preparar
un baño y regresa a
mi lado—. Mira lo que le has hecho a tu
precioso cuerpo —dice con voz
suave observando mi espalda desnuda en el
espejo—. No voy a poder
hacerte el misionero en una buena temporada.
Una oleada de decepción recorre mi cuerpo y me
miro por encima del
hombro.
—¿Sólo eso? —espeto con incredulidad. Me
siento como si me
hubiera desollado viva, y el único recuerdo
visible que tengo de mi tortura
son unos cuantos verdugones rojos y uno con
una especie de corte con
sangre seca.
—¿Cómo que si sólo eso? —dice, cabreado.
Aparto la mirada de mis dolorosas heridas y
observo con el ceño
fruncido a Jesse, que me devuelve la mirada
con una expresión similar a la
mía aunque probablemente más feroz. Lo agarro
de las caderas.
—Date la vuelta —le ordeno mientras lo empujo
con las manos para
conseguir que su cuerpo musculoso reacio a
obedecer se vuelva. Cuando le
veo la espalda no puedo evitar lanzar un grito
ahogado. A esto es justo a lo
que me refería. Tiene el doble de marcas que
yo, mucha más sangre y
muchos más recuerdos del aciago día de ayer—.
¿Lo ves? Las tuyas son
mejores que las mías.
«¿Qué estoy diciendo?»
Se vuelve de nuevo y apenas me da tiempo a
soltarlo de la cintura
cuando me baja del mueble y me deja en el
suelo. Me petrifica con una
mirada furiosa, me agarra de los brazos y me
sacude ligeramente.
—¡Ava, no digas tonterías!
—¡Lo siento! —exclamo al instante. ¿Por qué
estoy diciendo estas
chorradas?—. Es que me duele tanto que creía
que tendría peor aspecto.
—¡Bastante malo es ya! —Me suelta y regresa a
la bañera, vierte un
poco de aceite de lavanda y remueve el agua
con la mano.
No sé cómo he podido decir esa estupidez. Me
lo tengo merecido.
—He dicho que lo siento —refunfuño, pero hace
como que no me oye.
Inclino la cabeza hacia un lado y admiro su
firme desnudez mientras
muevo las piernas y giro los hombros para
intentar recuperar un poco de
flexibilidad. Necesito relajarme. Siento cómo
mis músculos se agarrotan
entre mis hombros. Permanezco sentada
pacientemente en el mueble
mientras Jesse prepara las toallas, el champú
y el acondicionador y lo
dispone todo a un lado de la bañera antes de
ordenar el desastre que
organicé ayer. Lo hace todo en absoluto
silencio, sin mirarme ni una sola
vez. Sabe perfectamente qué he estado
buscando.
—Abajo. —Me ofrece la mano y me mira con
expectación, pero yo la
rechazo y me dejo caer al suelo con cuidado,
me quito las bragas y me
dirijo hacia la bañera.
Me meto y empiezo a descender a regañadientes
al sentir el escozor
del agua. Hago caso omiso del gruñido de
desaprobación de Jesse ante mi
rechazo. Estoy demasiado ocupada apretando los
dientes y concentrándome
en meterme bajo el agua, que pronto empieza a
aliviarme en lugar de
apuñalarme. Me recuesto y cierro los ojos con
un suspiro de alivio.
Siento que me observa. Abro un ojo y veo que
tiene las cejas
levantadas hasta el nacimiento del pelo y
mueve la cabeza para indicarme
que me aparte. Hago todo lo posible por
demostrar las molestias que me
causa hacerlo tomándome mi tiempo y resoplando
sin parar mientras me
desplazo hacia adelante para hacerle un sitio.
No sé por qué me estoy
comportando de esta manera tan insolente.
Bueno, sí. Me cabrea que mis
heridas de guerra sean una nimiedad en
comparación con las suyas y que
sea yo la que no para de quejarse, de hacer
gestos de dolor y de
comportarse como si me hubiesen lapidado.
Se mete en la bañera y se sienta detrás de mí.
Apenas da muestras de
sentir molestias cuando el agua le cubre la
espalda. Coloca las manos sobre
mis hombros y tira de mí hasta que mi espalda
queda pegada a su cuerpo.
—No te resistas. —Me muerde la oreja y yo me
retuerzo. Dobla las
piernas y me rodea el cuello con los brazos,
de manera que me envuelve
completamente.
Vale. Ahora toca conversar en la bañera.
Apoyo la cabeza contra su hombro y disfruto
del roce de su barba
matutina en mi rostro.
—Entonces, ¿Steve está fuera? —pregunto con
frialdad.
—No lo dudes.
—¿Y no vas a preguntarle nada?
—Sólo si prefiere que lo incineren o que lo
entierren —responde
sarcásticamente, y lo creo. Su respuesta,
aunque brusca y un poco
exagerada, es justo la que esperaba oír—. ¿Te
hago daño?
—No, estoy bien —lo tranquilizo. Me aprieta un
poco más fuerte,
pero nuestros cuerpos mojados hacen que nos
deslicemos sin que duela—.
¿Y qué pasa con Sarah?
«¡PUM!»
Se queda parado y yo continúo trazando suaves
círculos en sus muslos
con mis dedos índices como si no hubiera dicho
lo que acabo de soltar. Lo
que es bueno para uno... Además, Steve no
tiene ningún interés sexual en
mí. Sarah, por el contrario, tienen un
evidente interés en Jesse, y como él
parece empeñarse en seguir ajeno a la
situación, soy yo quien debe
imponer unas medidas de control de riesgos.
—¿Qué tiene que ver Sarah con todo esto?
—pregunta totalmente
perplejo.
Si pudiera verme el rostro descubriría mi cara
de incredulidad. No
puede estar hablando en serio. Tengo que
mantenerme serena.
—Te hizo daño.
—Yo se lo pedí.
—Y yo se lo pedí a Steve —repongo
tranquilamente.
—Ya, pero Steve sabía que no debía tocarte
porque eres mía. Cruzó la
línea, y no me refiero sólo a la persona con
la que lo hizo, sino por cómo lo
hizo, aunque, claro está, lo primero es mi
manzana de la discordia. —Me
muerde el lóbulo de la oreja para asegurarse
de que sepa que se refiere a
mí. ¿A quién, si no?—. Aceptó el látigo de
alguien a quien no conocía y ni
siquiera estableció unos límites previamente.
Podrías haber sido cualquier
tarada. —Supongo que lo era en esos momentos
—mascullo—. Pero bueno,
tú eres mío. Tú también eres zona prohibida,
¿sabes?
—Lo sé —responde suavemente—. Lo sé, nena. No
volverá a pasar,
pero creo que ya le has dejado bastante clara
a Sarah tu postura —añade
sarcásticamente.
Sonrío con suficiencia. Sí, es verdad, pero
quiero que la eche.
—Entonces ¿no vas a echarla? —pregunto,
aunque, muy a mi pesar,
ya sé la respuesta.
—Es una empleada y una buena amiga. No puedo
despedirla por haber
hecho algo que yo le pedí que hiciera, Ava.
Suspiro pesadamente para dejarle bien claro
que no me hace ninguna
gracia. ¿Una «amiga»? ¿Una «buena amiga»?
—Ella lo planeó todo, Jesse.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Recibí un mensaje de John.
—¿Qué mensaje?
—El que ella envió desde su teléfono diciendo
que debía ir a La
Mansión. —Sé que esto no va a llevarme a
ninguna parte.
—¿Crees que Sarah cogió a hurtadillas el
teléfono de John para
mandarte un mensaje?
—¡Sí!
—¡No seas tonta!
—¡No soy tonta! —chillo—. Lo tengo en mi
móvil. Te lo enseñaré.
—Ava, Sarah jamás haría algo así.
¡Venga ya! Y se supone que es amiga suya...
Pues está claro que no la
conoce muy bien. Yo he tenido el placer de
conocerla sólo durante un mes
y la calé desde el primer segundo en que la
vi. Jesse no se entera de nada.
—¿Crees que me lo he inventado?
—No, creo que te drogaron el sábado por la
noche, y que puede que
aún estés algo confusa —responde intentando
apaciguarme. No me hace
ninguna gracia. ¡No me lo he imaginado!
—Te lo enseñaré —digo como una adolescente
ultrajada—. Ella te
desea, Jesse.
—Pues no puede tenerme, y lo sabe. Te
pertenezco a ti. —Aprieta los
labios contra mi cara.
—Sí —resoplo, apretando la mejilla contra su
beso.
Esto es complicado. Jesse tiene razón; no
puede echarla de su trabajo
por hacer algo que él le pidió que hiciera, lo
cual es una mierda porque
estoy segura de que él no opinaría lo mismo si
la situación fuese al revés.
Lo único que me consuela es saber que Jesse no
tiene el más mínimo
interés en ella, y de eso estoy completamente
segura. No voy a hacerle
cargar con mi pataleta. Me la reservaré para
Sarah cuando se presente la
ocasión, y para todas esas otras mujeres
irrespetuosas. Llevar a cabo las
medidas de control de riesgos será complicado
con todas esas sanguijuelas.
Me cabrea que sea incapaz de ver cómo es en
realidad.
—Inclínate para que te lave la espalda. —Me
empuja hacia adelante
por los hombros y yo obedezco a
regañadientes—. Tendré cuidado.
—Me gusta cuando no lo tienes —espeto con
descaro.
—Ava, no digas cosas de ese tipo cuando no
puedo violarte —me
reprende, y escurre con cuidado la esponja
sobre mi espalda. Me besa con
suavidad donde puede entre delicadas caricias
y cierro los ojos como si
estuviera soñando. Resulta tan sencillo
olvidar los desafíos cuando se
comporta de esta manera—. Voy a lavarte el
pelo.
Permito que me bañe, que me lave el pelo y que
me asee en general
antes de envolverme en una toalla y de dejarme
en la cama.
—Igual está un poco fría —dice, sube a
horcajadas sobre mi culo y
vierte un poco de crema sobre mi espalda. Mis
omoplatos se elevan y se
tensan—. Chsss. No vas a volver a hacer esto,
¿verdad? —me provoca, y
empieza a aplicarme la crema suavemente.
—Si tú lo haces, yo también lo haré —gruño, y
hundo la cara en la
almohada, rogando a Dios para que no vuelva a
hacerlo nunca más.
Comienza a acariciarme despacio la espalda
hasta que me acostumbro
a la fricción y, cuando me he relajado un
poco, me aplica la crema también
en los verdugones. No está nada mal. La
calidez de sus enormes manos
deslizándose por mi piel no tarda en tornarse
hipnotizadora, y soy más que
consciente de que algo duro y húmedo empieza a
presionarme en las
lumbares. Sonrío para mis adentros. No tardará
en ponerme las manos
encima, y espero que así sea. Pero lo obligaré
a usar un condón.
Me masajea hasta que la tensión ha
desaparecido por completo y mi
espalda parece haber vuelto a la normalidad.
—¿Hola?
Ambos levantamos la cabeza al oír la voz de
Cathy.
—¡Mierda! —exclama Jesse, levantándose a toda
prisa—. He
olvidado llamar a Cathy. —Desaparece en el
vestidor y reaparece con unos
vaqueros y una camiseta azul claro puestos—.
Arriba. —Me agarra de la
cintura y me levanta del colchón—. Tienes que
comer algo.
—No tengo hambre.
—Tienes que comer. Debes de tener el estómago
completamente
vacío después de que arrojaras todo su
contenido sobre el suelo de mi
despacho.
Me encojo al pensarlo.
—Lo siento. —Me pregunto quién habrá tenido el
placer de limpiarlo.
Espero que haya sido Sarah.
—No te preocupes. Vístete. Te espero en la
cocina.
Me da un beso inocente, se marcha y me deja
para que me arregle.
Giro los hombros. Sus mágicas manos obran
auténticos milagros. Me
siento muchísimo mejor. Me seco el pelo, me
pongo unos vaqueros rotos
viejos y una camiseta blanca muy ancha para
que no me roce mucho la
espalda y me dirijo al piso inferior.
—Buenos días, Ava. —Cathy alza la vista del
lavavajillas que está
llenando y me sonríe amablemente.
Me siento sobre el taburete junto a Jesse y él
se inclina para oler la
fragancia de mi pelo recién lavado.
—Hola, Cathy, ¿qué tal? —Lo aparto con un
empujoncito. Él gruñe y
a continuación me planta un pegote de
mantequilla de cacahuete en el labio
inferior. Mi lengua se dispone a limpiarlo por
acto reflejo—. ¡Joder! —
Pongo cara de asco y él se echa a reír, tira
de mí y me lame la boca.
—Mmm. —Sonríe y me da un beso húmedo con sabor
a esa pasta
asquerosa.
Me limpio y vuelvo a centrar la atención en
Cathy, que observa
nuestra escena con una sonrisa en los labios.
Me pongo como un tomate.
—Estoy muy bien, Ava, gracias. ¿Quieres
desayunar? ¿Salmón?
—Sí, por favor —respondo, agradecida, y ella
asiente, se seca las
manos en su mandil blanco e impoluto y se
acerca a la nevera. Miro a mi
alrededor y veo que ya han recogido el
desastre que formé.
—Tenemos noticias que darte, Cathy —canturrea
Jesse.
«¿Ah, sí?»
No creo que vaya a ponerla al corriente sobre
los acontecimientos de
los últimos días. Lo miro con el ceño fruncido
pero hace como que no me
ve.
—Ava pronto se convertirá en la señora Ward.
Me quedo boquiabierta, pero él sigue haciendo
como si no estuviera.
¡Joder! Había olvidado ese asunto. ¿Cómo es
posible?
—¿En serio? ¡Eso es estupendo! —Cathy deja los
huevos y el salmón
en la isla y se acerca para darme un gran
abrazo—. ¡Ay, cuánto me alegro!
—canturrea en mi oído.
Aprieto los dientes con fuerza cuando me frota
la espalda mientras
sigo sentada en el taburete.
Se aparta y me envuelve la cara con las manos.
—No sabes cuánto me alegro. Es un buen chico.
—Me besa en la
mejilla y me suelta—. Ven aquí tú también.
—Abraza a Jesse con el
mismo entusiasmo y él la recibe de buena gana,
sin el menor gesto de
dolor. Me mira por encima del hombro de Cathy
y yo lo contemplo
asombrada.
Después de lo que pasó anoche, había dado por
hecho que nos
replantearíamos el asunto. Pero parece ser que
me equivocaba. El anillo ha
desaparecido de mi dedo, y cuando me preguntó
si todavía quería casarme
con él le dije que no podía hacerlo. ¿No
deberíamos hablar sobre toda la
mierda que ha pasado este fin de semana? De
nuestras inseguridades, de
Sarah, de Coral, de Mikael...
No ha tenido para nada en cuenta mi opinión.
Ni siquiera se lo he
dicho a mis padres aún. Si voy a casarme con
este capullo imposible
deberían ser los primeros en saberlo.
—Mi chico por fin va sentar la cabeza. —Cathy
le pellizca las
mejillas y le planta un beso igual que a mí.
Se está comportando como una
madre orgullosa, y hace que me pregunte cuál
será la historia de su
relación. Es mucho más cercana que la habitual
entre un jefe y una
empleada. Sus manos ligeramente arrugadas
liberan a Jesse y coge el
mandil para secarse los ojos mientras solloza.
¿Está llorando?
—¡Cathy, ya vale! —la reprende Jesse.
—Lo siento. —Recobra la compostura y se aleja
para seguir
preparando el desayuno con una amplia sonrisa
en la cara—. ¿Y dónde y
cuándo será?
Estiro el brazo para coger la cafetera. Ahora
es cuando deberían
empezar a estallar las chispas.
—El mes que viene, en La Mansión —la informa
Jesse, muy seguro
de sí mismo.
Dejo caer la cafetera de golpe junto a la taza
y lo miro, sorprendida.
—¿En serio? —¡No pienso casarme en La Mansión!
¿Está de coña?
Joder, me acaban de entrar todos los sudores
al imaginarme a mis padres
vagando por el edificio y sus terrenos. ¿Se
darían cuenta de lo que es?
—En serio —responde fríamente. El capullo
imposible que me vuelve
loca no ha tardado en regresar.
—Qué bonito —gorjea Cathy.
Miro a Jesse fijamente. ¿Sabe ella lo que es
La Mansión en realidad?
Me siento como si estuviera en una dimensión
desconocida.
—Lo será —confirma Jesse.
Le pone la tapa al tarro de mantequilla de
cacahuete y empieza a
despegar la etiqueta, haciendo caso omiso de
mi cara de estupefacción y de
mi mirada fija en él. Veo cómo me mira con el
rabillo del ojo. Empieza a
morderse el labio y lanza el papelito que se
ha enrollado con el dedo sobre
la encimera.
Exhalo lentamente para no perder la paciencia
y cojo el papel de la
superficie. ¿Qué ha pasado con aquello de que
discutiríamos juntos todo lo
relativo a nuestra boda?
Me bajo del taburete y decido ir hasta el cubo
de la basura para no
propinarle una patada en la espinilla. Me
detengo detrás de él y acerco la
boca a su oreja.
—¿Con quién vas a casarte? —pregunto en voz
baja antes de seguir
caminando.
—En compensación —gruñe—. La fastidiaré, Ava.
—¿Cómo? —Cathy se vuelve desde los fogones.
—Nada —respondemos al unísono, y nuestros
ceños fruncidos se
encuentran al mirarnos. La hostilidad que
emana de su cuerpo es palpable.
Este fin de semana ha demostrado que tenemos
que centrar nuestra
atención en otros asuntos más importantes,
como en infundirnos el uno al
otro la seguridad que sin duda necesitamos.
Piso el pedal del cubo y tiro el minúsculo
trozo de papel dentro.
Entonces veo algo que brilla desde las oscuras
profundidades. Me agacho a
cogerlo extrañada y saco media tarjeta blanca
y plateada. Es una invitación
de boda. Le doy la vuelta, inclino la cabeza y
vuelvo a mirar en la basura.
Saco la otra mitad y las sostengo unidas.
EL SR. Y LA SRA. WARD TIENEN EL PLACER DE
INVITARLOS A LA BODA DE
SU HIJA, AMALIE WARD, CON EL DR. DAVID GARCÍA.
«¡Joder!»
De repente, Jesse me quita la invitación de
las manos, vuelve a tirarla
a la basura y me arrastra de nuevo hacia la
isla de la cocina.
—Siéntate —ordena con ese tono que sé que no
debo desobedecer. Me
sienta sobre el taburete y yo alzo la vista y
veo que le tiembla la mandíbula
y que tiene los músculos del cuello hinchados.
—¿Es tu hermana? —pregunto en voz baja.
—Olvídalo —me advierte sin siquiera mirarme.
Mi mente empieza a dar vueltas. No hemos
hablado mucho sobre sus
padres, pero sé que hace años que no los ve.
¿Son ellos quienes no quieren,
o es Jesse? Si le han enviado una invitación a
la boda de su hermana
supongo que debe de ser cosa de Jesse. Observo
su perfil pero no me atrevo
a decir nada.
—Aquí tenéis. —Cathy nos sirve el desayuno y
se mete un plumero en
la parte delantera del mandil—. Os dejo que
comáis tranquilos.
—Gracias, Cathy —responde Jesse sin un ápice
de gratitud.
Soy incapaz de hablar. Empiezo a picotear los
bordes de mi sándwich
de salmón en un incómodo silencio y, tras lo
que me parece una eternidad,
por fin me rindo y me bajo del taburete.
—¿Adónde vas? —pregunta.
—Arriba. —Salgo de la cocina dejando mi
desayuno intacto. Jesse y
los constantes misterios que lo rodean están
causando estragos en mi
apetito.
—Ava, no me dejes así —me advierte. Hago como
que no lo oigo—.
¡Ava!
Me vuelvo.
—Estás más loco de lo que pensaba si crees que
voy a casarme
contigo, Jesse —digo tranquilamente antes de
dejarlo ahí plantado en la
cocina, compungido.
Espero que se abalance sobre mí y me tire al
suelo pero, para mi
sorpresa (y preocupación), me permite
abandonar la estancia y llegar a la
suite principal sin una cuenta atrás y sin
follarme para hacerme entrar en
razón. Sabe que me duele la espalda, así que
no puede forzarme
físicamente. Eso debe de estar matándolo.
Cathy está en mi habitación de invitados
preferida, quitando el polvo
alegremente mientras canturrea Valarie. Verla
me hace sonreír. Cierro la
puerta del dormitorio despacio detrás de mí y
me dispongo a cepillarme los
dientes. Iré a trabajar. No voy a quedarme
aquí todo el día como un
pasmarote, y tengo la espalda bien si no hago
movimientos bruscos. Aquí
molestaré a Cathy, y prefiero ir a hablar con
Patrick y enfrentarme a su
interrogatorio respecto a mi relación con
Jesse.
Busco entre mis vestidos y me pongo uno de los
viejos. Me cambio,
me coloco los tacones y me acerco al espejo
para maquillarme.
La puerta del dormitorio se abre.
—¿Adónde vas? —pregunta Jesse con tono
aprensivo. Me temo que
estoy rompiendo su regla de que sólo puedo
apartarme de su lado cuando él
lo diga.
—A trabajar.
—De eso, nada.
—Claro que sí —replico, y sigo aplicándome el
maquillaje, haciendo
caso omiso de su cuerpo imponente detrás de mí.
No poder tocarme lo está
matando, sobre todo ahora que quiere retenerme
aquí.
—¿Cómo llevas la espalda?
Lo miro un instante.
—Me duele —contesto a modo de advertencia.
Vuelvo a centrar la
atención en el espejo y compadezco para mis
adentros al hombre que tengo
detrás sin saber qué hacer. Esta vez se ha
pasado. La ha cagado pero bien.
Termino de maquillarme y empiezo a organizarme
el bolso.
—¿Y mi teléfono? —pregunto mientras sigue
detrás de mí.
—Está cargándose en mi despacho.
Me sorprende que me lo diga sin tener que
insistir.
—Gracias. —Cojo el bolso y salgo por la
puerta, pero doy un brinco
cuando Jesse aterriza delante de mí y me corta
el paso.
—Hablemos. —Escupe la palabra como si tuviera
basura en la boca
—. Por favor, no te vayas. Vamos a hablar.
—¿Ahora quieres hablar?
Se encoge de hombros, avergonzado.
—Bueno, no puedo follarte para hacerte entrar
en razón, así que
supongo que tendré que hablar contigo para
conseguir eso mismo —gruñe.
—Así es como suelen hacerse las cosas, Jesse.
—Ya, pero mi manera es mucho más divertida.
—Me dedica su
sonrisa maliciosa y yo intento eliminar la que
amenaza con formarse en
mis labios. Necesito mantenerme seria. Me coge
de la mano y se acerca a
mí—. Nunca he tenido que dar explicaciones
sobre mi vida a nadie, Ava.
No es algo que me apetezca hacer.
—No voy a casarme con alguien que se niega a
abrirse a mí. Sigues
ocultándome información, y luego todo acaba en
un tremendo desastre.
—No te he contado ciertas cosas porque temía
que salieras huyendo.
—Jesse, he descubierto algunas cosas bastante
impactantes y aún sigo
aquí.
—Lo sé —suspira—. Ava, sabes más sobre mí que
nadie. Nunca había
estado tan cerca de otra persona como de ti.
Cuando sólo te estás follando a
alguien no sueles entablar conversaciones y
contarte la vida.
Me encojo al recordar sus días de correrías
sexuales que acaban de
terminar.
—No digas ese tipo de cosas —le advierto.
Tira de mí hacia la cama.
—Siéntate —me ordena. Después suspira
profundamente—. El último
encuentro que tuve con mis padres no fue muy
bien. Mi hermana nos
tendió una emboscada e hizo que nos
reuniésemos. Mi padre empezó a
despotricar, mi madre se enfadó y yo me
emborraché mucho; supongo que
puedes imaginarte cómo acabó la cosa.
Vaya. ¿Jesse borracho? No envidio a nadie que
haya tenido que
soportar al Jesse ebrio.
—Entonces tu hermana quiere que lo solucionéis
—musito con
esperanza.
—Amalie es un poco testaruda —suspira, y yo me
río para mis
adentros. ¡No pueden negar que son hermanos!—.
No acepta que han
pasado demasiadas cosas, que nos hemos dicho
demasiadas cosas durante
muchos años. —Me mira y veo dolor en sus
ojos—. Esto no tiene solución,
Ava.
—Pero son tus padres. —Yo no podría vivir sin
hablarme con mis
padres—. Eres su hijo.
Me ofrece una media sonrisa, una sonrisa que
indica que no lo
entiendo, y lo cierto es que no lo entiendo en
absoluto. Todo tiene solución.
Suspira.
—Sólo he recibido la invitación porque la
envió mi hermana a
espaldas de ellos. Mis padres no quieren que
vaya. Amalie borró la
dirección de ellos y la cambió por la suya.
—Pero ella sí quiere que vayas. ¿No te
gustaría ver cómo se casa?
—Me encantaría ver cómo se casa mi hermana
pequeña, pero no
quiero arruinarle la boda. Si voy, la cosa
sólo puede acabar de una manera.
Créeme.
—¿Qué pasó para llegar a esto?
Deja caer los hombros completamente y empieza
a trazar círculos en
mis manos con los pulgares. Sé que esto le
resulta doloroso, y eso hace que
me sienta aún más frustrada porque se empeña
en hacer como que no le
importa.
—Ya te conté que Carmichael me dejó La Mansión
al morir. Aunque,
cuando te lo dije, creías que era un hotel.
—Enarca las cejas con un gesto
algo divertido. Pongo los ojos en blanco.
Vale, sí, estaba ciega. Quiero señalar que si
iba por ahí totalmente
ajena a la realidad era por culpa suya, pero
no lo hago. Dejo que continúe.
—Las cosas ya se pusieron bastante tensas
cuando se mudaron a
España y yo decidí quedarme con Carmichael.
Tenía dieciocho años, y
entiendo que para mis padres el hecho de que
viviera en La Mansión era
una pesadilla. —Se ríe ligeramente. Yo también
lo entiendo—. Me
convertí en un mujeriego y las cosas fueron a
peor cuando Carmichael
murió. De no ser por John, probablemente La
Mansión ya no existiría.
Prácticamente la dirigió él mientras yo estaba
ocupado emborrachándome
y follando.
—Vaya —susurro.
—Después me calmé, pero mis padres me dieron
un ultimátum: o La
Mansión o ellos. Y elegí La Mansión.
Carmichael era mi héroe, no podía
venderla —añade terminando su discurso con
absoluta rotundidad.
—Tus padres sabían que seguías... —Me aclaro
la garganta seca—.
Bueno, haciendo lo que hacías. —Soy incapaz de
decirlo, me revuelve las
tripas. —Sí, y se habían imaginado que
acabaría así. Tenían razón, y siempre
me lo echan en cara. He llevado un estilo de
vida despreciable, lo admito.
Carmichael era la oveja negra de la familia.
No se hablaba con nadie y
todos renegaban y se avergonzaban de él. Y,
cuando murió, yo pasé a ser
esa oveja negra. Mis padres se avergüenzan de
mí. Eso es todo.
Me estremezco al oír esa última parte.
—No deberían avergonzarse de ti. —Eso me pone
furiosa.
—Pues así es. —Se encoge de hombros.
—Entonces ¿hace mucho que conoces a John? —Si
lo ayudó a dirigir
La Mansión cuando empezó, estamos hablando de
unos dieciséis años.
—Sí, hace mucho tiempo —sonríe con cariño—. Él
y Carmichael eran
buenos amigos.
—¿Cuántos años tiene?
Levanta la vista y arruga la frente.
—Unos cincuenta, creo.
—¿Y cuántos años tenía Carmichael? —pregunto.
—¿Cuando murió? Treinta y uno.
—¿Tan joven? —espeto. Me lo imaginaba con el
pelo largo y cano,
moreno y adulador.
Se ríe al ver mi expresión de perplejidad.
—Mi padre y él se llevaban diez años. Mis
abuelos lo tuvieron tarde.
—Vaya. —Hago un cálculo mental—. Entonces tú
sólo te llevabas
diez años con Carmichael también.
—Para mí era como un hermano.
—¿Cómo murió? —Seguramente esté tensando la
cuerda, pero me
siento intrigada. Estoy empezando a hacerme
una idea de la historia de
Jesse, y ahora soy como un perro con un hueso.
La tristeza se dibuja en su rostro.
—En un accidente de tráfico.
—Vaya —susurro, y de repente caigo en la
cuenta. Dirijo la mirada a
su estómago y la dejo fija en el área donde
tiene la cicatriz.
Jesse iba en el coche con Carmichael. Joder.
Todo este tiempo que he
estado preguntándole e importunándolo al
respecto me decía que le
resultaba demasiado doloroso hablar de ello, y
es verdad. Las miles de
piezas del puzle de Jesse empiezan a encajar.
Sus padres se mudaron a otro
país, él se negó a ir porque quería quedarse
con su tío, que era más como
un hermano (voy a pasar por alto el tema del
sexo), y tres años después
pierde a Carmichael en un trágico accidente en
el que también sale herido.
No me extraña que acabara dándose al alcohol y
al sexo después de
aquello. Ahora lo entiendo todo. Siento como
si me acabaran de quitar un
peso tremendo de encima. Todo esto explica por
qué es como es.
—No vayas a trabajar. —Me coloca sobre su
regazo con cuidado y me
acaricia la nariz con la suya—. Quédate en
casa y deja que te ame. Quiero
llevarte a cenar esta noche. Te debo un rato
especial.
Me derrito. Después de todo lo que me ha
contado y de lo razonable
que está siendo no puedo negarme.
—Pero mañana iré a trabajar —digo con firmeza.
Tengo asuntos
importantes que solucionar en el trabajo.
Como, por ejemplo..., el de Mikael Van Der
Haus. No quiero ni
imaginarme lo que va a decir Patrick.
—De acuerdo. —Pone los ojos en blanco—. Bueno,
voy a correr un
poco para aliviar la tensión a la que me ha
sometido mi seductora
imposible. Cuando vuelva nos pasaremos toda la
tarde acurrucados y luego
saldremos a cenar. ¿Vale?
—Vale, pero eso que has dicho de «seductora
imposible» lo supero yo
con «dios engreído».
Me dedica una de esas sonrisas que reserva
exclusivamente para mí y
se deja caer de espaldas sobre la cama con
cuidado.
—Bésame, ahora —exige, y yo me inclino y lo
beso con
agradecimiento. Se ha abierto a mí, y me
siento mucho mejor. Vuelvo a
estar en el séptimo cielo de Jesse. Capítulo
33
—Buenos días, nena.
Abro los ojos, alarmada. «¿Días?»
—No puede ser, ¿verdad?
—No, son las cinco en punto. Llevas toda la
tarde durmiendo. ¿Qué
tal la espalda? —Gatea sobre la cama,
totalmente desnudo, hasta tumbarse
a mi lado. Me quedo mirando atontada las gotas
de agua que relucen sobre
su pecho y sus hombros firmes. Se ha afeitado
y huele de maravilla.
Me retuerzo un poco.
—Creo que bien. —No me duele en exceso, pero
sigo sin querer
repetir—. Soy una vaga absoluta. Me he pasado
todo un día laboral en la
cama. —Me vuelvo hacia su pecho y obtengo mi
dosis de aroma a agua
fresca y mentolada.
—Si dejaras de trabajar podrías hacer esto a
diario. ¿A que sería
perfecto?
—Para ti —gruño—. Sería perfecto para ti
porque así sabrías dónde
estoy en cada momento.
Le beso el pecho mientras pienso que puede que
se salga con la suya.
Conozco bien a Patrick, pero no lo suficiente
como para dar por hecho que
mandará a Mikael a freír espárragos cuando le
cuente lo que está pasando.
—Exacto. —Me pasa los dedos por el pelo—.
Deberías venir a
trabajar conmigo, así no tendríamos que
separarnos nunca.
—Te cansarías de mí.
—Eso es imposible. ¿Vas a dejar que te lleve a
cenar por ahí?
—También podríamos quedarnos aquí.
Deslizo la mano sobre su estómago y le
acaricio la cicatriz.
—Nada me gustaría más, pero quiero llevarte a
cenar. ¿Te importa?
—me pregunta.
Se está comportando de una manera bastante
razonable y él no es así
en absoluto. Además, que rechace la
oportunidad de retenerme en la cama
me resulta sospechoso.
—Aunque, bien pensado —susurra—, hace
demasiado tiempo que no
estoy dentro de ti, y eso no puede ser.
—Empieza a masajearme
suavemente la espalda—. Nena, no vamos a poder
follar adormilados
durante algún tiempo, así que simplemente voy
a follarte. ¿Alguna
objeción?
Se recuesta sobre la mitad de mi cuerpo y sus
ojos empiezan a
cargarse de deseo. Eso, unido a las morbosas
palabras que acaba de
pronunciar, ha despertado en mí un lujurioso
frenesí. Sin embargo, acaba
de preguntarme si me importa que me tome.
Evidentemente no me
importa, pero prefiero al Jesse dominante que
siempre coge lo que quiere.
—¿Me estás preguntando si puedes follarme?
—Sospecho que aquí
pasa algo, y se me nota.
Me mira con picardía y me besa junto a los
labios.
—Esa boca. Sólo intento ser razonable.
Mueve la entrepierna y me da justo en el punto
adecuado.
—¡Pues no lo seas! —espeto.
Se aparta con la frente arrugada y medita
sobre mi petición unos
instantes.
—¿No quieres que sea razonable?
—No. —Empieza a faltarme el aire. Sabe
exactamente lo que se hace.
—Aclárame eso. Estoy un poco confundido.
—Menea las caderas
contra mí y despierta un persistente palpitar entre
las piernas—. ¿De
verdad que no quieres que sea razonable?
—pregunta.
—¡No!
—Vaya. —Mete un dedo por debajo del elástico
de las bragas,
acaricia mi pequeño manojito de nervios y me
envía al cielo—. ¿Carta
blanca? —pregunta.
—¡Sí!
—Me estás dando señales contradictorias —dice
tranquilamente
mientras me acaricia—. Me encanta que te mojes
conmigo.
—¡Por favor, Jesse! —Arqueo la espalda y la
anticipación sexual ha
sustituido por completo al dolor. Estoy
ardiendo.
Me mete un dedo y después empuja hacia la
pared frontal de mi
entrada.
—Suave, caliente y hecha especialmente para
mí. —Me aparta la copa
del sujetador de un tirón con la otra mano y
empieza a retorcerme el pezón,
que ya tengo duro como una bala—. Se está
borrando el chupetón —
murmura para sí mientras se abalanza sobre mi
pecho para morderlo y
chuparlo—. No queremos que se te olvide a
quién perteneces, ¿verdad?
Gimo cuando sustituye un dedo por dos.
—¡Ahhhhh!
—¿Verdad, Ava?
—No —suspiro.
Se aferra a mi pezón y tira de él con los
dientes, lo que me provoca
oleadas de placer que van directas a mi sexo.
—Me encanta lo receptiva que eres a mi tacto.
Me da el poder. —Los
dos dedos se transforman en tres y, como tiene
la espalda hecha un cristo,
me agarro de las sábanas—. ¿Te gusta? —Me mete
y me saca los dedos,
traza círculos con ellos y los empuja mientras
observa cómo me retuerzo.
—Mucho —respondo con voz temblorosa. Necesito
esto.
—Abre los ojos, Ava. Deja que los vea cuando
te corras para mí.
Obedezco y lo miro mientras continúa
masturbándome hasta la
desesperación.
—Bésame —le pido mientras recibo con las
caderas los empujones de
su mano. Voy a estallar y necesito su boca
sobre la mía.
—¿Quién está al mando, Ava? —pregunta con los
ojos cargados de
deseo—. Dime quién está al mando.
—Tú.
—Buena chica. —Se acerca y pega sus labios a
los míos mientras
rodea con el pulgar mi manojito de nervios,
obligándome a agarrarlo del
pelo y a aferrarme a él como si mi vida
dependiera de ello mientras me
besa con fuerza y me masturba hasta el clímax.
Su lengua se enrosca en mi
boca, despacio pero con firmeza, con dureza
pero con adoración.
Me está haciendo recordar.
Al sentir su pecho firme pegado a mi costado,
su maravillosa boca
contra la mía y sus dedos largos y hábiles
acariciándome, mi cuerpo se
tensa, mi mente se queda en blanco y mi alma
vuelve a su sitio. Pierdo la
razón. Una larga oleada de placer me
atraviesa. Gimo contra su boca
mientras mi cuerpo se agita de manera
incontrolable y alcanzo el clímax.
—Sólo para mí —gruñe, y sé que lo dice en
serio. Su posesión carnal
de mi cuerpo hace que me vuelva débil de
deseo—. Sólo para mí, siempre,
¿entendido?
—Sí —suspiro, y me relajo debajo de él. El
rugido de la sangre
corriendo empieza a disiparse en mis oídos.
—Arriba. —Me coloca los brazos alrededor de su
cuello—. Rodéame
la cintura con esas piernas tan fabulosas.
Hago lo que me pide y me agarro de su cintura
con las piernas para
dejar que me levante de la cama. Se dirige
hacia la puerta de la habitación.
—¿Adónde vamos? —pregunto ruborizándome al
esperar una
sucesión de polvos como marca su estilo.
—A mi despacho.
¿Qué?
—¡Espera! —grito bruscamente.
Se detiene al instante.
—¿Qué pasa?
—Llévame al armario.
—¿Para qué?
—Porque necesitamos un condón.
—¿Cómo? —dice, estupefacto.
—Necesitamos un condón —repito, aunque sé que
me ha oído
perfectamente.
—No tengo ninguno —escupe con asco.
No me cabe duda de que es culpable.
—Claro que sí. En el armario. —Debería
bajarme. De repente se pone
tenso. Parece que ha intuido lo que pensaba
hacer. Sabe que lo sé.
—Ava, contigo no uso condones.
—Entonces no follaremos —digo encogiéndome de
hombros. Se está
cavando su propia tumba.
—¿Perdona? —Se aparta y me lanza una mirada de
disgusto.
Me mantengo seria cuando debería estar furiosa
de que me haya
escondido las píldoras, pero no puedo. Es un
puto enigma, y creo que jamás
lograré resolverlo.
—Ya me has oído —digo como si tal cosa.
Su mirada de disgusto se transforma en un ceño
fruncido.
—Joder.
Se dirige al vestidor conmigo en brazos,
aparta un brazo de mí y saca
inmediatamente los condones que acaba de decir
que no tenía sin parar de
farfullar. Quiere dejarme embarazada. Pienso
mantenerme muy firme con
ese tema, aunque puede que ya sea demasiado
tarde. ¿Qué haré si lo estoy?
No quiero ni pensarlo. Lo único que puedo
hacer es rezar en silencio.
—¿Sabes? Mi marca también se está borrando
—digo mirándole el
pectoral mientras salimos del dormitorio.
Su cara de enfado desaparece y me sonríe con
picardía.
—¿Ah, sí?
—Tendré que volver a marcarte. —Levanto las
cejas y veo con
deliciosa lujuria que sus ojos se han
oscurecido todavía más.
—Mi chica es posesiva. Sírvete, nena.
Sonrío y clavo los dientes en su pecho. Un
pequeño gemido escapa de
sus labios mientras desciende la escalera en
dirección a su despacho.
—Quiero tomarte aquí para que siempre que esté
trabajando te
recuerde tirada desnuda sobre mi mesa.
Me coloca sobre la enorme mesa de madera, deja
la caja de condones
y se sienta en su sillón de piel. Esta
habitación también está ordenada.
Cathy debe de haberse preguntado qué coño ha
pasado.
Está totalmente desnudo y duro como el acero y
me quedo extasiada
al ver su esplendorosa longitud. Me coge los
bordes de las bragas y yo me
agarro a la mesa y levanto el culo para que
pueda deslizarlas por mis
piernas. Abre el primer cajón, las mete ahí,
vuelve a cerrarlo y me mira.
—Acabas de correrte en ellas. —Apoya las
palmas en mis muslos—.
Quiero poder olerte también. Abre las piernas.
«¡Ay, Señor!»
Me abro de piernas todo lo que puedo,
exponiéndome a él por
completo. No es nada que no haya visto antes,
un millón de veces, pero así,
de esta manera, me siento totalmente desnuda.
Se acerca en la silla y me
echa la mano atrás para desabrocharme con
suavidad el sujetador y
deslizarlo por mis brazos. Mi respiración se
acelera y estoy dispuesta a
dejarme llevar otra vez, pero por su forma de
actuar detecto que vamos a
hacerlo a su manera. Él tiene el mando y,
sentado en esa silla, totalmente
desnudo, con los abdominales firmes y su
inmensa erección descansando
sobre su vientre, posee un aspecto tremendamente
poderoso.
—Échate hacia atrás y apóyate en las manos.
—Mete el sujetador a
juego en el cajón junto a mis bragas y se
acomoda de nuevo en la silla.
Me inclino hacia atrás y mi pecho también
queda expuesto. Estoy
nerviosa y no sé por qué. Me ha tomado de mil
maneras y posturas
diferentes, y con mil estados temperamentales
distintos, pero hoy me
siento algo intranquila. Aparta la mirada de
la mía y la hace descender
lentamente por mi cuerpo hasta fijarla en mi
sexo. Sus ojos permanecen
ahí clavados y se apoya todavía más contra el
respaldo de la silla hasta que
el mecanismo para reclinarla cede ante su
peso. Se está poniendo muy
cómodo.
Yo, no tanto.
Estoy aquí sentada, igual de desnuda que él, y
el corazón se me sale
del pecho mientras lo veo mirar mi hendidura.
Está totalmente extasiado.
—¿Por qué estás nerviosa? —pregunta sin
apartar los ojos de entre
mis piernas. Su voz grave y agitada no hace
que me tranquilice.
—No lo estoy —miento lánguidamente. Pero sí lo
estoy. Me siento
expuesta y observada, lo cual es ridículo. No
hay ni un solo milímetro de
mi cuerpo que no lo haya tenido encima o
dentro. Soy toda suya.
Levanta la vista y su dureza se suaviza
inmediatamente.
—Te quiero.
Todo mi ser se relaja al oír esas dos
palabras.
—Yo también te quiero.
—No lo dudes nunca.
—No lo haré. ¿Has acabado con tus
observaciones? —pregunto
levantando una ceja sardónica.
—No. —Se inclina hacia adelante y vuelve a
separarme las piernas.
No me había dado cuenta de que las había
cerrado un poco—. Estoy
evaluando mis posesiones. —Se apoya en el
respaldo y continúa mirando
mi parte más íntima.
—¿Soy una posesión?
—No, eres mi posesión. —Mantiene la vista fija
donde está, y decido
que ya que estoy debería disfrutar un poco
también de mi propia posesión.
Todavía salivo al ver lo perfecto que es—.
¿Quieres escuchar mi
veredicto? —pregunta.
—Claro.
Me mira a los ojos y una de las comisuras de
sus labios se eleva.
—Soy un hombre muy rico. —Se acerca sobre la
silla, me agarra las
piernas por los tobillos y me coloca las
plantas de los pies sobre sus
hombros. Si antes estaba desnuda, no sé cómo
estoy ahora—. No sientas
pudor conmigo —me reprende con el ceño
ligeramente fruncido. Apoya las
palmas de las manos sobre mis empeines y
empieza a besarme el tobillo.
El calor de sus labios activa una vibración en
mi pierna que va directa a mi
intimidad.
Dejo escapar unos débiles gemidos.
—Apártate el pelo de la cara —ordena
tranquilamente.
Me apoyo sobre una mano, me recojo el pelo con
la otra y lo dejo caer
sobre mi espalda.
—Mejor. Ahora puedo ver todas mis posesiones.
Me da un mordisquito en el tobillo y noto una
sacudida.
—Ver que estás excitada y saber que soy yo el
que te hace estar así es
la sensación más gratificante del mundo.
—Extiende la mano, me pasa un
dedo por la vulva y aplica una ligera presión
en la parte superior de mi
clítoris.
Separo los labios y unos suaves jadeos escapan
de mi boca repetidas
veces. Me retuerzo con la tremenda necesidad
de cerrar las piernas de
golpe.—
Déjalas abiertas, Ava. Quiero ver cómo palpita
tu carne en mi mano
cuando te corras para mí. —Su tono gutural
acelera mi deseo de explotar
bajo sus caricias y su intensa mirada.
Cambia un dedo por dos y me atrapa el clítoris
entre ellos apretando
despacio. Echo la cabeza atrás.
—¡Ahhhhhhhh! —gimo.
Sé que estoy cometiendo una falta grave.
—Mírame, nena. No apartes los ojos de mí.
—Estoy cerca —jadeo.
—Lo sé, pero pararé si no me miras. Escúchame,
Ava. Mírame con
esos preciosos ojos que tienes.
Me obligo a levantar la cabeza con un esfuerzo
inmenso y tiemblo
bajo su tacto. Cuando nuestras miradas se
cruzan, aumenta el ritmo de sus
caricias. La visión de sus ojos verdes y
lujuriosos, sus labios entreabiertos
y su cuerpo relajado aumenta mi placer. Él
está quieto, pero totalmente
excitado. Sus únicos movimientos son los de
sus dedos en mi sexo
deslizándose arriba y abajo, el de las
sacudidas de su polla y el de su pecho
agitado. Entonces acerca los labios a mi
tobillo y hunde los dientes en la
superficie de mi piel.
Pierdo la razón.
Contengo un grito y aprieto los pies contra
los hombros de Jesse
mientras una descarga de presión estalla y me
invade por todos los ángulos
de mi cuerpo hasta que quedo reducida a una
masa de nervios palpitantes.
—Eso es —jadea mientras me besa el pie y
desliza el dedo por mi
hendidura—. Ava, estás palpitando. Es
perfecto.
Mis pechos agitados ascienden y descienden,
estoy toda sudorosa y
mis músculos se contraen con violencia. Él
sigue sentado, observando mi
clímax, con la mirada fija en mi abertura. La
excitación en sus ojos es algo
que no se puede describir con palabras. Lo que
no sé es cómo consigue
refrenar el impulso de llevarse las manos a su
miembro pétreo, que
continúa sacudiéndose sobre su regazo.
—Ven aquí. —Extiende las manos y yo las
acepto. Bajo los pies de
sus hombros y doblo las piernas mientras me
coloco a horcajadas sobre su
regazo y me sujeto al respaldo de la silla—.
Sube —dice tranquilamente.
—Ponte un condón —replico, jadeando.
—Ava, no me pidas que me ponga condón —casi
suplica él.
—Jesse, ¿sabes la suerte que hemos tenido de
que no me haya
quedado preñada todavía?
Sé que es posible que lo esté, pero ruego a
Dios para que no sea así.
También sé que, para él, el hecho de que no lo
esté sería más bien mala
suerte. Debe de saber que podría estarlo: me
robó las píldoras y sabe que
no he ido a por otras. Tengo que mantenerme
firme con este asunto. Es una
locura. ¿Añadir un niño a nuestra relación?
Eso sería una auténtica
estupidez, y ya tenemos bastantes asuntos de
los que ocuparnos, como de
su comportamiento neurótico e imposible, sólo
que ahora supongo que a
ambos se nos podría calificar de neuróticos.
Sacude la cabeza y tira de mí hacia abajo,
colocándose, pero me
pongo tensa y hago todo lo posible por evitar
que me penetre. Me mira y
sus ojos me dicen todo lo que necesitaba
saber. Le aparto la mano de
debajo de mí y vuelvo a sentarme sin Jesse
hundido en mi interior. Lo miro
fijamente, pero él baja un poco la mirada.
Sabe que lo he pillado.
Me vuelvo, saco uno de los preservativos de la
caja y me agacho hasta
que estoy de rodillas en el suelo entre sus
piernas. Él observa cómo abro el
envoltorio, extraigo el condón y le agarro la
polla con suavidad para
deslizarlo por su cabeza y desenrollarlo por
toda su longitud. Ambos
permanecemos callados mientras vuelvo a
montarme sobre su cuerpo y a
colocarme en su regazo.
Me elevo inclinándome hacia adelante para que
mis pechos queden
cerca de su boca. Él acepta el ofrecimiento,
me lanza una sonrisa cómplice
y luego enrosca la lengua alrededor de cada
uno de mis pezones y los
atrapa entre sus dientes. Acabo de tener dos
orgasmos muy intensos, y si
sigue mordisqueándome de esta manera pronto
llegará el tercero. ¿Cómo
consigue hacerme esto?
Siento su mano bajo mis lumbares y se coloca
debajo de mí. Noto la
extraña sensación del látex que me toca la
pierna.
—Baja despacio —me ordena con innegable voz de
mando.
Obedezco y hago descender los muslos, bajando
lentamente sobre él.
Su vara de acero encuentra mi abertura y la
atraviesa mientras exhala un
largo suspiro controlado. Apoya la cabeza
contra el respaldo y yo la mía en
su frente, con los ojos cerrados. Me tiene
completamente empalada. No es
lo mismo, pero sigue estando dentro de mí.
—No te muevas. —Su aliento fresco invade mis
fosas nasales
mientras me habla a la cara y me envuelve la
cintura con sus enormes
manos.
Me quedo quieta. Siento cómo vibra dentro de
mí, y me cuesta un
mundo no contraer los músculos a su alrededor.
Necesita un momento.
—Me encanta tenerte a mi alrededor. ¿Cuánto
crees que puedes
permanecer así sin moverte? —Me da un pico en
la boca y me pasa la
lengua por el labio inferior. Sé que no
aguantaré. Aprieto la boca contra la
suya, pero él me detiene y aparta la cara—.
Veo que no mucho.
Echo la cabeza atrás y él me mira otra vez.
—Me estás rechazando —digo suavemente. A veces
me sorprende que
haga esas cosas, teniendo en cuenta lo mal que
reacciona él cuando no
puede tocarme a mí.
—Es un desafío.
—Tú eres un desafío —respondo, y bajo la
cabeza para intentar
reclamarlo de nuevo, pero vuelve a apartarme
la cara.
Intento provocarlo moviendo las caderas, pero
él me agarra la cintura.
No necesita hacer mucha fuerza para mantenerme
inmóvil. Aparto la
cabeza y él vuelve a mirar al frente.
—Me necesitas —dice con una voz tan áspera y
sexy que apenas
puedo controlar la respiración. Su polla sigue
sacudiéndose frenéticamente
dentro de mí.
—Te necesito. —Sé que para él estas palabras
significan más que «Te
quiero». Su expresión de deleite lo confirma.
Me inclino hacia adelante
para atrapar sus labios pero vuelve a
apartarme la cara—. ¿Cómo te
sentirías si alguien impidiera que me besaras?
—pregunto.
—Querría matarlo —afirma con un rugido
mirándome de nuevo.
Afloja las manos sobre mi cintura y yo
aprovecho la falta de sujeción
para bajar lanzando un gemido. Sus ojos
cerrados con fuerza vuelven a
abrirse.
—Yo también —digo con firmeza, y me aprieto
contra sus caderas.
Resopla y me agarra de la cadera para detener
mi táctica.
—¿Quién está al mando, Ava?
—Tú.
Sus ojos centellean.
—¿Quieres que te folle?
—Sí.
—Buena respuesta. —Levanta las caderas y
empuja hacia arriba,
mientras tira de mí hacia abajo con un gruñido
gutural. Grito y me agarro
al respaldo de la silla—. ¿Así? —pregunta
mientras se retira y vuelve a
penetrarme hasta el fondo.
—¡Joder, sí! —Echo la cabeza atrás y cierro los
ojos.
—¡Mírame! —ladra con otro golpe de la pelvis—.
Nótala, Ava. ¿La
notas? Abro los ojos con la vista borrosa. La
expresión carnal y posesiva de
su rostro hace que me sienta como la criatura
más deseada sobre la faz de
la tierra.
—La siento.
Gruñe y empuja hacia arriba una y otra vez,
elevándome y tirando de
mí hacia abajo para recibir cada uno de sus
embates. Una capa de sudor
empieza a brillar en su frente. Los músculos
de su mentón se tensan y la
vena de su cuello sobresale. Me agarro con
tanta fuerza al respaldo que los
nudillos se me ponen blancos. Quiero besarlo
pero, primero, no ha dicho
que pueda hacerlo y, segundo, nuestras bocas
no podrían permanecer
unidas. Mi sexo tiembla y mi saturado
montículo de nervios protesta ante
tanta intensidad, pero necesito uno más, sólo
uno más.
—Estoy cerca —expreso de manera entrecortada y
difícil de descifrar
—. ¡Jesse, estoy cerca!
—¡Espera! —gruñe entre dientes, y aprieta
hacia arriba. Me agarra las
caderas con tanta fuerza que casi me hace
daño—. ¡Aguántate!
—¡No puedo! —grito, y él para al instante.
La falta de fricción y de ritmo detienen mi
orgasmo.
—He dicho que esperes —jadea. Su polla se
sacude furiosamente
dentro de mí. ¿Cómo lo hace? Su respiración es
agitada e irregular—.
Contrólalo, Ava.
—Contigo no puedo controlar nada. —Apoyo la
cabeza en su hombro
mientras el ardor en mi entrepierna se enfría
ligeramente.
—Ya lo sé. —Vuelve la cara hacia mi pelo y me
besa—. Eres mía, así
que yo lo controlaré.
Empieza a girar las caderas suavemente para
reactivar mi orgasmo
abandonado. No puedo discutirle eso. Le
pertenezco por completo y sé
perfectamente que no se refiere sólo a mi
orgasmo inminente.
—Te quiero —murmuro contra su húmedo hombro.
Suspira.
—Yo también te quiero, nena. ¿Nos corremos a
la vez?
—Por favor.
—Dame esos labios.
Deslizo los labios por su cuello hasta la
mandíbula y hasta su boca y
él empieza a mover las caderas ociosamente,
hacia adelante y hacia atrás,
mientras me derrito con sus besos.
Éste es el Jesse dulce; es como si estuviera
saliendo con una decena
de hombres diferentes.
—Mmm. Eres deliciosa —dice. Gimo en su boca y
noto que sonríe—.
Siento cómo te contraes a mi alrededor, y me
encanta que lo hagas. —Guía
mis caderas y me coge con fuerza.
—A mí también me encanta sentirte dentro. —Aprieto
los muslos y lo
agarro del pelo para acercarlo más aún.
—Córrete para mí —dice, y empieza a moverse
trazando círculos
estudiados seguidos de un pequeño empujón de
las caderas.
Yo me retuerzo un poco y termino emitiendo un
largo gruñido de
satisfacción en su boca. Mi tercer orgasmo no
ha sido tan intenso, pero sí
igualmente gratificante.
—Joder —susurra, y su cuerpo se pone rígido.
No siento su semen caliente en mi interior,
pero todos los demás
signos del clímax están ahí. Me sostiene
quieta en sus brazos.
—Eres increíble.
Me aferro a su polla palpitante con ansia y lo
hundo hasta el fondo en
mí. Es el placer encarnado. Él es el placer
encarnado.
—Ha sido fantástico —digo devorándole la boca.
Él deja que haga lo
que quiera, y me mantiene lo más pegada a él
posible mientras me acaricia
las caderas suavemente—. No ha estado tan mal,
¿verdad? —pregunto.
—No, no lo ha estado, pero sigue habiendo algo
que se interpone entre
nosotros.
—¿Quieres matar al condón? —digo sonriendo
contra sus labios.
—Sí. —Se aparta y sonríe—. Arréglate o
llegaremos tarde.
Continúo cubriéndolo de besos.
—¿Adónde vamos? —No me importaría nada
quedarme donde estoy
—. Estoy cómoda aquí.
—A cenar. He hecho una reserva. —Se ríe
ligeramente, me sujeta de
las mejillas y me aparta la cara—. Ducha.
—Deja que te quiera. —Me aproximo y le
mordisqueo suavemente la
oreja. —Ava... —me advierte tirando de mí. Le
brillan los ojos con malicia
cuando estira la mano y pasa un dedo por el
borde del chupetón que me ha
hecho en la teta—. Siempre tendrás esto. —Me
mira—. Siempre.
Yo hago lo propio y recorro mi propia marca en
su pectoral.
—Deberías hacer que me tatúen tu nombre en la
frente —sonrío—.
Así no habría ninguna duda de a quién
pertenezco.
Enarca las cejas y parece sopesarlo por unos
instantes.
—No es mala idea —dice finalmente, muy serio—.
Me gusta.
Se levanta conmigo en brazos y yo me aferro a
él como un mono,
como de costumbre.
Subimos al piso de arriba manteniendo la
conexión hasta que
llegamos a la cama, donde me coloca suavemente
sobre las sábanas.
Sacude la cabeza resoplando de disgusto y se
quita el condón, le hace un
nudo y lo tira a la papelera.
—Ponte boca abajo para que te eche más crema.
Me insta a volverme y me apoya las manos sobre
las nalgas. Ahora sí
que no me apetece nada salir. Quiero quedarme
aquí toda la noche con
Jesse montado en mi espalda frotándome todo el
cuerpo con sus
maravillosas manos.
—Tengo que ducharme primero.
—Volveré a hacerlo después.
Sonrío.
—Tú también necesitas crema.
—Yo estoy bien. Lo importante eres tú. —Se
coloca sobre mi trasero
y vierte un poco de crema en mi espalda.
Está fría y me hace saltar.
—¿Por qué no me has avisado? —refunfuño.
—Lo siento, puede que esté algo fría —ríe.
Giro el cuello y me deslumbra con esa sonrisa
reservada
exclusivamente para mí. Vuelvo a apoyar la
cabeza sobre los antebrazos.
—Eres muy atractivo —susurro ensoñadoramente
mientras me aplica
la crema por cada centímetro de mi espalda—.
Creo que voy a quedarme
contigo para siempre.
—Vale —accede riendo de nuevo.
—¿Dónde has escondido mis píldoras? —suelto
como si tal cosa.
Sus manos se detienen de repente y sé que
estoy en lo cierto. Las está
escondiendo, lo sé.
—¿De qué estás hablando?
—Estoy hablando del hecho de que a mis
píldoras anticonceptivas
últimamente les han salido patas y se van
corriendo, y eso sólo pasa desde
que te conocí.
—¿Por qué iba a hacer algo así? —pregunta, y
empieza a mover las
manos lentamente y en círculos sobre mi
espalda.
¿Por qué? No lo sé. ¿Por qué hace muchas de
las cosas que hace? Es
un maldito misterio, con su manera de ser
imposible y sus exigencias
irracionales.
—No voy a desaparecer, si es lo que te
preocupa.
—Ya sé que no —se ríe.
—Bien. Iré al médico a por otra receta —digo
tranquilamente, y esta
vez las esconderé. No tengo ni idea de qué voy
a hacer si estoy
embarazada. Creo que moriré en el acto. Sus
manos se vuelven más firmes,
lo que no hace sino alimentar mis sospechas—.
Tendrás que usar condón
hasta que pueda reiniciar el ciclo —añado.
—No me gusta ponerme condones contigo
—protesta.
—Entonces no follaremos —respondo con
suficiencia. No hay duda
de que ha sido él.
—¡Esa boca!
Me echo a reír, aunque no sé por qué. Debería
estar furiosa, asustada y
preocupada. No quiero ni imaginarme cómo se
comportaría conmigo si
estuviera embarazada de su hijo. Joder, sería
insoportable. Me envolvería
en algodón y me encerraría en una celda
acolchada durante nueve meses.
Joder. Espero no estar preñada. Mi vida se
acabaría. ¿Y cómo sería con sus
hijos si es así conmigo? La espera de mi
próxima regla se me va a hacer
eterna.—
¿Estás bien? —pregunta.
—Sí —me apresuro a contestar—. ¿Cuánto tiempo
lleva Cathy
trabajando para ti? —pregunto desviando la
conversación. La que está en
curso no nos lleva a ninguna parte. Jamás lo
admitirá.
—Casi diez años.
—Te quiere mucho.
—Sí —responde tranquilamente, y sé que el
sentimiento es mutuo.
Incluso admitió que no podría vivir sin ella.
—¿Sabe lo de La Mansión? ¡Ay!
—¡Perdona, nena! —dice con temor, y me besa la
espalda para
curarme—. Lo siento, lo siento.
—Tranquilo, estoy bien. Pero que no se repita.
—Se levanta
ligeramente y entonces siento el breve y
doloroso contacto de su manotazo
en mi culo—. ¡Oye!
—No te hagas la lista conmigo —me reprende, y
me acaricia la
mejilla.
—¿Y bien? —insisto.
—¿Y bien, qué?
—Cathy. ¿Sabe lo de La Mansión? —Me vierte un
poco de crema en
la nalga y me la extiende justo donde me ha
dado la palmada.
—Sí, lo sabe. No es ninguna sociedad secreta,
Ava. No encierra
ningún misterio. Ya está. Arriba.
—A mí me lo ocultaste —mascullo indignada mientras
me siento en
el borde de la cama.
—Porque me estaba enamorando perdidamente de
ti y me aterraba
que huyeras de mí si lo descubrías. —Enarca
una ceja acusadora y sé lo
que va a añadir—. Y lo hiciste —concluye.
—Estaba perpleja —intento defenderme.
Lo sucedido después de mi descubrimiento
todavía me hace temblar,
y quiero señalar que a pesar de todo regresé
junto a él. Fue lo de la bebida
lo que me llevó a huir.
—Sabía que tenías experiencia, pero no me
imaginaba que fuera
porque regentabas un club sexual que
utilizabas en exceso —le recuerdo,
muy a mi pesar.
—¡Eh! —Se acerca a mí y me tumba sobre la cama
para darme un
beso en los labios—. Dejemos atrás el pasado.
Centrémonos en nosotros,
en el presente, en el mañana, en el día
siguiente y en el resto de nuestras
vidas.—
Vale. Bésame —sonrío.
—Perdona, ¿quién está al mando? —Sus labios se
curvan y aparta la
mirada de mis ojos a mi boca.
—Tú.
—Buena chica. —Me ahoga con la suya y me da
justo lo que quiero,
aunque se aparta demasiado pronto. Expreso mi
frustración con un gruñido
sonoro y él me mira con recelo—. Me da igual
que refunfuñes. Ponte el
vestido nuevo de color crema. —Se levanta y me
deja para que me duche y
me prepare para salir a cenar.
Entro en la cocina sintiéndome muy especial
con mi nuevo vestido, un
cinturón dorado y unos tacones de color crema
también nuevos. Tengo el
pelo suelto sobre la espalda y me he
maquillado de manera sencilla. Me
detengo de repente en cuanto veo a Jesse. Está
al teléfono, escuchando con
atención, y babeo al verlo con su traje azul
marino y su camisa rosa claro.
Lo repaso con la mirada de arriba abajo, desde
sus Grenson marrones hasta
su rostro arrebatador, pasando por sus piernas
largas y musculosas, su
pecho firme y perfectamente tonificado y su
mandíbula recién afeitada.
Tiene el ceño fruncido.
Arrugo la frente con curiosidad y sus ojos se
suavizan. Está sobre un
taburete dándose golpecitos en el muslo. Me
acerco y me apoyo en sus
piernas mientras busco el brillo de labios en
el bolso. Hunde el rostro en
mi pelo para inhalarlo y me pasa el brazo por
la cintura para acercarme
más a él.
—¿Y qué más puedes decirme? —Habla con poca
cortesía.
Me vuelvo y lo miro con curiosidad de nuevo
mientras me aplico el
gloss. Él hace caso omiso de mi mirada y me
besa suavemente en la
mejilla.
—Qué puta casualidad que la otra cámara
estuviera rota —dice
secamente—. ¿Has comprobado las grabaciones
del exterior del bar?
«Oh, oh...»
Entonces respira hondo. Le aprieto el muslo y
él me mira y me besa
en la frente.
—Vale, ya me dirás algo. —Tira el teléfono
sobre la encimera y éste
se desliza unos cuantos centímetros—. No me lo
puedo creer —masculla.
—Crees que es Mikael el de la grabación,
¿verdad?
—Sí.
No sé de qué me sorprendo, ya sabía que lo
pensaba, pero la
confirmación hace que me ponga más nerviosa.
—¿Crees que fue él quien me drogó? —espeto.
—No lo sé, Ava. —Parece totalmente
desmoralizado.
—Sería un poco exagerado, ¿no?
—Me odia, Ava. Sabe que eres mi talón de
Aquiles. Estaba esperando
esta oportunidad.
Me aparto y me vuelvo para mirarlo.
—¿Y si vamos a la policía? —pregunto. Su
preocupación empieza a
agobiarme de verdad a mí también.
—No. —Sacude la cabeza—. Yo me encargaré de
esto.
—De acuerdo —digo tranquilamente. No pienso
discutir con él por
este tema.
Suspira.
—Debería alejarme de ti. Si fuera capaz de
soportarlo, lo haría.
—¿Qué? —Me encojo, presa del pánico, por el
hecho de que haya
llegado a sugerirlo siquiera.
—He hecho daño a mucha gente, Ava.
—¡Cállate! —Me estoy cabreando—. No digas esas
cosas.
—Ava, la bebida, las mujeres...
—¡Que te calles! —grito—. No hace falta que me
recuerdes que ha
habido otras mujeres desde que te conocí.
—Ahora sí que estoy furiosa.
—Lo siento. Ojalá pudiera cambiarlo todo menos
a ti. Eres lo único
bueno que me ha pasado en la vida, y hasta eso
lo estoy haciendo mal. —
Agacha la cabeza.
Las lágrimas empiezan a inundar mis ojos. Sé
que tiene
remordimientos, sé que se arrepiente de cosas.
Joder, sé todo esto. Lo
agarro de la cintura y acerco su cara a la
mía.
—Basta —digo con firmeza.
Él suspira y me mira.
—No sé qué he hecho para merecerte.
—Tú me lo recordaste.
Sonríe suavemente y después me mira con
picardía.
—Me gusta tu vestido.
Mete la mano por el interior de mi muslo y la
desliza por dentro de
mis bragas.
—A mí también me gusta.
Joder, ya estoy jadeando otra vez. Dejo caer
el bolso al suelo de la
cocina y lo agarro de la solapa de la
chaqueta.
Saca el dedo, me lo acerca a la boca y
extiende mi humedad por mis
labios recién pintados con brillo.
—Soy un hombre muy afortunado.
Me coloca sobre su regazo y me inclina hacia
atrás con los labios
pegados a los míos en un largo beso sensual.
Cuando ya tiene lo que quiere,
se retira y me ofrece esa sonrisa reservada
sólo para mí.
Yo se la devuelvo y le paso el pulgar por el
labio inferior.
—Ese color no te sienta bien —le digo, y le
limpio el gloss nude
mezclado con mi propia esencia.
—¿No? —Hace pucheros y yo me río. Me levanta y
coge el mando a
distancia del equipo de sonido—. Quiero bailar
contigo.
—¿Ah, sí?
—Sí.
Sonrío cuando Pumped up kicks de Foster the
People suena muy alto a
través de los altavoces. Sin duda quiere
bailar. Me aprieta contra su pecho
y me sujeta con una mano la zona lumbar y con
la otra agarra mi mano.
Apoyo mi otro brazo en su hombro y lo miro con
una sonrisa.
—Me haces muy feliz.
Sus ojos resplandecen y sus exquisitos labios
empiezan a curvarse
hacia arriba.
—Voy a hacerte feliz durante el resto de mi
vida, nena. Bailemos.
Sale de la cocina dando pasos hacia atrás y
pronto estamos en el
inmenso espacio diáfano del ático. Me da una
vuelta y me atrae de nuevo
hacia sí. Después me guía por toda la
habitación. Me río y miro sus
brillantes pozos verdes cargados de dicha
mientras me lleva entre los
muebles, me hace girar y me sonríe. Me guía de
un extremo del piso al
otro, hasta la terraza. Danzamos por el
entarimado y volvemos adentro.
—¿Qué baile es éste? —pregunto cuando pasamos
junto al sofá de
nuevo.—
No lo sé. Algo a medio camino entre el vals y
el baile ligero, creo.
—Me sonríe y yo dejo que me siga guiando. Sus
ojos parecen a punto de
estallar de felicidad—. Creo que bailar
contigo me gusta tanto como estar
dentro de ti.
—¿En serio? —pregunto totalmente estupefacta.
—No. —Frunce el ceño—. Me parece que es lo más
absurdo que he
dicho en mi vida.
Echo la cabeza hacia atrás y él se inclina y
me besa la garganta
mientras me dirige de nuevo hacia la cocina.
Me levanta. Yo me agarro con
las piernas a sus firmes caderas y hundo las
manos en su cabello. Nos
quedamos mirándonos y él detiene sus
movimientos, observándome
detenidamente antes de colocarme suavemente
sobre la encimera.
Me coge de las mejillas y me mira directamente
a los ojos. No hace
falta que diga nada, pero sé que va a hacerlo.
Es como si quisiera
demostrar lo bien que se le da su talento
recién descubierto. Ahora habla
conmigo.
Me acaricia con los pulgares.
—¿Quién está al mando, Ava?
Pongo los ojos en blanco.
—Tú.
—Te equivocas.
—¿Ah, sí? —digo, sorprendida. Él está al
mando. Lo ha dejado
bastante claro.
—Tú lo estás. —Sonríe y yo frunzo el ceño—. Tú
eres quien está al
mando, nena.
—Pero siempre insistes en que eres tú quien
está al mando.
Se encoge de hombros.
—Me gusta que alimentes mi ego.
Me echo a reír.
—¿Estás de coña?
—No.
Dejo de reírme al ver que él no lo hace,
aunque esto es bastante
gracioso. No hay duda de que manda él. ¿Qué le
pasa ahora?
Me atraviesa los ojos con su magnífica mirada.
—Yo tengo el mando de tu cuerpo, Ava. Cuando
esos preciosos ojos
están cargados de lujuria por mí, ahí es
cuando tengo el poder. —Me suelta
las mejillas y desliza las palmas de las manos
por el interior de mis
muslos.
Me pongo tensa, separo los labios y lo agarro
de la chaqueta con los
puños.
Jesse sonríe, se inclina y me besa suavemente.
—¿Lo ves? —susurra, y aparta las manos de mis
muslos y me quita
las manos de su pecho—. Y ahora el mando
vuelve a ser tuyo.
Lo observo con una media sonrisa y entiendo
perfectamente lo que
quiere decir.
—Por eso me follas hasta perder la razón, me
haces la cuenta atrás y
me obligas a besarte cuando estoy furiosa.
Sonríe.
—Esa boca.
—¡Ahora que me has revelado tu secreto jamás
dejaré que vuelvas a
tocarme!
Se echa a reír con ganas. Su pecho se hincha y
echa la cabeza hacia
atrás. Creo que eso ya lo sabía. Por eso
comienzo a correr conforme
empieza la cuenta atrás. Sé de lo que es capaz
en cuanto me pone las
manos encima. Baja la cabeza de nuevo y
observa mi rostro.
—Bueno, señor Ward. Después de todo el sexo
que hemos practicado,
yo diría que usted posee la mayoría de las
acciones de mando de esta
relación.
Sonrío cuando rompe a reír de nuevo. Da gusto
verlo. Unas pequeñas
arrugas se forman alrededor de sus ojos verdes
y hacen que brillen más
aún.
—Nena, nunca nos cansaremos de practicar sexo.
—Y eso te convierte en un hombre muy poderoso.
—Joder, Ava. —Me aparta el pelo de la cara y
me agarra de las
mejillas de nuevo—. Te quiero tanto, tanto.
Bésame.
—¿Te sientes débil?
Se inclina.
—Sí. —Sus labios rozan los míos suavemente y
yo le cedo el control
que necesita y dejo que su lengua sature mis
sentidos mientras ronronea en
mi boca y absorbe todo mi poder.
—¿Mejor? —le pregunto pegada a sus labios.
—Mucho mejor. Venga, señorita, tenemos un
compromiso. —Me baja
de la encimera, apaga la música y recoge mi
bolso del suelo—. ¿Lista?
—Ah, espera que te enseñe el mensaje. —Cojo el
bolso y saco el
móvil. Casi lo había olvidado.
—¿Qué mensaje? —dice con el ceño fruncido. Es
evidente que él
también.
—El que recibí desde el teléfono de John.
—Busco en mi teléfono y
mi corazón empieza a latir de manera agitada.
Eso es. Ahora es el
momento de sacarme esto de dentro. No da pie a
confusión, así que no
puede negármelo. John jamás haría algo así—.
Mira. —Le muestro el
teléfono y él lo coge. Mientras lee el
mensaje, su arruga de siempre se va
formando y una expresión pensativa invade su
rostro. Me mira un
momento y vuelve a centrarse en la pantalla.
Está cavilando al respecto.
Después de lo que parece una eternidad, yo
expectante y él mirando la
pantalla, por fin empieza a asentir
ligeramente.
—Me encargaré de esto. —Tira mi teléfono sobre
la encimera. Parece
muy cabreado.
Me relajo, un poco aliviada. Creo que esperaba
que defendiera a Sarah
o que dijera que debía de haber sido otra
persona, pero ¿quién iba a hacer
algo así? No necesito decir nada más. Por fin
lo sabe, y siento un alivio
inmenso.
Mi teléfono empieza a sonar en ese momento, lo
recojo de la
encimera y veo que el nombre de Ruth Quinn
parpadea en la pantalla.
Exhalo un suspiro de agobio y rechazo la
llamada. Pronto telefoneará a la
oficina y le dirán que hoy no trabajo.
—¿Quién era? —pregunta.
—Una nueva clienta. Una nueva clienta muy
pesada.
Me quita el teléfono de las manos y vuelve a
dejarlo sobre la
encimera. Después me estrecha contra su pecho.
—Hoy nada de trabajo. ¿Estás lista para
nuestra cita?
Asiento contra su torso.
—Sí.
Me besa la cabeza, me libera y me ofrece el
brazo como un perfecto
caballero. Sonrío, y entrelazo mi brazo con el
suyo. Me guiña un ojo y me
guía afuera del ático en dirección al
ascensor.
Nos reflejamos en todos los espejos que nos
rodean. Allá adonde
miro, lo veo en todo su esplendor. Me abrazo a
él y le paso la mano por
debajo de la chaqueta. No quiero soltarlo
jamás. Entonces me observa con
el rabillo del ojo.
—Debería obligarte a echarme un polvo de
disculpa aquí y ahora —
dice en voz baja.
—¿Te debo una disculpa?
—Sí. —Vuelve a dirigir la vista hacia adelante
y yo lo miro a los ojos
en el reflejo de las puertas.
—¿Por qué? —Repaso en mi mente a qué puede
estar refiriéndose, y
encuentro demasiadas cosas que, en la cabeza
de Jesse, pueden tomarse
como ofensas. Pero esta mañana me he
comportado de un modo bastante
dócil, y él ha sido bastante razonable.
—Me debes una disculpa por haberme hecho
esperar demasiado
tiempo a que aparecieras en mi vida —dice, muy
serio.
Sonrío y me pego a su lado. La verdad es que
yo no he tenido que
esperar mucho a que él apareciera, dejando a
un lado mis dos relaciones de
mierda anteriores. Mientras que él se
enfrentaba a demasiados demonios,
yo estaba tan tranquila, llevando la vida de
cualquier joven normal. Es
curioso.
Las puertas del ascensor se abren y me rodea
los hombros con el brazo
mientras atravesamos el vestíbulo del Lusso.
—Clive. —Jesse saluda al conserje, que asiente
bruscamente en
respuesta y continúa centrado en sus asuntos.
Ni siquiera me ha mirado ni
me ha preguntado cómo estoy. Anoche oí su voz
de preocupación cuando
Jesse me llevaba en brazos. ¿He vuelto a
molestarlo?
Salimos al exterior y Jesse pulsa el botón del
mando para abrir la
puerta del DBS.
—Ah, ha llamado Kate. Deberías devolverle la
llamada —dice.
—¿Has vuelto a coger mi teléfono? —pregunto,
pero él se encoge de
hombros ante mi acusación.
Suspiro y abro el bolso para sacar el móvil
pero, después de rebuscar
un poco, me doy cuenta de que no está.
—Jesse, me he dejado el teléfono arriba.
Deja escapar un suspiro largo y exagerado para
demostrarme las
molestias que le estoy causando.
—Toma. —Me da las llaves—. Date prisa o
llegaremos tarde a cenar.
—Vale. —Vuelvo a atravesar el vestíbulo del
Lusso a la carrera, miro
mal a Clive, que sigue ignorándome, y pulso el
código del ascensor.
¿Cómo es que no continúa en la planta baja?
Espero con impaciencia a que
baje de nuevo y entro corriendo cuando lo
hace.
Salgo antes de que las puertas se hayan
abierto del todo, meto la llave
en la cerradura y la dejo ahí mientras corro a
la cocina. Me detengo
súbitamente y dejo escapar un grito ahogado al
ver a dos personas sentadas
en los taburetes, ambas con un aspecto
bastante amenazador.
buena, buena, buenìsima.
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