Paso por delante de los aseos, por el bar
atestado y por el restaurante
rápidamente. No quiero ver ni a Kate ni a
ninguno de los demás. Como vea
a Sarah lo más probable es que acabe en la
cárcel, porque no pienso dejar
de sacudirla con ese látigo hasta dejarla
hecha puré. De todas formas, Jesse
no tardará en venir en mi busca, así que he de
darme prisa.
Llego hasta el vestíbulo y subo los escalones
de dos en dos, recorro el
descansillo apresuradamente e ignoro a las
mujeres y sus frías miradas.
Pero entonces la veo. Sé que debería
continuar. Sé que debería resistir la
tentación de estrangularla, pero es superior a
mis fuerzas.
Me aproximo. Está charlando con algunas
socias, probablemente
informándolas sobre lo sucedido durante la
última hora. Sigue vestida de
látex con el látigo en la mano. Me detengo
detrás de ella y las otras
mujeres guardan silencio de inmediato. Con
evidente curiosidad por saber
qué es lo que las ha hecho callar, se vuelve
para mirarme. Su expresión es
de superioridad con un tinte de ligera
satisfacción. Me hierve la sangre al
tenerla ahí delante de mí, tan relajada,
haciendo girar el látigo en la mano.
—Me has mandado un mensaje de texto desde el
teléfono de John —
la acuso con calma.
Casi se echa a reír.
—No sé de qué me estás hablando.
—Claro que no. —No me lo puedo creer—. También
fuiste tú quien
me dejó entrar en La Mansión el día que
descubrí el salón comunitario.
—¿Y por qué iba a hacer yo eso? —pregunta con
tono arrogante.
—Porque lo deseas. —Mantengo el tono
sorprendentemente pausado
teniendo en cuenta que me hierve la sangre y
que estoy temblando
físicamente. Las demás mujeres me atraviesan
con los ojos. Las miro a
todas ellas—. Todas lo deseáis.
Ninguna de ellas dice ni una palabra.
Permanecen ahí, observándome,
probablemente anticipando mi próximo
movimiento.
Sarah, en cambio, es incapaz de mantener la
boca cerrada.
—No, pequeña, todas lo hemos tenido.
Salto.
Cierro el puño y lo lanzo contra su rostro
hinchado de bótox. El
impacto la empuja hacia atrás, se tambalea y
cae de culo al suelo. No me
detengo. La agarro de los pelos en un gesto
muy poco femenino y la
arrastro. La empotro contra la pared y la
sostengo de la garganta. Gritos
ahogados de estupefacción inundan el aire. Se
hace de nuevo el silencio y
lo único que se oye es el sonido de la
respiración entrecortada de Sarah.
—Como vuelvas a ponerle un dedo encima, te lo
pida él o no, no
pararé hasta romperte todos los putos huesos
del cuerpo. ¿Entendido?
Abre los ojos de par en par. Intenta asentir
bajo mi mano.
—¡¿ENTENDIDO?! —le grito en toda la cara. He
perdido los
estribos.
—Sí —rechina como puede a través de su
garganta estrangulada.
Apenas la dejo respirar.
La suelto y cae al suelo hecha un guiñapo,
jadeando y agarrándose la
garganta. Temblando de ira, me vuelvo y
absorbo la expresión de
estupefacción de los muchos testigos, que
observan pasmados y en
absoluto silencio. No necesito decir nada más.
Le he dejado las cosas
bastante claras a Sarah y a todas las demás
personas que han presenciado
mi ataque de ira. Los dejo ahí plantados y
continúo hacia mi destino
original, temblando y respirando violentamente.
Cuando llego al pie de la
escalera que conduce al salón comunitario,
vacilo unos segundos, pero en
cuanto recuerdo las palabras de Jesse, corro
hacia arriba sin nada más que
adrenalina y determinación en las venas.
Entro en la sala de tenue iluminación y hago
caso omiso de las
escenas que se están desarrollando delante de
mí al tiempo que trato de
bloquear la música erótica que invade mis
oídos. No he venido a
excitarme. Pongo rumbo a la derecha y llego a
donde quería llegar.
Dos hombres a los que no conozco charlan
tranquilamente mientras
una mujer vuelve a ponerse la ropa interior.
Me acerco a la escena y todos
se dan la vuelta para mirarme. La conversación
cesa cuando me aproximo.
Uno de los hombres me mira con cautela
mientras que el otro lo hace con
aprobación y en su rostro se dibuja una oscura
sonrisa. Me desprendo de
los zapatos, me quito la camiseta por la
cabeza, la tiro al suelo y me
desabrocho los vaqueros.
—¿Has venido a jugar, guapa? —pregunta uno de
los hombres
caminando hacia mí.
—Steve, déjala —le advierte el otro tipo. Sin
duda sabe quién soy. Le
lanzo una mirada asesina y él sacude la
cabeza—. Steve, tienes que dejarla
estar.
—Pero ella quiere jugar, ¿verdad, guapa? —Su
mirada es oscura pero
centellea al mirarme.
—Es la chica de Jesse, Steve. No merece la
pena. —Su amigo intenta
razonar con él, pero parece que Steve tiene un
objetivo y no le gusta que le
digan lo que debe hacer, que es justo lo que
necesito en estos momentos.
—En La Mansión y en el sexo todo vale
—responde Steve con una
sonrisa maliciosa—. ¿Qué puedo ofrecerte,
guapa?
—En serio, Steve, ella es especial para él.
—¿Sí, eh? Bueno, puede ser especial para mí
también. Ward nunca ha
tenido problemas en compartir a nadie.
Sus palabras revuelven la bilis que me cubre la
garganta, y observo
cómo el hombre sensato agarra a la mujer del
brazo y se la lleva de allí con
una expresión de cautela en el rostro. Steve,
en cambio, es presuntuoso y
parece estar muy seguro de sí mismo, aunque no
de una manera que me
resulte atractiva. Sin embargo, eso da igual:
no tengo intención de besarlo.
Me acerco al estante que hay junto a la pared
y escojo el látigo que me
parece más atroz. Me vuelvo y se lo entrego
con manos firmes. La más
mínima vacilación delatará mis planes, y ésta
es la única manera que tengo
de demostrarle a Jesse lo absurda que es toda
esta mierda. En su rostro se
forma una amplia sonrisa. Acepta el látigo y
repasa con la mirada mi
cuerpo semidesnudo. Me quito los vaqueros y me
acerco para colocarme
bajo la estructura dorada que está suspendida
al tiempo que coloco las
manos sobre mi cabeza.
—Nada de contacto físico. Sólo el látigo.
Fuerte —digo con voz clara
y totalmente decidida. Estoy decidida. No
tengo miedo ni dudas.
—¿Fuerte? —pregunta.
—Muy fuerte.
—¿Y el sujetador? —dice con la mirada fija en
mi pecho.
—El sujetador se queda puesto.
—Como quieras. —Asiente y se acerca metiéndose
el mango del
látigo en el bolsillo trasero. Luego estira
los brazos para encadenarme a los
grilletes de la estructura dorada suspendida.
—Steve, déjalo.
—Esto no es asunto tuyo —mascullo entre
dientes.
—Ya la has oído, quiere hacerlo. —Steve me
mira con los ojos
cargados de lujuria y empieza a pasearse por
detrás de mí.
Mi corazón se acelera y palpita con fuerza en
mi pecho, y cierro los
ojos repitiendo las palabras de Jesse
mentalmente: «Es imposible. Es
imposible. Es imposible. Es imposible.»
Dejo la mente en blanco a excepción de esa
frase. La música
desaparece y me preparo para mi propio
castigo: mi castigo por haber
reducido a Jesse a un despojo de hombre, por
haber hecho que necesitara el
alcohol, no sólo querer tomarlo, por haber
hecho que se convirtiera en un
neurótico histérico... y por haberlo llevado a
hacerse esto a sí mismo.
Lo oigo antes de que llegue. Un latigazo
rápido atraviesa el aire antes
de impactar contra mi espalda. Lanzo un
alarido.
«¡Joder!»
El azote me provoca una continua punzada de
dolor que hace que me
tiemblen el cuerpo y las piernas. ¿La gente se
presta voluntaria para hacer
esto? ¿Yo me he prestado voluntaria para
hacerlo? Mantengo los ojos
cerrados con fuerza. Entonces me doy cuenta de
que no hemos pactado
ningún número de golpes. Contengo la
respiración y aprieto los dientes y
en seguida un segundo latigazo azota mi
espalda. Rezo para mis adentros
para conseguir mantenerme callada y aceptar la
paliza.
Me pongo tensa y espero a que llegue el
siguiente impacto y, cuando
lo hace, dejo caer el cuerpo y me quedo
colgando con impotencia de la
estructura. Estoy a merced de este extraño.
Los siguientes tres golpes se
suceden a intervalos regulares hasta que sé
cuándo esperarlos y se me ha
olvidado qué estoy haciendo. Estoy
completamente loca. Soy ajena a todo
lo que me rodea, la música es un zumbido
distante y apenas oigo las voces
a mi alrededor. De lo único que soy consciente
es del tiempo que
transcurre entre cada latigazo y del silbido
en el aire que se genera antes de
que el cuero impacte contra mi piel. Puede que
esté inconsciente, no estoy
segura. Ni siquiera me tenso ya.
Recibo otro impacto y vuelvo a sacudirme.
Arqueo la espalda y lanzo
la cabeza hacia atrás.
—¡NOOOOOOOOO!
Conozco tan bien ese rugido que me devuelve al
instante a la realidad
justo cuando otra ardiente mordedura me golpea
la espalda. Me sacudo,
atónita. Los grilletes de metal suenan con fuerza
encima de mí. Soy
incapaz de abrir los ojos. Me pesa la cabeza,
mi cuerpo cae exánime y
apenas siento los brazos.
—¡Joder! ¡Ava, no! —grita con la voz rota.
Empiezo a balancearme
ligeramente y siento sus cálidas manos por
todo mi cuerpo—. ¡John,
suéltale las manos! ¡Joder! ¡No, no, no, no,
no, no!
—¡Hijo de puta!
—¡John, joder, bájala de ahí! —exclama,
aterrado.
Me agarran y me acarician todo el cuerpo, al
tiempo que siento la
seguridad de unas manos grandes y torpes sobre
las mías atadas por encima
de mi cabeza. Mis brazos caen pesados y me
desplomo en los suyos.
—¿Ava? ¡No, por favor! ¿Ava?
Soy vagamente consciente de que me están
moviendo.
Y entonces comienzo a sentir el dolor.
«¡Joder!»
La piel me arde y el sufrimiento emana desde
todas y cada una de las
terminaciones nerviosas de mi espalda y del
resto del cuerpo. Me está
arrastrando y ni siquiera puedo hablar para
decirle que pare. Jamás había
sentido tanto dolor.
—¡No lo dejes salir de aquí! —Oigo la voz de
Jesse amortiguada pero,
a pesar de mi aturdimiento, sé a quién se
refiere, y entonces soy consciente
de que probablemente acabe de sentenciar a
Steve a muerte.
Tengo que detener esto. Yo le he pedido que lo
hiciera, aunque ahora
mismo me pregunto por qué. Estoy completamente
loca, pero entonces
recuerdo mis motivos. Puede que ya no esté tan
dispuesto a hacerse esto a
sí mismo si sabe que yo lo haré después. Pero
¿será capaz de beber o de
hacerse azotar de nuevo de todos modos? Joder,
espero que no. No creo que
yo pueda volver a pasar por esto. A través de
mi ensimismamiento, soy
consciente de que acabo de iniciar un tremendo
círculo vicioso de castigos.
¿He hecho bien?
Mi parte perturbada y mi parte cuerda discuten
en mi cerebro, y
entonces oigo las fuertes y rápidas pisadas de
Jesse y muchos gritos
ahogados de sorpresa conforme me acarrea por
La Mansión.
—Pero ¿qué coño...? —oigo decir a Kate en la
distancia—. ¿Jesse?
Él no contesta. Lo único que oigo son los
graves rugidos de John, que
se funden con el murmullo de fondo debido a la
conmoción que he
causado. Me da igual. Una puerta se cierra de
golpe y, unos momentos
después, siento el sofá debajo de sus muslos y
que él me acuna en su
regazo.—
Eres una estúpida —solloza con la voz rota.
Hunde la cabeza en mi
cuello y absorbe el olor de mi cabello mientras
me acaricia la cabeza
frenéticamente—. Estás loca.
Me obligo a abrir los ojos y miro al vacío a
través de su pecho. Siento
mucho dolor, pero no tengo intención de
moverme o de expresar mi
amargura. Estoy como sedada, como si flotara y
observando esta escena
desde fuera. ¿Y si mis intentos de hacer que
Jesse me entienda fracasan?
¿Y si vuelve a castigarse? No podría soportar
pasar por eso otra vez, y
tampoco por el tremendo sufrimiento físico. No
podría soportar ver a Jesse
arrodillado, aceptando los latigazos de Sarah
o de quien fuera. Jamás podré
borrar esa imagen de mi mente. Se quedará
grabada en mi cerebro durante
el resto de mi vida. Nada conseguirá
eliminarla. Nada.
No sé cuánto tiempo permanecemos sentados en
silencio; yo mirando
a la distancia, totalmente ajena a las
circunstancias, y Jesse sollozando
contra mi pelo. Parecen horas, puede que más.
He perdido la noción del
tiempo y de la realidad.
Alguien llama a la puerta.
—¿Qué? —pregunta Jesse con la voz rota.
Después sorbe unas cuantas
veces. La puerta se abre, pero no sé quién es.
Llevo tanto tiempo mirando al
vacío que creo que se me han bloqueado los
ojos. Oigo movimiento cerca y
que dejan algo en la mesa que tenemos delante,
pero quienquiera que sea
no dice nada. Nos deja igual de silenciosamente
y la puerta del despacho se
cierra casi sin hacer ruido también.
Jesse se mueve ligeramente debajo de mí, y yo
inhalo con un silbido
de dolor agudo. Se detiene.
—Joder —dice, azorado—. Nena, tengo que
moverte, tengo que verte
la espalda.
Niego suavemente con la cabeza y hundo el
rostro en su pecho
desnudo. Me va a doler una barbaridad cuando
me mueva. Quiero
retrasarlo todo lo posible. Soy consciente de
que su propia espalda está
hecha polvo, y está recostado sobre el sofá,
conmigo encima haciendo
presión. Él también debe de estar pasando un
tormento. Menudo par de
gilipollas chalados estamos hechos.
Suspira y apoya la barbilla sobre mi cabeza.
—¿Por qué? —grazna, y me besa la cabeza—. No
lo entiendo.
Si pudiera hablar, le haría la misma pregunta.
¿Por qué exactamente?
—Ava, tengo que verte la espalda. —Hace ademán
de moverme de
nuevo y el dolor vuelve a atravesarme. Aprieto
los ojos con fuerza y dejo
que me mueva hasta que estoy sentada sobre sus
piernas.
La gravedad azota mi estómago y de repente siento
angustia, el
estómago se me revuelve y empiezo a tener
arcadas, lo que no hace sino
aumentar todavía más el dolor. Me inclino
sobre su regazo.
—¡Joder! —Por acto reflejo, me coloca la mano
sobre la espalda para
aliviarme mientras mi estómago decide si le
queda algo por vomitar. El
ardiente contacto me obliga a saltar hacia
adelante lanzando un alarido, y
entonces mi estómago decide que sí, que aún me
queda algo dentro.
Vomito en el suelo.
—¡Mierda! Ava, lo siento. ¡Joder! —Me aparta
el pelo de la cara y se
mueve con cuidado para poder acceder mejor a
mí—. ¡Joder! Joder, joder,
joder. Ava, ¿qué has hecho? —Su voz
traumatizada me indica que acaba de
echarle un vistazo a mi espalda. Debe de tener
muy mal aspecto. Intento
desesperadamente controlar la angustia para
minimizar el dolor—. Voy a
moverte ahora, ¿vale? —Me agarra por debajo de
los brazos y se pone de
pie. Lanzo un grito—. No puedo levantarte sin
tocarte... —Maldice
repetidas veces con frustración e intenta
llevarme hasta el otro sillón sin
rozarme la espalda.
Todavía me tiemblan las piernas. No me
extrañaría que no quisiera
volver a verme por mi debilidad. Jamás lo
habría imaginado, pero no ha
habido ninguna conversación cuando le he
entregado el látigo a Steve. Sólo
le he dicho que no quería contacto físico con
él y que me azotara con
fuerza. Prácticamente le he dado carta blanca.
—Ponte boca abajo. —Me deja en el sofá y me
coloca los brazos
debajo de la cabeza a modo de almohada—. Ava,
no me puedo creer que
hayas hecho esto. —Se arrodilla junto al sofá
y coge un cuenco de cristal
lleno de agua y una botella con un líquido
morado en el interior. Aprieta la
botella, vierte un poco de líquido en el agua
y coge el rollo de algodón.
Arranca un trozo, lo sumerge en la disolución
y escurre el exceso de agua
—. Esto te va a doler, nena. Tendré cuidado,
¿vale? —Acerca la cara a mi
campo de visión. Levanto la vista con esfuerzo
y veo dos pozos verdes
cargados de angustia.
Lo miro sin expresión. Todos mis músculos se
niegan a funcionar.
—Estoy furioso contigo —dice suavemente. Se
inclina y me besa con
ternura, y es la primera vez que no tengo que
esforzarme por replicarle, y
no porque no quiera hacerlo.
Sacude la cabeza y vuelve a atender mi
espalda. Contengo la
respiración cuando me desabrocha despacio el
sujetador y deja caer los
tirantes hacia los lados. Entonces siento los
leves toques del suave algodón
sobre mi piel. Es como si me estuviera pasando
un alambre de espino por
toda la espalda. Sollozo.
—Lo siento —dice—. Lo siento mucho.
Hundo el rostro entre los brazos y aprieto los
dientes mientras intenta
limpiar mis heridas con la disolución, mojando
varias veces el algodón en
la cálida mezcla y escurriéndolo después para
volver a pasarlo. Maldice
cada vez que me encojo.
Cuando oigo que empuja el cuenco sobre la
mesa, dejo escapar una
larga exhalación de alivio. Me vuelvo otra vez
y veo que el agua teñida de
morado se ha tornado roja, y que todas las
bolas de algodón usadas están
amontonadas dentro, absorbiendo el líquido.
Jesse se levanta, se aparta de
mi lado y regresa al instante con una botella
de agua.
Se agacha delante de mí.
—¿Puedes sentarte?
Asiento e inicio el doloroso proceso de
incorporarme para sentarme
en el sofá. Él revolotea a mi alrededor sin
dejar de maldecir. El sujetador
se me cae sobre las piernas e intento con poco
entusiasmo volver a
colocármelo en su sitio.
—Déjalo. —Me aparta las manos y me da el
agua—. Abre la boca —
ordena con suavidad. Obedezco sin pensar. Dejo
caer la mandíbula y
acepto las dos pastillas que me coloca en la
lengua—. Bebe.
La botella me parece una mancuerna de hierro
cuando la levanto para
acercármela a la boca. Jesse apoya la mano en
el culo para aligerar un poco
el peso. Agradezco el agua fría en la boca. Se
acerca a su mesa y coge sus
llaves, el teléfono y la camiseta. Se mete los
objetos en distintos bolsillos,
se pone la camiseta y vuelve junto a mí. ¿A él
no le duele la espalda? ¿Me
estoy comportando como una niña mimada?
Recoge mi ropa del respaldo del sofá y luego
se acuclilla delante de
mí.
—Voy a llevarte a casa —dice. Me mete los
vaqueros por los pies, me
da un golpecito en el tobillo y lo levanto.
Después repite el proceso con el
otro pie y me ayuda a incorporarme para
subirme los pantalones por las
piernas.
Mira la camiseta, después mis senos descubiertos
y después a mí con
el ceño ligeramente fruncido. La idea de que
algo descanse sobre mi piel
me produce ganas de vomitar otra vez, pero no
puedo salir de aquí y llegar
al Lusso desnuda de cintura para arriba.
—¿Lo intentamos? —Estira el cuello de mi camiseta
y retira el
sujetador que tengo colgando en los brazos
antes de pasármela por la
cabeza.
Trato de levantar los brazos para facilitarle
la faena, pero las
dolorosas punzadas hacen que las lágrimas
empiecen a inundar mis ojos.
Sacudo la cabeza frenéticamente. Me va a doler
demasiado.
—Ava, no sé qué hacer. —Sostiene la camiseta
en el aire para que no
toque mi cuerpo—. No puedes salir de aquí
desnuda. —Se inclina y me
mira—. No llores, por favor. —Me besa la
frente y torrentes de lágrimas
descienden por mi rostro—. ¡A la mierda!
—Vuelve a sacarme la camiseta
por la cabeza y la tira sobre el sofá—. Ven
aquí. —Se inclina, me pasa un
brazo por debajo del culo y me levanta—.
Cógete a mi cintura con las
piernas y a mi cuello con los brazos. Ten
cuidado. —Obedezco lentamente
—. ¿Estás bien? —pregunta.
Asiento contra su hombro y cruzo los tobillos
alrededor de sus
lumbares. Me coloca el pelo por encima del
hombro y apoya la mano en mi
cuello para sostenerme todo lo posible sin
hacerme más daño. Mis tetas
quedan aplastadas contra su pecho y tengo la
espalda totalmente
descubierta, pero me da igual. Se dirige a la
puerta, me suelta el cuello
para abrirla y vuelve a cogérmelo.
—¿Estás bien, nena? —pregunta mientras avanza
por el pasillo en
dirección al salón de verano. Asiento contra
su cuello. No estoy nada bien.
Me siento como si me hubiera quedado dormida
al sol con toda la piel
quemada—. ¡John! —grita. Oigo una sucesión de
exclamaciones de
estupefacción ahogadas. Parecen aún más
alarmados que cuando me
llevaban hacia el despacho.
—¿Cómo está la muchacha? —La voz grave de John
está cerca.
—¿A ti qué coño te parece? Coge una sábana de
algodón del cuarto de
la limpieza.
John no responde a la brusquedad de Jesse.
—Jesse, ¿hay algo que pueda hacer?
Es una voz femenina muy asustada, y sus
tacones golpean el suelo del
salón de verano mientras intenta seguir el
ritmo apresurado de Jesse.
—No, Natasha —responde secamente. Ni siquiera
tengo fuerzas para
levantar la cabeza y mirarla mal. ¿Cómo que si
hay algo que pueda hacer?
¿Como qué? ¿Follárselo otra vez?
—¿Ava? —El tono asustado de Kate inunda mis
oídos—. ¡Joder! Pero
¿qué has hecho, inconsciente?
—Voy a llevarla a casa. —Jesse no se detiene
por nadie, ni siquiera
por Kate—. Está bien. Te llamaré.
—¡Jesse, está sangrando!
—¡Joder, Kate, ya lo sé! —Siento que su pecho
se eleva debajo de mí
—. Te llamaré —la tranquiliza, y ya no vuelvo
a oírla, pero sí que oigo
cómo Sam intenta calmarla con su tono alegre
de siempre teñido de
preocupación.
Sé que estamos cerca del vestíbulo porque el
aire fresco empieza a
rozarme la espalda. Es agradable.
—Jesse, tío, no lo sabía.
Jesse se detiene de golpe y se hace el
silencio. Todos los susurros de
preocupación se detienen cuando oigo la voz de
Steve. Aprieto el cuerpo de
Jesse con las pocas fuerzas que me quedan y él
me acaricia el cuello.
—Steve, ya puedes dar gracias a todos los
santos de que tenga a mi
chica en brazos porque, de no ser así, el
servicio de limpieza tendría que
pasarse un año entero recogiendo tus putos
restos —lo amenaza Jesse con
voz ácida. Su corazón bombea a un ritmo
frenético.
—Yo... yo... —tartamudea—. No lo sabía.
—¿Nadie te dijo que era mía? —pregunta Jesse,
claramente
sorprendido.
—Yo... creía que...
—¡Es MÍA! —ruge, y me sacude entre sus brazos.
Gimoteo ante las
punzadas de dolor abrasador que me instigan
sus movimientos y él se pone
tenso. Hunde el rostro en el hueco de mi
cuello—. Lo siento —susurra.
Noto cómo le tiembla la mandíbula—. Eres
hombre muerto, Steve. —
añade. Se queda quieto durante unos instantes
más y sé que está mirando al
tipo con cara de querer matarlo. Me siento
responsable.
—¿Jesse? —El rugido de John interrumpe el
ensordecedor silencio—.
Relájate. Lo primero es lo primero, ¿de
acuerdo?
—Sí. —Jesse echa a andar de nuevo y el suave aire
fresco del edificio
de repente se torna intenso y me golpea la
espalda. Baja lentamente los
escalones.
—Os abro la puerta —dice Kate, y oigo cómo sus
tacones descienden
por la escalera.
—Tranquila, Kate, no es necesario.
—¡Jesse, deja de comportarte como un capullo
testarudo y acepta la
puta ayuda! ¡No eres el único que se preocupa
por ella!
Me aprieta contra sí.
—Las llaves están en mi bolsillo.
Kate me roza los pantalones mientras intenta
sacar las llaves del
bolsillo de Jesse, y yo sonrío para mis adentros
al ver a mi fogosa amiga
haciendo honor a su reputación. Abro los ojos
y la miro.
—Ay, Ava. —Sacude la cabeza y pulsa el botón
del mando para abrir
la puerta del coche de Jesse.
Él se vuelve entonces hacia La Mansión.
—Regresad todos adentro. —No quiere que nadie
me vea. Oigo el
crujido de la gravilla bajo las pisadas
mientras Jesse aguarda conmigo en
brazos. Cuando comprueba que todo el mundo se
ha marchado, me aparta
de su cuerpo—. Ava, voy a meterte en el coche,
tienes que ponerte de lado,
de cara al asiento del conductor, ¿podrás
hacerlo? —pregunta con dulzura.
Aflojo las manos en su cuello para indicarle
que estoy preparada y empieza
a introducirme muy despacio en el vehículo—.
No te apoyes hacia atrás.
Me vuelvo lentamente hasta que mi hombro descansa
contra la piel
suave y estoy de cara al asiento del
conductor. Joder, qué dolor. Después
me coloca una sábana por encima y cierra la
puerta despacio sin intentar
siquiera ponerme el cinturón. Apoyo la cabeza
contra el respaldo con los
ojos cerrados y, en un santiamén, la puerta
del conductor se cierra y la
esencia de Jesse inunda mis fosas nasales.
Abro los ojos y adapto la visión
hasta que veo los suyos, verdes y compasivos.
Siento que soy una
lastimera, una debilucha desesperada que ha
provocado todo este caos,
dolor y sufrimiento porque intentaba demostrar
algo, algo que espero que
haya conseguido demostrar, porque como haya
pasado por todo este
calvario y haya hecho que Jesse pase también
por él para que ahora siga sin
entenderlo, esta relación se habrá acabado. No
podemos continuar
haciéndonos daño el uno al otro. La sola idea
hace que se me detenga el
corazón.
Acerca la mano y me acaricia la mejilla con
los nudillos.
—Para —ordena mientras me seca otra lágrima.
Pero ya no lloro de
dolor, sino de desesperación.
Arranca el motor y conduce lentamente por el
camino. En lugar del
rugido de la velocidad al que ya me he
acostumbrado, ahora lo que oigo es
el ronroneo sensato del motor del DBS. Toma
las curvas con cuidado,
acelera y frena con suavidad y me mira a
intervalos regulares. No llevo
cinturón, estoy medio desnuda y con un montón
de heridas feas en la
espalda. Si la policía nos para, no sé cómo
vamos a explicar esto.
Permanezco quieta y observo con la mirada
perdida el perfil de mi
hombre atractivo y conflictivo y me pregunto
si se me puede calificar a mí
de conflictiva también ahora. Mi cordura es,
sin duda, cuestionable, pero
estoy lo bastante cuerda como para admitirlo.
Era una chica normal y
sensata. Pero ya no.
Sólo el ronroneo del coche y Run, de Snow
Patrol, sonando de fondo
interrumpen el silencio del viaje de regreso a
casa.
Jesse detiene el Aston Martin al llegar al
Lusso y se acerca a mi lado
del coche. Me ayuda a salir mientras intenta
mantenerme tapada.
—A saber lo que va a pensar Clive —masculla
mientras me coloca
contra su pecho de nuevo. De repente me entra
el pánico—. Ava, lo siento,
pero a menos que me dejes cubrirte la espalda
con la sábana no puedo
hacer otra cosa.
Mete la sábana entre ambos y hace todo lo
posible por sostenerla por
un lado, protegiéndome de las miradas antes de
entrar en el vestíbulo.
—¿Señor Ward? —Clive está perplejo. El pobre
hombre ha visto
cómo me llevaba borracha, cómo me llevaba
mientras me resistía, cómo
me llevaba enferma y también cómo me llevaba
agotada. Debe de resultar
evidente que ahora no estoy de ninguna de esas
formas.
—Tranquilo, Clive. —Jesse hace todo lo posible
por sonar relajado,
pero no estoy segura de que haya colado.
Entramos en el ascensor y los espejos que nos
rodean reflejan nuestra
imagen en todas las direcciones. Allá adonde
miro, veo el rostro pesaroso
de Jesse y mi cuerpo frágil que lo envuelve.
Cierro los ojos y apoyo la
cabeza con fuerza sobre su hombro. Siento los
movimientos de sus largas
pisadas mientras me saca del ascensor en
dirección al ático y a la suite
principal.
—Despacito. —Me coloca sobre la cama boca
abajo.
Deslizo los brazos bajo la almohada y hundo la
cabeza en su suavidad,
reconfortándome ligeramente mientras respiro
la esencia de Jesse. Noto
que me quita los vaqueros y, unos instantes
después, está tumbado a mi
lado, en la misma postura que yo. Estira la
mano libre y me pasa la palma
por la mejilla, sin duda para obtener el
contacto que siempre necesita. Es lo
único que puede hacer. No podrá ponerme boca
arriba ni empotrarme
contra la pared durante una buena temporada.
Permanecemos así mucho tiempo, mirándonos el
uno al otro. Es
agradable. No es necesario decir nada. Dejo
que me acaricie la cara y me
resisto contra la pesadez de mis párpados
durante un rato hasta que me
pasa los pulgares por ellos y ya no vuelven a
abrirse.
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