—¿Qué...? ¿Cómo...? ¿Cuándo...? —tartamudeo.
¿De dónde han salido?
—Hola —saluda mi madre con tono cortante. Mi
padre está ahí
sentado, sacudiendo la cabeza.
No tengo claro si está enfadada o no. Quiero
acercarme a ambos y
darles un abrazo enorme, pero hace semanas que
no los veo y, ahora que
los tengo aquí, no sé cuál es su estado de
ánimo.
—¿Cómo habéis entrado? —Por fin consigo
formular una frase
entera.—
Uy, ¿no lo sabías? Tu padre es un ladrón
retirado. —Mi madre me
mira con su ceja perfecta enarcada, y mi padre
continúa ahí sentado con
cara de desaprobación y de mal humor.
—¡Mamá! —Frunzo el ceño.
Por fin suspira y se levanta.
—Ava O’Shea, mueve el trasero hasta aquí y
dale un abrazo a tu
madre —dice estirando los brazos en mi
dirección.
Me echo a llorar.
—¡Sabía que haría eso! —gruñe mi padre—.
¡Malditas mujeres!
—Cállate, Joseph. —Vuelve a agitar los brazos
y yo voy directa hacia
ellos, llorando como una niña y encogiéndome
un poco de dolor cuando me
frota la espalda con cariño—. ¡Ava! ¿Por qué
lloras? Para, vas a hacerme
llorar a mí también.
—Me alegro tanto de veros... —sollozo contra
el blazer gris de mi
madre mientras mi padre resopla con disgusto
al ver a las dos mujeres de
su vida llorando como magdalenas. No suele
mostrar sus emociones, y
cualquier clase de afecto le incomoda
tremendamente.
—Ava, no podías seguir evitándonos toda la vida,
aunque estemos a
kilómetros de distancia. Deja que te vea. —Me
aparta un poco y me seca
las lágrimas.
No se puede negar que soy hija de mi madre.
Tenemos los ojos
iguales, grandes y castaños, y el pelo del
mismo color, sólo que ella lo
lleva corto. Tiene buen aspecto para tener
cuarenta y siete años, muy
bueno.—Tu padre y yo hemos estado muy
preocupados por ti estas últimas
semanas.
—Lo siento. Han sido unas semanas de locura
—digo intentando
excusarme y recobrar la compostura.
Probablemente tengo el rímel todo
corrido, y necesito sonarme la nariz—. Un
momento. —Miro a mi madre y
después a mi padre, que encoge sus inmensos
hombros con un gruñido—.
De verdad, ¿cómo habéis entrado? —Estoy tan
sorprendida y emocionada
que se me había olvidado que estábamos en el
ático de diez millones de
libras de Jesse.
—Los he invitado yo.
Me vuelvo y veo a Jesse de pie en la entrada
de la cocina, con las
manos metidas tranquilamente en los bolsillos
de su pantalón.
—No me has dicho nada —farfullo. Estoy
confundida.
—No quería que discutiéramos al respecto —dice
encogiéndose de
hombros—. Y ahora ya están aquí.
Miro a mi madre, que sonríe alegremente a mi
hombre imposible, y
después a mi padre, que pone su típica cara de
«Yo sólo hago lo que me
mandan». Miro de nuevo a mi madre confundida.
Sigue con una amplia
sonrisa, y me muero de vergüenza al ver que
Jesse la pone cachonda.
Aunque no sé por qué me sorprende, despierta
la misma reacción en todas
las mujeres, y he de recordar que Jesse es más
de la edad de mi madre que
de la mía.
«¡Jodeeeer!»
—Eh..., mamá, papá. Éste es Jesse. Jesse,
éstos son mis padres,
Elizabeth y Joseph. —No lo había planeado así.
De hecho, no lo había
planeado de ninguna manera.
—Ya nos conocemos —dice Jesse.
Lo miro al instante.
—¿Qué?
—Que ya nos conocemos —repite, aunque no era
necesario porque lo
he oído perfectamente a la primera.
Veo cómo intenta reprimir una sonrisa. Vale,
estoy totalmente
confundida. Jesse suspira y se acerca a
nosotros hasta que está delante de
mí, demasiado cerca teniendo en cuenta que mis
padres se encuentran ahí
delante y que esto los ha pillado por
sorpresa, igual que a mí.
—No he ido a correr esta mañana —confiesa.
—¿No? —Frunzo el ceño—. Pero si ibas en
chándal.
Se echa a reír.
—Lo sé. No es el atuendo que habría elegido normalmente
para ir a
conocer a tus padres, pero situaciones
desesperadas... —Se encoge de
hombros.
—Ahora lo estás compensando con ese traje,
Jesse —dice mi madre
dándole unas palmaditas en el brazo. Me quedo
boquiabierta.
¿Qué coño está pasando aquí? Quiero empezar a
maldecir, pero mi
madre detesta los tacos tanto como Jesse.
Bueno, mi madre detesta los
tacos. Punto. Jesse detesta que los diga yo,
pero le parecen totalmente
aceptables si es él quien los dice.
—Perdonad. —Me llevo las manos a la cabeza y empiezo
a frotarme
las sientes—. No entiendo nada.
—Siéntate. —Jesse me coge del brazo, me guía
hasta un taburete y se
sienta a mi lado. Mi madre vuelve junto a mi
padre—. Hablé anoche con tu
madre. Como es lógico, estaba muy preocupada
por ti y me hizo muchas
preguntas. —Enarca una ceja mirando a mi madre
y ella se echa a reír.
—Es una cotilla, ¿verdad? —interviene mi
padre, y ella le da una
palmada en el hombro.
—Es mi pequeña, Joseph.
—En fin —continúa Jesse—. Pensé que lo mejor
sería que vinieran y
vieran con sus propios ojos que no soy ningún
chalado que te tiene cautiva
en nuestra torre. Así que aquí están.
—Aquí estamos —canturrea mi madre. Está claro
que no tiene ningún
problema con el hombre impresionante y maduro
que me acaricia la mano
suavemente.
Intento recuperarme de la impresión.
—¿Y los has visto esta mañana? ¿Por qué?
—pregunto.
—Sentí que necesitaba explicarme —responde
Jesse. Lo miro y me
entran ganas de echarme a llorar. No puedo
creer que haya hecho algo así
—. Ava, ninguno de nosotros esperaba que
sucediera esto, por motivos
muy distintos. Sé que la opinión de tus padres
significa mucho para ti, y
como es importante para ti, también lo es para
mí. Tú eres mi prioridad. Tú
eres lo único que me importa. Te quiero.
Oigo cómo mi madre cae al suelo con su vahído
mental, y mi padre,
aunque sigue sin mostrar ninguna emoción,
asiente con aprobación.
—Un padre lo único que quiere es saber que su
hija está bien cuidada.
—Alarga el brazo y le tiende la mano a Jesse—.
Y creo que lo está en tus
manos.
Él acepta la mano de mi padre.
—Es mi razón de ser. —Jesse sonríe, mi madre
se derrite y yo me
echo a reír.
«¡Qué fuerte!»
Jesse me mira con sarcasmo y una ceja
enarcada. Sabe lo que estoy
pensando. ¿Serán mis padres conscientes de lo
en serio que habla cuando
dice eso? Aunque he de felicitar a Jesse por
su discurso. Se los ha ganado
de una manera justa y honesta, y ahora siento
como si me hubieran quitado
un inmenso peso de encima, aunque soy
consciente de que no saben cuál es
la auténtica naturaleza del negocio de Jesse
ni lo que hacía cuando bebía.
Ni tampoco saben nada del castigo al que se
autosometió al creer que me
había fallado porque pensaba que lo merecía.
Ni que puede que esté
embarazada. La lista es muy larga. Ése es otro
peso con el que cargo. ¿Les
ha contado lo de la bebida? Después de que
Matt los llamara, deben de
estar haciéndose preguntas al respecto.
Mi madre se levanta del taburete y rodea la
isla para acercarse con los
ojos vidriosos.
—¡Ven aquí, tonta! —Me obliga a levantarme y
me envuelve con sus
brazos. Silbo unas cuantas veces y aprieto los
ojos con fuerza—. Te has
complicado la vida sin motivo. Te has
enamorado, Ava. Deberías
habérmelo contado.
Sí, me he complicado la vida, pero por muchas
más razones de las que
ella cree.
—Bueno, ¿vamos a comer o qué? Necesito una
pinta —dice mi padre
devolviéndome a la realidad.
Mi madre me suelta y se pone derecha.
—¿Puedo usar el cuarto de baño, Jesse?
—pregunta.
—Claro. A la derecha y luego otra vez a la
derecha. Todo suyo.
—¿Perdón? —espeta mi madre.
Me echo a reír.
—Disculpe. —Jesse sonríe, me mira y después
mira a mi madre—.
Adelante. Como le he dicho, a la derecha y
luego de nuevo a la derecha. Al
lado del gimnasio.
—Bien, gracias.
Mi madre me mira como diciendo «Vaya, ¿“el
gimnasio”?», coge su
monedero de la encimera y nos deja a mi padre,
a Jesse y a mí charlando de
cosas banales.
—¿Qué coche tienes? —empieza mi padre, y yo me
lamento. Mi
padre es un apasionado de los coches grandes y
caros.
Jesse tira de mí para que vuelva a sentarme en
la silla.
—Un DBS.
—¿Un Aston Martin? —pregunta mi progenitor.
—Sí.
—Vaya. —Asiente y finge desinterés, aunque no
lo consigue—. ¿Y
has dicho que el hotel está en Surrey Hills?
Jesse nota que me pongo rígida y me abraza
ligeramente.
—Así es. Los llevaré un día, tal vez en su
próxima visita.
«¡Por favor, que nunca jamás vuelvan a
Londres!»
—Claro, a Elizabeth le encanta todo lo que
tenga que ver con el lujo.
—Pone los ojos en blanco. La verdad es que mi
madre le sale muy cara—.
Tienes un piso muy bonito —dice mi padre
admirando la cocina.
—Gracias, pero su hija es la responsable de
eso —responde, y
empieza a enroscarse mi pelo en el dedo—.
Acabo de comprarlo.
—Entonces ¿éste es el gran proyecto que
ocupaba todo tu tiempo? —
dice mi padre—. Hiciste un gran trabajo.
—Gracias, papá.
Me siento tremendamente aliviada cuando oigo
el timbre de la puerta.
Mi padre y las conversaciones triviales no
casan demasiado bien.
—¿Abres tú? —Jesse me da una palmadita en el
trasero y me levanto.
—¿Quién es?
—No lo sé. Ve a ver.
Me empuja. Salgo de la cocina dejando a mi
padre charlando con él y
me dirijo a la puerta de entrada. Nadie puede
subir si no sabe el código, así
que debe de ser Clive.
Abro la puerta y me encuentro a Dan, a Kate y
a Sam, todos juntos en
el vestíbulo del ático. En lo primero que
pienso es que Dan y Kate a menos
de un kilómetro de distancia son sinónimo de
mal rollo. Pero mi hermano
se acerca con una enorme sonrisa en la cara y
yo me lanzo contra él
olvidando los dolores de mi espalda y la
incómoda tensión que hay entre
mi mejor amiga y él.
—¿Qué haces aquí? —Lo abrazo con fuerza y él
se echa a reír.
—Yo sólo hago lo que me mandan. —Me aparta
para verme y luego
vuelve a abrazarme—. Tienes buen aspecto —dice
con una amplia sonrisa
—. ¿Dónde está ese novio nuevo tuyo para que
le advierta que lo mataré
como le haga daño a mi hermana?
Me entra el pánico al imaginarme a Jesse
aguantando esas amenazas.
—En la cocina, pero no es necesario que hagas
eso.
«¡Por favor, que no lo haga!»
Me mira con recelo.
—Es mi obligación —dice con rotundidad, y echa
una mirada al ático
—. ¡Joder! —susurra mientras asimila lo que
ve. Me suelta y empieza a
pasearse por el piso.
Kate se acerca a mí con una evidente expresión
de inquietud dibujada
en su pálido rostro y me rodea con los brazos.
—Creo que ésta es la situación más incómoda en
la que me he visto
en mi vida —me susurra al oído—. Es horrible.
Me echo a reír.
—No me aprietes tanto —digo apartándola
ligeramente—. ¿Sam lo
sabe? —susurro.
—Perdona, y no. Pensé que igual se lo había imaginado
cuando aquel
día comiendo me soltaste que venía, pero no
tiene ni idea.
—¡Eh! ¿Qué pasa? —Sam aparta a Kate y me
abraza suavemente—.
Estás loca —dice en voz baja.
—Lo sé —coincido. Loca de atar.
—No vuelvas a hacer eso —me reprende—. ¿Y mi
colega?
—En la cocina.
Me suelta y entra en el ático. Miro a Kate y
ella sacude la cabeza.
—Si hubiera podido elegir, no habría venido
—me dice, agobiada—.
Vamos. —Me coge de la mano y nos dirigimos a
la cocina.
Jesse está haciendo las presentaciones
oportunas. La mirada cautelosa
de Dan oscila entre Jesse y Sam por varias
razones.
Cathy aparece entonces de ninguna parte con
Luigi y tres camareros, y
Jesse abandona la conversación que tiene lugar
en la isla de la cocina para
comentar unas cosas con ellos. Deja que Cathy
lo bese en la mejilla, le
estrecha la mano a Luigi y después señala a
los presentes en general y en
dirección a la terraza. Cathy lo manda callar
y me saluda alegremente con
la mano.
—¿Qué pasa? —le pregunto cuando vuelve a mi
lado junto a la isla.
—Vamos a cenar.
—¿Aquí?
—Sí. Le pedí a Luigi que viniera y que hiciera
los honores.
Comeremos en la terraza. Hace buena noche.
Me coloca delante de él y me aparta el pelo de
la cara.
—No puedo creer que hayas hecho todo esto.
Inclina la cabeza hacia un lado.
—Haría cualquier cosa por ti, ya lo sabes.
Deslizo las manos por las mangas de su
chaqueta hasta llegar a sus
bíceps.—
Puede que mi hermano te amenace de muerte
—digo sonriendo a
modo de disculpa—. ¿Te importaría darle el
gusto?
Sus labios forman una línea recta.
—¿Te refieres a dejar que otro hombre me diga
cómo tengo que
cuidar de ti? De eso, nada.
Dejo caer los hombros, ligeramente abatida.
—¿No has dicho que harías cualquier cosa por
mí? —lo increpo
repitiendo sus propias palabras. No quiero ni
imaginarme lo que debió de
costarle hablar con mis padres. Va en contra
de todos sus instintos
naturales.
Me apoya el dedo debajo de la barbilla y me
besa suavemente en la
comisura de la boca.
—Cualquier cosa —confirma—. Vamos.
Luego invita a todo el mundo a abandonar la
cocina y a dirigirse a la
terraza, donde me encuentro que todo está
preparado para un banquete. La
mesa exterior está perfectamente dispuesta,
los calentadores están
encendidos para paliar el fresco de la noche,
y las botellas de vino y de
cerveza se están enfriando en la nevera de
bebidas que hay junto a la
enorme barbacoa de obra. Miro a Jesse con
incredulidad. ¿Cómo ha
conseguido preparar todo esto sin que yo me
diera cuenta? Me sonríe y me
hace un gesto de dormir. ¿Mientras yo me he
pasado casi todo el día
durmiendo, él ha estado ocupado conociendo a
mis padres y organizando
todo esto? Estoy anonadada.
Me encuentro en una especie de trance mientras
la gente que más
quiero en el mundo charla, conversa, ríe y
bebe a la mesa. Luigi y su
equipo preparan y sirven un exquisito festín
italiano. Jesse deja todo el
tiempo una de las manos apoyada firmemente
sobre mi rodilla y come sólo
con la otra. Me aprieta de vez en cuando,
especialmente cuando Dan
empieza con sus amenazas de hermano mayor. Veo
cómo Jesse se esfuerza
por parecer amable y simpático mientras
charlan. Mi madre detecta el hilo
de nuestra conversación e interviene. Yo me
siento tremendamente
agradecida. Reprende a Dan y le sonríe
dulcemente a Jesse. Después
continúa hablando con Kate, quien, tras unas
cuantas copas de vino, se ha
relajado un poco, aunque la tensión entre ella
y Dan es palpable. Sam, sin
embargo, parece no enterarse de nada, y se
dedica a hacer reír a mi padre
con vete a saber qué historias.
—Kate está rara —observa Jesse en voz baja
mientras me llena el
vaso de agua—. ¿Se encuentra bien?
—Ella y Dan tienen un pasado en común
—respondo también en voz
baja para que Dan no nos oiga—. Es complicado.
Jesse enarca las cejas, sorprendido.
—Entiendo. ¿Te ha gustado la pasta?
—Estaba exquisita. —Apoyo la mano sobre la
suya encima de mi
rodilla—. Gracias.
—De nada, cariño. —Me guiña el ojo—. Ahora ya
nada se interpone
entre nosotros, ¿verdad? —dice, y me mira
ansioso.
—No, tenemos vía libre. —Sonrío y me derrito
cuando me regala de
nuevo esa sonrisa reservada exclusivamente
para mí con los ojos brillantes
de alegría.
—Me alegro de que digas eso. —Se pone de pie,
acallando todas las
conversaciones de la mesa, y todas las miradas
se vuelven hacia él.
Después aparta mi silla—. Ponte de pie —me
ordena, y yo me levanto con
el ceño fruncido—. Disculpadnos unos minutos
—dice a nuestros mudos
invitados antes de retirarse conmigo de la
mano.
—¿Adónde vamos? —pregunto tras él.
Entonces se detiene, se da la vuelta y se
postra sobre una rodilla
delante de mí, a tan sólo unos metros de la
mesa. Oigo cómo mi madre
inhala súbitamente, y yo hago lo propio al
instante. Bajo la vista y observo
boquiabierta cómo me coge la mano y me mira
con sus ojos verdes y
cristalinos.
—¿Lo hacemos a la manera tradicional? —me
pregunta en voz baja.
Me echo a temblar.
—Ay, Dios mío —exclamo a través del nudo del
tamaño de un melón
que se me ha formado en la garganta.
Me vuelvo lentamente en dirección a la mesa y
veo que todos nuestros
invitados observan atentamente. Mi madre se ha
llevado la mano a la boca,
y mi padre tiene una pequeña sonrisa en los
labios. Dan permanece
inexpresivo, y Kate y Sam están relajados en
sus sillas, ambos sonriendo.
Mi corazón empieza a latir a gran velocidad y
me vuelvo otra vez
hacia Jesse, con los ojos vidriosos. Acaba de
conocer a mis padres. No
puede estar haciéndome esto, no delante de
ellos.
—Los he importunado a todos —dice con ojos
brillantes—, con
delicadeza —añade—. Incluso le he pedido tu
mano a tu padre. —En su
boca empieza a formarse una media sonrisa, y
un sollozo escapa de mis
labios—. Supongo que sabrás lo mucho que me
costó hacerlo. —Me suelta
la mano y me coge por detrás de las piernas
para acercarme a él. Yo apoyo
las manos en sus hombros—. Cualquier cosa, Ava
—susurra.
Levanto las manos hasta su nuca y hundo los
dedos en su oscura mata
de pelo rubio mientras me mira.
—Cásate conmigo, nena.
—Estás loco. —Sollozo, y me inclino para
besarlo. Mis manos
descienden para cogerle la cara—. Estás
completamente loco.
—Pero ¿seré un loco casado? —pregunta pegado a
mi boca—. Por
favor, dime que este loco se casará contigo.
—Tira de mis manos hasta que
yo estoy también de rodillas y me sostiene de
los hombros con firmeza
mientras estudia mi rostro—. Tú eres lo único
que me importa, y siempre
será así. Durante el resto de mi vida sólo
estarás tú. Te quiero con locura.
Cásate conmigo, Ava.
Me dejo caer contra su pecho llorando sin
parar y oigo cómo mi
madre empieza a gimotear.
—¿Eso es un «sí»? —pregunta, pegado a mi
cuello.
—Sí.
—No puedo respirar —murmura, y se deja caer
arrastrándome
consigo hasta que acabamos tirados en el suelo
de la terraza. Toma mi boca
y me besa con adoración. Una vez más, mi ex
mujeriego neurótico e
imposible me toma donde y como quiere, sin el
menor pudor—. Te quiero
tanto. —Me coge la mano y vuelve a colocarme
el anillo en el dedo.
Después me la besa y me envuelve de nuevo con
su cuerpo, abrazándome
con fuerza.
—Yo también te quiero —le susurro al oído.
—Estoy tan contento. Eres el mejor regalo de
cumpleaños que jamás
he tenido.
«¿Qué?»
Levanto la vista y lo miro con ojos vidriosos.
Él me sonríe, casi
avergonzado.
—¿Es tu cumpleaños?
—Sí. —Empieza a morderse el labio. Está
preocupado.
—¿Hoy?
—Sí —asiente.
Lo miro con recelo.
—¿Cuántos años tienes?
—Treinta y ocho —responde sin vacilar.
Estallo de alegría.
—¡Feliz cumpleaños!
Él me bendice con esa sonrisa reservada sólo
para mí y vuelve a
estrecharme contra su pecho y a hundir la
nariz en mi cuello.
Me derrito junto a él.
Amo a este hombre, en toda su perfección y a
pesar de su manera de
ser irracional e imposible. Me atrapó en
seguida. Hizo que me enamorara
de él. Hizo que lo necesitara.
Apareció sin que lo esperara, y era tan
apasionado y tan irresistible...
Y ahora es todo mío, y yo soy
indiscutiblemente suya.
Por fin lo entiendo.
Por fin he llegado al interior de mi hombre.
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