—Buenos días, nena.
Abro los ojos, alarmada. «¿Días?»
—No puede ser, ¿verdad?
—No, son las cinco en punto. Llevas toda la
tarde durmiendo. ¿Qué
tal la espalda? —Gatea sobre la cama,
totalmente desnudo, hasta tumbarse
a mi lado. Me quedo mirando atontada las gotas
de agua que relucen sobre
su pecho y sus hombros firmes. Se ha afeitado
y huele de maravilla.
Me retuerzo un poco.
—Creo que bien. —No me duele en exceso, pero
sigo sin querer
repetir—. Soy una vaga absoluta. Me he pasado
todo un día laboral en la
cama. —Me vuelvo hacia su pecho y obtengo mi
dosis de aroma a agua
fresca y mentolada.
—Si dejaras de trabajar podrías hacer esto a
diario. ¿A que sería
perfecto?
—Para ti —gruño—. Sería perfecto para ti
porque así sabrías dónde
estoy en cada momento.
Le beso el pecho mientras pienso que puede que
se salga con la suya.
Conozco bien a Patrick, pero no lo suficiente
como para dar por hecho que
mandará a Mikael a freír espárragos cuando le
cuente lo que está pasando.
—Exacto. —Me pasa los dedos por el pelo—.
Deberías venir a
trabajar conmigo, así no tendríamos que
separarnos nunca.
—Te cansarías de mí.
—Eso es imposible. ¿Vas a dejar que te lleve a
cenar por ahí?
—También podríamos quedarnos aquí.
Deslizo la mano sobre su estómago y le
acaricio la cicatriz.
—Nada me gustaría más, pero quiero llevarte a
cenar. ¿Te importa?
—me pregunta.
Se está comportando de una manera bastante
razonable y él no es así
en absoluto. Además, que rechace la
oportunidad de retenerme en la cama
me resulta sospechoso.
—Aunque, bien pensado —susurra—, hace
demasiado tiempo que no
estoy dentro de ti, y eso no puede ser.
—Empieza a masajearme
suavemente la espalda—. Nena, no vamos a poder
follar adormilados
durante algún tiempo, así que simplemente voy
a follarte. ¿Alguna
objeción?
Se recuesta sobre la mitad de mi cuerpo y sus
ojos empiezan a
cargarse de deseo. Eso, unido a las morbosas
palabras que acaba de
pronunciar, ha despertado en mí un lujurioso
frenesí. Sin embargo, acaba
de preguntarme si me importa que me tome.
Evidentemente no me
importa, pero prefiero al Jesse dominante que
siempre coge lo que quiere.
—¿Me estás preguntando si puedes follarme?
—Sospecho que aquí
pasa algo, y se me nota.
Me mira con picardía y me besa junto a los
labios.
—Esa boca. Sólo intento ser razonable.
Mueve la entrepierna y me da justo en el punto
adecuado.
—¡Pues no lo seas! —espeto.
Se aparta con la frente arrugada y medita
sobre mi petición unos
instantes.
—¿No quieres que sea razonable?
—No. —Empieza a faltarme el aire. Sabe
exactamente lo que se hace.
—Aclárame eso. Estoy un poco confundido.
—Menea las caderas
contra mí y despierta un persistente palpitar entre
las piernas—. ¿De
verdad que no quieres que sea razonable?
—pregunta.
—¡No!
—Vaya. —Mete un dedo por debajo del elástico
de las bragas,
acaricia mi pequeño manojito de nervios y me
envía al cielo—. ¿Carta
blanca? —pregunta.
—¡Sí!
—Me estás dando señales contradictorias —dice
tranquilamente
mientras me acaricia—. Me encanta que te mojes
conmigo.
—¡Por favor, Jesse! —Arqueo la espalda y la
anticipación sexual ha
sustituido por completo al dolor. Estoy
ardiendo.
Me mete un dedo y después empuja hacia la
pared frontal de mi
entrada.
—Suave, caliente y hecha especialmente para
mí. —Me aparta la copa
del sujetador de un tirón con la otra mano y
empieza a retorcerme el pezón,
que ya tengo duro como una bala—. Se está
borrando el chupetón —
murmura para sí mientras se abalanza sobre mi
pecho para morderlo y
chuparlo—. No queremos que se te olvide a
quién perteneces, ¿verdad?
Gimo cuando sustituye un dedo por dos.
—¡Ahhhhh!
—¿Verdad, Ava?
—No —suspiro.
Se aferra a mi pezón y tira de él con los
dientes, lo que me provoca
oleadas de placer que van directas a mi sexo.
—Me encanta lo receptiva que eres a mi tacto.
Me da el poder. —Los
dos dedos se transforman en tres y, como tiene
la espalda hecha un cristo,
me agarro de las sábanas—. ¿Te gusta? —Me mete
y me saca los dedos,
traza círculos con ellos y los empuja mientras
observa cómo me retuerzo.
—Mucho —respondo con voz temblorosa. Necesito
esto.
—Abre los ojos, Ava. Deja que los vea cuando
te corras para mí.
Obedezco y lo miro mientras continúa
masturbándome hasta la
desesperación.
—Bésame —le pido mientras recibo con las
caderas los empujones de
su mano. Voy a estallar y necesito su boca
sobre la mía.
—¿Quién está al mando, Ava? —pregunta con los
ojos cargados de
deseo—. Dime quién está al mando.
—Tú.
—Buena chica. —Se acerca y pega sus labios a
los míos mientras
rodea con el pulgar mi manojito de nervios,
obligándome a agarrarlo del
pelo y a aferrarme a él como si mi vida
dependiera de ello mientras me
besa con fuerza y me masturba hasta el clímax.
Su lengua se enrosca en mi
boca, despacio pero con firmeza, con dureza
pero con adoración.
Me está haciendo recordar.
Al sentir su pecho firme pegado a mi costado,
su maravillosa boca
contra la mía y sus dedos largos y hábiles
acariciándome, mi cuerpo se
tensa, mi mente se queda en blanco y mi alma
vuelve a su sitio. Pierdo la
razón. Una larga oleada de placer me
atraviesa. Gimo contra su boca
mientras mi cuerpo se agita de manera
incontrolable y alcanzo el clímax.
—Sólo para mí —gruñe, y sé que lo dice en
serio. Su posesión carnal
de mi cuerpo hace que me vuelva débil de
deseo—. Sólo para mí, siempre,
¿entendido?
—Sí —suspiro, y me relajo debajo de él. El
rugido de la sangre
corriendo empieza a disiparse en mis oídos.
—Arriba. —Me coloca los brazos alrededor de su
cuello—. Rodéame
la cintura con esas piernas tan fabulosas.
Hago lo que me pide y me agarro de su cintura
con las piernas para
dejar que me levante de la cama. Se dirige
hacia la puerta de la habitación.
—¿Adónde vamos? —pregunto ruborizándome al
esperar una
sucesión de polvos como marca su estilo.
—A mi despacho.
¿Qué?
—¡Espera! —grito bruscamente.
Se detiene al instante.
—¿Qué pasa?
—Llévame al armario.
—¿Para qué?
—Porque necesitamos un condón.
—¿Cómo? —dice, estupefacto.
—Necesitamos un condón —repito, aunque sé que
me ha oído
perfectamente.
—No tengo ninguno —escupe con asco.
No me cabe duda de que es culpable.
—Claro que sí. En el armario. —Debería
bajarme. De repente se pone
tenso. Parece que ha intuido lo que pensaba
hacer. Sabe que lo sé.
—Ava, contigo no uso condones.
—Entonces no follaremos —digo encogiéndome de
hombros. Se está
cavando su propia tumba.
—¿Perdona? —Se aparta y me lanza una mirada de
disgusto.
Me mantengo seria cuando debería estar furiosa
de que me haya
escondido las píldoras, pero no puedo. Es un
puto enigma, y creo que jamás
lograré resolverlo.
—Ya me has oído —digo como si tal cosa.
Su mirada de disgusto se transforma en un ceño
fruncido.
—Joder.
Se dirige al vestidor conmigo en brazos,
aparta un brazo de mí y saca
inmediatamente los condones que acaba de decir
que no tenía sin parar de
farfullar. Quiere dejarme embarazada. Pienso
mantenerme muy firme con
ese tema, aunque puede que ya sea demasiado
tarde. ¿Qué haré si lo estoy?
No quiero ni pensarlo. Lo único que puedo
hacer es rezar en silencio.
—¿Sabes? Mi marca también se está borrando
—digo mirándole el
pectoral mientras salimos del dormitorio.
Su cara de enfado desaparece y me sonríe con
picardía.
—¿Ah, sí?
—Tendré que volver a marcarte. —Levanto las
cejas y veo con
deliciosa lujuria que sus ojos se han
oscurecido todavía más.
—Mi chica es posesiva. Sírvete, nena.
Sonrío y clavo los dientes en su pecho. Un
pequeño gemido escapa de
sus labios mientras desciende la escalera en
dirección a su despacho.
—Quiero tomarte aquí para que siempre que esté
trabajando te
recuerde tirada desnuda sobre mi mesa.
Me coloca sobre la enorme mesa de madera, deja
la caja de condones
y se sienta en su sillón de piel. Esta
habitación también está ordenada.
Cathy debe de haberse preguntado qué coño ha
pasado.
Está totalmente desnudo y duro como el acero y
me quedo extasiada
al ver su esplendorosa longitud. Me coge los
bordes de las bragas y yo me
agarro a la mesa y levanto el culo para que
pueda deslizarlas por mis
piernas. Abre el primer cajón, las mete ahí,
vuelve a cerrarlo y me mira.
—Acabas de correrte en ellas. —Apoya las
palmas en mis muslos—.
Quiero poder olerte también. Abre las piernas.
«¡Ay, Señor!»
Me abro de piernas todo lo que puedo,
exponiéndome a él por
completo. No es nada que no haya visto antes,
un millón de veces, pero así,
de esta manera, me siento totalmente desnuda.
Se acerca en la silla y me
echa la mano atrás para desabrocharme con
suavidad el sujetador y
deslizarlo por mis brazos. Mi respiración se
acelera y estoy dispuesta a
dejarme llevar otra vez, pero por su forma de
actuar detecto que vamos a
hacerlo a su manera. Él tiene el mando y,
sentado en esa silla, totalmente
desnudo, con los abdominales firmes y su
inmensa erección descansando
sobre su vientre, posee un aspecto tremendamente
poderoso.
—Échate hacia atrás y apóyate en las manos.
—Mete el sujetador a
juego en el cajón junto a mis bragas y se
acomoda de nuevo en la silla.
Me inclino hacia atrás y mi pecho también
queda expuesto. Estoy
nerviosa y no sé por qué. Me ha tomado de mil
maneras y posturas
diferentes, y con mil estados temperamentales
distintos, pero hoy me
siento algo intranquila. Aparta la mirada de
la mía y la hace descender
lentamente por mi cuerpo hasta fijarla en mi
sexo. Sus ojos permanecen
ahí clavados y se apoya todavía más contra el
respaldo de la silla hasta que
el mecanismo para reclinarla cede ante su
peso. Se está poniendo muy
cómodo.
Yo, no tanto.
Estoy aquí sentada, igual de desnuda que él, y
el corazón se me sale
del pecho mientras lo veo mirar mi hendidura.
Está totalmente extasiado.
—¿Por qué estás nerviosa? —pregunta sin
apartar los ojos de entre
mis piernas. Su voz grave y agitada no hace
que me tranquilice.
—No lo estoy —miento lánguidamente. Pero sí lo
estoy. Me siento
expuesta y observada, lo cual es ridículo. No
hay ni un solo milímetro de
mi cuerpo que no lo haya tenido encima o
dentro. Soy toda suya.
Levanta la vista y su dureza se suaviza
inmediatamente.
—Te quiero.
Todo mi ser se relaja al oír esas dos
palabras.
—Yo también te quiero.
—No lo dudes nunca.
—No lo haré. ¿Has acabado con tus
observaciones? —pregunto
levantando una ceja sardónica.
—No. —Se inclina hacia adelante y vuelve a
separarme las piernas.
No me había dado cuenta de que las había
cerrado un poco—. Estoy
evaluando mis posesiones. —Se apoya en el
respaldo y continúa mirando
mi parte más íntima.
—¿Soy una posesión?
—No, eres mi posesión. —Mantiene la vista fija
donde está, y decido
que ya que estoy debería disfrutar un poco
también de mi propia posesión.
Todavía salivo al ver lo perfecto que es—.
¿Quieres escuchar mi
veredicto? —pregunta.
—Claro.
Me mira a los ojos y una de las comisuras de
sus labios se eleva.
—Soy un hombre muy rico. —Se acerca sobre la
silla, me agarra las
piernas por los tobillos y me coloca las
plantas de los pies sobre sus
hombros. Si antes estaba desnuda, no sé cómo
estoy ahora—. No sientas
pudor conmigo —me reprende con el ceño
ligeramente fruncido. Apoya las
palmas de las manos sobre mis empeines y
empieza a besarme el tobillo.
El calor de sus labios activa una vibración en
mi pierna que va directa a mi
intimidad.
Dejo escapar unos débiles gemidos.
—Apártate el pelo de la cara —ordena
tranquilamente.
Me apoyo sobre una mano, me recojo el pelo con
la otra y lo dejo caer
sobre mi espalda.
—Mejor. Ahora puedo ver todas mis posesiones.
Me da un mordisquito en el tobillo y noto una
sacudida.
—Ver que estás excitada y saber que soy yo el
que te hace estar así es
la sensación más gratificante del mundo.
—Extiende la mano, me pasa un
dedo por la vulva y aplica una ligera presión
en la parte superior de mi
clítoris.
Separo los labios y unos suaves jadeos escapan
de mi boca repetidas
veces. Me retuerzo con la tremenda necesidad
de cerrar las piernas de
golpe.—
Déjalas abiertas, Ava. Quiero ver cómo palpita
tu carne en mi mano
cuando te corras para mí. —Su tono gutural
acelera mi deseo de explotar
bajo sus caricias y su intensa mirada.
Cambia un dedo por dos y me atrapa el clítoris
entre ellos apretando
despacio. Echo la cabeza atrás.
—¡Ahhhhhhhh! —gimo.
Sé que estoy cometiendo una falta grave.
—Mírame, nena. No apartes los ojos de mí.
—Estoy cerca —jadeo.
—Lo sé, pero pararé si no me miras. Escúchame,
Ava. Mírame con
esos preciosos ojos que tienes.
Me obligo a levantar la cabeza con un esfuerzo
inmenso y tiemblo
bajo su tacto. Cuando nuestras miradas se
cruzan, aumenta el ritmo de sus
caricias. La visión de sus ojos verdes y
lujuriosos, sus labios entreabiertos
y su cuerpo relajado aumenta mi placer. Él
está quieto, pero totalmente
excitado. Sus únicos movimientos son los de
sus dedos en mi sexo
deslizándose arriba y abajo, el de las
sacudidas de su polla y el de su pecho
agitado. Entonces acerca los labios a mi
tobillo y hunde los dientes en la
superficie de mi piel.
Pierdo la razón.
Contengo un grito y aprieto los pies contra
los hombros de Jesse
mientras una descarga de presión estalla y me
invade por todos los ángulos
de mi cuerpo hasta que quedo reducida a una
masa de nervios palpitantes.
—Eso es —jadea mientras me besa el pie y
desliza el dedo por mi
hendidura—. Ava, estás palpitando. Es
perfecto.
Mis pechos agitados ascienden y descienden,
estoy toda sudorosa y
mis músculos se contraen con violencia. Él
sigue sentado, observando mi
clímax, con la mirada fija en mi abertura. La
excitación en sus ojos es algo
que no se puede describir con palabras. Lo que
no sé es cómo consigue
refrenar el impulso de llevarse las manos a su
miembro pétreo, que
continúa sacudiéndose sobre su regazo.
—Ven aquí. —Extiende las manos y yo las
acepto. Bajo los pies de
sus hombros y doblo las piernas mientras me
coloco a horcajadas sobre su
regazo y me sujeto al respaldo de la silla—.
Sube —dice tranquilamente.
—Ponte un condón —replico, jadeando.
—Ava, no me pidas que me ponga condón —casi
suplica él.
—Jesse, ¿sabes la suerte que hemos tenido de
que no me haya
quedado preñada todavía?
Sé que es posible que lo esté, pero ruego a
Dios para que no sea así.
También sé que, para él, el hecho de que no lo
esté sería más bien mala
suerte. Debe de saber que podría estarlo: me
robó las píldoras y sabe que
no he ido a por otras. Tengo que mantenerme
firme con este asunto. Es una
locura. ¿Añadir un niño a nuestra relación?
Eso sería una auténtica
estupidez, y ya tenemos bastantes asuntos de
los que ocuparnos, como de
su comportamiento neurótico e imposible, sólo
que ahora supongo que a
ambos se nos podría calificar de neuróticos.
Sacude la cabeza y tira de mí hacia abajo,
colocándose, pero me
pongo tensa y hago todo lo posible por evitar
que me penetre. Me mira y
sus ojos me dicen todo lo que necesitaba
saber. Le aparto la mano de
debajo de mí y vuelvo a sentarme sin Jesse
hundido en mi interior. Lo miro
fijamente, pero él baja un poco la mirada.
Sabe que lo he pillado.
Me vuelvo, saco uno de los preservativos de la
caja y me agacho hasta
que estoy de rodillas en el suelo entre sus
piernas. Él observa cómo abro el
envoltorio, extraigo el condón y le agarro la
polla con suavidad para
deslizarlo por su cabeza y desenrollarlo por
toda su longitud. Ambos
permanecemos callados mientras vuelvo a
montarme sobre su cuerpo y a
colocarme en su regazo.
Me elevo inclinándome hacia adelante para que
mis pechos queden
cerca de su boca. Él acepta el ofrecimiento,
me lanza una sonrisa cómplice
y luego enrosca la lengua alrededor de cada
uno de mis pezones y los
atrapa entre sus dientes. Acabo de tener dos
orgasmos muy intensos, y si
sigue mordisqueándome de esta manera pronto
llegará el tercero. ¿Cómo
consigue hacerme esto?
Siento su mano bajo mis lumbares y se coloca
debajo de mí. Noto la
extraña sensación del látex que me toca la
pierna.
—Baja despacio —me ordena con innegable voz de
mando.
Obedezco y hago descender los muslos, bajando
lentamente sobre él.
Su vara de acero encuentra mi abertura y la
atraviesa mientras exhala un
largo suspiro controlado. Apoya la cabeza
contra el respaldo y yo la mía en
su frente, con los ojos cerrados. Me tiene
completamente empalada. No es
lo mismo, pero sigue estando dentro de mí.
—No te muevas. —Su aliento fresco invade mis
fosas nasales
mientras me habla a la cara y me envuelve la
cintura con sus enormes
manos.
Me quedo quieta. Siento cómo vibra dentro de
mí, y me cuesta un
mundo no contraer los músculos a su alrededor.
Necesita un momento.
—Me encanta tenerte a mi alrededor. ¿Cuánto
crees que puedes
permanecer así sin moverte? —Me da un pico en
la boca y me pasa la
lengua por el labio inferior. Sé que no
aguantaré. Aprieto la boca contra la
suya, pero él me detiene y aparta la cara—.
Veo que no mucho.
Echo la cabeza atrás y él me mira otra vez.
—Me estás rechazando —digo suavemente. A veces
me sorprende que
haga esas cosas, teniendo en cuenta lo mal que
reacciona él cuando no
puede tocarme a mí.
—Es un desafío.
—Tú eres un desafío —respondo, y bajo la
cabeza para intentar
reclamarlo de nuevo, pero vuelve a apartarme
la cara.
Intento provocarlo moviendo las caderas, pero
él me agarra la cintura.
No necesita hacer mucha fuerza para mantenerme
inmóvil. Aparto la
cabeza y él vuelve a mirar al frente.
—Me necesitas —dice con una voz tan áspera y
sexy que apenas
puedo controlar la respiración. Su polla sigue
sacudiéndose frenéticamente
dentro de mí.
—Te necesito. —Sé que para él estas palabras
significan más que «Te
quiero». Su expresión de deleite lo confirma.
Me inclino hacia adelante
para atrapar sus labios pero vuelve a
apartarme la cara—. ¿Cómo te
sentirías si alguien impidiera que me besaras?
—pregunto.
—Querría matarlo —afirma con un rugido
mirándome de nuevo.
Afloja las manos sobre mi cintura y yo
aprovecho la falta de sujeción
para bajar lanzando un gemido. Sus ojos
cerrados con fuerza vuelven a
abrirse.
—Yo también —digo con firmeza, y me aprieto
contra sus caderas.
Resopla y me agarra de la cadera para detener
mi táctica.
—¿Quién está al mando, Ava?
—Tú.
Sus ojos centellean.
—¿Quieres que te folle?
—Sí.
—Buena respuesta. —Levanta las caderas y
empuja hacia arriba,
mientras tira de mí hacia abajo con un gruñido
gutural. Grito y me agarro
al respaldo de la silla—. ¿Así? —pregunta
mientras se retira y vuelve a
penetrarme hasta el fondo.
—¡Joder, sí! —Echo la cabeza atrás y cierro los
ojos.
—¡Mírame! —ladra con otro golpe de la pelvis—.
Nótala, Ava. ¿La
notas? Abro los ojos con la vista borrosa. La
expresión carnal y posesiva de
su rostro hace que me sienta como la criatura
más deseada sobre la faz de
la tierra.
—La siento.
Gruñe y empuja hacia arriba una y otra vez,
elevándome y tirando de
mí hacia abajo para recibir cada uno de sus
embates. Una capa de sudor
empieza a brillar en su frente. Los músculos
de su mentón se tensan y la
vena de su cuello sobresale. Me agarro con
tanta fuerza al respaldo que los
nudillos se me ponen blancos. Quiero besarlo
pero, primero, no ha dicho
que pueda hacerlo y, segundo, nuestras bocas
no podrían permanecer
unidas. Mi sexo tiembla y mi saturado
montículo de nervios protesta ante
tanta intensidad, pero necesito uno más, sólo
uno más.
—Estoy cerca —expreso de manera entrecortada y
difícil de descifrar
—. ¡Jesse, estoy cerca!
—¡Espera! —gruñe entre dientes, y aprieta
hacia arriba. Me agarra las
caderas con tanta fuerza que casi me hace
daño—. ¡Aguántate!
—¡No puedo! —grito, y él para al instante.
La falta de fricción y de ritmo detienen mi
orgasmo.
—He dicho que esperes —jadea. Su polla se
sacude furiosamente
dentro de mí. ¿Cómo lo hace? Su respiración es
agitada e irregular—.
Contrólalo, Ava.
—Contigo no puedo controlar nada. —Apoyo la
cabeza en su hombro
mientras el ardor en mi entrepierna se enfría
ligeramente.
—Ya lo sé. —Vuelve la cara hacia mi pelo y me
besa—. Eres mía, así
que yo lo controlaré.
Empieza a girar las caderas suavemente para
reactivar mi orgasmo
abandonado. No puedo discutirle eso. Le
pertenezco por completo y sé
perfectamente que no se refiere sólo a mi
orgasmo inminente.
—Te quiero —murmuro contra su húmedo hombro.
Suspira.
—Yo también te quiero, nena. ¿Nos corremos a
la vez?
—Por favor.
—Dame esos labios.
Deslizo los labios por su cuello hasta la
mandíbula y hasta su boca y
él empieza a mover las caderas ociosamente,
hacia adelante y hacia atrás,
mientras me derrito con sus besos.
Éste es el Jesse dulce; es como si estuviera
saliendo con una decena
de hombres diferentes.
—Mmm. Eres deliciosa —dice. Gimo en su boca y
noto que sonríe—.
Siento cómo te contraes a mi alrededor, y me
encanta que lo hagas. —Guía
mis caderas y me coge con fuerza.
—A mí también me encanta sentirte dentro. —Aprieto
los muslos y lo
agarro del pelo para acercarlo más aún.
—Córrete para mí —dice, y empieza a moverse
trazando círculos
estudiados seguidos de un pequeño empujón de
las caderas.
Yo me retuerzo un poco y termino emitiendo un
largo gruñido de
satisfacción en su boca. Mi tercer orgasmo no
ha sido tan intenso, pero sí
igualmente gratificante.
—Joder —susurra, y su cuerpo se pone rígido.
No siento su semen caliente en mi interior,
pero todos los demás
signos del clímax están ahí. Me sostiene
quieta en sus brazos.
—Eres increíble.
Me aferro a su polla palpitante con ansia y lo
hundo hasta el fondo en
mí. Es el placer encarnado. Él es el placer
encarnado.
—Ha sido fantástico —digo devorándole la boca.
Él deja que haga lo
que quiera, y me mantiene lo más pegada a él
posible mientras me acaricia
las caderas suavemente—. No ha estado tan mal,
¿verdad? —pregunto.
—No, no lo ha estado, pero sigue habiendo algo
que se interpone entre
nosotros.
—¿Quieres matar al condón? —digo sonriendo
contra sus labios.
—Sí. —Se aparta y sonríe—. Arréglate o
llegaremos tarde.
Continúo cubriéndolo de besos.
—¿Adónde vamos? —No me importaría nada
quedarme donde estoy
—. Estoy cómoda aquí.
—A cenar. He hecho una reserva. —Se ríe
ligeramente, me sujeta de
las mejillas y me aparta la cara—. Ducha.
—Deja que te quiera. —Me aproximo y le
mordisqueo suavemente la
oreja. —Ava... —me advierte tirando de mí. Le
brillan los ojos con malicia
cuando estira la mano y pasa un dedo por el
borde del chupetón que me ha
hecho en la teta—. Siempre tendrás esto. —Me
mira—. Siempre.
Yo hago lo propio y recorro mi propia marca en
su pectoral.
—Deberías hacer que me tatúen tu nombre en la
frente —sonrío—.
Así no habría ninguna duda de a quién
pertenezco.
Enarca las cejas y parece sopesarlo por unos
instantes.
—No es mala idea —dice finalmente, muy serio—.
Me gusta.
Se levanta conmigo en brazos y yo me aferro a
él como un mono,
como de costumbre.
Subimos al piso de arriba manteniendo la
conexión hasta que
llegamos a la cama, donde me coloca suavemente
sobre las sábanas.
Sacude la cabeza resoplando de disgusto y se
quita el condón, le hace un
nudo y lo tira a la papelera.
—Ponte boca abajo para que te eche más crema.
Me insta a volverme y me apoya las manos sobre
las nalgas. Ahora sí
que no me apetece nada salir. Quiero quedarme
aquí toda la noche con
Jesse montado en mi espalda frotándome todo el
cuerpo con sus
maravillosas manos.
—Tengo que ducharme primero.
—Volveré a hacerlo después.
Sonrío.
—Tú también necesitas crema.
—Yo estoy bien. Lo importante eres tú. —Se
coloca sobre mi trasero
y vierte un poco de crema en mi espalda.
Está fría y me hace saltar.
—¿Por qué no me has avisado? —refunfuño.
—Lo siento, puede que esté algo fría —ríe.
Giro el cuello y me deslumbra con esa sonrisa
reservada
exclusivamente para mí. Vuelvo a apoyar la
cabeza sobre los antebrazos.
—Eres muy atractivo —susurro ensoñadoramente
mientras me aplica
la crema por cada centímetro de mi espalda—.
Creo que voy a quedarme
contigo para siempre.
—Vale —accede riendo de nuevo.
—¿Dónde has escondido mis píldoras? —suelto
como si tal cosa.
Sus manos se detienen de repente y sé que
estoy en lo cierto. Las está
escondiendo, lo sé.
—¿De qué estás hablando?
—Estoy hablando del hecho de que a mis
píldoras anticonceptivas
últimamente les han salido patas y se van
corriendo, y eso sólo pasa desde
que te conocí.
—¿Por qué iba a hacer algo así? —pregunta, y
empieza a mover las
manos lentamente y en círculos sobre mi
espalda.
¿Por qué? No lo sé. ¿Por qué hace muchas de
las cosas que hace? Es
un maldito misterio, con su manera de ser
imposible y sus exigencias
irracionales.
—No voy a desaparecer, si es lo que te
preocupa.
—Ya sé que no —se ríe.
—Bien. Iré al médico a por otra receta —digo
tranquilamente, y esta
vez las esconderé. No tengo ni idea de qué voy
a hacer si estoy
embarazada. Creo que moriré en el acto. Sus
manos se vuelven más firmes,
lo que no hace sino alimentar mis sospechas—.
Tendrás que usar condón
hasta que pueda reiniciar el ciclo —añado.
—No me gusta ponerme condones contigo
—protesta.
—Entonces no follaremos —respondo con
suficiencia. No hay duda
de que ha sido él.
—¡Esa boca!
Me echo a reír, aunque no sé por qué. Debería
estar furiosa, asustada y
preocupada. No quiero ni imaginarme cómo se
comportaría conmigo si
estuviera embarazada de su hijo. Joder, sería
insoportable. Me envolvería
en algodón y me encerraría en una celda
acolchada durante nueve meses.
Joder. Espero no estar preñada. Mi vida se
acabaría. ¿Y cómo sería con sus
hijos si es así conmigo? La espera de mi
próxima regla se me va a hacer
eterna.—
¿Estás bien? —pregunta.
—Sí —me apresuro a contestar—. ¿Cuánto tiempo
lleva Cathy
trabajando para ti? —pregunto desviando la
conversación. La que está en
curso no nos lleva a ninguna parte. Jamás lo
admitirá.
—Casi diez años.
—Te quiere mucho.
—Sí —responde tranquilamente, y sé que el
sentimiento es mutuo.
Incluso admitió que no podría vivir sin ella.
—¿Sabe lo de La Mansión? ¡Ay!
—¡Perdona, nena! —dice con temor, y me besa la
espalda para
curarme—. Lo siento, lo siento.
—Tranquilo, estoy bien. Pero que no se repita.
—Se levanta
ligeramente y entonces siento el breve y
doloroso contacto de su manotazo
en mi culo—. ¡Oye!
—No te hagas la lista conmigo —me reprende, y
me acaricia la
mejilla.
—¿Y bien? —insisto.
—¿Y bien, qué?
—Cathy. ¿Sabe lo de La Mansión? —Me vierte un
poco de crema en
la nalga y me la extiende justo donde me ha
dado la palmada.
—Sí, lo sabe. No es ninguna sociedad secreta,
Ava. No encierra
ningún misterio. Ya está. Arriba.
—A mí me lo ocultaste —mascullo indignada mientras
me siento en
el borde de la cama.
—Porque me estaba enamorando perdidamente de
ti y me aterraba
que huyeras de mí si lo descubrías. —Enarca
una ceja acusadora y sé lo
que va a añadir—. Y lo hiciste —concluye.
—Estaba perpleja —intento defenderme.
Lo sucedido después de mi descubrimiento
todavía me hace temblar,
y quiero señalar que a pesar de todo regresé
junto a él. Fue lo de la bebida
lo que me llevó a huir.
—Sabía que tenías experiencia, pero no me
imaginaba que fuera
porque regentabas un club sexual que
utilizabas en exceso —le recuerdo,
muy a mi pesar.
—¡Eh! —Se acerca a mí y me tumba sobre la cama
para darme un
beso en los labios—. Dejemos atrás el pasado.
Centrémonos en nosotros,
en el presente, en el mañana, en el día
siguiente y en el resto de nuestras
vidas.—
Vale. Bésame —sonrío.
—Perdona, ¿quién está al mando? —Sus labios se
curvan y aparta la
mirada de mis ojos a mi boca.
—Tú.
—Buena chica. —Me ahoga con la suya y me da
justo lo que quiero,
aunque se aparta demasiado pronto. Expreso mi
frustración con un gruñido
sonoro y él me mira con recelo—. Me da igual
que refunfuñes. Ponte el
vestido nuevo de color crema. —Se levanta y me
deja para que me duche y
me prepare para salir a cenar.
Entro en la cocina sintiéndome muy especial
con mi nuevo vestido, un
cinturón dorado y unos tacones de color crema
también nuevos. Tengo el
pelo suelto sobre la espalda y me he
maquillado de manera sencilla. Me
detengo de repente en cuanto veo a Jesse. Está
al teléfono, escuchando con
atención, y babeo al verlo con su traje azul
marino y su camisa rosa claro.
Lo repaso con la mirada de arriba abajo, desde
sus Grenson marrones hasta
su rostro arrebatador, pasando por sus piernas
largas y musculosas, su
pecho firme y perfectamente tonificado y su
mandíbula recién afeitada.
Tiene el ceño fruncido.
Arrugo la frente con curiosidad y sus ojos se
suavizan. Está sobre un
taburete dándose golpecitos en el muslo. Me
acerco y me apoyo en sus
piernas mientras busco el brillo de labios en
el bolso. Hunde el rostro en
mi pelo para inhalarlo y me pasa el brazo por
la cintura para acercarme
más a él.
—¿Y qué más puedes decirme? —Habla con poca
cortesía.
Me vuelvo y lo miro con curiosidad de nuevo
mientras me aplico el
gloss. Él hace caso omiso de mi mirada y me
besa suavemente en la
mejilla.
—Qué puta casualidad que la otra cámara
estuviera rota —dice
secamente—. ¿Has comprobado las grabaciones
del exterior del bar?
«Oh, oh...»
Entonces respira hondo. Le aprieto el muslo y
él me mira y me besa
en la frente.
—Vale, ya me dirás algo. —Tira el teléfono
sobre la encimera y éste
se desliza unos cuantos centímetros—. No me lo
puedo creer —masculla.
—Crees que es Mikael el de la grabación,
¿verdad?
—Sí.
No sé de qué me sorprendo, ya sabía que lo
pensaba, pero la
confirmación hace que me ponga más nerviosa.
—¿Crees que fue él quien me drogó? —espeto.
—No lo sé, Ava. —Parece totalmente
desmoralizado.
—Sería un poco exagerado, ¿no?
—Me odia, Ava. Sabe que eres mi talón de
Aquiles. Estaba esperando
esta oportunidad.
Me aparto y me vuelvo para mirarlo.
—¿Y si vamos a la policía? —pregunto. Su
preocupación empieza a
agobiarme de verdad a mí también.
—No. —Sacude la cabeza—. Yo me encargaré de
esto.
—De acuerdo —digo tranquilamente. No pienso
discutir con él por
este tema.
Suspira.
—Debería alejarme de ti. Si fuera capaz de
soportarlo, lo haría.
—¿Qué? —Me encojo, presa del pánico, por el
hecho de que haya
llegado a sugerirlo siquiera.
—He hecho daño a mucha gente, Ava.
—¡Cállate! —Me estoy cabreando—. No digas esas
cosas.
—Ava, la bebida, las mujeres...
—¡Que te calles! —grito—. No hace falta que me
recuerdes que ha
habido otras mujeres desde que te conocí.
—Ahora sí que estoy furiosa.
—Lo siento. Ojalá pudiera cambiarlo todo menos
a ti. Eres lo único
bueno que me ha pasado en la vida, y hasta eso
lo estoy haciendo mal. —
Agacha la cabeza.
Las lágrimas empiezan a inundar mis ojos. Sé
que tiene
remordimientos, sé que se arrepiente de cosas.
Joder, sé todo esto. Lo
agarro de la cintura y acerco su cara a la
mía.
—Basta —digo con firmeza.
Él suspira y me mira.
—No sé qué he hecho para merecerte.
—Tú me lo recordaste.
Sonríe suavemente y después me mira con
picardía.
—Me gusta tu vestido.
Mete la mano por el interior de mi muslo y la
desliza por dentro de
mis bragas.
—A mí también me gusta.
Joder, ya estoy jadeando otra vez. Dejo caer
el bolso al suelo de la
cocina y lo agarro de la solapa de la
chaqueta.
Saca el dedo, me lo acerca a la boca y
extiende mi humedad por mis
labios recién pintados con brillo.
—Soy un hombre muy afortunado.
Me coloca sobre su regazo y me inclina hacia
atrás con los labios
pegados a los míos en un largo beso sensual.
Cuando ya tiene lo que quiere,
se retira y me ofrece esa sonrisa reservada
sólo para mí.
Yo se la devuelvo y le paso el pulgar por el
labio inferior.
—Ese color no te sienta bien —le digo, y le
limpio el gloss nude
mezclado con mi propia esencia.
—¿No? —Hace pucheros y yo me río. Me levanta y
coge el mando a
distancia del equipo de sonido—. Quiero bailar
contigo.
—¿Ah, sí?
—Sí.
Sonrío cuando Pumped up kicks de Foster the
People suena muy alto a
través de los altavoces. Sin duda quiere
bailar. Me aprieta contra su pecho
y me sujeta con una mano la zona lumbar y con
la otra agarra mi mano.
Apoyo mi otro brazo en su hombro y lo miro con
una sonrisa.
—Me haces muy feliz.
Sus ojos resplandecen y sus exquisitos labios
empiezan a curvarse
hacia arriba.
—Voy a hacerte feliz durante el resto de mi
vida, nena. Bailemos.
Sale de la cocina dando pasos hacia atrás y
pronto estamos en el
inmenso espacio diáfano del ático. Me da una
vuelta y me atrae de nuevo
hacia sí. Después me guía por toda la
habitación. Me río y miro sus
brillantes pozos verdes cargados de dicha
mientras me lleva entre los
muebles, me hace girar y me sonríe. Me guía de
un extremo del piso al
otro, hasta la terraza. Danzamos por el
entarimado y volvemos adentro.
—¿Qué baile es éste? —pregunto cuando pasamos
junto al sofá de
nuevo.—
No lo sé. Algo a medio camino entre el vals y
el baile ligero, creo.
—Me sonríe y yo dejo que me siga guiando. Sus
ojos parecen a punto de
estallar de felicidad—. Creo que bailar
contigo me gusta tanto como estar
dentro de ti.
—¿En serio? —pregunto totalmente estupefacta.
—No. —Frunce el ceño—. Me parece que es lo más
absurdo que he
dicho en mi vida.
Echo la cabeza hacia atrás y él se inclina y
me besa la garganta
mientras me dirige de nuevo hacia la cocina.
Me levanta. Yo me agarro con
las piernas a sus firmes caderas y hundo las
manos en su cabello. Nos
quedamos mirándonos y él detiene sus
movimientos, observándome
detenidamente antes de colocarme suavemente
sobre la encimera.
Me coge de las mejillas y me mira directamente
a los ojos. No hace
falta que diga nada, pero sé que va a hacerlo.
Es como si quisiera
demostrar lo bien que se le da su talento
recién descubierto. Ahora habla
conmigo.
Me acaricia con los pulgares.
—¿Quién está al mando, Ava?
Pongo los ojos en blanco.
—Tú.
—Te equivocas.
—¿Ah, sí? —digo, sorprendida. Él está al
mando. Lo ha dejado
bastante claro.
—Tú lo estás. —Sonríe y yo frunzo el ceño—. Tú
eres quien está al
mando, nena.
—Pero siempre insistes en que eres tú quien
está al mando.
Se encoge de hombros.
—Me gusta que alimentes mi ego.
Me echo a reír.
—¿Estás de coña?
—No.
Dejo de reírme al ver que él no lo hace,
aunque esto es bastante
gracioso. No hay duda de que manda él. ¿Qué le
pasa ahora?
Me atraviesa los ojos con su magnífica mirada.
—Yo tengo el mando de tu cuerpo, Ava. Cuando
esos preciosos ojos
están cargados de lujuria por mí, ahí es
cuando tengo el poder. —Me suelta
las mejillas y desliza las palmas de las manos
por el interior de mis
muslos.
Me pongo tensa, separo los labios y lo agarro
de la chaqueta con los
puños.
Jesse sonríe, se inclina y me besa suavemente.
—¿Lo ves? —susurra, y aparta las manos de mis
muslos y me quita
las manos de su pecho—. Y ahora el mando
vuelve a ser tuyo.
Lo observo con una media sonrisa y entiendo
perfectamente lo que
quiere decir.
—Por eso me follas hasta perder la razón, me
haces la cuenta atrás y
me obligas a besarte cuando estoy furiosa.
Sonríe.
—Esa boca.
—¡Ahora que me has revelado tu secreto jamás
dejaré que vuelvas a
tocarme!
Se echa a reír con ganas. Su pecho se hincha y
echa la cabeza hacia
atrás. Creo que eso ya lo sabía. Por eso
comienzo a correr conforme
empieza la cuenta atrás. Sé de lo que es capaz
en cuanto me pone las
manos encima. Baja la cabeza de nuevo y
observa mi rostro.
—Bueno, señor Ward. Después de todo el sexo
que hemos practicado,
yo diría que usted posee la mayoría de las
acciones de mando de esta
relación.
Sonrío cuando rompe a reír de nuevo. Da gusto
verlo. Unas pequeñas
arrugas se forman alrededor de sus ojos verdes
y hacen que brillen más
aún.
—Nena, nunca nos cansaremos de practicar sexo.
—Y eso te convierte en un hombre muy poderoso.
—Joder, Ava. —Me aparta el pelo de la cara y
me agarra de las
mejillas de nuevo—. Te quiero tanto, tanto.
Bésame.
—¿Te sientes débil?
Se inclina.
—Sí. —Sus labios rozan los míos suavemente y
yo le cedo el control
que necesita y dejo que su lengua sature mis
sentidos mientras ronronea en
mi boca y absorbe todo mi poder.
—¿Mejor? —le pregunto pegada a sus labios.
—Mucho mejor. Venga, señorita, tenemos un
compromiso. —Me baja
de la encimera, apaga la música y recoge mi
bolso del suelo—. ¿Lista?
—Ah, espera que te enseñe el mensaje. —Cojo el
bolso y saco el
móvil. Casi lo había olvidado.
—¿Qué mensaje? —dice con el ceño fruncido. Es
evidente que él
también.
—El que recibí desde el teléfono de John.
—Busco en mi teléfono y
mi corazón empieza a latir de manera agitada.
Eso es. Ahora es el
momento de sacarme esto de dentro. No da pie a
confusión, así que no
puede negármelo. John jamás haría algo así—.
Mira. —Le muestro el
teléfono y él lo coge. Mientras lee el
mensaje, su arruga de siempre se va
formando y una expresión pensativa invade su
rostro. Me mira un
momento y vuelve a centrarse en la pantalla.
Está cavilando al respecto.
Después de lo que parece una eternidad, yo
expectante y él mirando la
pantalla, por fin empieza a asentir
ligeramente.
—Me encargaré de esto. —Tira mi teléfono sobre
la encimera. Parece
muy cabreado.
Me relajo, un poco aliviada. Creo que esperaba
que defendiera a Sarah
o que dijera que debía de haber sido otra
persona, pero ¿quién iba a hacer
algo así? No necesito decir nada más. Por fin
lo sabe, y siento un alivio
inmenso.
Mi teléfono empieza a sonar en ese momento, lo
recojo de la
encimera y veo que el nombre de Ruth Quinn
parpadea en la pantalla.
Exhalo un suspiro de agobio y rechazo la
llamada. Pronto telefoneará a la
oficina y le dirán que hoy no trabajo.
—¿Quién era? —pregunta.
—Una nueva clienta. Una nueva clienta muy
pesada.
Me quita el teléfono de las manos y vuelve a
dejarlo sobre la
encimera. Después me estrecha contra su pecho.
—Hoy nada de trabajo. ¿Estás lista para
nuestra cita?
Asiento contra su torso.
—Sí.
Me besa la cabeza, me libera y me ofrece el
brazo como un perfecto
caballero. Sonrío, y entrelazo mi brazo con el
suyo. Me guiña un ojo y me
guía afuera del ático en dirección al
ascensor.
Nos reflejamos en todos los espejos que nos
rodean. Allá adonde
miro, lo veo en todo su esplendor. Me abrazo a
él y le paso la mano por
debajo de la chaqueta. No quiero soltarlo
jamás. Entonces me observa con
el rabillo del ojo.
—Debería obligarte a echarme un polvo de
disculpa aquí y ahora —
dice en voz baja.
—¿Te debo una disculpa?
—Sí. —Vuelve a dirigir la vista hacia adelante
y yo lo miro a los ojos
en el reflejo de las puertas.
—¿Por qué? —Repaso en mi mente a qué puede
estar refiriéndose, y
encuentro demasiadas cosas que, en la cabeza
de Jesse, pueden tomarse
como ofensas. Pero esta mañana me he
comportado de un modo bastante
dócil, y él ha sido bastante razonable.
—Me debes una disculpa por haberme hecho
esperar demasiado
tiempo a que aparecieras en mi vida —dice, muy
serio.
Sonrío y me pego a su lado. La verdad es que
yo no he tenido que
esperar mucho a que él apareciera, dejando a
un lado mis dos relaciones de
mierda anteriores. Mientras que él se
enfrentaba a demasiados demonios,
yo estaba tan tranquila, llevando la vida de
cualquier joven normal. Es
curioso.
Las puertas del ascensor se abren y me rodea
los hombros con el brazo
mientras atravesamos el vestíbulo del Lusso.
—Clive. —Jesse saluda al conserje, que asiente
bruscamente en
respuesta y continúa centrado en sus asuntos.
Ni siquiera me ha mirado ni
me ha preguntado cómo estoy. Anoche oí su voz
de preocupación cuando
Jesse me llevaba en brazos. ¿He vuelto a
molestarlo?
Salimos al exterior y Jesse pulsa el botón del
mando para abrir la
puerta del DBS.
—Ah, ha llamado Kate. Deberías devolverle la
llamada —dice.
—¿Has vuelto a coger mi teléfono? —pregunto,
pero él se encoge de
hombros ante mi acusación.
Suspiro y abro el bolso para sacar el móvil
pero, después de rebuscar
un poco, me doy cuenta de que no está.
—Jesse, me he dejado el teléfono arriba.
Deja escapar un suspiro largo y exagerado para
demostrarme las
molestias que le estoy causando.
—Toma. —Me da las llaves—. Date prisa o
llegaremos tarde a cenar.
—Vale. —Vuelvo a atravesar el vestíbulo del
Lusso a la carrera, miro
mal a Clive, que sigue ignorándome, y pulso el
código del ascensor.
¿Cómo es que no continúa en la planta baja?
Espero con impaciencia a que
baje de nuevo y entro corriendo cuando lo
hace.
Salgo antes de que las puertas se hayan
abierto del todo, meto la llave
en la cerradura y la dejo ahí mientras corro a
la cocina. Me detengo
súbitamente y dejo escapar un grito ahogado al
ver a dos personas sentadas
en los taburetes, ambas con un aspecto
bastante amenazador.
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