Capítulo
1
Tengo los nervios destrozados. No sé por qué,
sé que estoy haciendo lo
correcto pero, maldita sea, creo que me va a
dar algo. Estoy sola, son mis
primeros minutos de silencio y reflexión en lo
que llevo de día, y lo más
probable es que sean también los últimos. He
estado esperando que llegara
este breve instante en el tiempo, suplicando
por él en medio del caos que
me rodea. Necesito este momento, a solas
conmigo misma, para asimilar el
paso tan grande que voy a dar. Yo sola para
intentar recomponerme. Sé
que, de hoy en adelante, estos momentos
valdrán su peso en oro.
Es el día de mi boda.
Es el día en que le voy a prometer a mi hombre
que seré suya el resto
de mi vida, aunque no es que me haga falta un
papel o un anillo en el dedo
para que así sea. Pero a él, sí. Por eso voy a
casarme con ese hombre dos
semanas después de que hincara la rodilla en
el suelo, en la terraza del
Lusso. Ahora estoy en bata, sentada en un
diván en una de las suites
privadas de La Mansión (la misma en la que
Jesse me acorraló hace
semanas), tratando de centrarme.
Me voy a casar en La Mansión.
El día más importante de mi vida tendrá lugar
en el club de sexo
superpijo de mi señor. No estoy nerviosa sólo
por ser la novia. Mis padres,
mi hermano y toda mi familia están paseando a
sus anchas por el edificio y
quedándose maravillados ante su opulencia. Por
eso he cerrado con un
candado de cinco kilos las puertas del salón
comunitario. Lo he revisado un
millón de veces, y también he comprobado que
todos los artefactos de
madera y las rejas de oro colgantes hayan
desaparecido de las habitaciones
privadas. Asimismo, he instruido en repetidas
ocasiones al personal de La
Mansión. El ejército de empleados de Jesse ha
tenido que aguantar mis
comentarios y mis constantes recordatorios
sobre el hecho de que mi
familia no sabe nada. Los pobres me siguen la
corriente, ponen los ojos en
blanco y me aseguran que todo irá bien, o me
miran con cara de entender
mi situación, aunque eso no me hace sentir
mejor. Los hombres de la
familia no me preocupan tanto: se irán al bar
y no se moverán de allí a
menos que se les ordene lo contrario, pero mi
madre y mi tía son harina de
otro costal. Mi madre, que ama el lujo con
pasión, está metiendo las
narices en todas partes, y de repente se ha
proclamado guía oficial, lista
para mostrar lo magnífica que es la finca de
Jesse. Se lo podría ahorrar.
Ojalá se sentara con mi padre en el bar. Ojalá
pudiera pegarle el culo al
taburete con cemento cola y obligarla a beber
«sublimes de Mario» todo el
día y toda la noche. Es un estrés añadido que
realmente no necesito el día
de mi boda, pero cuando mi hombre imposible y
neurótico me tenía
tumbada en el suelo en la terraza el día de su
cumpleaños, cubierta por su
cuerpo fuerte y viril, dije que sí. No le hizo
falta recurrir al polvo de entrar
en razón.
Sé que se ha encargado de todo. La Mansión
realmente parece un
hotel exclusivo, pero yo sé lo que hay en el
piso de arriba y que todas las
camas están bailando ahora mismo sobre mi
cabeza, como si se sintieran
solas. Seguro que se sienten solas. La Mansión
lleva dos días cerrada por
los preparativos, cosa que le ha costado a
Jesse una pequeña fortuna en
reembolsos a los socios. Es posible que ahora
mismo me haya vuelto tan
impopular entre los socios como entre las
socias. Todos deben de odiarme:
las mujeres por haberles birlado a su señor
delante de sus narices, y ahora
también los hombres, por haberlos obligado a
tomarse unos días de
descanso de sus aventuras sexuales preferidas.
Miro al techo y muevo los hombros en círculos
para aliviar la tensión
que se va acumulando. No sirve de nada. Estoy
demasiado nerviosa. Me
levanto, voy hasta el espejo y me miro. La
procesión va por dentro pero por
fuera parezco descansada y estoy radiante; mi
maquillaje es ligero y
natural. Phillipe ha hecho un trabajo
increíble: mi pelo nunca ha estado tan
brillante, y los rizos largos y marcados
flotan libremente, apenas sujetos a
un lado de la cabeza por una peineta joya. A
Jesse le encanta que lleve el
pelo suelto.
También le encanta que vista de encaje.
Me acerco a la puerta, donde cuelga mi
vestido, y admiro el intrincado
encaje, mucho encaje, y las explosiones de
diminutas perlas cosidas aquí y
allá. Sonrío. Se le va a cortar la
respiración. Es un vestido de novia muy
sencillo, con tirantes delicados, la espalda
escotada y la cintura ceñida. Mi
señor va a caer rendido de rodillas.
Elegancia sencilla.
El encaje de color marfil se desliza por mi
trasero, abraza mis caderas
y cubre un metro de suelo. Mucho, mucho
encaje. Zoe, la dependienta de
Harrods, ha triunfado con este vestido. Ha
acertado con todo, incluso con
los zapatos sin adornos en el mismo tono. Unos
Louboutin de tacón de
aguja clásicos.
Cojo el teléfono de la mesilla de noche. Es
mediodía. Tengo que
vestirme. Dentro de una hora estaré con Jesse
en el salón de verano,
pronunciando mis votos, haciendo oficial la
promesa que le hice. El
estómago se me revuelve trescientos sesenta
grados... otra vez.
Me quito la bata y me pongo las bragas antes
de coger el corsé de
encaje de color marfil sin tirantes y meterme
dentro. Lo subo hasta el
estómago y arreglo mi pequeño escote en las
copas. Cubre justo el cardenal
circular de mi pecho. Mi marca.
Tocan suavemente a la puerta. Se acabó el
minuto de reflexión.
—¿Sí? —Me pongo la bata encima de la ropa
interior y me acerco a la
puerta que está en la otra punta de la suite.
—Ava, cariño, ¿estás visible? —Es mi madre.
Abro.
—Estoy visible y necesito que me ayudes.
Entra y cierra la puerta. Está guapísima. Su
atuendo no tiene nada que
ver con el clásico traje de chaqueta y
sombrero de madre de la novia, sino
que ha ensalzado su figura con un encantador
vestido recto de satén de
color ostra. Lleva el pelo corto y peinado
hacia un lado con una perla y una
pluma.—
Perdona, cariño. Le estaba enseñando el spa a
la tía Angela. Creo
que le va a preguntar a Jesse si puede hacerse
socia, ha quedado muy
impresionada. ¿Hace falta ser socio para usar
el spa y el gimnasio o son
sólo para huéspedes?
Me muero de vergüenza al instante.
—Es sólo para huéspedes, mamá.
—No pasa nada. Imagino que hará una excepción
con la familia. Tus
abuelos, que el Señor los tenga en su gloria,
se habrían creído que estaban
en el palacio de Buckingham. —Me atusa el pelo
y le aparto las manos—.
¿Has conseguido ponerte la ropa interior?
Me da un repaso con sus ojos de color
chocolate.
—Ya casi es la hora.
Vuelvo a quitarme la bata y la dejo encima de
la cama.
—Sí, pero necesito que me abroches el corsé
—digo, me vuelvo de
espaldas a ella y me recojo el pelo sobre un
hombro.
Las dos semanas que Jesse se ha pasado
poniéndome crema en la
espalda han borrado todo rastro de los
latigazos. Las marcas físicas han
desaparecido, pero aquel día estará grabado a
fuego en mi mente para
siempre.
—Muy bien. —Empieza a abrochar todos los
corchetes—. Ava,
deberías ver el salón de verano. Está
precioso. Eres muy afortunada de
tener un lugar tan bonito donde casarte. Las
mujeres tienen que pedir una
segunda hipoteca para poder permitirse algo
así.
Me alegro de que no me vea la cara porque
estoy muy incómoda.
—Lo sé.
He visto el salón y es verdad que está
precioso. Tessa, la organizadora
de boda, se ha encargado de que así sea,
aunque cada rincón de La Mansión
rebosa esplendor, con o sin boda. Yo apenas he
participado en los
preparativos. Jesse me presentó a Tessa al día
siguiente de que le dijera
que me casaría con él. Está claro que mi
hombre imposible ya la había
buscado con antelación para que organizara
nuestra boda, esa de la que se
suponía que íbamos a hablar y a planificar
juntos como adultos. Además,
qué casualidad, La Mansión tiene licencia para
bodas. Ni siquiera le he
preguntado cómo lo ha conseguido. Lo único que
he hecho en relación con
mi boda es visitar a Zoe para elegir el vestido
de novia. No estoy estresada
por los preparativos. Estoy estresada por el
emplazamiento.
—Ya está. —Mi madre me da la vuelta y deja
caer de nuevo mi pelo
por la espalda. Me mira pensativa y sé lo que
va a decirme—. Cariño,
¿puedo darte un consejo de madre?
—No —respondo rápidamente con una sonrisa.
Me devuelve la sonrisa y me sienta en el borde
de la cama.
—Cuando te casas, te conviertes en la piedra
angular de tu esposo —
me sonríe con afecto—. Deja que piense que
manda, que crea que no
puedes vivir sin él, pero no permitas nunca
que te robe tu independencia o
tu identidad, cariño. Los hombres necesitan
que les masajeen el ego. —Se
ríe—. Les gusta pensar que son ellos los que
llevan los pantalones, y debes
dejar que se lo crean.
Niego con la cabeza.
—Mamá, no es necesario...
—Sí que lo es —insiste—. Los hombres son
criaturas complicadas.
Me río, burlona. No tiene ni idea de lo
complicada que es mi criatura.
—Lo sé.
—Y aunque se hacen los valientes y se creen
muy hombres, ¡no son
nada sin nosotras! —Acerca mi cara colorada a
la suya—. Ava, veo que
Jesse te quiere, y admiro lo franco que es
cuando se trata de lo que siente
por ti, pero recuerda quién eres. No dejes que
te cambie nunca, cariño.
—No va a cambiarme, mamá.
No estoy en absoluto cómoda con esta conversación,
aunque ha dado
en el clavo. Después de que Jesse se
declarase, mis padres se quedaron dos
días con nosotros, y ahora llevan en Londres
desde el miércoles, así que
han visto de sobra cómo es Jesse conmigo
(salvo por las cuentas atrás y las
distintas clases de polvos). Han visto cómo me
colma de atenciones y de
cariño, cómo no se separa de mí, y al menos yo
no he ignorado sus
comedidas observaciones. Jesse no se ha dado
ni cuenta. Mejor dicho, se ha
dado cuenta pero le da igual, y yo no voy a
decirle nada. Me gusta el
contacto constante tanto como a él.
Mi madre me sonríe.
—Quiere cuidar de ti y ha dejado claro que
para él lo eres todo. A tu
padre y a mí nos hace muy felices saber que
has encontrado un hombre que
te adora, un hombre que caminaría sobre ascuas
por ti.
—Yo también lo adoro —digo en voz baja. La
sinceridad de las
palabras de mi madre me atenaza las cuerdas
vocales y hace que me
tiemble la voz—. No me hagas llorar, por
favor. Se me estropearía el
maquillaje.
Me coge la cara entre las manos y me da un
beso.
—Sí, mejor me dejo de rollos sentimentales.
Pero no hagas nunca
nada que no quieras hacer: ya he visto que
puede ser muy persuasivo.
Me echo a reír y mi madre se ríe también.
¿Persuasivo?
—Es una lástima que su familia no haya podido
venir —musita.
Hago una mueca.
—Ya te lo he dicho, viven en el extranjero. No
están muy unidos.
Apenas he dicho nada de por qué la familia de
Jesse estará ausente. Ha
bastado con la historia que me contó Jesse
cuando nos conocimos. Es
perfectamente plausible.
—Ay, el dinero... —suspira—. Causa más
trifulcas familiares que
cualquier otra cosa.
—Cierto —afirmo. Lo mismo que los clubes de
sexo y los tipos
mujeriegos.
Nos interrumpen unos golpecitos en la puerta y
mi madre me deja
sentada en la cama para abrir.
—Debe de ser Kate —dice alegremente.
—¡Traigo alcohol! ¡Caramba, Elizabeth! ¡Estás
increíble!
La voz animada de Kate entra en la habitación
antes de que deje atrás
a mi madre y sus felices ojos azules se claven
en mí.
—¿Aún no estás vestida? —pregunta dejando la
bandeja sobre la
cómoda de madera.
Está fabulosa, con un vestido muy sencillo de
satén de color marfil y
los rizos rojos enmarcándole las pálidas
facciones. Es mi única dama de
honor, pero su entusiasmo vale por diez.
—Estaba en ello. —Me levanto y vuelvo a
acomodarme las tetas en
las copas del corsé.
—Aquí tienes —dice pasándome una copa llena de
líquido rosa.
—¡Sí, es imprescindible! —añade mi madre
cerrando la puerta y
cogiendo otra copa para ella. Da un buen trago
y suspira—. Ese pequeño
italiano sabe cómo hacer feliz a una mujer.
Rechazo la copa con un gesto.
—No, gracias —digo; no quiero oler a alcohol
delante de Jesse.
—Te calmará los nervios —insiste Kate
cogiéndome la mano y
poniendo en ella la copa—. Bebe.
Sabe por qué estoy nerviosa. También he hecho
que Kate revise el
candado y las habitaciones privadas un millón
de veces. Señala la copa con
la cabeza y una ceja levantada, y finalmente
doy mi brazo a torcer y le doy
un generoso trago al sublime de Mario. Sabe
tan sublime como siempre,
pero ni todo el alcohol del mundo podría
curarme.
—¿Dónde está Jesse? —pregunto dejando la copa.
No lo he visto desde anoche. Como sé que mi
madre es tradicional,
insistí en que durmiéramos separados la noche
antes de la boda. Se negó a
salir de mi habitación hasta un minuto antes
de la medianoche, y luego
tuvo una pataleta tremenda cuando mi madre
empezó a tocar a la puerta
para recordarle que saliera. Se moría de ganas
de pasar por encima de ella
pero, sorprendentemente, se fue sin montar una
escena. Sólo le lanzó una
mirada asesina cuando ella lo escoltó fuera de
la habitación.
—Creo que se está vistiendo —dice Kate, y se
termina un cóctel.
—¡Bebe despacio, Katie Matthews! —la regaña mi
madre al tiempo
que le quita la copa de las manos—. Tienes
todo el día por delante.
—Perdón. —Mi amiga me mira y se ríe.
Sé por qué ha empezado a beber a primera hora:
es el síndrome Dan y
Sam en la misma habitación.
—¿Y qué hay de papá y de mi hermano?
—Están en el bar, Ava. Todos los hombres están
en el bar —responde
Kate, recalcando lo de «todos».
—¿Todos? —pregunto—. ¿Incluso Sam?
Ella asiente.
—Sí, todos los hombres. Exceptuando a Jesse,
pero incluidos Sam y
Dan.
Hago una mueca. Hoy va a ser un día muy duro
para Kate. Dan ha
pospuesto su regreso a Australia para poder
asistir a mi boda, pero no me
ha contado gran cosa, ni la noche de la pedida
de mano, ni desde entonces...
Tampoco hace falta. Es evidente que le cuesta
aceptar la dirección que ha
tomado mi vida y el estar cerca de Kate, sobre
todo cuando Sam, que no
sabe nada, se halla presente. A Kate tampoco
le resulta fácil, aunque
intenta aparentar que no le afecta.
—Venga, vamos —dice dando un par de palmadas—.
¿Vas a vestirte
o vas a caminar hacia el altar así? Estoy
segura de que a Jesse le
encantaría.
Le sonrío a mi feroz amiga. Ella sabe que
Jesse está obsesionado con
el encaje, pero mi madre no.
—Me estoy vistiendo.
Saco los zapatos de tacón de su envoltorio de
papel de seda y me los
pongo. Ahora soy ocho centímetros más alta.
—Perfecto. —Respiro hondo y voy hacia la
puerta, donde me espera
mi vestido.
Me detengo un instante para admirarlo y me
deleito al ver lo exquisito
que es.—
Quizá deberías ir al baño antes de que te lo
pongamos —sugiere mi
madre acercándose a mi lado para
contemplarlo—. Ay, Ava. Nunca he
visto nada parecido.
Asiento sin dejar de recorrerlo con la mirada.
—Lo sé, y sí, tengo que hacer pis.
Dejo a mi madre admirando mi vestido y voy al
baño. Pillo a Kate
dando un trago rápido mientras Elizabeth no
mira. Si no estuviera tan
preocupada por el lugar en el que se celebra
la boda, me preocuparía por
tener que pasar el día con Dan y Kate tan
cerca que podrían lanzarse
escupitajos.
Cierro la puerta antes de usar el baño y
disfrutar de otro instante de
privacidad mientras me aseguro de vaciar
completamente la vejiga. Luego
oigo que llaman a la puerta de la suite, a lo
que le sigue la inconfundible
voz aguda de pánico de mi madre. Me pregunto
qué estará pasando. Me
arreglo rápidamente, me lavo las manos y salgo
del baño.
—Jesse —mi madre está claramente harta—, tú y
yo vamos a acabar
mal si no haces lo que se te dice.
Miro a Kate, que está bebiendo más sublime
mientras mi madre está
distraída. Me sonríe y se encoge de hombros.
—¿Qué ocurre?
—Jesse quiere verte, pero Elizabeth no lo
deja.
Pongo los ojos en blanco, miro en su dirección
y veo que mi madre
bloquea el pequeño hueco que hay entre el
marco y la puerta. Entonces lo
oigo.
—Déjame entrar y no acabaremos mal, mamá.
Sé que está sonriendo, pero su gesto amistoso
no me engaña. Noto el
tono de amenaza, incluso con mi madre. Va a
entrar en la habitación, y ni
siquiera ella va a poder impedírselo.
—Jesse Ward, no te atrevas a llamarme «mamá»
cuando sólo soy
nueve años mayor que tú —le espeta—. ¡Vete! La
verás dentro de media
hora.
—¡Ava! —grita por encima de mi madre.
Miro a Kate, que asiente con la cabeza porque
me ha entendido
perfectamente. Las dos corremos hacia la
puerta. Kate coge la percha del
vestido y yo recojo el bajo con los brazos. Lo
llevamos al baño entre las
dos y volvemos a colgarlo de la puerta.
Kate se echa a reír.
—¿Crees que tu madre aprenderá algún día o
seguirá intentando
domarlo?
—No lo sé.
Aliso el delantero del vestido, salgo con Kate
y cierro el baño. Mamá
continúa de guardiana de la puerta con el pie
anclado en la base. Eso no
detendrá a Jesse.
—¡Jesse, no! —grita al tiempo que empuja la
puerta contra él—. ¡Que
no! ¡Que trae mala suerte! ¿Es que eres tan
cabezota que no tienes ningún
respeto por la tradición?
—Déjame entrar, Elizabeth. —Está apretando los
dientes, lo sé.
Miro a Kate y niego con la cabeza. Está
pasando por encima de mi
madre, tal y como prometió que haría si ella
alguna vez se interponía en su
camino, y ahora mismo es justo lo que está
haciendo.
Kate coge otra copa de la bandeja y se acerca
como si nada a la puerta.
—Déjalo entrar, Elizabeth. Nunca conseguirás
detenerlo. Es como un
rinoceronte.
—¡No! —Mi madre sigue en sus trece, aunque no
va a conseguir nada.
Ya debería saberlo, pese al poco tiempo que ha
pasado con él—. ¡No va
a...! ¡No, Jesse Ward!
Sonrío al ver a mi decidida madre echarse un
poco atrás antes de que
la levanten del suelo y la dejen fácilmente a
un lado. Se arregla el vestido y
se coloca bien el postizo del pelo mientras le
lanza dagas con la mirada a
mi hombre imposible. Me fijo de nuevo en la
puerta abierta, donde unos
estanques verdes ardientes de deseo me
observan con atención. Su rostro
carece de emoción y está sin afeitar. Mi
mirada golosa se aparta de la suya
y disfruta con su cuerpo medio desnudo. Lo
tengo delante y sólo lleva unos
pantalones cortos puestos. Tiene el pecho
húmedo y el pelo oscurecido por
el sudor. Ha salido a correr otra vez.
—¡Pero bueno! —sisea mi madre—. ¡Ava, dile que
se marche!
No está en absoluto contenta.
Mis ojos encuentran de nuevo los de Jesse.
—No pasa nada, mamá. Danos cinco minutos.
Su mirada brilla de aprobación mientras espera
pacientemente a que
mi madre dé su brazo a torcer y nos deje a
solas. Seguro que a ella no se lo
parece, pero incluso este pequeño gesto es una
muestra inusual de respeto.
Me hará suya cuando quiera y donde quiera, y
el hecho de que no la haya
apartado de la puerta a la fuerza es toda una
novedad. Sí, le ha pasado por
encima, pero podría haberla pisoteado con
ganas.
Con el rabillo del ojo veo que Kate se acerca
a mi madre y la coge del
brazo.—
Vamos, Elizabeth. Sólo serán unos minutos.
—¡Es la tradición! —brama, pero deja que Kate
se la lleve.
Esbozo una pequeña sonrisa. Mi relación con
Jesse no tiene nada de
tradicional.
—¿Y qué hay del cardenal que lleva en el
pecho? —pregunta mi
madre mientras mi amiga la saca de la
habitación.
La puerta se cierra y mantenemos nuestra
profunda conexión visual.
Ninguno de los dos dice nada durante una
eternidad. Me lo como con los
ojos, músculo a músculo, centímetro a
centímetro de belleza pura y
perfecta.
—No quiero dejar de mirarte la cara —dice él
al fin.
—¿Ah, no?
Niega con la cabeza.
—Veré encaje si miro a otra parte, ¿verdad?
Asiento.
—¿Encaje blanco?
—Marfil.
El pecho se le expande un poco.
—Y estás más alta, llevas los tacones puestos.
Asiento de nuevo. Si aparta los ojos de mi
cara, podría ser muy
peligroso para mi pelo, mi maquillaje y mi
ropa interior. Y además nos
retrasaríamos mucho. Tessa aparecerá en
cualquier momento para
comprobar que estoy lista antes de decirme
cuántos pasos hay hasta el
salón de verano y cuánto debo tardar en
llegar.
Parpadea un par de veces y sé que no va a
poder resistirse a mirar,
pero más le vale controlarse cuando me vea, y
más me vale a mí
controlarme también. Es muy difícil. Le caen
gotas de sudor por las sienes,
le resbalan por el cuello y el pecho duro como
el acero antes de viajar por
las ondulaciones de su abdomen y dispersarse
en el elástico de los
pantalones cortos. Oscilo sobre mis tacones
cuando su mirada abandona la
mía y se arrastra por mi cuerpo. El pecho le
sube y le baja con fuerza
durante el recorrido. Siento un hormigueo por
todas partes, la reacción de
mi cuerpo a su perfección, y al mismo tiempo
quiero que me haga suya
aquí y ahora.
—Acabas de pasar por encima de mi madre.
—Intento ocultar el
deseo en la voz pero, como siempre, fracaso
estrepitosamente. Es
imposible resistirse a ese hombre,
especialmente cuando me mira así,
cuando los ojos le brillan de ese modo.
Doy el primer paso. Cruzo lentamente la suite
y me detengo a pocos
centímetros de su cuerpo bañado en sudor. Miro
sus labios carnosos. Se le
acelera la respiración y su pecho se expande
tanto que casi roza el mío.
—Se estaba interponiendo en mi camino —dice
con calma, su aliento
sobre mí.
—Trae mala suerte ver a la novia antes de la
boda.
—Impídemelo. —Inclina la cabeza y sus labios
apenas rozan los míos
pero no me toca—. Te he echado de menos.
—Sólo han pasado doce horas. —Tengo la voz
ronca e incitante,
aunque sé que no debería alentarlo a tocarme
cuando está hecho una mole
de músculo duro y empapado y yo estoy cubierta
de encaje perfecto, con el
pelo perfecto y el maquillaje perfecto.
—Demasiado tiempo. —Me acaricia el labio
inferior con la lengua y
dejo escapar un gemido ahogado. Tengo que
luchar contra el impulso
natural de agarrarme a sus hombros—. Has
bebido —me acusa con
dulzura.
—Sólo un sorbo —digo. Es un sabueso—. No
deberíamos hacer esto.
—No puedes estar así de guapa y luego decir
esas cosas, Ava.
Su boca se aprieta contra la mía y su lengua
busca la forma de entrar,
incitando a mis labios a separarse y a
aceptarlo. Su calor disipa mis nervios
sobre el lugar en el que estamos, se me olvida
todo cuando me reclama,
pero aun así no me pone un dedo encima.
Nuestras lenguas se rozan y se
acarician, pero ése es el único contacto que
hay entre nosotros, aunque es
tan apasionado como siempre. Tengo los
sentidos saturados, no puedo
pensar, y mi cuerpo le suplica más pero él se
limita a mantener el
movimiento fluido de su lengua, que saca de
vez en cuando de mi boca
para provocarme antes de volver a hundirla
junto a la mía. Es un ritmo
exquisito que me hace gemir y derretirme entre
mis muslos mientras él me
adora con delicadeza.
—Jesse, vamos a llegar tarde a nuestra propia
boda. —Tengo que
parar esto antes de que uno de los dos lo
lleve al siguiente nivel. Por
ejemplo, servidora.
—No me digas que deje de besarte, Ava. —Me
muerde el labio
inferior y deja que se deslice lentamente
entre sus dientes—. No me digas
nunca que deje de besarte.
Se agacha despacio hasta quedar de rodillas y
tira de mis manos para
que baje. Me quito los zapatos y me uno a él.
Me acaricia las manos con
los pulgares un rato antes de levantar la
vista y que sus estanques verdes
me cieguen.
—¿Estás lista? —pregunta con calma.
Frunzo el ceño.
—¿Me estás preguntando si todavía quiero casarme
contigo?
Su boca tiembla ligeramente.
—No. No tienes elección. Sólo te pregunto si
estás lista.
Intento evitar reírme de su franqueza.
—¿Y si te digo que no?
—No lo harás.
—¿Por qué?
Sus labios temblorosos esbozan una sonrisa
tímida y se encoge de
hombros.
—Estás nerviosa. No quiero que estés nerviosa.
—Jesse, estoy nerviosa por el lugar en el que
voy a casarme. —
También estoy nerviosa por las cosas típicas
de una novia, pero lo que más
ansiedad me provoca es el hecho de estar aquí.
Se le borra la sonrisa de la cara.
—Ava, lo tengo todo controlado. Te dije que no
te preocuparas y no
deberías preocuparte, y punto.
—No me puedo creer que me convencieras para
hacer esto. —Dejo
caer la cabeza y me siento un poco culpable
por dudar de su palabra. Sé
exactamente por qué nos casamos en La Mansión.
Es porque no hay lista
de espera ni otras reservas entre las que
encontrar un hueco. Es el lugar en
el que podía hacerme caminar hacia el altar
sin tener que esperar.
—Oye. —Me coge de la barbilla y me levanta la cabeza
para que vea
su rostro, tan hermoso que duele mirarlo—. No
le des más vueltas.
—Perdona —gruño.
—Ava, cielo, quiero que disfrutes de este día,
no que te agobies por
algo que no va a pasar. Nunca. No se enterarán
jamás, te lo prometo.
Me obligo a dejar a un lado mi incomodidad y a
sonreír. Sus palabras
me han hecho sentir mejor. Lo creo.
—Vale.
Se pone de pie, se acerca a una enorme cómoda,
saca algo del cajón y
regresa a mi lado con una toalla de baño.
Frunzo el ceño cuando se pone de
rodillas y se seca la cara y el pelo húmedo
antes de cubrirse el cuerpo con
ella.
Luego abre los brazos.
—Ven aquí —me ordena en voz baja.
No espero ni un segundo antes de acurrucarme
en su regazo y dejar
que me rodee con su cuerpo. Apoyo la mejilla
en su pecho, encima de la
toalla. Su sudor limpio penetra mis fosas
nasales y me relajo.
—¿Mejor?
—Mucho mejor —farfullo contra la toalla—. Te
quiero, mi señor —
sonrío.
Noto que se ríe debajo de mí pero no oigo su
risa.
—Creía que era tu «dios».
—Eso también.
—Y tú eres mi seductora. O podrías ser mi
señora de La Mansión.
Doy un salto del susto y veo que se está
riendo de mí.
—¡No voy a ser la señora de La Mansión del
Sexo!
Se ríe y tira de mí hasta tenerme otra vez en
su regazo. Me acaricia el
pelo brillante y lo huele con entusiasmo.
—Lo que tú quieras, señorita.
—Con ser «señorita» tengo más que suficiente.
—Sé que mis manos
se están deslizando por su espada mojada pero
me da igual—. Te quiero
muchísimo.
—Lo sé, Ava.
—Tengo que vestirme, que voy a casarme.
—¿De verdad? ¿Quién es el cabrón afortunado?
Sonrío y me aparto otra vez de su cuerpo.
Tengo que verlo.
—Es un hombre controlador, neurótico e
imposible.
Le acaricio la mejilla con la mano.
—Es muy guapo —susurro buscando sus ojos, que
no se apartan de mí
—. Ese hombre me deja sin aliento sólo con
tocarme y me folla hasta que
pierdo el sentido.
Espero a que me riña por mi vocabulario pero
sólo aprieta los labios,
así que me acerco y lo beso en la barbilla
antes de seguir hacia la boca.
—Me muero por casarme con él. Deberías
marcharte para que no
tenga que hacerlo esperar.
—¿Qué diría ese hombre si te pillara con otro?
—me pregunta entre
besos. Sonrío.
—Pues primero lo castraría y luego le
preguntaría si prefiere que lo
entierren o que lo incineren, esas cosas.
Abre unos ojos como platos.
—Parece un tío posesivo. No me gustaría
vérmelas con él.
—Mejor que no: te aplastaría. —Me encojo de
hombros y él se echa a
reír de esa forma que hace que le brillen los
ojos y le salgan patas de gallo
—. ¿Eres feliz? —pregunto.
—No, estoy cagado de miedo. —Se sienta en el
suelo y me lleva
consigo—. Pero hoy me siento valiente. Bésame.
Me lanzo a ello. Le cubro la cara de besos y
gimo de dulce felicidad
pero no me dejan disfrutar mucho tiempo.
La puerta se abre.
—¡Jesse Ward! ¡Aparta tu cuerpo sudoroso de mi
hija! —El grito
perplejo de mi madre invade la privacidad de
nuestro momento.
Me echo a reír. Los reproches de mi madre no
van a impedir que
consiga mi dosis de Jesse, y él tampoco se
mueve.
—¡Ava! ¡Vas a oler a sobaco! —Su taconeo furioso
se oye más cerca
—. Tessa, ayúdame.
De repente, noto un montón de brazos que tiran
de distintas partes de
mi cuerpo, intentando separarme de Jesse.
—¡Mamá, para! —Me río y me abrazo a Jesse con
más fuerza—. ¡Ya
me levanto!
—¡Pues venga! Te casas dentro de media hora,
te has destrozado el
peinado y te has pasado la tradición por el
forro revolcándote por el suelo
con tu futuro marido —espeta echando un poco
más de humo— . ¡Tessa,
explícaselo tú!
—Vamos, Ava. —El tono severo de Tessa es como
una puñalada. La
mujer es simpática, pero cuando se trata de
organización da mucho miedo.
—Vale, vale —gruño despegándome de mala gana
del cuerpo de
Jesse.—
Por Dios, mírate —gimotea mi madre, preocupada
por mi melena
despeinada.
Intento no reírme cuando veo que Jesse no se
va, sino que se pone un
brazo bajo la cabeza a modo de almohada para
poder ver cómo mi madre
se mete conmigo.
—Sois como niños —continúa, y vuelve sus ojos
chocolate, que echan
chispas, en dirección a mi hombre imposible—.
¡Fuera!
—Vale, vale. —Se levanta del suelo de un salto
y sus deliciosos
músculos se contraen y se flexionan.
Tessa está babeando pero sale de su trance en
cuanto se da cuenta de
que la estoy mirando con las cejas arqueadas.
—Yo me encargo del novio —dice mirando a todas
partes menos al
torso de mi dios—. Vámonos, Jesse.
—Espera. —Me mira el cuello—. ¿Dónde está tu
diamante?
—¡Mierda! —Me llevo la mano a la clavícula y
busco por el suelo
con la mirada—. ¡Mierda, mierda, mierda!
¡Mamá!
—¡Ava! —me grita Jesse—. ¡Esa boca, por favor!
—No te alteres —dice mi madre arrodillándose
para mirar debajo de
la cama mientras yo sigo buscando por el suelo
de moqueta.
—¡Lo encontré! —Tessa lo recoge del suelo y
Jesse se lo quita de las
manos y viene hacia mí.
—Date la vuelta —me ordena, y obedezco con el
corazón desbocado.
Ese puñetero diamante va a acabar conmigo.
—Ya está. —Me da un beso en el hombro y
aprieta las caderas contra
mi trasero.
—Eso os enseñará a no retozar en el suelo
—resopla mi madre—. ¡Y
ahora, fuera!
Tira del brazo de Jesse, que no hace nada para
apartarla.
Me vuelvo y le digo adiós con la mano, cosa
que hace que ella resople
otra vez y que él sonría como un crío. Luego
Tessa se lo lleva de la suite.
—Por fin —exclama mi madre—. Ponte el vestido,
Ava O’Shea.
¿Dónde está?
Señalo el lavabo y me siento en el borde de la
cama.
—En el baño, y muy pronto ya no me llamaré así
—replico, altanera.
Cruza decidida la habitación.
—Para mí siempre serás Ava O’Shea —refunfuña—.
Levanta. Tu
padre estará aquí dentro de un minuto para
llevarte abajo.
Me pongo en pie y me arreglo la ropa interior.
—¿Papá está bien?
—Nervioso, pero nada que no se cure con un par
de whiskys. Odia ser
el centro de atención.
Es verdad. Estará encantado de entregarme a
Jesse para que todo el
mundo deje de mirarlo y poder perderse entre
los invitados. Hablamos del
tema de los discursos y se lo veía muerto de
miedo. Le dije que no tenía
que hacerlo, pero mi madre y él insistieron.
Mamá retira la percha del vestido y me lo pone
delante. Apoyo la
mano en su hombro y me meto dentro. Dejo que
lo suba para poder
introducir los brazos por los delicados
tirantes. Me da la vuelta y me
abrocha la infinidad de diminutos botones en
forma de perla que suben por
mi espina dorsal. Luego me coloca los tirantes
en su sitio. Se ha callado y
no se mueve. Sé lo que voy a ver cuando me
vuelva, y no estoy segura de
poder soportarlo. Luego oigo un pequeño
suspiro.
—Mamá, no llores, por favor.
Se pone manos a la obra.
—¿Qué?
Me doy la vuelta y confirmo mis sospechas.
Tiene los ojos llorosos y
se le escapa un sollozo.
—Mamá... —le advierto con cariño.
—Ay, Ava... —Corre al baño y la oigo tirar
como una loca del papel
higiénico y luego sonarse la nariz.
Sabía que se iba a poner así. Aparece en el
umbral, secándose las
lágrimas con un trozo de papel.
—Perdona. En fin, lo estaba llevando muy bien.
—Es verdad —le digo—. Anda, ven y ayúdame con
esto.
Lo que necesita es una distracción.
—Claro, ¿qué quieres que haga?
—Los zapatos. —Señalo el lugar en el que me
los he quitado.
Mamá los recoge y los deja a mis pies.
—Gracias. —Me levanto la falda del vestido y
vuelvo a ponerme mis
Louboutin—. ¿Qué tal mi cara?
Se ríe.
—¿Después de haberla restregado a conciencia
por la de Jesse?
—Sí. —Voy al baño a echar un vistazo.
—Vas a necesitar una capa extra de polvos —me
dice.
Tiene razón. Se me ve sonrojada. Cojo el
neceser del maquillaje y me
aplico una capa de polvos, brillo de labios y
un poco más de máscara de
pestañas. Después de haberme revolcado por el
suelo con Jesse mis rizos
ya no están suaves como la seda, pero la
peineta sigue en su sitio. Me
encuentro mejor, ése es el efecto que tiene en
mí. Basta su presencia para
eliminar toda mi ansiedad, y ahora me muero
por reunirme con él abajo,
embutida en encaje.
Me levanto el bajo del vestido para no arrastrarlo
por el suelo y salgo
del baño. Me arreglo el pelo y respiro hondo.
—Estoy lista —proclamo, y freno en seco al ver
que mi madre ya no
está sola.
—¡Mírala, Joseph! —exclama, y rompe a llorar
hundiendo la cabeza
en el hombro de mi padre, restregándole la
cara por el traje gris marengo
de tres piezas.
Kate le pasa una mano por la espalda tratando
de reconfortarla al
tiempo que pone los ojos en blanco. Papá le
rodea la cintura con afecto.
Eso es excepcional, mi padre no es nada
sentimental ni muy dado a
expresar su cariño de forma física.
Le sonrío y me devuelve la sonrisa.
—Ahora no empieces tú —lo aviso.
—No diré nada —se ríe—. Excepto lo guapa que
estás. Estás preciosa,
Ava.
—¿De verdad? —pregunto muy sorprendida ante su
muestra de
cariño, aunque sólo sea verbal.
—De verdad —asiente con convicción—. ¿Estás
lista?
Aparta con gentileza a mi madre y se arregla
el traje como si no
acabara de decirle algo bonito a su hija.
—Sí, estoy más que lista. Papá, llévame con
Jesse —pido, y surte el
efecto deseado. Todos se echan a reír.
Mucho mejor. No puedo con toda esta intensidad
emocional. Para eso
ya tengo a Jesse.
Tessa entra entonces como una flecha.
—En marcha, en marcha. ¿A qué se debe el
retraso? —pregunta
examinando a los demás, que me miran
emocionados—. Elizabeth, Kate,
abajo, por favor.
Las acompaña fuera de la habitación.
—Ava, te veo en el salón de verano dentro de
tres minutos —dice, y
me deja a solas con mi padre.
—Papá, sabes que ahora tienes que dejar que me
coja de tu brazo —
bromeo.
Él hace una mueca.
—¿Mucho rato?
—Depende de lo que tardes en llevarme abajo
—replico.
Cojo mi cala. Una sola.
—Pues movamos el culo —dice ofreciéndome el
brazo, que yo acepto
—. ¿Lista?
Asiento con la cabeza y dejo que mi padre me
conduzca al salón de
verano, donde me espera mi señor de La Mansión
del Sexo.
Mi hombre. Obsesión
Jodi Ellen Malpas
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