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03 Confesión - Mi Hombre Capítulo 1

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Capítulo 1
Tengo los nervios destrozados. No sé por qué, sé que estoy haciendo lo correcto pero, maldita sea,
creo que me va a dar algo. Estoy sola, son mis primeros minutos de silencio y reflexión en lo que
llevo de día, y lo más probable es que sean también los últimos. He estado esperando que llegara
este breve instante en el tiempo, suplicando por él en medio del caos que me rodea. Necesito este
momento, a solas conmigo misma, para asimilar el paso tan grande que voy a dar. Yo sola para
intentar recomponerme. Sé que, de hoy en adelante, estos momentos valdrán su peso en oro.
Es el día de mi boda.
Es el día en que le voy a prometer a mi hombre que seré suya el resto de mi vida, aunque no es
que me haga falta un papel o un anillo en el dedo para que así sea. Pero a él, sí. Por eso voy a
casarme con ese hombre dos semanas después de que hincara la rodilla en el suelo, en la terraza del
Lusso. Ahora estoy en bata, sentada en un diván en una de las suites privadas de La Mansión (la
misma en la que Jesse me acorraló hace semanas), tratando de centrarme.
Me voy a casar en La Mansión.
El día más importante de mi vida tendrá lugar en el club de sexo superpijo de mi señor. No
estoy nerviosa sólo por ser la novia. Mis padres, mi hermano y toda mi familia están paseando a sus
anchas por el edificio y quedándose maravillados ante su opulencia. Por eso he cerrado con un
candado de cinco kilos las puertas del salón comunitario. Lo he revisado un millón de veces, y
también he comprobado que todos los artefactos de madera y las rejas de oro colgantes hayan
desaparecido de las habitaciones privadas. Asimismo, he instruido en repetidas ocasiones al
personal de La Mansión. El ejército de empleados de Jesse ha tenido que aguantar mis comentarios y
mis constantes recordatorios sobre el hecho de que mi familia no sabe nada. Los pobres me siguen la
corriente, ponen los ojos en blanco y me aseguran que todo irá bien, o me miran con cara de entender
mi situación, aunque eso no me hace sentir mejor. Los hombres de la familia no me preocupan tanto:
se irán al bar y no se moverán de allí a menos que se les ordene lo contrario, pero mi madre y mi tía
son harina de otro costal. Mi madre, que ama el lujo con pasión, está metiendo las narices en todas
partes, y de repente se ha proclamado guía oficial, lista para mostrar lo magnífica que es la finca de
Jesse. Se lo podría ahorrar. Ojalá se sentara con mi padre en el bar. Ojalá pudiera pegarle el culo al
taburete con cemento cola y obligarla a beber «sublimes de Mario» todo el día y toda la noche. Es un
estrés añadido que realmente no necesito el día de mi boda, pero cuando mi hombre imposible y
neurótico me tenía tumbada en el suelo en la terraza el día de su cumpleaños, cubierta por su cuerpo
fuerte y viril, dije que sí. No le hizo falta recurrir al polvo de entrar en razón.
Sé que se ha encargado de todo. La Mansión realmente parece un hotel exclusivo, pero yo sé lo
que hay en el piso de arriba y que todas las camas están bailando ahora mismo sobre mi cabeza,
como si se sintieran solas. Seguro que se sienten solas. La Mansión lleva dos días cerrada por los
preparativos, cosa que le ha costado a Jesse una pequeña fortuna en reembolsos a los socios. Es
posible que ahora mismo me haya vuelto tan impopular entre los socios como entre las socias. Todos
deben de odiarme: las mujeres por haberles birlado a su señor delante de sus narices, y ahora
también los hombres, por haberlos obligado a tomarse unos días de descanso de sus aventuras
sexuales preferidas.
Miro al techo y muevo los hombros en círculos para aliviar la tensión que se va acumulando. No
sirve de nada. Estoy demasiado nerviosa. Me levanto, voy hasta el espejo y me miro. La procesión
va por dentro pero por fuera parezco descansada y estoy radiante; mi maquillaje es ligero y natural.
Phillipe ha hecho un trabajo increíble: mi pelo nunca ha estado tan brillante, y los rizos largos y
marcados flotan libremente, apenas sujetos a un lado de la cabeza por una peineta joya. A Jesse le
encanta que lleve el pelo suelto.
También le encanta que vista de encaje.
Me acerco a la puerta, donde cuelga mi vestido, y admiro el intrincado encaje, mucho encaje, y
las explosiones de diminutas perlas cosidas aquí y allá. Sonrío. Se le va a cortar la respiración. Es
un vestido de novia muy sencillo, con tirantes delicados, la espalda escotada y la cintura ceñida. Mi
señor va a caer rendido de rodillas.
Elegancia sencilla.
El encaje de color marfil se desliza por mi trasero, abraza mis caderas y cubre un metro de
suelo. Mucho, mucho encaje. Zoe, la dependienta de Harrods, ha triunfado con este vestido. Ha
acertado con todo, incluso con los zapatos sin adornos en el mismo tono. Unos Louboutin de tacón de
aguja clásicos.
Cojo el teléfono de la mesilla de noche. Es mediodía. Tengo que vestirme. Dentro de una hora
estaré con Jesse en el salón de verano, pronunciando mis votos, haciendo oficial la promesa que le
hice. El estómago se me revuelve trescientos sesenta grados... otra vez.
Me quito la bata y me pongo las bragas antes de coger el corsé de encaje de color marfil sin
tirantes y meterme dentro. Lo subo hasta el estómago y arreglo mi pequeño escote en las copas.
Cubre justo el cardenal circular de mi pecho. Mi marca.
Tocan suavemente a la puerta. Se acabó el minuto de reflexión.
—¿Sí? —Me pongo la bata encima de la ropa interior y me acerco a la puerta que está en la otra
punta de la suite.
—Ava, cariño, ¿estás visible? —Es mi madre.
Abro.
—Estoy visible y necesito que me ayudes.
Entra y cierra la puerta. Está guapísima. Su atuendo no tiene nada que ver con el clásico traje de
chaqueta y sombrero de madre de la novia, sino que ha ensalzado su figura con un encantador vestido
recto de satén de color ostra. Lleva el pelo corto y peinado hacia un lado con una perla y una pluma.
—Perdona, cariño. Le estaba enseñando el spa a la tía Angela. Creo que le va a preguntar a
Jesse si puede hacerse socia, ha quedado muy impresionada. ¿Hace falta ser socio para usar el spa y
el gimnasio o son sólo para huéspedes?
Me muero de vergüenza al instante.
—Es sólo para huéspedes, mamá.
—No pasa nada. Imagino que hará una excepción con la familia. Tus abuelos, que el Señor los
tenga en su gloria, se habrían creído que estaban en el palacio de Buckingham. —Me atusa el pelo y
le aparto las manos—. ¿Has conseguido ponerte la ropa interior?
Me da un repaso con sus ojos de color chocolate.
—Ya casi es la hora.
Vuelvo a quitarme la bata y la dejo encima de la cama.
—Sí, pero necesito que me abroches el corsé —digo, me vuelvo de espaldas a ella y me recojo
el pelo sobre un hombro.
Las dos semanas que Jesse se ha pasado poniéndome crema en la espalda han borrado todo
rastro de los latigazos. Las marcas físicas han desaparecido, pero aquel día estará grabado a fuego en
mi mente para siempre.
—Muy bien. —Empieza a abrochar todos los corchetes—. Ava, deberías ver el salón de
verano. Está precioso. Eres muy afortunada de tener un lugar tan bonito donde casarte. Las mujeres
tienen que pedir una segunda hipoteca para poder permitirse algo así.
Me alegro de que no me vea la cara porque estoy muy incómoda.
—Lo sé.
He visto el salón y es verdad que está precioso. Tessa, la organizadora de boda, se ha
encargado de que así sea, aunque cada rincón de La Mansión rebosa esplendor, con o sin boda. Yo
apenas he participado en los preparativos. Jesse me presentó a Tessa al día siguiente de que le dijera
que me casaría con él. Está claro que mi hombre imposible ya la había buscado con antelación para
que organizara nuestra boda, esa de la que se suponía que íbamos a hablar y a planificar juntos como
adultos. Además, qué casualidad, La Mansión tiene licencia para bodas. Ni siquiera le he preguntado
cómo lo ha conseguido. Lo único que he hecho en relación con mi boda es visitar a Zoe para elegir el
vestido de novia. No estoy estresada por los preparativos. Estoy estresada por el emplazamiento.
—Ya está. —Mi madre me da la vuelta y deja caer de nuevo mi pelo por la espalda. Me mira
pensativa y sé lo que va a decirme—. Cariño, ¿puedo darte un consejo de madre?
—No —respondo rápidamente con una sonrisa.
Me devuelve la sonrisa y me sienta en el borde de la cama.
—Cuando te casas, te conviertes en la piedra angular de tu esposo —me sonríe con afecto—.
Deja que piense que manda, que crea que no puedes vivir sin él, pero no permitas nunca que te robe
tu independencia o tu identidad, cariño. Los hombres necesitan que les masajeen el ego. —Se ríe—.
Les gusta pensar que son ellos los que llevan los pantalones, y debes dejar que se lo crean.
Niego con la cabeza.
—Mamá, no es necesario...
—Sí que lo es —insiste—. Los hombres son criaturas complicadas.
Me río, burlona. No tiene ni idea de lo complicada que es mi criatura.
—Lo sé.
—Y aunque se hacen los valientes y se creen muy hombres, ¡no son nada sin nosotras! —Acerca
mi cara colorada a la suya—. Ava, veo que Jesse te quiere, y admiro lo franco que es cuando se trata
de lo que siente por ti, pero recuerda quién eres. No dejes que te cambie nunca, cariño.
—No va a cambiarme, mamá.
No estoy en absoluto cómoda con esta conversación, aunque ha dado en el clavo. Después de
que Jesse se declarase, mis padres se quedaron dos días con nosotros, y ahora llevan en Londres
desde el miércoles, así que han visto de sobra cómo es Jesse conmigo (salvo por las cuentas atrás y
las distintas clases de polvos). Han visto cómo me colma de atenciones y de cariño, cómo no se
separa de mí, y al menos yo no he ignorado sus comedidas observaciones. Jesse no se ha dado ni
cuenta. Mejor dicho, se ha dado cuenta pero le da igual, y yo no voy a decirle nada. Me gusta el
contacto constante tanto como a él.
Mi madre me sonríe.
—Quiere cuidar de ti y ha dejado claro que para él lo eres todo. A tu padre y a mí nos hace muy
felices saber que has encontrado un hombre que te adora, un hombre que caminaría sobre ascuas por
ti.
—Yo también lo adoro —digo en voz baja. La sinceridad de las palabras de mi madre me
atenaza las cuerdas vocales y hace que me tiemble la voz—. No me hagas llorar, por favor. Se me
estropearía el maquillaje.
Me coge la cara entre las manos y me da un beso.
—Sí, mejor me dejo de rollos sentimentales. Pero no hagas nunca nada que no quieras hacer: ya
he visto que puede ser muy persuasivo.
Me echo a reír y mi madre se ríe también. ¿Persuasivo?
—Es una lástima que su familia no haya podido venir —musita.
Hago una mueca.
—Ya te lo he dicho, viven en el extranjero. No están muy unidos.
Apenas he dicho nada de por qué la familia de Jesse estará ausente. Ha bastado con la historia
que me contó Jesse cuando nos conocimos. Es perfectamente plausible.
—Ay, el dinero... —suspira—. Causa más trifulcas familiares que cualquier otra cosa.
—Cierto —afirmo. Lo mismo que los clubes de sexo y los tipos mujeriegos.
Nos interrumpen unos golpecitos en la puerta y mi madre me deja sentada en la cama para abrir.
—Debe de ser Kate —dice alegremente.
—¡Traigo alcohol! ¡Caramba, Elizabeth! ¡Estás increíble!
La voz animada de Kate entra en la habitación antes de que deje atrás a mi madre y sus felices
ojos azules se claven en mí.
—¿Aún no estás vestida? —pregunta dejando la bandeja sobre la cómoda de madera.
Está fabulosa, con un vestido muy sencillo de satén de color marfil y los rizos rojos
enmarcándole las pálidas facciones. Es mi única dama de honor, pero su entusiasmo vale por diez.
—Estaba en ello. —Me levanto y vuelvo a acomodarme las tetas en las copas del corsé.
—Aquí tienes —dice pasándome una copa llena de líquido rosa.
—¡Sí, es imprescindible! —añade mi madre cerrando la puerta y cogiendo otra copa para ella.
Da un buen trago y suspira—. Ese pequeño italiano sabe cómo hacer feliz a una mujer.
Rechazo la copa con un gesto.
—No, gracias —digo; no quiero oler a alcohol delante de Jesse.
—Te calmará los nervios —insiste Kate cogiéndome la mano y poniendo en ella la copa—.
Bebe. Sabe por qué estoy nerviosa. También he hecho que Kate revise el candado y las habitaciones
privadas un millón de veces. Señala la copa con la cabeza y una ceja levantada, y finalmente doy mi
brazo a torcer y le doy un generoso trago al «sublime de Mario». Sabe tan sublime como siempre,
pero ni todo el alcohol del mundo podría curarme.
—¿Dónde está Jesse? —pregunto dejando la copa.
No lo he visto desde anoche. Como sé que mi madre es tradicional, insistí en que durmiéramos
separados la noche antes de la boda. Se negó a salir de mi habitación hasta un minuto antes de la
medianoche, y luego tuvo una pataleta tremenda cuando mi madre empezó a tocar a la puerta para
recordarle que saliera. Se moría de ganas de pasar por encima de ella pero, sorprendentemente, se
fue sin montar una escena. Sólo le lanzó una mirada asesina cuando ella lo escoltó fuera de la
habitación.
—Creo que se está vistiendo —dice Kate, y se termina un cóctel.
—¡Bebe despacio, Katie Matthews! —la regaña mi madre al tiempo que le quita la copa de las
manos—. Tienes todo el día por delante.
—Perdón. —Mi amiga me mira y se ríe.
Sé por qué ha empezado a beber a primera hora: es el síndrome Dan y Sam en la misma
habitación.
—¿Y qué hay de papá y de mi hermano?
—Están en el bar, Ava. Todos los hombres están en el bar —responde Kate, recalcando lo de
«todos».
—¿Todos? —pregunto—. ¿Incluso Sam?
Ella asiente.
—Sí, todos los hombres. Exceptuando a Jesse, pero incluidos Sam y Dan.
Hago una mueca. Hoy va a ser un día muy duro para Kate. Dan ha pospuesto su regreso a
Australia para poder asistir a mi boda, pero no me ha contado gran cosa, ni la noche de la pedida de
mano, ni desde entonces... Tampoco hace falta. Es evidente que le cuesta aceptar la dirección que ha
tomado mi vida y el estar cerca de Kate, sobre todo cuando Sam, que no sabe nada, se halla presente.
A Kate tampoco le resulta fácil, aunque intenta aparentar que no le afecta.
—Venga, vamos —dice dando un par de palmadas—. ¿Vas a vestirte o vas a caminar hacia el
altar así? Estoy segura de que a Jesse le encantaría.
Le sonrío a mi feroz amiga. Ella sabe que Jesse está obsesionado con el encaje, pero mi madre
no.
—Me estoy vistiendo.
Saco los zapatos de tacón de su envoltorio de papel de seda y me los pongo. Ahora soy ocho
centímetros más alta.
—Perfecto. —Respiro hondo y voy hacia la puerta, donde me espera mi vestido.
Me detengo un instante para admirarlo y me deleito al ver lo exquisito que es.
—Quizá deberías ir al baño antes de que te lo pongamos —sugiere mi madre acercándose a mi
lado para contemplarlo—. Ay, Ava. Nunca he visto nada parecido.
Asiento sin dejar de recorrerlo con la mirada.
—Lo sé, y sí, tengo que hacer pis.
Dejo a mi madre admirando mi vestido y voy al baño. Pillo a Kate dando un trago rápido
mientras Elizabeth no mira. Si no estuviera tan preocupada por el lugar en el que se celebra la boda,
me preocuparía por tener que pasar el día con Dan y Kate tan cerca que podrían lanzarse escupitajos.
Cierro la puerta antes de usar el baño y disfrutar de otro instante de privacidad mientras me
aseguro de vaciar completamente la vejiga. Luego oigo que llaman a la puerta de la suite, a lo que le
sigue la inconfundible voz aguda de pánico de mi madre. Me pregunto qué estará pasando. Me
arreglo rápidamente, me lavo las manos y salgo del baño.
—Jesse —mi madre está claramente harta—, tú y yo vamos a acabar mal si no haces lo que se
te dice.
Miro a Kate, que está bebiendo más sublime mientras mi madre está distraída. Me sonríe y se
encoge de hombros.
—¿Qué ocurre?
—Jesse quiere verte, pero Elizabeth no lo deja.
Pongo los ojos en blanco, miro en su dirección y veo que mi madre bloquea el pequeño hueco
que hay entre el marco y la puerta. Entonces lo oigo.
—Déjame entrar y no acabaremos mal, mamá.
Sé que está sonriendo, pero su gesto amistoso no me engaña. Noto el tono de amenaza, incluso
con mi madre. Va a entrar en la habitación, y ni siquiera ella va a poder impedírselo.
—Jesse Ward, no te atrevas a llamarme «mamá» cuando sólo soy nueve años mayor que tú —le
espeta—. ¡Vete! La verás dentro de media hora.
—¡Ava! —grita por encima de mi madre.
Miro a Kate, que asiente con la cabeza porque me ha entendido perfectamente. Las dos
corremos hacia la puerta. Kate coge la percha del vestido y yo recojo el bajo con los brazos. Lo
llevamos al baño entre las dos y volvemos a colgarlo de la puerta.
Kate se echa a reír.
—¿Crees que tu madre aprenderá algún día o seguirá intentando domarlo?
—No lo sé.
Aliso el delantero del vestido, salgo con Kate y cierro el baño. Mamá continúa de guardiana de
la puerta con el pie anclado en la base. Eso no detendrá a Jesse.
—¡Jesse, no! —grita al tiempo que empuja la puerta contra él—. ¡Que no! ¡Que trae mala suerte!
¿Es que eres tan cabezota que no tienes ningún respeto por la tradición?
—Déjame entrar, Elizabeth. —Está apretando los dientes, lo sé.
Miro a Kate y niego con la cabeza. Está pasando por encima de mi madre, tal y como prometió
que haría si ella alguna vez se interponía en su camino, y ahora mismo es justo lo que está haciendo.
Kate coge otra copa de la bandeja y se acerca como si nada a la puerta.
—Déjalo entrar, Elizabeth. Nunca conseguirás detenerlo. Es como un rinoceronte.
—¡No! —Mi madre sigue en sus trece, aunque no va a conseguir nada. Ya debería saberlo, pese
al poco tiempo que ha pasado con él—. ¡No va a...! ¡No, Jesse Ward!
Sonrío al ver a mi decidida madre echarse un poco atrás antes de que la levanten del suelo y la
dejen fácilmente a un lado. Se arregla el vestido y se coloca bien el postizo del pelo mientras le
lanza dagas con la mirada a mi hombre imposible. Me fijo de nuevo en la puerta abierta, donde unos
estanques verdes ardientes de deseo me observan con atención. Su rostro carece de emoción y está
sin afeitar. Mi mirada golosa se aparta de la suya y disfruta con su cuerpo medio desnudo. Lo tengo
delante y sólo lleva unos pantalones cortos puestos. Tiene el pecho húmedo y el pelo oscurecido por
el sudor. Ha salido a correr otra vez.
—¡Pero bueno! —sisea mi madre—. ¡Ava, dile que se marche!
No está en absoluto contenta.
Mis ojos encuentran de nuevo los de Jesse.
—No pasa nada, mamá. Danos cinco minutos.
Su mirada brilla de aprobación mientras espera pacientemente a que mi madre dé su brazo a
torcer y nos deje a solas. Seguro que a ella no se lo parece, pero incluso este pequeño gesto es una
muestra inusual de respeto. Me hará suya cuando quiera y donde quiera, y el hecho de que no la haya
apartado de la puerta a la fuerza es toda una novedad. Sí, le ha pasado por encima, pero podría
haberla pisoteado con ganas.
Con el rabillo del ojo veo que Kate se acerca a mi madre y la coge del brazo.
—Vamos, Elizabeth. Sólo serán unos minutos.
—¡Es la tradición! —brama, pero deja que Kate se la lleve.
Esbozo una pequeña sonrisa. Mi relación con Jesse no tiene nada de tradicional.
—¿Y qué hay del cardenal que lleva en el pecho? —pregunta mi madre mientras mi amiga la
saca de la habitación.
La puerta se cierra y mantenemos nuestra profunda conexión visual. Ninguno de los dos dice
nada durante una eternidad. Me lo como con los ojos, músculo a músculo, centímetro a centímetro de
belleza pura y perfecta.
—No quiero dejar de mirarte la cara —dice él al fin.
—¿Ah, no?
Niega con la cabeza.
—Veré encaje si miro a otra parte, ¿verdad?
Asiento.
—¿Encaje blanco?
—Marfil.
El pecho se le expande un poco.
—Y estás más alta, llevas los tacones puestos.
Asiento de nuevo. Si aparta los ojos de mi cara, podría ser muy peligroso para mi pelo, mi
maquillaje y mi ropa interior. Y además nos retrasaríamos mucho. Tessa aparecerá en cualquier
momento para comprobar que estoy lista antes de decirme cuántos pasos hay hasta el salón de verano
y cuánto debo tardar en llegar.
Parpadea un par de veces y sé que no va a poder resistirse a mirar, pero más le vale controlarse
cuando me vea, y más me vale a mí controlarme también. Es muy difícil. Le caen gotas de sudor por
las sienes, le resbalan por el cuello y el pecho duro como el acero antes de viajar por las
ondulaciones de su abdomen y dispersarse en el elástico de los pantalones cortos. Oscilo sobre mis
tacones cuando su mirada abandona la mía y se arrastra por mi cuerpo. El pecho le sube y le baja con
fuerza durante el recorrido. Siento un hormigueo por todas partes, la reacción de mi cuerpo a su
perfección, y al mismo tiempo quiero que me haga suya aquí y ahora.
—Acabas de pasar por encima de mi madre. —Intento ocultar el deseo en la voz pero, como
siempre, fracaso estrepitosamente. Es imposible resistirse a ese hombre, especialmente cuando me
mira así, cuando los ojos le brillan de ese modo.
Doy el primer paso. Cruzo lentamente la suite y me detengo a pocos centímetros de su cuerpo
bañado en sudor. Miro sus labios carnosos. Se le acelera la respiración y su pecho se expande tanto
que casi roza el mío.
—Se estaba interponiendo en mi camino —dice con calma, su aliento sobre mí.
—Trae mala suerte ver a la novia antes de la boda.
—Impídemelo. —Inclina la cabeza y sus labios apenas rozan los míos pero no me toca—. Te he
echado de menos.
—Sólo han pasado doce horas. —Tengo la voz ronca e incitante, aunque sé que no debería
alentarlo a tocarme cuando está hecho una mole de músculo duro y empapado y yo estoy cubierta de
encaje perfecto, con el pelo perfecto y el maquillaje perfecto.
—Demasiado tiempo. —Me acaricia el labio inferior con la lengua y dejo escapar un gemido
ahogado. Tengo que luchar contra el impulso natural de agarrarme a sus hombros—. Has bebido —
me acusa con dulzura.
—Sólo un sorbo —digo. Es un sabueso—. No deberíamos hacer esto.
—No puedes estar así de guapa y luego decir esas cosas, Ava.
Su boca se aprieta contra la mía y su lengua busca la forma de entrar, incitando a mis labios a
separarse y a aceptarlo. Su calor disipa mis nervios sobre el lugar en el que estamos, se me olvida
todo cuando me reclama, pero aun así no me pone un dedo encima. Nuestras lenguas se rozan y se
acarician, pero ése es el único contacto que hay entre nosotros, aunque es tan apasionado como
siempre. Tengo los sentidos saturados, no puedo pensar, y mi cuerpo le suplica más pero él se limita
a mantener el movimiento fluido de su lengua, que saca de vez en cuando de mi boca para
provocarme antes de volver a hundirla junto a la mía. Es un ritmo exquisito que me hace gemir y
derretirme entre mis muslos mientras él me adora con delicadeza.
—Jesse, vamos a llegar tarde a nuestra propia boda. —Tengo que parar esto antes de que uno
de los dos lo lleve al siguiente nivel. Por ejemplo, servidora.
—No me digas que deje de besarte, Ava. —Me muerde el labio inferior y deja que se deslice
lentamente entre sus dientes—. No me digas nunca que deje de besarte.
Se agacha despacio hasta quedar de rodillas y tira de mis manos para que baje. Me quito los
zapatos y me uno a él. Me acaricia las manos con los pulgares un rato antes de levantar la vista y que
sus estanques verdes me cieguen.
—¿Estás lista? —pregunta con calma.
Frunzo el ceño.
—¿Me estás preguntando si todavía quiero casarme contigo?
Su boca tiembla ligeramente.
—No. No tienes elección. Sólo te pregunto si estás lista.
Intento evitar reírme de su franqueza.
—¿Y si te digo que no?
—No lo harás.
—¿Por qué?
Sus labios temblorosos esbozan una sonrisa tímida y se encoge de hombros.
—Estás nerviosa. No quiero que estés nerviosa.
—Jesse, estoy nerviosa por el lugar en el que voy a casarme. —También estoy nerviosa por las
cosas típicas de una novia, pero lo que más ansiedad me provoca es el hecho de estar aquí.
Se le borra la sonrisa de la cara.
—Ava, lo tengo todo controlado. Te dije que no te preocuparas y no deberías preocuparte, y
punto.—
No me puedo creer que me convencieras para hacer esto. —Dejo caer la cabeza y me siento
un poco culpable por dudar de su palabra. Sé exactamente por qué nos casamos en La Mansión. Es
porque no hay lista de espera ni otras reservas entre las que encontrar un hueco. Es el lugar en el que
podía hacerme caminar hacia el altar sin tener que esperar.
—Oye. —Me coge de la barbilla y me levanta la cabeza para que vea su rostro, tan hermoso que
duele mirarlo—. No le des más vueltas.
—Perdona —gruño.
—Ava, cielo, quiero que disfrutes de este día, no que te agobies por algo que no va a pasar.
Nunca. No se enterarán jamás, te lo prometo.
Me obligo a dejar a un lado mi incomodidad y a sonreír. Sus palabras me han hecho sentir
mejor. Lo creo.
—Vale.
Se pone de pie, se acerca a una enorme cómoda, saca algo del cajón y regresa a mi lado con una
toalla de baño. Frunzo el ceño cuando se pone de rodillas y se seca la cara y el pelo húmedo antes de
cubrirse el cuerpo con ella.
Luego abre los brazos.
—Ven aquí —me ordena en voz baja.
No espero ni un segundo antes de acurrucarme en su regazo y dejar que me rodee con su cuerpo.
Apoyo la mejilla en su pecho, encima de la toalla. Su sudor limpio penetra mis fosas nasales y me
relajo.—
¿Mejor?
—Mucho mejor —farfullo contra la toalla—. Te quiero, mi señor —sonrío.
Noto que se ríe debajo de mí pero no oigo su risa.
—Creía que era tu «dios».
—Eso también.
—Y tú eres mi seductora. O podrías ser mi señora de La Mansión.
Doy un salto del susto y veo que se está riendo de mí.
—¡No voy a ser la señora de La Mansión del Sexo!
Se ríe y tira de mí hasta tenerme otra vez en su regazo. Me acaricia el pelo brillante y lo huele
con entusiasmo.
—Lo que tú quieras, señorita.
—Con ser «señorita» tengo más que suficiente. —Sé que mis manos se están deslizando por su
espalda mojada pero me da igual—. Te quiero muchísimo.
—Lo sé, Ava.
—Tengo que vestirme, que voy a casarme.
—¿De verdad? ¿Quién es el cabrón afortunado?
Sonrío y me aparto otra vez de su cuerpo. Tengo que verlo.
—Es un hombre controlador, neurótico e imposible.
Le acaricio la mejilla con la mano.
—Es muy guapo —susurro buscando sus ojos, que no se apartan de mí—. Ese hombre me deja
sin aliento sólo con tocarme y me folla hasta que pierdo el sentido.
Espero a que me riña por mi vocabulario pero sólo aprieta los labios, así que me acerco y lo
beso en la barbilla antes de seguir hacia la boca.
—Me muero por casarme con él. Deberías marcharte para que no tenga que hacerlo esperar.
—¿Qué diría ese hombre si te pillara con otro? —me pregunta entre besos.
Sonrío.
—Pues primero lo castraría y luego le preguntaría si prefiere que lo entierren o que lo
incineren, esas cosas.
Abre unos ojos como platos.
—Parece un tío posesivo. No me gustaría vérmelas con él.
—Mejor que no: te aplastaría. —Me encojo de hombros y él se echa a reír de esa forma que
hace que le brillen los ojos y le salgan patas de gallo—. ¿Eres feliz? —pregunto.
—No, estoy cagado de miedo. —Se sienta en el suelo y me lleva consigo—. Pero hoy me siento
valiente. Bésame.
Me lanzo a ello. Le cubro la cara de besos y gimo de dulce felicidad pero no me dejan disfrutar
mucho tiempo.
La puerta se abre.
—¡Jesse Ward! ¡Aparta tu cuerpo sudoroso de mi hija! —El grito perplejo de mi madre invade
la privacidad de nuestro momento.
Me echo a reír. Los reproches de mi madre no van a impedir que consiga mi dosis de Jesse, y él
tampoco se mueve.
—¡Ava! ¡Vas a oler a sobaco! —Su taconeo furioso se oye más cerca—. Tessa, ayúdame.
De repente, noto un montón de brazos que tiran de distintas partes de mi cuerpo, intentando
separarme de Jesse.
—¡Mamá, para! —Me río y me abrazo a Jesse con más fuerza—. ¡Ya me levanto!
—¡Pues venga! Te casas dentro de media hora, te has destrozado el peinado y te has pasado la
tradición por el forro revolcándote por el suelo con tu futuro marido —espeta echando un poco más
de humo—. ¡Tessa, explícaselo tú!
—Vamos, Ava. —El tono severo de Tessa es como una puñalada. La mujer es simpática, pero
cuando se trata de organización da mucho miedo.
—Vale, vale —gruño despegándome de mala gana del cuerpo de Jesse.
—Por Dios, mírate —gimotea mi madre, preocupada por mi melena despeinada.
Intento no reírme cuando veo que Jesse no se va, sino que se pone un brazo bajo la cabeza a
modo de almohada para poder ver cómo mi madre se mete conmigo.
—Sois como niños —continúa, y vuelve sus ojos chocolate, que echan chispas, en dirección a
mi hombre imposible—. ¡Fuera!
—Vale, vale. —Se levanta del suelo de un salto y sus deliciosos músculos se contraen y se
flexionan.
Tessa está babeando pero sale de su trance en cuanto se da cuenta de que la estoy mirando con
las cejas arqueadas.
—Yo me encargo del novio —dice mirando a todas partes menos al torso de mi dios—.
Vámonos, Jesse.
—Espera. —Me mira el cuello—. ¿Dónde está tu diamante?
—¡Mierda! —Me llevo la mano a la clavícula y busco por el suelo con la mirada—. ¡Mierda,
mierda, mierda! ¡Mamá!
—¡Ava! —me grita Jesse—. ¡Esa boca, por favor!
—No te alteres —dice mi madre arrodillándose para mirar debajo de la cama mientras yo sigo
buscando por el suelo de moqueta.
—¡Lo encontré! —Tessa lo recoge del suelo y Jesse se lo quita de las manos y viene hacia mí.
—Date la vuelta —me ordena, y obedezco con el corazón desbocado.
Ese puñetero diamante va a acabar conmigo.
—Ya está. —Me da un beso en el hombro y aprieta las caderas contra mi trasero.
—Eso os enseñará a no retozar en el suelo —resopla mi madre—. ¡Y ahora, fuera!
Tira del brazo de Jesse, que no hace nada para apartarla.
Me vuelvo y le digo adiós con la mano, cosa que hace que ella resople otra vez y que él sonría
como un crío. Luego Tessa se lo lleva de la suite.
—Por fin —exclama mi madre—. Ponte el vestido, Ava O’Shea. ¿Dónde está?
Señalo el lavabo y me siento en el borde de la cama.
—En el baño, y muy pronto ya no me llamaré así —replico, altanera.
Cruza decidida la habitación.
—Para mí siempre serás Ava O’Shea —refunfuña—. Levanta. Tu padre estará aquí dentro de un
minuto para llevarte abajo.
Me pongo en pie y me arreglo la ropa interior.
—¿Papá está bien?
—Nervioso, pero nada que no se cure con un par de whiskys. Odia ser el centro de atención.
Es verdad. Estará encantado de entregarme a Jesse para que todo el mundo deje de mirarlo y
poder perderse entre los invitados. Hablamos del tema de los discursos y se lo veía muerto de
miedo. Le dije que no tenía que hacerlo, pero mi madre y él insistieron.
Mamá retira la percha del vestido y me lo pone delante. Apoyo la mano en su hombro y me meto
dentro. Dejo que lo suba para poder introducir los brazos por los delicados tirantes. Me da la vuelta
y me abrocha la infinidad de diminutos botones en forma de perla que suben por mi espina dorsal.
Luego me coloca los tirantes en su sitio. Se ha callado y no se mueve. Sé lo que voy a ver cuando me
vuelva, y no estoy segura de poder soportarlo. Luego oigo un pequeño suspiro.
—Mamá, no llores, por favor.
Se pone manos a la obra.
—¿Qué?
Me doy la vuelta y confirmo mis sospechas. Tiene los ojos llorosos y se le escapa un sollozo.
—Mamá... —le advierto con cariño.
—Ay, Ava... —Corre al baño y la oigo tirar como una loca del papel higiénico y luego sonarse
la nariz.
Sabía que se iba a poner así. Aparece en el umbral, secándose las lágrimas con un trozo de
papel.—
Perdona. En fin, lo estaba llevando muy bien.
—Es verdad —le digo—. Anda, ven y ayúdame con esto.
Lo que necesita es una distracción.
—Claro, ¿qué quieres que haga?
—Los zapatos. —Señalo el lugar en el que me los he quitado.
Mamá los recoge y los deja a mis pies.
—Gracias. —Me levanto la falda del vestido y vuelvo a ponerme mis Louboutin—. ¿Qué tal mi
cara?
Se ríe.
—¿Después de haberla restregado a conciencia por la de Jesse?
—Sí. —Voy al baño a echar un vistazo.
—Vas a necesitar una capa extra de polvos —me dice.
Tiene razón. Se me ve sonrojada. Cojo el neceser del maquillaje y me aplico una capa de
polvos, brillo de labios y un poco más de máscara de pestañas. Después de haberme revolcado por
el suelo con Jesse mis rizos ya no están suaves como la seda, pero la peineta sigue en su sitio. Me
encuentro mejor, ése es el efecto que tiene en mí. Basta su presencia para eliminar toda mi ansiedad,
y ahora me muero por reunirme con él abajo, embutida en encaje.
Me levanto el bajo del vestido para no arrastrarlo por el suelo y salgo del baño. Me arreglo el
pelo y respiro hondo.
—Estoy lista —proclamo, y freno en seco al ver que mi madre ya no está sola.
—¡Mírala, Joseph! —exclama, y rompe a llorar hundiendo la cabeza en el hombro de mi padre,
restregándole la cara por el traje gris marengo de tres piezas.
Kate le pasa una mano por la espalda tratando de reconfortarla al tiempo que pone los ojos en
blanco. Papá le rodea la cintura con afecto. Eso es excepcional, mi padre no es nada sentimental ni
muy dado a expresar su cariño de forma física.
Le sonrío y me devuelve la sonrisa.
—Ahora no empieces tú —lo aviso.
—No diré nada —se ríe—. Excepto lo guapa que estás. Estás preciosa, Ava.
—¿De verdad? —pregunto muy sorprendida ante su muestra de cariño, aunque sólo sea verbal.
—De verdad —asiente con convicción—. ¿Estás lista?
Aparta con gentileza a mi madre y se arregla el traje como si no acabara de decirle algo bonito
a su hija.
—Sí, estoy más que lista. Papá, llévame con Jesse —pido, y surte el efecto deseado. Todos se
echan a reír.
Mucho mejor. No puedo con toda esta intensidad emocional. Para eso ya tengo a Jesse.
Tessa entra entonces como una flecha.
—En marcha, en marcha. ¿A qué se debe el retraso? —pregunta examinando a los demás, que
me miran emocionados—. Elizabeth, Kate, abajo, por favor.
Las acompaña fuera de la habitación.
—Ava, te veo en el salón de verano dentro de tres minutos —dice, y me deja a solas con mi
padre.—
Papá, sabes que ahora tienes que dejar que me coja de tu brazo —bromeo.
Él hace una mueca.
—¿Mucho rato?
—Depende de lo que tardes en llevarme abajo —replico.
Cojo mi cala. Una sola.
—Pues movamos el culo —dice ofreciéndome el brazo, que yo acepto—. ¿Lista?
Asiento con la cabeza y dejo que mi padre me conduzca al salón de verano, donde me espera mi

señor de La Mansión del Sexo.

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