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02 Obsesión - Mi Hombre Capítulo 26


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Capítulo
26
Entro en el dormitorio tras una ducha fresca y sacudo la cabeza al ver a
Jesse tumbado boca arriba en medio de la cama, vestido sólo con unos
bóxeres blancos ajustados y dejando patente con la expresión que no le
hace gracia que salga. Me siento delante del espejo de cuerpo entero y
empiezo a secarme el pelo. Nos hemos pasado todo el día trasladando la
montaña de ropa y accesorios al piso de arriba. Ahora tengo mi propio lado
en el inmenso armario vestidor, y también tenía a un hombre muy feliz,
hasta que he empezado a prepararme para mi noche de fiesta con Kate. El
buen humor no le ha durado mucho, pero Tom y Victoria van a salir con
nosotras también, y tengo muchas cosas que contarle a Kate, así que estoy
deseando que llegue la hora, y Jesse va a tener que aprender a
compartirme.
Termino de secarme el pelo, apago el secador y oigo un montón de
resoplidos y bufidos provenientes de la cama. Se está comportando como
un crío, así que no hago caso y me dirijo al cuarto de baño para ponerme
crema y maquillarme. Cuando me estoy aplicando la máscara de pestañas,
entra como si tal cosa y se tumba sobre el diván dejando escapar un
dramático suspiro. Reclina con descaro su cuerpo definido y cruza los
brazos por detrás de la cabeza, lo que acentúa todavía más los magníficos
músculos de su cuerpo. Intento hacer como que no está, pero ver cómo se
pasea con unos bóxeres blancos ajustados de Armani es algo difícil de
ignorar. Lo está haciendo adrede.
Salgo corriendo del baño para ponerme la ropa interior y vestirme.
Eso podría llevarme un tiempo, sobre todo bajo la mirada crítica de Jesse,
pero todavía no he llegado a mi recién asignado cajón de la ropa interior
cuando me agarra y me tira sobre la cama, sin la toalla. Debería haberlo
imaginado; va a placarme para marcarme y no me dejará salir hasta que su
esencia esté por todo mi cuerpo. Ya ha hecho esto antes.
Me pone de rodillas con las piernas separadas y me agarra de la
cintura.
—No te vas a correr —gruñe. Acerca los dedos a mi sexo y empieza a
moverlos para prepararme.
La repentina invasión me obliga a hundir la cara en la ropa de cama
para amortiguar el grito. Va a dejarme al borde del orgasmo otra vez, lo sé.
—Esto es para mi propio beneficio, no para el tuyo —asegura entre
dientes.
Empieza a trazar círculos alrededor de mi ano y yo gimo de
desolación contra la cama. Esto es una auténtica tortura. Sabe
perfectamente lo que se hace. Mi cuerpo entero se tensa ante su tacto.
—Relájate, Ava. No quiero hacerte daño. —Me mete los dedos y, por
acto reflejo, mis músculos se tensan para evitar su invasión.
Lanzo un grito.
—¡Relájate! —chilla, y yo espero que mi cuerpo lo obedezca, pero no
lo hace. Se resiste ante el hecho inevitable de que Jesse parará antes de que
estalle. No quiero salir esta noche con una presión insoportable entre las
piernas. Quiero estar saciada y relajada, y él puede hacer que lo esté. ¡El
puto culo! Siento que se coloca en la entrada.
Me quejo.
—Maldita sea, Ava —dice con exasperación—. Deja de resistirte.
—Vas a dejarme a medias, ¿verdad? No vas a dejar que acabe —
jadeo, desesperada.
—Eso pretendo, nena. —Me da una palmada en el trasero—.
¡Relájate!
—¡No puedo! —Una oleada de dolor se extiende por mi cuerpo a
causa del rápido manotazo. Él grita de frustración ante mi inconformidad y
acerca la mano a mi vulva para acariciarme con los dedos.
—¡Ahhhhh!
Me relajo al instante. El tacto de sus dedos hace estallar todos mis
sentidos y me obliga a echarme hacia adelante. Está pulsando el botón con
el que tiene contacto directo. Me ahogo en una oleada de inmenso placer y
empiezo a acercarme a un intenso clímax a toda velocidad. Intento retener
su mano, pero aparta los dedos.
—¡No! —grito de pura frustración.
—Sí.
Vuelve a meterme los dedos y a rozarme con el pulgar la punta del
clítoris, obligándome a empujar hacia atrás en un intento desesperado de
obtener más fricción. Vuelve a sacarlos y extiende toda mi humedad por la
raja de mi trasero.
—¡No, Jesse! —Siento cómo su firme polla empuja contra el orificio
—. ¡Por favor!
—Sabes que te encanta, Ava. —Empuja y me penetra a un ritmo lento
y controlado—. ¡JODER!
Quiero gritar de rabia y de frustración, pero eso no evita que empuje
hacia atrás para recibirlo hasta el final. Sé que no voy a correrme, pero no
lo puedo evitar.
Jesse jadea, me agarra de la cintura y se clava muy adentro en mi
interior dejándome sin respiración.
—¡Joder! —grito cuando me llena por completo. Empuja hacia
adelante y constato que piensa cumplir su palabra.
—Joder, Ava —jadea—. Me encanta estar dentro de ti, nena. —
Empuja más aún y deja escapar un largo gemido mientras yo me concentro
en controlar mi respiración entrecortada—. Cógete a la cabecera.
Respiro hondo y levanto los brazos para agarrarme a una de las barras
de madera. Suelto un alarido. El cambio de posición permite que me
penetre más profundamente. Se queda quieto mientras sigo sus órdenes y
me acaricia la espalda con suavidad. Los fuegos artificiales que amenazan
con estallar en mi sexo comienzan a tornarse dolorosos.
—¿Estás bien cogida?
—¡Sí! —respondo secamente, con lo que me gano una nueva palmada
en el trasero.
Voy a gritar de frustración, y eso que ni siquiera ha terminado
conmigo. ¿Por qué coño no detengo esto?
Oigo que contiene la respiración y empieza a salir. La presión
disminuye ligeramente, pero entonces me empuja hacia adelante y vuelve a
hundirse en mí con una potente estocada. Grito de nuevo.
—¡Agárrate bien, Ava! —Repite el delicioso movimiento y yo tenso
las manos y apoyo la frente sobre mi antebrazo.
—¡Por favor, Jesse! —le ruego.
—Te gusta, ¿verdad? —pregunta con voz lujuriosa y sedienta.
—Sí.
—Te gusta que folle con fuerza, ¿verdad, Ava?
—¡Sí!
—Sí, sé que te gusta.
Levanta las manos de mis caderas y me agarra de los hombros antes
de embestirme de nuevo una y otra y otra vez, gritando de placer con cada
arremetida. Entonces baja la mano hasta mi sexo y acaricia mi tembloroso
clítoris con los dedos.
Yo grito, clavo los dientes en mi brazo de desesperación y la cabeza
empieza a darme vueltas con una mezcla de placer infinito y de dolorosas
puñaladas. Siento que estoy cerca del clímax y, en un furioso intento de
conseguirlo, empujo hacia atrás contra él con incesantes movimientos.
—De eso, nada —ruge. Aparta los dedos y saca la polla de mi culo.
Grito de rabia y él me quita las manos de la cabecera, me da la vuelta
y me tumba sobre la cama. Se sube a horcajadas sobre mi estómago, me
atrapa los brazos a ambos lados del cuerpo con las rodillas y empieza a
frotarse la verga con la mano arriba y abajo. No quiero mirar.
—¡Abre los ojos, Ava! —grita, y me agarra de la cadera, provocando
que deje escapar un grito y que me retuerza debajo de él.
—¡Eres un cabrón! —le digo mientras le lanzo la peor de mis miradas
—. ¡Pienso cogerme el pedo del siglo esta noche!
—No lo harás.
Continúa masturbándose encima de mí mientras miro, con los ojos
oscuros y cargados de excitación. Los músculos de su cuello empiezan a
tensarse. Aprieto los labios. ¡No pienso abrir la boca!
Se inclina hacia adelante, se agarra con la mano libre a la cama y se
corre sobre mis pechos con un alarido que resuena por toda la habitación.
Jadea encima de mí y decelera sus movimientos mientras yo me retuerzo
en vano. Me ha cubierto las tetas con su semen de advertencia, llevo el
pelo revuelto, probablemente tenga que volver a maquillarme, y estoy a
punto de estallar por la inmensa presión que siento entre las piernas. No
me siento en absoluto contenta.
—¿Quieres correrte? —pregunta mirándome a los ojos con la frente
repleta de sudor.
—¡Voy a salir! —ladro para dejar claro que no pienso volver a
negociar sobre eso. ¡Ni hablar!
—Eres muy testaruda. —Se agacha y me pasa la palma de la mano por
todo el pecho, extendiendo su esencia por cada milímetro de mi torso—.
Mi misión aquí ha terminado —dice con una media sonrisa antes de
inclinarse y pegar los labios a los míos.
Abro la boca de manera involuntaria y acepto los ansiosos lametones
de su lengua, gimiendo y suplicando más, pero entonces se retira y yo
sacudo la cabeza de un lado a otro y me pongo boca abajo. Se echa a reír y
me da una palmada en el culo antes de levantarse de la cama.
—No te duches.
—¡No me da tiempo! —le grito a la espalda mientras se recoloca los
calzoncillos.
Grito y me revuelvo en la cama durante unos instantes. No sé qué voy
a conseguir con eso, aparte de despeinarme y lograr que se me corra todo el
maquillaje. No puedo creer lo que acaba de hacer. Pero ¿qué digo? Claro
que puedo creerlo. Este tío es irracional e imposible.
¡En fin! Salto de la cama y me dispongo a arreglarme. Mis rizos
secados al aire se han transformado en una maraña morena y tengo las
mejillas sonrojadas. Cualquiera diría que acabo de echar un polvo, lo que
es irónico, porque no ha sido así. Al menos no en el sentido más
satisfactorio. Aprieto los muslos, gruño y cojo una toalla pequeña para
secarme los restos de Jesse del pecho. Es imposible limpiar el inmenso
chupetón que me ha hecho antes en la teta. No podré ponerme nada
escotado esta noche, y no sólo por esa mancha roja.
¡Maldito controlador!
Vuelvo a maquillarme, me visto y bajo la escalera con todo el sigilo
de que soy capaz. Pienso dirigirme directamente a la puerta y, con un poco
de suerte, tardará un rato en darse cuenta de que me he ido. Inspecciono el
espacio diáfano del ático y no lo veo, así que me acerco de puntillas a la
cocina y asomo la cabeza por el pasillo. ¿Dónde está?
—¡Ni de coña vas a salir con eso puesto!
Mis piernas ponen de inmediato la quinta marcha al oír su alarido y
corro hacia la puerta. Doy un portazo al salir para entorpecer su
persecución y rezo para que el ascensor esté abierto. Doy gracias a todos
los santos, entro y pulso el código inmediatamente. Las puertas se cierran
justo cuando veo el rostro furioso de Jesse a través de la minúscula rendija.
Lo saludo con descaro y me vuelvo para mirarme al espejo.
Vale, el vestido gris de Chloé es bastante provocativo, pero me hace
unas piernas fantásticas, aunque esté feo que yo lo diga. Él se lo ha
buscado.
La puerta del ascensor se abre y atravieso a gran velocidad el
vestíbulo con el suelo de mármol mientras busco las llaves en mi bolso.
Necesita ponerse algo de ropa y esperar a que el ascensor vuelva a subir
hasta el ático, así que tengo tiempo.
—¡Hola, Clive! —canturreo mientras paso por delante de él y salgo
del edificio. Pulso el botón en el mando del coche y corro por el
aparcamiento.
Lo oigo antes de verlo. Me vuelvo y veo cómo sale corriendo del
vestíbulo del Lusso con cara de pocos amigos. Aprieto los labios con
fuerza para evitar reírme. Parece que vaya a matar a alguien. Se dirige
hacia mí a toda velocidad, descalzo y magníficamente desnudo, a
excepción de los calzoncillos blancos. Permanezco donde estoy. Sabía que
no conseguiría salir con este vestido. Me alcanzaría aquí o en el bar, iba a
arrastrarme hasta casa y a ponerme algo que fuera más de su gusto.
Me agarra, me carga sobre los hombros, levanta la mano para
sujetarme el vestido de manera que no se me vea el culo y vuelve a
llevarme de nuevo al Lusso.
—Maldita suerte la mía, que he ido a enamorarme perdidamente de la
mujer más imposible de todo el maldito universo. Buenas tardes, Clive.
—Señor Ward —saluda el conserje sin prestarnos mucha atención—.
Hola, Ava.
—¡Hola, Clive! —canturreo entre risas. Jesse entra en el ascensor e
introduce el código mientras masculla entre dientes.
—¿Todavía no has cambiado el código? —Le paso la palma de la
mano por la espalda, se la meto por debajo de los calzoncillos y le doy un
pequeño apretón.
—Cállate, Ava —me ordena.
—¿Somos amigos?
—¡No! —Me da una palmada en el culo y yo grito—. No juegues
conmigo, preciosa. A estas alturas deberías saber que yo siempre gano.
—Lo sé. Te quiero.
—Yo también te quiero, pero eres terriblemente puñetera.
Paramos tardísimo frente a la casa de Kate, después de haber
conseguido que Jesse haya aprobado que salga con un vestido de color rosa
palo de Ponte y unos zapatos a juego, aunque casi me esposa a la cama de
nuevo al ver que me había dejado el anillo de compromiso sobre la mesilla
de noche. Había olvidado ponérmelo, pero él se ha encargado de
colocármelo de nuevo. Al menos he conseguido convencerlo de dejar el
collar en la caja fuerte. Ya me siento bastante incómoda con este pedrusco
enorme en el dedo. Si me pusiera también el collar, acabaría al borde de un
ataque de nervios.
Kate sale corriendo de casa y Jesse baja del coche para que ella suba
atrás.
—¡Vaya! Éste me gusta mucho más que el Porsche —dice, y se
acomoda en el asiento trasero—. No le digáis a Samuel que he dicho eso.
Bueno, enséñamelo.
—¿Qué? —Me vuelvo para mirar a la cara a mi exaltada amiga.
Ella se queda helada y mira a Jesse con temor.
—Mierda.
—No pasa nada —la tranquiliza.
Lo miro con la boca abierta.
—¿Ella lo sabía?
—Necesitaba uno de tus anillos para saber la medida. —Se encoge de
hombros y centra la atención en la carretera.
Kate suspira de alivio.
—¿Lo sabías? —le digo con tono recriminatorio.
—Sí. ¿Ha sido romántico? Enséñamelo. —Me hace un gesto para que
le muestre la mano.
Me echo a reír con ganas. Jesse me mira con el rabillo del ojo y con
los labios apretados formando una línea recta mientras va esquivando el
tráfico.—
Sí, ha sido romántico —resoplo. «Si te parece que es romántico que
te esposen y te obliguen a tragarte el semen, entonces lo ha sido.» Le
muestro la mano.
—¡Joder! —Me la agarra con las dos suyas y se acerca el diamante a
la cara—. Menudo pedrusco. ¿Cuándo es la boda? —Me suelta la mano,
coge su bolso y saca un espejito—. Joder, Ava, ¿se lo has dicho ya a tus
padres?
Kate ha tocado sin querer dos temas peliagudos. Discutiremos la fecha
de la boda como adultos en breve, y en cuanto a mis padres..., bueno,
todavía no sé qué hacer.
—No lo sé, y no —contesto.
Jesse se revuelve en su asiento y me mira con disgusto. Yo hago como
si nada. No voy a entrar en eso ahora. Me vuelvo y miro a Kate.
—¿Qué tal anoche? —pregunto tranquilamente.
—Genial —contesta sin dar más detalles, y continúa mirando el
espejo.—
¿A qué hora os fuisteis? —insisto.
—No me acuerdo. —Hace un mohín frente al espejo y desvía sus
enormes ojos azules en mi dirección—. ¿Este interrogatorio tiene alguna
razón de ser?
Jesse se ríe por lo bajo.
—Creo que Ava quiere saber si os divertisteis en el piso de arriba
después de que nosotros nos fuéramos —aclara. Le lanzo una mirada
asesina y él arquea una ceja. ¿Hace falta ser tan directo?
Kate le da unas palmaditas en el hombro.
—Eso, amigo mío, no es asunto vuestro. Bueno, sí lo es, pero no. —Se
echa a reír de nuevo y yo me quedo estupefacta.
Me vuelvo y niego con la cabeza, consternada. Estoy rodeada de
chalados.
Jesse se detiene delante del Baroque y sale del coche para dejar que
Kate baje.
—¡Voy pidiendo las bebidas! —anuncia ella, y entra danzando en el
bar.
Jesse espera a que me aproxime a la acera. Está enfadado otra vez y
no se me escapa el detalle de que acaba de hacerle un gesto al portero.
Cuando estoy lo bastante cerca, me estrecha contra su pecho y absorbe
la esencia de mi cabello.
—No bebas.
—No lo haré.
Se aparta y apoya la frente en la mía.
—Lo digo en serio.
—No voy a beber —le aseguro. No pienso discutir. Si lo hiciera sólo
conseguiría que volviera a meterme en su coche de regreso al Lusso en un
abrir y cerrar de ojos.
—Pasaré luego a recogerte. Llámame.
Me aparta el pelo de la cara y me besa intensamente para marcar su
propiedad. Llevo un diamante enorme en la mano, creo que eso ya lo dice
todo. Parece tan abatido que casi me dan ganas de irme con él, pero
tenemos que superar esa ansiedad tan irracional que siente cuando estoy en
otra parte que no sea con él.
Le cojo la cara y beso su mejilla cubierta por una barba de dos días.
—Te llamaré. Ve a correr o algo —digo.
Lo dejo en la acera y rezo para mis adentros para que vaya a casa, se
ponga el chándal y dé doce vueltas por los parques reales. Sonrío con
dulzura al portero mientras entro y él me saluda con la cabeza y también
me sonríe como si lo supiera todo. ¡Esto es absurdo!
Kate está en la barra con Tom y Victoria, que ya tienen sus bebidas.
Ella está algo menos cabreada, y Tom parece encantado de verme. Lleva
una ridícula camisa de rayas rosa y amarillas.
—¡Ava! —exclama—. ¡Vaya, qué vestido tan fabuloso! —canturrea
mientras me lo acaricia.
—Gracias. —Sabe Dios cuál habría sido su reacción si me hubiera
dejado puesto el gris.
—¿Qué quieres beber, Ava? —pregunta Victoria por encima del
hombro.
—¡Vino! —exclamo, desesperada, y los tres se echan a reír.
Nos sentamos a una mesa y le doy tranquilamente el primer sorbo a
mi copa de vino. Dejo escapar un suspiro de placer y cierro los ojos
agradecida. Está riquísimo.
—¡Santo cielo! ¿Qué diablos es eso? —Tom se abalanza sobre la
mesa, me agarra la mano y empieza a babear encima de mi nuevo amigo—.
¿El adonis?
Me encojo de hombros.
—Estoy loca por él.
—Pero si sólo lo conoces desde hace..., ¿cuánto? ¿Un mes? —El tono
de Victoria me encoleriza—. Y además regenta un club de sexo.
—¿Y? —espeto, totalmente a la defensiva.
—Y nada, sólo era un comentario —recula resoplando ante mi
hostilidad, y vuelve a dejarse caer sobre su butaca.
—¿Y cuándo ha ocurrido esto? La última vez que lo vi sólo estabas
acostándote con él —dice Tom recordando mis palabras.
—Bueno, pues ahora voy a casarme con él. —Recojo la mano y me
refugio en mi copa de vino.
Soy consciente del exhaustivo interrogatorio que me espera tanto por
parte de mis padres como de Dan. No necesito el de mis amigos también.
Ah, y Dan vuelve mañana. Con todo lo que ha acontecido los últimos días,
se me había olvidado por completo. Una oleada de culpabilidad me invade
por haber pasado por alto el regreso de mi hermano, pero pronto es
sustituida por una punzada de emoción y, después, igual de rápido, por el
temor. ¿Qué opinará de todo esto? Miro por encima de mi copa y veo que
Kate me sonríe para infundirme seguridad.
—Simplemente ha pasado —musito.
—¿Cómo está Drew? —dice Kate dirigiéndose a Victoria.
No sé si es una pregunta adecuada. Visto el mal humor que se gasta
Victoria y tras saber que Drew la había invitado a La Mansión, sumado al
hecho de que ella no lo acompañaba anoche, no creo que la respuesta vaya
a ser muy positiva, pero agradezco el intento de desviar la conversación de
mi amiga.
—Y yo qué sé —responde ella con altanería—. No pienso volver a
verlo. He quedado con otra persona.
—¿Esta noche? —pregunta Tom, perplejo, inclinándose sobre la mesa
con expresión acusadora.
—Sí —responde ella.
Tom resopla y vuelve a su silla.
—¡Vale, pues muchas gracias! ¡Vas a dejarme tirado! —exclama.
Miro a Kate, y veo que tiene la misma expresión que creo tener yo:
divertida.
A Victoria casi se le salen los ojos de las órbitas al ver el cabreo de
Tom.
—¡Tú no tienes ningún problema en dejarme tirada cuando se te
ofrece un poco de acción! —le reprocha con razón.
Tom ha dejado a Victoria tirada en numerosas ocasiones cuando otro
tío le ha lanzado una mirada prometedora.
—Aun así, la semana tiene siete días, podrías haber elegido otro. ¿Y
de quién se trata? —Remueve su piña colada y hace todo lo posible por
aparentar aburrimiento.
—El amigo de un amigo —dice.
Me alegra ver que parece sincera y que ha superado su historia con el
airoso Drew. Esa relación no tenía ningún sentido.
—Ah, ahí está. —Se levanta—. ¡Nos vemos!
Se dirige hacia un tipo bastante normalito de mediana estatura que
está en la barra y ambos se saludan con un beso incómodo en la mejilla y
un apretón de manos. Ella le dice algo al oído y él asiente antes de
marcharse. Hacen bien. De lo contrario, estaríamos toda la noche
observando el progreso de la cita y Tom no pararía de criticarlos.
—Vaya —resopla él—. ¿Qué os ha parecido?
Nos pasamos la siguiente hora riendo, charlando de todo un poco y
bebiendo. Es estupendo. Esto me recuerda por qué tengo que discutir con
mi hombre imposible sobre este asunto. Necesito a mis amigos, sobre todo
a Kate. Con Tom aquí, todavía no he tenido la ocasión de ponerla al día
sobre Mikael y Coral ni de interrogarla sobre La Mansión y sus últimas
visitas allí.
—¿Y cómo está Sam? —Tom centra la atención en Kate.
—¿Por qué lo preguntas? ¿Todavía quieres tirártelo? —bromea
guiñándome el ojo.
Tom se pone rojo como un tomate y le lanza a Kate una mirada de
odio muy afeminada. Me sorprende que esté tan pillado por el joven
tranquilo, relajado y adicto a la diversión que es Sam.
—No —refunfuña, y cruza las piernas en un gesto totalmente gay—.
Sólo preguntaba por educación. ¿Cómo está Jesse?
Tengo la copa pegada a los labios, lista para inclinarla y dar un trago,
cuando formula la pregunta. No puedo evitar el tema de que voy a casarme
con él durante toda la noche. Todo el mundo sabe que es un tipo imposible,
pero sólo conmigo. Los que están presentes en esta mesa (y también otros
que no están) lo han visto en acción alguna vez.
—¿Por qué? ¿También te lo quieres tirar a él? —salta Kate en tono de
burla. Yo empiezo a descojonarme y Tom la mira con la boca abierta.
Nos observa muy disgustado.
—¿Es la noche de meterse con Tom o qué?
—Eso parece —digo, y levanto mi copa—. Tom, Jesse te absorbería...
hasta la... médula —digo, muy seria.
—¡Ava! —exclama.
—¡Venga ya! Yo tengo que escuchar tortuosas historias sobre tus
encuentros sexuales.
Kate se echa a reír.
—Si vais a empezar a hablar de la vida sexual de Tom, yo me voy a
fumarme un piti. —Se levanta de la mesa y se dirige a la zona de
fumadores.
—Necesito ir al servicio —gruñe Tom.
Se marcha a los aseos y me deja ahí observando a la gente, un
pasatiempo que suele gustarme, pero entonces Matt aparece en mi campo
de visión y me agacho ligeramente.
«¡Mierda!»
De repente, el anillo me arde en la carne del dedo y empiezo a sudar.
No respondí al mensaje que me mandó pidiéndome disculpas y ahora sé
que el muy capullo ha vuelto a llamar a mis padres. Justo cuando creía que
había conseguido esquivarlo, sus ojos pequeños y brillantes se clavan en
mí y me hundo en el taburete mientras se acerca. Oteo el bar, preocupada
por si el portero me está vigilando. Vuelvo a mirar a Matt y veo que el ojo
morado se le está curando. Aplaudo a Jesse mentalmente y de repente me
arrepiento de no haber cedido a sus deseos y haberme quedado en casa con
él.
—Ava —me saluda alegremente como si nada hubiera pasado, como
si no hubiese estado diciéndoles a mis padres un montón de sandeces, entre
ellas, que Jesse es alcohólico, lo que me recuerda al instante que sabe que
tiene un problema.
Un momento. Jesse no es alcohólico. Bloqueo la parte de mi cerebro
que intenta convencerme de que quizá esté negando la evidencia.
—Matt, creo que será mejor que te largues —digo con firmeza.
—¿Qué? —Parece realmente confuso—. Ava, por favor, escúchame.
Lo siento muchísimo, de verdad. Me comporté como un auténtico capullo.
Me lo merecía todo.
Se revuelve incómodo y mira su vaso de cerveza vacío.
—Si estás saliendo con otra persona, lo asumo —dice tranquilamente
—. Me destroza pensarlo, pero lo acepto.
Mantengo las manos ocultas debajo de la mesa para esconder el
anillo. Tengo que preguntárselo, no puedo evitarlo.
—¿Cómo sabes lo de Jesse?
Levanta la mirada del vaso.
—Entonces ¿aún estás con él?
—Eso no es asunto tuyo, Matt. ¿Y por qué llamaste a mis padres para
contarles toda esa mierda?
—¿Es mierda? —replica.
—¿Con quién has hablado?
—Con nadie. —No me mira a los ojos, pero entonces apoya los codos
sobre la mesa y se acerca demasiado—. Ava, aún quiero que vuelvas
conmigo.
Me pongo tensa y desvío la mirada hacia la entrada para comprobar
que no me están espiando. ¿Qué le contesto? Acaba de decirme que lo
aceptaba todo. ¿Cuántas veces tengo que repetirle que no tiene nada que
hacer?Me entran ganas de besar a Tom cuando vuelve de los aseos y le lanza
a Matt una mirada lasciva. Él se aparta de golpe de la mesa cuando lo ve
aparecer y tira mi bolso al suelo. Su nivel de intolerancia hacia mi amigo
gay no ha mejorado. Salto de mi taburete.
—¡Ay, querida! —Tom se agacha y me ayuda a recoger mis
posesiones desperdigadas—. ¡Sigue estando bueno! —me susurra en el
suelo.—
No, no lo está. —Pongo cara de asco.
Ahora mismo me parece que Matt está de todo menos bueno. Me
crispa los nervios. Me levanto y veo que se aleja con la mano levantada
como diciendo «Nos vemos luego».
—Uy, ¡¿adónde va?! —exclama Tom dando una fuerte patada en el
suelo.—
Espero que a tirarse por un precipicio —mascullo sin piedad entre
dientes.
Me acabo el vino de un solo trago. Después de ver a Matt no me
vendría mal tomarme otra.
—¡Matt está aquí! —Kate se lanza sobre su taburete—. Y lleva un ojo
morado. ¡Bravo por Jesse!
—En fin, ha sido un placer, chicas, pero necesito un poco de acción
esta noche y no creo que vaya a encontrarla aquí. —Tom ojea con disgusto
el local lleno de hombres heterosexuales—. Me voy al Route Sixty. ¿Os
venís? —pregunta, esperanzado.
—¡No! —gritamos Kate y yo al unísono, y nos quedamos
partiéndonos de risa mientras Tom se marcha del bar en busca de acción.
—¿Te ha dicho algo esa serpiente? —pregunta Kate cuando deja de
reírse.—
Lo ha intentado.
Estoy a punto de acercarme a la barra cuando Tom vuelve corriendo y
se estrella contra la mesa. No para de resoplar y Kate y yo lo miramos
extrañadas.
Finalmente, su respiración se estabiliza.
—¡No os vais a creer a quién acabo de ver.
—¿A quién? —pregunta Kate antes de que yo tenga oportunidad de
articular palabra.
—A Sally. —En su rostro aparece una enorme sonrisa y mira hacia
atrás por encima de su hombro antes de volverse de nuevo hacia nosotras
—. Lleva minifalda y escote. Una minifalda muy corta y estrecha y un
escote muy pronunciado. ¡Tiene una cita!
—¿Qué? —digo, algo sorprendida, pero no por la ropa. Me sorprende
porque el jueves parecía que iba a suicidarse.
—¿Qué? ¿La simplona de Sally? ¿La aburrida de la oficina? —
pregunta Kate.
—Sí —confirmo—. Tom, deja en paz a la chica. —Vuelvo a coger mi
copa y recuerdo que iba a ir a por otra.
—¡Voy a hacerle una foto! —Tom sale de nuevo del bar sacándose el
teléfono del bolsillo.
—Voy a por otra ronda. —Me levanto del taburete y cojo el monedero
—. ¿Lo mismo?
—¿Hace falta que me lo preguntes? —Kate pone los ojos en blanco y
sacude el vaso vacío.
Me acerco a la barra colándome entre la gente y mientras espero mi
turno atraigo la atención de un baboso fornido que lleva una coleta. Ignoro
su mirada lasciva y pido las copas.
—Hola, ¿te invito a algo?
Lo miro y sonrío con cortesía.
—No, gracias.
—Venga, sólo una copa —insiste, y se acerca aún más.
—No. Acabo de pedir una, pero gracias.
El camarero deja una copa de vino sobre la barra.
—Tengo que ir un momento al almacén, se ha acabado la botella. —Y
me deja ahí plantada en la barra con el de la coleta babeándome encima.
Pongo los ojos en blanco, pero el camarero no parece darse cuenta.
—¿Y si quedamos algún otro día? —Ahora está muy pegado a mí.
—Estoy comprometida con alguien —digo mirando hacia atrás. Es
imposible que no haya visto el diamante descomunal que llevo en el dedo.
Doy un sorbo al vino.
—¿Y?
Me vuelvo hacia él.
—Y... estoy comprometida con alguien. —Le enseño el anillo y él
asiente, pero no se da por vencido. Creo que acabo de hacer que el reto le
parezca más interesante.
—Pero él no está aquí, ¿verdad?
—No, por suerte para ti, no —respondo secamente, y me vuelvo de
nuevo hacia la barra. Me siento tremendamente aliviada cuando veo que el
camarero se acerca.
Me sirve el vino de Kate, le entrego un billete y espero que se dé
prisa. La mirada lasciva del musculitos este me está poniendo de los
nervios. Doy otro largo trago al vino e intento hacer como que no está. Me
pongo iracunda cuando el camarero me indica que no tiene cambio. Se
aleja hasta el otro extremo de la barra y empieza a mirar en distintas cajas.
El de la coleta se aproxima aún más a mí.
—Si fueras mía, yo no te perdería de vista.
¡Joder!
—Oye, he intentado ser amable. ¡Apártate!
—Creo que podríamos pasar un buen rato juntos —insiste, y me pasa
un dedo por el brazo.
Doy un brinco y me enfurezco conmigo misma por mostrar mi
exasperación, pero el regreso del camarero me distrae. ¡Menos mal! Me
entrega el cambio, cojo corriendo la copa de Kate y me dispongo a escapar
de este pulpo. Me vuelvo demasiado bruscamente y se me caen las
monedas al suelo.
«¡Mierda!»
Dejo las copas de nuevo sobre la barra, recojo las monedas que tengo
a mano y dejo el resto que pueda haber. No estoy tan desesperada. Cojo las
bebidas y entonces el tacón se me tuerce, lo que me obliga a tambalearme
un poco.
—¡Mierda! —maldigo. Ahora va a pensar que estoy borracha y que
soy presa fácil.
Al darme la vuelta me encuentro al capullo de frente.
—¿Estás un poquito piripi, guapa? —dice en tono burlón.
—¡Vete a la mierda! —He intentado ser paciente.
—Vaya, qué carácter. —Se echa a reír y yo me largo y pienso en la
suerte que tiene de que Jesse no se encuentre aquí. De lo contrario ya
estaría hecho papilla en el suelo.
Consigo llegar hasta Kate y coloco las bebidas sobre la mesa con tanta
efusividad que derramo gran parte del contenido. Sacudo la cabeza
ligeramente y me siento en mi taburete, tambaleándome de nuevo. Mi
amiga me mira con el ceño fruncido.
—Son los zapatos —mascullo.
—¿Estás bien? —Kate se inclina hacia adelante, preocupada.
—Sí, estoy bien —le aseguro. No estoy borracha. Éste es sólo mi
tercer vino.
—¿Quién era ese gilipollas? —dice señalando con la vista al
musculitos mientras bebe un sorbo de su nueva copa de vino.
—Pues eso..., un gilipollas —respondo tajantemente—. Pero
olvidémonos de él, tienes cosas que contarme.
—¿Ah, sí? —espeta.
—Sí, y ni se te ocurra darme largas. ¿Qué está pasando?
Kate bebe otro trago de vino y evita mirarme a los ojos.
—No sé de qué me hablas.
Empiezo a impacientarme con la actitud de mi amiga. Ella jamás
dejaría que evitara su interrogatorio, y yo nunca lo haría. Nos lo contamos
todo.
—Hablo de Sam, de ti y de La Mansión.
—¡Fue divertido! —suelta.
—¡No! ¿Cómo eres capaz?
—Sólo me estoy divirtiendo, Ava. ¿Qué eres? ¿La policía sexual?
Reculo un poco.
—Entonces, ¿todo va bien?
—¡Claro!
—¿Sabes qué? Si yo fuera tú, estaría tocándome el pelo —digo
enfurruñada, y doy un largo trago al vino. ¿Cómo puede estar bien? Esta
chica es imposible—. Vale, entonces ayúdame tú a mí. Visto que te niegas
a abrirte conmigo, voy a contarte mis mierdas, porque yo valoro tu opinión
—digo, y sonrío falsamente.
Ella ignora mi pulla y arquea las cejas.
—Parece algo serio.
—Lo es. ¿Te acuerdas del promotor del Lusso? ¿El que quería
invitarme a cenar?
Kate asiente.
—Sí, el danés que tenía un atractivo escandinavo.
—Sí, Mikael. Pues resulta que Jesse se acostó con su mujer. Se están
divorciando.
—¿En serio? —Kate se inclina hacia adelante.
—Sí, y ahora se ha propuesto hacer pagar a Jesse por ello, y parece
que ha decidido que yo soy la mejor manera de conseguirlo. Tengo que
reunirme con él, y sé que no va a ser una reunión de trabajo.
—¡Joder!
—Sí, y la mujer también ha estado dando por saco.
—¿Qué vas a hacer?
Niego con la cabeza y le doy otro sorbo al vino.
—No lo sé, como tampoco sé qué voy a hacer respecto a esa mujer, la
que se presentó en la fiesta del aniversario de La Mansión.
—¿Quién es? —Kate tiene los ojos como platos. No me sorprende, es
demasiada información de golpe.
—Coral. ¿Te acuerdas de aquel tipo desagradable que estaba en La
Mansión el día que descubrimos el salón comunitario?
—¡Sí! El tipo al que Jesse golpeó. Daba miedo, Ava.
Me echo a reír. No me extraña.
—Pues era su marido. Ella le pidió a Jesse que hiciera un trío con
ellos. Pero se enamoró de él y dejó a su marido, y ahora no tiene nada.
Quiere a Jesse. Se presentó en el Lusso y lo llamó por teléfono. A él no le
he dicho nada, pero contesté a la llamada e intentó convencerme de que lo
dejara.—
¡Qué fuerte! —Kate se deja caer de nuevo sobre su taburete y yo
doy otro trago.
Al contarlo en voz alta suena absurdo, ridículo e irreal.
—Entonces ¿Jesse participó en un trío? —pregunta.
Hago un mohín tras mi copa de vino.
—Sí, eso parece. —No me lo había planteado. Estaba demasiado
ocupada intentando aclarar mis sentimientos con respecto al hecho de que
Coral estuviera enamorada de mi novio..., mi prometido..., bueno, lo que
sea—. ¡Joder! —exclamo mirando a Kate con la boca abierta.
Ella asiente despacio.
—¿Acabas de pensar lo mismo que yo?
Dejo el vino sobre la mesa. Mi mirada desciende desde los ojos
abiertos y azules de Kate hasta el suelo y vuelve a ascender. Pero entonces
me echo a reír.
—¡No! Vi la cara que ponía mientras Tom lo manoseaba la noche de
la inauguración del Lusso. Es imposible que sea bisexual. Ni hablar. —
Vuelvo a coger el vino—. Puede haber tríos de dos hombres y una mujer
sin que los hombres tengan que tocarse, ¿no?
Doy otro gran trago y recuerdo la escena en el salón comunitario. Los
hombres no tenían ningún contacto entre sí. La escena opuesta, una en la
que intervienen dos mujeres y un hombre, empieza a abrirse paso en mi
cabeza, riéndose de mí. Me paso el dorso de la mano por la frente. Estoy
sudando. No me encuentro bien. Alzo la vista y veo que la cara de Kate se
ilumina al ver que alguien se acerca. No hace falta que me vuelva para
saber de quién se trata.
—¡Señoritas!
Miro hacia arriba y veo a Sam sonriendo de oreja a oreja. ¿Qué está
haciendo aquí? Se supone que ésta es una noche de chicas, y Kate todavía
no me ha dado su parecer respecto a mi desastrosa situación.
Hunde la lengua en la oreja de mi amiga y yo resoplo para mis
adentros. Kate jamás dejaría que un hombre invadiera su tiempo de chicas.
Levanto el vino y apuro lo que queda, observando con el rabillo del ojo
cómo Sam saluda a Kate y ella lo acepta alegremente. Como mañana me
cuente que sólo se está divirtiendo con él y que no hay nada más pienso
decirle cuatro cosas bien dichas.
—Voy al servicio —los informo.
—Vale —responde ella, distraída.
Me dirijo hacia la entrada, me llevo la mano a la frente y me froto la
sien en un intento de aliviar las repentinas punzadas. Mientras me abro
paso entre la multitud, el sonido a mi alrededor se transforma en un leve
zumbido, y noto que la cabeza comienza a darme vueltas. Camino a través
de las borrosas congregaciones de gente y estoy a punto de desmayarme
cuando veo que Jesse está a tan sólo unos metros de mí, en la entrada del
bar.
«¡Mierda!»
Me quedo helada. Sabía que no iba a ser capaz de dejarme disfrutar de
unas merecidas copas de vino. Tengo la vista nublada, pero en sus
atractivos rasgos distingo perfectamente su expresión de ira. No sé por qué.
No estoy borracha. Me he bebido unas pocas copas y las he disfrutado. Es
él quien tiene problemas con el alcohol, no yo.
Y, con eso en mente, me tambaleo ligeramente de nuevo. Puede que
esto se esté sumando a las copas que tomé anoche.
Nos quedamos ahí plantados, mirándonos el uno al otro durante unos
instantes, y entonces empieza a avanzar hacia mí. Siento que me flaquean
las piernas y me agarro a una mesa. Lo último que veo antes de perder el

conocimiento es que su expresión de ira se transforma en completo terror.

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