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¡Ni lo sueñes! - Megan Maxwell Cap.30


Aquella tarde, acabadas unas compras, Rubén llegó a casa del entrenador
para devolverle el coche, y éste preguntó preocupado:
—¿Pero qué ha pasado?
Sin entender a qué se refería Rubén frunció el ceño y Norton aclaró.
—Daniela ha llamado hace un rato y ha dicho que estará unos días fuera
de Milán porque necesita pensar y…
—¡¿Cómo?! —Se sobresaltó al escuchar aquello
—¿No te ha llamado a ti?
—No.
Rachel, que en ese momento se acercaba a ellos, suspiró al descubrir que
Rubén no tenía ni idea de su marcha, era una huida.
—¡Aisss, Dios mío! ¿Dónde estará esta muchacha?
Tratando de entender porqué se habría ido, Rubén empezó a llamar por
teléfono a Daniela mientras entraba en la casa de sus padres.
—¿Ha pasado algo con el asistente social?
—Me ha dicho que todo fue bien, pero que se marchaba unos días fuera
de Milán para pensar. Le he preguntado por ti, pero ella solo ha dicho:
«Mamá… ahora no» —le respondió Rachel; Norton ni siquiera podía
hablar, se tocaba el pelo nerviosamente.
—No lo coge —protestó el futbolista.
En el lujoso salón del entrenador Norton, Rubén exigió, totalmente
confundido.
—¿Dónde está Daniela?
—No lo sé, muchacho.
—Eso quisiera saber yo, hijo —cuchicheó Rachel.
Sin pensarlo, Rubén insistió con las llamadas. El móvil daba señal pero
ella no descolgaba. Eso le enfureció aún más.
—¿Habéis discutido?
—No.
—¿Pero qué ha pasado entonces en vuestro encuentro? —insistió
Rachel.
—Le hablé de mis sentimientos y ella pareció reaccionar bien, aunque
dijo que tenía miedo. Le pedí que olvidara los miedos pero por lo que veo,
no ha sido así.
—Cuando me eche a esa jovencita a la cara. ¡juro que la mato por
cabezona! —siseó Rachel.
Bloqueado, Rubén no sabía qué pensar, aquella huída sí que no se la
esperaba.
—¿Habéis llamado a Antonella para preguntarle?
—Sí, muchacho, eso fue lo primero que hizo Rachel, pero dice que ella
también recibió un mensaje de Dani indicándole lo mismo.
—¿Y a Enzo?
Rachel y Norton se miraron. Oír hablar de aquel hombre les hizo torcer
el gesto, el entrenador respondió.
—No, no tenemos su teléfono.
Sin dudarlo, Rubén llamó a Antonella y le pidió el teléfono de Enzo. La
joven, al escuchar su voz de enfado, prefirió no dárselo, no quería liarla
más, pero prometió llamarle ella. Dos minutos después, sonó el teléfono de
Rubén. Era Antonella para informarle de que Enzo tampoco sabía nada.
Colgó, enfadado, molesto, casi entrando en cólera. Rubén miró al
entrenador.
—Ella había quedado conmigo en vernos en mi casa.
—Pues lo siento, muchacho…
—¡Maldita sea! ¿dónde se ha metido? —susurró enfadado.
Rachel, al ver el estado del joven, y sobre todo cómo le temblaban las
manos, le cogió del brazo.
—Tómate algo, Rubén, lo necesitas.
Durante unas horas se sintió arropado por la familia de Daniela, estaba
más angustiado que en toda su vida. ¿Dónde estaba ella? El entrenador y su
mujer, en su intención de relajarle, le contaron infinidad de cosas de
Daniela, que al final le hicieron sonreír. Ellos sabían que Daniela estaba
bien, había hecho lo que hacía siempre cuando tenía un problema,
desaparecer unos días y pensar. A ellos no les extrañaba pero a Rubén sí y
hasta que no vieron con sus propios ojos que se tranquilizaba, no le dejaron
marcharse a casa.
Aquella noche el jugador no pudo pegar ojo: ¿dónde estaba Daniela?
Repasaba mentalmente una y otra vez lo ocurrido con ella e intentaba
entender porqué había reaccionado así. Y solo pudo pensar en sus miedos:
miedo a la decepción, miedo al rechazo… y eso le encolerizó aún más.
Daniela era la mejor persona que había conocido en su vida y no se
merecía tener tanto miedo y menos con él.
A las seis de la mañana, harto de dar vueltas en la cama, se levantó.
Llamó de nuevo al teléfono de ella pero no respondió. Tras dejarle un
nuevo mensaje pidiéndole que le llamara, colgó. Finalmente, decidió hacer
ejercicio. Se puso un chándal, cogió a su perra y salió a la calle. Necesitaba
sentir el aire fresco y correr. Regresó una hora después. Al entrar en casa
tenía sed, cuando abrió el frigorífico para coger agua fresca, sonrió al ver
las Coca-Cola que había comprado la tarde anterior para Daniela, y sin
poder remediarlo abrió el congelador donde se quedó mirando, como un
tonto, el helado de plátano.
Minutos después, malhumorado por no saber dónde estaba, cerró el
congelador de golpe y algo cayó al suelo. Al agacharse para recogerlo, vio
que se trataba del imán para la nevera que ella había comprado en la
tiendecita de Volterra. Y de pronto, su mente se despejó, su corazón latió
con fuerza y supo dónde estaba Daniela: estaba en Orta de San Giulio, en el
hotel de su amiga, Il Rusticone, un lugar del que ella le había hablado en
alguna ocasión.
Sin tiempo que perder, encendió el ordenador y vio en un mapa de
carreteras que aquel lugar estaba a menos de cien kilómetros. Se duchó
rápidamente, quería salir hacia allí cuanto antes.
Ya en carretera, llamó a Norton desde el manos libres.
—Creo saber dónde está, entrenador.
—¿Lo sabes? ¿En serio?
Rubén sonrió, estaba casi seguro pero prefirió ser modesto.
—No se lo aseguro al cien por cien, pero…
—¿Dónde crees que está mi hija?
Al escucharle sonrió, no pensaba darle más datos.
—Norton, si doy con ella, te volveré a llamar. Y, por favor, si llama, no
le digáis nada, ¿de acuerdo?
Norton sonrió, le gustó el empeño en buscarla por parte del muchacho, le
demostraba lo mucho que necesitaba y quería a su hija.
—Encuéntrala y llámame.
—De acuerdo, Terminator. —Sonrió antes de colgar.
En el camino rogó a todos los santos que ella estuviera allí. Si no estaba,
no sabría por donde seguir buscándola, no tenía un plan B. Al poner
música, no se sorprendió al encontrar dentro de la disquetera uno de los CD
de Daniela. ¡El Rey! Elvis Presley, le acompañó durante el trayecto y su
música le hizo sonreír. Cuando llegó a Orta de San Giulio, preguntó por el
hotel.
Al reconocerle, los lugareños le saludaban encantados. Ante ellos estaba
Rubén Ramos, «el toro español», el futbolista que muchos veneraban.
Aprovechándose del influjo de su fama, no lo dudó y les pidió información.
Necesitaba saber si en el hotel Il Rusticone, se alojaba una mujer rubia
llamada Daniela Norton, y si así era no quería que ella se enterara de su
visita. Sin tiempo que perder uno de los paisanos se marchó en busca de
noticias. Aquel pueblo no era muy grande y podía enterarse rápidamente.
Veinte minutos después, regresó con buenas noticias. Una joven rubia,
amiga de la dueña y de nombre Daniela se alojaba en el hotel. Emocionado,
Rubén aplaudió y llamó al entrenador para darle la buena noticia. Colgó,
dispuesto demostrarle su amor; miró a los hombres que le rodeaban, felices
por poder ayudar a su ídolo.
—Necesito otro favor.
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