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Pídeme lo que quieras Cap. 41, 42


A las ocho de la tarde, Frida y yo decidimos arreglarnos. Ellos también. Nos vestimos por separado para sorprendernos y eso me gusta. Quiero sorprender a Eric. Frida se ofrece a maquillarme, algo que yo no hago muy a menudo, así que la dejo. Ella es esteticista. Me aplica una base oscura en los párpados y mil potingues más en el rostro. Y cuando me miro en el espejo mi cara de sorpresa es increíble. ¿Esa tía con esos ojazos soy yo?
Frida se ríe y me anima a que nos continuemos vistiendo. Ella se ha comprado un vestido rojo, escotado y lleno de flecos, y yo uno plateado de lentejuelas y suelto hasta la cadera. Ambos llegan por la rodilla y son sexies y sugerentes. A los vestidos los acompañan unos increíbles zapatos de tacón, collares larguísimos, plumas en el pelo y, finalmente, unos guantes que sobrepasan el codo. En cuanto acabamos, nos miramos en el espejo y Frida dice divertida:
—¡Oh… parecemos una verdaderas flappers!
¿Flappers? ¿Qué es eso?
—Judith, en los años veinte la imagen de la mujer cambió radicalmente y se volvió más loca… más atrevida. Las flappers, o las chicas del charlestón, eran las mujeres que se vestían de manera diferente, jovial y alocada. Justo como nosotras, vamos. Listas para volver locas a los hombres.
Eso me hace reír. Frida es graciosa y tiene un sentido del humor maravilloso. Una vez nos vestimos cogemos las dos boquillas de medio metro que hemos comprado y salimos al salón donde ellos nos esperan.
Antes de entrar, veo a Eric y me deja sin habla. Lleva un traje blanco, una camisa negra y un gorro de la época, a lo Al Capone. Está sexy y guapísimo. Andrés va igual, pero su traje es gris y su camisa roja. Cuando siento los ojos de Eric sobre los míos sonrío. Veo que le gusta mi disfraz y, acercándose a mí, me coge de la mano y me hace dar una vuelta ante él.
—Estás despampanante.
—¿Te gusto?
—Me encantas, tanto que creo que no te voy a dejar salir de casa.
Eso me hace reír. Me alejo de él mientras muevo las caderas para que el vestido se mueva.
—¡Soy una flapper! —Por su cara puedo ver que no sabe de lo que hablo y aclaro—: Una chica loca del charlestón.
Eric sonríe, viene hacia mí, me coge por la cintura y mientras seguimos a Frida y Andrés hacia su coche, me murmura en el oído:
—Muy bien, flapper… vayamos a pasarlo bien.
A las nueve y media entramos en una preciosa mansión decorada al más puro estilo años veinte. Encantada, miro a mi alrededor y me sorprendo al ver al fondo de un enorme salón a un grupo tocando. Los músicos van de blanco, como en las famosas películas de gánsteres que veía cuando era pequeña.
Eric me presenta a los anfitriones y éstos, encantados, alaban mi disfraz. Yo sonrío, feliz. Andrés y Frida los saludan también. Tras pasar al salón veo que la gente habla animada y que todos conocen a Eric y lo saludan. Mientras me presenta a los asistentes, estoy asombrada. Saber que es una fiesta donde todos buscan sexo me sorprende. Allí hay gente de todas las edades. Jóvenes y maduros.
Acabadas las presentaciones, escucho la música durante un rato junto a Eric. Frida, una experta en esos años, es la que me indica si suena un boogie-woogie, un charlestón o un foxtrot. Yo en todo eso estoy pez. Soy más de rock and roll. Y, cuando llevamos varias copas, me entero de que Frida es quien ha ayudado a Maggie, la dueña de la casa, a organizar la fiesta. Según pasa la noche soy consciente de cómo los hombres se acercan a nosotros y me devoran con la mirada. Sé lo que piensan, pero estoy tranquila. Nadie, absolutamente nadie, dice nada que me pueda incomodar. Todos son muy educados.
Tras varias bebidas, voy al baño junto a Frida. Nuestras vejigas van a explotar. Al llegar hay dos aseos libres y rápidamente entramos en ellos. Mientras estoy allí, la puerta del lavabo se abre y entran otras mujeres. Oigo el cotorreo de muchas de aquellas mujeres que no conozco pero, al escuchar el nombre de Eric, presto atención.
—Qué alegría volver a ver a Eric, ¿verdad?
—Oh sí… estoy encantada de que esté de nuevo aquí. Está guapísimo.
—¿Cuánto tiempo hace que no venía a una de nuestras fiestas?
—Dos años.
—Realmente se le ve muy bien. Tan atractivo y sexy como siempre.
—Sí… parece estar recuperado tras lo ocurrido. Pobrecillo.
¿Recuperado? ¿Qué le ha pasado a Eric?
Convencida de que quiero saber más, pongo la oreja pero, entonces, oigo la voz de Frida:
—Chicas, ¡estáis guapísimas! ¿Dónde habéis comprado esos trajes?
En seguida cambian de conversación y se centran en hablar de las compras. Salgo del baño y me uno a ellas. Frida me presenta a las mujeres y todas son encantadoras conmigo. Cuando salgo del baño, una de ellas, Marisa de la Rosa, camina a mi lado y me pregunta:
—Has venido con Eric, ¿verdad?
—Sí.
—¿De dónde eres?
—De Madrid.
—¡Oh, me encanta la capital! Mi marido y yo somos de Huelva, aunque viajamos mucho a Madrid. Tenemos un pisito allí, en plena calle Princesa.
Saber eso me sorprende.
—Pues yo vivo en Serrano Jover.
—En esa calle hay un gimnasio, ¿verdad?
—¿El Holiday Gim? —La mujer hace un gesto afirmativo—. A ese gimnasio voy yo.
Marisa sonríe y murmura:
—El mundo es un pañuelo, chica. Mi piso está cerca y a ese gimnasio es al que vamos Mario y yo cuando estamos en Madrid.
Ambas sonreímos por la coincidencia.
—Pues entonces seguro que nos vemos por allí.
—Segurísimo.
Charlamos sobre mil cosas más, mientras observo a Eric hablar con una mujer y un hombre al fondo de la sala. Parece divertido. Su gesto está relajado y veo que sonríe. Marisa es simpática, salta de un tema a otro, y pronto me presenta a varias mujeres más. Cuando de nuevo nos quedamos solas coge dos copas de champán de una mesa y se me acerca.
—¿Te gustaría pasar un agradable rato conmigo en la sala de al lado?
Me pongo colorada, azul y verde. La mujer, al verlo, sonríe.
—Si lo piensas mejor, avísame, ¿de acuerdo?
Cuando se aleja, me guiña el ojo y yo camino hacia Eric. Él, al verme llegar, me da un beso en los labios y continúa hablando con la pareja que lo acompaña.
Hay un buffet libre y los comensales comenzamos a degustar los ricos manjares. Siento las miradas de los hombres sobre mí y también las de muchas de las mujeres, aunque, cuando veo cómo muchas de ellas miran a Eric, me molesta. Mi instinto de posesión se alerta y, al final, Eric, consciente de lo que me pasa, me tranquiliza y me recuerda dónde estamos. Pero las mujeres que se acercan a nosotros se lo comen con la mirada y la gata que hay en mí vuelve a resurgir.
Eric me mira divertido y, tras disculparnos, me coge del brazo y me aleja hacia una ventana. Una vez solos me besa en la boca.
—Tus ronchones en el cuello te delatan. ¿Qué ocurre?
—Nada.
Inconscientemente me voy a rascar pero Eric me sujeta la mano y me sopla el cuello.
—No, morenita… no. Si te rascas lo empeorarás.
Eso me hace sonreír. Recuerdo lo que acabo de escuchar en el baño y decido preguntarle, pero se me adelanta.
—Escucha, cielo. Esta gente y yo nos conocemos desde hace años. Tranquilízate.
Miro hacia las mujeres y siento que nos observan. A Eric le suena el móvil y al mirarlo leo: «Betta».
Ya son varias veces las que he leído ese nombre en el móvil, así que pregunto:
—¿Quién es Betta?
Eric se guarda el móvil y me mira.
—Alguien de mi pasado. Nada importante.
Doy un trago a mi copa, deseo seguir preguntando sobre esa mujer pero, al final, cambio de tema.
—Cuando estaba en el baño oí a algunas hablar sobre ti.
—Ah, sí… Espero que cosas buenas y excitantes —murmura divertido.
Su gesto de pícaro me hace abrir los ojos.
—Gilipollas.
Mi contestación lo divierte y, mientras me acaricia la espalda, susurra:
—Nena… son mujeres que conozco desde hace tiempo.
—Decían algo sobre que pareces estar recuperado.
Se tensa. Detiene su jugueteo en mi espalda.
—Los cotilleos de los baños de mujeres no me interesan.
—Ni a mí, listillo —insisto—. Pero al oír eso, pensé que…
Eric me corta y me hace un gesto que denota incomodidad.
—Ya te he dicho que no me interesa hablar sobre lo que se comente en el baño de mujeres.
Su fría contestación me deja sin palabras. Ha cortado toda probabilidad de seguir hablando del tema, como siempre que surge algo suyo personal. Al final, deseosa de que la comunicación vuelva a ser fluida entre nosotros, me acerco.
—Me molesta cómo te miran algunas mujeres.
Eric sonríe. Da un trago a su copa y se vuelve hacia mí.
—¿Te has fijado cómo te miran a ti los hombres? —Asiento—. La diferencia entre ellas y ellos es que ellas están deseando que yo las desnude y ellos están deseando desnudarte a ti. Ellas quieren que yo les dé placer y ellos quieren dártelo a ti. ¿No crees que yo puedo estar más molesto?
Sus palabras hacen que me sonroje. Lo miro y entonces se acerca más a mí.
—Recuerda, Jud, tu placer es mi placer y, hoy por hoy, mi único placer eres tú. Sólo deseo desnudarte y…
—Calla…
Sorprendido, frunce el ceño.
—¿Qué ocurre?
—Me excitas con lo que dices, Eric.
La risotada que suelta hace que yo me relaje. Me besa. Me atrae hacia él.
—Es lo que quiero, morenita. Que te excites.
Dicho esto, el grupo comienza a tocar una sugerente canción y Eric me agarra por la cintura y me invita a bailar. Mientras bailamos, nos miramos. Sin necesidad de hablar, sólo con la mirada me dice cuánto me desea. Eso me agita y noto cómo mi interior comienza a revolotear. Después me toma de la mano y caminamos por un amplio pasillo de la casa. Una puerta se abre y de ella sale un hombre que nos saluda al vernos:
—Hombre, Eric, ¡qué alegría verte!
Se dan las manos y Eric dice:
—Lo mismo digo, amigo. No sabía que estuvieras por aquí.
El hombre moreno sonríe y, tras pasar su mirada por mi cuerpo, murmura:
—Estoy de vacaciones en Cádiz, además, ya sabes que no me pierdo ninguna fiesta de Maggie y Alfred… ¡Son apoteósicas!
Ambos sonríen y entonces Eric se vuelve hacia mí.
—Judith, te presento a Björn, un buen amigo. Björn, ella es Judith, mi chica.
¡Vaya! Ha dicho que soy su chica.
Sonrío y le doy dos besos al recién llegado, pero, al separarme de él, éste dice:
—Encantado, Judith. Mmmm… tienes una piel muy suave.
Bajo la cabeza, como una tonta, y entonces oigo a Eric decir:
—Toda ella es suave y exquisita.
Me contraigo mientras siento que los dos hombres se miran. ¿Me está ofreciendo? Instantes después, Björn abre la puerta que acaba de cerrar.
—¿Entramos?
Eric me agarra y asiente.
Entramos en la espaciosa habitación, sólo iluminada con una luz roja. Björn cierra la puerta y veo que no estamos solos. Hay tres parejas liadas sobre una de las tantas camas que se encuentran en aquella habitación y me pongo nerviosa. Sé a qué hemos ido allí y me inquieta. Björn se acerca a una pequeña barra y comienza a servir tres copas de champán. Eric me mira y susurra, poniéndome la carne de gallina:
—¿Qué te parece Björn para jugar? Sé que lo prefieres a una mujer.
Lo miro. El mencionado es moreno y atractivo. Alguien en quien sin duda me hubiera fijado si lo hubiera conocido en otro momento. Eric espera una contestación.
—Bien.
—¿Te parece bien que te ofrezca a él?
Mi estómago se contrae pero, excitada, contesto afirmativamente.
—Sí.
—Perfecto. —Eric sonríe y veo cómo le brillan los ojos.
Dos segundos después, Björn se acerca y nos entrega unas copas.
Charlan en alemán e intentan integrarme en la conversación. Se nota que se conocen y la complicidad que hay entre ellos. Pero yo estoy muy nerviosa y más aún cuando Björn se acerca para besarme en los labios. Eric se lo impide.
—Su boca y sus besos son sólo míos.
El corazón se me encoge al escucharlo y notar la posesión en su voz. Björn asiente. No le ha molestado lo que Eric ha dicho.
—¿Qué tal si nos sentamos? Estaremos más cómodos.
Eric me coge de un brazo y me sienta en un sillón. Doy un trago a mi bebida y se colocan uno a cada lado. Estoy nerviosa. Me siento como un bombón bajo la atenta mirada de dos depredadores. Oigo jadeos. Cerca de nosotros, otras personas juegan. Sus gemidos retumban en la habitación y no puedo apartar mi vista de ellos. Lo que hacen me inquieta, me activa y más cuando Eric acerca su boca a mi oído y me chupa el lóbulo.
—¿Excitada?
Le digo que sí y Björn pone una de sus manos en mi rodilla. Comienza a subirla por la pierna.
—Eric tiene razón, eres muy suave.
Eric mueve la cabeza. En ese momento la puerta se abre. Entran dos mujeres y un hombre y, tras mirarnos, se ponen al otro lado del salón. Sin preámbulos, una de las mujeres se sienta en uno de los sofás del fondo, se sube el vestido y la otra mujer, ante la mirada del hombre, pone su boca en su sexo.
—Vaya… la fiesta se calienta —sonríe Björn.
Eric me mira y me pide con voz neutra.
—Jud… quítate las bragas.
Al escuchar aquello estoy tan excitado por todo lo que ocurre a mi alrededor que no lo dudo. Me levanto y, en dos movimientos, hago lo que me dice. Luego vuelvo a sentarme entre ellos. Eric me quita las bragas de la mano y se las guarda en el bolsillo de su americana.
—Abre las piernas, nena —ordena.
Lo hago. Björn comienza a tocarme. Posa su mano de nuevo en mi rodilla, pero esta vez su recorrido es lento y progresivo. Se adentra en la cara interna de mis muslos y, cuando sus dedos rozan mi vagina, murmura:
—Me encanta tu humedad. Eso me indica que lo vamos a pasar muy bien, preciosa.
Dicho esto, siento que mete un dedo en mí y después dos. Me recuesto más sobre el sofá y suelto un gemido. Eric acerca su boca a la mía y me besa mientras es otro quien saquea con sus manos mi cuerpo.
—Así, cariño… Quiero que disfrutes para mí.
Björn continúa con su invasivo juego y pronto noto que toda mi vagina chorrea. Sentir su saqueo y los besos de Eric me está volviendo loca.
—¿Te gusta, pequeña?
—Sí.
—¿Quieres más?
—Sí.
Björn nos escucha y pregunta:
—¿Qué más quieres, preciosa?
—Jud… —añade Eric—. Dile a Björn lo que quieres.
Estoy colorada como un tomate y ardo. Menos mal que la luz roja no lo deja ver. Mi boca está seca y Eric se da cuenta de que no puedo hablar.
—Si no lo dices, cariño… no haremos nada.
—Quiero… quiero que me hagáis lo que queráis.
—Mmmm… ¿dispuesta a todo? —murmura Björn—. ¿Qué tal una doble penetración?
—No. De momento sólo tomaremos su vagina —aclara Eric, y Björn acepta.
Excitada y abierta de piernas para ellos, jadeo cuando Eric se incorpora.
—Levanta y date la vuelta, Jud.
Lo hago e instantes después noto que me desabrocha la cremallera de mi vestido de lentejuelas y éste cae a mis pies. Estoy totalmente desnuda ante Björn y mi pecho sube y baja con inquietud. Eric me besa el cuello.
—Ofrécele tus pechos.
Instintivamente me acerco a él y Björn los toca y los chupa. Primero uno y después el otro. Eric, que está detrás de mí, me empuja con delicadeza y caigo literalmente sobre la cara de Björn que me los agarra, los junta y se mete los dos pezones en la boca, mientras Eric me masajea las nalgas y me da un azotito. Luego pasa su mano por mi mojada hendidura y mete un dedo en mi interior.
El calor toma mi cuerpo y comienzo a arder. Esos dos me tocan a su antojo y me gusta. Cuando creo que voy a explotar, siento que Eric deja de tocarme y se pone detrás del sillón.
—Jud… súbete al sillón.
Obediente, hago lo que me pide.
—Ahora quiero que le ofrezcas lo más íntimo de ti a Björn y dejes que te saboree.
Dicho y hecho. Björn recuesta su cabeza sobre el sofá y yo, con una pierna a cada lado de sus hombros, me agacho para que él me coja con posesión de los muslos y me atraiga hacia él. Mi vagina queda totalmente sobre su boca y él comienza a jugar con ella y con mi clítoris. Su boca se desliza de un lado a otro mientras noto cómo me mueve sobre ella y yo gimo de puro placer.
Eric, que está frente a mí, me observa. En su mirada veo el brillo de la lujuria y eso me altera más. Disfruta con lo que ve y su respiración se vuelve inconstante. Finalmente, se acerca al sofá, me coge de la cabeza y me besa mientras Björn prosigue su saqueo particular a mi vagina. Mete un dedo en ella y, mientras su lengua juega con mi clítoris, éste entra y sale rápidamente de mí. El calor crece y crece en mi interior, mientras me siento un juguete delicioso entre las manos de aquellos hombres. Pero me gusta lo que me hacen. Me gusta ser su juguete y más cuando Eric murmura en mi boca:
—Eres mi placer… dame más pequeña.
Suelto un chillido devastador y me corro sobre la boca de Björn.
Mi vagina palpita. Succiona el dedo que Björn tiene en mi interior, y oigo que él me dice:.
—Así, preciosa. Chilla y córrete para nosotros.
En ese momento, se acerca una mujer y nos mira. La reconozco. ¡Marisa de la Rosa! Durante unos minutos se limita a mirarnos mientras yo sigo moviendo mi sexo sobre la boca de Björn y éste, con un dedo en su interior, me hace jadear una y otra vez. La mujer, avivada por lo que hago, se tumba en un diván cercano y comienza su propio juego.
Instantes después, Eric le indica a Björn que pare y coge mi vestido. Me hace bajar del sillón y los tres caminamos hacia una puerta que hay en el fondo del salón. Siento el
martilleo de mi corazón mientras camino desnuda entre los dos y mi vagina palpita por lo sucedido. En mi camino observo a otras personas gritar de placer por sus juegos. En cuanto traspasamos la puerta, Eric se detiene.
Estoy congestionada. Creo que voy a explotar. Eric abre una puerta y entramos en una pequeña habitación donde hay una cama y un sillón. Cada vez estoy más excitada. Eric deja mi vestido en la cama y se sienta en el sillón. Me llama, me da la vuelta y me sienta sobre él. Me abre las piernas, me las flexiona y me ofrece. Björn, sin hablar, se arrodilla, se mete entre mis piernas y vuelve al ataque, mientras Eric musita en mi oído:
—Así, Jud… En la intimidad quiero que estés a mi disposición siempre. Soy tu dueño y tú, mi dueña. Sólo yo te puedo ofrecer. Sólo yo puedo abrir tus piernas a los demás. Sólo yo…
—Sí… sólo tú. Juega conmigo —murmuro.
Me doy cuenta de que mi voz y mis palabras lo avivan, al mismo tiempo que a mí me estimulan. Lo que estoy diciendo es una auténtica locura, pero es lo que deseo. Quiero que él me ofrezca. Quiero sucumbir a lo que me pida. Lo quiero todo.
—Me vuelves loco, cariño, y escuchar tus gemidos y cómo te dejas llevar por mí es lo mejor que puedo imaginar. Estamos aquí. Estás desnuda entre mis brazos y otro hombre juega contigo. ¡Oh… Dios… ¡Me gusta sentirte mía en todos los sentidos. Quiero que disfrutes. Quiero que explores y explorarte. Quiero follarte y que te follen. Quiero tanto de ti, cariño, que me das miedo.
Eso me hace jadear y retorcerme. Tengo calor. Mucho calor. La situación me puede. Estoy sobre Eric. Él me abre las piernas. Me ofrece a otro hombre. Siento la dureza de su sexo contra mi trasero mientras que un hombre del que sólo sé que se llama Björn barre mi sexo con su lengua de atrás hacia adelante.
El orgasmo está a punto de llegarme.
—¿Deseas más? —me dice Eric.
—Sí… oh sí…
Eric, al escucharme, se mueve y se levanta. Yo me levanto también y Björn hace lo mismo. Eric me coge de la mano y me sienta sobre la cama. Lo oigo hablar algo con Björn y entonces dice:
—Voy a cumplir tu fantasía, cariño.
Esos dos adonis de inquietantes y jóvenes cuerpos quedan completamente desnudos delante de mí y miro sus potentes erecciones. Eric se queda a un lado y Björn se acerca a mí.
—Túmbate en la cama y ábrete de piernas, preciosa.
Miro a Eric, él asiente y lo hago. Desnuda y con los pezones duros me tumbo en el centro de la cama y observo que en el techo hay espejos.
Como un dios nórdico, Eric se sube a la cama y acerca su boca a la mía.
—Pídeme lo que quieras.
Estoy confundida y sobreexcitada. Él me besa y yo me estremezco cuando sus manos vuelan por mis pezones. Björn nos observa y eso me estimula más. Entonces recuerdo algo que a Eric le gusta.
—Quiero que Björn me folle mientras tú me ofreces, me besas y miras. Sé que te gustará hacerlo. Y, cuando él se corra, quiero que me folles tú como sabes que me gusta.
A medida que lo voy diciendo, veo que a Eric se le ilumina la cara. Los ojos le chispean. He entrado totalmente en su juego y él lo sabe. Me da un último y lascivo beso antes de levantarse de la cama. Después mira a Björn y dice:
—Fóllatela.
—Será un placer, amigo —murmura Björn, mientras sonríe.
En su rostro se ve el deseo y su pene hinchado refleja las ganas que tiene por hacerlo. Se sube a la cama y se pone a horcajadas sobre mí. Siento su pene erecto descansar sobre mi barriga y, cuando se agacha, me estira los brazos y se mete uno de mis pechos en la boca, jadeo mientras miro a Eric. Durante varios minutos, siento cómo Björn chupa y succiona mis pezones y manosea mi trasero bajo la atenta mirada de mi dueño. Me estruja las cachas del culo con sus manos y me gusta. Después, baja hacia mis piernas y, sin miramientos, me las agarra y se las pone sobre los hombros hasta dejar mi sexo frente a él.
Con los ojos muy abiertos, miro los cristales que hay en el techo y me estimulo más. Estoy desnuda en una habitación con dos hombres y abierta de piernas para un desconocido que me va a follar. Y lo mejor, Eric está a mi lado, observando. Me anima a disfrutar de la experiencia y yo la quiero disfrutar. Durante varios segundos, Björn no hace nada hasta que lo oigo decir, mientras siento que introduce sus dedos en mí:
—Estás empapada y tu coño me está volviendo loco.
De pronto vuelvo a sentir su boca invadiéndome y Eric vuelve a colocarse a mi lado.
—Así, pequeña… —me dice Eric—. Es lo que querías, ¿verdad?
—Sí.
—Vamos, cariño, ábrete bien para que pueda disfrutar de ti y córrete para que te saboree bien. Después, yo te follaré como llevo horas deseando hacerlo.
Aquel lenguaje tan soez me habría provocado rechazo en otras ocasiones. Incluso me habría molestado, pero de pronto y en una situación como aquélla me gusta. Me estimula. Me altera.
Björn me agarra las nalgas para meterme totalmente en su boca. Le gusta, me saborea, disfruta y yo jadeo. Gimo y me retuerzo. Con la lengua barre mi sexo una y otra vez, una y otra vez y entonces Eric me agarra las manos sobre mi cabeza y no puedo evitar mirar su duro y ardiente sexo. Björn, sin darme tregua, llega hasta mi hinchadísimo clítoris. Está enorme, muy avivado. Siento que lo engancha con sus dientes y tira de él. Grito. Me retuerzo. Quiero más.
Miro a Eric y vuelvo a observar su pene. Él sonríe al intuir mis intenciones y, cuando un jadeo sale de mi boca, se agacha y lo pone entre mis labios. Quiero metérmelo en la boca. Lo chupo, pero lo retira rápidamente.
—No, pequeña —me dice, agachándose—. Si te dejo hacer lo que quieres, no voy a poder parar.
Mi vagina se contrae y entonces Björn me baja las piernas. Veo que se pone un preservativo.
—Te voy a follar, preciosa. Te voy a follar delante de tu hombre y él te va a abrir para mí, mientras te sujeta para que no te muevas.
Grito. Me sofoco.
Los ojos de Eric brillan. Le gusta ver aquello. Le gusta tenerme así. Y entonces Eric se agacha y me abre los pliegues de la vagina con sus manos. Björn me coge de los muslos, pone su pene en la entrada y poco a poco tira de mis muslos y me atrae hacia él. Mi húmeda vagina lo atrapa y se contrae mientras siento cómo Eric me encaja en Björn. Sus manos cierran mi vagina y su pene queda metido totalmente en mí.
¡Dios… esa sensación es deliciosa!
Eric aparta sus manos de mi vagina, coge mis manos y me las sujeta por encima de
la cabeza. En ese momento, Björn mueve las caderas en busca de más profundidad y lo consigue. Jadeo… Jadeo y Eric atrapa mis jadeos con su boca. Se los come. Los disfruta y sé que lo vuelven loco.
Björn continúa su baile particular dentro y fuera de mí. Una… y otra… y otra vez… Me folla como le ha pedido Eric y yo lo gozo. Abro las piernas para él y dejo que me penetre una y otra vez hasta que mis jadeos se vuelven más seguidos, más sonoros. Exploto y me retuerzo entre las manos de ellos.
Björn me suelta. Eric también me suelta y, cuando Björn saca su pene de mí, veo que cambian sus posiciones en la cama. Ahora, Eric está entre mis piernas y Björn sobre mi cabeza. Mientras normalizo mi respiración veo que Eric se pone un preservativo; después, coge una especie de jarra de agua y la deja caer sobre mi sexo. El agua fresquita me hace gritar de nuevo.
—¡Dios… te follaría otra vez! —dice Björn, mientras se quita el preservativo.
Eric sonríe, mira a su amigo y, mientras me seca con una toallita, murmura:
—Lo harás…
Cierro los ojos. Aún no puedo creer lo que estoy haciendo. Cuando los abro veo la cara de Eric frente a la mía que me pide:
—Bésame.
Abro la boca y lo beso mientras siento que desliza su erección desde mi clítoris hasta mi ano. Juega conmigo. Me estimula y grito de frustración. Estoy mojada y resbaladiza y eso me excita y lo excita a él también. Mete su dedo en mi interior y, como estoy tan abierta, me mete tres de golpe.
—Nena… estás muy abierta y receptiva. Te gusta, ¿verdad?
—Sí… Sí…
Me muevo sobre su mano. Imploro lo que quiero, mientras Eric continúa su juego sobre mí y Björn nos observa.
De pronto, siento que uno de sus resbaladizos dedos se para en mi ano. Con movimientos circulares lo estimula y, cuando me quiero dar cuenta, el dedo se mueve en mi interior. Durante unos segundos, lo mueve mientras yo me arqueo para que no pare y entonces soy consciente de que el pene de Björn vuelve a estar erecto y cae sobre mi cara.
La vista se me nubla cuando Eric saca su dedo de mi ano y de una estocada mete su maravilloso pene en mi vagina. Grito. Él se para y me mira. Se tumba sobre mí, pone una mano sobre mi cabeza y la otra en mi trasero.
—Dios, nena… me estás volviendo loco. ¿Esto es lo que quieres?
—Sí.
Mueve sus caderas y se hunde más en mi interior, mientras siento que sus testículos están a punto de entrar también. Jadeo. Su enorme glande sobreexcitado es mucho más ancho y largo que el de Björn. Noto cómo mi carne se abre para recibirlo y eso me hace gemir y retorcerme entre sus brazos. Eric me besa, entra una… dos… tres… cuatro y mil veces en mí con posesión, mientras me arranca gustosos gemidos de placer. Björn me agarra los hombros para que no me mueva. Y entonces las embestidas de Eric se vuelven más secas y posesivas, mientras Björn murmura:
—Así, preciosa… disfruta…
Mis gritos no tardan en aparecer de nuevo. Agarro a Eric por el trasero y lo obligo a golpearse contra mí una y otra vez mientras veo sobre mi cara el pene hinchado y duro de Björn. Estoy a punto de pedirle que me lo meta en la boca, cuando Eric lee mi pensamiento.
—No. Mírame.
Rápidamente le hago caso y siento que Björn me suelta los hombros y se baja de la cama. Eric clava sus impresionantes ojos en mí y me da un azote que me escuece, mientras me embiste con fuerza. Su respiración es brusca, inconstante pero sus acometidas en el interior de mi vagina me hacen convulsionar a cada nuevo ataque. Vuelve a azotarme. El calor me sube por el cuerpo y jadeo su nombre…
—Eric…
Me abrasa la excitación cuando vuelve a darme otro azote y noto que mete un dedo junto a su pene en mi vagina y vuelvo a jadear. Su dedo empapado de mis fluidos va directo a mi ano y, al notar que lo mete, grito. Esta vez, la invasión es más fuerte. Su demoledor dedo entra y sale de mi ano mientras que su pene lo hace en mi vagina y esa nueva sensación me deja extenuada.
Con el cuerpo palpitándome, deseo lo que me exige y lo que me hace y casi rezo para que continúe y no pare nunca. Mis caderas se levantan en busca de más, hasta que el rostro de Eric se contrae y yo, tras un demoledor grito, me dejo llevar.
Cuando todo acaba, Eric cae sobre mí. Lo abrazo y él mete su cara en mi cuello. Permanecemos así unos minutos. Agotados. Rendidos. Consumidos. Hasta que se separa de mí y, sin mirarme, ordena con voz seca:
—Vístete. Nos vamos.
Extasiada por lo vivido, hago un gesto afirmativo con mi cabeza. Cojo el vestido, que veo a un lado de la cama, y me lo pongo. Me siento en la cama y lo observo vestirse. Después, me doy cuenta de que estamos solos en la habitación.
—¿Dónde está Björn?
Eric me mira y, con un gesto que me descuadra, pregunta:
—¿Para qué quieres saberlo?
—Para nada, Eric —respondo, sin entender su pregunta—. Es simple curiosidad.
En ese instante me percato de que algo le pasa y lo agarro del brazo. Eric se suelta de mala gana.
—¿Por qué estás enfadado?
La furia de sus ojos me deja sin habla.
—¿Por qué querías meterte su polla en la boca?
Sus palabras me sorprenden. No sé que responder.
—No lo sé, Eric. El morbo del momento.
Al ver que él no me mira y se sigue abrochando la camisa, exploto:
—¡Perfecto! Me traes aquí. Me haces abrirme de piernas para él y ahora, ¿me vienes con reproches? Joder, Eric… no lo entiendo.
—Tú has accedido. No lo olvides.
—Por supuesto que he accedido. ¡Imbécil! He entrado en el juego. ¡Tu juego! Me he dejado lamer, chupar y follar por una persona a la que no conozco de nada porque sé que a ti es lo que te gusta, y ahora, cuando ves que he disfrutado y me he dejado llevar por el morbo, me lo reprochas. ¡Vete a la mierda!
Dispuesta a largarme de allí, me encamino hacia la puerta. Pero antes de que llegue, él me agarra y me tumba sobre la cama.
—Tienes razón, nena… tienes razón.
—¡Gilipollas!… Eso es lo que eres, un auténtico gilipollas.
—Entre otras muchas cosas. Perdóname.
Sus ojos… su voz… el olor a sexo y todo él consigue que mi enfado, como siempre, desaparezca en décimas de segundo.
—Perdóname, cariño. Me he dejado llevar por mi instinto de posesión y…
—Pero vamos a ver, Eric. ¡Soy tuya! ¿Todavía no te has dado cuenta de que sólo quiero hacer lo que tú quieras? ¿De verdad que todavía no te has dado cuenta de que el morbo y jugar me gusta, pero sólo contigo? Tu dijiste que mi placer es tu placer. Pues aplícate el cuento porque a mí me pasa lo mismo. Lo que acaba de pasar aquí, ha sido ¡increíble! ¡Maravilloso! ¡Extenuante! Me ha gustado ver el brillo en tus ojos cuando te he pedido lo que quería. Has disfrutado el momento y yo también. ¿Dónde está el mal? Sólo me he dejado llevar por lo que tú me has enseñado a disfrutar, el morbo. Y ese morbo, tú y lo que me hacías me hicieron querer hacer algo más. Pero si…
Eric me besa. No me deja terminar.
Devora mi boca y juega con mi lengua mientras yo adoro que lo haga. Durante un rato permanecemos solos y abrazados en la habitación. Sólo nos abrazamos. Estamos agotados. Y cuando abandonamos la solitaria habitación y regresamos al salón general, Björn se acerca a nosotros, nos ofrece unas copas de champán bien frío, me coge de la mano y la besa.
—Ha sido todo un placer, Jud.
Yo asiento. Björn mira a Eric.
—Gracias, amigo, por ofrecerme a tu mujer. Ha sido una delicia.
Eric sonríe.
—Me alegra saberlo.
—Por cierto —añade Björn—. Mañana por la noche vamos a jugar a la rueda en la villa que he alquilado. Marisa y Frida se han ofrecido, ¿os animáis?
¿La rueda? ¿Qué es la rueda? Quiero preguntar. Pero Eric responde mientras nos alejamos:
—Gracias por la invitación, pero no. Quizá en otro momento.
Cuando llegamos a la pista de baile y comenzamos a movernos al son de la música, mi curiosidad no puede más y pregunto:
—¿Qué es la rueda?
—Un juego para el que tú no estás preparada.
—Vale… Pero ¿qué es?
Eric sonríe y me acerca más a él.
—De entrada, te desnudarías junto a las otras dos mujeres. Suele haber dos o tres. Los hombres jugaríamos a las cartas mientras vosotras nos servís las copas y satisfacéis nuestros caprichos más inmediatos. Una vez termina la partida, los hombres hacemos un círculo alrededor de las mujeres que se han ofrecido y toda la rueda las folla. Eso sí… siempre con su consentimiento.
Asiento y trago con dificultad. No. Definitivamente no estoy preparada para ello.
Sobre las cuatro de la mañana, sin haber compartido nada más que charla con otros, Eric y yo decidimos regresar a casa. Frida y Andrés regresarán más tarde. Cuando nos sentamos en la limusina que los dueños de la casa han puesto a nuestra disposición, me abraza y yo lo miro con picardía.
—Estoy agotada, ¿por qué será?
—Por el esfuerzo, morenita… no lo dudes.
Ambos nos reímos y Eric me besa en el cuello.
—¿Lo has pasado bien?
—Sí. Muy bien.
—¿Tanto como para repetir otro día?
Busco su mirada para responder:
—Oh, sí… por supuesto que sí. Además, he visto cosas que quiero probar y…
Eric sonríe y acerca su boca a la mía.
—Dios mío, ¡he creado un monstruo!
42
Tres días después, seguimos en Zahara de los Atunes y nos animan a que nos quedemos más tiempo en el chalet. Al final aceptamos encantados. Eric recibe varias llamadas y mensajes de una tal Marta y cada vez me tengo que morder más la lengua para no saltar: «¿Quién es esa mujer que llama tanto?».
Al cuarto día, Frida y yo decidimos bajar una noche a Zahara para tomar unas copas. Los chicos juegan al ajedrez y prefieren quedarse en el chalet tranquilamente.
Llegamos a un pub llamado «lacosita». Allí nos pedimos unos cubatas y nos sentamos a charlar en la barra. Hablar con Frida es fácil. Ella es divertida, charlatana y encantadora.
—¿Llevas mucho tiempo casada con Andrés?
—Ocho años. Y cada día estoy más contenta de haberlo atropellado.
—¿Cómo?
Frida se carcajea y me aclara:
—Lo conocí porque lo atropellé con el coche.
Eso me hace reír.
—Cuéntamelo ahora mismo —le exijo—. Quiero saberlo todo.
Frida da un trago a su bebida y comienza a relatármelo:
—Ambos íbamos a la facultad de medicina en Núremberg. Y el primer día que llevé mi coche a la facultad, cuando fui a aparcar, no lo vi y lo atropellé. Por suerte, no le hice nada salvo algún moratón al caer y poco más. Eso sí… fue un flechazo en toda regla y, a partir de ese día, no nos hemos separado.
Ambas reímos y vuelvo a preguntar:
—Oye, y el tema de los juegos, ¿quién fue el que lo propuso?
—Yo.
—¿Tú?
Ella asiente.
—Tenías que haber visto su cara la primera vez que le hablé de ello. Se negó en redondo. Pero un día lo invité a una de las fiestas donde yo solía juntarme con gente que jugaba, le presenté a Eric y, bueno… a partir de ese día ¡le gustó!
—¡¿Eric?!
—Sí. Él y yo somos amigos de toda la vida y nos movíamos por el mismo círculo. Algo que, como habrás visto, continuamos haciendo. Por cierto, creo que ya sabes que fui yo la que ese día en el hotel…
—Sí… me lo dijo Eric.
—Para mí fue un placer complaceros a los dos.
Al recordar algo, pregunto:
—Oye… ¿tú fuiste a la rueda que organizó Björn la otra noche?
—Sí —ríe Frida—. Me encantan ese tipo de juegos y a Andrés lo vuelven loco.
—¿Y no te da cosa?
—¿Cosa? —se sorprende—. ¿Por qué?
—No sé… ¿No te parece denigrante estar allí para satisfacer los deseos de los hombres? Vosotras os desnudáis. Vosotras sois las entregadas. Vosotras sois las que… pues eso.
Frida suelta una carcajada y se retira el flequillo de la cara.
—No, cielo. El morbo que me provoca el momento me encanta. Me vuelve loca cómo me desean, cómo me entrega mi marido, cómo me poseen los demás. Me gusta y le gusta a Andrés. Eso es lo que cuenta, que a ambos nos guste y disfrutemos de ello.
Quiero preguntarle más cosas sobre los juegos, sobre Eric, Betta o Marta, pero suena la clásica canción Love is in the air de John Paul John y Frida grita emocionada:
—Me encanta esta canción. ¡Vamos a bailar!
Divertidas, las dos salimos a la pequeña pista donde comenzamos a contonear las caderas al son de aquella bonita canción, mientras soy consciente de que varios de los hombres que se encuentran allí nos observan. Somos dos mujeres jóvenes solas y los moscones acechan.
Sobre las tres de la madrugada, Frida y yo decidimos regresar al chalet. Estamos agotadas. Caminamos hasta el BMW que hemos dejado aparcado en el parking de la playa y dos de los moscones salen a nuestro encuentro.
—Vaya… vaya… aquí están las dos bailonas del pub.
Al mirarlos, los identifico y sonrío.
—Si no queréis líos, más vale que os quitéis de nuestro camino.
Frida me mira. En su rostro veo la inseguridad. Estamos en el parking de la playa y no hay ni una alma. Yo no me dejo llevar por el miedo, agarro a Frida del codo y continúo andando en dirección al coche.
—Eh… venid a aquí, guapas. Estáis cachondas y queremos daros lo que queréis.
—Venga va… idos a la mierda —suelto.
Los hombres continúan tras nosotras. Se nota que van bebidos y siguen con sus toscas insinuaciones.
Cuando llegamos hasta el coche, exijo a Frida que me dé las llaves. Esta tan nerviosa que apenas atina a dármelas. Se las quito de la mano y entonces siento que uno de esos tipos está detrás de mí y pone su mano en mi trasero. Echo el codo hacia atrás y le doy un codazo en el esternón. Frida grita y el joven maldice. El otro intenta agarrar a Frida y, para ello, me empuja y caigo sobre la arena. Eso ya remata mi enfado y me levanto rápidamente.
El que me ha tocado el trasero se acerca para sujetarme, pero yo soy más rápida que él y le asesto un puñetazo en la mandíbula que lo hace gritar. Yo grito también, pero de dolor. Me he destrozado los nudillos. Sin embargo, el tipo se levanta y me tira de nuevo al suelo. Mis nudillos doloridos dan contra la arena y las piedras y se raspan. Eso me encoleriza y decido acabar con aquella tontería. Me levanto del suelo con la adrenalina por las nubes, me pongo en posición ante el tío, le doy un nuevo puñetazo en la mejilla y una patada en la boca del estómago. Después, agarro al tipo que sujeta por el pelo a Frida, le doy la vuelta y le suelto una patada que lo hace volar unos metros. Miro a Frida y digo:
—Vamos. Monta en el coche.
Los dos hombres están en el suelo y aprovechamos para huir. En cuanto salimos del aparcamiento de la playa y llegamos a una calle donde hay gente sentada en las terrazas detengo el coche. Me vuelvo hacia Frida y le retiro el pelo de la cara.
—¿Estás bien?
Frida, aún algo asustada, asiente.
—¿Dónde has aprendido a defenderte así?
—Kárate. Mi padre nos apuntó a mi hermana y a mí cuando éramos pequeñitas. Siempre dijo que teníamos que aprender a defendernos de la gentuza y, mira, ¡tenía razón!
—Ha sido flipante. ¡Eres mi heroína! —sonríe Frida—. Esos tipos se han llevado su
buen merecido y… ¡Oh, Dios mío, Jud, tu mano!
Ambas miramos mi mano derecha. Tiene los nudillos rojos, desollados e hinchados. La muevo lo mejor que puedo e intento quitarle importancia.
—No es nada… no te preocupes. Pero necesitaré hielo para bajar la hinchazón. ¿Conduces tú, que yo no puedo?
—Por supuesto.
Frida se baja del coche y yo me corro hacia su asiento. Nada más montarse, acelera el coche y nos dirigimos hacia el chalet.
Cuando llegamos, veo que hay luz en el salón y, dos segundos después, los chicos aparecen para recibirnos. Ambas nos reímos pero, a medida que nos acercamos, Eric ve mi mano y acelera el paso.
—¿Qué te ha pasado?
Voy a responder, cuando Frida se adelanta.
—Cuando hemos salido del pub, unos tipos han intentado propasarse con nosotras. Menos mal que Jud ha sabido defendernos. ¡Ha sido increíble! No veas qué patadas y puñetazos les ha dado. Por cierto, hay que ponerle hielo en la mano ¡ya!
La cara de Eric es un poema mientras Frida escenifica una y otra vez lo ocurrido y habla sin parar. Está tan impresionada por ello que no puede parar. Andrés, al ver que las dos estamos bien, abraza a su mujer. Eric continúa a un metro de mí con gesto adusto. Noto la angustia por el susto en su mirada. Finalmente, para intentar quitar hierro al asunto, le doy un beso.
—Tranquilo. No ha sido nada. Sólo unos idiotas que querían que yo les zumbase.
—Monta en el coche, Jud —exige Eric de pronto.
—¡¿Cómo?!
Le quita las llaves de la mano a Frida, frenético.
—Me vas a decir quiénes han sido esos hijos de su madre y se las van a ver conmigo.
Andrés y Frida se colocan rápidamente a su lado. Andrés le quita las llaves y Frida dice:
—¿Se puede saber adónde vas?
—A darles su merecido a esos tipos. Dame las llaves, Andrés.
Eric respira con dificultad. Sus ojos están furiosos.
—Maldita sea, Eric —digo, dispuesta a que olvide esa tontería—. No ha pasado nada. ¿Qué quieres? ¿Que realmente pase algo que luego tengamos que lamentar?
Mi grito hace que me mire. De un portazo cierra la puerta del coche, camina hacia mí y mientras pasa su mano por mi cintura, murmura:
—¿Estás bien?
—Sí… tranquilo. Sólo necesito agua oxigenada para limpiarme los raspones y hielo para la hinchazón.
—Dios, pequeña… —murmura posando su frente contra la mía—. Te podía haber pasado algo…
—Eric… no ha pasado nada. Es más, tenías que haber visto cómo han quedado esos tipos. —Y, mientras Frida y Andrés entran en casa, añado—: Los he machacado.
Me abraza. Me aprieta contra él y mete su cara en mi cuello. Durante unos minutos permanecemos así.
—Recuerda lo que te dije: campeona de kárate.
Noto que sonríe y cómo sus músculos se relajan. Finalmente me da un dulce beso
en los labios.

—Ah… pequeña, ¿qué voy a hacer contigo? 

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