Tras seis
meses de infructuosas elucubraciones, una brecha se abrió en el caso Harriet
Vanger cuando Mikael, un día de la primera semana de junio, encontró tres
nuevas piezas del rompecabezas, dos de ellas gracias a su propio esfuerzo y, la
tercera, con un poco de ayuda.
En
cuanto Erika se marchó, Mikael cogió el álbum y se puso a mirar las fotos, una
tras otra, durante muchas horas, intentando dar con lo que le había producido
aquella zozobra. Al final, dejó el álbum y empezó a trabajar en la crónica
familiar.
Uno
de esos días de principios de junio, Mikael fue a Hedestad. Iba absorto en
pensamientos completamente distintos cuando el autobús en el que viajaba enfiló
Järnvägsgatan y, de repente, descubrió qué era lo que había estado madurando
durante tanto tiempo en su cabeza. Surgió como un relámpago en medio de un
cielo claro. Se quedó tan perplejo que continuó, sin darse cuenta, hasta la
última parada, junto a la estación de tren. Luego regresó inmediatamente a
Hedeby para confirmar que su memoria no le traicionaba.
Se
trataba de la primera fotografía del álbum.
La
última instantánea que existía de Harriet Vanger se había sacado aquel fatídico
día en Järnvägsgatan, precisamente en esa misma calle de Hedestad, mientras
presenciaba el desfile del Día del Niño.
Esa
imagen desentonaba con el resto del álbum. Había ido a parar allí porque
pertenecía al mismo día, pero era la única de las más de ciento ochenta fotos
que no se centraba en el accidente del puente. Siempre que Mikael y, suponía,
todos los demás miraban el álbum, eran las personas y los detalles del puente
lo que captaban su atención. Una foto de la muchedumbre de Hedestad observando
el desfile del Día del Niño, varias horas antes de los decisivos
acontecimientos, no tenía nada de particular.
Sin
duda, Henrik Vanger habría mirado la instantánea miles de veces, dándose cuenta
con nostalgia de que nunca más volvería a ver a Harriet. Tal vez le irritara
que la foto estuviera hecha a tanta distancia que Harriet Vanger no fuera más
que una persona entre un mar de gente.
Pero
no fue eso lo que hizo reaccionar a Mikael.
La
foto se había sacado desde el otro lado de la calle, probablemente desde una
ventana de la segunda planta. El objetivo gran angular capturó la parte frontal
de uno de los camiones del desfile. Sobre la plataforma del vehículo unas
mujeres con brillantes trajes de baño y pantalones bombachos repartían
golosinas. Algunas parecían bailar. Por delante del camión saltaban tres
payasos.
Harriet
estaba en la primera fila de público, dispuesto a lo largo de la acera. A su
lado aparecían tres de sus compañeras de clase y, en torno a ellas, por lo
menos unos cien ciudadanos más.
Fue
eso lo que Mikael guardó en su subconsciente y lo que salió inesperadamente a
la superficie cuando el autobús pasó por el mismo lugar donde se hizo la foto.
La
gente se comportaba como se suele comportar en este tipo de actos. Los ojos de
los espectadores siempre siguen a la pelota en un partido de tenis, o al disco
en un encuentro de hockey sobre
hielo. Los que estaban en el extremo izquierdo de la foto miraban a los payasos
que tenían justo delante. Los que se encontraban más cerca del camión se
concentraban en la plataforma de las chicas ligeras de ropa. La expresión de
sus rostros revelaba que se lo estaban pasando bien. Los niños señalaban con el
dedo. Alguna que otra persona se reía. Todos parecían contentos.
Todos
menos una.
Harriet
Vanger miraba a un lado. Sus tres compañeras y toda la gente de alrededor
observaban a los payasos. La cara de Harriet estaba dirigida a unos treinta o
treinta y cinco grados más arriba a la derecha. Como si tuviera la mirada
clavada en algo que había al otro lado de la calle, pero fuera del extremo
inferior izquierdo de la imagen.
Mikael
sacó la lupa e intentó discernir los detalles. La foto había sido hecha desde
demasiada distancia como para estar del todo seguro, pero, a diferencia de
todos los demás, el rostro de Harriet parecía no tener vida. Su boca dibujaba
una delgada línea. Sus ojos estaban abiertos de par en par. Las manos le
colgaban flácidas a lo largo del cuerpo.
Daba
la sensación de estar asustada. Asustada o enfadada.
Mikael
sacó la foto del álbum, la metió en una funda de plástico y cogió el siguiente
autobús a Hedestad. Se bajó en Järnvägsgatan y se colocó exactamente en el
mismo lugar desde donde se debía de haber hecho la foto. Se hallaba justo en el
límite de lo que se consideraba el centro de Hedestad. Se trataba de un
edificio de madera, de dos plantas, que albergaba una tienda de vídeos y otra
de ropa de caballero, Sundströms Herrmode, fundada en 1932, según rezaba en la
placa de la puerta. Entró en la tienda y advirtió enseguida que ocupaba las dos
plantas; una escalera de caracol conducía al piso superior.
Al
final de la escalera, había dos ventanas que daban a la calle. Allí estuvo el
fotógrafo.
—¿En
qué puedo servirle? —le preguntó un vendedor de cierta edad cuando Mikael sacó
la funda de plástico con la fotografía. Había poca gente en la tienda.
—Bueno,
la verdad es que sólo quería ver desde dónde fue hecha esta fotografía. ¿Le
importa si abro un momento la ventana?
Le
dio permiso para hacerlo y Mikael levantó la fotografía ante él. Podía ver
exactamente el sitio donde permaneció Harriet Vanger. Uno de los dos edificios
de madera que se encontraban detrás de ella ya no existía; en su lugar se
alzaba una construcción de ladrillo. El otro, que había sobrevivido y que en
1966 era una papelería, albergaba ahora un herbolario y un solarium. Mikael
cerró la ventana, dio las gracias y pidió disculpas por la molestia.
Ya
en la calle, se situó justo en el lugar donde estuvo Harriet. Tenía un buen
punto de referencia entre la ventana de la planta superior de la tienda de moda
y la puerta del solarium. Giró la cabeza y apuntó con la mirada a lo largo de
la línea de visión de Harriet. Por lo que pudo estimar Mikael, Harriet miraba
en dirección a la esquina del edificio de Sundströms Herrmode. Una esquina
normal y corriente que, al doblarla, conducía a otra calle. «¿Qué fue lo que
viste allí, Harriet?»
Mikael
metió la foto en su bandolera y se dio un paseo hasta el parque de la estación
de tren, donde se sentó en una terraza y pidió un caffè
latte. De
repente se sintió ligeramente conmovido.
En
inglés lo llaman new evidence, lo cual suena muy diferente a «nuevas
pruebas». En una investigación que llevaba estancada treinta y siete años, él
acababa de descubrir algo completamente nuevo, en lo que nadie más había
reparado.
El
único problema era que no estaba seguro del valor de su hallazgo, si es que lo
tenía. Aun así, le parecía importante.
Aquel
sábado de septiembre en el que Harriet desapareció fue, en muchos aspectos,
dramático. Era un día de fiesta en Hedestad, con, sin duda, varios miles de
personas en la calle, tanto jóvenes como mayores. Y era el día de la reunión
familiar anual en la isla de Hedeby. Esos dos acontecimientos, ya de por sí,
desviaron de la rutina diaria la atención general de los habitantes de la
ciudad. Y, como guinda del pastel, tuvo lugar el accidente del puente que
eclipsó todo lo demás.
El
inspector Morell, Henrik Vanger y los que habían investigado la desaparición de
Harriet se concentraron en los acontecimientos de la isla. Morell escribió
incluso que no era capaz de abandonar la sospecha de que el accidente y la
desaparición de Harriet tuvieran alguna relación. De pronto, Mikael se
convenció de que se habían equivocado.
La
cadena de acontecimientos no había empezado en la isla de Hedeby, sino en
Hedestad, algunas horas antes. Harriet Vanger vio algo —o a alguien— que la
asustó y la hizo regresar a casa e ir inmediatamente a ver a Henrik Vanger,
quien, por desgracia, no tuvo tiempo de hablar con ella. Luego ocurrió el
accidente del puente. Acto seguido, entró en escena el asesino.
Mikael
hizo una pausa. Era la primera vez que, conscientemente, formulaba la
suposición de que Harriet podía haber sido asesinada. Dudó, pero pronto se dio
cuenta de que comulgaba con la idea de Henrik Vanger. Harriet estaba muerta y
ahora él perseguía a un asesino.
Volvió
a la investigación. Entre las miles de páginas sólo una mínima parte versaba
sobre las horas que pasó Harriet en Hedestad. Estuvo con tres compañeras de
clase; a cada una de ellas les tomaron declaración, en su momento, de las
observaciones de aquella jornada. Habían quedado en el parque de la estación a
las nueve de la mañana. Una de las chicas quería comprarse unos vaqueros y sus
amigas la acompañaron. Tomaron café en el restaurante de los grandes almacenes
EPA; más tarde subieron al polideportivo, luego dieron una vuelta por los puestos
y las casetas de la feria, y se encontraron además con otros compañeros del
colegio. Después de las doce volvieron a acercarse al centro para ver el
desfile del Día del Niño. Poco antes de las dos de la tarde, Harriet dijo, de
improviso, que tenía que irse a casa. Se despidieron en una parada de autobús
cerca de Järnvägsgatan.
Ninguna
de las amigas advirtió nada raro. Una de ellas, Inger Stenberg, describió el
cambio de Harriet Vanger en el transcurso del último año diciendo que se había
vuelto «impersonal». Añadió que aquel sábado Harriet se mostró taciturna, como
siempre, y que lo único que hizo fue seguir a las demás.
El
inspector Morell había entrevistado a todas las personas que vieron a Harriet
durante esa jornada, aunque sólo se hubieran saludado en la feria. En cuanto se
anunció su desaparición, su foto fue publicada en los periódicos locales.
Varios ciudadanos de Hedestad se pusieron en contacto con la policía afirmando
que creían haberla visto, pero nadie había reparado en nada extraño.
Mikael se
pasó toda la noche dándole vueltas a cómo seguir tirando del hilo que acababa
de descubrir. Ya por la mañana subió a ver a Henrik Vanger, que estaba
desayunando en la mesa de la cocina.
—Has
dicho que la familia todavía tiene intereses en el Hedestads-Kuriren.
—Así
es.
—Necesitaría
acceder al archivo de fotografías del periódico. Desde 1966.
Henrik
Vanger dejó el vaso de leche en la mesa y se limpió el labio superior.
—Mikael,
¿qué has encontrado?
Miró
al anciano directamente a los ojos.
—Nada
concreto. Pero creo que podemos haber hecho una interpretación errónea del
curso de los acontecimientos.
Le
enseñó la foto y le contó sus conclusiones. Henrik Vanger permaneció callado un
buen rato.
—Si
estoy en lo cierto, debemos concentrarnos en lo que pasó en Hedestad aquel día,
no sólo en los acontecimientos de la isla de Hedeby —dijo Mikael—. No sé qué
hacer después de tanto tiempo, pero seguro que en la celebración del Día del
Niño se hicieron muchas fotos que nunca se llegaron a publicar. Quiero verlas.
Henrik
Vanger cogió el teléfono de la pared de la cocina. Llamó a Martin Vanger, le
explicó lo que buscaba y le preguntó quién estaba a cargo del departamento de
fotografía del periódico en ese momento. Al cabo de diez minutos, localizaron a
la persona y consiguieron el permiso.
La
persona responsable se llamaba Madeleine Blomberg, aunque todos la conocían
como Maja, y rondaba los sesenta años. Se trataba de la primera mujer en ese
puesto que Mikael conocía en la profesión, donde la fotografía todavía se consideraba
un arte exclusivamente reservado a los hombres.
Era
sábado y la redacción estaba vacía, pero resultó que Maja Blomberg vivía a tan
sólo cinco minutos a píe. Recibió a Mikael en la entrada. Llevaba trabajando en
el Hedestads-Kuriren la
mayor parte de su vida. Empezó como correctora de pruebas en 1964; luego trabajó
unos cuantos años en el cuarto de revelado a la vez que la enviaban como
fotógrafa extra cuando la plantilla era insuficiente. Al cabo de algún tiempo
consiguió el puesto de redactora y cuando el viejo jefe de fotografía se jubiló
—de eso hacía ya una década—, se convirtió en jefa del departamento. El cargo
no significaba que estuviera al mando de un imperio; hacía ya diez años que el
departamento se había fusionado con el de publicidad. Eran, en total, sólo seis
personas que se turnaban haciendo todo el trabajo.
Mikael
preguntó cómo estaba organizado el archivo.
—Me
temo que se encuentra bastante desordenado. Desde que tenemos ordenadores y
fotos digitales, todo se archiva en soporte digital. Hemos tenido un becario
que ha estado escaneando viejas fotos importantes, pero tan sólo se ha
registrado el uno o dos por ciento del total del archivo. Las fotos antiguas
están clasificadas por fechas en sus correspondientes carpetas de negativos. Se
encuentran o aquí abajo, en la redacción, o arriba en el desván.
—Me
interesan las fotos del desfile del Día del Niño de 1966, pero también, en
general, todas las realizadas aquella semana.
Maja
Blomberg observó inquisitivamente a Mikael.
—O
sea, la semana en la que desapareció Harriet Vanger.
—¿Conoce
la historia?
—Es
imposible haber trabajado toda la vida en el Hedestads-Kuriren y
no conocerla; además, que te llame Martin Vanger tan temprano en tu día libre
da que pensar. Corregí las pruebas de los textos que se escribieron sobre el
caso en los años sesenta. ¿Por qué estás hurgando en esa historia? ¿Ha surgido
algo nuevo?
Maja
Blomberg también parecía tener olfato periodístico. Mikael negó con la cabeza
sonriendo y le contó su cover story.
—No,
y dudo que alguna vez demos respuesta a lo que le pasó. Esto que quede entre
usted y yo: estoy escribiendo la biografía de Henrik Vanger. Simplemente eso.
La historia sobre la desaparición de Harriet es un tema que queda un poco al
margen, pero también es un capítulo que no se puede pasar por alto. Estoy
buscando fotografías que puedan ilustrar aquel día, tanto de Harriet como de
sus compañeras.
Maja
Blomberg no se mostró muy convencida, pero la explicación resultaba razonable y
no tenía por qué poner en duda sus palabras.
El
fotógrafo de un periódico acaba con una media de dos a diez rollos de película
por día. Cubriendo grandes eventos, fácilmente puede llegar al doble. Cada
película contiene treinta y seis negativos; así que es normal que un periódico
acumule más de trescientas fotografías por día, de las cuales sólo se publican
unas pocas. Una redacción bien organizada corta las películas y mete los
negativos, de seis en seis, en unas fundas. Un rollo se convierte más o menos
en una página de una carpeta de negativos. Una carpeta contiene más de ciento
diez películas. Eso, al año, da un total de entre veinte y treinta carpetas. Si
vamos sumando años, nos encontramos con una enorme cantidad de carpetas,
fundamentalmente sin valor comercial y sin sitio en las estanterías de la
redacción. En cambio, todos los fotógrafos y todas las redacciones están
convencidos de que las fotos representan «una documentación histórica de
inestimable valor», así que nunca tiran nada.
El Hedestads-Kuriren se
fundó en 1922; el departamento de fotografía existía desde 1937. El desván
contenía más de mil doscientas carpetas, organizadas por fechas. Las fotos de
septiembre de 1966 comprendían cuatro de esas baratas carpetas de cartón.
—¿Cómo
lo hacemos? —preguntó Mikael—. Necesitaría un negatoscopio y la posibilidad de
copiar lo que pueda ser de interés.
—Ya
no tenemos cuarto de revelado. Lo escaneamos todo. ¿Sabes usar un escáner de
negativos?
—Sí,
he trabajado con fotos y la verdad es que en casa tengo uno, marca Agfa.
Trabajo con Photoshop.
—Entonces
empleas el mismo equipo que nosotros.
Maja
Blomberg llevó a Mikael a hacer una rápida visita por la pequeña redacción, lo
instaló delante de un negatoscope y le encendió un ordenador y un escáner.
También le enseñó dónde estaba la máquina del café del comedor. Acordaron que
Mikael se quedaría a trabajar solo, pero que la llamaría cuando quisiera irse
para que ella pasara a cerrar con llave y conectar la alarma. Luego le dejó con
un alegre «pásatelo bien».
Mikael
tardó horas en repasar las carpetas. En aquella época el Hedestads-Kuriren tenía
dos fotógrafos. El del día en cuestión era Kurt Nylund, al que Mikael ya
conocía de tiempo atrás. En 1966 Kurt Nylund tendría unos veinte años. Luego se
trasladó a Estocolmo y se convirtió en un reconocido profesional, trabajando
tanto de freelance como
en la plantilla de la agencia Pressens Bild, en Marieberg. Los caminos de
Mikael y Kurt Nylund se cruzaron más de una vez durante los años noventa,
cuando Millennium le
compraba fotografías a Pressens Bild. Mikael lo recordaba como un hombre
delgado y con poco pelo. Kurt Nylund había usado una película con poca
sensibilidad y no demasiado granulada, al igual que muchos fotógrafos de
prensa.
Mikael
sacó las hojas con las fotos del joven Nylund y, una a una, las colocó encima
del negatoscopio, donde examinó con una lupa todas las imágenes. Sin embargo,
examinar negativos es un arte que requiere cierto hábito, algo de lo que Mikael
carecía. Se dio cuenta de que para determinar si las fotos contenían alguna información
de valor tendría que escanearlas todas y estudiarlas en la pantalla del
ordenador, cosa que le llevaría no pocas horas. Por eso, primero intentó
hacerse una idea general de las fotos que podrían interesarle.
Empezó
a marcar todas las del accidente del camión cisterna. Mikael pudo constatar que
la carpeta con las ciento ochenta fotos reunidas por Henrik Vanger no estaba
completa; la persona que había copiado la colección —posiblemente el propio
Nylund— había desechado unas treinta instantáneas que resultaban tan borrosas o
de tan mala calidad que no se consideraron aptas para su publicación.
Mikael
desconectó el ordenador del Hedestads-Kuriren y
enchufó el escáner Agfa en su propio iBook. Le llevó dos horas escanear el
resto.
Una
de las fotos captó inmediatamente su interés. Entre las 15.10 y las 15.15,
justo cuando Harriet desapareció, alguien había abierto la ventana de su
habitación; Henrik Vanger había intentado, en vano, averiguar de quién se
trataba. De pronto, Mikael tenía una imagen en su pantalla que debía de haber
sido tomada justo en el momento en el que la ventana fue abierta. Pudo apreciar
una silueta y una cara, aunque algo desenfocadas y borrosas. Decidió que el
análisis de las imágenes podía esperar hasta que hubiese terminado de meter
todas las fotos en el ordenador.
Durante
las siguientes horas, Mikael analizó las fotos del Día del Niño. Kurt Nylund
había empleado seis rollos, lo que suponía un total de más de doscientas
imágenes. Se veía un constante desfile de niños con globos, adultos, vendedores
ambulantes de perritos calientes entre hervideros de gente, el propio desfile,
un artista local en el escenario y la entrega de algún tipo de premio.
Al
final, Mikael decidió escanearlo todo. Al cabo de seis horas completó una
carpeta con noventa fotos. Tendría que volver otro día a la redacción del Hedestads-Kuriren.
Alrededor
de las nueve de la noche, llamó a Maja Blomberg, le agradeció su ayuda y
regresó a la isla de Hedeby.
El
domingo a las nueve de la mañana ya estaba otra vez en la redacción, que seguía
vacía cuando Maja Blomberg le dejó entrar. Había olvidado que era la fiesta de
Pentecostés y que el periódico no saldría hasta el martes. Podía utilizar la
misma mesa que el día anterior, así que dedicó toda la jornada a escanear fotos.
A las seis de la tarde todavía le quedaban unas cuarenta fotos del Día del
Niño. Mikael examinó los negativos y decidió que los primeros planos de caras
monas de niños o las fotos de un artista sobre el escenario carecían, simplemente,
de interés. Lo que escaneó fue el ajetreo de la calle y la muchedumbre.
Mikael
pasó el lunes de Pentecostés examinando el nuevo material fotográfico. Hizo dos
descubrimientos: el primero le llenó de consternación; el segundo le aceleró el
pulso.
El
primer descubrimiento fue esa cara en la ventana de la habitación de Harriet
Vanger. La foto estaba algo borrosa debido al movimiento; por eso debía de
haber sido descartada de la colección original. El fotógrafo se hallaba delante
de la iglesia enfocando el puente. Los edificios quedaban por detrás. Mikael
encuadró la imagen centrándose sólo en la ventana; luego estuvo ajustando el
contraste y aumentando la nitidez hasta que consiguió, a su parecer, la mejor
calidad posible.
El
resultado fue una imagen granulada, con un mínimo contraste cromático entre los
grises, que mostraba una ventana rectangular, una cortina, un trozo de brazo y,
algo más adentrado, un difuminado rostro en forma de media luna. La cara no
pertenecía a Harriet Vanger, que tenía el pelo negro como el azabache, sino a
una persona con un color de cabello considerablemente más claro.
También
constató que se podían discernir unas zonas más oscuras en la parte de los
ojos, la nariz y la boca, pero resultaba imposible observar nítidamente sus
facciones. No obstante, estaba convencido de que se trataba de una mujer; la
parte más clara de la cara seguía hasta la altura de los hombros y dejaba
adivinar un cabello femenino. Pudo ver que llevaba ropa clara.
Calculó
la altura de la persona valiéndose de las medidas de la ventana; era una mujer
que medía aproximadamente un metro y setenta centímetros.
A
medida que fue pasando más fotos del accidente del puente en la pantalla del
ordenador llegó a la conclusión de que había alguien que encajaba perfectamente
con esa descripción: Cecilia Vanger a los veinte años.
Kurt
Nylund había hecho en total dieciocho fotografías desde la ventana de la
segunda planta de Sundströms Herrmode. En diecisiete de ellas, se veía a
Harriet Vanger.
Harriet
y sus compañeras de clase llegaron a Järnvägsgatan justo en el mismo instante
en que Kurt Nylund empezó a hacer fotografías. Mikael estimó que las fotos se
hicieron en un lapso de unos cinco minutos. En la primera, Harriet y sus
compañeras estaban bajando la calle en dirección al fotógrafo. En las fotos que
iban de la dos a la siete se las veía de pie mirando el desfile. En otra, ya se
habían desplazado unos seis metros más abajo. En la última, posiblemente sacada
un poco más tarde, el grupo ya había desaparecido.
Mikael
agrupó una serie de instantáneas en las que cortó a Harriet por la cintura y
las manipuló hasta conseguir el mejor contraste posible. Las guardó en un
archivo aparte, abrió el programa Graphic Converter y activó la función
diaporama. El resultado fue similar a una película muda entrecortada, con
saltos de fotogramas, donde cada imagen se mostraba durante dos segundos.
Harriet
llega, imagen de perfil. Harriet se detiene y mira calle abajo. Harriet vuelve
la vista hacia la calle. Harriet abre la boca para decirle algo a su amiga. Harriet
se ríe. Harriet se toca la oreja con la mano izquierda. Harriet sonríe. De
repente, Harriet, con la cara en un ángulo de unos veinte grados a la izquierda
de la cámara, parece asombrada. Harriet abre los ojos de par en par y ha dejado
de sonreír. La boca de Harriet se convierte en una fina línea. Harriet fija la
mirada. En su cara se puede leer... ¿qué? ¿Tristeza, conmoción, enfado? Harriet
baja la mirada. Harriet ya no está.
Mikael
volvió a pasar la secuencia una y otra vez.
Confirmaba,
con toda claridad, la hipótesis que había formulado. Algo sucedió en
Järnvägsgatan. La lógica resultaba evidente.
«Ella
ve algo —a alguien— al otro lado de la calle. Sufre un shock. Luego se pone en contacto con Henrik
Vanger para hablar con él en privado, cosa que nunca llega a ocurrir. Más tarde
desaparece sin dejar rastro.»
Algo
pasó aquel día. Pero las fotos no explicaban el qué.
A las dos
de la mañana del martes, Mikael se preparó café y unos sándwiches, que se tomó
sentado en el arquibanco de la cocina. Le embargaba una mezcla de emoción y
desánimo. En contra de todas sus expectativas, había hallado nuevas pruebas. El
único problema era que aunque éstas arrojaban más luz sobre la cadena de
acontecimientos, no lo acercaban ni un milímetro a la resolución del misterio.
Reflexionó
intensamente sobre el papel que podía haber desempeñado Cecilia Vanger en el
drama. Henrik Vanger, sin ningún tipo de consideración hacia nadie, había
elaborado una lista con las actividades de todas las personas implicadas aquel
día, y Cecilia Vanger no constituía ninguna excepción. En 1966 ella vivía en
Uppsala, pero llegó a Hedestad dos días antes de aquel desdichado sábado. Se
alojó en una habitación de invitados en casa de Isabella Vanger. Dijo que
posiblemente viera a Harriet Vanger por la mañana, temprano, pero que no llegó
a hablar con ella. Fue a Hedestad por unos asuntos. No vio a Harriet y volvió a
la isla de Hedeby alrededor de la una, más o menos mientras Kurt Nylund hacía
toda la serie de fotos de Järnvägsgatan. Se cambió y, alrededor de las dos,
ayudó a poner la mesa para la cena de aquella noche.
Como
coartada, resultaba débil. Las horas eran aproximadas, especialmente por lo que
respecta a su vuelta a la isla de Hedeby, pero Henrik Vanger tampoco había
encontrado nada que indicara que mentía. Cecilia Vanger era una de las personas
de la familia a las que Henrik más quería. Además, había sido la amante de
Mikael. Así que le costaba ser objetivo, y mucho más todavía imaginársela como
asesina.
Y
ahora una de aquellas viejas y descartadas fotografías insinuaba que ella había
mentido al afirmar que nunca entró en la habitación de Harriet. Mikael se
devanaba los sesos pensando en el significado de todo eso.
«Y
si has mentido sobre esto, ¿en qué más lo habrás hecho?»
Mikael
recapituló lo que sabía de Cecilia. En el fondo la veía como una persona
reservada, aparentemente marcada por su pasado, lo que se traducía en una vida
solitaria, sin sexo y con dificultades para intimar con otras personas.
Guardaba las distancias con la gente, y cuando, por una vez, se dejó llevar y
se echó en los brazos de alguien, eligió a Mikael, un forastero de visita
temporal. Cecilia había dicho que rompía su relación porque no soportaba la
idea de que él fuera a desaparecer de su vida tan de repente como apareció.
Pero sin duda, pensaba Mikael, fue precisamente ésa la razón por la que se
atrevió a dar el paso e iniciar la relación. Ya que Mikael no iba a estar mucho
tiempo, no tenía por qué temer que su vida fuera a cambiar de forma radical.
Suspiró y dejó de lado sus análisis psicológicos.
El otro
descubrimiento lo hizo bien entrada la noche. La clave del misterio, de eso
estaba convencido, era lo que había visto Harriet en Järnvägsgatan, en
Hedestad. Mikael no lo sabría jamás, a no ser que fuera capaz de inventar una
máquina para viajar en el tiempo, ponerse detrás de Harriet y mirar por encima
de su hombro.
En
el mismo momento en que se le ocurrió la idea, se dio un golpe en la frente con
la palma de la mano y se abalanzó sobre su iBook. Cliqueando, sacó las fotos no
encuadradas de la serie de Järnvägsgatan y miró... ¡allí!
Detrás
de Harriet Vanger y aproximadamente a un metro, a su derecha, había una joven
pareja; el hombre llevaba un jersey a rayas y la mujer una cazadora clara y una
cámara en la mano. Al aumentar la imagen vio que parecía ser una Kodak instamatic con flash incorporado:
una de esas cámaras baratas que la gente con muy pocos conocimientos de
fotografía utiliza en vacaciones.
La
mujer sostenía la cámara a la altura de la barbilla. Luego la levantaba y
fotografiaba a los payasos, justo en el momento en que la expresión de la cara
de Harriet cambió.
Mikael
comparó la posición de la cámara con la línea de visión de Harriet. La mujer
había fotografiado casi exactamente lo que estaba viendo Harriet.
Mikael
advirtió que su corazón latía aceleradamente. Se inclinó hacia atrás y buscó el
paquete de tabaco en el bolsillo de su camisa. Alguien había hecho una foto.
Pero ¿cómo podría identificar a la mujer? ¿Cómo hacerse con esa foto? ¿Habría
sido revelado ese carrete? Y, en ese caso, ¿se hallaría la fotografía en algún
lugar?
Mikael
abrió el archivo de las fotos con el trasiego de gente durante la fiesta.
Durante una hora se dedicó a aumentarlas todas y las examinó centímetro a
centímetro. Hasta que no llegó a la última no volvió a descubrir a la pareja.
Kurt Nylund había sacado una fotografía de otro payaso que posaba delante de su
cámara con globos en la mano y la típica sonrisa dibujada en la boca. La imagen
se había tomado en el aparcamiento aledaño a la entrada del estadio deportivo,
donde se había instalado la feria. Debió de ser después de las dos; luego
Nylund fue advertido del accidente del camión y dejó de cubrir los
acontecimientos del Día del Niño.
La
mujer estaba oculta casi por completo, pero se veía claramente de perfil al
hombre del jersey a rayas. Llevaba unas llaves en la mano y se inclinaba hacia
delante para abrir la puerta de un coche. El payaso, en primer plano, estaba
enfocado, y el coche se veía algo borroso. La matrícula se encontraba
parcialmente tapada, pero empezaba con AC3.
Las
matrículas de los coches de los años sesenta comenzaban con una letra de la
provincia, y de niño Mikael había aprendido a identificar la procedencia de los
coches. AC era el código de la provincia de Västerbotten.
Luego,
Mikael descubrió otra cosa. En el cristal trasero había una pegatina. Hizo un
zoom, pero el texto se convirtió en una borrosa mancha. Seleccionó, entonces,
la pegatina y empezó a trabajar con el contraste y la nitidez. Le llevó un buen
rato. Seguía sin poder leer el texto pero, guiado por las borrosas formas,
intentaba deducir de qué letras podría tratarse. Muchas se parecían tanto que
resultaba fácil confundirlas. Una D se podía confundir con una O, igual que la
N con la H y muchas otras. Después de intentar ensamblar las piezas del
rompecabezas con lápiz y papel, eliminando letras, consiguió un texto
incomprensible:
ARP NT R A D R
JÖ
Fijó
la mirada hasta que se le saltaron las lágrimas. De repente el texto completo
apareció claramente ante sus ojos: CARPINTERÍA DE NORSJÖ, seguido por signos
más pequeños, imposibles de leer, pero que tal vez correspondieran a un número
de teléfono.
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