Capítulo 16
—Pero ¿qué coño?
Bajo de un salto del taburete pero vuelven a
sentarme antes de que pueda decir nada más.
—Ava —dice Jesse en tono severo.
No voy a hacerle caso por ello, pero entonces
recuerdo que Sam no sabe que Kate le ha puesto
los cuernos. Jesse tampoco. Así que la pago con
mi marido.
—¿A quién más se lo has contado?
La expresión de advertencia desaparece.
—A unos pocos.
Me muerdo el labio.
—Se lo has contado a todo el mundo.
Este hombre es increíble. Ni siquiera mis pobres
padres saben que van a ser abuelos.
—Tal vez.
—Jesse —gimo, abatida.
Su adorable rostro hace que se me pase el enfado
y, cuando se encoge de hombros sabiéndose
culpable, ya ni siquiera estoy molesta.
—¿Podemos ir a visitar a mis suegros este fin de
semana? —dice.
—Sí. Más nos vale, o la noticia llegará a
Cornualles antes que nosotros.
Sonríe, me besa en la boca, me acaricia la
barriga inexistente con la mano y me pasa la lengua
por los labios.
—Hace usted de mí un hombre feliz, señora Ward.
—Eso es porque en este momento estoy dejando que
te salgas con la tuya.
—No, es porque eres preciosa, fogosa y mía.
—¡Tío! —El alegre saludo de Sam nos distrae de
nuestro momento.
Le da a Jesse una palmada en el hombro y me mira
de cabo a rabo.
—Se te nota —dice con la vista fija en mi
vientre—. Tienes ese brillo sanote.
Me da la risa y me muero por preguntar si los
que me felicitan están también al tanto de las
circunstancias en las que se produjo el
embarazo.
—Es curioso, porque me paso el día hecha mierda
—bromeo.
—¡Esa boca, Ava! —salta Jesse, pero lo dejo con
Sam y voy al encuentro de Kate.
—Vamos a sentarnos en la esquina —digo sonriendo
con dulzura. Parece que le da apuro, y
debería, pero no se resiste y deja que me la
lleve lejos de los hombres, a una pequeña mesa en la
zona más tranquila del bar.
Prácticamente la siento de un empujón.
—Muy bien, Matthews, desembucha.
Esto ya pasa de castaño oscuro, así que más le
vale no venirme con excusas. No, cuando se trata
de mi hermano, y eso que ahora mismo no me cae
muy bien.
—Entonces ¿es oficial? —pregunta tan contenta
como si no hubiera oído mi orden.
—¿El qué? —inquiero al tiempo que me siento en
la silla que hay frente a ella.
—El bebé —dice señalando con un gesto mi
vientre—. Que no vas a deshacerte de él.
—¡Kate! —susurro atónita mirando a las mesas de
alrededor.
Estamos a salvo, pero la frialdad de sus
palabras me toca una fibra sensible que nadie me había
tocado desde que todo esto empezó. Me llevo la
mano a la barriga en un gesto protector, me siento
muy culpable.
Sonríe.
—Ava, sabía que no ibas a hacerlo.
No tengo palabras.
—¿Por qué no me lo dijiste antes?
—Porque tenías que darte cuenta tú sola. —Mira a
los hombres, que charlan en el bar—. No lo
entiendo, pero mírale la cara —dice sonriéndole
a Jesse con cariño—. Estuve a punto de contárselo,
Ava.
Lo sabía. Mi hombre está muy contento, pero
siempre lo está cuando estamos juntos, o siempre
lo está cuando lo dejo salirse con la suya. Sea
como sea, no puedo negar lo feliz que me hace verlo
así, y saber que es por mí y por su pequeño
cacahuete. Me pilla mirándolo y me guiña el ojo. Me
siento feliz y segura, y entonces me acuerdo de
que mi amiga me debe una explicación o dos.
—¡Eh! —le suelto—. ¡Tienes mucho que contarme!
Kate se acerca y me mira como si la estuviera
aburriendo. No me gusta esa mirada.
—Le he dicho a tu hermano que se vuelva a
Australia.
—Anda. —Esa noticia me interesa—. ¿Y?
Se encoge de hombros.
—No sé si lo hará, pero no sé nada de él desde
el sábado.
—Sabía que estaba contigo —replico dirigiéndole
una mirada de reprobación—. ¿Qué ha
pasado?
—Sam —contesta en voz baja—. No es perfecto e
ideal, pero estamos en ello.
—¿Por La Mansión?
—Sí.
—¿Y por qué habéis venido?
Si están intentando eliminar La Mansión y las
cosas raras de su relación, ¿no debería evitar el
lugar como la peste?
—Para tomar una copa.
—Pero os sentiréis tentados de... —Me estoy
poniendo roja como un tomate y no me gusta—.
Ya sabes... —miro al techo—, ¿disfrutar?
Kate rompe a reír como una histérica, dando
palmadas en la mesa y todo.
—Ay, Ava. Estás casada con el dueño de este
lugar y eres tan mojigata que da risa.
—Ya lo veo —bufo, un tanto ofendida. No soy una
mojigata.
Consigue controlar la risa y me mira con cariño.
No me entusiasma su sentido del humor, pero
me alegra ver que vuelve a ser la de siempre.
—A partir de ahora sólo nos acostaremos el uno
con el otro. —Lo dice como si le hiciera
gracia, pero parece muy seria. Le hace gracia
que la mandíbula me llegue al suelo, y lo dice muy
seria porque sé que, a pesar de que su relación
con Sam es muy liberal, el chico le gusta de verdad, y
eso es nuevo.
Cierro la boca.
—Me alegro por vosotros —digo simplemente. Estoy
atónita, la verdad—. Entonces ¿por qué
habéis venido?
—Hay habitaciones privadas —sonríe.
—¡Tu cuarto es privado!
—Cierto, pero no está amueblado...
adecuadamente.
Cierro la boca, abro unos ojos como platos y...
me parto de risa. ¡Hay que joderse, la muy
guarrilla!
—¡No tienes vergüenza!
Me río tanto que casi estoy llorando. Es genial
poder compartir estas cosas con mi feroz amiga,
aunque hace unos meses nunca nos habríamos
imaginado que acabaríamos riéndonos así de estos
temas. Clubes de sexo ultrapijos, el señor de La
Mansión del Sexo (con el que ahora estoy casada y
esperando un hijo), los socios monos y sexys de
dicho local, y Kate experimentando con uno de ellos.
Mi vida ha dado un giro de ciento ochenta
grados.
—Eres increíble —añado, burlona—. ¿Y con quién
habéis estado jugando Sam y tú? Antes de la
nueva regla.
Se le ilumina la cara.
—Con cierto apuesto caballero de pelo negro y
cara de pocos amigos.
—¡No!
Asiente con los ojos muy vivos.
—Es igual de serio en la cama. ¡Muy sexy!
—¡Calla!
—¡De eso, nada!
Separa las manos hasta que la distancia entre
las palmas es de unos veinte centímetros.
—Y hace maravillas con ella.
—¡Ay, Dios! ¡Para, por favor! —digo ahogando una
estruendosa carcajada.
Se recuesta en su silla y lucha por controlar la
risa.
—Puede que sea bueno, pero no tiene la habilidad
y el aguante de Sam —sonríe—. Y no me
hace reír como ese adorable picarón.
No puedo evitar sonreír de oreja a oreja. No lo
ha dicho con tantas palabras, pero acaba de
confesar que le gusta Sam. Por fin avanzamos, y
me alegro muchísimo.
—No sabes cuánto me alegro de oírtelo decir.
¡Por fin!
—Sí que lo sé —contesta Kate acercándose a la
mesa—. Una cosa más y dejamos de hablar de
don Serio, ¿sí?
—Uy, uy, uy. Esto parece interesante. —Me
inclino a mi vez hacia adelante y nuestras caras
quedan a pocos centímetros de distancia—.
Dispara.
—Lleva un piercing.
—¿En el pezón? —pregunto, muerta de la
curiosidad.
Kate niega con la cabeza. Me siento derecha y
mido unos veinte centímetros con las manos.
Asiente.
—¡No!
Miro a Drew, tan reservado y tan particular, y
automáticamente mis ojos se posan en su
entrepierna.
—¡No se ve a través de los vaqueros, Ava! —Mi
amiga se troncha y yo no puedo contener la
risa.
Es una risa incontrolable, de las de mearse en
las bragas y sacudir la barriga sin querer. Se me
caen las lágrimas. Kate abre la boca y con la
lengua se golpea el interior de la mejilla.
—Casi me parto un diente.
—¡No más! —Me voy a caer de la silla. No puedo
parar de reír.
—¿Qué es tan divertido?
Me enjugo las lágrimas e intento recobrar la
compostura. Miro al señor de La Mansión del
Sexo, que observa con expresión divertida a su
mujer, muerta de la risa.
—Nada.
Seguro que él estaba al tanto de todo y por eso
me decía que me metiera en mis asuntos.
Me niego a mirar a Kate porque sé que lo está
deseando. No voy a darle la oportunidad de
provocarme otro ataque de risa con una broma
privada o una de sus miraditas.
Jesse se sienta a mi lado.
—Tu cena. —Le hace un gesto a Pete, que se
acerca con una bandeja.
—Me muero de hambre —digo. Le doy las gracias a
Pete con una sonrisa cuando me coloca el
filete delante—. ¿Al punto? —pregunto metiéndome
una patata en la boca.
Pete me sonríe afectuosamente.
—Tal como a usted le gusta —responde pasándome
un cuchillo y un tenedor. A continuación le
sirve su plato a Jesse—. ¿Algo más, señor?
—No. Gracias, Pete.
—Que aproveche —dice Kate poniéndose en pie,
pero entonces agito mi cuchillo en el aire.
—No, siéntate —le pido con la boca llena de
patata—. Quédate, de verdad.
Jesse me coge de la muñeca y me pone la mano sobre
la mesa.
—No agites el cuchillo, Ava —me regaña.
Miro el cubierto, que está en lugar seguro junto
a mi plato.
—Perdona. —Corto un trozo de filete y suspiro de
gusto al llevármelo a la boca.
—¿Está bueno? —me pregunta Jesse. Está comiendo
la mar de satisfecho.
—Como siempre —confirmo antes de seguir hablando
con Kate.
Lo malo es que ahora que tenemos compañía no
podemos seguir hablando de lo mismo que
antes. De hecho, no sé qué decir, porque no
podemos charlar de cosas interesantes, y menos cuando
Sam y Drew se unen a nosotros.
Mastico más despacio. Drew se sienta a un lado
de Kate, y Sam, al otro. Nunca volveré a verlos
del mismo modo. ¡Mierda! No puedo dejar de mirar
la bragueta de Drew. ¿Un piercing ahí abajo?
Jamás me lo habría imaginado, y no puedo evitar
que me entre la risa tonta, pese a que tengo la boca
llena de filete. Kate y yo nos miramos y ella se
lleva la lengua al interior de la mejilla.
Me atraganto.
Estoy tosiendo y escupiendo por todas partes.
Jesse deja los cubiertos en el plato y me da
palmaditas en la espalda.
—¡Joder, mujer! No comas tan de prisa, no te lo
van a quitar del plato.
Eso no me ayuda. No puedo respirar, estoy
intentando tragarme el trozo de carne a medio
masticar entre risas. Pese a las lágrimas, veo
que Drew y Sam me miran perplejos y que la gamberra
de mi amiga luce una enorme sonrisa en su pálido
rostro.
—Estoy bien —digo resoplando y tosiendo para
intentar despejarme la garganta—. Se me ha
ido por el otro lado.
—Ten. —Jesse me quita el cuchillo y el tenedor y
me pone en la mano un vaso de agua—. Bebe.
—Gracias. —Acepto el vaso y me lo bebo de un
trago.
Intento no mirar a Kate, pero fracaso
estrepitosamente. Me siento vulnerable, y su talante
juguetón es como un imán. Ahora está
gesticulando como si estuviera haciendo una mamada, mueve
la mano arriba y abajo, masturbando una polla
imaginaria delante de su boca. Escupo agua en todas
direcciones: encima de Drew y de Sam. Tengo
buena puntería, porque también rocío a Kate. Sam y
Drew se levantan volando, pero ella se queda
donde está, muerta de la risa.
—Joder, Ava —exclama Jesse cogiendo una
servilleta—. ¿Qué demonios te pasa?
Me limpia la boca mientras me parto de la risa.
Sam y Drew maldicen en voz baja y Kate sigue
riéndose sin parar.
—Lo siento. —Carcajada—. Lo siento muchísimo.
Sam y Drew están secándose con las servilletas
que ha traído Mario. No quiero mirar a Kate,
pero observo a mi alrededor: la mitad de los
parroquianos no se pierden un detalle de mi actuación
estelar.—
¿Te encuentras bien? —El tono de preocupación de
Jesse me devuelve a la realidad.
—Lo siento —vuelvo a repetir—. No sé lo que me
pasa.
Lo sé perfectamente, y la muy sinvergüenza me
insta en silencio a que la mire. No lo hago. Cojo
mis cubiertos, miro el plato y no pienso
levantar la cabeza hasta que haya terminado. Kate está
disfrutando.
Sam vuelve a tomar asiento.
—¿Esto es lo que el embarazo les hace a las
mujeres? —pregunta con una carcajada.
—Es mejor que los cambios de humor —contraataca
Kate.
—Ya me avisaréis cuando empiecen —sigue Drew—.
Puedo soportar que me escupan, pero no
los azotes de una lengua viperina.
¡Ay, Dios! Mi barriga y mis hombros empiezan a
sacudirse en un nuevo ataque de risa. Kate me
sonríe al otro lado de la mesa. No obstante,
esta vez lo controlo. Agacho la cabeza y sigo comiendo.
—¿Has terminado? —pregunta Jesse retirándome el
plato vacío y dándoselo a Pete.
—Mmm —asiento echándome hacia atrás en la
silla—. Estaba delicioso.
—Ya lo vemos —tercia Drew arqueando las cejas al
tiempo que sigue la trayectoria del plato
reluciente hasta la bandeja de Pete.
—Despídete, señorita. Es tarde.
Jesse se pone en pie, estrecha la mano de los
chicos y le da un beso a Kate en la mejilla.
Me levanto a mi vez y los beso también a todos.
—Llámame —le susurro a Kate al despedirme de
ella.
—Lo haré.
Salimos del bar y Jesse me mira inquisitivo.
—¿Se le ha pasado ya, señora Ward?
Lo miro con las cejas en alto.
—Tú estabas al tanto, ¿verdad?
—¿De qué?
—De Kate, Sam y Drew.
Me lleva hacia la salida principal pero no le
quito el ojo de encima.
No cabe duda: durante un segundo, parece
sorprendido.
—¿De eso te reías? ¿Te lo ha contado?
—Sí —confirmo. Me gustaría añadir que me ha
contado mucho, mucho más—. ¿Por qué no me
lo dijiste?
—¿Para que te preocuparas y le dieras mil
vueltas? —se burla.
—¡Yo no hago eso! —protesto firmemente mientras
nuestros pasos crujen sobre la grava—.
¿Cojo mi bola de nieve gigante?
—No, tú te vienes conmigo. —Me lleva hasta el
asiento del acompañante del DBS pero no
protesto: no quiero conducir el armatoste.
Arranca el motor y conduce a una velocidad
prudencial por el camino de grava. Hasta que pone
la mano sobre la mía no me doy cuenta de que me
estoy tocando la barriga. No necesito confirmación
visual para saber que me está mirando, así que
sigo con la vista los árboles que desaparecen por la
ventanilla. Entrelaza los dedos con los míos y
me estrecha la mano.
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