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50 Sombras liberadas: Capitulo 16


Quieres que le diga que se vaya? —me pregunta Hannah, alarmada por la cara que he puesto.
—Eh, no. ¿Dónde está?
—En recepción. Y no ha venido sola. La acompaña otra mujer joven.
¡Oh!
—Y la señorita Prescott quiere hablar contigo —añade Hannah.
—Dile que pase.
Hannah se aparta y Prescott entra en el despacho. Se nota que viene con una misión, porque destila
eficiencia profesional.
—Dame un momento, Hannah. Prescott, siéntate por favor.
Hannah cierra la puerta y nos deja solas a Prescott y a mí.
—Señora Grey, Leila Williams está en la lista de visitas potencialmente peligrosas.
—¿Qué? —¿Tengo una lista de visitas potencialmente peligrosas?
—Es una lista de vigilancia, señora. Taylor y Welch fueron muy categóricos sobre que ella no debe tener
ningún contacto con usted.
Frunzo el ceño sin comprender.
—¿Es peligrosa?
—No sabría decirle, señora.
—¿Y cómo sabes que está aquí?
Prescott traga saliva y durante un momento se la ve incómoda.
—Estaba haciendo una pausa para ir al baño cuando ella entró y habló directamente con Claire, luego
Claire llamó a Hannah.
—Oh, ya veo. —Me doy cuenta de que incluso Prescott necesita ir a hacer pis y me río un poco—. Qué
mala pata.
—Sí, señora. —Prescott me dedica una sonrisa avergonzada y es la primera vez que la veo bajar un poco la
guardia. Tiene una sonrisa muy bonita—. Tengo que volver a hablar con Claire sobre el protocolo —dice con
tono cansado.
—Claro. ¿Taylor sabe que ella está aquí? —Cruzo los dedos inconscientemente, deseando que no se lo
haya dicho a Christian.
—Le he dejado un mensaje de voz.
Oh.
—Entonces tengo poco tiempo. Me gustaría saber qué quiere.
Prescott se me queda mirando un momento.
—Debo recomendarle que lo no haga, señora.
—Habrá venido hasta aquí a verme por algo.
—Se supone que debo evitarlo, señora —dice en voz baja pero resignada.
—Quiero saber lo que sea que tenga que decirme.
Mi tono es más contundente de lo que pretendía. Prescott contiene un suspiro.
—Entonces tendré que registrarlas a las dos antes de que usted se encuentre con ellas.
—Está bien. ¿Y puedes hacerlo?
—Estoy aquí para protegerla, señora Grey, de modo que sí, puedo. También creo que sería aconsejable
que me quedara con usted mientras hablan.
—Bien. —Le permito esa concesión. Además, la última vez que vi a Leila iba armada—. Vamos.
Prescott se levanta.
—Hannah —llamo.
Hannah abre la puerta demasiado deprisa. Debía de estar esperando fuera justo al lado.
—¿Puedes ir a ver si la sala de reuniones está libre, por favor?
—Ya lo he comprobado y sí que lo está. Puedes utilizarla.
—Prescott, ¿puedes registrarlas ahí? ¿Tiene la privacidad suficiente?
—Sí, señora.
—Yo iré dentro de cinco minutos. Hannah, lleva a Leila Williams y a la persona que está con ella a la sala
de reuniones.
—Ahora mismo. —Hannah mira ansiosa a Prescott y después a mí—. ¿Quieres que cancele tu siguiente
reunión? Es a las cuatro, pero es en la otra punta de la ciudad.
—Sí —murmuro distraída. Hannah asiente y se va.
¿Qué demonios puede querer Leila? No creo que haya venido aquí para hacerme daño. No lo hizo en el
pasado cuando tuvo la oportunidad. Christian se va a poner hecho una furia. Mi subconsciente frunce los
labios, cruza remilgadamente las piernas y asiente. Tengo que decirle lo que voy a hacer. Le escribo un
correo rápido, me quedo parada y miro la hora. Siento una punzada de dolor momentánea. Iba todo tan bien
desde que estuvimos en Aspen… Pulso «Enviar».
De: Anastasia Grey
Fecha: 6 de septiembre de 2011 15:27
Para: Christian Grey
Asunto: Visitas
Christian:
Leila está aquí. Ha venido a visitarme. Voy a verla acompañada por Prescott.
Si es necesario utilizaré mis recién adquiridas habilidades para dar bofetadas con la mano que ya tengo curada.
Intenta (pero hazlo de verdad) no preocuparte.
Ya soy una niña grande.
Te llamo después de la conversación.
A x
Anastasia Grey
Editora de SIP
Rápidamente escondo la BlackBerry en el cajón de mi escritorio. Me pongo de pie, me estiro la falda lápiz
gris, me doy un pellizco en las mejillas para darles un poco de color y me desabrocho otro botón de la blusa
de seda gris. Vale, estoy preparada. Inspiro hondo y salgo de la oficina para ver a la tristemente famosa Leila,
ignorando la música de «Your Love is King» y el zumbido amortiguado que sale del cajón de mi mesa.
A Leila se la ve mucho mejor. Algo más que mejor… Está muy atractiva. Tiene un rubor rosa en las
mejillas, sus ojos marrones brillan y lleva el pelo limpio y brillante. Va vestida con una blusa rosa pálido y
pantalones blancos. Se pone de pie en cuanto entro en la sala de reuniones y su amiga también, una mujer
joven con el pelo oscuro y ojos marrones del color del brandy. Prescott permanece en un rincón sin apartar
los ojos de Leila.
—Señora Grey, muchas gracias por acceder a verme. —Leila habla en voz baja pero clara.
—Mmm… Disculpad las medidas de seguridad —murmuro mientras señalo distraídamente a Prescott
porque no se me ocurre nada más que decir.
—Esta es mi amiga Susi.
—Hola —saludo con la cabeza a Susi. Se parece a Leila. Y a mí. Oh, no. Otra más.
—Sí —dice Leila, como si acabara de leerme el pensamiento—. Susi también conoce al señor Grey.
¿Y qué demonios se supone que puedo decir ante eso? Le sonrío educadamente.
—Sentaos, por favor —les pido.
Llaman a la puerta. Es Hannah. Le hago una seña para que entre porque sé perfectamente por qué viene a
molestarnos.
—Perdón por la interrupción, Ana. Es que tengo al señor Grey al teléfono.
—Dile que estoy ocupada.
—Ha insistido mucho, Ana —me dice un poco asustada.
—No lo dudo. Pídele disculpas de mi parte y dile que le llamo en cuanto pueda.
Hannah duda.
—Hannah, por favor.
Asiente y sale apresuradamente de la sala. Me vuelvo hacia las dos mujeres que tengo sentadas delante de
mí. Las dos me miran asombradas. Es incómodo.
—¿Qué puedo hacer por vosotras? —les pregunto.
Susi es la que habla.
—Sé que esto es muy raro, pero yo quería conocerte también. La mujer que ha atrapado a Christ…
Levanto la mano, haciendo que deje la frase a medias. No quiero oír eso.
—Mmm… Ya veo lo que quieres decir —digo entre dientes.
—Nosotras nos llamamos el «club de las sumisas». —Me sonríe y sus ojos brillan divertidos.
Oh, Dios mío.
Leila da un respingo y mira a Susi, perpleja y divertida a la vez. Susi hace una mueca de dolor. Sospecho
que Leila le ha dado una patada por debajo de la mesa.
¿Y qué se supone que debo decirles ante eso? Miro nerviosamente a Prescott, que sigue impasible. Sus
ojos no se apartan de Leila.
De repente Susi parece recordar por qué está allí. Se ruboriza, asiente y se levanta.
—Esperaré en recepción. Esto es solo cosa de Lulu. —Es evidente que está avergonzada.
¿Lulu?
—¿Estarás bien? —le pregunta a Leila, que le responde con una sonrisa.
Susi me dedica una sonrisa amplia, abierta y genuina y sale de la habitación.
Susi y Christian… No es algo en lo que quiera pensar. Prescott se saca el teléfono del bolsillo y contesta.
No lo he oído sonar.
—¿Sí, señor Grey? —dice. Leila y yo nos volvemos para mirarla. Prescott cierra los ojos mortificada—. Sí,
señor —responde. Se acerca y me pasa el teléfono.
Pongo los ojos en blanco.
—¿Sí, Christian? —respondo tranquilamente intentando contener mi exasperación. Me levanto y salgo
apresuradamente de la sala.
—¿A qué demonios estás jugando? —me grita a punto de explotar.
—No me grites.
—¿Cómo que no te grite? —Me grita aún más alto—. Te he dado instrucciones específicas que tú acabas
de ignorar… otra vez. Joder, Ana, estoy muy furioso.
—Pues cuando te calmes, hablaremos de esto.
—Ni se te ocurra colgarme —me amenaza entre dientes.
—Adiós, Christian. —Le cuelgo y apago el teléfono de Prescott.
Maldita sea… Sé que no dispongo de mucho tiempo con Leila. Inspiro hondo y regreso a la sala de
reuniones. Leila y Prescott me miran expectantes y yo le devuelvo a Prescott el teléfono.
—¿Dónde estábamos? —le pregunto a Leila mientras me siento frente a ella. Sus ojos se abren un poco,
extrañados.
Sí, aparentemente sé manejar a Christian. Pero no creo que ella quiera oír eso.
Leila juguetea nerviosamente con las puntas de su pelo.
—Primero, quiero disculparme —me dice en voz baja.
Oh…
Levanta la vista para mirarme y ve mi sorpresa.
—Sí —prosigue apresuradamente—. Y agradecerle que no haya presentado cargos. Ya sabe… por lo del
coche y el apartamento.
—Sabía que no estabas… Mmm… Bien en ese momento —respondo un poco a trompicones. No me
esperaba una disculpa.
—No, no estaba bien.
—¿Estás mejor ahora? —le pregunto amablemente.
—Mucho mejor. Gracias.
—¿Sabe tu médico que estás aquí?
Niega con la cabeza.
Oh.
Parece adecuadamente culpable.
—Sé que tendré que enfrentarme a las consecuencias de esto más tarde. Pero necesitaba algunas cosas y
también quería ver a Susi, a usted y… al señor Grey.
—¿Quieres ver a Christian? —Noto que mi estómago se precipita al vacío en caída libre. Por eso está aquí.
—Sí. Y quería preguntarle si le parece bien.
Oh, Dios mío… Me la quedo mirando con la boca abierta. Tengo ganas de decirle que no me parece bien,
que no la quiero cerca de mi marido. Pero ¿por qué ha venido? ¿Para evaluar a la competencia? ¿Para
alterarme? ¿O es que necesita algún tipo de cierre?
—Leila —digo con dificultad, irritada—. Eso no es asunto mío, sino de Christian. Tendrás que
preguntárselo a él. Él no necesita mi permiso. Es un hombre adulto… la mayor parte del tiempo.
Me mira durante un segundo como si estuviera sorprendida por mi reacción y después se ríe bajito, todavía
jugando nerviosamente con las puntas de su pelo.
—Él se ha negado repetidamente a verme todas las veces que se lo he pedido —me dice casi en un susurro.
Oh, mierda. Tengo más problemas de los que creía.
—¿Y por qué es tan importante para ti verle? —le pregunto con suavidad.
—Para darle las gracias. Me estaría pudriendo en esa inmunda institución psiquiátrica que no era más que
una prisión si no fuera por él. —Se queda mirando uno de sus dedos, que está pasando por el borde de la
mesa—. Tuve un episodio psicótico grave, y sin el señor Grey y sin John… el doctor Flynn, quiero decir…
—Se encoge de hombros y me mira de nuevo con una expresión llena de gratitud.
Estoy otra vez sin habla. ¿Qué espera que diga? Tendría que estar diciéndole estas cosas a Christian, no a
mí.
—Y por el curso de arte. Nunca podré agradecerle suficiente eso.
¡Lo sabía! Christian está pagando sus clases. Mi rostro sigue sin revelar nada mientras analizo vacilante mis
sentimientos por esa mujer que acaba de confirmar mis sospechas sobre la generosidad de Christian. Para mi
sorpresa, no le guardo ningún rencor a ella. Es una revelación y me alegro de que esté mejor. Con suerte, así
podrá seguir adelante con su vida y nosotros con la nuestra.
—¿No estás perdiendo clases por venir aquí? —le pregunto con genuino interés.
—Solo voy a perder dos. Mañana vuelvo a casa.
Ah, bien.
—¿Y cuáles son tus planes?
—Quiero recoger mis cosas de casa de Susi, volver a Hamden y seguir pintando y aprendiendo. El señor
Grey ya ha adquirido un par de mis cuadros.
¡Maldita sea! El estómago se me vuelve a caer a los pies. ¿No estarán colgados en mi salón? Se me ponen
los pelos de punta solo de pensarlo.
—¿Qué tipo de pintura practicas?
—Sobre todo abstracta.
—Ya veo.
Reviso mentalmente los cuadros del salón, que ahora ya conozco bien. Dos de ellos pueden haber sido
pintados por una de las ex sumisas de mi marido… Sí, es posible.
—¿Puedo hablarle con franqueza? —me pregunta totalmente ajena a mis emociones encontradas.
—Por supuesto —le respondo mirando a Prescott, que parece haberse relajado un poco.
Leila se inclina un poco hacia delante como si fuera a revelarme un secreto que lleva guardando mucho
tiempo.
—Amaba a Geoff, mi novio que murió hace unos meses. —Su voz va bajando hasta convertirse en un
susurro triste.
Oh, madre mía. Esto se está poniendo personal.
—Lo siento mucho —le digo automáticamente, pero ella continúa como si no me hubiera oído.
—También amaba a mi marido… y solo he amado a otro —murmura.
—A mi marido. —Las palabras salen de mi boca antes de que pueda detenerlas.
—Sí —dice en un murmullo apenas audible.
Eso no es nuevo para mí. Cuando levanta la vista para mirarme, sus ojos marrones están llenos de
emociones contradictorias, pero la que destaca sobre todas es la aprensión. ¿Por mi reacción tal vez? Pero mi
abrumadora respuesta ante esta pobre mujer es la compasión. Repaso toda la literatura clásica que se me
ocurre en busca de formas de tratar con el amor no correspondido. Trago saliva con dificultad y me agarro a
la superioridad moral.
—Lo sé. Es fácil quererle —susurro.
Abre todavía más los ojos por la sorpresa y sonríe.
—Sí, lo es… Lo era —se corrige rápidamente y se sonroja.
Después suelta una risita tan dulce que no puedo evitarlo y río también. Sí, Christian Grey tiene ese efecto
en nosotras. Mi subconsciente me pone los ojos en blanco porque la saco de quicio y vuelve a la lectura del
desgastado ejemplar de Jane Eyre. Miro el reloj. En el fondo sé que Christian no tardará en llegar.
—Creo que vas a tener la oportunidad de ver a Christian.
—Eso creía. Sé lo protector que puede llegar a ser. —Me sonríe.
Así que tenía todo esto planeado. Qué astuta. O manipuladora, me susurra mi subconsciente.
—¿Por eso has venido a verme?
—Sí.
—Ya veo.
Y Christian está haciendo justo lo que ella esperaba. A regañadientes admito que le conoce bien.
—Parecía muy feliz. Con usted —me dice.
¿Qué?
—¿Cómo lo sabes?
—Lo vi cuando estuve en el ático —explica con cautela.
Oh, ¿cómo he podido olvidar eso?
—¿Ibas allí con frecuencia?
—No. Pero él era muy diferente con usted.
¿Quiero oír esto? Un escalofrío me recorre la espalda. Se me eriza el vello al recordar el miedo que sentí
cuando ella apareció en nuestro apartamento en forma de sombra que no llegué a ver del todo.
—Sabes que va contra la ley. Allanar una casa.
Ella asiente y mira fijamente la mesa, recorriendo el borde con una uña.
—Solo lo hice unas pocas veces y tuve suerte de que no me cogieran. También tengo que darle las gracias
al señor Grey por eso. Podría haberme mandado a la cárcel.
—No creo que quisiera hacer eso —le respondo.
De repente se oye una repentina actividad fuera de la sala de reuniones y sé instintivamente que Christian
está en el edificio. Un momento después entra como una tromba por la puerta y la cierra tras de sí. Antes de
que se cierre del todo mi mirada se cruza con la de Taylor, que está fuera, esperando pacientemente; su boca
es una fina línea y no me devuelve la sonrisa tensa que le dedico. Oh, maldita sea, él también está enfadado
conmigo.
La mirada gris y furibunda de Christian me atraviesa primero a mí y después a Leila y nos deja a las dos
petrificadas en las sillas. Tiene una expresión de determinación silenciosa, pero yo sé que no se siente así, y
creo que Leila también lo sabe. El frío amenazador de sus ojos es el que revela la verdad: emana rabia,
aunque sabe esconderla bien. Lleva un traje gris con una corbata oscura aflojada y el botón superior de la
camisa desabrochado. Parece muy profesional y al mismo tiempo informal… y sexy. Tiene el pelo
alborotado, seguro que porque se ha estado pasando las manos por él, exasperado.
Leila vuelve a bajar la vista nerviosamente al borde de la mesa mientras lo recorre con el dedo índice.
Christian me mira a mí, después a ella y por fin a Prescott.
—Tú —dice dirigiéndose a Prescott sin alterarse—. Estás despedida. Sal de aquí ahora mismo.
Palidezco. Oh, no… Eso no es justo.
—Christian… —Intento ponerme de pie.
Levanta el dedo índice en forma de advertencia en mi dirección.
—No —me dice en voz tan alarmantemente baja que me callo al instante y me quedo clavada en la silla.
Prescott agacha la cabeza y sale caminando enérgicamente de la sala para reunirse con Taylor. Christian
cierra la puerta tras ella y se acerca hasta el borde de la mesa. ¡No, no, no! Ha sido culpa mía. Christian se
queda de pie delante de Leila. Coloca las dos manos sobre la superficie de madera y se inclina hacia delante.
—¿Qué coño estás haciendo tú aquí? —le pregunta en un gruñido.
—¡Christian! —le reprendo, pero él me ignora.
—¿Y bien? —insiste.
Leila le mira con los ojos muy abiertos y la cara cenicienta; su anterior rubor ha desaparecido totalmente.
—Quería verte y no me lo permitías —susurra.
—¿Así que has venido hasta aquí para acosar a mi mujer?
Sigue hablando muy bajo. Demasiado bajo.
Leila vuelve a mirar la mesa.
Él se yergue pero continúa con la vista fija en ella.
—Leila, si vuelves a acercarte a mi mujer te quitaré todo mi apoyo económico. Ni médicos, ni escuela de
arte, ni seguro médico… Todo, te lo quitaré todo. ¿Me comprendes?
—Christian… —vuelvo a intentarlo, pero me silencia con una mirada gélida. ¿Por qué está siendo tan poco
razonable? Mi compasión por esa mujer crece.
—Sí —responde con una voz apenas audible.
—¿Qué está haciendo Susannah en recepción?
—Ha venido conmigo.
Se pasa una mano por el pelo sin dejar de mirarla.
—Christian, por favor —le suplico—. Leila solo quería darte las gracias. Eso es todo.
Él me ignora y centra toda su ira en Leila.
—¿Te quedaste en casa de Susannah cuando estuviste enferma?
—Sí.
—¿Sabía ella lo que estabas haciendo mientras estabas en su casa?
—No. Estaba fuera, de vacaciones.
Christian se acaricia el labio inferior con el dedo índice.
—¿Por qué necesitabas verme? Ya sabes que debes enviarme cualquier petición a través de Flynn.
¿Necesitas algo? —Su tono se ha suavizado un poco.
Leila vuelve a pasar el dedo por el borde de la mesa.
¡Deja de intimidarla, Christian!
—Tenía que saberlo. —Y entonces le mira directamente por primera vez.
—¿Tenías que saber qué? —le pregunta.
—Que estabas bien.
Él la mira con la boca abierta.
—¿Que yo estoy bien? —La observa con el ceño fruncido, incrédulo.
—Sí.
—Estoy bien. Ya está, pregunta contestada. Ahora te van a llevar al aeropuerto para que vuelvas a la costa
Este. Si das un paso más allá del Mississippi te lo quitaré todo, ¿entendido?
¡Por el amor de Dios, Christian! Me quedo pasmada. Pero ¿qué demonios le está pasando? No puede
obligarla a quedarse a un lado del país.
—Sí. Lo entiendo —dice Leila en voz baja.
—Bien. —El tono de Christian ahora es más conciliador.
—Puede que a Leila no le venga bien irse ahora. Tenía planes —protesto, furiosa por ella.
Christian me mira fijamente.
—Anastasia… —me advierte con la voz gélida—, esto no es asunto tuyo.
Le miro con el ceño fruncido. Claro que es asunto mío, está en mi oficina después de todo. Tiene que
haber algo más que yo no sé. No está siendo racional.
Cincuenta Sombras…, me susurra mi subconsciente.
—Leila ha venido a verme a mí, no a ti —le respondo en un susurro altanero.
Leila se gira hacia mí con los ojos abiertos hasta un punto imposible.
—Tenía instrucciones, señora Grey. Y las he desobedecido. —Mira nerviosamente a mi marido y después
a mí—. Este es el Christian Grey que yo conozco —dice en un tono triste y nostálgico. Christian la observa
con el ceño fruncido y yo me quedo sin aire en los pulmones. No puedo respirar. ¿Christian era así con ella
todo el tiempo? ¿Era así conmigo al principio? Me cuesta recordarlo. Con una sonrisa triste, Leila se levanta.
—Me gustaría quedarme hasta mañana. Tengo el vuelo de vuelta a mediodía —le dice en voz baja a
Christian.
—Haré que alguien vaya a recogerte a las diez para llevarte al aeropuerto.
—Gracias.
—¿Te quedas en casa de Susannah?
—Sí.
—Bien.
Miro fijamente a Christian. No puede organizarle la vida así… ¿Y cómo sabe dónde vive Susannah?
—Adiós, señora Grey. Gracias por atenderme.
Me levanto y le tiendo la mano. Ella me la estrecha agradecida.
—Mmm… Adiós. Y buena suerte —murmuro, porque no estoy segura de cuál es el protocolo para
despedirme de una antigua sumisa de mi marido.
Asiente y se gira hacia él.
—Adiós, Christian.
Los ojos de Christian se suavizan un poco.
—Adiós, Leila. —Su voz es muy baja—. Todo a través del doctor Flynn, no lo olvides.
—Sí, señor.
Christian abre la puerta para que salga, pero ella se queda parada delante de él y le mira. Él se queda quieto
y la observa con cautela.
—Me alegro de que seas feliz. Te lo mereces —le dice, y se va antes de que él pueda responder.
Él frunce el ceño mientras la ve marcharse y le hace un gesto con la cabeza a Taylor, que sigue a Leila
hacia la zona de recepción. Cierra la puerta y me mira inseguro.
—Ni se te ocurra enfadarte conmigo —le digo entre dientes—. Llama a Claude Bastille y grítale a él o vete
a ver al doctor Flynn.
Se queda con la boca abierta; está sorprendido por mi reacción. Arruga la frente otra vez.
—Me prometiste que no ibas a hacer esto. —Ahora su tono es acusatorio.
—¿Hacer qué?
—Desafiarme.
—No prometí eso. Te dije que tendría más en cuenta tu necesidad de protección. Te he avisado de que
Leila estaba aquí. Hice que Prescott la registrara a ella y a tu otra amiguita. Prescott estuvo aquí todo el
tiempo. Ahora has despedido a esa pobre mujer, que solo estaba haciendo lo que yo le dije. Te pedí que no te
preocuparas y mira dónde y cómo estás. No recuerdo haber recibido ninguna bula papal de tu parte que
decretara que no podía ver a Leila. Ni siquiera sabía que tenía una lista de visitas potencialmente peligrosas.
Mi voz va subiendo por la indignación mientras defiendo mi causa. Christian me observa con una
expresión impenetrable. Un momento después sus labios se curvan.
—¿Bula papal? —dice divertido y se relaja visiblemente.
No tenía intención de hacer una broma para quitarle hierro a la conversación, pero ahí está, sonriendo, y
eso solo me pone más furiosa. El intercambio entre él y su ex ha sido algo desagradable de presenciar. ¿Cómo
ha podido ser tan frío con ella?
—¿Qué? —me pregunta, irritado porque mi cara sigue estando decididamente seria.
—Tú. ¿Por qué has sido tan cruel con ella?
Suspira y se revuelve un poco, apoyándose en la mesa y acercándose a mí.
—Anastasia —me dice como si fuera una niña pequeña—, no lo entiendes. Leila, Susannah… Todas
ellas… Fueron un pasatiempo agradable y divertido. Pero eso es todo. Tú eres el centro de mi universo. Y la
última vez que las dos estuvisteis en la misma habitación, ella te apuntaba con una pistola. No la quiero cerca
de ti.
—Pero, Christian, entonces estaba enferma.
—Lo sé, y sé que está mejor ahora, pero no voy a volver a darle el beneficio de la duda. Lo que hizo es
imperdonable.
—Pero tú has entrado en su juego y has hecho exactamente lo que ella quería. Deseaba volver a verte y
sabía que si venía a verme, tú acudirías corriendo.
Christian se encoge de hombros como si no le importara.
—No quiero que tengas nada que ver con mi vida anterior.
¿Qué?
—Christian… Eres quien eres por tu vida anterior, por tu nueva vida, por todo. Lo que tiene que ver
contigo, tiene que ver conmigo. Acepté eso cuando me casé contigo porque te quiero.
Se queda petrificado. Sé que le cuesta oír estas cosas.
—No me ha hecho daño. Y ella también te quiere.
—Me importa una mierda.
Le miro con la boca abierta, asombrada. Y me sorprende que todavía tenga la capacidad de asombrarme.
«Este es el Christian Grey que yo conozco.» Las palabras de Leila resuenan en mi cabeza. Su reacción ante
ella ha sido tan fría… Es algo que no tiene nada que ver con el hombre que he llegado a conocer y que amo.
Frunzo el ceño al recordar el remordimiento que sintió cuando ella tuvo la crisis, cuando creyó que él podía
ser el responsable de su dolor. Trago saliva al recordar también que incluso la bañó. El estómago se me
retuerce dolorosamente y me sube la bilis hasta la garganta. ¿Cómo puede decir ahora que le importa una
mierda? Entonces sí le importaba. ¿Qué ha cambiado? Hay veces, como ahora mismo, en que no le entiendo.
Él funciona a un nivel que está muy lejos del mío.
—¿Y por qué de repente te has convertido en una defensora de su causa? —me pregunta, perplejo e
irritado.
—Mira, Christian, no creo que Leila y yo nos pongamos a intercambiar recetas y patrones de costura. Pero
tampoco creo que haga falta mostrar tan poco corazón con ella.
Sus ojos se congelan.
—Ya te lo dije una vez: yo no tengo corazón —susurra.
Pongo los ojos en blanco. Oh, ahora se está comportando como un adolescente.
—Eso no es cierto, Christian. No seas ridículo. Sí que te importa. No le estarías pagando las clases de arte
y todo lo demás si te diera igual.
De repente hacer que se dé cuenta de eso se convierte en el objetivo de mi vida. Es obvio que le importa.
¿Por qué lo niega? Es lo mismo que con sus sentimientos por su madre biológica. Oh, mierda… claro. Sus
sentimientos por Leila y por las otras sumisas están mezclados con los sentimientos por su madre. «Me gusta
azotar a morenitas como tú porque todas os parecéis a la puta adicta al crack.» Que alguien llame al doctor
Flynn, por favor. ¿Cómo puede no verlo él?
De repente el corazón se me llena de compasión por él. Mi niño perdido… ¿Por qué es tan difícil para él
volver a ponerse en contacto con la humanidad, con la compasión que mostró por Leila cuando tuvo la crisis?
Se me queda mirando fijamente con los ojos brillando por la ira.
—Se acabó la discusión. Vámonos a casa.
Echo un vistazo al reloj. Solo son las cuatro y veintitrés. Tengo trabajo que hacer.
—Es pronto —le digo.
—A casa —insiste.
—Christian —le digo con voz cansada—, estoy harta de tener siempre la misma discusión contigo.
Frunce el ceño como si no comprendiera.
—Ya sabes —le recuerdo—: yo hago algo que no te gusta y tú piensas en una forma de castigarme por
ello, que normalmente incluye un polvo pervertido que puede ser alucinante o cruel. —Me encojo de
hombros, resignada. Esto es agotador y muy confuso.
—¿Alucinante? —me pregunta.
¿Qué?
—Normalmente sí.
—¿Qué ha sido alucinante? —me pregunta, y ahora sus ojos brillan con una curiosidad divertida y sensual.
Veo que está intentando distraerme.
Oh, Dios mío… No quiero hablar de eso en la sala de reuniones de SIP. Mi subconsciente se examina con
indiferencia las uñas perfectamente arregladas: Entonces no deberías haber sacado el tema…
—Ya lo sabes. —Me ruborizo, irritada con él y conmigo misma.
—Puedo adivinarlo —susurra.
Madre mía. Estoy intentando reprenderle y él me está confundiendo.
—Christian, yo…
—Me gusta complacerte. —Sigue la línea de mi labio inferior delicadamente con el pulgar.
—Y lo haces —reconozco en un susurro.
—Lo sé —me dice suavemente. Después se agacha y me susurra al oído—: Es lo único que sé con
seguridad.
Oh, qué bien huele. Se aparta y me mira con una sonrisa arrogante que dice: «Por eso eres mía».
Frunzo los labios y me esfuerzo por que parezca que no me ha afectado su contacto. Se le da muy bien lo
de distraerme de algo doloroso o que no quiere tratar. Y tú se lo permites, dice mi subconsciente mirando por
encima del libro de Jane Eyre. Su comentario no me ayuda.
—¿Qué fue alucinante, Anastasia? —vuelve a preguntar con un brillo malicioso en los ojos.
—¿Quieres una lista? —pregunto a mi vez.
—¿Hay una lista? —Está encantado.
Oh, qué agotador es este hombre.
—Bueno, las esposas —murmuro, y mi mente viaja hasta la luna de miel.
Él arruga la frente y me coge la mano, rozándome allí donde normalmente se toma el pulso en la muñeca
con su pulgar.
—No quiero dejarte marcas.
Oh…
Curva los labios en una lenta sonrisa carnal.
—Vamos a casa. —Ahora su tono es seductor.
—Tengo trabajo que hacer.
—A casa —vuelve a insistir.
Nos miramos, el gris líquido se enfrenta al azul perplejo, poniéndonos a prueba, desafiando nuestros límites
y nuestras voluntades. Le observo intentando comprenderle, intentando entender cómo ese hombre puede
pasar de ser un obseso del control rabioso a un amante seductor en un abrir y cerrar de ojos. Sus ojos se
agrandan y se oscurecen, dejando claras cuáles son sus intenciones. Me acaricia suavemente la mejilla.
—Podemos quedarnos aquí —dice en voz baja y ronca.
Oh, no. No. No. No. En la oficina no.
—Christian, no quiero tener sexo aquí. Tu amante acaba de estar en esta habitación.
—Ella nunca fue mi amante —gruñe, y su boca se convierte en una fina línea.
—Es una forma de hablar, Christian.
Frunce el ceño, confundido. El amante seductor ha desaparecido.
—No le des demasiadas vueltas a eso, Ana. Ella ya es historia —dice sin darle importancia.
Suspiro. Tal vez tenga razón. Solo quiero que admita ante sí mismo que ella le importa. De repente se me
hiela el corazón. Oh, no… Por eso es tan importante para mí. ¿Y si yo hiciera algo imperdonable? Por
ejemplo si no me conformo. ¿Yo también pasaría a ser historia? Si puede comportarse así ahora, después de
lo preocupado que estuvo por Leila cuando ella enfermó, ¿podría en algún momento volverse contra mí? Doy
un respingo al recordar fragmentos de un sueño: espejos dorados y el sonido de sus pisadas sobre el suelo de
mármol mientras se aleja, dejándome sola rodeada de un esplendor opulento.
—No… —La palabra sale de mi boca en un susurro horrorizado antes de que pueda detenerla.
—Sí —dice él, y me sujeta la barbilla para después inclinarse y darme un beso tierno en los labios.
—Oh, Christian, a veces me das miedo. —Le cojo la cabeza con las manos, enredo los dedos en su pelo y
acerco sus labios a los míos. Se queda tenso un momento mientras me abraza.
—¿Por qué?
—Le has dado la espalda con una facilidad asombrosa…
Frunce el ceño.
—¿Y crees que podría hacer lo mismo contigo, Ana? ¿Y por qué demonios piensas eso? ¿Qué te ha hecho
llegar a esta conclusión?
—Nada. Bésame. Llévame a casa —le suplico.
Sus labios tocan los míos y estoy perdida.
—Oh, por favor —suplico cuando Christian me sopla con suavidad en el sexo.
—Todo a su tiempo —murmura.
Tiro de las esposas y gruño alto en protesta por este ataque carnal. Estoy atada con unas suaves esposas de
cuero, cada codo sujeto a una rodilla, y la cabeza de Christian se mueve entre mis piernas y su lengua experta
me excita sin tregua. Abro los ojos y miro el techo del dormitorio, que está bañado por la suave luz de última
hora de la tarde, sin verlo realmente. Su lengua gira una y otra vez, haciendo espirales y rodeando el centro de
mi universo. Quiero estirar las piernas. Lucho en vano por intentar controlar el placer. Pero no puedo. Cierro
los dedos en su pelo y tiro con fuerza para que detenga esta tortura sublime.
—No te corras —me advierte con el aliento suave sobre mi carne cálida y húmeda mientras ignora mis
dedos—. Te voy a azotar si te corres.
Gimo.
—Control, Ana. Es todo cuestión de control. —Su lengua retoma la incursión erótica.
Oh, sabe muy bien lo que está haciendo… Estoy indefensa, no puedo resistirme ni detener mi reacción
ciega. Lo intento, lo intento con todas mis fuerzas, pero mi cuerpo explota bajo sus incesantes atenciones.
Aun así su lengua no para hasta arrancar hasta el último gramo de placer que hay en mí.
—Oh, Ana —me regaña—, te has corrido. —Su voz es suave al echarme esa reprimenda triunfante. Me
gira para que quede boca abajo y yo me apoyo en los antebrazos, aún temblorosa. Me da un azote fuerte en el
culo.
—¡Ah! —grito.
—Control —repite. Y me coge las caderas para hundirse en mi interior.
Vuelvo a gritar; mi carne todavía se convulsiona por las consecuencias del orgasmo. Se queda muy quieto
dentro de mí y se inclina para soltarme primero una esposa y después la otra. Me rodea con el brazo y tira de
mí hasta sentarme en su regazo. Tiene el torso pegado a mi espalda y la mano apoyada bajo mi barbilla y
sobre la garganta. Me siento llena y eso me encanta.
—Muévete —me ordena.
Gimo y subo y bajo sobre su regazo.
—Más rápido —me susurra.
Y me muevo más rápido y después más. Él gime y me echa atrás la cabeza con la mano para
mordisquearme el cuello. Su otra mano va bajando por mi cuerpo lentamente, desde la cadera hasta el sexo y
después se desliza hasta mi clítoris, que todavía está muy sensible por sus generosas atenciones de antes.
Suelto un gemido largo cuando sus dedos se cierran sobre él y empieza a excitarlo de nuevo.
—Sí, Ana —me dice en voz baja al oído—. Eres mía. Solo tú.
—Sí —jadeo cuando mi cuerpo empieza a tensarse de nuevo, apretándole y abrazándole de la forma más
íntima.
—Córrete para mí —me pide.
Yo me dejo llevar y mi cuerpo obedece su petición. Me agarra mientras el orgasmo me recorre el cuerpo a
la vez que grito su nombre.
—Oh, Ana, te quiero.
Christian gime y sigue el camino que yo acabo de abrir. Se hunde en mí y llega también a la liberación.
Me da un beso en el hombro y me aparta el pelo de la cara.
—¿Esto también va a formar parte de esa lista, señora Grey? —me susurra. Yo estoy tumbada boca abajo
sobre la cama, apenas consciente. Christian me acaricia el culo suavemente. Está tumbado de lado junto a mí,
apoyado en un codo.
—Mmm.
—¿Eso es un sí?
—Mmm. —Le sonrío.
Él sonríe y me da otro beso. Yo de mala gana me giro para poder mirarle.
—¿Y bien? —insiste.
—Sí. Esto se incluye en la lista. Pero es una lista larga.
Su cara casi queda partida en dos por su enorme sonrisa y se inclina para darme un beso suave.
—Perfecto. ¿Y si cenamos algo? —Le brillan los ojos por el amor y la diversión.
Asiento. Estoy famélica. Estiro la mano para tirarle cariñosamente del vello del pecho.
—Quiero decirte algo —le susurro.
—¿Qué?
—No te enfades.
—¿Qué pasa, Ana?
—Te importa.
Abre mucho los ojos y desaparece el destello de buen humor.
—Quiero que admitas que te importa. Porque al Christian que yo conozco y al que quiero le importaría.
Se pone tenso y sus ojos no abandonan los míos. Yo puedo ver la lucha interna que se está produciendo,
como si estuviera a punto de emitir el juicio de Salomón. Él abre la boca para decir algo y después la vuelve a
cerrar. Una emoción fugaz cruza su cara… Dolor quizá.
Dilo, le animo mentalmente.
—Sí. Sí me importa. ¿Contenta? —dice y su voz es apenas un susurro.
Oh, menos mal. Es un alivio.
—Sí. Mucho.
Frunce el ceño.
—No me puedo creer que esté hablando contigo de esto ahora, aquí, en nuestra cama…
Le pongo el dedo sobre los labios.
—No estamos hablando de eso. Vamos a comer. Tengo hambre.
Suspira y niega con la cabeza.
—Me cautiva y me desconcierta a la vez, señora Grey.
—Eso está bien. —Me incorporo y le doy un beso.
De: Anastasia Grey
Fecha: 9 de septiembre de 2011 09:33
Para: Christian Grey
Asunto: La lista
Lo de ayer tiene que encabezar la lista definitivamente.
:D
Ana x
Anastasia Grey
Editora de SIP
De: Christian Grey
Fecha: 9 de septiembre de 2011 09:42
Para: Anastasia Grey
Asunto: Dime algo que no sepa
Llevas diciéndome eso los tres últimos días.
A ver si te decides.
O… podemos probar algo más.
;)
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc., disfrutando del juego.
Sonrío al ver lo que hay escrito en la pantalla. Las últimas noches han sido… entretenidas. Hemos vuelto a
relajarnos y la interrupción provocada por la aparición de Leila ya ha quedado olvidada. Todavía no he
reunido el coraje para preguntarle si alguno de los cuadros del salón es suyo… Y la verdad es que no me
importa. Mi BlackBerry vibra y respondo pensando que debe de ser Christian.
—¿Ana?
—Sí.
—Ana, cariño. Soy José padre.
—¡Señor Rodríguez! ¡Hola! —Se me eriza el vello. ¿Qué querrá de mí el padre de José?
—Perdona que te llame al trabajo. Es por Ray. —Le tiembla la voz.
—¿Qué pasa? ¿Qué ha ocurrido? —El corazón se me queda atravesado en la garganta.
—Ray ha tenido un accidente.
Oh, no, papá… Dejo de respirar.

—Está en el hospital. Será mejor que vengas rápido.
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