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Atada a Tí - Sylvia Day - Capítulo 18

Seguía pensando en mi madre cuando salí del Crossfire a las cinco de la tarde. El Bentley me esperaba en la acera y, al acercarme a él, Angus salió y me sonrió.
—Buenas tardes, Eva.
—Hola —respondí devolviéndole la sonrisa—. ¿Qué tal estás, Angus?
—Estupendamente. —Dio la vuelta por la parte posterior del coche y me abrió la puerta trasera.
Lo miré a la cara. ¿Cuánto sabía él de Nathan y Gideon? ¿Sabía tanto como Clancy? ¿O aún más?
Entré en el frescor del asiento trasero, saqué mi teléfono y llamé a Cary. Saltó el buzón de voz, así que dejé un mensaje.
—Hola. Sólo quiero recordarte que me voy el fin de semana. ¿Me harías el favor de pensar en la idea de mudarnos a una casa con Gideon? Podemos hablar de ello cuando vuelva. Una casa nueva que todos nos podamos permitir. No es que a él le preocupe eso —añadí imaginándome la expresión de Cary—. Bueno, si me necesitas y no me localizas en mi móvil, envíame un correo electrónico. Te quiero.
Acababa de pulsar el botón para colgar cuando se abrió la puerta y Gideon entró conmigo.
—Hola, campeón.
Me agarró por la parte posterior del cuello y me besó, sellando mi boca con la suya. Lamió mi lengua con la suya, saboreándome, haciendo que mis pensamientos se detuvieran. Estaba sin respiración cuando me soltó.
—Hola, cielo —dijo con voz áspera.
—¡Vaya!
Sonrió.
—¿Qué tal ha ido la comida con tu madre?
Lancé un gruñido.
—¿Así de bien? —Me agarró de la mano—. Háblame de ello.
—No sé. Ha sido raro.
Angus ocupó el asiento del conductor y se incorporó al tráfico.
—¿Raro? ¿O incómodo?
—Las dos cosas. —Miré por el cristal tintado de la ventana cuando redujimos la velocidad por el tráfico. Las aceras estaban llenas de gente, pero se movían rápidamente. Eran los coches los que estaban atascados—. Está obsesionada con el dinero. Eso no es nuevo. Estoy acostumbrada a verla actuar como si lo más lógico fuera querer tener una seguridad económica. Pero hoy parecía... triste. Resignada.
Acarició suavemente mis nudillos con su dedo pulgar.
—Quizá se sienta culpable por sus engaños.
—¡Debería! Pero no creo que sea eso. Creo que se trata de algo más, pero no tengo ni idea de qué.
—¿Quieres que lo investigue?
Giré la cabeza para mirarlo a los ojos. No respondí de inmediato, pensándomelo.
—Sí que quiero. Pero también me hace sentir mal. He investigado sobre ti, el doctor
Lucas, Corinne... No dejo de hurgar en los secretos de la gente en lugar de limitarme a preguntarles directamente.
—Pues pregúntale —dijo con su tono masculino y realista.
—Lo he hecho. Dijo que hablaría de ello cuando yo deje de estar enfadada.
—Mujeres —se burló con expresión cálida y divertida en los ojos.
—¿Qué quería Giroux? ¿Sabías que iba a venir?
Negó con la cabeza.
—Quiere culpar a alguien de los problemas de su matrimonio. Yo le vengo muy bien.
—¿Por qué no deja de buscar culpables y empieza a arreglar las cosas? Necesitan un consejero matrimonial.
—O un divorcio.
Yo me puse tensa.
—¿Es eso lo que quieres?
—Lo que yo quiero es a ti —ronroneó, soltando mi mano para agarrar mi cuerpo y montarme en su regazo.
—Malo.
—No sabes cuánto. Tengo planes diabólicos para ti este fin de semana.
La mirada de excitación con la que me barrió hizo que mis pensamientos se desviaran en una dirección más traviesa. Empecé a bajarle la cabeza para besarlo cuando el Bentley giró y, de repente, se hizo la oscuridad. Miré a mi alrededor y me di cuenta de que habíamos entrado a un garaje. Recorrimos dos plantas, nos detuvimos en una plaza de aparcamiento y, de inmediato, volvimos a arrancar.
Junto a otros cuatro todoterrenos Bentley.
—¿Qué pasa? —pregunté mientras volvíamos a dirigirnos hacia la salida con dos Bentleys delante y otros dos detrás.
—El juego del despiste. —Acarició mi cuello con la nariz.
Volvimos a incorporarnos al tráfico tomando diferentes direcciones.
—¿Nos están siguiendo?
—Sólo estoy siendo cauteloso. —Hundió suavemente sus dientes en mi piel, haciendo que los pezones se me endurecieran. Sosteniendo mi espalda con un brazo, acarició el lateral de mi pecho con el dedo pulgar—. Este fin de semana es para nosotros.
Había tomado mi boca con un beso largo y profundo cuando entramos en otro aparcamiento. Ocupamos una plaza del garaje y la puerta se abrió. Yo estaba tratando de saber qué estaba pasando cuando Gideon echó las piernas a un lado y salió del Bentley conmigo agarrada fuertemente a sus brazos, entrando inmediatamente después en el asiento trasero de otro coche.
En menos de un minuto volvíamos a estar en la carretera, con el Bentley avanzando delante de nosotros y yéndose en la dirección opuesta.
—Esto es de locos —dije—. Creía que íbamos a salir del país.
—Y lo vamos a hacer. Confía en mí.
—De acuerdo.
No tuvimos más paradas de camino al aeropuerto. Nos detuvimos en el asfalto tras un breve control de seguridad y yo subí por delante de Gideon los pocos escalones que conducían al interior de su avión privado. La cabina era lujosa pero de discreta elegancia, con un sofá a la derecha y una mesa y sillas a la izquierda. El auxiliar de vuelo era un joven atractivo que llevaba pantalones de vestir negros y un chaleco que tenía bordado el logotipo
de Industrias Cross y su nombre, Eric.
—Buenas tardes, señor Cross. Señorita Tramell —nos saludó Eric con una sonrisa—. ¿Desean beber algo mientras nos preparamos para el despegue?
—Jugo de arándanos con Kingsman para mí —dije.
—Lo mismo —respondió Gideon sacándose la chaqueta y dándosela a Eric, que esperaba mientras Gideon se quitaba también el chaleco y la corbata.
Yo observaba con admiración, soltando además un silbido.
—Ya me está gustando este viaje.
—Cielo —dijo él negando con la cabeza y con ojos risueños.
Entró en el avión un señor con traje azul marino. Saludó a Gideon cordialmente, me estrechó la mano cuando me presentaron y, a continuación, nos pidió los pasaportes. Se fue tan rápido como había venido y la puerta de la cabina se cerró. Gideon y yo nos abrochamos los cinturones junto a la mesa con nuestras bebidas cuando el avión empezó a avanzar por la pista.
—¿Vas a decirme adónde vamos? —pregunté levantando mi copa para brindar.
Él chocó su vaso de cristal con el mío.
—¿No quieres que sea una sorpresa?
—Depende de cuánto tiempo se tarde en llegar. Puedo volverme loca de la curiosidad antes de aterrizar.
—Espero que estés demasiado ocupada como para pensar en ello. —Sonrió—. Al fin y al cabo, esto es un medio de transporte.
—Ah. —Miré hacia atrás y vi el pequeño pasillo con puertas de la trasera del avión. Una sería del baño, otra de un despacho y la otra de un dormitorio. La expectación me invadió todo el cuerpo—. ¿Con cuánto tiempo contamos?
—Horas —contestó con un ronroneo.
Los dedos de los pies se me encogieron.
—Vaya, campeón, la de cosas que voy a hacerte.
Negó con la cabeza.
—Olvidas que éste es mi fin de semana y voy a hacer contigo lo que quiera. Ése era el trato.
—¿Durante nuestro viaje? No me parece muy justo.
—Eso ya lo dijiste.
—También entonces era cierto.
Su sonrisa se hizo más amplia y cogió su copa.
—En cuanto el capitán nos dé permiso para levantarnos, quiero que vayas al dormitorio y te desnudes. Después, túmbate en la cama y espérame.
Arqueé una ceja.
—Te encanta la idea de tenerme por ahí desnuda y esperando que me folles.
—Sí, así es. Recuerdo que lo contrario era una fantasía tuya.
—Ajá. —Di un sorbo disfrutando del modo en que el vodka caía frío y suave y, después, se calentaba en mi estómago.
El avión se estabilizó y el capitán hizo un breve anuncio dándonos libertad para movernos por la cabina.
Gideon me lanzó una mirada que decía: «Bueno, vete ya».
Lo miré con los ojos entrecerrados, me levanté y me llevé la copa. Me tomé mi tiempo, provocándole. Y haciendo que yo misma me excitara más. Me gustaba estar a su merced. Tanto como me gustaba hacerle perder la cabeza por mí. No podía negar que su
control me ponía muy caliente. Yo sabía hasta dónde podía llegar ese control, lo cual hacía posible que pudiera confiar en él por completo. Creía que no había nada que no le permitiría hacerme.
Y aquélla era una convicción que se pondría a prueba antes de lo que pensaba, cuando entré en el dormitorio y vi las esposas de seda y piel roja que yacían elegantes sobre el edredón blanco.
Giré la cabeza hacia Gideon y vi que se había ido. Su copa vacía seguía en la mesa, con los cubitos de hielo reluciendo como diamantes.
El corazón me empezó a latir con fuerza. Entré en la habitación y me bebí el resto de la copa. No podía soportar estar sujeta durante el sexo, a menos que me lo hiciera Gideon. Sus manos o el peso de su cuerpo musculoso. Nunca habíamos ido más lejos de eso. No estaba segura de poder hacerlo.
Dejé el vaso vacío en la mesilla de noche y la mano me tembló ligeramente. No supe si se debía al miedo o a la excitación.
Sabía que Gideon no me haría nunca daño. Se esforzaba mucho por asegurarse de que yo nunca pasara miedo. Pero ¿y si le decepcionaba? ¿Qué pasaría si no podía darle lo que necesitaba? Él ya había mencionado antes las prácticas de bondage y yo sabía que una de sus fantasías era tenerme completamente atada y abierta ante él, con el cuerpo tendido e indefenso para que él lo utilizara. Yo comprendía ese deseo, la necesidad de sentir la posesión total y absoluta. Yo sentía lo mismo por él.
Me desnudé. Mis movimientos eran lentos y cautelosos, porque el pulso ya se me había acelerado demasiado. Prácticamente, estaba jadeando de tanta expectación. Colgué la ropa en una percha del pequeño armario y, después, me subí con cuidado a la cama elevada. Tenía las esposas en las manos, dudando y dándole vueltas, cuando entró Gideon.
—No estás tumbada —dijo con voz suave tras cerrar la puerta con llave.
Le enseñé las esposas.
—Hechas a medida, sólo para ti. —Se acercó y sus dedos ágiles ya estaban desabrochando los botones de su camisa—. El carmesí es tu color.
Gideon se desnudó tan despacio como había hecho yo, dándome la oportunidad de apreciar cada centímetro de la piel que dejaba al aire. Sabía que la tensión de sus músculos bajo la dura seda de su piel bronceada actuaría como un afrodisíaco para mí.
—¿Estoy preparada para esto? —pregunté en voz baja.
Fijó su mirada en mi rostro mientras se quitaba los pantalones. Cuando se puso de pie vestido únicamente con sus calzoncillos bóxer negros, formando su polla un grueso bulto por delante, respondió:
—Nunca más de lo que puedas resistir, cielo. Te lo prometo.
Respiré hondo, me tumbé y dejé las esposas sobre mi vientre. Él se acercó a mí con el rostro tenso por el deseo. Se tumbó en la cama junto a mí y se llevó mi mano a la boca para besarme la muñeca.
—Tienes el pulso acelerado.
Asentí sin saber qué decir.
Cogió las esposas y desabrochó hábilmente la tira de seda carmesí que unía las dos partes de piel de las muñecas.
—Estar atada te ayuda a entregarte, pero no tiene por qué ser literal. Sólo lo suficiente para ponerte en situación.
El estómago se me revolvió cuando colocó la tira sobre él. Se puso una esposa sobre el muslo y sostuvo en el aire la otra.
—Dame tu muñeca, cielo.
Extendí la mano hacia él y la respiración se me aceleró cuando abrochó la gamuza ajustándola. La sensación de aquel tejido tan primitivo contra mi pulso alterado era sorprendentemente excitante.
—No aprieta demasiado, ¿no? —preguntó.
—No.
—Debes sentir la opresión suficiente como para ser consciente de ella en todo momento, pero sin que te haga daño.
Tragué saliva.
—No me hace daño.
—Bien. —Amarró mi otra muñeca de igual forma y, a continuación, se incorporó para admirar su obra—. Qué hermoso —murmuró—. Me recuerda al vestido rojo que llevabas la primera vez que te tuve. Eso fue para mí, ¿sabes? Me abrumaste. A partir de ahí no había vuelta atrás.
—Gideon. —El miedo desapareció gracias a la calidez de su amor y su deseo. Yo era muy valiosa para él. Nunca me presionaría más de lo que yo pudiese soportar.
—Levanta la mano y agárrate a los lados de la almohada —ordenó.
Lo hice, y la presión en mis muñecas hizo que fuera aún más consciente de las esposas. Sentí que estaba atada. Presa.
—¿Lo sientes? —me preguntó, y yo le comprendí.
Lo quise tanto en ese momento que me dolió.
—Sí.
—Voy a pedirte que cierres los ojos —continuó, poniéndose de pie y quitándose la única prenda de ropa que le quedaba. Estaba muy excitado, su gruesa polla oscilaba arriba y abajo por su propio peso y su ancho capullo brillaba con el fluido preseminal. La boca se me hizo agua y todo mi cuerpo vibraba de deseo. Él estaba tan caliente por mí, tan hambriento y, sin embargo, ni su voz ni la calma que irradiaba hacían que se le notara.
Su absoluto control me excitaba. Gideon era el mejor en todo para mí, un hombre que me deseaba ferozmente, lo cual era algo que yo necesitaba con urgencia para sentirme segura, pero con la suficiente serenidad como para evitar que me agobiara.
—Quiero que mantengas los ojos cerrados, si puedes —continuó, su voz baja y tranquilizadora—. Pero si es demasiado para ti, ábrelos. Pero antes di la palabra de seguridad.
—Vale.
Cogió la correa de satén y la pasó ligeramente por mi piel. El frío metal del cierre que había en un extremo se enganchó a mi pezón e hizo que se arrugara.
—Vamos a dejar una cosa clara, Eva. Tu palabra de seguridad no es para mí. Es para ti. Lo único que tienes que decirme es «no» o «para», pero lo mismo que llevar puestas las esposas hace que te sientas atada, decir la palabra de seguridad hará que te sientas tranquila. ¿Lo entiendes?
Asentí, y por momentos fui sintiéndome más cómoda y ansiosa.
—Cierra los ojos.
Obedecí su orden. Casi al instante, fui plenamente consciente de la presión que sentía en las muñecas. La vibración y el zumbido sordo de los motores del avión se volvieron más pronunciados. Separé los labios. La respiración se me aceleró.
La correa se deslizó por encima del escote de mi otro pecho.
—Eres muy hermosa, cielo. Perfecta. No tienes ni idea de lo que supone para mí
verte así.
—Gideon —susurré amándolo con desesperación—. Dímelo.
Sus dedos extendidos me tocaron el cuello y, entonces, empezaron un lento descenso por mi torso.
—El corazón me late tan rápido como el tuyo.
Arqueé el cuerpo y me estremecí bajo aquella caricia que era casi una cosquilla.
—Bien.
—La tengo tan dura que me duele.
—Yo estoy húmeda.
—Enséñamelo —dijo con voz áspera—. Abre las piernas. —Deslizó los dedos por mi coño—. Sí. Estás resbaladiza y caliente, cielo.
Mi sexo se cerró hambriento. Todo mi cuerpo reaccionaba a su caricia.
—Ah, Eva. Tienes un coño muy glotón. Voy a pasar el resto de mi vida encargándome de que esté satisfecho.
—Deberías empezar ya.
Se rio suavemente.
—Lo cierto es que vamos a empezar con tu boca. Necesito que me la chupes para poder follarte sin parar hasta que aterricemos.
—Oh, Dios mío —gemí—. Por favor, dime que no va a ser un vuelo de diez horas.
—Voy a tener que darte un azote por decir eso —ronroneó.
—¡Pero si soy una chica buena!
El colchón se hundió cuando subió a él. Sentí cómo se acercaba a mí hasta que se arrodilló junto a mi hombro.
—Sé una buena chica ahora, Eva. Gírate hacia mí y abre la boca.
Ansiosa, obedecí. El capullo suave y sedoso de su polla me acarició los labios y yo los abrí más, reduciendo el impacto del placer que sentí al oír su gruñido atormentado. Introdujo los dedos en mi pelo y colocó la palma de la mano en mi nuca. Sujetándome en la posición donde quería tenerme.
—Dios —jadeó—. Tu boca es igual de golosa.
La postura en la que yo estaba, boca arriba, con las manos sujetando la almohada, evitaba que pudiera abarcar más que su grueso capullo. Apreté los labios y moví la lengua sobre el sensible agujero de la punta, emocionada por el placer de estar concentrada en Gideon. Chupársela no era un acto desinteresado. De hecho, era más placentero para mí, de tanto que me gustaba.
—Así —me animó, moviendo la cadera para follarme la boca—. Chúpame la polla así... Muy bien, cielo. Haces que se me ponga muy dura.
Inhalé su olor, sintiendo cómo mi cuerpo respondía ante aquello y reaccionaba instintivamente a su hombre. Con todos los sentidos invadidos por Gideon, me entregué al placer mutuo.
Soñé que me estaba cayendo y me desperté con una sacudida.
El corazón se me aceleró ante la sorpresa y, a continuación, me di cuenta de que el avión había bajado de pronto. Turbulencias. Yo estaba bien. Y también Gideon, que se había quedado dormido a mi lado. Aquello me hizo sonreír. Casi me desmayé cuando por fin hizo que tuviera un orgasmo tras haberme follado tan a fondo que estuve a punto de volverme loca por la necesidad de correrme. Era de justicia que él también estuviera
agotado.
Con un rápido vistazo al reloj supe que casi habían pasado tres horas. Supuse que habríamos dormido unos veinte minutos, quizá menos incluso. Estaba bastante segura de que me había estado follando durante cerca de dos horas. Aún podía sentir el eco de su gruesa polla deslizándose dentro y fuera de mí, acariciando y restregándose por todos mis puntos sensibles.
Salí de la cama con cuidado, sin querer despertarle, y fui más silenciosa cuando cerré la puerta corredera del baño que había en el dormitorio.
Cubierto de madera oscura y equipado con accesorios cromados, el baño era tan masculino como elegante. El retrete tenía apoyabrazos, lo que le daba el aspecto de un trono, y una ventana de cristal esmerilado permitía que entrara la luz del sol. Había una ducha con un grifo de mano que me pareció muy tentadora, pero seguía llevando las esposas carmesí. Así que, oriné, me lavé las manos y, entonces, vi una crema de manos en uno de los cajones.
Su fragancia era sutil, pero maravillosa. Mientras me la aplicaba, se me ocurrió una idea malvada. Cogí el tubo y me lo llevé al dormitorio.
La visión que me recibió cuando volví a entrar hizo que se me cortara la respiración.
Gideon despatarrado en la enorme cama, haciéndola parecer más pequeña con su hermoso cuerpo dorado. Tenía un brazo sobre la cabeza y el otro sobre sus pectorales. Una de sus piernas estaba doblada y caía a un lado y la otra la tenía extendida y el pie le colgaba por el otro extremo del colchón. Su polla yacía pesadamente sobre sus abdominales inferiores y el capullo casi le llegaba al ombligo.
¡Dios, qué viril era! Increíblemente viril. Y fuerte. Todo su cuerpo era un modelo de fuerza y belleza físicas.
Y sin embargo, yo podía hacer que se pusiera de rodillas. Que se humillara ante mí.
Se despertó cuando subí a la cama y me miró parpadeando.
—Hola —dijo con voz ronca—. Ven aquí.
—Te quiero —respondí bajando mi cuerpo hacia sus brazos extendidos. Su piel era como una seda cálida y me acurruqué junto a él.
—Eva. —Tomó mi boca con un dulce y hambriento beso—. Aún no he terminado contigo.
Tomando aire para infundirme valor, dejé el tubo de crema sobre su vientre.
—Quiero estar dentro de ti, campeón.
Él bajó la mirada con el ceño fruncido y, después, se quedó inmóvil. Yo estaba lo suficientemente cerca como para notar que la respiración le cambiaba.
—Eso no es lo que habíamos acordado —dijo con cautela.
—Creo que tenemos que revisar ese acuerdo y cambiarlo. Además, sigue siendo viernes, así que aún no estamos en fin de semana.
—Eva...
—Me excito sólo de pensarlo —susurré, pasando mis piernas por encima de su muslo y restregándome contra él, haciendo que sintiera que estaba húmeda. Los ásperos pelos frotándose sobre mi sexo sensible me hicieron gemir, al igual que la sensación de estar siendo descarada y traviesa—. Cuando me digas que pare lo haré. Pero déjame intentarlo.
Oí cómo apretaba los dientes.
Le besé. Apreté mi cuerpo contra el suyo. Cuando Gideon me hacía experimentar alguna cosa nueva, me iba explicando los detalles. Pero con él, a veces, hablar no era lo
mejor. Algunas veces era mejor ayudarle a desconectar el cerebro.
—Cielo...
Me coloqué encima de él y dejé la crema a un lado para que no pensara tanto en ella. Si iba a llevarle a un lugar nuevo, no quería que ninguno de los dos le diéramos demasiadas vueltas. Y si no salía de forma natural, no lo haría. Lo que compartíamos era demasiado valioso como para echarlo a perder.
Pasé mis manos por su pecho, tranquilizándolo, haciéndole sentir mi amor por él. Cómo lo adoraba. No había nada que no estuviera dispuesta a hacer por él, salvo dejarle.
Me rodeó con sus brazos, metió una mano entre mi pelo y colocó la otra en la parte inferior de mi espalda, apretándome más hacia él. Abrió la boca para mí, lamiéndome y saboreándome con la lengua. Yo me sumergí en su beso, inclinando la cabeza para llegar a él.
Su polla se endureció entre los dos, apretándose contra mi vientre. Arqueó la cadera hacia arriba, aumentando la presión entre los dos, y gimió dentro de mi boca.
Pasé mi boca por su mejilla y su cuello, lamiendo la sal de su piel antes de apretarla contra él. Chupé de manera rítmica, marcándole mis dientes. Con su mano en mi nuca, me apretó más a él, emitiendo roncos sonidos de placer que vibraban contra mis labios.
Me aparté y miré el chupetón rojo fuerte que le había dejado.
—Mío —susurré.
—Tuyo —juró él con voz ronca y los ojos entrecerrados y excitados.
—Cada centímetro de tu cuerpo —fui bajando, buscando y provocando los círculos planos de sus pezones. Lamí por encima de aquellos diminutos puntos, después alrededor de ellos, con una caricia tan suave como una pluma hasta que me puse a mamarlos.
Gideon siseó mientras mis mejillas se hundían al chupar, y dejó caer sus manos para agarrarse al edredón a cada lado de sus caderas.
—Por dentro y por fuera —dije suavemente mientras cambiaba al otro pezón prodigándole la misma atención.
Mientras iba bajando por su cuerpo tirante, noté que su tensión aumentaba. Cuando con la lengua rodeé el borde del ombligo, dio una fuerte sacudida.
—Chisss —le tranquilicé, frotando mi mejilla contra su vibrante polla.
Se había lavado tras nuestro anterior asalto y tenía un sabor delicioso a limpio. Los huevos le colgaban pesadamente entre las piernas, con la piel satinada por su aseo meticuloso. Me encantaba que estuviese tan suave como yo. Cuando estaba dentro de mí, la conexión era completa en todos los aspectos, y las sensaciones se acentuaban por el roce de la piel contra la piel.
Con mis manos en el interior de sus muslos, hice que se abriera más y me dejara espacio para colocarme cómodamente. A continuación, lamí la unión de sus tensos huevos.
Gideon soltó un gruñido. Aquel sonido indómito y animal hizo que me recorriera una ola de recelo. Pero no me detuve. No podía. Lo deseaba demasiado.
Haciendo uso solamente de mi boca, le adoré, chupándole suavemente y acariciándole con la lengua. Después, levanté sus testículos con la yema de mis dedos pulgares para acceder a la piel sensible que había debajo. Las pelotas se le levantaron y la piel se le tensó apretándose contra su cuerpo. Mi lengua fue un poco más abajo, una incursión exploratoria hacia mi objetivo final.
—Eva. Para —dijo jadeando—. No puedo. No.
Mi mente empezó a acelerarse mientras seguía tocándole, agarrándole la polla con la mano y acariciándola. Seguía estando muy atento, demasiado concentrado en lo que
vendría después y no en lo que estaba ocurriendo en ese momento.
Pero yo sabía cómo hacer que pensara en otra cosa.
—¿Por qué no lo hacemos juntos, campeón? —Me moví para darme la vuelta, montándome a horcajadas sobre él pero mirándole los pies.
Sus manos se aferraron a mis caderas antes de que yo recobrara por completo el equilibrio y tiró de mi sexo hacia su expectante boca. Di un grito de sorpresa cuando me cogió el clítoris, chupándolo con ansia. Hinchado y sensible por el polvo de antes, apenas pude soportar la repentina ola de placer. Él se mostró salvaje y voraz y su pasión se dejó llevar por su frustración y su miedo.
Envolviendo su polla con mis labios, le devolví lo que él me estaba dando.
Chupé con fuerza la punta de su erección y su gruñido vibró contra mi clítoris y casi hizo que me corriera. Me apretó contra él, clavando sus dedos sobre mis caderas con una fuerza agresiva.
Me encantaba. Se estaba deshaciendo y, mientras a él le daba miedo lo que eso implicaba, yo estaba entusiasmada. No se fiaba de sí mismo cuando estaba conmigo, pero yo sí confiaba en él. Era un nivel de confianza por el que nos habíamos esforzado mucho, por el que habíamos derramado lágrimas y sangre y para mí tenía más valor que cualquier otra cosa de mi vida.
Le apreté la polla y la bombeé, dando lengüetazos a las descargas de fluido preseminal que derramaba. Me acababa de dar cuenta de que él estaba temblando cuando nos giró poniéndonos de lado, colocándonos de perfil en lugar de uno encima del otro.
Me comía con fuerza y rápido, introduciendo la lengua en mi sexo y volviéndome loca con sus fuertes embestidas. Le acaricié el ano con la punta de mi dedo, deslizando mi boca con frenesí arriba y abajo por su polla. Se estremeció y el sonido grave que dejó escapar me hizo sentir escalofríos por toda mi piel sudorosa.
Las caderas se me movían solas, apretando mi resbaladizo sexo contra su boca que no dejaba de funcionar. Yo gemía sin control y el coño me vibraba con diminutos temblores de placer. Me estaba follando tan bien con su lengua... volviéndome loca.
Y entonces, su dedo empezó a imitar al mío, restregándolo sobre mi abertura trasera. Con mi mano libre busqué a tientas la crema.
Gideon me puso el tubo en la mano, una valiosa señal de su consentimiento.
Apenas le había quitado el tapón cuando él me metió el dedo. Al arquear yo la espalda, su polla se salió de mi boca y pronuncié su nombre entre jadeos mientras mi cuerpo encajaba el impacto de su inesperada entrada. Se había lubricado los dedos antes de pasarme el tubo.
Por un momento, me sentí inundada por él. Estaba en todas partes, a mi alrededor, dentro de mí, pegado a mí. Y no fue suave. Con el dedo que tenía en mi culo, se sumergía y se salía, follándome, con una contundencia aún teñida de una pizca de rabia. Yo le estaba llevando adonde no quería ir y él me estaba castigando con un placer que llegó demasiado rápido como para saber manejarlo.
Yo fui más suave con él. Abrí la boca y le chupé la polla. Dejé que la crema se calentara en mis dedos antes de restregarla contra él. Y esperé a que él se abriera para mí, como una flor, antes de entrar con un solo dedo.
El sonido que salió de dentro de él en ese momento no se parecía a nada que hubiese oído antes. Fue el grito de un animal herido, pero lleno de un dolor que le llegaba hasta el alma. Se quedó inmóvil junto a mí, respirando con fuerza sobre mi sexo, con su dedo enterrado bien hondo y su cuerpo duro temblando.
—Ahora estoy dentro de ti, cariño —dije en voz baja separando mi boca de él—. Lo estás haciendo muy bien. Voy a hacer que te sientas mejor.
Soltó un gemido cuando me metí un poco más adentro, deslizando la punta de mi dedo por su próstata.
—¡Eva!
La polla se le hinchó aún más, volviéndose roja mientras sus gruesas venas resaltaban por toda su largura, pre-eyaculando sobre su vientre. Su polla estaba tan dura como una piedra y se curvó hacia arriba hasta justo por encima del ombligo. Nunca lo había visto tan excitado y eso me puso muy caliente.
—Ya te tengo. —Le acaricié suavemente por dentro mientras mi lengua lo lamía a lo largo de toda su embravecida polla empalmada—. Te quiero mucho, Gideon. Me encanta tocarte así... verte así.
—Ah, Dios. —Se sacudía con fuerza—. Fóllame, cielo. Ahora —espetó mientras yo volvía a frotarle con mi dedo—. ¡Fuerte!
Me tragué su erección y le di lo que me pedía, masajeándole por dentro ese punto que le hacía maldecir y retorcerse mientras su cuerpo se enfrentaba al bombardeo de aquella sensación. Sus manos me soltaron y todo su cuerpo se arqueó, pero yo seguí sujetándolo con mis labios y mis manos, obligándole a seguir.
—Dios mío —dijo entre sollozos, tirando del edredón apretado entre sus puños. Y aquel sonido desgarrador reverberó en aquel espacio cerrado—. Para. Eva. No sigas. ¡Maldita sea!
Le apreté por dentro al mismo tiempo que chupaba fuerte por fuera y se corrió con tal violencia que me atraganté con el chorro caliente. Se vació entre mis labios mientras me retiraba, sobre su vientre y mis pechos, con un torrente a borbotones que hacía que costara creer que se había corrido ya dos veces en dos horas. Pude sentir las contracciones sobre mi dedo, las fuertes palpitaciones que propulsaban el semen de su polla.
Hasta que su cuerpo se quedó quieto, no me separé y me di la vuelta temblorosa para agarrarlo entre mis brazos. Éramos un revuelto sudoroso y pegajoso y me encantó saber que no importaba.

Gideon enterró su rostro húmedo entre mis pechos y lloró.

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