Gideon no apareció en el
Tableau One.
En cierto modo, se lo agradecí,
pues no quería que Brett pensara que había planeado aquella interrupción.
Aparte de sus esperanzas a largo plazo sobre nuestra relación, Brett era
alguien que había sido importante para mí en el pasado y yo deseaba que
fuésemos amigos, si es que eso era posible.
Pero estaba preocupada
imaginando lo que Gideon podría estar pensando y sintiendo.
Picoteé mi cena, demasiado
inquieta como para comer. Cuando Arnoldo Ricci se detuvo para saludar, muy
elegante y apuesto con su bata blanca de chef, me sentí mal porque en mi plato
siguiera habiendo tanta cantidad de una comida tan buena.
El famoso chef era amigo de
Gideon. Y Gideon era socio capitalista del restaurante Tableau One. Si tenía
alguna duda de cómo iría la cena con Brett, podría acudir a varias personas de
su confianza para preguntarles.
Por supuesto, yo esperaba que
Gideon confiara en mí lo suficiente como para creerme, pero sabía que nuestra
relación tenía ciertos problemas y nuestros celos mutuos eran uno de ellos.
—Me alegro de verte, Eva —dijo
Arnoldo con su encantador acento italiano. Me dio un beso en la mejilla y, a
continuación, retiró una de las sillas vacías de nuestra mesa para sentarse.
Arnoldo le extendió la mano a
Brett.
—Bienvenido a Tableau One.
—Arnoldo es admirador de los
Six-Ninths —le expliqué—. Vino al concierto con Gideon y conmigo.
Brett retorció la boca con
pesar mientras se estrechaban las manos.
—Encantado de conocerte. ¿Viste
los dos espectáculos?
Se refería a la pelea que había
tenido con Gideon. Arnoldo lo entendió.
—Sí. Eva es muy importante para
Gideon.
—También lo es para mí
—contestó Brett agarrando su jarra escarchada de cerveza Nastro Azzurro.
—Pues entonces, che vinca il
migliore—dijo Arnoldo con una sonrisa—. Que gane el mejor.
—Eh. —Me eché en el respaldo de
la silla—. Yo no soy ningún premio, como decía la canción.
Arnoldo me fulminó con la
mirada. Claramente no estaba del todo de acuerdo conmigo. No le culpé. Él sabía
que yo había besado a Brett y había visto el efecto que aquello tuvo sobre
Gideon.
—¿Había algún problema con tu
comida, Eva? —preguntó Arnoldo—. Si te hubiese gustado, habrías dejado el plato
vacío.
—Pones raciones muy grandes
—señaló Brett.
—Y Eva come mucho.
Brett me miró.
—¿Sí?
Me
encogí de hombros. ¿Se estaba dando cuenta de lo poco que sabíamos en realidad
el uno del otro?
—Es sólo uno de mis muchos
defectos.
—Para mí no lo es —dijo
Arnoldo—. ¿Cómo ha ido la presentación del vídeo?
—Creo que ha ido bien. —Brett
estudió mi cara mientras respondía.
Asentí, pues no quería echar a
perder lo que se suponía que era un momento feliz para el grupo. Lo hecho,
hecho estaba. No podía juzgar las intenciones de Brett, sólo la forma en que
las había puesto en práctica.
—Van camino del megaestrellato.
—Y yo podré decir que os
conocía desde antes de ser famosos —le dijo Arnoldo a Brett con una sonrisa—.
Compré vuestro primer sencillo en iTunes cuando aún era el único que teníais.
—Gracias por tu apoyo, tío
—contestó Brett—. No lo habríamos conseguido sin nuestros seguidores.
—No lo habríais conseguido si
no hubieseis sido tan buenos. —Arnoldo me miró—. Vais a tomar postre, ¿no? Y
más vino.
Mientras Arnoldo se echaba
hacia atrás en su silla, me di cuenta de que tenía la intención de cumplir con
el papel de carabina. Cuando miré a Brett, estuve segura por su irónica sonrisa
de que él también lo había comprendido.
—Bueno —empezó a decir
Arnoldo—, cuéntame qué tal está Shawna, Eva.
Suspiré disimuladamente. Al
menos, Arnoldo era un canguro divertido.
El chófer que había contratado
Brett me dejó en mi apartamento poco después de las diez. Invité a Brett a que
subiera porque no veía forma alguna de evitarlo sin ser maleducada. Miró el
exterior del edificio con cierta sorpresa, lo mismo cuando vio al portero y al
recepcionista.
—Debes tener un trabajo
estupendo —dijo mientras nos dirigíamos a los ascensores.
Un repiqueteo de tacones sobre
el mármol nos siguió.
—¡Eva!
Me encogí al oír la voz de
Deanna.
—Peligro, periodistas —susurré
antes de darme la vuelta.
—¿Eso es malo? —preguntó él
dándose la vuelta conmigo.
—Hola, Deanna —la saludé con
una sonrisa forzada.
—Hola. —Sus ojos oscuros
barrieron a Brett de la cabeza a los pies y, a continuación, le tendió la
mano—. Brett Kline, ¿verdad? Deanna Johnson.
—Mucho gusto, Deanna —dijo
poniendo en marcha su encanto.
—¿Qué puedo hacer por ti?
—pregunté mientras se estrechaban las manos.
—Siento interrumpir vuestra
cita. No he sabido que volvíais a estar juntos hasta que os he visto hoy en el
evento de Vidal Records. —Sonrió a Brett—. Entiendo que no ha pasado nada desde
tu altercado con Gideon Cross.
Brett la miró sorprendido.
—Me he perdido.
—Me he enterado de que tú y
Cross intercambiasteis unos cuantos puñetazos en una discusión.
—Por ahí hay alguien con mucha
imaginación.
¿Había
hablado Gideon con él? ¿O la experiencia con los medios de comunicación le
había enseñado a Brett las trampas que debía evitar?
Odiaba que Deanna hubiese
estado ese día vigilándome. O, para ser más precisos, vigilando a Gideon. Era
con él con quien estaba obsesionada. Pero a mí era más fácil acceder.
La sonrisa con la que me
respondió era de crispación.
—Supongo que unas malas
fuentes.
—Suele pasar —dijo él con tono
tranquilo.
Deanna volvió a fijar su
atención en mí.
—He visto hoy a Gideon contigo,
Eva. Mi fotógrafo ha hecho algunas fotos estupendas de vosotros dos. He venido
para pedirte una declaración, pero ahora veo con quién estás. ¿Quieres decir
algo sobre el estado de tu relación con Brett?
Dirigió su pregunta a mí, pero
Brett intervino con una gran sonrisa y luciendo su deslumbrante hoyuelo.
—Creo que «Rubia» lo dice todo.
Tenemos un pasado y somos amigos.
—Ése es un buen titular,
gracias. —Deanna me miró. Yo le devolví la mirada—. Muy bien. No quiero
molestaros. Muchas gracias por concederme vuestro tiempo.
—De nada. —Cogí a Brett de la
mano y tiré de él—. Buenas noches.
Lo llevé rápidamente a los
ascensores y no me tranquilicé hasta que se cerraron las puertas.
—¿Puedo preguntar por qué hay
una periodista tan interesada en saber con quién sales?
Le miré de reojo. Estaba
apoyado en el pasamanos y se agarraba al metal a ambos lados de sus caderas. La
pose era seductora y no había duda de que él era muy atractivo, pero mis
pensamientos estaban con Gideon. Estaba deseando estar con él para poder hablar.
—Es una ex de Gideon y está
resentida.
—¿Y eso no hace que te salten
las alarmas?
Negué con la cabeza.
—No en el sentido en que
probablemente estés pensando.
El ascensor llegó a mi planta y
me dirigí hacia mi apartamento, odiando el hecho de tener que pasar por el de
Gideon para llegar al mío. ¿Había sentido él lo mismo cuando pasaba el tiempo
con Corinne? ¿Una sensación de culpa y pena?
Abrí la puerta y lamenté que
Cary no estuviese en el sofá. Ni siquiera parecía que mi compañero de piso
estuviese en casa. Las luces estaban apagadas, lo cual era un claro indicativo
de que había salido. Siempre dejaba las luces encendidas cuando estaba en casa.
Pulsé el interruptor y me di la
vuelta a tiempo de ver la cara de Brett cuando las luces empotradas en el techo
iluminaron la habitación. Siempre me sentía rara cuando la gente se daba cuenta
por primera vez de que yo tenía dinero.
Me miró con el ceño fruncido.
—Me estoy replanteando la
profesión que he elegido.
—No pago esto con mi trabajo.
Lo paga mi padrastro. Al menos, por ahora. —Fui a la cocina y dejé caer el
bolso y el macuto en un taburete.
—¿Cross y tú os movéis por los
mismos círculos?
—A veces.
—¿Soy demasiado diferente para
ti?
Aquella pregunta me inquietó,
aunque era perfectamente aceptable.
—Yo no juzgo a la gente por su
dinero, Brett. ¿Quieres tomar algo?
—No,
estoy bien.
Señalé el sofá y nos acomodamos
allí.
—Entonces, no te ha gustado el
vídeo —dijo echando el brazo por el respaldo del sofá.
—¡Yo no he dicho eso!
—No tenías por qué hacerlo. Te
he visto la cara.
—Es que es muy... personal.
Sus ojos verdes se iluminaron
lo suficiente como para hacer que me ruborizara.
—No he olvidado una sola cosa
de ti, Eva. El vídeo es una muestra de ello.
—Eso es porque no había mucho
que recordar —puntualicé.
—Crees que no lo sé, pero
apuesto a que yo he visto partes de ti que Cross no ha visto ni verá nunca.
—También es verdad al revés.
—Puede —admitió, golpeteando
silenciosamente los dedos sobre el cojín—. Se supone que tengo que coger un avión
mañana al amanecer, pero tomaré otro vuelo más tarde. Ven conmigo. Tenemos
conciertos en Seattle y San Francisco el fin de semana. Puedes estar de vuelta
el domingo por la noche.
—No puedo. Tengo planes.
—El fin de semana siguiente
estaremos en San Diego. Ven entonces. —Deslizó los dedos por mi brazo—. Será
como en los viejos tiempos, pero con veinte mil personas más.
Parpadeé. ¿Cuáles eran las
posibilidades de que estuviésemos en nuestra ciudad a la misma vez?
—Tengo planeado estar en el sur
de California esos días. Sólo Cary y yo.
—Pues nos vemos ese fin de
semana y estamos juntos.
—Sólo nos vemos —le corregí
poniéndome de pie cuando él lo hizo—. ¿Te vas?
Dio un paso adelante.
—¿Me estás pidiendo que me
quede?
—Brett...
—Vale. —Me dedicó una sonrisa
triste y el corazón se me aceleró un poco—. Nos vemos dentro de dos fines de
semana.
Fuimos juntos hacia la puerta.
—Gracias por invitarme a
acompañarte hoy —le dije sintiéndome extrañamente apenada porque se fuera tan
pronto.
—Siento que no te haya gustado
el vídeo.
—Sí que me gusta. —Le agarré la
mano—. De verdad. Habéis hecho un trabajo estupendo. Sólo que se me hace raro
verme desde fuera, ¿sabes?
—Sí. Lo comprendo. —Colocó la
otra mano en mi mejilla y se inclinó para besarme.
Yo giré la cabeza y, en lugar
de besarme, me acarició la mejilla con la punta de la nariz de arriba abajo. El
ligero olor de su colonia mezclado con el de su piel me confundió y me trajo
acalorados recuerdos. La sensación de su cuerpo tan cerca del mío era
desgarradoramente familiar.
Había estado locamente
enamorada de él. Había deseado que él sintiera lo mismo por mí y, ahora que lo
había conseguido, era una sensación agridulce.
Brett me agarró de los brazos y
gimió suavemente y aquel sonido hizo que todo mi cuerpo vibrara.
—Recuerdo lo que era estar
contigo —susurró con voz profunda y áspera—. Por
dentro.
Estoy deseando volver a sentirte.
Yo respiraba muy rápido.
—Gracias por la cena.
Curvó los labios sobre mi mejilla.
—Llámame. Yo te llamaré de
todos modos, pero me gustaría que tú me llamaras alguna vez. ¿De acuerdo?
Asentí y tuve que tragar saliva
antes de contestar.
—De acuerdo.
Se fue un momento después y fui
corriendo a por mi bolso para coger el teléfono de prepago. No había señales de
Gideon. Ni una llamada perdida ni mensajes.
Cogí las llaves y salí de mi
apartamento para ir corriendo al suyo, pero estaba oscuro y vacío. Nada más
entrar supe que no estaba allí sin necesidad de mirar el cuenco de cristal de
colores donde dejaba las cosas al vaciarse los bolsillos.
Sentí que algo iba muy mal y
volví de nuevo a mi casa. Dejé las llaves en la barra y fui a mi habitación,
dirigiéndome directamente al baño para darme una ducha.
La sensación de inquietud que
tenía en el estómago no desapareció, ni siquiera cuando el agua hizo
desaparecer por el desagüe la humedad y la suciedad del calor de la tarde. Me
eché champú en la cabeza y pensé en aquel día, enfadándome más por momentos porque
Gideon se hubiese ido a hacer lo que fuera en lugar de estar en casa conmigo
arreglando las cosas.
Y entonces, lo oí.
Enjuagándome el jabón de los
ojos, me giré y lo encontré sacándose la corbata mientras entraba en la
habitación. Parecía cansado y exhausto, lo cual me afectaba más de lo que lo
había hecho la rabia.
—Hola —lo saludé.
Me miró mientras se desnudaba
con movimientos rápidos y metódicos. Gloriosamente desnudo, entró en la ducha,
viniendo directamente hacia mí y abrazándome con fuerza.
—Hola —dije otra vez
devolviéndole el abrazo—. ¿Qué te pasa? ¿Estás enfadado por lo del vídeo?
—Odio ese vídeo —contestó sin
rodeos—. Debería haber impedido esa maldita presentación cuando supe que la
canción hablaba de ti.
—Lo siento.
Se apartó y me miró. El vapor
de la ducha le estaba humedeciendo el pelo poco a poco. Era infinitamente más
atractivo que Brett. Y lo que sentía por mí... y lo que yo sentía a cambio por
él... era infinitamente más profundo.
—Corinne me llamó justo antes
de que terminara el vídeo. Estaba... histérica. Fuera de control. Me preocupé y
fui a verla.
Respiré hondo, sofocando un
brote de celos. No tenía derecho a sentirme así, sobre todo, después del tiempo
que había pasado con Brett.
—¿Cómo ha ido?
Me echó la cabeza hacia atrás
suavemente.
—Cierra los ojos.
—Háblame, Gideon.
—Lo haré. —Mientras me
enjuagaba la espuma del pelo, dijo—: Creo que he averiguado dónde está el
problema. Está tomando antidepresivos y no son los más adecuados para ella.
—Ah,
vaya.
—Se suponía que le tenía que
decir al médico cómo le sentaban, pero ni siquiera ella se había dado cuenta de
que estaba actuando de un modo tan extraño. He necesitado horas de conversación
con ella para que lo entendiera y, después, identificar los motivos.
Me incorporé y me sequé los
ojos, tratando de contener la creciente irritación que me provocaba el hecho de
que otra mujer monopolizara la atención de mi hombre. No podía descartar que
ella se hubiese inventado un problema sólo para hacer que Gideon pasara un
tiempo con ella.
Gideon cambió su posición con
la mía esquivando el chorro de la ducha. El agua caía por su impresionante
cuerpo, deslizándose maravillosamente por sus duras protuberancias y las
ondulaciones de sus músculos.
—¿Y ahora qué? —pregunté.
Se encogió de hombros con
expresión seria.
—Va a ir mañana a su médico
para decirle que va a dejar esas pastillas y que le dé otras.
—¿Se supone que vas a estar con
ella en esto? —me quejé.
—Ella no es responsabilidad
mía. —Me miró fijamente, diciéndome sin palabras que comprendía mi temor, mi
preocupación y mi rabia. Tal y como había hecho siempre—. Se lo he dicho.
Después, he llamado a Giroux y se lo he dicho también. Tiene que venir a cuidar
de su mujer.
Cogió el champú, que estaba en
un estante de cristal con el resto de sus productos de la ducha. Había traído
sus cosas a mi casa casi en el mismo momento en que acepté salir con él, lo
mismo que había llenado su casa de duplicados de mis productos diarios.
—Pero la han provocado, Eva.
Deanna ha ido a verla esta misma noche con fotos que nos ha hecho a ti y a mí
en el lanzamiento del vídeo.
—Maravilloso —murmuré—. Eso
explica por qué ha venido Deanna aquí para tenderme una emboscada.
—¿De verdad ha venido?
—preguntó con tono peligroso, haciéndome sentir pena por Deanna... durante no
más de medio segundo. Se estaba cavando ella sola una bonita tumba.
—Probablemente tenga
fotografías tuyas apareciendo en casa de Corinne y quería que yo me cabreara.
—Me crucé de brazos—. Te está siguiendo los pasos.
Gideon echó la cabeza hacia
atrás, poniéndola bajo el chorro para enjuagarse, flexionando los brazos
mientras se pasaba los dedos por el pelo.
Era flagrante, sexual y
hermosamente masculino.
Me lamí los labios, excitada al
verlo a pesar de estar tan enfadada con sus exnovias. Acorté la distancia entre
los dos y me eché un poco de su gel en la palma de la mano. A continuación,
pasé las dos por su pecho.
Lanzó un gemido y me miró.
—Me encanta sentir tus manos en
mí.
—Menos mal, porque no puedo
quitártelas de encima.
Me acarició la mejilla con ojos
tiernos. Miró fijamente mi rostro, quizá calibrando si yo tenía o no la mirada
de «fóllame». Yo creía que no la tenía. Lo deseaba, eso siempre, pero también
quería disfrutar de estar con él sin más. Eso no resultaba fácil cuando me
hacía perder la cabeza.
—Necesitaba esto —dijo—. Estar
contigo.
—Parece que se nos viene encima
una buena, ¿no? No podemos estar tranquilos. Si
no
es por una cosa, es por otra. —Pasé mis dedos por los duros bultos de su
abdomen. El deseo bullía entre los dos, y también aquella maravillosa sensación
de estar cerca de alguien que era amado y necesario—. Pero estamos bien,
¿verdad?
Sus labios acariciaron mi
frente.
—Estamos aguantando bastante
bien, diría yo. Pero estoy deseando irme contigo mañana. Salir un poco de aquí,
lejos de todos, y tenerte toda entera para mí.
Me desperté cuando Gideon salió
de mi cama.
Parpadeé y oí que la televisión
seguía encendida, aunque sin volumen. Me había quedado dormida acurrucada
contra él, disfrutando de nuestro tiempo a solas tras tantas horas y días de
estar obligados a permanecer separados.
—¿Adónde vas? —susurré.
—A la cama. —Me acarició la
mejilla—. Me estoy quedando dormido.
—No te vayas.
—No me pidas que me quede.
Solté un suspiro al comprender
su temor.
—Te quiero.
Inclinándose sobre mí, Gideon
apretó sus labios contra los míos.
—No olvides meter tu pasaporte
en el bolso.
—No lo haré. ¿Estás seguro de
que no debo llevar nada de equipaje?
—Nada. —Me volvió a besar,
dejando sus labios sobre los míos.
Después, se fue.
El viernes llevé un ligero
vestido cruzado al trabajo, algo que pudiera vestir tanto para trabajar como
para un largo vuelo. No tenía ni idea de lo lejos que me llevaría Gideon, pero
sabía que estaría cómoda fuese donde fuese.
Cuando llegué al trabajo, vi a
Megumi al teléfono, así que nos saludamos con la mano y me dirigí directamente
a mi mesa. La señora Field se detuvo a mi lado justo cuando me acomodé en mi
silla.
La presidenta ejecutiva de
Waters Field & Leaman tenía un aspecto poderoso y confiado con su traje
sastre de color gris claro.
—Buenos días, Eva —dijo—. Dile
a Mark que se pase por mi despacho cuando llegue.
Asentí, admirando su collar de
perlas negras de tres vueltas.
—Lo haré.
Cuando le pasé a Mark el recado
cinco minutos después, éste negó con la cabeza.
—Apuesto a que no hemos
conseguido la cuenta de Adriana Vineyards.
—¿Tú crees?
—Odio esas malditas ofertas de
presentaciones de propuestas. No buscan calidad ni experiencia. Sólo quieren a
alguien que esté lo suficientemente hambriento como para prestarle sus
servicios gratis.
Lo habíamos dejado todo para
llegar a la fecha límite de la presentación de propuestas. Le habían encargado
a Mark que la encabezara porque había hecho una labor impresionante con la cuenta
del vodka Kingsman.
—Peor para ellos —le dije.
—Lo
sé, pero aun así... Quiero conseguirlas todas. Deséame suerte para que me
equivoque.
Le hice un gesto con el pulgar
señalando hacia arriba y se fue al despacho de Christine Field. El teléfono de
mi mesa sonó cuando me estaba poniendo de pie para ir a por una taza de café de
la sala de descanso.
—Despacho de Mark Garrity
—respondí—. Soy Eva Tramell.
—Eva, cariño.
Solté el aire sonoramente
cuando oí la voz llorosa de mi madre.
—Hola, mamá. ¿Cómo estás?
—¿Quieres que nos veamos?
Podríamos comer juntas.
—Claro. ¿Hoy?
—Si puedes. —Respiró hondo y me
pareció que era un sollozo—. La verdad es que necesito verte.
—Vale. —Sentí un nudo en el
estómago por la preocupación. No me gustaba oír a mi madre tan mal—. ¿Quieres
que nos veamos en algún sitio en especial?
—Clancy y yo iremos a por ti.
Almuerzas a las doce, ¿verdad?
—Sí. Te veo en la acera.
—Bien. —Hizo una pausa—. Te
quiero.
—Lo sé, mamá. Yo también te
quiero.
Colgamos y me quedé mirando el teléfono.
¿Cómo le iba a ir a mi familia
a partir de ahora?
Le envié a Gideon un mensaje
rápido para decirle que tendría que salir a comer. Tenía que conseguir que la
relación con mi madre volviera a encarrilarse.
Sabía que necesitaba más café
para afrontar el día que me esperaba, así que fui a por él.
Dejé mi mesa a las doce en
punto del mediodía y bajé al vestíbulo. A medida que pasaban las horas, me iba
emocionando más por el hecho de irme de viaje con Gideon. Lejos de Corinne, de
Deanna y de Brett.
Acababa de pasar por los
torniquetes de seguridad cuando lo vi.
Jean-François Giroux estaba en
el mostrador del guardia de seguridad con un aspecto claramente europeo y muy
atractivo. Llevaba su pelo ondulado y oscuro, más largo de lo que lo había
visto en fotos, la cara menos bronceada y la boca más seria, enmarcada por una
perilla. El verde claro de sus ojos era aún más llamativo en persona, pese a
estar enrojecidos por el cansancio. Por la maleta de mano que vi a sus pies,
supuse que había venido directamente al Crossfire desde el aeropuerto.
—Mon Dieu. ¿Tan lentos
son los ascensores de este edificio? —preguntó al guardia de seguridad con
entrecortado acento francés—. Es imposible que se tarde veinte minutos en bajar
desde lo alto.
—El señor Cross viene de camino
—respondió el guardia con firmeza sin abandonar su silla.
Como si hubiese notado mi
mirada, la cabeza de Giroux giró en mi dirección y entrecerró los ojos. Se
apartó del mostrador y se dirigió hacia mí.
El corte de su traje era más
ajustado que el de Gideon, más estrecho por la cintura y por las pantorrillas.
La impresión que tuve de él fue de pulcritud y rigidez, un hombre que asumía el
poder haciendo cumplir las normas.
—¿Eva
Tramell? —me preguntó sorprendiéndome por haberme reconocido.
—Señor Giroux —dije al tiempo
que le ofrecía mi mano.
La estrechó y me volvió a
sorprender cuando se inclinó sobre mí y me besó en ambas mejillas. Besos
superficiales y distraídos, pero eso no era lo importante. Incluso aunque fuese
francés, se trataba de un gesto familiar procedente de alguien que era un
completo desconocido para mí.
Cuando di un paso hacia atrás,
lo miré con las cejas levantadas.
—¿Tendría tiempo de hablar
conmigo? —me preguntó agarrándome aún la mano.
—Me temo que hoy no. —Me solté
suavemente. El anonimato se conseguía simplemente permaneciendo en un lugar
enorme lleno de gente que iba de un sitio a otro, pero con Deanna acechando por
ahí, tenía que ser muy cuidadosa con respecto a las personas con las que se me
viera—. Tengo una cita para comer y, después, me voy fuera justo al salir de
trabajar.
—¿Quizá mañana?
—Pasaré el fin de semana fuera
de la ciudad. El lunes sería lo más pronto que podría.
—Fuera de la ciudad. ¿Con
Cross?
Incliné la cabeza hacia un lado
mientras lo examinaba, tratando de adivinar sus pensamientos.
—La verdad es que eso no es
asunto suyo, pero sí.
Le dije la verdad para que
supiera que Gideon tenía una mujer en su vida que no era Corinne.
—¿No le molesta —empezó a decir
con un tono notablemente más frío— que él haya utilizado a mi esposa para darle
celos a usted y así conseguir que volviera con él?
—Gideon quiere tener una
amistad con Corinne. Los amigos pasan ratos juntos.
—Usted es rubia, pero seguro
que no tan ingenua como para creerse eso.
—Está usted estresado
—argumenté—, pero seguro que no lo suficiente como para darse cuenta de que se
está comportando como un imbécil.
Me di cuenta de la presencia de
Gideon antes de notar su mano sobre mi brazo.
—Discúlpese, Giroux —intervino
con un tono suave y peligroso—. Y que sea una disculpa sincera.
Giroux le lanzó una mirada tan
llena de rabia y odio que hizo que cambiara el peso de mi cuerpo de un pie a
otro, inquieta.
—Hacerme esperar es de poca
educación, Cross. Incluso tratándose de usted.
—Si la ofensa hubiese sido
intencionada, ya lo sabría. —Gideon apretó los labios convirtiéndolos en una
línea tan afilada como la hoja de un cuchillo—. Su disculpa, Giroux. Nunca he
sido otra cosa que educado y respetuoso con Corinne. Mostrará ante Eva la misma
cortesía.
Para un observador ocasional,
su pose era desinhibida y relajada, pero se notaba la furia que había en él. La
noté en los dos hombres —uno de ellos caliente, el otro frío como el hielo—,
mientras la tensión aumentaba por momentos. El espacio que nos rodeaba parecía
ir menguando, lo cual era una locura si se tenían en cuenta las dimensiones del
vestíbulo y la altitud a la que se alzaba el techo.
Temerosa de que llegaran a las
manos allí mismo pese a tratarse de un lugar tan transitado, extendí la mano,
cogí la de Gideon y le di un ligero apretón.
Giroux bajó la mirada a
nuestras manos entrelazadas y, a continuación, la levantó para mirarnos a los
ojos.
—Pardonnez-moi
—dijo inclinando la cabeza ligeramente hacia mí—. Usted no tiene la culpa
de esto.
—No te hagas esperar más —me
murmuró Gideon rozando su dedo pulgar sobre mis nudillos.
Pero seguí allí, temerosa de
marcharme.
—Usted debería estar con su
esposa —le dije a Giroux.
Me recordé a mí misma que no
había ido tras ella cuando Corinne le dejó. Estaba muy ocupado culpando a
Gideon en lugar de arreglar su matrimonio.
—Eva —me llamó mi madre, que
había entrado a buscarme. Se acercó con sus Louboutin de piel y su esbelto
cuerpo envuelto en un vestido de suave seda con la espalda al aire del mismo
tono que los zapatos. En aquel vestíbulo de mármol oscuro, ella era un punto
luminoso.
—Ponte en marcha, cielo —dijo
Gideon—. Deme un minuto, Giroux.
Vacilé antes de alejarme.
—Adiós, monsieur Giroux.
—Señorita Tramell —contestó él
apartando los ojos de Gideon—. Hasta la próxima.
Me fui porque no tenía otra
opción, pero no por gusto. Gideon me acompañó hasta mi madre y yo le miré para
que viera la preocupación en mi rostro.
Sus ojos me tranquilizaron.
Percibí el mismo poder latente y control inflexible que adiviné la primera vez
que nos vimos. Podría manejar a Giroux. Podía manejarlo todo.
—Disfrutad de vuestra comida
—dijo Gideon besando la mejilla de mi madre antes de mirarme y darme un beso
rápido y apretado en la boca.
Lo vi alejarse y me puso
nerviosa la intensidad con la que los ojos de Giroux seguían su regreso.
Mi madre pasó su brazo entre el
mío para atraer mi atención.
—Hola —dije tratando de alejar
mi inquietud. Esperé que me preguntara si ellos dos se iban a unir a nosotras,
pues nada le gustaba más que pasar el tiempo con hombres ricos y atractivos,
pero no lo hizo.
—¿Estáis tratando de arreglar
las cosas Gideon y tú? —me preguntó.
—Sí.
La miré de reojo antes de
entrar delante de ella en las puertas giratorias. Parecía más frágil que nunca,
con su pálida piel y sus ojos carentes del destello habitual. Esperé a que se
uniera a mí en la calle, con mis sentidos tratando de acostumbrarse al cambio
al salir del frío y cavernoso vestíbulo al calor sofocante y la explosión de
ruido y actividad de la calle.
Sonreí a Clancy cuando éste
abrió la puerta de atrás de la limusina.
—Hola, Clancy.
Mientras mi madre se deslizaba
elegantemente en la parte de atrás del coche, él me devolvió la sonrisa. Al
menos, creo que se trataba de una sonrisa. Su boca se retorció un poco.
—¿Cómo estás? —le pregunté.
Me brindó un enérgico
asentimiento con la cabeza como respuesta.
—¿Y usted?
—Resistiendo.
—Se pondrá bien —dijo justo
mientras yo entraba al coche junto a mi madre. Parecía más seguro al respecto
que yo.
Los
primeros minutos del almuerzo estuvieron sumidos en un incómodo silencio. La
luz del sol inundaba el bistró New American que mi madre había elegido, lo cual
hacía que la incomodidad entre las dos se hiciera más patente.
Esperé a que mi madre empezara,
pues era ella la que quería hablar. Yo tenía muchas cosas que decir, pero
primero necesitaba saber qué era lo prioritario para ella. ¿Era la pérdida de
confianza en ella al haber puesto un dispositivo de rastreo en mi Rolex? ¿O el
estar engañando a Stanton con mi padre?
—Bonito reloj —dijo, mirando el
mío nuevo.
—Gracias. —Lo cubrí con la mano
para protegerlo. Aquel reloj era muy valioso para mí y profundamente personal—.
Me lo ha regalado Gideon.
Me miró horrorizada.
—No le habrás hablado del
rastreador, ¿verdad?
—Le cuento todo, mamá. No
tenemos secretos.
—Puede que tú no. ¿Y él?
—Somos una pareja sólida —le
dije con tono de seguridad—. Y cada día nos vamos haciendo más fuertes.
—Ah —asintió y sus cortos rizos
se movieron suavemente—. Eso es... maravilloso, Eva. Él podrá cuidar bien de
ti.
—Ya lo hace, de la forma que
necesito que lo haga. Y no tiene nada que ver con su dinero.
Mi madre apretó los labios ante
mi tono más frío. No llegó a fruncir el ceño, algo que evitaba a propósito para
proteger la perfección de su piel.
—No subestimes el dinero tan
rápido, Eva. Nunca se sabe cuándo ni por qué motivo lo puedes necesitar.
El enfado me hirvió por dentro.
Durante toda mi vida había visto cómo el dinero era para ella lo primero, sin
importar a quién pudiera hacer daño en el proceso, como a mi padre.
—No lo hago —alegué—.
Simplemente no dejo que rija mi vida. Y antes de que me sueltes algo como que
para mí es fácil decirlo, te aseguro que si Gideon perdiera hasta el último
céntimo que tiene, seguiría estando con él.
—Es demasiado inteligente como
para perderlo todo —dijo con tono firme — Y si tienes suerte, nunca pasará nada
que te deje sin recursos económicos.
Solté un suspiro, exasperada
por el tema de la conversación.
—Nunca vamos a ser del mismo
parecer en esto, ¿sabes?
Sus dedos bien cuidados
acariciaron el mango de su cubierto de plata.
—Estás muy enfadada conmigo.
—¿Te das cuenta de que papá
está enamorado de ti? Está tan enamorado que no puede pasar página. No creo que
llegue a casarse nunca. No va a tener nunca a una mujer fija en su vida que
cuide de él.
Tragó saliva y una lágrima se
deslizó por su mejilla.
—No te atrevas a llorar —le
ordené inclinándome hacia delante—. Esto no va sobre ti. Tú no eres aquí la
víctima.
—¿No se me permite sentir
dolor? —repuso con una voz más dura de lo que nunca le había oído—. ¿No se me
permite llorar por un corazón roto? Yo también quiero a tu padre. Daría lo que
fuera porque fuese feliz.
—No le quieres lo suficiente.
—Todo lo que he hecho ha sido
por amor. Todo. —Se rio sin ningún sentido del
humor—.
Dios mío... Me pregunto cómo puedes soportar estar conmigo si tienes una
opinión tan mala sobre mí.
—Eres mi madre y siempre has
estado a mi lado. Siempre has tratado de protegerme, incluso al equivocarte. Os
quiero a ti y a papá. Él es un hombre bueno que merece ser feliz.
Dio un sorbo a su agua con
manos temblorosas.
—Si no fuera por ti, desearía
no haberle conocido nunca. Los dos habríamos sido más felices así. No hay nada
que ya pueda hacer al respecto.
—Podrías estar con él. Hacerle
feliz. Parece que eres la única mujer que puede hacerlo.
—Eso es imposible —susurró.
—¿Por qué? ¿Porque no es rico?
—Sí. —Se llevó la mano al
cuello—. Porque no es rico.
Una sinceridad cruel. El
corazón se me encogió. En sus ojos azules había una mirada sombría que nunca
había visto antes. ¿Qué le hacía necesitar el dinero con tanta desesperación?
¿Lo sabría o lo comprendería alguna vez?
—Pero tú eres rica. ¿No
es eso suficiente?
A lo largo de sus tres
divorcios, había amasado un patrimonio personal de varios millones de dólares.
—No.
Me quedé mirándola, incrédula.
Ella apartó la mirada. Sus
pendientes de diamantes de tres quilates atraparon la luz y resplandecieron con
un arco iris de colores.
—No lo entiendes.
—Entonces, explícamelo, mamá.
Por favor.
Volvió a mirarme.
—Puede que algún día. Cuando no
estés enfadada conmigo.
Apoyándome en el respaldo de mi
silla, sentí que me empezaba a dar un dolor de cabeza.
—Bien. Estoy enfadada porque no
lo entiendo y tú no me das explicaciones porque estoy enfadada. Así no vamos a
llegar a ningún sitio.
—Lo siento, cariño. —Su
expresión era de súplica—. Lo que ha ocurrido entre tu padre y yo...
—Victor. ¿Por qué no dices su
nombre?
Se estremeció.
—¿Cuánto tiempo vas a estar
castigándome? —preguntó en voz baja.
—No estoy tratando de
castigarte. Simplemente, no lo entiendo.
Era una locura que estuviésemos
sentadas en un lugar luminoso y lleno de gente hablando de cosas personales y
dolorosas. Deseé que en vez de allí, me hubiese llevado a su casa, la que
compartía con Stanton. Pero supuse que había preferido la defensa de un lugar
público para evitar que yo perdiera por completo los estribos.
—Oye —dije sintiéndome
cansada—. Cary y yo vamos a irnos del apartamento, buscarnos algo por nuestra
cuenta.
Los hombros de mi madre se
tensaron.
—¿Qué? ¿Por qué? ¡No seas
insensata, Eva! No es necesario...
—Pues sí que lo es. Nathan está
muerto. Y Gideon y yo queremos pasar más tiempo juntos.
—¿Qué
tiene eso que ver con que te mudes? —Sus ojos se inundaron de lágrimas—. Lo
siento, Eva. ¿Qué más puedo decir?
—No se trata de ti, mamá. —Me
pasé el pelo por detrás de la oreja, moviéndome nerviosa porque sus lloros
siempre podían conmigo—. Vale, la verdad es que se me hace incómodo vivir en un
lugar que paga Stanton después de lo que ha pasado entre papá y tú. Pero más
que eso, Gideon y yo queremos vivir juntos. Es lógico que queramos empezar en
un sitio nuevo.
—¿Vivir juntos? —Las lágrimas
de mi madre se secaron—. ¿Antes de casaros? Eva, no. Eso sería un error
terrible. ¿Qué pasa con Cary? Tú lo trajiste a Nueva York contigo.
—Y va a seguir conmigo. —No me
atreví a decirle que aún no había compartido con Cary la idea de tener a Gideon
como compañero de piso, pero estaba segura de que le parecería bien. Yo estaría
más tiempo en casa y el alquiler sería más fácil de afrontar al dividirlo entre
tres—. Estaremos los tres.
—No se vive con un hombre como
Gideon Cross si no se está casada con él. —Se inclinó hacia delante—. Tienes
que confiar en mí en esto. Espera a que haya un anillo.
—No tengo prisa por casarme —le
dije pese a que con mi dedo pulgar me estaba acariciando la parte posterior de
mi anillo.
—Ay, Dios mío. —Mi madre negaba
con la cabeza—. ¿Qué estás diciendo? Lo quieres.
—Es demasiado pronto. Soy muy
joven.
—Tienes veinticuatro años. Es
la edad perfecta. —Su determinación hizo que mi madre pusiera la espalda recta.
Por una vez, no me molestó, porque de esa forma recobró parte de su buen
ánimo—. No voy a permitir que eches esto a perder, Eva.
—Mamá...
—No. —Sus ojos adquirieron un
brillo calculador—. Confía en mí y no corras tanto. Yo me encargaré de esto.
Mierda. No me tranquilizaba en
absoluto que se pusiera del lado de Gideon y no del mío en el asunto del
matrimonio.
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