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Atada a Tí - Sylvia Day - Capítulo 17

Gideon no apareció en el Tableau One.
En cierto modo, se lo agradecí, pues no quería que Brett pensara que había planeado aquella interrupción. Aparte de sus esperanzas a largo plazo sobre nuestra relación, Brett era alguien que había sido importante para mí en el pasado y yo deseaba que fuésemos amigos, si es que eso era posible.
Pero estaba preocupada imaginando lo que Gideon podría estar pensando y sintiendo.
Picoteé mi cena, demasiado inquieta como para comer. Cuando Arnoldo Ricci se detuvo para saludar, muy elegante y apuesto con su bata blanca de chef, me sentí mal porque en mi plato siguiera habiendo tanta cantidad de una comida tan buena.
El famoso chef era amigo de Gideon. Y Gideon era socio capitalista del restaurante Tableau One. Si tenía alguna duda de cómo iría la cena con Brett, podría acudir a varias personas de su confianza para preguntarles.
Por supuesto, yo esperaba que Gideon confiara en mí lo suficiente como para creerme, pero sabía que nuestra relación tenía ciertos problemas y nuestros celos mutuos eran uno de ellos.
—Me alegro de verte, Eva —dijo Arnoldo con su encantador acento italiano. Me dio un beso en la mejilla y, a continuación, retiró una de las sillas vacías de nuestra mesa para sentarse.
Arnoldo le extendió la mano a Brett.
—Bienvenido a Tableau One.
—Arnoldo es admirador de los Six-Ninths —le expliqué—. Vino al concierto con Gideon y conmigo.
Brett retorció la boca con pesar mientras se estrechaban las manos.
—Encantado de conocerte. ¿Viste los dos espectáculos?
Se refería a la pelea que había tenido con Gideon. Arnoldo lo entendió.
—Sí. Eva es muy importante para Gideon.
—También lo es para mí —contestó Brett agarrando su jarra escarchada de cerveza Nastro Azzurro.
—Pues entonces, che vinca il migliore—dijo Arnoldo con una sonrisa—. Que gane el mejor.
—Eh. —Me eché en el respaldo de la silla—. Yo no soy ningún premio, como decía la canción.
Arnoldo me fulminó con la mirada. Claramente no estaba del todo de acuerdo conmigo. No le culpé. Él sabía que yo había besado a Brett y había visto el efecto que aquello tuvo sobre Gideon.
—¿Había algún problema con tu comida, Eva? —preguntó Arnoldo—. Si te hubiese gustado, habrías dejado el plato vacío.
—Pones raciones muy grandes —señaló Brett.
—Y Eva come mucho.
Brett me miró.
—¿Sí?
Me encogí de hombros. ¿Se estaba dando cuenta de lo poco que sabíamos en realidad el uno del otro?
—Es sólo uno de mis muchos defectos.
—Para mí no lo es —dijo Arnoldo—. ¿Cómo ha ido la presentación del vídeo?
—Creo que ha ido bien. —Brett estudió mi cara mientras respondía.
Asentí, pues no quería echar a perder lo que se suponía que era un momento feliz para el grupo. Lo hecho, hecho estaba. No podía juzgar las intenciones de Brett, sólo la forma en que las había puesto en práctica.
—Van camino del megaestrellato.
—Y yo podré decir que os conocía desde antes de ser famosos —le dijo Arnoldo a Brett con una sonrisa—. Compré vuestro primer sencillo en iTunes cuando aún era el único que teníais.
—Gracias por tu apoyo, tío —contestó Brett—. No lo habríamos conseguido sin nuestros seguidores.
—No lo habríais conseguido si no hubieseis sido tan buenos. —Arnoldo me miró—. Vais a tomar postre, ¿no? Y más vino.
Mientras Arnoldo se echaba hacia atrás en su silla, me di cuenta de que tenía la intención de cumplir con el papel de carabina. Cuando miré a Brett, estuve segura por su irónica sonrisa de que él también lo había comprendido.
—Bueno —empezó a decir Arnoldo—, cuéntame qué tal está Shawna, Eva.
Suspiré disimuladamente. Al menos, Arnoldo era un canguro divertido.
El chófer que había contratado Brett me dejó en mi apartamento poco después de las diez. Invité a Brett a que subiera porque no veía forma alguna de evitarlo sin ser maleducada. Miró el exterior del edificio con cierta sorpresa, lo mismo cuando vio al portero y al recepcionista.
—Debes tener un trabajo estupendo —dijo mientras nos dirigíamos a los ascensores.
Un repiqueteo de tacones sobre el mármol nos siguió.
—¡Eva!
Me encogí al oír la voz de Deanna.
—Peligro, periodistas —susurré antes de darme la vuelta.
—¿Eso es malo? —preguntó él dándose la vuelta conmigo.
—Hola, Deanna —la saludé con una sonrisa forzada.
—Hola. —Sus ojos oscuros barrieron a Brett de la cabeza a los pies y, a continuación, le tendió la mano—. Brett Kline, ¿verdad? Deanna Johnson.
—Mucho gusto, Deanna —dijo poniendo en marcha su encanto.
—¿Qué puedo hacer por ti? —pregunté mientras se estrechaban las manos.
—Siento interrumpir vuestra cita. No he sabido que volvíais a estar juntos hasta que os he visto hoy en el evento de Vidal Records. —Sonrió a Brett—. Entiendo que no ha pasado nada desde tu altercado con Gideon Cross.
Brett la miró sorprendido.
—Me he perdido.
—Me he enterado de que tú y Cross intercambiasteis unos cuantos puñetazos en una discusión.
—Por ahí hay alguien con mucha imaginación.
¿Había hablado Gideon con él? ¿O la experiencia con los medios de comunicación le había enseñado a Brett las trampas que debía evitar?
Odiaba que Deanna hubiese estado ese día vigilándome. O, para ser más precisos, vigilando a Gideon. Era con él con quien estaba obsesionada. Pero a mí era más fácil acceder.
La sonrisa con la que me respondió era de crispación.
—Supongo que unas malas fuentes.
—Suele pasar —dijo él con tono tranquilo.
Deanna volvió a fijar su atención en mí.
—He visto hoy a Gideon contigo, Eva. Mi fotógrafo ha hecho algunas fotos estupendas de vosotros dos. He venido para pedirte una declaración, pero ahora veo con quién estás. ¿Quieres decir algo sobre el estado de tu relación con Brett?
Dirigió su pregunta a mí, pero Brett intervino con una gran sonrisa y luciendo su deslumbrante hoyuelo.
—Creo que «Rubia» lo dice todo. Tenemos un pasado y somos amigos.
—Ése es un buen titular, gracias. —Deanna me miró. Yo le devolví la mirada—. Muy bien. No quiero molestaros. Muchas gracias por concederme vuestro tiempo.
—De nada. —Cogí a Brett de la mano y tiré de él—. Buenas noches.
Lo llevé rápidamente a los ascensores y no me tranquilicé hasta que se cerraron las puertas.
—¿Puedo preguntar por qué hay una periodista tan interesada en saber con quién sales?
Le miré de reojo. Estaba apoyado en el pasamanos y se agarraba al metal a ambos lados de sus caderas. La pose era seductora y no había duda de que él era muy atractivo, pero mis pensamientos estaban con Gideon. Estaba deseando estar con él para poder hablar.
—Es una ex de Gideon y está resentida.
—¿Y eso no hace que te salten las alarmas?
Negué con la cabeza.
—No en el sentido en que probablemente estés pensando.
El ascensor llegó a mi planta y me dirigí hacia mi apartamento, odiando el hecho de tener que pasar por el de Gideon para llegar al mío. ¿Había sentido él lo mismo cuando pasaba el tiempo con Corinne? ¿Una sensación de culpa y pena?
Abrí la puerta y lamenté que Cary no estuviese en el sofá. Ni siquiera parecía que mi compañero de piso estuviese en casa. Las luces estaban apagadas, lo cual era un claro indicativo de que había salido. Siempre dejaba las luces encendidas cuando estaba en casa.
Pulsé el interruptor y me di la vuelta a tiempo de ver la cara de Brett cuando las luces empotradas en el techo iluminaron la habitación. Siempre me sentía rara cuando la gente se daba cuenta por primera vez de que yo tenía dinero.
Me miró con el ceño fruncido.
—Me estoy replanteando la profesión que he elegido.
—No pago esto con mi trabajo. Lo paga mi padrastro. Al menos, por ahora. —Fui a la cocina y dejé caer el bolso y el macuto en un taburete.
—¿Cross y tú os movéis por los mismos círculos?
—A veces.
—¿Soy demasiado diferente para ti?
Aquella pregunta me inquietó, aunque era perfectamente aceptable.
—Yo no juzgo a la gente por su dinero, Brett. ¿Quieres tomar algo?
—No, estoy bien.
Señalé el sofá y nos acomodamos allí.
—Entonces, no te ha gustado el vídeo —dijo echando el brazo por el respaldo del sofá.
—¡Yo no he dicho eso!
—No tenías por qué hacerlo. Te he visto la cara.
—Es que es muy... personal.
Sus ojos verdes se iluminaron lo suficiente como para hacer que me ruborizara.
—No he olvidado una sola cosa de ti, Eva. El vídeo es una muestra de ello.
—Eso es porque no había mucho que recordar —puntualicé.
—Crees que no lo sé, pero apuesto a que yo he visto partes de ti que Cross no ha visto ni verá nunca.
—También es verdad al revés.
—Puede —admitió, golpeteando silenciosamente los dedos sobre el cojín—. Se supone que tengo que coger un avión mañana al amanecer, pero tomaré otro vuelo más tarde. Ven conmigo. Tenemos conciertos en Seattle y San Francisco el fin de semana. Puedes estar de vuelta el domingo por la noche.
—No puedo. Tengo planes.
—El fin de semana siguiente estaremos en San Diego. Ven entonces. —Deslizó los dedos por mi brazo—. Será como en los viejos tiempos, pero con veinte mil personas más.
Parpadeé. ¿Cuáles eran las posibilidades de que estuviésemos en nuestra ciudad a la misma vez?
—Tengo planeado estar en el sur de California esos días. Sólo Cary y yo.
—Pues nos vemos ese fin de semana y estamos juntos.
—Sólo nos vemos —le corregí poniéndome de pie cuando él lo hizo—. ¿Te vas?
Dio un paso adelante.
—¿Me estás pidiendo que me quede?
—Brett...
—Vale. —Me dedicó una sonrisa triste y el corazón se me aceleró un poco—. Nos vemos dentro de dos fines de semana.
Fuimos juntos hacia la puerta.
—Gracias por invitarme a acompañarte hoy —le dije sintiéndome extrañamente apenada porque se fuera tan pronto.
—Siento que no te haya gustado el vídeo.
—Sí que me gusta. —Le agarré la mano—. De verdad. Habéis hecho un trabajo estupendo. Sólo que se me hace raro verme desde fuera, ¿sabes?
—Sí. Lo comprendo. —Colocó la otra mano en mi mejilla y se inclinó para besarme.
Yo giré la cabeza y, en lugar de besarme, me acarició la mejilla con la punta de la nariz de arriba abajo. El ligero olor de su colonia mezclado con el de su piel me confundió y me trajo acalorados recuerdos. La sensación de su cuerpo tan cerca del mío era desgarradoramente familiar.
Había estado locamente enamorada de él. Había deseado que él sintiera lo mismo por mí y, ahora que lo había conseguido, era una sensación agridulce.
Brett me agarró de los brazos y gimió suavemente y aquel sonido hizo que todo mi cuerpo vibrara.
—Recuerdo lo que era estar contigo —susurró con voz profunda y áspera—. Por
dentro. Estoy deseando volver a sentirte.
Yo respiraba muy rápido.
—Gracias por la cena.
Curvó los labios sobre mi mejilla.
—Llámame. Yo te llamaré de todos modos, pero me gustaría que tú me llamaras alguna vez. ¿De acuerdo?
Asentí y tuve que tragar saliva antes de contestar.
—De acuerdo.
Se fue un momento después y fui corriendo a por mi bolso para coger el teléfono de prepago. No había señales de Gideon. Ni una llamada perdida ni mensajes.
Cogí las llaves y salí de mi apartamento para ir corriendo al suyo, pero estaba oscuro y vacío. Nada más entrar supe que no estaba allí sin necesidad de mirar el cuenco de cristal de colores donde dejaba las cosas al vaciarse los bolsillos.
Sentí que algo iba muy mal y volví de nuevo a mi casa. Dejé las llaves en la barra y fui a mi habitación, dirigiéndome directamente al baño para darme una ducha.
La sensación de inquietud que tenía en el estómago no desapareció, ni siquiera cuando el agua hizo desaparecer por el desagüe la humedad y la suciedad del calor de la tarde. Me eché champú en la cabeza y pensé en aquel día, enfadándome más por momentos porque Gideon se hubiese ido a hacer lo que fuera en lugar de estar en casa conmigo arreglando las cosas.
Y entonces, lo oí.
Enjuagándome el jabón de los ojos, me giré y lo encontré sacándose la corbata mientras entraba en la habitación. Parecía cansado y exhausto, lo cual me afectaba más de lo que lo había hecho la rabia.
—Hola —lo saludé.
Me miró mientras se desnudaba con movimientos rápidos y metódicos. Gloriosamente desnudo, entró en la ducha, viniendo directamente hacia mí y abrazándome con fuerza.
—Hola —dije otra vez devolviéndole el abrazo—. ¿Qué te pasa? ¿Estás enfadado por lo del vídeo?
—Odio ese vídeo —contestó sin rodeos—. Debería haber impedido esa maldita presentación cuando supe que la canción hablaba de ti.
—Lo siento.
Se apartó y me miró. El vapor de la ducha le estaba humedeciendo el pelo poco a poco. Era infinitamente más atractivo que Brett. Y lo que sentía por mí... y lo que yo sentía a cambio por él... era infinitamente más profundo.
—Corinne me llamó justo antes de que terminara el vídeo. Estaba... histérica. Fuera de control. Me preocupé y fui a verla.
Respiré hondo, sofocando un brote de celos. No tenía derecho a sentirme así, sobre todo, después del tiempo que había pasado con Brett.
—¿Cómo ha ido?
Me echó la cabeza hacia atrás suavemente.
—Cierra los ojos.
—Háblame, Gideon.
—Lo haré. —Mientras me enjuagaba la espuma del pelo, dijo—: Creo que he averiguado dónde está el problema. Está tomando antidepresivos y no son los más adecuados para ella.
—Ah, vaya.
—Se suponía que le tenía que decir al médico cómo le sentaban, pero ni siquiera ella se había dado cuenta de que estaba actuando de un modo tan extraño. He necesitado horas de conversación con ella para que lo entendiera y, después, identificar los motivos.
Me incorporé y me sequé los ojos, tratando de contener la creciente irritación que me provocaba el hecho de que otra mujer monopolizara la atención de mi hombre. No podía descartar que ella se hubiese inventado un problema sólo para hacer que Gideon pasara un tiempo con ella.
Gideon cambió su posición con la mía esquivando el chorro de la ducha. El agua caía por su impresionante cuerpo, deslizándose maravillosamente por sus duras protuberancias y las ondulaciones de sus músculos.
—¿Y ahora qué? —pregunté.
Se encogió de hombros con expresión seria.
—Va a ir mañana a su médico para decirle que va a dejar esas pastillas y que le dé otras.
—¿Se supone que vas a estar con ella en esto? —me quejé.
—Ella no es responsabilidad mía. —Me miró fijamente, diciéndome sin palabras que comprendía mi temor, mi preocupación y mi rabia. Tal y como había hecho siempre—. Se lo he dicho. Después, he llamado a Giroux y se lo he dicho también. Tiene que venir a cuidar de su mujer.
Cogió el champú, que estaba en un estante de cristal con el resto de sus productos de la ducha. Había traído sus cosas a mi casa casi en el mismo momento en que acepté salir con él, lo mismo que había llenado su casa de duplicados de mis productos diarios.
—Pero la han provocado, Eva. Deanna ha ido a verla esta misma noche con fotos que nos ha hecho a ti y a mí en el lanzamiento del vídeo.
—Maravilloso —murmuré—. Eso explica por qué ha venido Deanna aquí para tenderme una emboscada.
—¿De verdad ha venido? —preguntó con tono peligroso, haciéndome sentir pena por Deanna... durante no más de medio segundo. Se estaba cavando ella sola una bonita tumba.
—Probablemente tenga fotografías tuyas apareciendo en casa de Corinne y quería que yo me cabreara. —Me crucé de brazos—. Te está siguiendo los pasos.
Gideon echó la cabeza hacia atrás, poniéndola bajo el chorro para enjuagarse, flexionando los brazos mientras se pasaba los dedos por el pelo.
Era flagrante, sexual y hermosamente masculino.
Me lamí los labios, excitada al verlo a pesar de estar tan enfadada con sus exnovias. Acorté la distancia entre los dos y me eché un poco de su gel en la palma de la mano. A continuación, pasé las dos por su pecho.
Lanzó un gemido y me miró.
—Me encanta sentir tus manos en mí.
—Menos mal, porque no puedo quitártelas de encima.
Me acarició la mejilla con ojos tiernos. Miró fijamente mi rostro, quizá calibrando si yo tenía o no la mirada de «fóllame». Yo creía que no la tenía. Lo deseaba, eso siempre, pero también quería disfrutar de estar con él sin más. Eso no resultaba fácil cuando me hacía perder la cabeza.
—Necesitaba esto —dijo—. Estar contigo.
—Parece que se nos viene encima una buena, ¿no? No podemos estar tranquilos. Si
no es por una cosa, es por otra. —Pasé mis dedos por los duros bultos de su abdomen. El deseo bullía entre los dos, y también aquella maravillosa sensación de estar cerca de alguien que era amado y necesario—. Pero estamos bien, ¿verdad?
Sus labios acariciaron mi frente.
—Estamos aguantando bastante bien, diría yo. Pero estoy deseando irme contigo mañana. Salir un poco de aquí, lejos de todos, y tenerte toda entera para mí.
Me desperté cuando Gideon salió de mi cama.
Parpadeé y oí que la televisión seguía encendida, aunque sin volumen. Me había quedado dormida acurrucada contra él, disfrutando de nuestro tiempo a solas tras tantas horas y días de estar obligados a permanecer separados.
—¿Adónde vas? —susurré.
—A la cama. —Me acarició la mejilla—. Me estoy quedando dormido.
—No te vayas.
—No me pidas que me quede.
Solté un suspiro al comprender su temor.
—Te quiero.
Inclinándose sobre mí, Gideon apretó sus labios contra los míos.
—No olvides meter tu pasaporte en el bolso.
—No lo haré. ¿Estás seguro de que no debo llevar nada de equipaje?
—Nada. —Me volvió a besar, dejando sus labios sobre los míos.
Después, se fue.
El viernes llevé un ligero vestido cruzado al trabajo, algo que pudiera vestir tanto para trabajar como para un largo vuelo. No tenía ni idea de lo lejos que me llevaría Gideon, pero sabía que estaría cómoda fuese donde fuese.
Cuando llegué al trabajo, vi a Megumi al teléfono, así que nos saludamos con la mano y me dirigí directamente a mi mesa. La señora Field se detuvo a mi lado justo cuando me acomodé en mi silla.
La presidenta ejecutiva de Waters Field & Leaman tenía un aspecto poderoso y confiado con su traje sastre de color gris claro.
—Buenos días, Eva —dijo—. Dile a Mark que se pase por mi despacho cuando llegue.
Asentí, admirando su collar de perlas negras de tres vueltas.
—Lo haré.
Cuando le pasé a Mark el recado cinco minutos después, éste negó con la cabeza.
—Apuesto a que no hemos conseguido la cuenta de Adriana Vineyards.
—¿Tú crees?
—Odio esas malditas ofertas de presentaciones de propuestas. No buscan calidad ni experiencia. Sólo quieren a alguien que esté lo suficientemente hambriento como para prestarle sus servicios gratis.
Lo habíamos dejado todo para llegar a la fecha límite de la presentación de propuestas. Le habían encargado a Mark que la encabezara porque había hecho una labor impresionante con la cuenta del vodka Kingsman.
—Peor para ellos —le dije.
—Lo sé, pero aun así... Quiero conseguirlas todas. Deséame suerte para que me equivoque.
Le hice un gesto con el pulgar señalando hacia arriba y se fue al despacho de Christine Field. El teléfono de mi mesa sonó cuando me estaba poniendo de pie para ir a por una taza de café de la sala de descanso.
—Despacho de Mark Garrity —respondí—. Soy Eva Tramell.
—Eva, cariño.
Solté el aire sonoramente cuando oí la voz llorosa de mi madre.
—Hola, mamá. ¿Cómo estás?
—¿Quieres que nos veamos? Podríamos comer juntas.
—Claro. ¿Hoy?
—Si puedes. —Respiró hondo y me pareció que era un sollozo—. La verdad es que necesito verte.
—Vale. —Sentí un nudo en el estómago por la preocupación. No me gustaba oír a mi madre tan mal—. ¿Quieres que nos veamos en algún sitio en especial?
—Clancy y yo iremos a por ti. Almuerzas a las doce, ¿verdad?
—Sí. Te veo en la acera.
—Bien. —Hizo una pausa—. Te quiero.
—Lo sé, mamá. Yo también te quiero.
Colgamos y me quedé mirando el teléfono.
¿Cómo le iba a ir a mi familia a partir de ahora?
Le envié a Gideon un mensaje rápido para decirle que tendría que salir a comer. Tenía que conseguir que la relación con mi madre volviera a encarrilarse.
Sabía que necesitaba más café para afrontar el día que me esperaba, así que fui a por él.
Dejé mi mesa a las doce en punto del mediodía y bajé al vestíbulo. A medida que pasaban las horas, me iba emocionando más por el hecho de irme de viaje con Gideon. Lejos de Corinne, de Deanna y de Brett.
Acababa de pasar por los torniquetes de seguridad cuando lo vi.
Jean-François Giroux estaba en el mostrador del guardia de seguridad con un aspecto claramente europeo y muy atractivo. Llevaba su pelo ondulado y oscuro, más largo de lo que lo había visto en fotos, la cara menos bronceada y la boca más seria, enmarcada por una perilla. El verde claro de sus ojos era aún más llamativo en persona, pese a estar enrojecidos por el cansancio. Por la maleta de mano que vi a sus pies, supuse que había venido directamente al Crossfire desde el aeropuerto.
Mon Dieu. ¿Tan lentos son los ascensores de este edificio? —preguntó al guardia de seguridad con entrecortado acento francés—. Es imposible que se tarde veinte minutos en bajar desde lo alto.
—El señor Cross viene de camino —respondió el guardia con firmeza sin abandonar su silla.
Como si hubiese notado mi mirada, la cabeza de Giroux giró en mi dirección y entrecerró los ojos. Se apartó del mostrador y se dirigió hacia mí.
El corte de su traje era más ajustado que el de Gideon, más estrecho por la cintura y por las pantorrillas. La impresión que tuve de él fue de pulcritud y rigidez, un hombre que asumía el poder haciendo cumplir las normas.
—¿Eva Tramell? —me preguntó sorprendiéndome por haberme reconocido.
—Señor Giroux —dije al tiempo que le ofrecía mi mano.
La estrechó y me volvió a sorprender cuando se inclinó sobre mí y me besó en ambas mejillas. Besos superficiales y distraídos, pero eso no era lo importante. Incluso aunque fuese francés, se trataba de un gesto familiar procedente de alguien que era un completo desconocido para mí.
Cuando di un paso hacia atrás, lo miré con las cejas levantadas.
—¿Tendría tiempo de hablar conmigo? —me preguntó agarrándome aún la mano.
—Me temo que hoy no. —Me solté suavemente. El anonimato se conseguía simplemente permaneciendo en un lugar enorme lleno de gente que iba de un sitio a otro, pero con Deanna acechando por ahí, tenía que ser muy cuidadosa con respecto a las personas con las que se me viera—. Tengo una cita para comer y, después, me voy fuera justo al salir de trabajar.
—¿Quizá mañana?
—Pasaré el fin de semana fuera de la ciudad. El lunes sería lo más pronto que podría.
—Fuera de la ciudad. ¿Con Cross?
Incliné la cabeza hacia un lado mientras lo examinaba, tratando de adivinar sus pensamientos.
—La verdad es que eso no es asunto suyo, pero sí.
Le dije la verdad para que supiera que Gideon tenía una mujer en su vida que no era Corinne.
—¿No le molesta —empezó a decir con un tono notablemente más frío— que él haya utilizado a mi esposa para darle celos a usted y así conseguir que volviera con él?
—Gideon quiere tener una amistad con Corinne. Los amigos pasan ratos juntos.
—Usted es rubia, pero seguro que no tan ingenua como para creerse eso.
—Está usted estresado —argumenté—, pero seguro que no lo suficiente como para darse cuenta de que se está comportando como un imbécil.
Me di cuenta de la presencia de Gideon antes de notar su mano sobre mi brazo.
—Discúlpese, Giroux —intervino con un tono suave y peligroso—. Y que sea una disculpa sincera.
Giroux le lanzó una mirada tan llena de rabia y odio que hizo que cambiara el peso de mi cuerpo de un pie a otro, inquieta.
—Hacerme esperar es de poca educación, Cross. Incluso tratándose de usted.
—Si la ofensa hubiese sido intencionada, ya lo sabría. —Gideon apretó los labios convirtiéndolos en una línea tan afilada como la hoja de un cuchillo—. Su disculpa, Giroux. Nunca he sido otra cosa que educado y respetuoso con Corinne. Mostrará ante Eva la misma cortesía.
Para un observador ocasional, su pose era desinhibida y relajada, pero se notaba la furia que había en él. La noté en los dos hombres —uno de ellos caliente, el otro frío como el hielo—, mientras la tensión aumentaba por momentos. El espacio que nos rodeaba parecía ir menguando, lo cual era una locura si se tenían en cuenta las dimensiones del vestíbulo y la altitud a la que se alzaba el techo.
Temerosa de que llegaran a las manos allí mismo pese a tratarse de un lugar tan transitado, extendí la mano, cogí la de Gideon y le di un ligero apretón.
Giroux bajó la mirada a nuestras manos entrelazadas y, a continuación, la levantó para mirarnos a los ojos.
Pardonnez-moi —dijo inclinando la cabeza ligeramente hacia mí—. Usted no tiene la culpa de esto.
—No te hagas esperar más —me murmuró Gideon rozando su dedo pulgar sobre mis nudillos.
Pero seguí allí, temerosa de marcharme.
—Usted debería estar con su esposa —le dije a Giroux.
Me recordé a mí misma que no había ido tras ella cuando Corinne le dejó. Estaba muy ocupado culpando a Gideon en lugar de arreglar su matrimonio.
—Eva —me llamó mi madre, que había entrado a buscarme. Se acercó con sus Louboutin de piel y su esbelto cuerpo envuelto en un vestido de suave seda con la espalda al aire del mismo tono que los zapatos. En aquel vestíbulo de mármol oscuro, ella era un punto luminoso.
—Ponte en marcha, cielo —dijo Gideon—. Deme un minuto, Giroux.
Vacilé antes de alejarme.
—Adiós, monsieur Giroux.
—Señorita Tramell —contestó él apartando los ojos de Gideon—. Hasta la próxima.
Me fui porque no tenía otra opción, pero no por gusto. Gideon me acompañó hasta mi madre y yo le miré para que viera la preocupación en mi rostro.
Sus ojos me tranquilizaron. Percibí el mismo poder latente y control inflexible que adiviné la primera vez que nos vimos. Podría manejar a Giroux. Podía manejarlo todo.
—Disfrutad de vuestra comida —dijo Gideon besando la mejilla de mi madre antes de mirarme y darme un beso rápido y apretado en la boca.
Lo vi alejarse y me puso nerviosa la intensidad con la que los ojos de Giroux seguían su regreso.
Mi madre pasó su brazo entre el mío para atraer mi atención.
—Hola —dije tratando de alejar mi inquietud. Esperé que me preguntara si ellos dos se iban a unir a nosotras, pues nada le gustaba más que pasar el tiempo con hombres ricos y atractivos, pero no lo hizo.
—¿Estáis tratando de arreglar las cosas Gideon y tú? —me preguntó.
—Sí.
La miré de reojo antes de entrar delante de ella en las puertas giratorias. Parecía más frágil que nunca, con su pálida piel y sus ojos carentes del destello habitual. Esperé a que se uniera a mí en la calle, con mis sentidos tratando de acostumbrarse al cambio al salir del frío y cavernoso vestíbulo al calor sofocante y la explosión de ruido y actividad de la calle.
Sonreí a Clancy cuando éste abrió la puerta de atrás de la limusina.
—Hola, Clancy.
Mientras mi madre se deslizaba elegantemente en la parte de atrás del coche, él me devolvió la sonrisa. Al menos, creo que se trataba de una sonrisa. Su boca se retorció un poco.
—¿Cómo estás? —le pregunté.
Me brindó un enérgico asentimiento con la cabeza como respuesta.
—¿Y usted?
—Resistiendo.
—Se pondrá bien —dijo justo mientras yo entraba al coche junto a mi madre. Parecía más seguro al respecto que yo.
Los primeros minutos del almuerzo estuvieron sumidos en un incómodo silencio. La luz del sol inundaba el bistró New American que mi madre había elegido, lo cual hacía que la incomodidad entre las dos se hiciera más patente.
Esperé a que mi madre empezara, pues era ella la que quería hablar. Yo tenía muchas cosas que decir, pero primero necesitaba saber qué era lo prioritario para ella. ¿Era la pérdida de confianza en ella al haber puesto un dispositivo de rastreo en mi Rolex? ¿O el estar engañando a Stanton con mi padre?
—Bonito reloj —dijo, mirando el mío nuevo.
—Gracias. —Lo cubrí con la mano para protegerlo. Aquel reloj era muy valioso para mí y profundamente personal—. Me lo ha regalado Gideon.
Me miró horrorizada.
—No le habrás hablado del rastreador, ¿verdad?
—Le cuento todo, mamá. No tenemos secretos.
—Puede que no. ¿Y él?
—Somos una pareja sólida —le dije con tono de seguridad—. Y cada día nos vamos haciendo más fuertes.
—Ah —asintió y sus cortos rizos se movieron suavemente—. Eso es... maravilloso, Eva. Él podrá cuidar bien de ti.
—Ya lo hace, de la forma que necesito que lo haga. Y no tiene nada que ver con su dinero.
Mi madre apretó los labios ante mi tono más frío. No llegó a fruncir el ceño, algo que evitaba a propósito para proteger la perfección de su piel.
—No subestimes el dinero tan rápido, Eva. Nunca se sabe cuándo ni por qué motivo lo puedes necesitar.
El enfado me hirvió por dentro. Durante toda mi vida había visto cómo el dinero era para ella lo primero, sin importar a quién pudiera hacer daño en el proceso, como a mi padre.
—No lo hago —alegué—. Simplemente no dejo que rija mi vida. Y antes de que me sueltes algo como que para mí es fácil decirlo, te aseguro que si Gideon perdiera hasta el último céntimo que tiene, seguiría estando con él.
—Es demasiado inteligente como para perderlo todo —dijo con tono firme — Y si tienes suerte, nunca pasará nada que te deje sin recursos económicos.
Solté un suspiro, exasperada por el tema de la conversación.
—Nunca vamos a ser del mismo parecer en esto, ¿sabes?
Sus dedos bien cuidados acariciaron el mango de su cubierto de plata.
—Estás muy enfadada conmigo.
—¿Te das cuenta de que papá está enamorado de ti? Está tan enamorado que no puede pasar página. No creo que llegue a casarse nunca. No va a tener nunca a una mujer fija en su vida que cuide de él.
Tragó saliva y una lágrima se deslizó por su mejilla.
—No te atrevas a llorar —le ordené inclinándome hacia delante—. Esto no va sobre ti. Tú no eres aquí la víctima.
—¿No se me permite sentir dolor? —repuso con una voz más dura de lo que nunca le había oído—. ¿No se me permite llorar por un corazón roto? Yo también quiero a tu padre. Daría lo que fuera porque fuese feliz.
—No le quieres lo suficiente.
—Todo lo que he hecho ha sido por amor. Todo. —Se rio sin ningún sentido del
humor—. Dios mío... Me pregunto cómo puedes soportar estar conmigo si tienes una opinión tan mala sobre mí.
—Eres mi madre y siempre has estado a mi lado. Siempre has tratado de protegerme, incluso al equivocarte. Os quiero a ti y a papá. Él es un hombre bueno que merece ser feliz.
Dio un sorbo a su agua con manos temblorosas.
—Si no fuera por ti, desearía no haberle conocido nunca. Los dos habríamos sido más felices así. No hay nada que ya pueda hacer al respecto.
—Podrías estar con él. Hacerle feliz. Parece que eres la única mujer que puede hacerlo.
—Eso es imposible —susurró.
—¿Por qué? ¿Porque no es rico?
—Sí. —Se llevó la mano al cuello—. Porque no es rico.
Una sinceridad cruel. El corazón se me encogió. En sus ojos azules había una mirada sombría que nunca había visto antes. ¿Qué le hacía necesitar el dinero con tanta desesperación? ¿Lo sabría o lo comprendería alguna vez?
—Pero tú eres rica. ¿No es eso suficiente?
A lo largo de sus tres divorcios, había amasado un patrimonio personal de varios millones de dólares.
—No.
Me quedé mirándola, incrédula.
Ella apartó la mirada. Sus pendientes de diamantes de tres quilates atraparon la luz y resplandecieron con un arco iris de colores.
—No lo entiendes.
—Entonces, explícamelo, mamá. Por favor.
Volvió a mirarme.
—Puede que algún día. Cuando no estés enfadada conmigo.
Apoyándome en el respaldo de mi silla, sentí que me empezaba a dar un dolor de cabeza.
—Bien. Estoy enfadada porque no lo entiendo y tú no me das explicaciones porque estoy enfadada. Así no vamos a llegar a ningún sitio.
—Lo siento, cariño. —Su expresión era de súplica—. Lo que ha ocurrido entre tu padre y yo...
—Victor. ¿Por qué no dices su nombre?
Se estremeció.
—¿Cuánto tiempo vas a estar castigándome? —preguntó en voz baja.
—No estoy tratando de castigarte. Simplemente, no lo entiendo.
Era una locura que estuviésemos sentadas en un lugar luminoso y lleno de gente hablando de cosas personales y dolorosas. Deseé que en vez de allí, me hubiese llevado a su casa, la que compartía con Stanton. Pero supuse que había preferido la defensa de un lugar público para evitar que yo perdiera por completo los estribos.
—Oye —dije sintiéndome cansada—. Cary y yo vamos a irnos del apartamento, buscarnos algo por nuestra cuenta.
Los hombros de mi madre se tensaron.
—¿Qué? ¿Por qué? ¡No seas insensata, Eva! No es necesario...
—Pues sí que lo es. Nathan está muerto. Y Gideon y yo queremos pasar más tiempo juntos.
—¿Qué tiene eso que ver con que te mudes? —Sus ojos se inundaron de lágrimas—. Lo siento, Eva. ¿Qué más puedo decir?
—No se trata de ti, mamá. —Me pasé el pelo por detrás de la oreja, moviéndome nerviosa porque sus lloros siempre podían conmigo—. Vale, la verdad es que se me hace incómodo vivir en un lugar que paga Stanton después de lo que ha pasado entre papá y tú. Pero más que eso, Gideon y yo queremos vivir juntos. Es lógico que queramos empezar en un sitio nuevo.
—¿Vivir juntos? —Las lágrimas de mi madre se secaron—. ¿Antes de casaros? Eva, no. Eso sería un error terrible. ¿Qué pasa con Cary? Tú lo trajiste a Nueva York contigo.
—Y va a seguir conmigo. —No me atreví a decirle que aún no había compartido con Cary la idea de tener a Gideon como compañero de piso, pero estaba segura de que le parecería bien. Yo estaría más tiempo en casa y el alquiler sería más fácil de afrontar al dividirlo entre tres—. Estaremos los tres.
—No se vive con un hombre como Gideon Cross si no se está casada con él. —Se inclinó hacia delante—. Tienes que confiar en mí en esto. Espera a que haya un anillo.
—No tengo prisa por casarme —le dije pese a que con mi dedo pulgar me estaba acariciando la parte posterior de mi anillo.
—Ay, Dios mío. —Mi madre negaba con la cabeza—. ¿Qué estás diciendo? Lo quieres.
—Es demasiado pronto. Soy muy joven.
—Tienes veinticuatro años. Es la edad perfecta. —Su determinación hizo que mi madre pusiera la espalda recta. Por una vez, no me molestó, porque de esa forma recobró parte de su buen ánimo—. No voy a permitir que eches esto a perder, Eva.
—Mamá...
—No. —Sus ojos adquirieron un brillo calculador—. Confía en mí y no corras tanto. Yo me encargaré de esto.

Mierda. No me tranquilizaba en absoluto que se pusiera del lado de Gideon y no del mío en el asunto del matrimonio.

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