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Atada a Tí - Sylvia Day - Capítulo 15

Poco después de las cinco de la mañana pasé en un abrir y cerrar de ojos del estado inconsciente al de completamente despierta. Los retazos de un sueño seguían aferrados a mí, un sueño en el que seguía creyendo que Gideon y yo habíamos roto. La soledad y la pena me ahogaban, haciendo que me mantuviera inmóvil en la cama durante varios minutos. Deseé que Gideon estuviera a mi lado. Deseé poder darme la vuelta sin más y apretar mi cuerpo contra el suyo.
Debido en parte a que tenía el periodo, no habíamos tenido sexo la noche anterior. En lugar de ello, habíamos disfrutado del sencillo consuelo de estar juntos. Nos habíamos acurrucado en mi cama para ver la televisión hasta que el agotamiento por mi excesivo rato en la cinta de correr pudo conmigo.
Me encantaban aquellos momentos de tranquilidad en los que simplemente nos abrazábamos. Cuando la atracción sexual permanecía bajo la superficie. Me encantaba sentir su aliento sobre mi piel y el modo en que mis curvas se amoldaban a las líneas planas y duras de él como si hubiésemos sido diseñados el uno para el otro.
Suspiré y supe qué era lo que me tenía preocupada. Era jueves y Brett venía a Nueva York, si es que no estaba ya en la ciudad.
Gideon y yo acabábamos de encontrar un nuevo ritmo, lo cual hacía que ése fuera el peor momento posible para que Brett regresara de nuevo a mi vida. Me preocupaba que algo saliera mal, que algún gesto o mirada fuese malinterpretado y fuera el causante de nuevos problemas que Gideon y yo tuviéramos que solucionar.
Ésta sería la primera vez que íbamos a estar juntos en público desde nuestra «ruptura». Iba a ser una tortura. Estar junto a Brett mientras mi corazón estaba con Gideon.
Salí de la cama y fui al baño para lavarme y, después, me puse unos pantalones cortos y una camiseta sin mangas. Necesitaba estar con Gideon. Necesitábamos pasar un tiempo juntos para empezar el día con ganas.
Pasé en silencio de mi apartamento al suyo, sintiéndome algo traviesa mientras corría por el pasillo hasta su —nuestra— puerta.
Una vez dentro, dejé mis llaves sobre la barra de la cocina y tomé el pasillo para ir al dormitorio de invitados. Me entristecí al no verle allí, pero seguí buscando, pues podía sentirle. Notaba cierto cosquilleo que solamente experimentaba cuando él estaba cerca.
Lo encontré en el dormitorio principal, con los brazos rodeando mi almohada mientras dormía apoyado parcialmente sobre su vientre. La sábana se le había bajado hasta la cintura y dejaba desnudos su poderosa espalda y sus brazos esculpidos e insinuaba también levemente la magnífica curva de su increíble culo.
Parecía una fantasía erótica hecha realidad. Y era mío.
Lo quería tanto...
Y quería que, al menos una vez, se despertara a mi lado con placer en lugar de con miedo, tristeza y remordimiento.
Me desnudé en silencio con las primeras luces del alba, mientras mi cabeza le daba vueltas a distintas formas de complacer a mi hombre. Quería pasar mis manos y boca por todo su cuerpo, hacer que se excitara y jadeara, sentir su cuerpo estremeciéndose. Quería reafirmar la conexión del uno con el otro, mi absoluto e irrevocable compromiso con él,
antes de que entre nosotros apareciera la cruda realidad a la que nos enfrentábamos.
Cuando hundí la rodilla en el colchón, se despertó. Fui andando a gatas hasta él y le besé en la parte inferior de la espalda para después ir subiendo.
—Oh, Eva —dijo con voz ronca, estirándose ligeramente bajo mi boca.
—Más te vale esperar que sea yo, campeón. —Le mordí en el omóplato—. Tendrías problemas de no ser así.
Bajé mi cuerpo hasta apoyarlo sobre el suyo. Su calor era maravilloso y me detuve un momento para disfrutarlo.
—Es muy temprano para ti —murmuró permaneciendo cómodamente tumbado, tan contento como yo de estar tocándonos.
—Mucho —asentí—. Estás abrazado a mi almohada.
—Huele a ti. Me ayuda a dormir.
Me aparté el pelo y apreté los labios contra su cuello.
—Es bonito que digas eso. Ojalá pudiera estar aquí tumbada contigo todo el día.
—Recuerda que quiero llevarte fuera este fin de semana.
—Sí. —Pasé la mano por su bíceps y deslicé los dedos por el duro músculo—. Estoy deseándolo.
—Nos iremos en cuanto salgas de trabajar el viernes y tomaremos el avión de vuelta justo a tiempo para llegar al trabajo el lunes. No vas a necesitar nada más que el pasaporte.
—Y a ti. —Le besé en el hombro y, después, hablé apurada y nerviosa—: Te deseo y he venido preparada para tenerte dentro, pero puede que sea sucio. Es decir, es el final, así que puede que no lo sea, pero si tener sexo durante el periodo no te gusta... yo lo entendería, porque a mí nunca me ha gustado...
Tú eres lo que me gusta, cielo. Te tomaré de todas las formas posibles que pueda hacerlo.
Flexionó el cuerpo, avisándome de que iba a darse la vuelta. Yo me hice a un lado y vi cómo su cuerpo se giraba con una tensión fluida de sus músculos.
—Siéntate —le dije, pensando que él era aún más increíble de lo que yo había pensado hasta entonces. O más excitante, cosa que nunca le reprocharía—. Con la espalda sobre el cabecero.
Se colocó como le dije, con los ojos somnolientos y sensuales y el mentón ensombrecido por la incipiente barba. Me subí a horcajadas sobre su regazo. Dediqué un momento largo a saborear la atracción que había entre los dos, la sensación deliciosa y provocativa de peligro que él exudaba incluso cuando estaba en reposo. Igual que una pantera sigue conservando sus garras aun teniéndolas escondidas bajo la piel.
Ésa era una de las cosas que más me gustaban de él. Era dulce conmigo pero seguía siendo fiel a sí mismo. Seguía siendo el hombre del que me había enamorado, duro y tosco, pero también había cambiado. Lo era todo para mí, todo lo que yo quería y necesitaba de un hombre imperfecto.
Apartándole el pelo de la cara, recorrí la curva de su labio inferior con mi lengua. Sus manos, cálidas y fuertes, me agarraban de las caderas. Abrió la boca y su lengua tocó la mía.
—Te quiero —susurré.
—Eva. —Inclinó la cabeza y tomó el control de aquel beso haciéndolo más profundo. Sus labios, firmes pero suaves, se presionaron contra los míos. La lengua se movía bien dentro, lamiendo y saboreando. Su suave raspado sobre la carne tierna del interior de mi boca me hizo sentir escalofríos. Su polla empezó a ponerse más gruesa y
grande entre nuestros cuerpos, y su piel sedosa y caliente se apretó contra la parte inferior de mi vientre.
Los pezones se me pusieron duros, excitados, mientras yo me contoneaba frotándolos contra su pecho.
Colocó una de sus manos sobre mi nuca, agarrándome, sujetándome mientras me besaba apasionadamente. Inclinó la boca sobre la mía, ansiosa y voraz, chupándome los labios y la lengua. Con un gemido, arqueé mi cuerpo sobre el suyo agarrándome con los dedos a su pelo negro.
—Dios, cómo me excitas —dijo con un gruñido mientras levantaba las rodillas. Me echó hacia atrás, formando con su cuerpo una cuna sobre la que yo me apoyaba. Puso las palmas de las manos sobre mis pechos y con sus pulgares empezó a dar vueltas alrededor de las duras puntas de mis pezones—. Mírate. Eres jodidamente hermosa.
El calor me recorrió todo el cuerpo.
—Gideon...
—A veces eres una rubia fría a la que no se puede tocar. —Apretó la mandíbula y metió una mano entre mis piernas, deslizando suavemente sus dedos entre mi coño—. Y luego te pones así. Excitante y necesitada. Deseosa de que mis manos te recorran todo el cuerpo y de que mi polla se meta dentro de ti.
—Me pongo así por ti. Esto es lo que me haces. Lo que me has estado haciendo desde el momento en que te vi.
Gideon recorrió mi cuerpo con sus ojos, seguidos de su mano. Cuando las yemas de sus dedos me acariciaron la curva del pecho y el clítoris a la misma vez, yo me estremecí.
—Quiero tenerte —dijo con brusquedad.
—Aquí me tienes... desnuda.
Su boca se curvó con una lenta y sensual sonrisa.
—Eso ya lo había visto.
Con la punta de su dedo dio vueltas alrededor de mi abertura. Yo me levanté un poco para que pudiera entrar mejor, deslizando las manos sobre sus hombros.
—Pero no estaba hablando de sexo —murmuró—. Aunque eso también lo quiero.
—Conmigo.
—Sólo contigo —asintió—. Acarició muy levemente mi pezón con su dedo—. Por siempre jamás.
Yo solté un gemido y le agarré la polla con las dos manos, acariciándola desde abajo hasta la punta.
—Te miro, cielo, y deseo tenerte con todas mis fuerzas. Quiero estar contigo, escucharte, hablar contigo. Quiero oírte reír y abrazarte cuando llores. Quiero sentarme a tu lado, respirar el mismo aire, compartir contigo la vida misma. Quiero despertarme contigo así todos los días de mi vida. Quiero tenerte.
—Gideon. —Me incliné hacia delante y le besé con dulzura—. Yo también quiero estar contigo.
Jugueteó con mi pecho, tirando de él y dándole vueltas a la punta endurecida entre sus dedos. Me frotó el clítoris y de mi cuerpo salió un suave sonido. Gideon se puso más duro entre mis manos, respondiendo así su cuerpo a mi creciente deseo.
La habitación se fue iluminando a medida que el sol se elevaba, pero el mundo que había afuera parecía estar muy lejos. La intimidad de aquel momento era tan ardiente como dulce, y me inundaba de alegría.
Mis manos acariciaron su erección con tierna reverencia, y mi único objetivo era
darle placer y mostrarle lo mucho que lo amaba. Él me tocaba de la misma forma y sus ojos eran ventanas que daban a un alma herida que me necesitaba tanto como yo a él.
—Soy feliz contigo, Eva. Tú me haces feliz.
—Te haré feliz el resto de tu vida —le prometí. Agité las caderas mientras el caliente y denso deseo recorría mis venas—. No hay nada que desee más.
Gideon se inclinó hacia delante y me lamió el pezón con la lengua, una pasada rápida hizo que el deseo recorriera mi pecho.
—Me encantan tus tetas, ¿lo sabías?
—Ah, así que fue eso lo que pudo contigo... mis tetas.
—Sigue burlándote de mí, cielo. Dame una excusa para darte un azote. También me encanta tu culo.
Apretó una mano sobre mi espada haciendo que me arqueara hacia su boca. Una humedad caliente rodeaba la sensible punta de mi pecho. Sus mejillas se hundieron con una profunda succión y mi sexo se hizo eco de su boca, ansioso por su polla.
Lo sentía por todo mi cuerpo. Su calor y su calidez. Su pasión. En mis manos, su polla estaba dura y palpitaba, y su afelpado capullo se resbalaba con el fluido preseminal.
—Dime que me quieres —le supliqué.
Gideon me miró a los ojos.
—Ya sabes que sí.
—Imagina que no te lo hubiera dicho yo. Que nunca lo hubieses escuchado de mis labios.
Su pecho se ensanchó con una profunda bocanada de aire.
—Crossfire.
Mis manos se quedaron quietas sobre su cuerpo.
Tragó saliva mientras su garganta se movía.
—Es tu palabra para cuando las cosas se ponen demasiado intensas. También es la mía, porque así es como me haces sentir. Todo el tiempo.
—Gideon, yo... —Me dejó sin palabras.
—Cuando tú lo dices, quieres decir que pare. —Sus dedos dejaron mi pecho y se deslizaron por mi mejilla—. Cuando lo digo yo, quiero decir que no pares nunca. Lo que sea que me estés haciendo, necesito que continúes con ello.
Me elevé y me quedé en el aire por encima de él.
—Suéltame.
—Sí. —Sacó los dedos de mi coño y, un instante después, su polla me estaba invadiendo, con su ancho capullo estirando mis sensibles tejidos.
—Despacio —me ordenó con voz suave, sus ojos entornados mientras se chupaba los dedos con largas y sensuales lamidas de su lengua. Tenía una mirada pícara, descaradamente lujuriosa.
—Ayúdame. —Siempre me resultaba más difícil que me follara de esa forma, utilizando solamente la gravedad y el peso de mi cuerpo. Por muy desesperada que me hiciera sentir, no dejaba de ser un espacio muy justo.
Se agarró a mis caderas y me deslicé arriba y abajo, sin prisa, trabajándome su gruesa erección.
—Siente cada centímetro, cielo —canturreó—. Siente lo dura que la tengo.
Los muslos me temblaban mientras él frotaba un punto sensible dentro de mí. Me agarré a sus muñecas mientras mi sexo se tensaba.
—No te corras —me advirtió con un tono autoritario que prácticamente garantizaba
que no lo haría—. No hasta que te la haya metido entera.
—Gideon. —La lenta y constante fricción de su penetración me estaba volviendo loca.
—Piensa en lo bien que te sientes cuando estoy contigo, cielo. Cuando tu coñito glotón tiene algo sobre lo que ajustarse o cuando te estás corriendo.
En ese momento, me tensé, provocada por el tono áspero y persuasivo de su voz.
—Date prisa.
—Eres tú la que tiene que dejarme entrar. —En sus ojos había un resplandor de buen humor. Hizo que me echara hacia atrás cambiando el ángulo de mi descenso.
Me deslicé sobre él, llevándomelo hasta el fondo con un movimiento suave y resbaladizo.
—¡Ah!
—Joder. —Dejó caer la cabeza hacia atrás y su respiración se volvió rápida y fuerte—. Es una sensación increíble. Me aprietas como si fuese un puño.
—Cariño. —No pude ocultar el tono de súplica de mi voz. Estaba tan duro y tan grueso dentro de mí, tan profundo que apenas podía respirar.
Me lanzó una mirada que me abrasó.
—Quiero esto. Tú y yo, sin nada entre los dos.
—Nada —repetí fervientemente, jadeante. Retorciéndome. Perdiendo la cabeza. Necesitaba correrme con todas mis fuerzas.
—Calla. Ya te tengo. —Llevándose el dedo pulgar a la boca, Gideon lo lamió y, después, metió la mano entre los dos, frotándome el clítoris con una presión aplicada con habilidad. El calor salía por mi piel empapándola de sudor y su descarga se extendió hasta que me sentí febril.
Llegué al orgasmo con un torrente de placer que hizo que mi sexo se moviera con espasmos fuertes y desesperados. Su gemido fue un sonido de auténtica sexualidad animal y su polla se hinchó como respuesta a la forma ansiosa con que mi cuerpo lo ordeñaba. Y me vio desmoronarme con aquellos ojos azules y acechantes, manteniendo un control absoluto. El hecho de que no se moviera, de que se mantuviera muy dentro, aumentó la sensación de conexión entre los dos.
Una lágrima se deslizó por mi mejilla, pues el orgasmo hizo que las emociones se me dispararan.
—Ven aquí —dijo con voz áspera mientras me pasaba las manos por la espalda y me atraía hacia él. Me limpió la lágrima con la lengua y, a continuación, me acarició dulcemente con la punta de la nariz. Apreté mis pechos contra el suyo y coloqué los brazos alrededor de su cintura, deslizándose en el espacio que había entre él y el cabecero. Lo mantuve apretado a mí mientras mi cuerpo se estremecía con los temblores posteriores.
—Eres tan hermosa —murmuró—. Tan tierna y dulce... Bésame, cielo.
Incliné la cabeza y le ofrecí mi boca. La unión era caliente y húmeda, una erótica mezcla de su deseo no saciado y mi amor abrumador.
Metí los dedos entre su pelo y coloqué la palma de la mano en la parte posterior de su cabeza para que no la moviera. Él hizo lo mismo conmigo, y los dos nos comunicamos sin palabras. Sus labios sellaron los míos y su lengua me folló la boca mientras su polla permanecía quieta dentro de mí.
Sentí la tensión que había bajo su beso y sus caricias y supe que él también estaba preocupado por los acontecimientos de ese día. Arqueé la espalda, que se curvó hacia él, deseando que pudiésemos ser inseparables. Sus dientes mordieron mi labio inferior y se
hundieron suavemente en la hinchada curva. Yo gimoteé y él murmuró algo calmándome con las caricias de su lengua.
—No te muevas —dijo con voz ronca, impidiendo que lo hiciera al tenerme agarrada por la nuca—. Quiero correrme sólo con la sensación de que me rodeas.
—Por favor —jadeé—. Córrete dentro de mí. Deja que te sienta.
Estábamos completamente entrelazados, agarrándonos y tirando el uno del otro, con su polla rígida dentro de mí, nuestras manos en el pelo del otro, nuestros labios y lenguas encajadas con frenesí.
Gideon era mío, completamente mío. Pero aun así, una parte de mi mente estaba asombrada de que pudiera tenerlo así, de que estuviera desnudo, en una cama que compartíamos, en un apartamento que compartíamos, de que estuviese dentro de mí, de una parte de mí, aceptando cada pedazo de mi amor y pasión y devolviéndome mucho más.
—Te quiero —dije con un gemido, apretando mi coño para estrujarle—. Te quiero tanto.
—Dios mío, Eva. —Se estremeció, corriéndose. Gimió dentro de mi boca, sus manos flexionadas contra mi cabeza, soplando su aliento con fuerza entre mis labios.
Sentí sus chorros dentro de mí, llenándome, y yo me estremecí con otro orgasmo, mientras el placer recorría mi cuerpo suavemente.
Movía sus manos sin parar, acariciándome la espalda de arriba abajo, sus besos con una perfecta mezcla entre amor y deseo. Sentí su gratitud y necesidad. Las reconocí porque yo sentía lo mismo.
Era un milagro haberlo encontrado, que pudiera hacerme sentir así, que pudiese amar a un hombre de una forma tan profunda, completa y sexual con todo el bagaje que arrastraba. Y que pudiese ofrecerle a cambio el mismo refugio.
Apoyé la mejilla en su pecho y escuché los fuertes latidos de su corazón, mientras su sudor se mezclaba con el mío.
—Eva —exhaló con fuerza—. Esas respuestas que quieres que te dé... Necesito que tú me hagas las preguntas.
Me abracé a él durante un largo rato, esperando a que nuestros cuerpos se recuperaran y que mi propio pánico remitiera. Estábamos todo lo cerca que podíamos estar, pero no era suficiente para él. Tenía que tener más, en todos los sentidos. No iba a rendirse hasta que poseyera cada parte de mí e impregnara cada aspecto de mi vida.
Me aparté para mirarlo.
—No voy a irme a ningún sitio, Gideon. No tienes que exigirte más si no estás preparado.
—Lo estoy. —Me miró fijamente, resplandeciente de tanto poder y determinación—. Y necesito que estés preparada, porque no tardaré mucho tiempo en hacerte una pregunta, Eva. Y voy a necesitar que me des la respuesta adecuada.
—Es demasiado pronto —susurré con la garganta casi cerrada. Me incorporé un poco, tratando de conseguir cierta distancia, pero él me atrajo y me apretó contra él—. No sé si podré.
—Pero no vas a ir a ningún sitio —me recordó con la mandíbula apretada—. Y yo tampoco. ¿Por qué postergar lo inevitable?
—No es así como hay que verlo. Tenemos demasiados detonantes. Si no vamos con cuidado, uno de nosotros o los dos podría cerrarse, hacer daño al otro...
—Pregúntame, Eva —me ordenó.
—Gideon...
—Ahora.
Frustrada por su obstinación, me sentí molesta por un momento y, después, decidí que cualquiera que fuera el motivo, sí había preguntas que necesitaban una respuesta, fuese la que fuese.
—El doctor Lucas... ¿sabes por qué mintió a tu madre?
Movió la mandíbula al apretar los dientes y su mirada se volvió dura y fría.
—Estaba protegiendo a su cuñado.
¿Qué?—Me eché hacia atrás mientras la cabeza me daba vueltas—. ¿El hermano de Anne? ¿La mujer con la que estabas?
—Con la que follaba —me corrigió con tono severo—. En la familia de Anne todos se dedican al campo de la salud mental. Todos ellos, los muy cabrones. Ella es psiquiatra. ¿No lo descubriste en alguna de tus búsquedas en Google?
Asentí distraídamente, más preocupada por la vehemencia con la que pronunció la palabra psiquiatra, prácticamente escupiéndola. ¿Por eso no le habían prestado ayuda antes? ¿Y cuánto debía amarme como para hacer el esfuerzo de ver al doctor Petersen a pesar de su aversión?
—Al principio, no lo supe —continuó—. No entendía por qué Lucas había mentido. Es pediatra, por el amor de Dios. Se supone que tiene que cuidar a los niños.
—A la mierda con eso. ¡Se supone que es humano! —La rabia me inundó, un deseo candente de encontrarme a Lucas para hacerle daño—. No me puedo creer que me mirara a los ojos como hizo para soltarme toda esa mierda que me contó.
Culpando a Gideon de todo... tratando de abrir una brecha entre nosotros dos...
—Hasta que te conocí no empecé a comprenderlo —dijo apretando las manos alrededor de mi cintura—. Quiere a Anne. Quizá tanto como yo a ti. Lo suficiente como para hacer la vista gorda ante el hecho de que ella le engañara y encubrir al hermano de Anne para ocultarle a ella la verdad. O para evitarle la vergüenza.
—Ese hombre no debería practicar la medicina.
—Eso no te lo discuto.
—¿Y por qué tiene su consulta en uno de tus edificios?
—Compré el edificio porque tiene allí su consulta. Me ayuda a tenerlo vigilado y ver si hace bien las cosas... o no.
Hubo algo en su forma de decir «o no» que hizo que me preguntara si no tendría él algo que ver con la pérdida de beneficios de Lucas. Recordé cuando llevaron a Cary al hospital y los preparativos especiales que habían organizado para él y para mí por el hecho de que Gideon era un generoso benefactor. ¿Hasta dónde podía llegar su influencia?
Si había alguna forma de colocar a Lucas en una situación de desventaja, estaba segura de que Gideon la conocería.
—¿Y el cuñado? —pregunté—. ¿Qué pasó con él?
Gideon levantó el mentón y entrecerró los ojos.
—El delito prescribió, pero me enfrenté a él y le dije que si alguna vez ejercía o le ponía una mano encima a otro niño, yo dedicaría unos fondos ilimitados a su procesamiento civil y criminal en nombre de sus víctimas. Poco después, se suicidó.
Dijo aquello último sin ninguna entonación, lo cual hizo que se me erizara el pelo de la nuca. Sentí un escalofrío repentino que procedía de mi interior.
Pasó sus manos arriba y abajo por mis brazos, tratando de darme calor, pero no me atrajo hacia él.
—Hugh estaba casado. Tenía un hijo. Un niño. De pocos años.
—Gideon. —Lo abracé, comprendiéndolo. Su padre también se había suicidado—. Lo que Hugh decidiera hacer no es culpa tuya. No eres responsable de las decisiones que él tomó.
—¿No? —preguntó con voz glacial.
—No. No lo eres. —Le abracé con todas mis fuerzas, deseando que mi amor entrara en su cuerpo rígido y tenso—. Y el niño... La muerte de su padre puede haber impedido que sufriera lo que sufriste tú. ¿Has pensado en eso?
Su pecho se elevaba y se hundía con fuerza.
—Sí, lo he pensado. Pero él no sabe lo que era su padre. Sólo sabe que su padre se ha ido, porque ha querido, y lo ha dejado. Creerá que su padre no le quería lo suficiente como para quedarse.
—Cariño. —Atraje su cabeza hacia mí para que la apoyara en mi pecho. No sabía qué decirle. No se me ocurría ninguna excusa para Geoffrey Cross y sabía que Gideon estaba pensando en él y en el niño que él mismo había sido—. Tú no has hecho nada malo.
—Necesito que te quedes conmigo, Eva —susurró envolviéndome por fin con sus brazos—. Y tú te estás resistiendo. Eso me está volviendo loco.
Me balanceé suavemente, acunándolo.
—Estoy siendo cautelosa porque eres muy importante para mí.
—Sé que no es justo que te pida que estés conmigo —dijo echando la cabeza hacia atrás—, cuando ni siquiera podemos dormir en la misma cama, pero te querré más de lo que ningún otro pueda hacerlo. Cuidaré de ti y te haré feliz. Sé que puedo hacerlo.
—Y lo haces. —Le retiré el pelo de la sien y sentí ganas de llorar cuando vi el anhelo que había en su rostro—. Quiero que me creas cuando digo que voy a seguir contigo.
—Tienes miedo.
—De ti no. —Suspiré tratando de reunir las palabras de modo que tuvieran sentido—. No puedo... no puedo ser simplemente una prolongación de ti.
—Eva. —Sus facciones se suavizaron—. No puedo dejar de ser quien soy y no quiero que tú lo hagas tampoco. Sólo quiero que seamos lo que somos... juntos.
Le besé. No sabía qué decir. Yo también quería que compartiéramos la misma vida, que estuviésemos juntos en todos los aspectos que nos fueran posibles. Pero también creía que ninguno de los dos estaba listo.
—Gideon. —Volví a besarle y dejé mis labios pegados a los suyos—. Tú y yo apenas somos lo suficientemente fuertes por nuestra cuenta. Estamos mejorando, pero aún no lo somos del todo. No se trata sólo de las pesadillas.
—Entonces, dime de qué se trata.
—Todo, no sé... A mí no me parece bien seguir viviendo en una casa que está pagando Stanton ahora que Nathan ya no es una amenaza. Y sobre todo, ahora que mis padres están teniendo una relación.
—¿Cómo dices? —preguntó sorprendido.
—Sí —le confirmé—. Un verdadero lío.
—Vente a vivir conmigo —dijo acariciándome la espalda para tranquilizarme.
—Así que... ¿me salto lo de vivir por mi cuenta? ¿Siempre me va a estar manteniendo otra persona?
—¡Joder! —Soltó un bufido de frustración—. ¿Te sentirías mejor si compartiéramos el alquiler?
—¡Ja! Como si yo pudiese permitirme tu lujoso ático. Ni siquiera la tercera parte. Y
desde luego, Cary no podría.
—Pues nos quedamos aquí o en el piso de al lado, si quieres, y compartimos los gastos. No me importa dónde sea, Eva.
Me quedé mirándolo, deseando que fuese verdad lo que me ofrecía, pero temiendo no tener en cuenta algún gran inconveniente que pudiera hacernos daño.
—Has venido a mí nada más levantarte esta mañana —observó—. A ti tampoco te gusta estar lejos de mí. ¿Por qué seguir torturándonos? Compartir el mismo espacio sería el menor de nuestros problemas.
—No quiero estropear esto —respondí pasando los dedos por su pecho—. Necesito que lo nuestro funcione, Gideon.
Me agarró la mano y la apretó contra su corazón.
—Yo también necesito que lo nuestro funcione, cielo. Y quiero mañanas como ésta y noches como la de anoche mientras lo conseguimos.
—Nadie sabe que nos estamos viendo. ¿Cómo vamos a pasar de haber roto a vivir juntos?
—Empezamos hoy. Vas a llevar a Cary al lanzamiento del vídeo. Yo me presentaré ante vosotros con Ireland para saludar...
—Me ha llamado —le interrumpí—. Y me ha dicho que me acerque a ti. Quiere que volvamos a estar juntos.
—Es una chica lista. —Sonrió y sentí cierta emoción al pensar que quizá él se estaba abriendo a ella—. Así que uno de los dos se acercará al otro, charlará un poco y yo saludaré a Cary. Tú y yo no tendremos que disimular la atracción que hay entre los dos. Mañana te llevaré a comer. El Bryant Park Grill sería ideal. Lo haremos público.
Todo parecía maravilloso y fácil, pero...
—¿Es seguro?
—Haber encontrado la pulsera de Nathan en el cadáver de un criminal abre la puerta de la duda razonable. Es lo único que necesitamos.
Nos miramos, compartiendo la misma sensación de esperanza, la emoción y la ilusión de un futuro que un día antes había parecido más incierto.
Me acarició la mejilla.
—Has hecho una reserva en Tableau One para esta noche.
Asentí.
—Sí, tuve que utilizar tu nombre para que me incluyeran en la lista, pero Brett me pidió que saliéramos a cenar y yo quería ir a algún sitio que estuviera relacionado contigo.
—Ireland y yo tenemos una reserva a la misma hora. Nos sentaremos con vosotros.
Me revolví incómoda, nerviosa al pensarlo, y Gideon se tensó dentro de mí.
—Ah...
—No te preocupes —murmuró, centrándose ahora en pensamientos más calenturientos—. Será divertido.
—Sí, claro.
Envolviendo mis caderas con sus brazos, Gideon me levantó y se movió, dándose la vuelta y colocándome debajo de él.
—Confía en mí.
Iba a responder, pero me calló con un beso y me folló hasta perder el sentido.
Me di una ducha y me vestí en casa de Gideon, después salí corriendo por el pasillo
hasta mi apartamento para recoger mi bolso y el macuto, tratando de que no pareciera que estaba entrando a hurtadillas. Era fácil arreglarse en el apartamento de Gideon, pues había equipado el baño con todos mis artículos de aseo y cosmética habituales y había comprado suficiente ropa y mudas para mí como para no tener que coger nada de mi armario.
Era demasiado, pero así es como él actuaba.
Estaba enjuagando la taza que había utilizado para un café rápido cuando Trey entró en la cocina.
Sonrió tímidamente. Vestido con unos pantalones de chándal de Cary y con la camiseta de la noche anterior, parecía sentirse en casa.
—Buenos días.
—Lo mismo digo. —Dejé la taza en el lavavajillas y lo miré—. Me alegro de que vinieras anoche a cenar.
—Yo también. Lo pasé muy bien.
—¿Café? —le pregunté.
—Sí, por favor. Tengo que arreglarme para ir a trabajar, pero me estoy haciendo el remolón.
—Yo he tenido días así. —Le preparé una taza y se la di.
Él la cogió y la levantó con un gesto de gratitud.
—¿Puedo preguntarte una cosa?
—Dispara.
—¿A ti también te gusta Tatiana? ¿Te resulta raro tenernos a los dos por aquí?
Me encogí de hombros.
—Si te soy sincera, la verdad es que no conozco a Tatiana. No sale con Cary y conmigo como lo haces tú.
—Ah.
Empecé a moverme hacia la puerta y le apreté el hombro al pasar por su lado.
—Que tengas un buen día.
—Tú también.
Miré mi teléfono mientras iba en taxi al trabajo. Casi deseé haber ido andando, pues el taxista llevaba las ventanillas de delante bajadas y, al parecer, no le gustaba ponerse desodorante. Lo único que lo salvaba era que aquello era más rápido que caminar.
Había un mensaje de Brett que me había enviado sobre las seis de la mañana: «Ya aquí. Deseando vert sta noche».
Le respondí con un emoticono sonriente.
Megumi tenía buen aspecto cuando la vi en el trabajo, y eso también me puso contenta a mí, pero Will parecía triste. Mientras dejaba mi bolso en un cajón, se detuvo junto a mi cubículo y apoyó los brazos en el pequeño muro.
—¿Qué te pasa? —le pregunté levantando la vista desde mi silla.
—Socorro. Necesito carbohidratos.
Me reí y negué con la cabeza.
—Creo que es muy bonito que estés pasando por esta dieta por amor a tu chica.
—No debería quejarme —contestó—. Ha perdido más de dos kilos, cosa que yo no creía que tuviera que hacer, por cierto. Y ahora tiene un aspecto estupendo y está llena de energía. Pero, Dios mío... yo me siento como una babosa. Mi cuerpo no está hecho para esto.
—¿Me estás pidiendo que salga contigo a comer?
—Por favor. —Juntó las manos como si estuviese rezando—. Tú eres una de las
pocas mujeres que conozco que disfruta de verdad de las comidas.
—También tengo un trasero que lo demuestra —respondí con remordimiento—. Pero sí, iré contigo.
—Eres la mejor, Eva. —Se fue caminando hacia atrás y chocó con Mark—. ¡Uy, lo siento!
Mark sonrió.
—No pasa nada.
Will volvió a su mesa y Mark dirigió su sonrisa hacia mí.
—El equipo de Drysdel viene a las nueve y media —le recordé.
—De acuerdo. Y tengo una idea que me gustaría comentar sobre la estrategia antes de que lleguen.
Cogí mi tableta y me puse de pie, pensando que sería una carrera contrarreloj.
—Vives siempre al límite, jefe.
—Sólo así se puede vivir. Vamos.
El día pasó volando y durante todo el tiempo me esforcé al máximo, invadida por una inquieta energía. El hecho de haberme levantado tan temprano y haber comido después un plato de pasta rellena para almorzar no hizo que aminorara el ritmo.
Recogí a las cinco en punto y me cambié rápidamente en el baño, sustituyendo la falda y la blusa por un vestido azul claro. Me puse un par de sandalias de suela de cuña, me quité los pendientes de diamantes y me puse aros de plata y convertí la cola de caballo en un moño despeinado. A continuación, bajé al vestíbulo.
Mientras me dirigía a la puerta principal, vi a Cary hablando con Brett en la acera. Me detuve para así darme un minuto para asimilar el estar viendo aquella antigua llama.
El color natural del pelo rapado de Brett era rubio oscuro, pero se había teñido las puntas de platino y aquello le daba un estupendo aspecto a su piel bronceada y a sus ojos de un bonito verde esmeralda. Sobre el escenario aparecía a veces sin camiseta, pero hoy iba vestido con pantalones militares negros y una camiseta de color rojo intenso, sus brazos cubiertos por unas mangas de tatuajes que se retorcían sobre sus músculos.
En ese momento, giró la cabeza para mirar al interior del vestíbulo y yo empecé a caminar de nuevo, sintiendo que el estómago se me agitaba un poco cuando me vio y su rostro atractivo y de facciones duras se suavizó con una sonrisa que revelaba un hoyuelo en la mejilla.
¡Dios, qué guapo estaba!
Sintiéndome un poco expuesta de más, saqué las gafas de sol y me las puse. Entonces, respiré hondo mientras pasaba por las puertas giratorias y dirigí la mirada al Bentley que había aparcado justo detrás de la limusina de Brett.
Brett soltó un silbido.
—Maldita sea, Eva. Cada vez que te veo estás más guapa.
Lancé una sonrisa tensa a Cary y el pulso se me aceleró frenéticamente.
—Hola.
—Estás estupenda, nena —dijo cogiéndome de la mano.
Por el rabillo del ojo vi a Angus saliendo del Bentley. En ese momento de distracción no advertí que Brett alargaba una mano hacia mí. Una milésima de segundo después de notar sus manos en mi cintura, me di cuenta de que iba a besarme y giré ligeramente la cabeza a tiempo. Sus labios tocaron la comisura de mi boca. Di un traspiés y tropecé con Cary, que me agarró de los hombros.
Ruborizada por la vergüenza y confundida, miré a todas partes excepto a Brett.

Y me encontré mirando a los gélidos ojos azules de Gideon.

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