Poco después de las cinco de la
mañana pasé en un abrir y cerrar de ojos del estado inconsciente al de
completamente despierta. Los retazos de un sueño seguían aferrados a mí, un
sueño en el que seguía creyendo que Gideon y yo habíamos roto. La soledad y la
pena me ahogaban, haciendo que me mantuviera inmóvil en la cama durante varios
minutos. Deseé que Gideon estuviera a mi lado. Deseé poder darme la vuelta sin
más y apretar mi cuerpo contra el suyo.
Debido en parte a que tenía el
periodo, no habíamos tenido sexo la noche anterior. En lugar de ello, habíamos
disfrutado del sencillo consuelo de estar juntos. Nos habíamos acurrucado en mi
cama para ver la televisión hasta que el agotamiento por mi excesivo rato en la
cinta de correr pudo conmigo.
Me encantaban aquellos momentos
de tranquilidad en los que simplemente nos abrazábamos. Cuando la atracción
sexual permanecía bajo la superficie. Me encantaba sentir su aliento sobre mi
piel y el modo en que mis curvas se amoldaban a las líneas planas y duras de él
como si hubiésemos sido diseñados el uno para el otro.
Suspiré y supe qué era lo que
me tenía preocupada. Era jueves y Brett venía a Nueva York, si es que no estaba
ya en la ciudad.
Gideon y yo acabábamos de
encontrar un nuevo ritmo, lo cual hacía que ése fuera el peor momento posible
para que Brett regresara de nuevo a mi vida. Me preocupaba que algo saliera
mal, que algún gesto o mirada fuese malinterpretado y fuera el causante de
nuevos problemas que Gideon y yo tuviéramos que solucionar.
Ésta sería la primera vez que
íbamos a estar juntos en público desde nuestra «ruptura». Iba a ser una
tortura. Estar junto a Brett mientras mi corazón estaba con Gideon.
Salí de la cama y fui al baño
para lavarme y, después, me puse unos pantalones cortos y una camiseta sin
mangas. Necesitaba estar con Gideon. Necesitábamos pasar un tiempo juntos para
empezar el día con ganas.
Pasé en silencio de mi
apartamento al suyo, sintiéndome algo traviesa mientras corría por el pasillo
hasta su —nuestra— puerta.
Una vez dentro, dejé mis llaves
sobre la barra de la cocina y tomé el pasillo para ir al dormitorio de
invitados. Me entristecí al no verle allí, pero seguí buscando, pues podía
sentirle. Notaba cierto cosquilleo que solamente experimentaba cuando él estaba
cerca.
Lo encontré en el dormitorio
principal, con los brazos rodeando mi almohada mientras dormía apoyado
parcialmente sobre su vientre. La sábana se le había bajado hasta la cintura y
dejaba desnudos su poderosa espalda y sus brazos esculpidos e insinuaba también
levemente la magnífica curva de su increíble culo.
Parecía una fantasía erótica
hecha realidad. Y era mío.
Lo quería tanto...
Y quería que, al menos una vez,
se despertara a mi lado con placer en lugar de con miedo, tristeza y
remordimiento.
Me desnudé en silencio con las
primeras luces del alba, mientras mi cabeza le daba vueltas a distintas formas
de complacer a mi hombre. Quería pasar mis manos y boca por todo su cuerpo,
hacer que se excitara y jadeara, sentir su cuerpo estremeciéndose. Quería
reafirmar la conexión del uno con el otro, mi absoluto e irrevocable compromiso
con él,
antes
de que entre nosotros apareciera la cruda realidad a la que nos enfrentábamos.
Cuando hundí la rodilla en el
colchón, se despertó. Fui andando a gatas hasta él y le besé en la parte
inferior de la espalda para después ir subiendo.
—Oh, Eva —dijo con voz ronca,
estirándose ligeramente bajo mi boca.
—Más te vale esperar que sea
yo, campeón. —Le mordí en el omóplato—. Tendrías problemas de no ser así.
Bajé mi cuerpo hasta apoyarlo
sobre el suyo. Su calor era maravilloso y me detuve un momento para
disfrutarlo.
—Es muy temprano para ti
—murmuró permaneciendo cómodamente tumbado, tan contento como yo de estar
tocándonos.
—Mucho —asentí—. Estás abrazado
a mi almohada.
—Huele a ti. Me ayuda a dormir.
Me aparté el pelo y apreté los
labios contra su cuello.
—Es bonito que digas eso. Ojalá
pudiera estar aquí tumbada contigo todo el día.
—Recuerda que quiero llevarte
fuera este fin de semana.
—Sí. —Pasé la mano por su
bíceps y deslicé los dedos por el duro músculo—. Estoy deseándolo.
—Nos iremos en cuanto salgas de
trabajar el viernes y tomaremos el avión de vuelta justo a tiempo para llegar
al trabajo el lunes. No vas a necesitar nada más que el pasaporte.
—Y a ti. —Le besé en el hombro
y, después, hablé apurada y nerviosa—: Te deseo y he venido preparada para
tenerte dentro, pero puede que sea sucio. Es decir, es el final, así que puede
que no lo sea, pero si tener sexo durante el periodo no te gusta... yo lo
entendería, porque a mí nunca me ha gustado...
—Tú eres lo que me
gusta, cielo. Te tomaré de todas las formas posibles que pueda hacerlo.
Flexionó el cuerpo, avisándome
de que iba a darse la vuelta. Yo me hice a un lado y vi cómo su cuerpo se
giraba con una tensión fluida de sus músculos.
—Siéntate —le dije, pensando
que él era aún más increíble de lo que yo había pensado hasta entonces. O más
excitante, cosa que nunca le reprocharía—. Con la espalda sobre el cabecero.
Se colocó como le dije, con los
ojos somnolientos y sensuales y el mentón ensombrecido por la incipiente barba.
Me subí a horcajadas sobre su regazo. Dediqué un momento largo a saborear la
atracción que había entre los dos, la sensación deliciosa y provocativa de
peligro que él exudaba incluso cuando estaba en reposo. Igual que una pantera
sigue conservando sus garras aun teniéndolas escondidas bajo la piel.
Ésa era una de las cosas que
más me gustaban de él. Era dulce conmigo pero seguía siendo fiel a sí mismo.
Seguía siendo el hombre del que me había enamorado, duro y tosco, pero también
había cambiado. Lo era todo para mí, todo lo que yo quería y necesitaba de un
hombre imperfecto.
Apartándole el pelo de la cara,
recorrí la curva de su labio inferior con mi lengua. Sus manos, cálidas y
fuertes, me agarraban de las caderas. Abrió la boca y su lengua tocó la mía.
—Te quiero —susurré.
—Eva. —Inclinó la cabeza y tomó
el control de aquel beso haciéndolo más profundo. Sus labios, firmes pero
suaves, se presionaron contra los míos. La lengua se movía bien dentro,
lamiendo y saboreando. Su suave raspado sobre la carne tierna del interior de mi
boca me hizo sentir escalofríos. Su polla empezó a ponerse más gruesa y
grande
entre nuestros cuerpos, y su piel sedosa y caliente se apretó contra la parte
inferior de mi vientre.
Los pezones se me pusieron
duros, excitados, mientras yo me contoneaba frotándolos contra su pecho.
Colocó una de sus manos sobre
mi nuca, agarrándome, sujetándome mientras me besaba apasionadamente. Inclinó
la boca sobre la mía, ansiosa y voraz, chupándome los labios y la lengua. Con
un gemido, arqueé mi cuerpo sobre el suyo agarrándome con los dedos a su pelo
negro.
—Dios, cómo me excitas —dijo
con un gruñido mientras levantaba las rodillas. Me echó hacia atrás, formando
con su cuerpo una cuna sobre la que yo me apoyaba. Puso las palmas de las manos
sobre mis pechos y con sus pulgares empezó a dar vueltas alrededor de las duras
puntas de mis pezones—. Mírate. Eres jodidamente hermosa.
El calor me recorrió todo el
cuerpo.
—Gideon...
—A veces eres una rubia fría a
la que no se puede tocar. —Apretó la mandíbula y metió una mano entre mis
piernas, deslizando suavemente sus dedos entre mi coño—. Y luego te pones así.
Excitante y necesitada. Deseosa de que mis manos te recorran todo el cuerpo y
de que mi polla se meta dentro de ti.
—Me pongo así por ti.
Esto es lo que me haces. Lo que me has estado haciendo desde el momento en que
te vi.
Gideon recorrió mi cuerpo con
sus ojos, seguidos de su mano. Cuando las yemas de sus dedos me acariciaron la
curva del pecho y el clítoris a la misma vez, yo me estremecí.
—Quiero tenerte —dijo con
brusquedad.
—Aquí me tienes... desnuda.
Su boca se curvó con una lenta
y sensual sonrisa.
—Eso ya lo había visto.
Con la punta de su dedo dio
vueltas alrededor de mi abertura. Yo me levanté un poco para que pudiera entrar
mejor, deslizando las manos sobre sus hombros.
—Pero no estaba hablando de
sexo —murmuró—. Aunque eso también lo quiero.
—Conmigo.
—Sólo contigo —asintió—.
Acarició muy levemente mi pezón con su dedo—. Por siempre jamás.
Yo solté un gemido y le agarré
la polla con las dos manos, acariciándola desde abajo hasta la punta.
—Te miro, cielo, y deseo
tenerte con todas mis fuerzas. Quiero estar contigo, escucharte, hablar
contigo. Quiero oírte reír y abrazarte cuando llores. Quiero sentarme a tu
lado, respirar el mismo aire, compartir contigo la vida misma. Quiero
despertarme contigo así todos los días de mi vida. Quiero tenerte.
—Gideon. —Me incliné hacia
delante y le besé con dulzura—. Yo también quiero estar contigo.
Jugueteó con mi pecho, tirando
de él y dándole vueltas a la punta endurecida entre sus dedos. Me frotó el
clítoris y de mi cuerpo salió un suave sonido. Gideon se puso más duro entre
mis manos, respondiendo así su cuerpo a mi creciente deseo.
La habitación se fue iluminando
a medida que el sol se elevaba, pero el mundo que había afuera parecía estar
muy lejos. La intimidad de aquel momento era tan ardiente como dulce, y me
inundaba de alegría.
Mis manos acariciaron su
erección con tierna reverencia, y mi único objetivo era
darle
placer y mostrarle lo mucho que lo amaba. Él me tocaba de la misma forma y sus
ojos eran ventanas que daban a un alma herida que me necesitaba tanto como yo a
él.
—Soy feliz contigo, Eva. Tú me
haces feliz.
—Te haré feliz el resto de tu
vida —le prometí. Agité las caderas mientras el caliente y denso deseo recorría
mis venas—. No hay nada que desee más.
Gideon se inclinó hacia delante
y me lamió el pezón con la lengua, una pasada rápida hizo que el deseo
recorriera mi pecho.
—Me encantan tus tetas, ¿lo
sabías?
—Ah, así que fue eso lo que
pudo contigo... mis tetas.
—Sigue burlándote de mí, cielo.
Dame una excusa para darte un azote. También me encanta tu culo.
Apretó una mano sobre mi espada
haciendo que me arqueara hacia su boca. Una humedad caliente rodeaba la
sensible punta de mi pecho. Sus mejillas se hundieron con una profunda succión
y mi sexo se hizo eco de su boca, ansioso por su polla.
Lo sentía por todo mi cuerpo.
Su calor y su calidez. Su pasión. En mis manos, su polla estaba dura y
palpitaba, y su afelpado capullo se resbalaba con el fluido preseminal.
—Dime que me quieres —le
supliqué.
Gideon me miró a los ojos.
—Ya sabes que sí.
—Imagina que no te lo hubiera
dicho yo. Que nunca lo hubieses escuchado de mis labios.
Su pecho se ensanchó con una profunda
bocanada de aire.
—Crossfire.
Mis manos se quedaron quietas
sobre su cuerpo.
Tragó saliva mientras su
garganta se movía.
—Es tu palabra para cuando las
cosas se ponen demasiado intensas. También es la mía, porque así es como me
haces sentir. Todo el tiempo.
—Gideon, yo... —Me dejó sin
palabras.
—Cuando tú lo dices, quieres
decir que pare. —Sus dedos dejaron mi pecho y se deslizaron por mi mejilla—.
Cuando lo digo yo, quiero decir que no pares nunca. Lo que sea que me estés
haciendo, necesito que continúes con ello.
Me elevé y me quedé en el aire
por encima de él.
—Suéltame.
—Sí. —Sacó los dedos de mi coño
y, un instante después, su polla me estaba invadiendo, con su ancho capullo
estirando mis sensibles tejidos.
—Despacio —me ordenó con voz
suave, sus ojos entornados mientras se chupaba los dedos con largas y sensuales
lamidas de su lengua. Tenía una mirada pícara, descaradamente lujuriosa.
—Ayúdame. —Siempre me resultaba
más difícil que me follara de esa forma, utilizando solamente la gravedad y el
peso de mi cuerpo. Por muy desesperada que me hiciera sentir, no dejaba de ser
un espacio muy justo.
Se agarró a mis caderas y me
deslicé arriba y abajo, sin prisa, trabajándome su gruesa erección.
—Siente cada centímetro, cielo
—canturreó—. Siente lo dura que la tengo.
Los muslos me temblaban
mientras él frotaba un punto sensible dentro de mí. Me agarré a sus muñecas
mientras mi sexo se tensaba.
—No te corras —me advirtió con
un tono autoritario que prácticamente garantizaba
que
no lo haría—. No hasta que te la haya metido entera.
—Gideon. —La lenta y constante
fricción de su penetración me estaba volviendo loca.
—Piensa en lo bien que te
sientes cuando estoy contigo, cielo. Cuando tu coñito glotón tiene algo sobre
lo que ajustarse o cuando te estás corriendo.
En ese momento, me tensé,
provocada por el tono áspero y persuasivo de su voz.
—Date prisa.
—Eres tú la que tiene que
dejarme entrar. —En sus ojos había un resplandor de buen humor. Hizo que me
echara hacia atrás cambiando el ángulo de mi descenso.
Me deslicé sobre él,
llevándomelo hasta el fondo con un movimiento suave y resbaladizo.
—¡Ah!
—Joder. —Dejó caer la cabeza
hacia atrás y su respiración se volvió rápida y fuerte—. Es una sensación
increíble. Me aprietas como si fuese un puño.
—Cariño. —No pude ocultar el
tono de súplica de mi voz. Estaba tan duro y tan grueso dentro de mí, tan
profundo que apenas podía respirar.
Me lanzó una mirada que me
abrasó.
—Quiero esto. Tú y yo,
sin nada entre los dos.
—Nada —repetí fervientemente,
jadeante. Retorciéndome. Perdiendo la cabeza. Necesitaba correrme con todas mis
fuerzas.
—Calla. Ya te tengo. —Llevándose
el dedo pulgar a la boca, Gideon lo lamió y, después, metió la mano entre los
dos, frotándome el clítoris con una presión aplicada con habilidad. El calor
salía por mi piel empapándola de sudor y su descarga se extendió hasta que me
sentí febril.
Llegué al orgasmo con un
torrente de placer que hizo que mi sexo se moviera con espasmos fuertes y
desesperados. Su gemido fue un sonido de auténtica sexualidad animal y su polla
se hinchó como respuesta a la forma ansiosa con que mi cuerpo lo ordeñaba. Y me
vio desmoronarme con aquellos ojos azules y acechantes, manteniendo un control
absoluto. El hecho de que no se moviera, de que se mantuviera muy dentro,
aumentó la sensación de conexión entre los dos.
Una lágrima se deslizó por mi
mejilla, pues el orgasmo hizo que las emociones se me dispararan.
—Ven aquí —dijo con voz áspera
mientras me pasaba las manos por la espalda y me atraía hacia él. Me limpió la
lágrima con la lengua y, a continuación, me acarició dulcemente con la punta de
la nariz. Apreté mis pechos contra el suyo y coloqué los brazos alrededor de su
cintura, deslizándose en el espacio que había entre él y el cabecero. Lo
mantuve apretado a mí mientras mi cuerpo se estremecía con los temblores
posteriores.
—Eres tan hermosa —murmuró—.
Tan tierna y dulce... Bésame, cielo.
Incliné la cabeza y le ofrecí
mi boca. La unión era caliente y húmeda, una erótica mezcla de su deseo no
saciado y mi amor abrumador.
Metí los dedos entre su pelo y
coloqué la palma de la mano en la parte posterior de su cabeza para que no la
moviera. Él hizo lo mismo conmigo, y los dos nos comunicamos sin palabras. Sus
labios sellaron los míos y su lengua me folló la boca mientras su polla
permanecía quieta dentro de mí.
Sentí la tensión que había bajo
su beso y sus caricias y supe que él también estaba preocupado por los
acontecimientos de ese día. Arqueé la espalda, que se curvó hacia él, deseando
que pudiésemos ser inseparables. Sus dientes mordieron mi labio inferior y se
hundieron
suavemente en la hinchada curva. Yo gimoteé y él murmuró algo calmándome con
las caricias de su lengua.
—No te muevas —dijo con voz
ronca, impidiendo que lo hiciera al tenerme agarrada por la nuca—. Quiero
correrme sólo con la sensación de que me rodeas.
—Por favor —jadeé—. Córrete
dentro de mí. Deja que te sienta.
Estábamos completamente
entrelazados, agarrándonos y tirando el uno del otro, con su polla rígida
dentro de mí, nuestras manos en el pelo del otro, nuestros labios y lenguas
encajadas con frenesí.
Gideon era mío, completamente
mío. Pero aun así, una parte de mi mente estaba asombrada de que pudiera
tenerlo así, de que estuviera desnudo, en una cama que compartíamos, en un
apartamento que compartíamos, de que estuviese dentro de mí, de una parte de
mí, aceptando cada pedazo de mi amor y pasión y devolviéndome mucho más.
—Te quiero —dije con un gemido,
apretando mi coño para estrujarle—. Te quiero tanto.
—Dios mío, Eva. —Se estremeció,
corriéndose. Gimió dentro de mi boca, sus manos flexionadas contra mi cabeza,
soplando su aliento con fuerza entre mis labios.
Sentí sus chorros dentro de mí,
llenándome, y yo me estremecí con otro orgasmo, mientras el placer recorría mi
cuerpo suavemente.
Movía sus manos sin parar,
acariciándome la espalda de arriba abajo, sus besos con una perfecta mezcla
entre amor y deseo. Sentí su gratitud y necesidad. Las reconocí porque yo
sentía lo mismo.
Era un milagro haberlo
encontrado, que pudiera hacerme sentir así, que pudiese amar a un hombre de una
forma tan profunda, completa y sexual con todo el bagaje que arrastraba. Y que
pudiese ofrecerle a cambio el mismo refugio.
Apoyé la mejilla en su pecho y
escuché los fuertes latidos de su corazón, mientras su sudor se mezclaba con el
mío.
—Eva —exhaló con fuerza—. Esas
respuestas que quieres que te dé... Necesito que tú me hagas las preguntas.
Me abracé a él durante un largo
rato, esperando a que nuestros cuerpos se recuperaran y que mi propio pánico
remitiera. Estábamos todo lo cerca que podíamos estar, pero no era suficiente
para él. Tenía que tener más, en todos los sentidos. No iba a rendirse hasta
que poseyera cada parte de mí e impregnara cada aspecto de mi vida.
Me aparté para mirarlo.
—No voy a irme a ningún sitio,
Gideon. No tienes que exigirte más si no estás preparado.
—Lo estoy. —Me miró fijamente,
resplandeciente de tanto poder y determinación—. Y necesito que tú estés
preparada, porque no tardaré mucho tiempo en hacerte una pregunta, Eva. Y voy a
necesitar que me des la respuesta adecuada.
—Es demasiado pronto —susurré
con la garganta casi cerrada. Me incorporé un poco, tratando de conseguir
cierta distancia, pero él me atrajo y me apretó contra él—. No sé si podré.
—Pero no vas a ir a ningún
sitio —me recordó con la mandíbula apretada—. Y yo tampoco. ¿Por qué postergar
lo inevitable?
—No es así como hay que verlo.
Tenemos demasiados detonantes. Si no vamos con cuidado, uno de nosotros o los
dos podría cerrarse, hacer daño al otro...
—Pregúntame, Eva —me ordenó.
—Gideon...
—Ahora.
Frustrada por su obstinación,
me sentí molesta por un momento y, después, decidí que cualquiera que fuera el
motivo, sí había preguntas que necesitaban una respuesta, fuese la que
fuese.
—El doctor Lucas... ¿sabes por
qué mintió a tu madre?
Movió la mandíbula al apretar
los dientes y su mirada se volvió dura y fría.
—Estaba protegiendo a su
cuñado.
—¿Qué?—Me eché hacia
atrás mientras la cabeza me daba vueltas—. ¿El hermano de Anne? ¿La mujer con
la que estabas?
—Con la que follaba —me
corrigió con tono severo—. En la familia de Anne todos se dedican al campo de
la salud mental. Todos ellos, los muy cabrones. Ella es psiquiatra. ¿No lo
descubriste en alguna de tus búsquedas en Google?
Asentí distraídamente, más
preocupada por la vehemencia con la que pronunció la palabra psiquiatra,
prácticamente escupiéndola. ¿Por eso no le habían prestado ayuda antes? ¿Y
cuánto debía amarme como para hacer el esfuerzo de ver al doctor Petersen a
pesar de su aversión?
—Al principio, no lo supe
—continuó—. No entendía por qué Lucas había mentido. Es pediatra, por el amor
de Dios. Se supone que tiene que cuidar a los niños.
—A la mierda con eso. ¡Se
supone que es humano! —La rabia me inundó, un deseo candente de encontrarme a
Lucas para hacerle daño—. No me puedo creer que me mirara a los ojos como hizo
para soltarme toda esa mierda que me contó.
Culpando a Gideon de todo...
tratando de abrir una brecha entre nosotros dos...
—Hasta que te conocí no empecé
a comprenderlo —dijo apretando las manos alrededor de mi cintura—. Quiere a
Anne. Quizá tanto como yo a ti. Lo suficiente como para hacer la vista gorda
ante el hecho de que ella le engañara y encubrir al hermano de Anne para
ocultarle a ella la verdad. O para evitarle la vergüenza.
—Ese hombre no debería
practicar la medicina.
—Eso no te lo discuto.
—¿Y por qué tiene su consulta
en uno de tus edificios?
—Compré el edificio porque
tiene allí su consulta. Me ayuda a tenerlo vigilado y ver si hace bien las
cosas... o no.
Hubo algo en su forma de decir
«o no» que hizo que me preguntara si no tendría él algo que ver con la pérdida
de beneficios de Lucas. Recordé cuando llevaron a Cary al hospital y los
preparativos especiales que habían organizado para él y para mí por el hecho de
que Gideon era un generoso benefactor. ¿Hasta dónde podía llegar su influencia?
Si había alguna forma de
colocar a Lucas en una situación de desventaja, estaba segura de que Gideon la
conocería.
—¿Y el cuñado? —pregunté—. ¿Qué
pasó con él?
Gideon levantó el mentón y
entrecerró los ojos.
—El delito prescribió, pero me
enfrenté a él y le dije que si alguna vez ejercía o le ponía una mano encima a
otro niño, yo dedicaría unos fondos ilimitados a su procesamiento civil y
criminal en nombre de sus víctimas. Poco después, se suicidó.
Dijo aquello último sin ninguna
entonación, lo cual hizo que se me erizara el pelo de la nuca. Sentí un
escalofrío repentino que procedía de mi interior.
Pasó sus manos arriba y abajo
por mis brazos, tratando de darme calor, pero no me atrajo hacia él.
—Hugh estaba casado. Tenía un
hijo. Un niño. De pocos años.
—Gideon.
—Lo abracé, comprendiéndolo. Su padre también se había suicidado—. Lo que Hugh
decidiera hacer no es culpa tuya. No eres responsable de las decisiones que él
tomó.
—¿No? —preguntó con voz
glacial.
—No. No lo eres. —Le abracé con
todas mis fuerzas, deseando que mi amor entrara en su cuerpo rígido y tenso—. Y
el niño... La muerte de su padre puede haber impedido que sufriera lo que
sufriste tú. ¿Has pensado en eso?
Su pecho se elevaba y se hundía
con fuerza.
—Sí, lo he pensado. Pero él no
sabe lo que era su padre. Sólo sabe que su padre se ha ido, porque ha querido,
y lo ha dejado. Creerá que su padre no le quería lo suficiente como para
quedarse.
—Cariño. —Atraje su cabeza
hacia mí para que la apoyara en mi pecho. No sabía qué decirle. No se me
ocurría ninguna excusa para Geoffrey Cross y sabía que Gideon estaba pensando
en él y en el niño que él mismo había sido—. Tú no has hecho nada malo.
—Necesito que te quedes
conmigo, Eva —susurró envolviéndome por fin con sus brazos—. Y tú te estás
resistiendo. Eso me está volviendo loco.
Me balanceé suavemente,
acunándolo.
—Estoy siendo cautelosa porque
eres muy importante para mí.
—Sé que no es justo que te pida
que estés conmigo —dijo echando la cabeza hacia atrás—, cuando ni siquiera
podemos dormir en la misma cama, pero te querré más de lo que ningún otro pueda
hacerlo. Cuidaré de ti y te haré feliz. Sé que puedo hacerlo.
—Y lo haces. —Le retiré el pelo
de la sien y sentí ganas de llorar cuando vi el anhelo que había en su rostro—.
Quiero que me creas cuando digo que voy a seguir contigo.
—Tienes miedo.
—De ti no. —Suspiré tratando de
reunir las palabras de modo que tuvieran sentido—. No puedo... no puedo ser
simplemente una prolongación de ti.
—Eva. —Sus facciones se
suavizaron—. No puedo dejar de ser quien soy y no quiero que tú lo hagas
tampoco. Sólo quiero que seamos lo que somos... juntos.
Le besé. No sabía qué decir. Yo
también quería que compartiéramos la misma vida, que estuviésemos juntos en
todos los aspectos que nos fueran posibles. Pero también creía que ninguno de
los dos estaba listo.
—Gideon. —Volví a besarle y
dejé mis labios pegados a los suyos—. Tú y yo apenas somos lo suficientemente
fuertes por nuestra cuenta. Estamos mejorando, pero aún no lo somos del todo.
No se trata sólo de las pesadillas.
—Entonces, dime de qué se
trata.
—Todo, no sé... A mí no me
parece bien seguir viviendo en una casa que está pagando Stanton ahora que
Nathan ya no es una amenaza. Y sobre todo, ahora que mis padres están teniendo
una relación.
—¿Cómo dices? —preguntó
sorprendido.
—Sí —le confirmé—. Un verdadero
lío.
—Vente a vivir conmigo —dijo
acariciándome la espalda para tranquilizarme.
—Así que... ¿me salto lo de
vivir por mi cuenta? ¿Siempre me va a estar manteniendo otra persona?
—¡Joder! —Soltó un bufido de
frustración—. ¿Te sentirías mejor si compartiéramos el alquiler?
—¡Ja! Como si yo pudiese
permitirme tu lujoso ático. Ni siquiera la tercera parte. Y
desde
luego, Cary no podría.
—Pues nos quedamos aquí o en el
piso de al lado, si quieres, y compartimos los gastos. No me importa dónde sea,
Eva.
Me quedé mirándolo, deseando
que fuese verdad lo que me ofrecía, pero temiendo no tener en cuenta algún gran
inconveniente que pudiera hacernos daño.
—Has venido a mí nada más
levantarte esta mañana —observó—. A ti tampoco te gusta estar lejos de mí. ¿Por
qué seguir torturándonos? Compartir el mismo espacio sería el menor de nuestros
problemas.
—No quiero estropear esto
—respondí pasando los dedos por su pecho—. Necesito que lo nuestro
funcione, Gideon.
Me agarró la mano y la apretó
contra su corazón.
—Yo también necesito que lo
nuestro funcione, cielo. Y quiero mañanas como ésta y noches como la de anoche
mientras lo conseguimos.
—Nadie sabe que nos estamos
viendo. ¿Cómo vamos a pasar de haber roto a vivir juntos?
—Empezamos hoy. Vas a llevar a
Cary al lanzamiento del vídeo. Yo me presentaré ante vosotros con Ireland para
saludar...
—Me ha llamado —le interrumpí—.
Y me ha dicho que me acerque a ti. Quiere que volvamos a estar juntos.
—Es una chica lista. —Sonrió y
sentí cierta emoción al pensar que quizá él se estaba abriendo a ella—. Así que
uno de los dos se acercará al otro, charlará un poco y yo saludaré a Cary. Tú y
yo no tendremos que disimular la atracción que hay entre los dos. Mañana te
llevaré a comer. El Bryant Park Grill sería ideal. Lo haremos público.
Todo parecía maravilloso y
fácil, pero...
—¿Es seguro?
—Haber encontrado la pulsera de
Nathan en el cadáver de un criminal abre la puerta de la duda razonable. Es lo
único que necesitamos.
Nos miramos, compartiendo la
misma sensación de esperanza, la emoción y la ilusión de un futuro que un día
antes había parecido más incierto.
Me acarició la mejilla.
—Has hecho una reserva en
Tableau One para esta noche.
Asentí.
—Sí, tuve que utilizar tu
nombre para que me incluyeran en la lista, pero Brett me pidió que saliéramos a
cenar y yo quería ir a algún sitio que estuviera relacionado contigo.
—Ireland y yo tenemos una
reserva a la misma hora. Nos sentaremos con vosotros.
Me revolví incómoda, nerviosa
al pensarlo, y Gideon se tensó dentro de mí.
—Ah...
—No te preocupes —murmuró,
centrándose ahora en pensamientos más calenturientos—. Será divertido.
—Sí, claro.
Envolviendo mis caderas con sus
brazos, Gideon me levantó y se movió, dándose la vuelta y colocándome debajo de
él.
—Confía en mí.
Iba a responder, pero me calló
con un beso y me folló hasta perder el sentido.
Me di una ducha y me vestí en
casa de Gideon, después salí corriendo por el pasillo
hasta
mi apartamento para recoger mi bolso y el macuto, tratando de que no pareciera
que estaba entrando a hurtadillas. Era fácil arreglarse en el apartamento de
Gideon, pues había equipado el baño con todos mis artículos de aseo y cosmética
habituales y había comprado suficiente ropa y mudas para mí como para no tener
que coger nada de mi armario.
Era demasiado, pero así es como
él actuaba.
Estaba enjuagando la taza que había
utilizado para un café rápido cuando Trey entró en la cocina.
Sonrió tímidamente. Vestido con
unos pantalones de chándal de Cary y con la camiseta de la noche anterior,
parecía sentirse en casa.
—Buenos días.
—Lo mismo digo. —Dejé la taza
en el lavavajillas y lo miré—. Me alegro de que vinieras anoche a cenar.
—Yo también. Lo pasé muy bien.
—¿Café? —le pregunté.
—Sí, por favor. Tengo que
arreglarme para ir a trabajar, pero me estoy haciendo el remolón.
—Yo he tenido días así. —Le
preparé una taza y se la di.
Él la cogió y la levantó con un
gesto de gratitud.
—¿Puedo preguntarte una cosa?
—Dispara.
—¿A ti también te gusta
Tatiana? ¿Te resulta raro tenernos a los dos por aquí?
Me encogí de hombros.
—Si te soy sincera, la verdad
es que no conozco a Tatiana. No sale con Cary y conmigo como lo haces tú.
—Ah.
Empecé a moverme hacia la
puerta y le apreté el hombro al pasar por su lado.
—Que tengas un buen día.
—Tú también.
Miré mi teléfono mientras iba
en taxi al trabajo. Casi deseé haber ido andando, pues el taxista llevaba las
ventanillas de delante bajadas y, al parecer, no le gustaba ponerse
desodorante. Lo único que lo salvaba era que aquello era más rápido que
caminar.
Había un mensaje de Brett que
me había enviado sobre las seis de la mañana: «Ya aquí. Deseando vert sta
noche».
Le respondí con un emoticono
sonriente.
Megumi tenía buen aspecto
cuando la vi en el trabajo, y eso también me puso contenta a mí, pero Will
parecía triste. Mientras dejaba mi bolso en un cajón, se detuvo junto a mi
cubículo y apoyó los brazos en el pequeño muro.
—¿Qué te pasa? —le pregunté
levantando la vista desde mi silla.
—Socorro. Necesito
carbohidratos.
Me reí y negué con la cabeza.
—Creo que es muy bonito que
estés pasando por esta dieta por amor a tu chica.
—No debería quejarme
—contestó—. Ha perdido más de dos kilos, cosa que yo no creía que tuviera que
hacer, por cierto. Y ahora tiene un aspecto estupendo y está llena de energía.
Pero, Dios mío... yo me siento como una babosa. Mi cuerpo no está hecho para
esto.
—¿Me estás pidiendo que salga
contigo a comer?
—Por favor. —Juntó las manos
como si estuviese rezando—. Tú eres una de las
pocas
mujeres que conozco que disfruta de verdad de las comidas.
—También tengo un trasero que
lo demuestra —respondí con remordimiento—. Pero sí, iré contigo.
—Eres la mejor, Eva. —Se fue
caminando hacia atrás y chocó con Mark—. ¡Uy, lo siento!
Mark sonrió.
—No pasa nada.
Will volvió a su mesa y Mark
dirigió su sonrisa hacia mí.
—El equipo de Drysdel viene a
las nueve y media —le recordé.
—De acuerdo. Y tengo una idea
que me gustaría comentar sobre la estrategia antes de que lleguen.
Cogí mi tableta y me puse de
pie, pensando que sería una carrera contrarreloj.
—Vives siempre al límite, jefe.
—Sólo así se puede vivir.
Vamos.
El día pasó volando y durante
todo el tiempo me esforcé al máximo, invadida por una inquieta energía. El
hecho de haberme levantado tan temprano y haber comido después un plato de
pasta rellena para almorzar no hizo que aminorara el ritmo.
Recogí a las cinco en punto y
me cambié rápidamente en el baño, sustituyendo la falda y la blusa por un
vestido azul claro. Me puse un par de sandalias de suela de cuña, me quité los
pendientes de diamantes y me puse aros de plata y convertí la cola de caballo
en un moño despeinado. A continuación, bajé al vestíbulo.
Mientras me dirigía a la puerta
principal, vi a Cary hablando con Brett en la acera. Me detuve para así darme
un minuto para asimilar el estar viendo aquella antigua llama.
El color natural del pelo
rapado de Brett era rubio oscuro, pero se había teñido las puntas de platino y
aquello le daba un estupendo aspecto a su piel bronceada y a sus ojos de un
bonito verde esmeralda. Sobre el escenario aparecía a veces sin camiseta, pero
hoy iba vestido con pantalones militares negros y una camiseta de color rojo
intenso, sus brazos cubiertos por unas mangas de tatuajes que se retorcían
sobre sus músculos.
En ese momento, giró la cabeza
para mirar al interior del vestíbulo y yo empecé a caminar de nuevo, sintiendo
que el estómago se me agitaba un poco cuando me vio y su rostro atractivo y de
facciones duras se suavizó con una sonrisa que revelaba un hoyuelo en la
mejilla.
¡Dios, qué guapo estaba!
Sintiéndome un poco expuesta de
más, saqué las gafas de sol y me las puse. Entonces, respiré hondo mientras
pasaba por las puertas giratorias y dirigí la mirada al Bentley que había
aparcado justo detrás de la limusina de Brett.
Brett soltó un silbido.
—Maldita sea, Eva. Cada vez que
te veo estás más guapa.
Lancé una sonrisa tensa a Cary
y el pulso se me aceleró frenéticamente.
—Hola.
—Estás estupenda, nena —dijo
cogiéndome de la mano.
Por el rabillo del ojo vi a
Angus saliendo del Bentley. En ese momento de distracción no advertí que Brett
alargaba una mano hacia mí. Una milésima de segundo después de notar sus manos
en mi cintura, me di cuenta de que iba a besarme y giré ligeramente la cabeza a
tiempo. Sus labios tocaron la comisura de mi boca. Di un traspiés y tropecé con
Cary, que me agarró de los hombros.
Ruborizada por la vergüenza y
confundida, miré a todas partes excepto a Brett.
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