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Atada a Tí - Sylvia Day - Capítulo 14

El corazón me latía con fuerza mientras me abalanzaba sobre mi bolso para silenciar el otro teléfono y guardarlo en un bolsillo cerrado con cremallera. Me di la vuelta, buscando algo que estuviera fuera de su sitio, algo que debiera esconder. Estaban las flores de mi dormitorio y la tarjeta.
Aunque, a menos que los detectives tuvieran una orden de registro, sólo podrían tomar nota de lo que estaba a la vista.
Fui corriendo a cerrar mi puerta y, a continuación, fui a cerrar también la de Cary. Estaba respirando con fuerza cuando sonó el timbre de la puerta. Me obligué a tranquilizarme e ir despacio hacia la sala de estar. Cuando llegué a la puerta, respiré hondo para calmarme antes de abrir.
—Hola, detectives.
Graves, una mujer extremadamente delgada de rostro serio y ojos azules y astutos, apareció en primer lugar. Su compañero, Michna, era el más callado de los dos, un hombre mayor con entradas, cabello gris y barriga. Había un equilibrio entre ellos. Graves era la más seria y se ocupaba de mantener ocupados a los sujetos y desconcertarlos. A Michna se le daba claramente bien permanecer en segundo plano mientras sus ojos de policía lo registraban todo sin dejarse nada. El índice de éxito de los dos debía ser bastante alto.
—¿Podemos pasar, señorita Tramell? —preguntó Graves con un tono que convertía la pregunta en exigencia. Se había recogido su pelo castaño y rizado y llevaba puesta una chaqueta para ocultar la funda de su pistola. En la mano llevaba una cartera.
—Claro. —Abrí más la puerta—. ¿Quieren tomar algo? ¿Café? ¿Agua?
—Agua estaría bien —contestó Michna.
Los conduje a la cocina y saqué la botella de agua del frigorífico. Los detectives esperaron en la barra de la cocina. Graves con los ojos clavados en mí mientras Michna echaba un vistazo a lo que le rodeaba.
—¿Acaba de llegar a casa del trabajo? —preguntó él.
Supuse que sabían la respuesta, pero contesté de todos modos.
—Hace unos minutos. ¿Quieren sentarse en la sala de estar?
—Aquí está bien —respondió Graves con su tono serio, dejando la cartera de piel gastada sobre la barra—. Nos gustaría hacerle unas cuantas preguntas, si no le importa. Y mostrarle unas fotografías.
Me quedé helada. ¿Podría soportar ver alguna de las fotos que Nathan me había hecho? Por un momento, pensé que serían fotos tomadas en el escenario del crimen o incluso durante la autopsia. Pero sabía que era muy poco probable.
—¿De qué se trata?
—Ha aparecido nueva información que podría estar relacionada con la muerte de Nathan Barker —explicó Michna—. Estamos investigando todas las pistas y usted podría sernos de ayuda.
Respiré hondo y de forma temblorosa.
—Lo intentaré, claro. Pero no sé cómo.
—¿Conoce a Andrei Yedemsky? —preguntó Graves.
—No —respondí frunciendo el ceño—. ¿Quién es?
Metió la mano en el bolso, sacó un montón de fotos y las colocó delante de mí.
—Este hombre. ¿Lo ha visto antes?
Extendí la mano con dedos temblorosos y me acerqué la foto que había encima de todas. Era de un hombre con una gabardina que hablaba con otro hombre que estaba a punto de subir a la parte de atrás de una limusina. Era atractivo, con el pelo extremadamente rubio y la piel bronceada.
—No. Y no es de esas personas que se te olvidan. —Levanté la vista hacia ella—. ¿Debería conocerlo?
—Tenía en su casa fotos de usted. Tomadas a escondidas en la calle, yendo y viniendo. Barker tenía las mismas fotos.
—No lo entiendo. ¿Cómo las consiguió?
—Supuestamente, se las dio Barker —contestó Michna.
—¿Es eso lo que les ha dicho este tal Yedemsky? ¿Por qué iba a darle Nathan unas fotos mías?
—Yedemsky no ha dicho nada —me explicó Graves—. Está muerto. Asesinado.
Sentí que me acechaba un dolor de cabeza.
—No lo comprendo. No sé nada de este hombre y no tengo ni idea de por qué él sabía nada de mí.
—Andrei Yedemsky es un conocido miembro de la mafia rusa —continuó explicando Michna—. Además de dedicarse al contrabando de alcohol y armas de asalto, también se sospecha que trafican con mujeres. Es posible que Barker estuviese haciendo tratos para venderla o comerciar con usted con ese fin.
Me retiré de la barra negando con la cabeza, incapaz de procesar lo que estaban diciendo. Podía creer que Nathan me estuviese acechando. Me odió desde el primer momento, odiaba que su padre se hubiese vuelto a casar en lugar de guardar luto eternamente por su madre. Me había odiado por hacer que lo encerraran en un centro psiquiátrico y porque me hubiesen dado una asignación de cinco millones de dólares que él consideraba que era su herencia. Pero ¿la mafia rusa? ¿Trata de blancas? Aquello no me cabía en la cabeza.
Graves pasó las fotos hasta que llegó a una de una pulsera de zafiros y platino. La rodeaba una regla en forma de ele. No había duda de que se trataba de una foto del forense.
—¿Reconoce esto?
—Sí. Pertenecía a la madre de Nathan. La cambió para adaptársela a él. Nunca iba a ningún sitio sin ella.
—Yedemsky la llevaba puesta en el momento de su muerte —dijo ella sin ninguna entonación—. Posiblemente como recuerdo.
—¿De qué?
—Del asesinato de Barker.
Me quedé mirando a Graves, que ya sabía lo que iba a preguntarle.
—¿Está sugiriendo que Yedemsky podría ser el responsable de la muerte de Nathan? Entonces, ¿quién mató a Yedemsky?
Me sostuvo la mirada, comprendiendo qué era lo que me llevaba a hacer aquella pregunta.
—Lo eliminó su propia gente.
—¿Está segura? —Necesitaba saber que tenían claro que Gideon no estaba implicado. Sí, había matado por mí, por protegerme, pero nunca mataría simplemente por evitar la cárcel.
Michna frunció el ceño al escuchar mi pregunta. Fue Graves quien contestó:
—No nos cabe ninguna duda. Tenemos las imágenes de seguridad. Uno de sus socios no llevaba muy bien que Yedemsky se estuviese acostando con su hija menor de edad.
Sentí una oleada de esperanza seguida de un miedo escalofriante.
—Entonces, ¿qué pasa ahora? ¿Qué significa esto?
—¿Conoce a alguien que esté relacionado con la mafia rusa? —preguntó Michna.
—Dios mío, no —contesté con vehemencia—. Eso es... de otro mundo. Ya me cuesta creer que Nathan lo estuviera. Pero han pasado muchos años desde que lo conocí.
Me froté el pecho para quitarle tensión y miré a Graves.
—Quiero olvidar todo esto. Quiero que Nathan deje ya de destrozarme la vida. ¿Voy a conseguirlo alguna vez? ¿Va a seguir persiguiéndome después de muerto?
Graves recogió las fotos con eficiencia y rapidez y con el rostro impasible.
—Nosotros hemos hecho todo lo que hemos podido. Lo que usted haga a partir de ahora es cosa suya.
Aparecí en el CrossTrainer a las seis y cuarto. Fui porque le había dicho a Megumi que lo haría y ya le había dado un plantón. También sentía una tremenda inquietud, un deseo de moverme que tenía que saciar antes de terminar volviéndome loca. Le envié un mensaje a Gideon nada más marcharse la policía para decirle que necesitaba verle después, pero cuando dejé el bolso en el vestuario, aún no había tenido noticias suyas.
Como todo lo que era de Gideon, el CrossTrainer era impresionante tanto en tamaño como en prestaciones. Aquel gimnasio de tres plantas, uno más de los cientos que tenía por todo el país, contaba con todo lo que un entusiasta del mantenimiento físico podría desear, además de servicios de spa y un bar de zumos.
Megumi estaba algo abrumada y necesitaba ayuda con algunas de las máquinas de alta tecnología, así que se estaba aprovechando de la sesión de ejercicios supervisada por un entrenador para nuevos miembros e invitados. Yo me subí en la cinta de correr. Empecé con un paso ligero para calentar y, después, fui aumentando el ritmo hasta empezar a correr. Una vez entrada en calor, dejé que mis pensamientos también echaran a andar.
¿Era posible que Gideon y yo fuéramos libres para retomar nuestras vidas y seguir adelante? ¿Cómo? ¿Por qué? Por mi mente pasaban a toda velocidad preguntas que necesitaba hacerle a Gideon, con la esperanza de que él tuviera tan poca información como yo. No podía estar implicado en la muerte de Yedemsky. No me creería nunca que fuera así.
Estuve corriendo hasta que los muslos y las pantorrillas me empezaron a arder, hasta que el sudor me recorría el cuerpo a chorros y los pulmones me dolían y me costaba respirar.
Fue Megumi la que por fin me hizo parar haciéndome señales con la mano ante mis ojos mientras se movía delante de mi cinta.
—Ahora mismo estoy absolutamente impresionada. Eres una máquina.
Fue bajando el ritmo hasta convertirlo en paso y, finalmente, me detuve. Cogí la toalla y la botella de agua, me bajé y sentí los efectos de haberme esforzado tanto y durante tanto rato.
—No me gusta nada correr —confesé aún jadeante—. ¿Cómo han ido tus ejercicios?
Megumi estaba atractiva incluso con ropa de gimnasia. Su sujetador de espalda cruzada de color verde amarillento tenía unos lazos azules que hacían juego con sus mallas de licra. El conjunto era alegre y moderno.
Me dio un empujón con los hombros.
—Me haces sentir una floja. Sólo he hecho un circuito y he estado buscando tíos buenos. La entrenadora con la que he estado era buena, pero ojalá me hubiese tocado aquel tipo.
Seguí la dirección de su dedo.
—Ése es Daniel. ¿Quieres conocerlo?
—¡Sí!
Me acerqué con ella a las colchonetas que había en el centro de aquel espacio abierto y saludé a Daniel con la mano cuando él levantó la mirada y nos vio. Megumi se soltó enseguida la goma que le recogía su pelo negro, pero a mí me pareció que con ella puesta estaba igual de estupenda. Tenía una piel preciosa y le envidiaba la forma de su boca.
—Eva, me alegro de verte. —Daniel extendió la mano hacia mí—. ¿Quién viene contigo?
—Mi amiga Megumi. Ha venido hoy por primera vez.
—Te he visto haciendo ejercicio con Tara. —Exhibió ante Megumi su brillantísima sonrisa—. Soy Daniel. Si alguna vez necesitas ayuda con algo, dímelo.
—Te tomo la palabra —le advirtió ella mientras le estrechaba la mano.
—Por supuesto. ¿Hay algo en particular en lo que te gustaría entrenar?
Mientras empezaban a conversar con mayor profundidad, yo paseé la vista por mi alrededor. Me fijé en los equipos, buscando algo fácil que pudiera hacer mientras esperaba a que terminaran. Pero en lugar de ello, vi a alguien a quien conocía.
Me eché la toalla al hombro y vi a mi reportera nada favorita en el suelo. Respiré hondo y me acerqué mientras veía cómo hacía abdominales con una mancuerna de cuatro kilos y medio. Su cabello castaño oscuro estaba recogido en una coleta, sus largas piernas quedaban a la vista bajo unos pantalones cortos ajustados y tenía el vientre tirante y plano. Tenía un aspecto estupendo.
—Hola, Deanna.
—Te preguntaría si sueles venir por aquí, pero eso es demasiado típico —contestó cambiándose la pesa de una mano a otra—. ¿Qué tal estás, Eva?
—Bien. ¿Tú?
Su sonrisa tenía esa expresión que me hizo no bajar la guardia.
—¿No te molesta que Gideon Cross entierre sus pecados bajo todo su dinero?
Así que Gideon tenía razón al decir que Ian Hager desaparecería después de que le pagaran.
—Si realmente me creyera que buscas saber la verdad, te daría la razón.
—Es todo verdad, Eva. He hablando con Corinne Giroux.
—¿Sí? ¿Qué tal está su marido?
Deanna se rio.
—Gideon debería contratarte para que te encargaras de su imagen pública.
Aquello casi se me clavó en lo más hondo.
—¿Por qué no vas sin más a su despacho y le echas la bronca? Haz que se entere. Tírale una copa a la cara o dale una bofetada.
—No le importaría. Le daría exactamente igual.
Me limpié el sudor que seguía cayéndome por la sien y admití que aquello podría ser verdad. Sabía muy bien que Gideon podía tener el corazón de piedra.
—De todas formas, es probable que tú sí te sintieras mucho mejor.
Deanna cogió su toalla del banco.
—Yo sé exactamente qué es lo que haría que me sintiera mejor. Disfruta del resto de tus ejercicios, Eva. Seguro que volveremos a hablar pronto.
Se fue con paso tranquilo y yo no pude evitar pensar que tramaba algo. Me ponía nerviosa no saber qué era.
—Vale, ya he terminado —dijo Megumi acercándose a mí—. ¿Quién era ésa?
—Nadie importante. —Mi estómago eligió ese momento para gruñir con fuerza, anunciando que ya había quemado el filete de buey que me había comido a mediodía.
—Hacer ejercicio siempre me da hambre también. ¿Quieres que vayamos a cenar?
—Vale. —Salimos hacia las duchas bordeando los aparatos y al resto de la gente—. Voy a llamar a Cary por si quiere venir con nosotras.
—Ah, sí. —Se lamió los labios—. ¿Te he dicho ya que me parece delicioso?
—Más de una vez. —Me despedí de Daniel levantando la mano antes de salir de allí.
Llegamos a los vestuarios y Megumi lanzó su toalla al cubo que había justo en la puerta. Yo me detuve antes de tirar la mía, acariciando con el dedo pulgar el logotipo bordado de CrossTrainer. Me acordé de las toallas que colgaban en el baño de Gideon.
Quizá la próxima vez le llamaría también a él para pedirle que se uniera a mis amigos y a mí para cenar.
Quizá lo peor ya había pasado.
Encontramos un restaurante indio cerca del gimnasio y Cary apareció en la cena con Trey, entrando los dos cogidos de la mano. Nuestra mesa estaba justo delante de la ventana que había al mismo nivel de la calle, junto a la puerta, lo cual hacía que el pulso de la ciudad se uniera a la experiencia gastronómica.
Nos sentamos sobre cojines en el suelo, bebimos un poco de vino de más y dejamos que Cary hiciera continuos comentarios sobre la gente que pasaba. Casi pude ver corazoncitos en los ojos de Trey cuando miraba a mi mejor amigo y me alegré al ver que Cary se mostraba a cambio abiertamente cariñoso. Cuando Cary estaba realmente interesado en alguien se contenía a la hora de tocarlo. Decidí deliberadamente ver sus frecuentes y despreocupadas caricias como un síntoma de dos hombres que se estaban acercando, más que como una pérdida de interés por parte de Cary.
Megumi recibió otra llamada de Michael mientras cenábamos, pero ella no hizo caso. Cuando Cary le preguntó si se estaba haciendo la dura, ella le contó toda la historia.
—Si vuelve a llamar, deja que conteste yo —dijo él.
—No, Dios mío —gruñí yo.
—¿Qué? —Cary parpadeó con mirada inocente—. Puedo decir que ella está demasiado ocupada como para atender la llamada y Trey podría gritar obscenidades sexuales de fondo.
—¡Qué diabólico! —Megumi se frotó las manos—. Michael no es el tipo adecuado para esas cosas, pero estoy segura de que algún día aceptaré tu oferta, sabiendo la suerte que tengo con los hombres.
Yo negué con la cabeza y busqué a hurtadillas en mi bolso el otro teléfono. Me
fastidió ver que aún no tenía respuesta de Gideon.
Cary miró por encima de la mesa.
—¿Estás esperando una llamada caliente de tu señor amante?
—¿Qué? —Megumi me miró con la boca abierta—. ¿Estás saliendo con alguien y no me lo has contado?
Lancé a Cary una mirada furiosa.
—Es complicado.
—Es exactamente lo contrario de complicado —intervino Cary arrastrando las palabras y echándose sobre su cojín—. Es pura lujuria.
—¿Y qué pasa con Cross? —preguntó ella.
—¿Quién? —repuso Cary.
—Quiere volver con ella —insistió Megumi.
Entonces, fue Cary el que me miró.
—¿Cuándo has hablado con él?
Negué con la cabeza.
—Llamó a mi madre. Y no dijo que quería que volviera con él.
Cary lanzó una sonrisa ladina.
—¿Abandonarías a tu nuevo amante por repetir con Cross, el corredor de fondo?
Megumi me dio un pellizco en la pierna.
—¿Gideon Cross es un corredor de fondo en la cama? Joder... Y tan guapo. Dios mío. —Se abanicó con la mano.
—¿Podemos dejar de hablar sobre mi vida sexual, por favor? —murmuré mirando a Trey en busca de un poco de ayuda.
—Cary me ha dicho que vais al estreno de un vídeo mañana —intervino—. No sabía que los vídeos musicales fuesen todavía importantes.
Me agarré con fuerza a aquella tabla de salvación.
—Sí, es verdad. A mí también me ha sorprendido.
—Y además, está nuestro viejo amigo Brett —dijo Cary inclinándose sobre la mesa hacia Megumi, como si estuviese a punto de contarle un secreto—. Nosotros lo conocemos como el hombre entre bastidores. O el del asiento de atrás.
Sumergí los dedos en mi copa y le salpiqué agua.
—¡Oye, Eva! Me estás mojando.
—Sigue así y terminarás empapado.
Aún no había tenido noticias de Gideon cuando llegamos a casa a las diez menos cuarto. Megumi había tomado el metro hasta su casa y Cary, Trey y yo compartimos un taxi hasta el apartamento. Ellos dos se fueron directos a la habitación de Cary, pero yo me quedé en la cocina, pensando si debía ir corriendo a la casa de al lado para ver si estaba Gideon allí.
Estaba a punto de sacar mis llaves del bolso cuando Cary entró en la cocina sin camisa y descalzo.
Sacó la nata montada de la nevera pero se detuvo antes de irse.
—¿Estás bien?
—Sí, estoy bien.
—¿Has hablado ya con tu madre?
—No, pero pienso hacerlo.
Apoyó la cadera en la barra.
—¿Tienes alguna otra cosa en la cabeza?
—Ve a divertirte. Estoy bien —contesté para que se fuera—. Podemos hablar mañana.
—En cuanto a eso, ¿a qué hora tengo que estar listo?
—Brett quiere recogernos a las cinco. ¿Quedamos en el edificio Crossfire?
—Sin problema. —Se acercó a mí y me dio un beso en la cabeza—. Que duermas bien, nena.
Esperé hasta que oí la puerta de Cary cerrarse, después cogí las llaves y fui a la casa de al lado. En el momento en que entré en la oscuridad y la quietud del apartamento, supe que Gideon no estaba allí, pero miré en las habitaciones de todos modos. No podía quitarme de la cabeza la sensación de que pasaba algo... raro.
¿Dónde estaba?
Decidí llamar a Angus. Volví a mi apartamento, cogí el otro teléfono y fui a mi habitación.
Y encontré a Gideon en medio de una pesadilla.
Sorprendida, cerré la puerta y eché el pestillo. Él se revolvía en mi cama y arqueaba la espalda con sonidos de dolor. Seguía vestido con vaqueros y una camiseta, con su enorme cuerpo tendido sobre el edredón, como si se hubiese quedado dormido mientras me esperaba. Su ordenador portátil se había caído al suelo, aún abierto, y había papeles crujiendo por la violencia de sus movimientos.
Me abalancé sobre él, tratando de buscar un modo de despertarlo que no me pusiera en peligro, pues sabía que se odiaría si me hacía daño sin querer.
Gruñó con un sonido grave y salvaje de agresividad.
—Nunca —dijo con los dientes apretados—. No vas a volver a tocarla nunca.
Me quedé paralizada.
Su cuerpo se sacudió con fuerza y, después, gimió y se acurrucó de lado, temblando.
El sonido de su dolor hizo que me moviera. Me subí a la cama y le toqué en el hombro con la mano. Un momento después, yo estaba tumbada de espaldas, atrapada, con él encima de mí, con la mirada fija y cegada. El miedo me paralizó.
—Vas a saber lo que se siente —susurró con voz oscura, embistiendo con su cadera contra la mía en una imitación nauseabunda del amor que compartíamos.
Giré la cabeza y le mordí en el bíceps y mis dientes apenas hicieron mella en su rígido músculo.
—¡Joder! —Se separó de mí y yo lo aparté como me había enseñado a hacer Parker, lanzándolo a un lado y liberándome de un salto de la cama—. ¡Eva!
Me di la vuelta y lo miré, con mi cuerpo listo para luchar.
Él se deslizó desde la cama, casi dejándose caer de rodillas antes de recobrar el equilibrio e incorporarse.
—Lo siento. Me he quedado dormido... Dios, lo siento.
—Estoy bien —dije con una calma forzada—. Tranquilo.
Se pasó una mano por el pelo mientras su pecho palpitaba. La cara le brillaba por el sudor y los ojos se le enrojecieron.
—Dios mío.
Me acerqué dando un paso adelante y combatiendo el miedo que aún sentía. Aquello formaba parte de nuestras vidas. Los dos teníamos que enfrentarnos a ello.
—¿Recuerdas lo que soñabas?
Gideon tragó saliva con esfuerzo y negó con la cabeza.
—No te creo.
—Maldita sea, tienes que...
—Estabas soñando con Nathan. ¿Con qué frecuencia te ocurre? —Extendí la mano y le agarré la suya.
—No lo sé.
—No me mientas.
—¡No lo hago! —espetó encrespado—. Rara vez recuerdo los sueños.
Lo llevé al baño, haciendo que se moviera tanto física como mentalmente
—Hoy ha venido a verme la policía.
—Lo sé.
Su voz ronca me preocupó. ¿Cuánto tiempo había estado dormido y soñando? La idea de que lo atormentara su propia mente, solo y sintiendo dolor, me destrozaba.
—¿También te han visitado a ti?
—No, pero han estado haciendo preguntas.
Encendí la luz y se detuvo, apretándome la mano para que yo también me parara.
—Eva.
—Métete en la ducha, campeón. Hablaremos cuando hayas acabado.
Cogió mi cara entre sus manos y con el dedo pulgar me acarició la mejilla.
—Vas demasiado rápido. Frena.
—No quiero tener que preocuparme cada vez que tengas una pesadilla.
—Dame un minuto —murmuró bajando la frente para apoyarla en la mía—. Te he asustado y yo estoy asustado. Vamos a darnos un minuto para asimilarlo.
Me serené y subí la mano para descansarla sobre su corazón acelerado.
Él enterró la nariz en mi pelo.
—Deja que te huela, cielo. Que te sienta. Que te diga que lo lamento.
—Estoy bien.
—Eso no vale —protestó con su voz aún grave y mimosa—. Debería haberte esperado en nuestra casa.
Apoyé la mejilla en su pecho, encantada de oír aquello de «nuestra» casa.
—He estado mirando el teléfono toda la noche, esperando un mensaje.
—He trabajado hasta tarde. —Deslizó sus manos por debajo de mi blusa, acariciando la piel desnuda de mi espalda—. Luego vine aquí. Quería darte una sorpresa... hacerte el amor.
—Creo que somos libres —susurré agarrándome a su camisa—. La policía... creo que vamos a estar bien.
—Explícate.
—Nathan tenía una pulsera que siempre llevaba puesta...
—Zafiros. Muy femenina.
Levanté los ojos hacia él.
—Sí.
—Continúa.
—La han encontrado en el brazo de un mafioso muerto. De la mafia rusa. Tienen la teoría de que se trata de una relación criminal que terminó mal.
Gideon se quedó inmóvil con los ojos entrecerrados.
—Interesante.
—Es raro. Me hablaron de fotos mías y de trata de blancas, y eso no encaja con...
Apretó los dedos contra mis labios para callarme.
—Es interesante porque Nathan llevaba esa pulsera cuando yo lo dejé.
Observé a Gideon en la ducha mientras yo me lavaba los dientes. Sus manos enjabonadas se deslizaban por su cuerpo con indiferencia, con breves movimientos enérgicos y violentos. No con la adoración íntima con la que yo lo acariciaba, ni con asombro ni amor. Terminó en un momento y salió de la ducha con toda su gloriosa desnudez antes de coger una toalla frotarse con ella y secarse el agua de la piel.
Se acercó a mí por detrás cuando hubo terminado, agarrándome por las caderas y besándome en la nunca.
—Yo no tengo ninguna relación con la mafia —murmuró.
Terminé de enjuagarme la boca y lo miré por el espejo.
—¿Te molesta tener que decírmelo?
—Prefiero decírtelo a que tengas tú que preguntármelo.
—Alguien se ha tomado muchas molestias para protegerte. —Me giré para mirarle directamente—. ¿Puede haber sido Angus?
—No. Dime cómo murió ese mafioso.
Mis dedos se pasearon por las ondulaciones de su abdomen, encantados por el modo en que aquellos músculos se contraían y estiraban como reacción a mis caricias.
—Uno de los suyos lo ha eliminado. Represalias. Estaba bajo vigilancia, así que Graves dice que tienen pruebas de ello.
—Entonces, se trata de alguien que sí está relacionado con ellos. O con la mafia o con las autoridades, o con las dos. Quienquiera que sea el responsable, ha elegido a un muerto para que cargue con la culpa sin tener que pagar por ello.
—No me importa quién lo haya arreglado mientras tú estés a salvo.
Me besó en la frente.

—Sí nos tiene que importar —dijo con voz suave—. Para poder protegerme antes tienen que saber lo que hice.

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