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50 Sombras liberadas: Capitulo 24


24
Por mucho que me apetezca estar besándote todo el día, el desayuno se te está enfriando —murmura
Christian contra mis labios. Me mira, ahora divertido, pero en sus ojos hay algo más oscuro, sensual.
Madre mía, ha vuelto a cambiar. Mi marido temperamental…—. Come —me ordena con voz suave.
Trago saliva como reacción a su mirada ardiente y vuelvo a mi posición anterior en la cama, intentando no
enredarme con la vía. Él vuelve a poner la bandeja delante de mí. La avena se ha enfriado, pero las tortitas,
que estaban tapadas, están bien, de hecho, mejor que bien: están deliciosas.
—¿Sabes? —murmuro entre bocados—. Bip podría ser una niña.
Christian se pasa una mano por el pelo.
—Dos mujeres, ¿eh? —La alarma cruza su cara y la mirada oscura desaparece.
Oh, vaya.
—¿Tienes alguna preferencia?
—¿Preferencia?
—Niño o niña.
Frunce el ceño.
—Con que esté sano es suficiente —me dice en voz baja, claramente desconcertado por la pregunta—.
Come —repite y veo que está intentando evitar el tema.
—Estoy comiendo, estoy comiendo… No te pongas así, Grey.
Le observo atentamente. Tiene las comisuras de los ojos arrugadas por la preocupación. Ha dicho que lo
intentará, pero sé que está aterrorizado con lo del bebé. Oh, Christian, yo también. Se sienta en el sillón a mi
lado y coge el Seattle Times.
—Ha vuelto a salir en los periódicos, señora Grey —dice con amargura.
—¿Otra vez?
—Estos periodistas han montado todo un espectáculo a partir de la historia, pero por lo menos los hechos
son bastante precisos. ¿Quieres leerlo?
Niego con la cabeza.
—Léemelo tú. Estoy comiendo.
Sonríe burlón y me lee el artículo en voz alta. Es una crónica sobre Jack y Elizabeth, que los describe como
si fueran los modernos Bonnie y Clyde. Habla brevemente del rapto de Mia, de mi implicación en su rescate
y del hecho de que Jack y yo estamos en el mismo hospital. ¿Cómo consigue la prensa toda esa información?
Tengo que preguntárselo a Kate.
Cuando Christian acaba, le digo:
—Léeme algo más, por favor. Me gusta escucharte.
Él obedece y me lee un artículo sobre el boom del negocio de los bagel y otro sobre que Boeing ha tenido
que cancelar el lanzamiento de un modelo de avión. Christian frunce el ceño mientras lee, pero al escuchar su
relajante voz mientras como, sabiendo que estoy bien, que Mia está segura y que mi pequeño Bip también,
siento una enorme paz a pesar de todo lo que ha pasado en los últimos días.
Entiendo que Christian esté asustado por lo del bebé, pero no puedo comprender la profundidad de su
miedo. Decido que tengo que hablar más de esto con él. Intentaré tranquilizar su mente. Lo que más me
sorprende es que no le han faltado modelos positivos de comportamiento en lo que a padres se refiere. Tanto
Grace como Carrick son padres ejemplares, o eso parecen. Tal vez la interferencia de la bruja le haya hecho
demasiado daño. Pero lo cierto es que creo que todo tiene que ver con su madre biológica (aunque estoy
segura de que lo de la señora Robinson no ayuda). Mis pensamientos se detienen porque casi recuerdo una
conversación susurrada. ¡Maldita sea! Está en el borde de mi memoria; se produjo cuando estaba
inconsciente. Christian hablaba con Grace. Pero las palabras se funden entre las sombras de mi mente. Oh, es
frustrante.
Me pregunto si Christian me dirá alguna vez por su propia voluntad la razón por la que fue a verla o tendré
que presionarle. Estoy a punto de preguntarle cuando oigo que llaman a la puerta.
El detective Clark entra en la habitación casi disculpándose. Se me cae el alma a los pies al verle, así que
hace bien en disculparse de antemano.
—Señor Grey. Señora Grey. ¿Interrumpo?
—Sí —responde Christian.
Clark le ignora.
—Me alegro de que esté despierta, señora Grey. Necesito hacerle unas preguntas sobre el jueves por la
tarde. Solo rutina. ¿Es este un buen momento?
—Claro —murmuro, aunque no quiero revivir los acontecimientos del jueves.
—Mi esposa debería descansar —dice Christian molesto.
—Seré breve, señor Grey. Y además, esto significa que estaré fuera de sus vidas más bien antes que
después.
Christian se levanta y le ofrece el asiento a Clark. Luego viene a sentarse a la cama conmigo, me da la
mano y me la aprieta un poco para tranquilizarme.
Media hora después, Clark ha acabado. No me ha dicho nada nuevo y yo simplemente le he contado los
acontecimientos del jueves con una voz vacilante pero tranquila. Christian se ha puesto pálido y ha hecho
muecas en algunas partes de mi relato.
—Ojala hubieras apuntado más arriba —murmura Christian.
—Le habría hecho un favor al sexo femenino, señora Grey —le apoya Clark.
¿Qué?
—Gracias, señora Grey. Es todo por ahora.
—No van a dejarle salir otra vez, ¿verdad?
—No creo que consiga la fianza esta vez, señora.
—¿Podemos saber quién pagó la fianza? —pregunta Christian.
—No, señor. Es confidencial.
Christian frunce el ceño, pero creo que tiene sus sospechas. Clark se levanta para irse justo cuando la
doctora Singh y dos residentes entran en la habitación.
Después de un exhaustivo examen, la doctora Singh declara que estoy lo bastante bien para irme a casa.
Christian suspira de alivio.
—Señora Grey, tendrá que estar atenta a cualquier empeoramiento de los dolores de cabeza o la aparición
de visión borrosa. Si ocurriera eso, debe volver al hospital inmediatamente.
Asiento intentando contener mi entusiasmo por volver a casa.
Cuando la doctora Singh se va, Christian le pregunta si tiene un momento para una breve consulta en el
pasillo. Deja la puerta entreabierta mientras le hace la pregunta. Ella sonríe.
—Sí, señor Grey, no hay problema
Él sonríe y vuelve a la habitación más feliz.
—¿De qué iba eso?
—De sexo —me dice dedicándome una sonrisa maliciosa.
Oh. Me ruborizo.
—¿Y?
—Estás en perfectas condiciones para eso. —Vuelve a sonreír.
¡Oh, Christian!
—Tengo dolor de cabeza —le digo respondiéndole con otra sonrisa.
—Lo sé. Nos mantendremos al margen por un tiempo, pero quería estar seguro.
¿Al margen? Frunzo el ceño ante la punzada momentánea de decepción que siento. No estoy segura de
querer que estemos al margen.
La enfermera Nora viene para quitarme el gotero. Atraviesa a Christian con la mirada. Creo que, de todas
las mujeres que he conocido, ella es una de las pocas que es inmune a sus encantos. Le doy las gracias
cuando se va con el gotero.
—¿Quieres que te lleva a casa? —me pregunta Christian.
—Quiero ver a Ray primero.
—Claro.
—¿Sabe lo del bebé?
—Creí que querrías contárselo tú. Tampoco se lo he contado a tu madre.
—Gracias. —Le sonrío, agradecida de que no me haya estropeado el momento de la revelación.
—Mi madre sí lo sabe —añade—. Vio tu historial. Se lo he dicho a mi padre, pero a nadie más. Mi madre
dice que las parejas suelen esperar doce semanas más o menos… para estar seguros. —Se encoge de
hombros.
—No sé si estoy lista para decírselo a Ray.
—Tengo que avisarte: está enfadadísimo. Me dijo que debía darte unos azotes.
¿Qué? Christian ríe ante mi expresión asombrada.
—Le dije que estaría encantado de hacerlo.
—¡No! —digo con horror, aunque un eco de esa conversación en susurros vuelve lejanamente a mi
memoria. Sí, Ray estuvo aquí mientras yo estaba inconsciente…
Me guiña un ojo.
—Taylor te ha traído ropa limpia. Te ayudaré a vestirte.
Como me ha dicho Christian, Ray está furioso. Creo que no le he visto nunca así de enfadado. Christian ha
decidido, sabiamente, dejarnos solos. Aunque normalmente es un hombre taciturno, hoy Ray llena la
habitación del hospital con su discurso, regañándome por mi conducta irresponsable. Vuelvo a tener doce
años.
Oh, papá, por favor, cálmate. Tu tensión no está para estas cosas…
—Y he tenido que vérmelas con tu madre —gruñe agitando ambas manos, irritado.
—Papá, lo siento.
—¡Y el pobre Christian! Nunca le había visto así. Ha envejecido. Los dos hemos envejecido unos cuantos
años en los últimos dos días.
—Ray, lo siento.
—Tu madre está esperando que la llames —dice en un tono más moderado.
Le doy un beso en la mejilla y por fin abandona su diatriba.
—La llamaré. De verdad que lo siento. Pero gracias por enseñarme a disparar.
Durante un momento me mira con un orgullo paterno que no puede ocultar.
—Me alegro de que sepas disparar al blanco —dice con voz áspera—. Vete a casa y descansa.
—Te veo bien, papá. —Intento cambiar de tema.
—Tú estás pálida. —De repente su miedo es evidente. Su mirada es igual que la de Christian anoche. Le
cojo la mano.
—Estoy bien. Y prometo no volver a hacer nada parecido nunca más.
Me aprieta la mano y me atrae hacia él para darme un abrazo.
—Si te pasara algo… —susurra con la voz baja y ronca. Se le llenan los ojos de lágrimas. No estoy
acostumbrada a las demostraciones de emoción por parte de mi padre.
—Papá, estoy bien. Nada que no pueda curar una ducha caliente.
Salimos por la puerta de atrás del hospital para evitar a los paparazzi que están en la entrada. Taylor nos lleva
hasta el todoterreno que nos espera.
Christian está muy callado mientras Sawyer nos lleva a casa. Yo evito la mirada de Sawyer por el retrovisor,
avergonzada porque la última vez que lo vi fue cuando le di esquinazo en el banco. Llamo a mi madre, que
llora y llora. Necesito casi todo el viaje hasta casa para calmarla, pero al fin lo consigo prometiéndole que iré
a verla pronto. Durante toda la conversación con ella Christian me coge de la mano y me acaricia los nudillos
con el pulgar. Está nervioso… Ha sucedido algo.
—¿Qué ocurre? —le pregunto cuando consigo librarme de mi madre.
—Welch quiere verme.
—¿Welch? ¿Por qué?
—Ha encontrado algo sobre ese cabrón de Hyde. —Los labios de Christian se crispan y un destello de
miedo cruza su cara—. No ha querido decírmelo por teléfono.
—Oh.
—Va a venir esta tarde desde Detroit.
—¿Crees que ha encontrado una conexión?
Christian asiente.
—¿Qué crees que es?
—No tengo ni idea. —Arruga la frente, perplejo.
Taylor entra en el garaje del Escala y se detiene junto al ascensor para que salgamos antes de ir a aparcar.
En el garaje podemos evitar la atención de los fotógrafos que hay afuera. Christian me ayuda a salir del coche
y, manteniéndome un brazo alrededor de la cintura, me lleva hasta el ascensor que espera.
—¿Contenta de volver a casa? —me pregunta.
—Sí —susurro. Pero cuando me veo de pie en el ambiente familiar del ascensor, la enormidad de todo por
lo que he pasado cae con todo su peso sobre mí y empiezo a temblar.
—Vamos… —Christian me envuelve con sus brazos y me atrae hacia él—. Estás en casa. Estás a salvo —
me dice dándome un beso en el pelo.
—Oh, Christian. —Un dique que ni siquiera sabía que estaba ahí estalla y empiezo a sollozar.
—Chis —me susurra Christian, acunando mi cabeza contra su pecho.
Pero ya es demasiado tarde. Sollozo contra su camiseta, abrumada, recordando el malvado ataque de Jack
(«¡Esto es por lo de Seattle Independent Publishing, zorra!»), el momento en que me vi obligada a decirle a
Christian que le dejaba («¿Vas a dejarme?»), y el miedo, el terror que me atenazaba las entrañas por Mia, por
mí y por mi pequeño Bip.
Cuando las puertas del ascensor se abren, Christian me coge en brazos como a una niña y me lleva hasta el
vestíbulo. Le rodeo el cuello con los brazos y me pego a él gimiendo muy bajo.
Me lleva hasta nuestro baño y me deja con cuidado en la silla.
—¿Un baño? —me pregunta.
Niego con la cabeza. No… No… No como Leila.
—¿Y una ducha? —Tiene la voz ahogada por la preocupación.
Asiento entre lágrimas. Quiero quitarme todo lo malo de los últimos días, que se vayan con el agua los
recuerdos del ataque de Jack. «Zorra cazafortunas.» Sollozo cubriéndome la cara con las manos mientras el
sonido del agua que sale de la ducha resuena contra las paredes.
—Vamos… —me arrulla Christian con voz suave. Se arrodilla delante de mí, me aparta las manos de las
mejillas llenas de lágrimas y me rodea la cara con las suyas. Le miro y parpadeo para apartar las lágrimas.
—Estás a salvo. Los dos estáis a salvo —susurra.
Bip y yo. Los ojos se me llenan de lágrimas otra vez.
—Basta ya. No puedo soportar verte llorar. —Tiene la voz ronca. Me limpia las mejillas con los pulgares,
pero las lágrimas siguen cayendo.
—Lo siento, Christian. Lo siento mucho por todo. Por preocuparte, por arriesgarlo todo… Por las cosas
que dije.
—Chis, nena, por favor. —Me da un beso en la frente—. Yo soy quien lo siente. Hacen falta dos para
discutir, Ana. —Me dedica una media sonrisa—. Bueno, eso es lo que siempre dice mi madre. Dije e hice
cosas de las que no estoy orgulloso. —Sus ojos grises se ven sombríos pero arrepentidos—. Vamos a quitarte
la ropa —dice con voz suave. Me limpio la nariz con el dorso de la mano y él me da otro beso en la frente.
Me desnuda con eficiencia, teniendo especial cuidado al quitarme la camiseta por la cabeza. Aunque la
cabeza no me duele mucho. Me ayuda a entrar en la ducha y se quita la ropa en un tiempo récord antes de
meterse bajo la agradable agua caliente conmigo. Me atrae hacia sus brazos y me abraza durante mucho rato
mientras el agua cae sobre nosotros, relajándonos.
Deja que llore contra su pecho. De vez en cuando me besa el pelo, pero no me suelta y me acuna
suavemente bajo el agua caliente. Siento su piel contra la mía, el vello de su pecho contra mi mejilla… Es el
hombre que tanto quiero, el hombre guapísimo que duda de sí mismo y que he estado a punto de perder por
mi imprudencia. Siento dolor y vacío al pensarlo, pero estoy agradecida de que siga aquí, todavía aquí a pesar
de todo lo que ha pasado.
Todavía tiene que darme algunas explicaciones, pero ahora quiero disfrutar de esos brazos reconfortantes y
protectores con los que me rodea. Y en ese momento tomo conciencia de una cosa: cualquier explicación
tiene que salir de él. No puedo presionarle; tiene que querer decírmelo. No quiero ser la esposa pesada que
está siempre intentando sacarle información a su marido. Es agotador. Sé que me quiere. Sé que me quiere
más de lo que ha querido nunca a nadie, y por ahora eso es suficiente. Saberlo es liberador. Dejo de llorar y
me aparto un poco.
—¿Mejor? —me pregunta.
Asiento.
—Bien. Déjame verte —me dice, y durante un instante no sé a qué se refiere, pero veo que me coge la
mano y me examina el brazo sobre el que caí cuando Jack me golpeó. Tengo hematomas en el hombro y
arañazos en el codo y la muñeca. Me da un beso en todos ellos. Coge una esponja y el gel de la estantería y
de repente el dulce olor familiar del jazmín me llena la nariz.
—Vuélvete.
Muy lentamente me va lavando el brazo herido, después el cuello, los hombros, la espalda y el otro brazo.
Me gira hacia un lado y me recorre con sus dedos largos el costado. Hago una mueca de dolor cuando pasan
sobre el gran hematoma que tengo en la cadera. Los ojos de Christian se endurecen y frunce los labios. Su ira
es palpable y suelta el aire con los dientes apretados.
—No me duele —digo para tranquilizarle.
Sus ardientes ojos grises se encuentran con los míos.
—Quiero matarle. Y casi lo hago —susurra críptico. Frunzo el ceño y me estremezco ante su expresión
lúgubre. Echa más gel en la esponja y con una suavidad tierna y casi dolorosa me va lavando el costado, el
culo y después se arrodilla para bajar por las piernas. Se detiene para examinarme la rodilla y me roza el
hematoma con los labios antes de seguir lavándome las piernas y los pies. Extiendo la mano y le acaricio la
cabeza, pasándole los dedos entre el pelo húmedo. Se pone de pie y recorre con los dedos el borde del
hematoma de las costillas, donde Hyde me dio la patada—. Oh, nena —gruñe con la voz llena de angustia y
los ojos oscuros por la furia.
—Estoy bien. —Acerco su cara a la mía y le beso en los labios. Duda a la hora de responderme, pero
cuando mi lengua se encuentra con la suya, su cuerpo se revuelve contra el mío.
—No —susurra contra mis labios y se aparta—. Voy a lavarte para que quedes limpia.
Su expresión es seria. Maldita sea… Lo dice en serio. Hago un mohín y el ambiente entre nosotros se relaja
un instante. Me sonríe y me da un beso breve.
—Limpia —repite—. No sucia.
—Me gusta más sucia.
—A mí también, señora Grey. Pero ahora no, aquí no. —Coge el champú y antes de que pueda persuadirle
de otra cosa, empieza a lavarme el pelo.
También me gusta estar limpia, la verdad. Me siento fresca y revitalizada y no sé si es por la ducha, por el
llanto o por la decisión de dejar de agobiar a Christian. Él me envuelve en una toalla grande y se rodea la
cadera con otra mientras yo me seco el pelo con cuidado. Me duele la cabeza, pero es un dolor sordo y
persistente que se puede soportar. La doctora Singh me ha dado más analgésicos, pero me ha dicho que no
me los tome a no ser que sea absolutamente necesario.
Mientras me seco el pelo, pienso en Elizabeth.
—Sigo sin entender por qué Elizabeth estaba involucrada con Jack.
—Yo sí —murmura Christian con mal humor.
Eso es nuevo para mí. Le miro con el ceño fruncido, pero me distrae. Se está secando el pelo con una toalla
y tiene el pecho y los hombros todavía húmedos con gotas de agua que brillan bajo los halógenos. Para un
momento y me sonríe.
—¿Disfrutando de la vista?
—¿Cómo lo sabes? —le pregunto intentando ignorar que me ha pillado mirándole fijamente.
—¿Que te gusta la vista? —bromea.
—No —digo con el ceño fruncido—. Lo de Elizabeth.
—El detective Clark lo dejó caer.
Le miro con una expresión que dice «cuéntamelo». Vuelve a la superficie otro molesto recuerdo de cuando
estaba inconsciente. Clark estuvo en mi habitación. Ojalá me acordara de lo que dijo.
—Hyde tenía vídeos. Vídeos de todas, en varias memorias USB.
¿Qué? Frunzo tanto el ceño que empieza a tirarme la piel de la frente.
—Vídeos de él follando con ella y con todas sus ayudantes.
¡Oh!
—Exacto. Las chantajeaba con ese material. Y le gusta el sexo duro. —Christian frunce el ceño y veo que
por su cara cruza la confusión y después el asco. Palidece cuando ese asco se convierte en odio por sí mismo.
Claro… A Christian también le gusta el sexo duro.
—No. —La palabra sale de mi boca antes de que pueda detenerla.
Su ceño se hace más profundo.
—¿No qué? —Se queda parado y me mira con aprensión.
—Tú no te pareces en nada a él.
Los ojos de Christian se endurecen pero no dice nada, lo que me confirma que eso era exactamente lo que
estaba pensando.
—No eres como él —digo con voz firme.
—Estamos cortados por el mismo patrón.
—No, no es cierto —respondo, aunque entiendo por qué lo piensa.
Recuerdo la información que Christian nos contó cuando íbamos a Aspen en el avión: «Su padre murió en
una pelea en un bar. Su madre se ahogó en alcohol para olvidar. De pequeño no hizo más que entrar y salir
de casas de acogida… Y meterse en problemas. Sobre todo robos de coches. Pasó un tiempo en un centro de
menores».
—Los dos tenéis un pasado problemático y los dos nacisteis en Detroit, eso es todo, Christian. —Cierro las
manos para convertirlas en puños y las apoyo en las caderas.
—Ana, tu fe en mí es conmovedora teniendo en cuenta lo que ha pasado en los últimos días. Sabremos
más cuando venga Welch —dice para zanjar el tema.
—Christian…
Me detiene con un beso.
—Basta —me dice, y yo recuerdo que acabo de prometerme a mí misma que no le iba a presionar para que
me dé información—. Y no me hagas un mohín —añade—. Vamos. Deja que te seque el pelo.
Y sé que con eso el tema está zanjado.
Después de vestirme con pantalones de chándal y una camiseta, me siento entre las piernas de Christian
mientras me seca el pelo.
—¿Te dijo Clark algo más mientras yo estaba inconsciente?
—No que yo recuerde.
—Oí alguna de tus conversaciones.
Deja de cepillarme el pelo.
—¿Ah, sí? —me pregunta en un tono despreocupado.
—Sí, con mi padre, con tu padre, con el detective Clark… Y con tu madre.
—¿Y con Kate?
—¿Kate estuvo allí?
—Sí, brevemente. Está furiosa contigo.
Me giro en su regazo.
—Deja ya ese rollo de «todo el mundo está enfadado contigo, Ana», ¿vale?
—Solo te digo la verdad —responde Christian, divertido por mi arrebato.
—Sí, fue algo imprudente, pero ya lo sabes, tu hermana estaba en peligro.
Su expresión se vuelve seria.
—Sí, cierto. —Apaga el secador y lo deja en la cama a su lado. Me coge la barbilla—. Gracias —me dice
sorprendiéndome—. Pero ni una sola imprudencia más. La próxima vez te azotaré hasta que ya no lo puedas
soportar más.
Doy un respingo.
—¡No te atreverás!
—Sí me atreveré. —Está serio. Madre mía. Muy serio—. Y tengo el permiso de tu padrastro. —Sonríe
burlón. Está bromeando. ¿O no? Me lanzo contra él y él se gira, así que ambos caemos sobre la cama, yo
entre sus brazos. Cuando aterrizamos siento el dolor de las costillas y hago una mueca.
Christian se queda pálido.
—¡Haz el favor de comportarte! —me reprende y veo que por un momento está enfadado.
—Lo siento —murmuro acariciándole la mejilla.
Me acaricia la mano con la nariz y le da un beso suave.
—Ana, es que nunca te preocupas por tu propia seguridad. —Me levanta un poco el dobladillo de la
camiseta y coloca los dedos sobre mi vientre. Yo dejo de respirar—. Y ahora ya no se trata solo de ti —
susurra, y recorre con las yemas de los dedos la cintura de los pantalones del chándal, acariciándome la piel.
El deseo explota en mi sangre, inesperado, caliente y fuerte. Doy un respingo y Christian se pone tenso,
detiene el movimiento de sus dedos y me mira. Sube la mano y me coloca un mechón de pelo tras la oreja.
—No —susurra.
¿Qué?
—No me mires así. He visto los hematomas. Y la respuesta es no. —Su voz es firme y me da un beso en la
frente.
Me retuerzo.
—Christian —gimoteo.
—No. A la cama —me ordena y se sienta.
—¿A la cama?
—Necesitas descansar.
—Te necesito a ti.
Cierra los ojos y niega con la cabeza, como si le estuviera costando un gran esfuerzo. Cuando vuelve a
abrirlos, los ojos le brillan por la resolución.
—Haz lo que te he dicho, Ana.
Estoy tentada de quitarme la ropa, pero recuerdo los hematomas y sé que así no conseguiré convencerle.
Asiento a regañadientes.
—Vale —concedo, pero hago un mohín deliberadamente exagerado.
Él sonríe divertido.
—Te traeré algo de comer.
—¿Vas a cocinar tú? —No me lo puedo creer.
Se ríe.
—Voy a calentar algo. La señora Jones ha estado ocupada.
—Christian, yo lo haré. Estoy bien. Si tengo ganas de sexo, seguro que puedo cocinar… —Me siento con
dificultad, intentando ocultar el dolor que me provocan las costillas.
—¡A la cama! —Los ojos de Christian centellean y señala la almohada.
—Ven conmigo —susurro deseando llevar algo más seductor que pantalones de chándal y una camiseta.
—Ana, métete en la cama. Ahora.
Le miro con el ceño fruncido, me levanto y dejo caer al suelo los pantalones de una forma muy poco
ceremoniosa, sin dejar de mirarle todo el tiempo. Sus labios se curvan divertidos mientras aparta la colcha.
—Ya has oído a la doctora Singh. Ha dicho que descanses. —Su voz es más suave. Me meto en la cama y
cruzo los brazos, frustrada—. Quédate ahí —dice. Está disfrutando de esto, es evidente.
Yo frunzo el ceño aún más.
El estofado de pollo de la señora Jones es, sin duda, uno de mis platos favoritos. Christian come conmigo,
sentado con las piernas cruzadas en medio de la cama.
—Lo has calentado muy bien —le digo con una sonrisa burlona y él me la devuelve. Estoy llena y me está
entrando sueño. ¿Sería ese su plan?
—Pareces cansada. —Me recoge la bandeja.
—Lo estoy.
—Bien. Duerme. —Me da un beso—. Tengo que hacer unas cosas de trabajo. Las haré aquí, si no te
importa.
Asiento mientras libro una batalla perdida contra mis párpados. No tenía ni idea de que el estofado de pollo
podía ser tan agotador.
Está oscureciendo cuando me despierto. Una luz rosa pálido inunda la habitación. Christian está sentado en el
sillón mirándome, con los ojos grises iluminados por la luz. Tiene unos papeles en la mano y la cara
cenicienta.
¡Oh, Dios mío!
—¿Qué ocurre? —le pregunto sentándome bruscamente e ignorando la protesta de mis costillas.
—Welch acaba de irse.
Oh, mierda…
—¿Y?
—Yo viví con ese cabrón —susurra.
—¿Que viviste? ¿Con Jack?
Asiente con los ojos como platos.
—¿Estáis emparentados?
—No, Dios mío, no.
Me giro, aparto la colcha y le invito a venir a la cama a mi lado. Para mi sorpresa, no lo duda un segundo.
Se quita los zapatos y se mete en la cama junto a mí. Rodeándome con un brazo se acurruca y apoya la
cabeza en mi regazo. Estoy asombrada. ¿Qué es esto?
—No lo entiendo —murmuro acariciándole el pelo y mirándole. Christian cierra los ojos y arruga la frente,
como si se esforzara por recordar.
—Después de que me encontraran con la puta adicta al crack y antes de irme a vivir con Carrick y Grace,
estuve un tiempo bajo la custodia del estado de Michigan. Viví en una casa de acogida. Pero no recuerdo
nada de entonces.
La mente me va a mil por hora. ¿Una casa de acogida? Eso es nuevo para los dos.
—¿Cuánto tiempo? —le susurro.
—Dos meses o así. Yo no recuerdo nada.
—¿Has hablado con tu madre y con tu padre de ello?
—No.
—Tal vez deberías. Quizá ellos podrían ayudarte con esas lagunas.
Me abraza con fuerza.
—Mira. —Me pasa los papeles que tiene en la mano, que resultan ser dos fotografías. Estiro el brazo y
enciendo la lamparilla para poder examinarlas con detalle. La primera es de una casa bastante antigua con una
puerta principal amarilla y una gran ventana con un tejado a dos aguas. Tiene un porche y un pequeño patio
delantero. Es una casa sin nada especial.
La segunda foto es de una familia, a primera vista una familia normal de clase media: un hombre con su
esposa, diría yo, y sus hijos. Los dos adultos llevan unas vulgares camisetas azules que han soportado mucho
lavados. Deben de tener unos cuarenta y tantos. La mujer tiene el pelo rubio recogido y el hombre lleva el
pelo cortado a cepillo muy corto. Los dos sonríen cálidamente a la cámara. El hombre rodea con el brazo los
hombros de una niña adolescente con expresión hosca. Observo a los niños: dos chicos, gemelos idénticos, de
unos doce años, ambos con el pelo rubio y sonriendo ampliamente a la cámara. Hay otro niño más joven con
el pelo rubio rojizo, que frunce el ceño. Y detrás de él, un niño pequeño con el pelo cobrizo y los ojos grises
muy abiertos, asustado, vestido con ropa desigual y agarrando una mantita de niño sucia.
Joder.
—Eres tú —susurro y noto el corazón en la garganta. Sé que Christian tenía cuatro años cuando murió su
madre. Pero ese niño parece más pequeño. Debió de sufrir una malnutrición grave. Reprimo un sollozo y
noto que se me llenan los ojos de lágrimas. Oh, mi dulce Cincuenta…
Christian asiente.
—Sí, soy yo.
—¿Welch te ha traído estas fotos?
—Sí. Yo no me acuerdo de nada de eso. —Su voz suena átona y sin vida.
—¿Que no recuerdas haber estado con unos padres de acogida? ¿Y por qué ibas a recordarlo? Christian,
fue hace mucho tiempo. ¿Eso es lo que te preocupa?
—Recuerdo otras cosas, de antes y de después. Cuando conocí a mi madre y a mi padre. Pero eso… Es
como si hubiera un gran vacío.
Se me encoge el corazón cuando lo comprendo. Mi querido obseso del control necesita que todo esté en su
lugar y ahora acaba de darse cuenta de que le falta una pieza del puzle.
—¿Jack está en esta foto?
—Sí, es el niño mayor.
Christian tiene los ojos cerrados con fuerza y se agarra a mí como si fuera un salvavidas. Le paso los dedos
por el pelo mientras estudio al niño más grande, que mira a la cámara desafiante y arrogante. Sí, es Jack, le
reconozco. Pero solo es un niño, un niño triste de ocho o nueve años que intenta ocultar su miedo detrás de
esa hostilidad. Algo vuelve a mi mente.
—Cuando Jack me llamó para decirme que tenía a Mia, me dijo que si las cosas hubieran sido diferentes
podría haber sido él.
Christian cierra otra vez los ojos y se estremece.
—¡Ese cabrón!
—¿Crees que ha hecho todo esto porque los Grey te adoptaron a ti en vez de a él?
—¿Quién sabe? —El tono de Christian es amargo—. Ese hombre me importa una mierda.
—Tal vez sabía que tú y yo salíamos cuando fui a hacer la entrevista de trabajo. Quizá planeó seducirme
desde el principio.
Noto que la bilis se me sube a la garganta.
—No lo creo —susurra Christian ya con los ojos abiertos—. Las búsquedas que hizo sobre mi familia no
empezaron hasta más o menos una semana después de que empezaras a trabajar en Seattle Independent
Publishing. Barney sabe las fechas exactas. Y, Ana, se tiró a todas sus ayudantes. Y lo grabó. —Christian
cierra los ojos y me abraza más fuerte otra vez.
Reprimiendo el escalofrío que me recorre, intento recordar las conversaciones que tuve con Hyde cuando
empecé en Seattle Independent Publishing. Desde el principio supe que ese hombre no era trigo limpio, pero
ignoré mis instintos. Christian tiene razón; no tengo ninguna consideración por mi propia seguridad.
Recuerdo la pelea que tuvimos cuando le dije que me iba a Nueva York con Jack. Madre mía… Podría haber
acabado en alguna sórdida cinta de contenido sexual. Solo pensarlo me dan náuseas. Y en ese momento
recuerdo las fotos que Christian guardaba de sus sumisas.
Oh, mierda. «Estamos cortados por el mismo patrón.» No, Christian, tú no, no te pareces en nada a él.
Sigue enroscado a mi lado como un niño.
—Christian, creo que deberías hablar con tu madre y con tu padre. —No quiero moverle, así que me
muevo yo y me voy metiendo más en la cama hasta que mis ojos quedan a la altura de los suyos.
Una mirada gris perpleja se encuentra con la mía y me recuerda al niño de la foto.
—Deja que les llame —susurro. Él niega con la cabeza—. Por favor —le suplico.
Christian me mira con los ojos llenos de dolor y de dudas mientras reflexiona sobre lo que le digo. ¡Oh,
Christian, por favor!
—Yo les llamaré —dice al fin.
—Bien. Podemos ir a verles juntos o puedes ir tú solo, como prefieras.
—No, que vengan aquí.
—¿Por qué?
—No quiero que tú vayas a ninguna parte.
—Christian, creo que podré soportar un viaje en coche.
—No. —Su voz es firme, pero me dedica una sonrisa irónica—. De todas formas es sábado por la noche;
seguro que están en alguna función.
—Llámales. Estas noticias te han alterado. Tal vez ellos puedan arrojar algo de luz sobre el tema. —Miro el
reloj despertador. Son casi las siete de la tarde. Me observa impasible durante un momento.
—Vale —dice como si acabara de proponerle un desafío. Se sienta y coge el teléfono que hay en la mesita.
Le rodeo con un brazo y apoyo la cabeza en su pecho mientras hace la llamada.
—¿Papá? —Noto su sorpresa cuando Carrick coge el teléfono—. Ana está bien. Estamos en casa. Welch
acaba de irse. Ha encontrado la conexión… Es la casa de acogida en Detroit… Yo no me acuerdo de nada de
eso. —La voz de Christian es apenas audible cuando dice esa última frase. Se me vuelve a encoger el
corazón. Le abrazo y él me aprieta un poco el hombro.
—Sí… ¿Lo haríais?… Genial. —Cuelga—. Vienen para acá. —Suena sorprendido y me doy cuenta de
que probablemente nunca antes ha pedido ayuda.
—Bien. Debería vestirme.
El brazo de Christian se aprieta a mi alrededor.
—No te vayas.
—Vale.
Me acurruco a su lado otra vez, sorprendida por el hecho de que acaba de contarme muchas cosas sobre
él… Y de una forma completamente voluntaria.
Estamos de pie en el umbral del salón. Grace me abraza con cuidado.
—Ana, Ana, querida Ana —susurra—. Has salvado a dos de mis hijos. ¿Cómo voy a poder darte las
gracias?
Me ruborizo, conmovida y avergonzada por igual por sus palabras. Carrick me abraza también y me da un
beso en la frente.
Después me abraza Mia, aplastándome las costillas. Hago un gesto de dolor y doy un respingo, pero ella
no se da cuenta.
—Gracias por salvarme de esos dos desgraciados.
Christian la mira frunciendo el ceño.
—¡Mia! ¡Cuidado! Le duele…
—¡Oh! Lo siento.
—Estoy bien —murmuro, aliviada de que me haya soltado.
Parece estar bien. Va impecablemente vestida con unos vaqueros negros ajustados y una blusa de volantes
rosa pálido. Me alegro de llevar un cómodo vestido atado a la cintura y unos zapatos planos. Al menos estoy
razonablemente presentable.
Corre hasta Christian y le rodea la cintura con los brazos.
Sin decir nada, Christian le pasa la foto a Grace. Ella da un respingo y se lleva la mano a la boca para
contener la emoción porque reconoce instantáneamente a Christian. Carrick le rodea los hombros con el brazo
mientras él también mira la foto.
—Oh, cariño… —Grace le acaricia la mejilla a Christian.
Aparece Taylor.
—¿Señor Grey? Su hermano, la señorita Kavanagh y el hermano de la señorita Kavanagh están subiendo,
señor.
Christian frunce el ceño.
—Gracias, Taylor —murmura desconcertado.
—Yo llamé a Elliot y le dije que veníamos. —Mia sonríe—. Es una fiesta de bienvenida.
Miro compasiva a mi pobre marido mientras Grace y Carrick le lanzan una mirada a Mia, irritados.
—Será mejor que preparemos algo de comer —declaro—. Mia, ¿me ayudas?
—Oh, claro, encantada.
La llevo hacia la zona de la cocina y Christian se lleva a sus padres al estudio.
A Kate está a punto de darle una apoplejía por culpa de su justa indignación. Su furia está dirigida en parte a
mí y a Christian, pero sobre todo a Jack y Elizabeth.
—Pero ¿en qué estabas pensando, Ana? —me grita cuando se enfrenta a mí en la cocina, lo que provoca
que todos los ojos se giren hacia nosotras y se nos queden mirando.
—Kate, por favor. ¡Ya me ha echado todo el mundo el mismo sermón! —replico. Ella me mira fijamente y
por un momento creo que me va a someter a la charla de cómo no sucumbir a las demandas de los
secuestradores de Katherine Kavanagh, pero solo se cruza de brazos.
—Dios mío… A veces no utilizas ese cerebro con el que naciste, Steele —me susurra. Me da un beso en la
mejilla y veo que tiene los ojos llenos de lágrimas. ¡Oh, Kate!—. He estado tan preocupada por ti.
—No llores o empezaré yo también.
Ella se aparta y se enjuga las lágrimas, avergonzada. Después respira hondo y recupera la compostura.
—Hablando de algo más positivo, ya hemos decidido una fecha para nuestra boda. Hemos pensado en el
próximo mayo. Y claro, quiero que seas mi dama de honor.
—Oh… Kate… Uau. ¡Felicidades!
Vaya… Pequeño Bip… ¡Junior!
—¿Qué pasa? —pregunta malinterpretando mi gesto de alarma.
—Mmm… Es solo que me alegro tanto por ti… Buenas noticias para variar. —La rodeo con los brazos y
la atraigo hacia mí para abrazarla. Mierda, mierda, mierda. ¿Cuándo llegará Bip? Calculo mentalmente
cuándo debería salir de cuentas. La doctora Greene me ha dicho que en cuatro o cinco semanas, así que…
¿algún día de mayo? Mierda.
Elliot me pasa una copa de champán.
Oh, mierda.
Christian sale del estudio con la cara cenicienta y sigue a sus padres hasta el salón. Abre mucho los ojos
cuando ve la copa en mi mano.
—Kate —la saluda fríamente.
—Christian. —Ella es igual de fría. Suspiro.
—Señora Grey, está tomando medicamentos —dice mirando la copa que tengo en la mano.
Entorno los ojos. Maldita sea. Quiero una copa. Grace sonríe y viene a la cocina conmigo, cogiendo una
copa de manos de Elliot al pasar.
—Un sorbito no le va a hacer daño —susurra guiñándome el ojo con complicidad y levantando la copa
para brindar conmigo. Christian nos mira a las dos con el ceño fruncido hasta que Elliot le distrae con las
últimas noticias sobre el partido entre los Mariners y los Rangers.
Carrick se une a nosotras y nos rodea con el brazo a ambas. Grace le da un beso en la mejilla antes de ir a
sentarse con Mia en el sofá.
—¿Qué tal está? —le pregunto a Carrick en un susurro cuando él y yo nos quedamos solos de pie en la
cocina, observando a la familia acomodarse en los sofás. Advierto con sorpresa que Mia y Ethan están
cogidos de la mano.
—Impresionado —contesta Carrick, arrugando la frente y con cara seria—. Recuerda tantas cosas de su
vida con su madre biológica… Ojalá no recordara tantas. Pero eso… —Se detiene—. Espero que hayamos
podido ayudarle. Me alegro de que nos llamara. Ha dicho que ha sido sugerencia tuya. —La mirada de
Carrick se suaviza. Me encojo de hombros y tomo un breve sorbo de champán—. Eres muy buena para él.
Normalmente no escucha a nadie.
Frunzo el ceño. No creo que eso sea cierto. El espectro de la bruja aparece inoportunamente y su sombra es
alargada en mi mente. Y sé que Christian habla con Grace, también. Le he oído. Vuelvo a sentir frustración al
intentar recordar su conversación en el hospital, que sigue escapándose entre mis dedos cuando intento
agarrarla.
—Vamos a sentarnos, Ana. Pareces cansada. Estoy seguro de que no esperabas que apareciéramos todos
aquí esta noche.
—Me alegro de veros a todos. —Sonrío. Es cierto, me alegro. Soy una hija única que se ha casado con una
familia grande y gregaria, y eso me encanta. Me acurruco al lado de Christian.
—Un sorbo —me dice entre dientes, y me quita la copa de la mano.
—Sí, señor. —Aleteo las pestañas y eso le desarma completamente. Me rodea los hombros con el brazo y
vuelve a su conversación sobre béisbol con Elliot y Ethan.
—Mis padres creen que eres milagrosa —me dice Christian mientras se quita la camiseta.
Estoy hecha un ovillo en la cama, disfrutando del espectáculo.
—Por lo menos tú sabes que no es verdad. —Río entre dientes.
—Oh, yo no sé nada. —Se quita los vaqueros.
—¿Han podido ayudarte a rellenar las lagunas?
—Algunas. Viví con los Collier durante dos meses mientras mi madre y mi padre esperaban el papeleo. Ya
les habían aprobado para la adopción gracias a Elliot, pero la ley obliga a esperar para asegurarse de que no
hay ningún pariente vivo que quiera reclamar la custodia.
—¿Y cómo te hace sentir eso? —le susurro.
Frunce el ceño.
—¿No tener parientes vivos? Me importa una mierda. Si se parecían a la puta adicta al crack… —Niega
con la cabeza con asco.
¡Oh, Christian! Eras un niño y querías a tu madre.
Se pone el pantalón del pijama, se mete en la cama y me atrae hacia sus brazos.
—Empiezo a recordar. Recuerdo la comida. La señora Collier cocinaba bien. Y al menos ahora sabemos
por qué ese cabrón estaba tan obsesionado con mi familia. —Se pasa la mano libre por el pelo—. ¡Joder! —
exclama y se gira de repente para mirarme.
—¿Qué?
—¡Ahora tiene sentido! —Tiene la mirada llena de comprensión.
—¿Qué?
—Pajarillo. La señora Collier solía llamarme «pajarillo».
Frunzo el ceño.
—¿Y eso tiene sentido?
—La nota —me dice mirándome—. La nota de rescate que tenía ese cabrón de Hyde. Decía algo así
como: «¿Sabes quién soy? Porque yo sé quién eres, pajarillo».
Para mí no tiene ningún sentido.
—Es de un libro infantil. Dios mío. Los Collier lo tenían. Se llamaba… ¿Eres tú mi mamá? Mierda. —
Abre mucho los ojos—. Me encantaba ese libro.
Oh. Conozco ese libro. Se me encoje el corazón. ¡Cincuenta!
—La señora Collier me lo leía.
No sé qué decir.
—Dios mío. Lo sabía… Ese cabrón lo sabía.
—¿Se lo vas a decir a la policía?
—Sí, se lo diré. Aunque solo Dios sabe lo que va a hacer Clark con esa información. —Christian sacude la
cabeza como si intentara aclarar sus pensamientos—. De todas formas, gracias por lo de esta noche.
Uau, cambio de marcha.
—¿Por qué?
—Por reunir a mi familia en un abrir y cerrar de ojos.
—No me des las gracias a mí, dáselas a Mia. Y a la señora Jones, por tener siempre llena la despensa.
Niega con la cabeza como si estuviera irritado. ¿Conmigo? ¿Por qué?
—¿Qué tal se siente, señora Grey?
—Bien. ¿Y tú?
—Estoy bien. —Frunce el ceño porque no comprende mi preocupación.
Oh, en ese caso… Le rozo el estómago con los dedos y sigo por el vello que baja desde su ombligo.
Ríe y me agarra la mano.
—Oh, no. Ni se te ocurra.
Hago un mohín y él suspira.
—Ana, Ana, Ana, ¿qué voy a hacer contigo? —Me da un beso en el pelo.
—A mí se me ocurren unas cuantas cosas.
Me retuerzo a su lado y hago una mueca cuando el dolor de mis costillas se expande por todo mi torso.
—Nena, has pasado por muchas cosas. Además, te voy a contar un cuento para dormir.
¿Ah, sí?
—Querías saberlo… —Deja la frase sin terminar, cierra los ojos y traga saliva.
Se me pone de punta todo el vello del cuerpo. Mierda.
Empieza a contar con voz suave.
—Imagínate esto. Un chico adolescente que quiere ganarse un dinerillo para poder continuar con una
afición secreta: la bebida. —Se gira hacia un lado para que quedemos el uno frente al otro y me mira a los
ojos—. Estaba en el patio de los Lincoln, limpiando los escombros y la basura tras la ampliación que el señor
Lincoln acababa de hacerle a su casa…

Oh, madre mía… Me lo va a contar.

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