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CAPÍTULO 4
Al día siguiente vuelvo a casa andando del trabajo. Me desvío un
par de
veces para pasar por
mis sitios favoritos. Como siempre, se agradece la diversión, pero
cuando
paro en un puesto
ambulante a comprar una botella de agua, la foto en la portada de
un
periódico me catapulta a
la casilla de salida. La entrevista fue hace semanas, ¿por qué han
tenido
que publicarla
precisamente ahora? Se me acelera el pulso sólo con mirar la
fotografía de
ese hombre tan
atractivo, y la sangre me retumba en los oídos al leer el titular:
EL SOLTERO MÁS CODICIADO DE LONDRES ABRE EL CLUB MÁS
EXCLUSIVO DE LA CIUDAD.
Cojo el periódico y me quedo mirando la entrevista. Me asaltan
recuerdos
de momentos
felices, cuando admitió lo que sentía por mí, cuando dejó de huir
de sus
sentimientos. Le dijo
a aquella periodista descarada que el titular que tenía en mente
ya no era el
adecuado. Seguro
que saltó de alegría al descubrir que Miller Hart vuelve a estar
soltero.
Duele demasiado, y si
leyera la entrevista seguro que aún sería peor, así que me obligo
a dejar el
periódico en su sitio
y me olvido de coger la botella de agua que acabo de comprar.
Está en todas partes. Me quedo mirando al suelo, pensando hacia
dónde
debo ir. Estoy tan
aturdida que cruzo la calle sin mirar y recibo un bocinazo de un
coche que
casi me atropella.
Ni siquiera salto para esquivarlo. Aunque me pasara por encima, no
sentiría nada.
Se detiene a unos pocos metros de mí. No me suena el Lexus, pero
sí la
matrícula. Dos
letras. Sólo dos letras.
W. A.
Se abre la puerta del conductor y sale un hombre al que no conozco
que se
quita la gorra
para saludarme antes de abrir la puerta trasera, sostenerla e
indicarme que
suba al coche. Sería
una tontería negarme. Me encontrará por mucho que me esconda, así
que
obedezco. Mantengo
la cabeza gacha y trato de contener las lágrimas. No necesito
comprobar si
hay alguien en el
vehículo. Porque así es. He sentido el poder que emana de él
incluso antes
de subir. Ahora que
lo tengo al lado, es embriagador.
—Hola, Olivia. —La voz de William es tal y como la recordaba:
suave,
reconfortante.
Sigo con la cabeza baja. No estoy preparada para esto.
—Al menos podrías tener la deferencia de mirarme a la cara y
saludarme
esta vez. Aquella
noche en el hotel parecías tener mucha prisa.
Me vuelvo lentamente y asimilo todo el refinamiento de William
Anderson, mientras
refresco los recuerdos distantes que he almacenado en lo más
remoto de mi
memoria durante
años y años.
—¿Qué mosca os ha picado a los de tu clase con los modales?
—pregunto
cortante
mientras sostengo la mirada de sus brillantes ojos grises. Parece
que
todavía brillan más que
antes, la mata de pelo gris los convierte en metal líquido.
Sonríe y se acerca. Coge mi diminuta mano entre las suyas.
—Habría sido toda una decepción no recibir una coz.
Sus manos son tan reconfortantes como su hermoso rostro. No quiero
que
lo sean, pero lo
son.
—Sabes que detesto decepcionarte, William —suspiro.
El conductor cierra la puerta y se apresura a sentarse tras el
volante.
Arranca el coche.
—¿Adónde me llevas?
—A cenar, Olivia. Parece que tenemos mucho de lo que hablar.
Se lleva mi mano a los labios y me besa los nudillos. Luego la
deposita en
mi regazo.
—El parecido es increíble —dice en voz baja.
—Calla —mascullo mirando por la ventana—. Si es de eso de lo que
quieres hablar, no me
queda más remedio que rechazar tu invitación.
—Ojalá ése fuera el único tema de conversación —responde muy
serio—.
Pero cierto
caballero, joven y rico, encabeza la lista.
Cierro los ojos despacio y, si fuera posible, cerraría también las
orejas. No
quiero oír lo
que William tiene que decirme.
—Tu preocupación es del todo innecesaria —replico.
—Eso lo decidiré yo. No voy a quedarme de brazos cruzados mientras
te
arrastran a un
mundo al que no perteneces. Me costó mucho alejarte de él, Olivia.
—Me
acaricia la mejilla
con los nudillos y me observa con atención—. No lo permitiré.
—No tiene nada que ver contigo.
Estoy harta de que todo el mundo crea que sabe lo que me conviene.
«Yo
soy la dueña de
mi destino», me digo como una idiota. En cuanto el vehículo se
detiene en
un semáforo en rojo
intento abrir la puerta para echar a correr, pero no llego muy
lejos. La
puerta no se abre, y
William me coge del brazo con fuerza.
—No vas a escapar del coche, Olivia —afirma con rotundidad
mientras el
Lexus se aleja
del semáforo—. No estoy de humor para tus rebeldías esta noche.
Eres
exactamente igual que
tu madre.
Doy un tirón para recuperar mi brazo y me hundo en el mullido
asiento de
cuero.
—No la menciones, por favor.
—¿Sigues odiándola con la misma intensidad?
Miro con frialdad al antiguo chulo de mi madre.
—Y ¿qué esperabas? Prefirió meterse en tu turbio mundo a estar con
su
hija.
—Tú estás a punto de meterte en un mundo mucho más turbio —afirma.
Cierro la boca y el corazón me late el doble de rápido.
—No voy a meterme en ninguna parte —susurro—. No voy a volver a
verlo.
Me sonríe afectuosamente y niega con la cabeza.
—¿A quién intentas convencer? —me pregunta, y con razón. En mis
palabras no había el
menor rastro de convicción—. Quiero ayudarte, Olivia.
—No necesito tu ayuda.
—Te aseguro que sí. Mucho más que hace siete años —dice tajante,
casi
con frialdad.
Me ha dejado helada. Recuerdo el mundo turbio de William. Es
imposible
que ahora
necesite su ayuda más que entonces.
Se aleja de mí, saca su móvil del bolsillo interior de la
chaqueta, marca un
número y se lo
acerca a la oreja.
—Cancela todos mis compromisos para esta noche —ordena.
Luego cuelga y vuelve a meterse el teléfono en la chaqueta. No me
mira
durante el resto
del trayecto y me pregunto qué pasará en la cena. Sé que voy a oír
cosas
que no quiero oír, y
también sé que no puedo hacer nada para evitarlo.
El chófer detiene el Lexus frente a un pequeño restaurante y me
abre la
puerta. William
asiente, me dice que me baje sin palabras y yo obedezco sin
chistar. Sé que
protestar no
conduciría a nada. Le sonrío al conductor y espero a que William
se reúna
conmigo en la
acera. Se abotona la chaqueta, lleva la mano a mi cintura y me
conduce
hacia adelante. Se
abren las puertas del restaurante y William saluda prácticamente a
todos
aquellos con quienes
nos cruzamos. Los comensales y el personal sienten el aura de su
presencia. Asiente y sonríe
hasta que nos acompañan a una mesa reservada al fondo, lejos de
las
miradas y los oídos
curiosos. Un elegante camarero me entrega la carta de vinos,
sonrío para
darle las gracias y
tomo asiento.
—Agua para la señorita —ordena William—, y lo de siempre para mí.
Ni lo pide por favor ni da las gracias.
—Te recomiendo el risotto —dice entonces sonriéndome
desde el otro
lado de la mesa.
—No tengo hambre.
Tengo un millón de nudos en el estómago, por los nervios y por la
rabia.
Soy incapaz de
comer.
—Estás en los huesos, Olivia. Por favor, concédeme la satisfacción
de
verte tomar una
comida en condiciones.
—Mi abuela ya se encarga de recordarme que tengo que comer. No
necesito que me lo
recuerdes tú también.
Dejo la carta en la mesa y cojo la copa de agua que acaban de
servirme.
—¿Cómo está la increíble Josephine? —pregunta aceptando la copa de
líquido oscuro que
le ofrece el camarero.
No era tan increíble cuando William me envió de vuelta con ella. Recuerdo
que habló de
mi abuela un par de veces durante mi escapada, pero por aquel
entonces yo
estaba ciega,
demasiado obsesionada como para interesarme por los detalles de su
relación con ella.
—¿La conoces? —pregunto.
Me muero de curiosidad otra vez. Cómo odio ser tan curiosa.
Se echa a reír y es un sonido muy agradable, suave y ligero.
—Jamás la olvidaré. Era el primero al que llamaba siempre que
Gracie
desaparecía.
Se me llena la boca de bilis al escuchar el nombre de mi madre,
pero oírlo
hablar de mi
abuela me hace sonreír para mis adentros. Es valiente, nada ni
nadie la
intimida, y sé que
William no era una excepción. El tono con el que habla de ella me
lo
confirma.
—Está bien —contesto.
—¿Los sigue teniendo bien puestos? —pregunta con una sonrisa en los
labios.
—Más que nunca. Aunque no estaba en su mejor momento cuando me
llevaste de vuelta a
casa aquella noche, hace siete años.
—Lo sé —asiente comprensivo—. Te necesitaba.
Los remordimientos no me dejan respirar y me desmorono por dentro.
Ojalá pudiera
cambiar el modo en que reaccioné al descubrir el diario de mi
madre y el
dolor de mi abuela.
—Lo superamos —añado—. Sigue teniendo muchas agallas.
Sonríe. Es una sonrisa de afecto.
—Nunca nadie me ha hecho cagarme en los pantalones, Olivia,
excepto tu
abuela.
No puedo ni imaginarme a William cagándose en los pantalones.
—Aunque en el fondo sabía que yo tampoco era capaz de controlar a
tu
madre, no más que
ella o que tu abuelo.
William se relaja en su silla y pide dos risottos en cuanto aparece de nuevo
el camarero.
—¿Por qué? —pregunto en cuanto éste se esfuma. Debería habérselo
preguntado hace
años. Hay muchas cosas que debería haberle preguntado entonces.
—¿A qué te refieres?
—¿Por qué mi madre actuaba de ese modo? ¿Por qué nadie podía
controlarla?
William se revuelve en su asiento, está claro que la pregunta lo
incomoda.
Sus ojos grises
evitan los míos.
—Lo intenté, Olivia.
Frunzo el ceño. Se me hace raro que un hombre tan prolífico esté
tan
incómodo.
—¿El qué?
Suspira y apoya los codos en la mesa.
—Debería haberla enviado lejos mucho antes, como hice contigo en
cuanto
descubrí quién
eras.
—¿Por qué?
—Porque estaba enamorada de mí.
Observa mi reacción, pero no creo que vea nada porque me ha dejado
en
blanco. ¿Mi
madre estaba enamorada de su chulo? Entonces ¿por qué se acostaba
con
toda la ciudad?
Porque... Un pensamiento cobra forma rápidamente y pone fin a mis
preguntas silenciosas.
—Tú no la amabas —susurro.
—La amaba con locura, Olivia.
—Entonces ¿por qué...? —Me dejo caer contra el respaldo—. Te
estaba
castigando.
—A diario —suspira—. Todos los días.
Eso no me lo esperaba. Estoy hecha un lío.
—Si os amabais, ¿cómo es que no estabais juntos?
—Quería cosas de mí que yo no podía darle.
—Que no querías darle.
—No, que no podía darle. Tenía responsabilidades, Olivia. No podía
abandonar a mis
chicas y dejarlas caer en las garras de algún cabrón amoral.
—Así que abandonaste a mi madre.
—Y la dejé caer en las garras de un cabrón amoral.
Trago saliva. Mis ojos miran a todas partes bajo la luz suave del
restaurante, intentando
comprender lo que me ha dicho.
—Tú lo sabías. Allí estaba yo, buscando respuestas, y ¿resulta que
tú las
tenías desde el
principio?
Aprieta los labios y dilata las fosas nasales.
—Eras muy joven, no te hacía falta conocer todos los detalles
sórdidos.
—¿Cómo pudiste dejarla marchar así?
—La mantuve cerca durante años, Olivia. Fue desastroso dejarla
suelta en
mi mundo. Me
mantuve al margen y vi cómo ahogaba a los hombres con su belleza y
su
espíritu indómito.
Los vi perderse por ella. Me partía el corazón a diario y ella lo
sabía. No
podía soportarlo más.
—Así que la desterraste.
—Y a diario desearía no haberlo hecho.
Me trago el nudo que se me ha formado en la garganta. Es posible
que lo
que William
acaba de contarme sea otra pieza más del rompecabezas, pero sigue
habiendo un agujero
enorme en mi corazón. Con o sin la tortuosa historia de amor, la
realidad
es que ella abandonó
a su hija. Nada de lo que William me diga lo justifica. Miro al
hombre
maduro y apuesto al
que mi madre amaba y, aunque suene a locura, puedo entenderlo.
Aunque
la verdadera locura
es que fui a buscarla, que intenté comprenderla. Cogí su diario y
localicé a
los hombres sobre
los que había escrito, desesperada por comprender qué le resultaba
tan
fascinante. Lo único
que encontré fue consuelo en su chulo. El poco tiempo que estuve
con
William a los diecisiete
años me bastó para ver a un hombre compasivo que se preocupaba por
los
demás. Le cogí
cariño enseguida, y sé que yo le importaba. Era muy guapo, pero no
había
deseo ni atracción
física, aunque no puedo negar que en cierto modo lo quería.
—¿Cómo es que no supiste quién era? —pregunto. Sobreviví una
semana
sin que William
me descubriera. Recuerdo su cara, lo enfadado que estaba. Sé que
me
parezco tanto a mi
madre que asusta, ¿cómo es que no me reconoció?
Respira hondo, casi con frustración.
—Para cuando tú apareciste, yo llevaba quince años sin ver a
Gracie. El
parecido era tan
asombroso que no me dejaba pensar con claridad, y no me paré a
contemplar la posibilidad de
que fueras su hija. Luego lo pensé pero no me cuadraba. —Arquea
las
cejas, acusándome—.
Ni por el nombre ni por la edad.
Desvío la mirada avergonzada. Es humillante y perturbador. Hay
cosas que
es mejor no
desenterrar, y mi madre es una de ellas.
—Gracias —susurro con un hilo de voz cuando llega el risotto.
William deja que el camarero monte todo el ceremonial unos
instantes
antes de
despacharlo con un gesto.
—¿Por?
—Por haberme enviado de vuelta con la abuela. —Lo miro y me coge
la
mano—. Por
haberme ayudado y por no haberle contado nada.
Ése fue el truco. William amenazó con visitar a mi abuela. Nada me
daba
más miedo en el
mundo porque, como poco, la habría matado del susto. En aquel
momento
la pobre lo estaba
pasando fatal. Por lo que ella sabe, me escapé para huir de la
dura realidad
que me había
descubierto el diario de mi madre. No podía hacerla sufrir aún
más. No
después de todo lo que
había pasado, primero con su hija, luego con la pérdida del
abuelo.
—Pero leí su diario. —Las palabras se me escapan en un momento de
confusión—. Así fue
cómo te encontré.
—¿Un pequeño cuaderno negro? —pregunta con un toque de
resentimiento.
—Sí. —Casi me emociono al ver que sabe de qué le hablo—. ¿Conocías
su
existencia?
—Por supuesto que sí. —Tiene la mandíbula tensa, y me hundo aún
más en
mi silla—.
Tuvo la amabilidad de dejarlo una vez sobre mi mesa para que lo
leyera
antes de dormir.
—Ah... —Cojo el tenedor y empiezo a hurgar en el arroz, que no me
apetece nada.
Cualquier cosa con tal de escapar de la tremenda amargura que
emana de
William.
—Tu madre podía ser muy cruel, Olivia.
Asiento. De repente veo muy claro por qué escribió aquel diario.
Le
gustaba escribir todos
aquellos pasajes describiendo un sinfín de encuentros con un
sinfín de
hombres con todo lujo
de detalles. No era porque le gustara lo que hacía. O puede que
sí, ¿quién
sabe? Pero lo
escribió para torturar a William. Le gustaba saber el daño y la
rabia que
provocaba al hombre
al que amaba.
—De todos modos... —suspira—, es agua pasada.
Menudo insulto.
—¡Puede que para ti lo sea! —le espeto—. ¡En cambio, para mí, el
hecho
de que me
abandonara sigue siendo un misterio con el que tengo que vivir
todos los
días!
—No te tortures, Olivia.
—¡Pues lo hago!
Me ofende que se tome mi abandono tan a la ligera. Intentar
convencerme
de que el hecho
de que me hubiese abandonado no tenía importancia fue mucho más
fácil
que hacer frente a la
dura realidad. Una historia de amor atormentado no mejora las
cosas ni me
ayuda a
comprender nada.
—Tranquilízate. —William se inclina sobre la mesa y me acaricia la
mano
para
consolarme, pero la retiro. Hay muchas cosas de mi vida que me
enfurecen,
y siento que todo
escapa a mi control.
—¡Estoy tranquila! —grito, y él se apoya entonces en el respaldo
de su
silla con una
mirada de desaprobación en su apuesto semblante—. Estoy tranquila.
Vuelvo a hurgar en mi risotto.
—¿Crees que está viva?
El hombre que hay sentado a la mesa frente a mí deja escapar un
tremendo
suspiro cargado
de dolor.
—Yo... —Se revuelve en su silla y desvía la mirada—. Yo...
—Dímelo —le ruego con calma, preguntándome por qué me importa
tanto.
Sea como sea,
para mí está muerta.
—No lo sé. —Coge el tenedor y lo hunde en el plato—. Gracie tenía
el don
de volverme
loco de frustración y deseo, y es posible que haya hecho
enloquecer a
alguien lo suficiente
como para que la estrangule, créeme.
Deja el tenedor sobre la mesa. La conversación le ha quitado el
hambre. Yo
hago lo
mismo.
—Parece que era una buena pieza. —Lo digo porque no se me ocurre
qué
otra cosa puedo
decir.
—No tienes ni idea —suspira él, casi sonriente, igual que si
estuviera
recordándola—.
Pero centrémonos en el presente.
Borra de la mente los recuerdos y se pone muy serio, como si
estuviera en
una reunión de
negocios. Imagino que así era como trataba a mi madre. Basta con
hablar
de ella para que este
hombre duro y poderoso se torne vulnerable.
—Miller Hart —dice entonces.
—¿Qué pasa con él? —Levanto la barbilla altiva, como si no tuviera
importancia.
—¿De qué lo conoces?
—¿Y tú de qué lo conoces?
Tras la vaga explicación de Miller todavía siento más curiosidad
que antes.
Tantas
advertencias, tanta preocupación... ¿A santo de qué?
—Es una ruina de hombre.
—Eso no responde a mi pregunta.
William se acerca y yo retrocedo recelosa.
—Ese hombre vive en la oscuridad, Olivia. Mucho más que yo. Juega
con
el diablo.
Trago saliva con fuerza y el dolor me atraviesa el corazón. No
consigo
pronunciar palabra
y, aunque quisiera hacerlo, no creo que pudiera mover mi lengua de
trapo.
—Sé lo que hace y cómo lo hace —continúa William—. Por algo es el
chico de compañía
más famoso de Londres, Olivia. Me costó mucho mantenerte lejos de
mi
mundo; no voy a
permitir que caigas a ciegas en las tinieblas de Miller Hart.
Llevo
muchísimo tiempo en este
negocio. Se me escapan pocas cosas, si es que lo hace alguna. Y si
algo sé
con certeza... —Se
interrumpe un instante y se crea un incómodo silencio entre ambos—
es
que te destrozará.
Parpadeo ante la seguridad de su sentencia. Me muero por contarle
que
Miller se ha
desvivido por mí, que con él sólo he conocido ternura... Salvo por
aquella
noche en el hotel. La
noche en la que William me encontró huyendo del lugar en el que
Miller
me había maniatado
al poste de la cama y me había tratado como a una de sus clientas.
No sé
qué fue peor: si la
frialdad impasible que me demostró o el modo en que sus hábiles
dedos y
su lengua experta
me torturaron con exquisitez hasta que me hicieron correrme.
—Gracias por avisarme —digo. Son las únicas palabras que consiguen
atravesar mi dolor.
—Sin duda eres hija de tu madre, Olivia.
—¡No digas eso! —grito. William retrocede en su asiento pero no
contraataca. Se limita a
beber un sorbo de su copa y a esperar a que me tranquilice—. No me
parezco en nada a mi
madre. Ella abandonó a su hija por un hombre que no la quería.
Se inclina hacia adelante con los ojos grises centelleantes.
—Era imposible que Gracie Taylor y yo mantuviésemos una relación.
No
pienses ni por un
instante que no intenté hacer lo que era mejor para ella. O para
ti.
Ver a William enfadado es tan poco habitual que me ha pillado
desprevenida. Nunca lo
había visto perder la compostura.
Bebe otro sorbo de su copa antes de continuar:
—E igual de imposible que una relación entre Miller Hart y tú.
—Lo sé —suspiro. Las dichosas lágrimas se acumulan en mis
párpados—.
Eso ya lo sé.
—Me alegro, pero el hecho de saber que una cosa es mala no nos
impide
seguir
deseándola, ir a por ella. Yo no le convenía a Gracie, y aun así
no se daba
por vencida.
—¿Quieres dejar de compararme con mi madre, William, por favor? —
Niego con la
cabeza; no estoy preparada para escuchar la cruda realidad por más
tiempo
—. Debería volver
a casa. La abuela estará preocupada.
—Llámala —dice él señalando mi bolso—. Estoy disfrutando con tu
compañía y aún no
hemos pedido ni postre ni café.
—Tengo el móvil estropeado. —Es la excusa perfecta para escaparme.
Me
pongo de pie,
recojo mi mochila del suelo—. Gracias por la cena.
—No veo ni rastro de gratitud en tu tono, Olivia. ¿Cómo voy a
contactar
contigo?
Esa pregunta me preocupa.
—¿Por qué ibas a querer contactar conmigo?
—Para asegurarme de que estás a salvo.
—¿De qué?
—De Miller Hart.
Pongo los ojos en blanco y se me olvida con quién estoy hablando.
—He sobrevivido hasta ahora sin tu supervisión, William. Estaré
bien.
Doy media vuelta y echo a andar, rezando para no volver a verlo.
La cena
ha sido toda una
revelación, pero no ha hecho más que remover el dolor del pasado
que,
sumado a la desolación
de los últimos días, es la gota que colma el vaso.
—No sobrevivirás si Miller Hart sigue en tu vida, Olivia.
Freno en seco sobre mis Converse y se me hiela la sangre en las
venas. No
me atrevo a
mirarlo por temor a la cara que debe de estar poniendo. «No forma
parte de
mi vida», me digo.
Oigo cómo retira su silla hacia atrás y sus pasos cuando echa a
andar, pero
mantengo la vista
al frente hasta que él me rodea y mira desde lo alto mi patética
estampa.
—Reconozco a una mujer cautivada por un hombre cuando la veo,
Olivia.
Lo vi en tu
madre y lo veo también en ti.
Me coge la barbilla gacha y me la levanta. Hay un toque de
comprensión
en su mirada gris.
—Sé que estás dolida y enfadada, y esas emociones pueden hacerte
cometer tonterías. Su
conducta en los negocios es cuando menos cuestionable. Y deberías
saber
que está pasando
unos días en Madrid. —Me reta con la mirada para que le pida más
detalles. No me hacen
falta: está con una clienta.
—Soy una mujer sensata —me limito a musitar. Percibo la
incertidumbre
en mi propia
voz. Creo en mi fortaleza tan poco como William, a pesar de que sé
que
todo lo que me ha
dicho es la cruda realidad.
Tiene motivos para preocuparse.
—Sé cuidar de mí misma.
Me besa en la frente y sus delicados labios suspiran.
—Te hacen falta más que palabras, Olivia —dice. A continuación me
quita
la mochila de
los hombros y me conduce hacia la salida del restaurante—. Te
llevaré a
casa.
—Prefiero pasear —respondo apartándome.
—Olivia, sé razonable. Es tarde y de noche. —Vuelve a sujetarme,
ahora
con más fuerza
que antes—. Además, así podremos parar en una tienda y comprarte un
móvil nuevo.
—Puedo comprármelo yo sola —mascullo.
—Es posible, pero me gustaría regalártelo. —Levanta las cejas a
modo de
advertencia y
sus ojos grises se oscurecen cuando abro la boca para protestar—.
Y es un
regalo que vas a
aceptar.
No discuto más. Sólo quiero irme a casa e intentar procesar lo que
William
me ha contado
y lo que no, así que dejo que me saque del restaurante y me lleve
hasta el
coche sin decir
palabra.
Paramos en una tienda y me compra el último modelo de iPhone. El
conductor de William
me deja en casa, en la esquina, para que la abuela no me vea
bajando del
coche.
—Asegúrate de cargarlo. —Me ordena William mientras cierra la
caja—.
Me he guardado
el número y te he metido el mío en la agenda.
—¿Para qué? —Me cabrea que se entrometa en mi vida.
—Para poder dormir por las noches. —Me entrega la caja y señala
con la
cabeza la puerta
para que me baje—. Te diría que le dieras recuerdos de mi parte a
Josephine, pero no creo que
sean bien recibidos.
—No lo dudes ni por un momento.
Salgo del Lexus y me vuelvo para cerrar la puerta. La ventanilla
empieza a
bajar y me
agacho para ver a William. Le brillan los ojos grises, está
reclinado en el
respaldo, por lo que
destaca su amplio torso. Es increíble que esté en tan buena forma
a los
cuarenta y pico.
—Probablemente saldría con un bate de béisbol y destrozaría tu
coche de
ricachón.
Echa la cabeza hacia atrás y suelta una carcajada. Sonrío.
—Me lo imagino —dice—. Me alegro de que haya vuelto a ser lo que
era.
Sonríe unos instantes más antes de ponerse de nuevo muy serio. Yo
también lo estoy.
—Recuerda lo siguiente, Olivia.
No quiero preguntar el qué, y no lo necesito, porque coge aire
para
terminar la frase
cuando me ve titubear. Me lo va a decir aunque yo no quiera oírlo.
—Tu cuerpo sabe de forma instintiva cuándo estás en peligro. Si
notas que
se te eriza el
vello de la nuca, un escalofrío entre los hombros o que algo te da
mala
espina, sal corriendo.
La ventanilla sube y la mirada seria de William desaparece. Me
quedo tal
cual en la
calzada. Sus palabras retumban en mis oídos.
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