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CAPÍTULO 26
No hay nada como preparar un café perfecto, pero yo no lo
conseguiré sin
la ayuda de una
cafetera ultramoderna, y salir del apartamento de Miller sin él no
es una
opción en estos
momentos.
Voy en bragas con una de sus camisetas negras. Echo un vistazo por
toda la
encimera de la
cocina buscando un hervidor de agua..., pero no encuentro ninguno.
De
hecho, no encuentro
prácticamente nada: ni una tostadora, ni tablas de cortar, ni
trapos de
cocina ni ninguno de los
artículos que se pueden encontrar en cualquier cocina. Todo el
espacio
disponible está vacío.
Decido que la obsesión por el orden de Miller debe de haberlo
llevado a
esconderlo todo y
empiezo a abrir los armarios en busca del hervidor. Busco en todos
los
armarios de pared,
abriéndolos de uno en uno y, cuantos más abro, más me desespero.
Todo lo
que contienen está
almacenado de una manera exageradamente perfecta, aunque eso me
facilita la inspección. Sin
embargo, sigo sin encontrar el hervidor. Cierro el último armario
con el
ceño fruncido y
empiezo a golpetear con los dedos la encimera vacía. Pronto me
olvido del
misterio del
hervidor ausente cuando empiezo a sentir un cosquilleo en la piel.
Mis
dedos se detienen y
sonrío, de espaldas a la puerta. Y el cosquilleo se va
transformando en un
torbellino de chispas
internas.
—¡Bu! —susurra contra mi cuello haciendo estallar todas y cada una
de
mis terminaciones
nerviosas. Sus manos firmes se deslizan por debajo de mi camiseta,
me
agarran de la cintura y
me dan la vuelta. Me encuentro cara a cara con un Miller desnudo y
soñoliento—. Buenos
días. —Sus labios también se mueven adormecidos, y me hipnotizan
momentáneamente.
—Buenos días.
Sonríe y se inclina para reclamar mi boca.
—Menudo susto me acabo de llevar —dice pegado a mis labios,
mordisqueándose los
suyos a cada palabra.
—¿Por?
—Porque ha entrado en mi vestidor. —Se aparta y me mira mientras
yo
aprieto los labios,
avergonzada y sintiéndome la mar de culpable. Joder, está...
tranquilo. Me
relajo, pero me
extraña su reacción. Él ladea la cabeza—. Aunque supongo que ahora
es
mejor llamarlo el
armario de los trapos.
—Te lo repondré todo —le prometo con sinceridad, pensando en que
probablemente no me
alcance con el dinero que tengo guardado de mi madre—. Lo siento.
Desliza la mano hasta los rizos que me cubren la nuca y me atrae
hacia
adelante hasta que
sus labios rozan mi frente.
—Ya te he perdonado. ¿Buscabas algo?
—Un hervidor de agua —respondo levantando la vista, aún
sorprendida de
que esté tan
calmado.
—No tengo.
—Y ¿cómo preparas bebidas calientes?
Deslizo las manos por sus brazos hasta sus hombros y él me levanta
y me
coloca sobre la
encimera.
No responde. Me deja sobre la superficie y se dirige al fregadero.
Siento
curiosidad, pero
no la suficiente como para convencer a mis ojos de mirar lo que
está
haciendo, ya que están
fijos en la increíble visión de su trasero, que se contrae a cada
paso que da.
Inclino la cabeza
pensativa, con una sonrisa de satisfacción, y entonces se vuelve
privándome de la imagen de
sus bizcochitos.
—Tierra llamando a Olivia. —Su tono suave desvía mi vista hacia su
torso
hasta que
alcanza a ver un atisbo de sonrisa. Hace un gesto con la cabeza
para
indicarme que mire, y veo
que pulsa un botón sobre un grifo cromado de última tecnología. El
vapor
empieza a ascender
inmediatamente por encima de su cabeza—. Agua hirviendo
instantánea.
Pongo los ojos en blanco y apoyo las manos en mi regazo.
—Qué ordenado —murmuro con aire burlón—. Seguro que te measte
encima de la
emoción cuando te enteraste de que lo habían inventado.
Frunce los labios en un intento de contener una sonrisa.
—Es una idea magnífica, ¿no te parece?
—Sí, para los maniáticos obsesivos como tú, que odian el desorden,
es
perfecto.
—No es necesario que te pongas insolente.
Cierra el grifo e inmediatamente saca un trapo de debajo del
fregadero para
secar las gotas
de agua que su pequeña demostración ha dejado atrás. No me pasa
desapercibido que no ha
replicado a mi referencia al trastorno obsesivo-compulsivo, y no
me
molesto en decirle que sí
es necesario que me ponga insolente, prefiriendo provocarlo un
poco más.
—Estoy orgullosa de ti —le digo mientras le echo un vistazo a toda
la
cocina con interés,
consciente de que me estará observando con curiosidad.
—¿En serio?
—Sí. Me has colocado en tu encimera, haciendo que ahora esté un
poco
menos ordenada, y
te has expuesto a algunos riesgos. —Vuelvo a fijar la vista en su
figura
inquisitiva y desnuda.
—Soy bueno evaluando y minimizando riesgos. —Da unos pasos hacia
mí,
y su mirada se
vuelve sedienta—. Pero necesito saber cuáles son los riesgos para
poder
hacerlo.
—Tienes razón —digo asintiendo y obligándome a no mirar más debajo
de
su cuello.
Detecto por su mirada ardiente que se está poniendo duro. Si miro,
me
rendiré, y me lo estoy
pasando demasiado bien pinchándolo—. Te diré cuál es el riesgo.
—Hazlo, por favor —susurra con voz grave y seductora.
Se me erizan los pezones.
Me quito lentamente la camiseta, apoyo las piernas desnudas sobre
la
encimera y me
tumbo boca arriba, con todo el cuerpo estirado sobre la superficie
de
mármol. Me cuesta
permanecer relajada teniéndolo desnudo y tan cerca, y me cuesta
todavía
más cuando siento el
frío mármol en mi piel. Sofoco un grito de la impresión y giro la
cabeza a
un lado para verlo.
Está sonriendo, y eso hace que expulse todo el aire almacenado en
mis
pulmones
rápidamente para igualar su felicidad.
—A mí esto no me parece ningún riesgo. —Sus ojos descienden desde
mi
cara hasta los
dedos de mis pies y ascienden por todo mi cuerpo de nuevo. La
lujuria que
veo en su mirada
me golpea entre las piernas como una maza. Me retuerzo ante la
evidente
intención que exuda
cada poro desnudo de su cuerpo—. Me parece más bien una
oportunidad.
Atrapo mi labio inferior entre los dientes y sigo los pasos que le
faltan para
llegar hasta mí
con la mirada.
—Levanta las piernas —me ordena suavemente, y su instrucción hace
que
la presión de
mis dientes aumente sobre mi labio—. Ahora, Olivia. —Ese tono
autoritario es suficiente.
No siento vergüenza, ni reticencia, ni pudor. Elevo las rodillas
hasta que
apoyo las plantas
de los pies sobre la encimera. La idea de su tacto inminente me
consume.
Estoy vibrando de la
cabeza a los pies. Desliza los dedos por la parte superior de mis
bragas y
me las quita
bajándolas poco a poco por mis muslos. Me da un toque para que
levante
los pies cuando llega
hasta ellos. A continuación dobla pulcramente la pequeña prenda de
algodón y la deposita con
cuidado a un lado antes de colocar las manos sobre mis muslos y
separármelos. Trago saliva y
cierro los ojos, aguardando su siguiente movimiento.
—¿Con los dedos o con la lengua?
—Me da igual —exhalo entre gemidos entrecortados. Cualquier cosa
me
vale—. Pero
tócame ya.
—Pareces desesperada.
—Lo estoy —admito sin ninguna vergüenza.
Me tienta hasta volverme loca de deseo y desesperación y entonces
me
tortura con sus
artes de idolatría. Es una sensación insoportable y maravillosa a
la vez.
—Con los dedos —decide, y tienta mi entrada acariciando con el
pulgar mi
carne caliente.
Arqueo la espalda con violencia y lanzo un grito—. Así puedo
besarte si
quiero.
Abro los ojos y veo que está apoyado sobre un brazo encima de mí,
con el
rostro sobre el
mío, y con su mechón rebelde sobre la frente. Permanezco quieta y
soporto
la agonizante
espera hasta que vuelva a tocarme mientras él observa mi rostro. Y
entonces sucede, y levanto
la cabeza sin pensar para atrapar sus labios. Sólo me ha
introducido medio
dedo, y mis
ansiosos músculos hacen todo lo posible para aferrarse a él,
tensándose
fuertemente, pero él lo
saca y separa nuestras bocas. Gimo con desesperación y apoyo la
cabeza de
nuevo sobre la
encimera mientras jadeo y me retuerzo.
—Tú no estás al mando, mi dulce niña —me advierte con petulancia,
lo
que despierta de
nuevo mi impaciencia.
—Siempre dices que harás todo lo que yo quiera. —Uso su propia
promesa
en su contra,
aunque sé perfectamente que no se estaba refiriendo a los actos
sexuales.
—Coincido. —Acerca los labios a los míos todo lo posible sin
llegar a
tocarlos—. Pero no
me has dicho qué es lo que quieres.
—A ti —respondo sin vacilar.
—A mí ya me tienes. Dime qué quieres que te haga —contesta él a la
misma velocidad,
haciendo que me ruborice al captar su intención. ¿Quiere que le dé
instrucciones?—. Vamos,
Livy. Considéralo como una norma de procedimiento para asistir
nuestra
evaluación y
reducción de riesgos.
Su tono destila un aire burlón que hace que me ruborice todavía
más, pero
despierta mi
descaro. De modo que, tras una larga inhalación de oxígeno para
aumentar
mi confianza,
localizo ese descaro y me aferro a él con las dos manos para
asegurarme de
que no
desaparezca.
—Penétrame —digo.
—¿Con qué? —pregunta con socarronería.
—Con los dedos —exhalo, viendo al instante que no sólo quiere
instrucciones. Quiere que
le dé órdenes exactas, paso por paso.
—Ah, ya entiendo —responde ocultando lo mucho que lo divierte esto
y
bajando la mirada
hacia la mano que mantiene suspendida sobre mis muslos—. ¿No
debería
comprobar antes
tu... —frunce los labios y piensa durante un segundo— estado?
¡Maldito sea! Estoy gruñendo de necesidad, y mis dedos se disponen
a
hacer el trabajo
como él no se ponga a ello pronto.
—¡Miller, por favor!
Me sumo en la oscuridad, cerrando los ojos con desconsuelo. Estoy
al
borde de la
desesperación, y la presión entre mis piernas empieza a latir con
ansia.
—Céntrate, Livy.
Me separa las piernas de nuevo cuando intento cerrarlas para
contener las
pulsaciones.
—¡Me lo pones muy difícil! —grito sacudiendo el cuerpo.
Apoya sus dos grandes palmas contra mis hombros para sostenerme en
el
sitio. Abro los
ojos y lo tengo pegado a mi nariz, con un resplandor triunfante en
sus
profundos y satisfechos
ojos azules. Levanto la mano, me aferro a su pelo y tiro de él con
frustración.
No causa ningún efecto. Aparta mis dedos de sus oscuras ondas y me
coloca la mano en el
vientre mientras me la aprieta levemente con una expresión de
advertencia
en su rostro serio.
—Me encanta tu descaro —susurra con los labios suspendidos sobre
los
míos, tentándome,
y aunque sé que no va a recompensarme con un beso de infarto, mi
cuerpo
responde y se eleva
en vano intentando atraparlos de todos modos.
—¿Quieres saborearme? —farfulla, permitiendo únicamente una ligera
fricción entre
nuestras bocas y denegándome el contacto pleno—. ¿Quieres
saborearme y
perderte en mí
para siempre?
—¡Sí! —Mi frustración aumenta y él continúa negándome el contacto
que
le estoy
exigiendo.
—¿Recuerdas quién puede saciar esta inexorable necesidad?
—Tú —gimo mientras me retuerzo con el breve contacto de sus dedos
en
mi abertura.
Se aparta de mí rápidamente, y su expresión de santurrón se
transforma en
otra cosa. No sé
muy bien en qué, pero sólo puedo compararla con la gloria. Parece
como si
hubiera encontrado
oro. Para cualquier otra persona, su rostro parecería totalmente
inexpresivo, pero para mí
expresa un millón de palabras de felicidad. Miller Hart está
feliz. Está
satisfecho. Y sé
perfectamente que eso no le había sucedido en la vida.
—No quiero ser sólo el hombre que te proporciona orgasmos que te
dejan
sin sentido.
Esa afirmación interrumpe mi placer y mis reflexiones, y al
instante
advierto que la
felicidad ha desaparecido de sus ojos. Estoy muy confundida.
—Siempre dices eso —respondo en voz baja, relajándome ante su
incertidumbre.
Me he jurado hacer que se sienta como algo más que una máquina del
placer andante y
parlante, pero él parece satisfecho con las alabanzas que obtiene
de mí
cuando lo hacemos. De
hecho, lo exige, calentándome hasta volverme loca y regodeándose
en mis
súplicas. Se lo
merece, joder, merece una medalla, pero nunca me había planteado
que a
lo mejor hago que se
sienta utilizado. Le gusta que le suplique que me toque. Hace que
se sienta
deseado.
Necesitado.
Me muero por dentro al considerar la terrible idea de que les diga
esa
misma frase a todas
las mujeres con las que ha estado. ¿Les suelta esas palabras
cautivadoras a
todas?
Probablemente sí. Es su trabajo. ¿Hace que se sientan tan bien
como me
hace sentir a mí? Sé
que sí.
Miller se vuelve taciturno en el calor del momento, y arde de
deseo armado
con un
cinturón y una cama con dosel.
—¿Muestras tanta pasión a todas las mujeres con las que has
estado?
Mi propia pregunta me coge por sorpresa, principalmente porque
sólo
pensaba meditar
sobre ella en silencio. Mi subconsciente anhela una respuesta.
—Todo lo que obtienes de mí me sale de manera natural, Olivia
Taylor.
Nunca antes me
había sentido fascinado por nadie. Nunca me había entregado por
completo
a nadie. A ti te lo
doy todo. Todas y cada una de las partes de mi ser. Y rezo cada
segundo
del día para que no
pierdas la fe en mí, aunque yo sí lo haga. —Presiona los labios
con ternura
contra los míos y
los deja así durante lo que me parece una eternidad, infundiéndome
fuerza
e intensificando mi
amor por él—. Mantenme en este magnífico lugar de luz a tu lado.
—Me
suelta y me mira con
ojos suplicantes—. No dejes que vuelva a caer en la oscuridad, te
lo
suplico.
Asimilo sus palabras, inmovilizada bajo su clara mirada azul. Oír
cómo
reafirma sus
sentimientos y se expresa tan bien debería llenarme de alegría,
pero no me
pasa desapercibida
la parte negativa de su afirmación: «Aunque yo sí lo haga».
Soy perfectamente consciente de las últimas acciones de Miller.
Determinadas palabras
provenientes de la gente equivocada podrían volver a sumirlo en la
oscuridad, y sólo mi fuerza
puede sacarlo de ella de nuevo.
—Acaríciame —ordeno con ternura—, con los dedos. —Le cojo la mano
y
la guío hasta el
lugar donde se unen mis muslos—. Después métemelos y sácamelos con
suavidad.
Asiente sin mediar palabra y apoya la mano sobre la encimera
mientras
inicia sus caricias.
Me quedo sin aliento.
—Deja que te saboree —susurra acercando el rostro al mío.
Mi respuesta es automática, instintiva. Levanto la cabeza y sello
nuestras
bocas con un
gruñido mientras rodeo su cuello con los brazos. Todos mis
músculos se
preparan y se tensan,
y separo un poco más los muslos para facilitarle la tarea. Me
acaricia con
movimientos
medidos y relajados. Desliza dos dedos por mi sexo y presiona de
manera
deliciosa. Apenas si
puedo respirar, y mi beso se vuelve cada vez más intenso conforme
aumenta mi placer.
Sofoco un grito mientras chupo su labio inferior antes de apoyar
la cabeza
sobre el banco
de la cocina.
Tiene la mirada perdida, y su respiración agitada iguala la mía
mientras
mantiene el
constante movimiento de sus dedos sobre mi sexo palpitante.
—Joder, Olivia.
Deja la cabeza colgando cuando por fin atraviesa el umbral de mi
entrada
con los dedos,
ejerce más presión sobre sus caricias y se introduce en mí
exhalando un
suave gemido.
Elevo el pecho con un grito delirante.
—¡Miller!
—¡Joder! Me encanta oír cómo gritas mi nombre.
Saca los dedos y vuelve a metérmelos de nuevo. La intensidad de
sus
movimientos no sólo
la delatan mis incesantes gritos y gemidos, sino también la
tensión de su
rostro. Combato la
apremiante necesidad de cerrar los ojos con fuerza, desesperada
por
perderme en un oscuro
placer, pero más aún por mirarlo. Sus adictivos ojos, nublados por
el deseo,
son una visión
maravillosa, pero me siento obligada a renunciar a ella cuando se
inclina y
atrapa mi erecto
pezón con el calor de su boca. Eso me provoca una sobrecarga
sensorial y
empiezo a temblar.
—¡Joder!
Mis manos aplican presión en su cabello y lo empujo contra mi
pecho. Mis
caderas
comienzan a elevarse para recibir el bombeo de sus dedos. Todas
mis
terminaciones nerviosas
vibran de manera incontrolada, sacudo la cabeza y pierdo la razón.
Empiezo a sentir que se
aproxima el clímax. El placer que domina mi ser se concentra en un
punto,
listo para estallar.
Y, con un mordisco en el pezón y una pequeña rotación de sus
fuertes
dedos dentro de mí,
sucede.
El mundo deja de rodar sobre su eje. La vida se detiene. La mente
se me
queda en blanco.
Oigo un gruñido distante y, cuando he superado la primera descarga
de
placer, dejo caer la
cabeza a un lado agotada. Abro los ojos y veo a Miller sobre mí,
mirándome mientras continúa
acariciándome suavemente entre las piernas hasta que me recupero.
Su
gruesa erección late y
se eleva orgullosa desde su entrepierna.
No digo nada, principalmente porque no tengo energía, aunque sí
tengo la
suficiente como
para alargar el brazo y agarrarlo. Deslizo el pulgar por su cabeza
hinchada
para extender la
gota de semen que emana de la punta. Miller sisea y los músculos
de su
pecho se tensan con
fuerza al sentir mi tacto. Su sexo late incesantemente, y veo cómo
su
corazón golpea en su
pecho. Basta con que deslice la mano contraída alrededor de su
miembro
para llevarlo al
límite. Me aparta la mano de en medio y eleva el resto de su
férrea
longitud hasta mi vientre,
gruñendo y meneando la cabeza mientras se corre encima de mí. La
calidez
de su esencia me
cubre y hace que mi cuerpo se relaje de nuevo sobre el mármol con
un
suspiro de satisfacción.
Estoy flotando en un mundo mágico de perfección.
—¿Tienes sueño?
Su voz grave me acaricia los oídos y murmuro mientras cierro los
ojos.
Saca la mano de
entre mis muslos y la apoya sobre mi vientre. Entonces extiende su
leche
por todas partes,
hasta mis tetas y por mis piernas. Estoy cubierta. Y no puede
importarme
menos. Se inclina y
me besa los labios, animándome a abrirlos para él. Dejo que colme
mi boca
con sus
atenciones. Podría quedarme dormida aquí mismo, sobre la sólida
encimera.
—Vamos. —Tira de mí para incorporarme y se coloca entre mis
piernas
separadas sin
interrumpir nuestro beso. Me apoya los brazos sobre sus hombros,
me
agarra del trasero y me
levanta—. Ayúdame a preparar el desayuno.
—¿En serio? —espeto.
Él se vuelve y me mira confundido.
La encimera, la ropa... yo. Y ¿ahora quiere que lo ayude a
preparar el
desayuno en su
perfecta cocina, donde las tareas se llevan a cabo con precisión
militar? No
estoy segura de
estar preparada y, sinceramente, interferir en sus hábitos
obsesivos hasta
ese punto me asusta
un poco.
—No le demos demasiada importancia —me advierte.
Pero es importante. Tremendamente importante.
—Prepáralo tú —le digo, sintiéndome algo abrumada. Ya me ha dado
bastante. No quiero
forzar las cosas.
—No te librarás tan fácilmente. —Me besa la mejilla para
infundirme
seguridad, me deja
en el suelo y me da la vuelta de manera que mi espalda queda
pegada a su
pecho. Luego apoya
la barbilla sobre mi hombro—. Pero antes, vayamos a lavarnos un
poco.
Me empuja hacia adelante con las manos sobre mi vientre y me guía
hasta
que estamos
delante del fregadero y abre el grifo. Humedece una toalla, vierte
en ella un
poco de detergente
líquido y me la pasa por delante. Después se arrodilla para
limpiarme las
piernas. Me esfuerzo
por no echar la cabeza atrás y gemir pidiendo más.
Después de lavarnos las manos juntos, se inclina sobre mí y limpia
la pila
mientras yo lo
observo sonriendo.
—A la nevera —murmura, y me empuja suavemente hasta que estamos
delante de las
enormes puertas de espejo. La desnudez de Miller está oculta, pero
la mía
no—. Menudas
vistas. —Me da un mordisquito en el hombro, con los ojos fijos en
los
míos, y desliza la mano
por mi estómago hasta mi entrada. Contengo el aliento y pego la
mejilla a
un lado de su rostro,
retorciéndome—. Eres tan cálida y apetecible —susurra, y entonces
lame
la marca del
mordisco que me ha dado en el hombro y extiende mi humedad con
cuatro
dedos. La
deslizante fricción sobre los nervios de mi clítoris me obliga a
gemir
mientras observo cómo
se nublan sus ojos—. Mi dulce niña sigue palpitando.
Pego el trasero a su entrepierna, lo que provoca que Miller imite
mis
sonidos de éxtasis.
—Querías darme de comer —le recuerdo, estúpida de mí. Prefiero mil
veces su veneración
a la mundana tarea de comer.
—Correcto, pero no puedo prometer que no vaya a aprovechar al
máximo
tu tentador
estado mientras preparamos el desayuno.
Entonces comienza a trazar círculos alrededor de mi clítoris
lentamente,
acelerando la
pulsación.
«¡Que Dios me ayude!»
—Miller. —Cierro los ojos brevemente, me aparto y mi cuerpo se
dobla
sobre sí mismo
para escapar de su tacto inconcebiblemente habilidoso.
Él pega la boca a mi oreja.
—Puede que a partir de hoy adopte la costumbre de preparar
nuestras
comidas con mi
hábito pegado a mi pecho.
Si lo hace de verdad, puede que no volvamos a comer jamás. Mi
necesidad
por él es mi
perdición, y me dispongo a volverme.
Pero no voy a ninguna parte.
—De eso nada. —Pega la mano contra la suave piel de mi vientre y
sus
dedos ascienden
lentamente hasta que descansan sobre la comisura de mi boca.
Nuestras
miradas se encuentran
mientras extiende mi propia humedad por mis labios—. Lámelos.
Aunque su orden debería hacer que me negara tímidamente, lo que
hace es
multiplicar mis
ansias. Obedezco y le lamo muy despacio los dedos mientras él me
mantiene donde estoy, más
con sus ojos sedientos que con la mano con la que me agarra
firmemente.
—Está bueno, ¿no te parece?
Asiento, pero me inclino más a pensar que la carne que está debajo
de la
humedad sabe
mejor.
—Ya basta por ahora. —Retira los dedos y desliza las manos por
debajo de
mis brazos
hasta que alcanza las mías—. Esto podría llevarnos algo de tiempo.
—Sólo si no mantienes las manos quietas —respondo en voz baja,
deseando no tener que ir
a trabajar para que pudiéramos estar preparando el desayuno todo
el día.
Eleva nuestras manos y entrelaza nuestros dedos para que abramos la
nevera juntos.
—Tú no querrías que lo hiciera, así que esta discusión no tiene
sentido.
—De acuerdo.
La nevera de Miller se abre y veo los estantes de comida
perfectamente
organizada.
Principalmente hay fruta o algo igual de sano y agua embotellada.
Acerca
nuestras manos a la
cesta de fresas, y yo sonrío.
—¿Vamos a desayunar chocolate?
—Eso sería tremendamente poco saludable.
—¿Y?
Me mordisquea el lóbulo de la oreja mientras saca la fruta del
frigorífico.
—Desayunaremos fresas con yogur griego.
—No suena tan apetecible —protesto, y seguro que también es light.
Pasa de mí, y la línea recta de sus labios me indica que deje de
quejarme
sin la necesidad
de emitir una advertencia verbal. Un leve toque de sus caderas
sobre mis
lumbares seguido de
sus pasos hacia atrás hace que mis pies retrocedan imitando sus
pies y
alejándonos del reflejo
de las puertas de la nevera. Sus ojos están fijos en los míos, me
abrasan la
piel desnuda, y
permanecemos así hasta que se ve obligado a darnos la vuelta.
Avanzamos
por la cocina como
si fuéramos uno. Sacamos una tabla de cortar de un armario, dos
cuencos
de otro, un
escurridor de un tercero y, finalmente, un cuchillo de un cajón
antes de
colocarlo todo en
perfecto orden sobre la encimera. Nuestras manos trabajan unidas,
aunque
es Miller quien
instiga cada movimiento. Yo me dejo llevar alegremente porque así
no
puedo hacer nada mal.
Tararea su dulce melodía en mi oreja distraídamente. Parece muy
tranquilo, cosa que me llega
al alma. Está feliz y contento, como si el hecho de que yo prepare
el
desayuno como él quiere
y siga sus pasos fuese lo más maravilloso del mundo. Y es posible
que lo
sea para Miller. Me
ayuda a levantar el cuchillo y me cubre la mano con la suya
mientras coge
una fresa y la
coloca en la tabla de cortar. Entonces guía mi mano para elevar el
cuchillo
y apoya el filo en la
parte superior para quitarle el rabito. Deja el trozo cortado en
una esquina,
parte el fruto rojo y
carnoso por la mitad y me da un cariñoso beso en la mejilla antes
de meter
los trozos en el
escurridor.
—Perfecto —me elogia, como si él no hubiese participado en la
cadena de
movimientos
precisos que acabamos de realizar.
Sin embargo, eso hace que el mundo perfecto de Miller siga girando
sobre
su eje perfecto,
de modo que le sigo la corriente con gusto. Coge otra fresa,
manteniendo la
barbilla sobre mi
hombro. Decir que la cercanía de su constante respiración en mi
oreja
mientras tararea es
reconfortante es quedarse corta. Esto debe de ser lo más cerca que
uno
puede estar del cielo
mientras sigue en la tierra.
—He pensado que hoy podrías quedarte conmigo —dice en voz baja,
guiando mi brazo
hacia la fresa.
Una leve presión de mi mano parte la carne y revela su jugoso
interior, que
hace que se me
haga la boca agua. No se me ocurriría cometer la estupidez de
robar un
pedazo, no bajo la
vigilancia de mi maniático Miller, de modo que me quedo
boquiabierta
cuando veo que coge
una de las mitades y se la lleva a la boca. Frunzo el ceño y sigo
su
dirección. Me distraigo
momentáneamente al ver cómo abre lentamente los labios antes de
introducir el pedazo entre
ellos. Aunque sólo momentáneamente. El enfado me saca de mi
embelesamiento.
—Eso es...
No consigo seguir objetando. La boca de Miller me acalla. Mastica
y el
jugo inunda
nuestro beso, convirtiéndolo en el más sabroso del mundo. Miller y
fresas...
—Mmm —murmuro de placer mientras el zumo de la fruta resbala por
mi
barbilla.
—Coincido —susurra, e interrumpe nuestro beso para lamerme el hilo
de
humedad,
cumpliendo así su papel autoimpuesto de limpiar nuestro desastre.
Puede
que esto le
proporcione placer, pero en cierto modo sigue siendo una forma de
ordenar, por lo que no es
de extrañar que se preste voluntario para hacerlo.
—Hoy tengo que ir a trabajar —murmuro bajo su penetrante mirada.
Estoy caliente, y pasar un día entero encerrada en el apartamento
de Miller,
apartada del
mundo, es algo imposible de resistir, pero no puedo faltar al
trabajo otra
vez.
Me besa la nariz con un suspiro de conformidad. De demasiada
conformidad.
—Lo entiendo, pero prométeme que no irás por ahí tú sola. —Su
ruego
transforma mi
sensación de felicidad y comodidad en preocupación. Me están
siguiendo
—. Yo te llevaré y te
recogeré.
—¿Cuánto tiempo esperas tener que hacerme de carabina? —pregunto.
Aunque estoy más que preocupada por las revelaciones de una sombra
indeseada, también
entiendo que Miller no puede cuidar de mí eternamente.
—Sólo hasta que establezcamos de quién se trata y por qué lo hace.
—
Vuelve a apoyar la
barbilla en mi hombro y a cortar las fresas.
—¿Establezcamos, quiénes?
Noto que vacila unos segundos antes de contestar.
—Tú y yo.
Me pongo recelosa. Detesto estarlo. El recelo es algo peligroso, y
también
despierta mi
curiosidad. Detesto la curiosidad, probablemente más que el
recelo.
—No puedo decidir nada a menos que me proporciones información,
cosa
que no vas a
hacer, de modo que sólo tú puedes tomar las decisiones.
—Bueno, así es como debe ser —dice de manera casual, lo que
acrecienta
mi recelo y mi
curiosidad—. No quiero que tu preciosa cabecita se preocupe por
ello —
afirma mientras corta
otra fresa con el cuchillo y me besa en la sien—. Vamos a dejar el
tema
aquí.
—¿Dónde? —pregunto poniendo los ojos en blanco. Acaba de ponerme
en
mi sitio, más o
menos, pero no puedo evitar mostrarme sarcástica.
—No es neces...
—Miller. —Suspiro—. ¡Relájate!
Por cada paso que damos hacia adelante, retrocedemos un millón.
—Estoy muy relajado. —Presiona la entrepierna contra mis lumbares
y me
muerde el
cuello, haciendo que me retuerza y me ría, y de este modo
contradice mi
anterior pensamiento.
—¡Para! —grito riéndome.
—Jamás.
Pero sí que para, y yo dejo de reírme al instante también,
irguiendo la
cabeza para
escuchar.
—¿Eso ha sido el timbre? —pregunto intrigada. Nunca antes había
oído el
sonido.
—Creo que sí. —Miller parece tan interesado como yo.
—¿Quién será?
—Bueno, vamos a averiguarlo.
Me quita el cuchillo de la mano y lo coloca en paralelo con la
tabla de
cortar antes de
soltarme. Después, ordena la encimera con premura pero con
exactitud y
recoge mis bragas
dobladas y mi camiseta.
Me coge de la mano y recorre el apartamento velozmente. Llegamos a
su
dormitorio en un
santiamén. El timbre suena de nuevo y él masculla entre dientes
algo sobre
el alboroto. Se
pone un bóxer negro limpio, saca los montones de camisetas negras
de su
cajón y empieza un
nuevo montón; comienza a girar cada una de las malditas camisetas
mientras el timbre suena
de fondo con insistencia. Yo permanezco callada y observo cómo se
inquieta cada vez más
mientras se pone la camiseta. Me coge las manos y me besa los
nudillos.
—Dúchate.
Me besa la frente y desaparece, dejándome plantada en medio de su
vestidor, con la
curiosidad como única compañera. Me carcome por dentro, y no estoy
preparada para
quedarme sola y volverme loca, de modo que me pongo las bragas y
una
camiseta y sigo a
Miller en silencio mientras sus largas y fuertes piernas recorren
rápidamente el trayecto hasta
el recibidor.
Miller abre la puerta de entrada con violencia, una violencia que
parece
multiplicarse por
mil cuando ve a quien sea que se encuentra al otro lado. No veo
nada; la
alta constitución de
Miller me bloquea la visión, pero a juzgar por la frialdad que
emana de su
exquisito físico, no
queremos ver a esa persona.
—Lárgate ahora mismo o quédate y concédeme el placer de que te parta
todos los huesos
del cuerpo.
El odio que destila su tono es profundo. Aterrador. ¿Quién es? Veo
que la
espalda de
Miller se agita, y casi empieza a salirle humo por las orejas. Va
a perder
los estribos en
cualquier momento. Joder, ¿no ha escuchado nada de lo que hemos
hablado? Simplemente no
puede controlarlo.
—Me quedaré.
Mi corazón se acelera al oír la voz de ese hombre. ¿Ha venido a
buscarme?
Miller cierra
los puños con fuerza, lo que hace que se le hinchen las venas de
los brazos.
Mierda, se está
preparando para atacar. Me acerco, dividida. ¿Intervengo o me
quedo al
margen?
—Como quieras —responde Miller como si tal cosa, como si no
estuviera
decidido a
asesinar a nuestro invitado.
—Lo que quiero es que desaparezcas para que mi chica pueda pensar
por sí
misma sin tu
influencia.
Miller da un paso adelante. Es amenazador, y es lo que pretende.
Mi
ansiedad aumenta, así
como mi ritmo cardíaco.
—Voy a decirlo sólo una vez —advierte con el puño cerrado—. Nunca
he
hecho que Olivia
haga nada que no quiera hacer. Su sitio está conmigo. Ella lo
sabe. Yo lo
sé, y tú deberías
asimilarlo también. Si yo voy a alguna parte, ella viene conmigo.
Reúno el valor y me acerco hasta Miller. Deslizo la palma por su
espalda
antes de sortearlo
y colocar mi cuerpo delante del suyo. Un ojo morado, una mejilla
magullada y un labio partido
me reciben.
—Gregory —digo nerviosa, sintiendo las preocupantes vibraciones de
Miller. Está rígido
contra mi espalda—. ¿Estás bien?
Sus ojos marrones se suavizan ante mi presencia, y su expresión se
torna
casi de alivio.
—De maravilla —bromea al tiempo que le lanza una mirada asesina a
Miller—. Tenemos
que hablar.
Una fuerte mano me agarra de la nuca y empieza a masajearme. Si es
un
intento de aliviar
mi ansiedad, fracasará estrepitosamente. Es un torbellino que me
inunda de
manera
incontrolada. Nada conseguirá reducirla, y mucho menos eliminarla.
—Habla, entonces —ordena Miller.
—A solas —sisea Gregory, erradicando cualquier esperanza que
pudiera
albergar de que
había venido a solucionar las cosas con Miller. Me siento
impotente.
—El infierno se congelará antes de que deje a Olivia a solas
contigo.
—¿Temes que te abandone?
—Sí. —Su respuesta rápida y brutalmente sincera me deja perpleja,
y es
evidente que a
Gregory también, porque no replica.
Los ojos de mi amigo me absorben durante unos momentos hasta que
encuentra algo que
decir.
—¿Quieres hablar conmigo a solas? —dice, y su pregunta hace que se
me
tensen todos los
músculos del cuerpo.
Quiero hacerlo. No tengo miedo de lo que pueda decir ni de que
intente
convencerme de
que deje a Miller, cosa que probablemente haga. Estaría perdiendo
el
tiempo, y Gregory ya
debe de haberse dado cuenta a estas alturas. Ya ha recibido dos
palizas por
entrometerse, dos
palizas importantes. No creo que quiera una tercera.
—¿Y bien? —dice al ver que sigo en silencio, pensando en cómo
manejar
la situación. O
en cómo manejar a Miller.
Mi rostro inexpresivo mira de repente a Miller cuando éste me da
media
vuelta. La ira y el
estrés han desaparecido, y sus ojos están claros y preocupados.
—¿Quieres pasar un momento a solas con tu amigo?
Me quedo de piedra, totalmente atónita. Asiento, incapaz de
articular
palabra debido a mi
asombro. Miller asiente también, exhala un largo suspiro y me besa
en la
nariz mientras su
palma acuna mi nuca. ¿Está preparado para darle a alguien la
oportunidad
de interferir?
—Voy a darme una ducha —dice tranquilamente—. Tómate el tiempo que
necesites.
Su extraña actitud me ha cogido por sorpresa, y sé que a Gregory
también.
Prácticamente
puedo oír su estupefacción a través de los latidos de su corazón.
Me
dispongo a asentir de
nuevo, pero entonces pienso en lo violento que debe de sentirse
Gregory en
el apartamento, y
yo también, en realidad. Con Miller al acecho, listo para atacar
en cuanto
lleguen a sus oídos
palabras que desapruebe, no conseguiré relajarme.
—Iremos a la cafetería —digo, menos segura de lo que me habría
gustado.
Se me cae el
alma a los pies cuando veo que Miller empieza a negar con la
cabeza con
preocupación—.
Estaré con Gregory —añado con ojos suplicantes pero con pocas
esperanzas de convencerlo.
Mi amigo debe de estar preguntándose a qué viene todo esto. No
puedo
contarle lo de mi
perseguidor, no después de todo lo que ha pasado—. Por favor.
—Dejo caer
los hombros,
abatida.
Los sentimientos encontrados que lo invaden se reflejan claramente
en su
rostro.
—De acuerdo —accede a regañadientes, y me quedo tan asombrada que
casi me caigo de
culo. A continuación aparta sus ojos cálidos de los míos y se
endurecen
cuando se posan sobre
Gregory—. Confío en que la protejas con el mismo cuidado y
atención que
yo.
Casi me atraganto y me quedo mirando su rostro perfecto y serio
con la
boca abierta,
sabiendo que Gregory lo estará mirando con la misma cara. La
verdad es
que no ayuda en nada
a su causa. Yo lo entiendo. Lo comprendo. Veo más allá de su
postura
estirada y oigo más allá
de sus confusas palabras. Pero los demás, no.
—¿Qué? —pregunta Gregory con una mezcla de diversión y absoluta
exasperación en su
tono.
Miller se crispa y entorna los ojos.
—No me gusta repetirme.
—¡Joder! —Mi amigo se echa a reír—. ¿De dónde coño has sacado a
este
capullo?
—¡Greg! —exclamo dándome la vuelta y retrocediendo hacia el pecho
de
Miller para
evitar lo inevitable.
—¡Es que esto es muy fuerte!
—¡Fuerte va a ser la paliza que te voy a dar! —espeta Miller
atravesando
con la mirada a
mi ya molido amigo.
—¡Basta! —grito levantando las manos violentamente—. Por favor...,
¡ya
basta!
Quiero decir un millón de cosas, tanto a Gregory como a Miller,
pero, ante
el riesgo de
complicar aún más la situación, respiro hondo para tranquilizarme
y cierro
los ojos para reunir
algo de paciencia.
—Gregory, espérame en la cocina —digo señalándola—. Miller, tú ven
conmigo. —Lo
agarro de la mano y empiezo a tirar de él—. ¡Tardaré diez minutos!
—grito
por encima del
hombro sin darles a ninguno de los dos la oportunidad de
protestar.
No voy a dejarlos a solas. Acabaría encontrándome un charco de
sangre y
huesos.
—Te esperaré en el descansillo —espeta Gregory, y cierra dando un
portazo tan fuerte que
tiemblan las paredes del apartamento.
Miller empieza a farfullar y me obliga a detenerme.
—¿Acaba de cerrar de un golpe mi puta puerta? —Sus ojos se tornan
feroces y se dispone
a volverse con un gesto descompuesto de disgusto—. ¡Acaba de cerrar
de
un golpe mi puta
puerta!
—¡Miller! —grito plantándome delante de él—. ¡Al dormitorio!
¡Ahora!
—Se me ha
agotado la paciencia y me siento tan furibunda que el calor se me
ha subido
a la cara. Ahora
está siendo quisquilloso porque sí—. ¡Que no tenga que
repetírtelo! —
Estoy temblando. He
llegado a mi límite con esos dos bulldogs, que dejan que su ego
les impida
ver lo que
realmente importa: ¡yo!—. ¡Voy a tomarme un café con Greg!
—Vale —dice malhumorado—, pero como alguien te haya tocado un solo
pelo para
cuando vuelvas, no respondo de mis actos.
—Estaré bien.
¿Qué cree que me puede pasar?
—Más le vale asegurarse de ello —resopla.
«¿Qué?»
—¡Pareces un capullo engreído!
—Olivia. —Se inclina y pega la nariz a la mía con los ojos
brillantes de
fervor, mientras
que los míos irradian frustración—. Ya sabes lo que pienso de la
gente que
se entromete, y ya
sabes cómo me siento cuando hacen que te sientas mal. Te juro que
le
partiré el espinazo como
te devuelva con algún daño, ya sea físico o emocional.
Todo mi cuerpo se desinfla dramáticamente. Lo hago adrede, para
que vea
lo mucho que
me frustra.
—No quiero que te calientes la cabeza después. —Desliza la mano
hasta
mi nuca y tira de
mí hacia adelante, reduciendo así el minúsculo espacio que
separaba
nuestras bocas y sellando
nuestros labios.
—No lo haré —le prometo, dejando que disipe todo mi enfado. Eso lo
tengo ya más que
superado—. Y, después de todo lo que me has hecho pasar durante
las
últimas veinticuatro
horas, Miller, voy a tomarme un café con mi amigo.
Frunce los labios contra los míos.
—Como gustes. —Después de esa declaración no tiene más remedio que
aceptarlo. Me
envuelve con los brazos y se aparta de mi boca para poder enterrar
el rostro
en mi pelo rubio y
rebelde. Es como si supiera que «lo que más le gusta» puede
infundirme
algo de fuerza. Nunca
falla—. Confío en tu fuerza, mi niña maravillosa.
Lo abrazo y dejo que él me estreche con fuerza. O con más fuerza
todavía.
Puede que me
haya cabreado mucho con lo que ha pasado desde que ha aparecido
Gregory, pero mis fuerzas
no han flaqueado. Jamás renunciaré a lo nuestro.
—Debería ducharme.
Me suelta y me retira el pelo por detrás de los hombros para poder
verme
la cara.
—No me prives de ti durante demasiado tiempo.
Sonrío y me aparto de él con ternura. Me dirijo a la ducha y me
preparo
mentalmente para
otra sesión de intromisión por parte de mi mejor amigo.
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