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Una noche traicionada - Cap. 25

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CAPÍTULO 25
Su bloque de apartamentos se me antoja hostil, con el vestíbulo acristalado
frío y silencioso.
El portero se inclina la gorra cuando paso por su lado. Mis tacones rompen
el espeluznante
silencio y resuenan por el inmenso espacio. Evito el ascensor y empujo la
puerta que da a la
escalera, esperando que la energía que tendré que emplear en subir reduzca
parte de la ira que
invade todo mi cuerpo.
Mi plan fracasa. Corro por la escalera y me encuentro introduciendo la
llave en la
cerradura de su puerta brillante en un santiamén, pero mi temperamento no
parece haberse
enfriado. Sabiendo exactamente adónde me dirijo, corro por su tranquilo
apartamento hasta la
cocina y empiezo a abrir los cajones. Encuentro lo que estoy buscando; a
continuación corro
hasta su dormitorio y cruzo la primera puerta en dirección a su vestidor.
De pie en el umbral, armada con el cuchillo más siniestro que he
encontrado, paseo la vista
por las tres paredes repletas de trajes y camisas de diseñador hechos a
medida. O máscaras. Yo
los considero máscaras. Algo que usa Miller para esconderse. Su armadura
y protección.
Y, con ese pensamiento en mente, grito enloquecida y empiezo a atacar las
filas y filas de
prendas caras. Acuchillo la tela, haciéndola jirones. La fuerza de mis
brazos me facilita la
tarea, la ira es mi amiga, pero sólo utilizo el cuchillo para hacer algunos
agujeros por todas
partes antes de desgarrar la ropa con las manos.
—¡Os odio! —grito atacando las filas de corbatas.
Estoy rozando el nivel de psicosis que Miller ha mostrado en demasiadas
ocasiones los
últimos días, y sólo me detengo cuando todos y cada uno de los artículos
de su vestuario están
destrozados. Después me dejo caer de culo agotada, con la respiración
agitada, y observo los
montones de tela desgarrada que me rodean. No pensaba que mi misión de
destruir sus
máscaras fuese a hacer que me sintiera mejor, y, efectivamente, no lo hace.
Tengo las manos
hinchadas, me duele la cara y mi garganta está irritada de tanto gritar
mientras asesinaba la
ropa. Estoy tan destrozada como el desastre que he causado. Me vuelvo y
veo el mueble que
está en el centro del vestidor de Miller. Me apoyo contra él. He perdido los
zapatos entre los
restos, y tengo el vestido subido hasta la cintura. Permanezco ahí sentada
en silencio,
jadeando, durante un buen rato, preguntándome... ¿y ahora qué? Puede que
ser destructiva
evite que piense durante unos instantes, pero el alivio dura poco. Llegará
un punto en el que lo
habré destruido todo, probablemente hasta a mí misma. Hasta que no me
reconozca. ¿Qué haré
entonces? Ya estoy al borde de la autoaniquilación.
Dejo caer la cabeza hacia atrás, pero doy un brinco cuando un fuerte
estrépito resuena por
todo el apartamento. Me quedo parada y la respiración se detiene en mi
garganta. Entonces
empieza el martilleo. Un temor familiar me paraliza, aquí sentada,
mientras escucho los
persistentes golpes en la puerta, abro los ojos como platos y el corazón casi
se me sale del
pecho. Miro a mi alrededor, al desastre que me rodea. Y entonces reparo en
el cuchillo. Lo
recojo lentamente y observo el resplandor de su hoja mientras lo giro en la
mano. Me levanto
con las piernas temblorosas. Quizá debería esconderme, pero mis pies
descalzos empiezan a
moverse a su aire y mi mano se aferra al mango del cuchillo con fuerza.
Camino sobre los
restos de la ropa de Miller en dirección al ruido, con precaución, con
cautela, hasta que recorro
el pasillo de puntillas y llego al salón. Desde allí, miro con temor hacia el
recibidor y veo que
la puerta se mueve físicamente con cada golpetazo.
Entonces los golpes cesan y se hace un silencio inquietante. Me dispongo a
avanzar,
tragándome el miedo, decidida a enfrentarme a la desconocida amenaza,
pero me detengo
cuando la cerradura mecánica gira y la puerta se abre acompañada de una
sonora maldición.
Me tambaleo hacia atrás sobrecogida, con el pulso retumbándome en los
oídos, mareada y
desorientada. Me lleva unos instantes de pánico asimilar lo que tengo
delante de mí. Parece
desequilibrado, algo curioso viniendo de mí después del rato que he pasado
en su vestidor.
Está destrozado, jadeando y sudoroso, casi vibrando de ira.
No me ha visto. Miller cierra la puerta de golpe y le da un puñetazo tan
fuerte que astilla la
madera, y entonces ruge con los nudillos abiertos. Retrocedo alarmada.
—¡Joder! —El taco resuena en el inmenso espacio abierto, golpeándome
desde todas las
direcciones y haciendo que me congele en el sitio.
Quiero correr a socorrerlo o gritarle para que sepa que estoy aquí, pero no
me atrevo a
hablar. Está completamente desquiciado, y me pregunto cuál es la causa de
su estado. ¿Su
propia intromisión? Observo, consternada y angustiada, su espalda agitada
mientras el eco de
su voz desaparece. Apenas unos segundos después, sus hombros se tensan
visiblemente y gira
su cuerpo desastrado hacia mí. La perfección que define a Miller ha
desaparecido. El nudo que
tengo en la garganta estalla, asfixiándome, y me muerdo el labio para
evitar que un sollozo
escape de mi boca. El sudor que desciende por sus sienes cae sobre su
chaqueta, pero no
parece importarle la posibilidad de que su traje caro se moje. Me mira con
ojos salvajes;
entonces inclina la cabeza hacia atrás de nuevo y grita hacia el cielo antes
de postrarse de
rodillas.
Miller Hart agacha entonces la cabeza derrotado.
Y llora. Son sollozos de angustia que hacen que su cuerpo se agite.
Nada podría causarme más dolor. Está liberando años de emociones
contenidas, y no
puedo hacer nada más que mirar, compadeciéndolo. Mi propia ansiedad da
paso a la tortura de
ver sufrir a este hombre desconcertante. Quiero abrazarlo y consolarlo,
pero mis piernas pesan
mil toneladas y se niegan a llevarme hasta él. Mi cuerpo no responde.
Intento decir su nombre,
si bien no consigo nada más que sofocar un grito de angustia.
Pasa una eternidad. Me echo a llorar yo también, aunque lo que Miller está
llorando son
las lágrimas de toda una vida. Comienzo a preguntarme si parará alguna
vez cuando veo que
levanta lentamente su mano herida y se la pasa por las mejillas cubiertas
por una sombra de
barba, reemplazando las lágrimas con manchas de sangre.
Levanta la cabeza y veo su rostro y sus ojos enrojecidos, pero no los fija en
mí. Hace todo
lo posible por evitar establecer contacto visual conmigo. Agitado, se
levanta del suelo y
avanza en mi dirección, obligándome a apartarme. Pasa por mi lado, aún
evitando mis ojos, y
se dirige a su habitación. Después de depositar mi arma sobre la mesa
redonda del recibidor,
convenzo por fin a mis piernas de que se muevan y lo sigan. Se quita la
chaqueta, el chaleco y
la camisa y cruza su dormitorio en dirección al baño. Deja caer la ropa,
tirándola al suelo. Se
detiene en la puerta del baño, se saca los zapatos, los calcetines, los
pantalones y los
calzoncillos y se queda desnudo. El sudor cubre su espalda haciéndola
brillar.
No continúa hacia adelante, sino que permanece en la puerta en silencio,
cabizbajo y con
sus musculosos brazos extendidos aferrándose al marco de la puerta. No sé
qué hacer, pero sé
que no puedo soportar seguir viéndolo en ese estado, de modo que me
acerco a él con
precaución hasta que estoy lo bastante cerca como para oler su fragancia
masculina mezclada
con el limpio sudor que exuda su cuerpo.
—Miller —digo en voz baja levantando la mano para tocarle el hombro.
Sin embargo,
cuando apoyo la mano en su piel, tengo que esforzarme por no retirarla al
instante. Está
ardiendo.
No tengo que soportar el calor abrasador demasiado tiempo. Se aparta con
un siseo y me
deja angustiada ante su rechazo. Se acerca a la ducha, entra en ella y abre
el grifo.
Está agitado. Coge la esponja y la llena de gel de ducha. Tira la botella al
suelo sin cuidado
y se enjabona. Estoy alarmada, no sólo por su extraño desorden, sino
también por la urgencia
con la que se limpia el cuerpo. Se está frotando la piel con brusquedad,
pasándose la esponja
por todas partes, enjuagándola y cargándola con más gel. El vapor pronto
envuelve el inmenso
espacio, lo que me indica que la ducha está demasiado caliente, aunque a él
no parece
afectarle.
—Miller. —Avanzo unos pasos, preocupándome cada vez más conforme el
vapor aumenta
—. ¡Miller, por favor! —Pego la palma al cristal para intentar captar su
atención. Tiene el
pelo empapado cubriéndole la cara, impidiéndole la visión, pero le da
igual. Se frota con
movimientos desesperados, con una mezcla de terror y de furia. Se va a
hacer ampollas—.
¡Miller, para! —Intento meterme en la ducha vestida, pero salgo corriendo
cuando el agua
entra en contacto con mi piel—. ¡Joder! —Está ardiendo—. ¡Miller, cierra
el grifo!
—¡No puedo soportarlo! —grita, recogiendo la botella del suelo y
echándose el gel por
todo el pecho—. ¡Me dan asco! ¡Las siento por toda la piel! ¡Las siento en
mi ropa!
Me quedo sin palabras. He entendido las suyas perfectamente. Pero ésa es
la menor de mis
preocupaciones. Se va a hacer mucho daño si no consigo que salga de ahí.
—Miller, escúchame. —Intento parecer calmada, pero mi voz denota mi
ansiedad y no
puedo evitarlo.
—¡Debo limpiarme! Necesito borrar todo rastro de ellas de mi cuerpo.
Tengo que entrar y apagar la ducha, pero incluso desde fuera el agua me
abrasa.
—¡Cierra el grifo! —grito perdiendo la compostura—. ¡Miller! ¡Cierra el
puto grifo!
No me hace caso y, cuando pasa de frotarse el pecho a frotarse los brazos,
veo unos
verdugones rojos formándose en sus pectorales. Me pongo en acción
asustada y, sin pensar en
el dolor que me causará, me meto en la ducha palpando la pared para
buscar los grifos.
—¡Joder, joder, joder! —grito mientras el agua me escalda por todas
partes.
Aparto a Miller de mi camino, sacándolo de su locura, y apago la ducha
frenéticamente
para detener el dolor que el agua nos está infligiendo a él y a mí. Cuando
ésta deja de caer
sobre nosotros, me apoyo contra la pared, exhausta, con la piel quemada y
dolorida, y espero a
que el vapor se desintegre y revele el cuerpo desnudo e inmóvil de Miller.
Su rostro es
inexpresivo. No hay nada en ese rostro capaz de detener mi corazón, ni
siquiera una muestra
de malestar tras haber estado bajo el agua hirviendo durante mucho más
tiempo que yo.
Me acerco a él y alargo la mano para apartarle los mechones de pelo de la
cara mientras
lleno de aire mis pulmones.
—No te atrevas a apartarme de tu vida otra vez —le advierto con firmeza
—. Te quiero,
Miller Hart. Te quiero tal y como eres.
Sus apenados ojos azules ascienden lentamente por mi cuerpo húmedo y
abatido y me
miran con anhelo.
—¿Por qué? —pregunta en un susurro.
Este hombre ha puesto a prueba los límites de mi resistencia. Me ha hecho
pasar de la más
absoluta desesperación al más absoluto placer. Me ha vuelto insensata,
estúpida, ciega... y
valiente.
Puedo amarlo porque llega hasta mi alma.
—Te quiero —repito sin sentir la necesidad de justificarlo ante nadie, ni
siquiera ante él
—. Te quiero —murmuro—. No me rendiré sin pelear. Me enfrentaré a
todo el mundo y los
venceré. Incluso a ti. —Lo cojo de la nuca y acerco su rostro al mío,
mirando cómo me
observa con ojos vacíos—. Soy lo suficientemente fuerte como para
amarte.
Pego los labios a los suyos, forzando nuestra reunión, y mi lengua entra
con delicadeza en
su boca, lo que hace que deje escapar un gemido antes de apartarse.
—No he podido hacerlo —dice en voz baja—. No podía hacerte eso, Livy.
Me levanta contra su cuerpo y yo rodeo sus caderas con mis piernas
mientras mantengo las
manos en sus hombros, pero no puedo evitar que mi rostro busque el
confort de su cuello.
Apoyo la mejilla en su hombro, inspiro hondo para absorber su aroma y
siento cómo el
consuelo que me proporciona recorre mi cuerpo a través de nuestro
contacto. No ha podido
hacerlo.
—Quiero venerarte —digo pegada a su cuello, y mi aliento caliente
colisiona con su piel
ardiente.
La mezcla de los dos es casi intolerable. Necesito recordarle lo que
tenemos. Necesito
demostrarle que puedo hacer esto. Que él puede hacerlo.
—Aquí el que venera soy yo.
—Hoy, no.
Me despego de su cuerpo y lo saco de la ducha, lo guío hasta su cama y lo
empujo sobre el
colchón. Su larga figura se estira y observa cómo coloco sus extremidades
hasta que me
aseguro de que está cómodo. Entonces beso su rostro impasible y dejo que
se relaje mientras
preparo un baño. Me aseguro de que el agua está sólo templada y miro en
su armarito
estúpidamente ordenado, asegurándome de que no muevo sus botellas,
tubos y botes
perfectamente dispuestos hasta que encuentro unas sales de baño.
Probablemente se enfurezca
cuando vea el desastre que he montado en su vestidor, pero ya me
encargaré de eso más tarde.
No soy tan idiota como para pensar que un picnic en el parque y un beso
bajo la lluvia hayan
eliminado las costumbres obsesivas de Miller por completo.
Dejo correr el agua, me quito el vestido empapado y regreso al dormitorio.
Empiezo a
recoger la ropa que ha tirado al suelo, probablemente la única que todavía
tiene intacta. La
doblo como es debido y la deposito sobre una cómoda. Levanto la vista
cuando siento unos
ojos azules que me abrasan la piel desnuda.
—¿Qué? —pregunto sobrecogiéndome bajo su minuciosa mirada.
—Sólo estoy pensando en lo preciosa que estás ordenando mi dormitorio.
—Se pone de
lado y apoya la cabeza en su brazo doblado—. Continúa.
La angustia disminuye un poco más. Sonrío, y mi gesto devuelve algo de
brillo a sus orbes
azules. Es un brillo familiar y muy agradable.
—¿Quieres tomar algo?
Asiente.
—¿Alguna preferencia?
Niega con la cabeza.
Siento que arrugo la frente y me dispongo a salir de la habitación. Antes de
hacerlo, miro
por encima del hombro y lo encuentro observando mis pasos de cerca,
hasta que desaparece de
mi vista. Corro por el pasillo y por el salón hasta el mueble bar.
Cojo un vaso corto, asegurándome de que se parezca a los que he visto que
usa. Para elegir
el whisky, cierro los ojos, muevo la mano y señalo una botella. Satisfecha
con mi elección
aleatoria, lleno el vaso hasta la mitad y derramo un poco fuera.
—¡Mierda! —maldigo, y golpeo con la botella las demás al dejarla con
demasiada torpeza.
Ahora soy una inútil por una razón muy distinta. El hombre carismático
(aunque ahora
mismo nadie lo diría) que está en la habitación al otro lado del pasillo ha
hecho del
refinamiento un arte. Yo, no.
Pongo los ojos en blanco, me llevo el vaso a los labios y doy un buen trago.
Y me entran
arcadas al instante.
—¡Joder! —Pego los labios y hago una mueca mientras levanto el vaso y
observo el
líquido oscuro con asco—. Es repugnante —mascullo, y doy media vuelta
para regresar con
Miller.
Sigue de lado, mirando hacia la puerta cuando entro.
—Whisky.
Levanto la bebida y él desvía la mirada hacia el vaso para volver a posarla
sobre mí al
instante. No dice nada, simplemente me observa en silencio.
Me acerco a la cama con aire pensativo, sosteniéndole la mirada, y
extiendo la mano
cuando llego hasta él. Levanta su musculoso brazo lentamente y coge el
vaso. Parpadea
dolorosamente despacio, obligándome a cruzar las piernas estando de pie
para evitar que el
pulso que siento al instante se convierta en una fuerte palpitación. El mero
hecho de que esos
rasgos familiares estén presentes resulta delicioso, lo esté haciendo adrede
o no. Mi inmensa
mochila de intensidad ha vuelto, dejando a un lado su condición actual.
Veo una luz
esperanzadora al final del túnel.
—He preparado un baño —le digo mientras observo cómo se lleva el
whisky a los labios y
bebe lánguidamente—. No está demasiado caliente.
Mira el vaso durante un breve momento y me derrite con un leve
movimiento de su
preciosa boca.
—Ven aquí.
Mueve la cabeza para que siga su orden y me deslizo junto a él, dejando
que me acurruque
en su pecho para poder tomarse la bebida con una mano y acariciarme el
pelo con la otra.
—Deben de dolerte los nudillos —digo encantada de haber vuelto a mi
zona de confort,
aunque los acontecimientos que me han llevado hasta aquí nos estén
matando.
—Están bien. —Pega los labios a la parte superior de mi cabeza y no dice
nada más.
Noto y oigo cómo bebe frecuentes sorbos y, aunque estoy feliz pegada a su
pecho, me
gustaría cuidarlo e intentar sonsacarle cuidadosamente una explicación.
Me aparto a regañadientes de la firme y cálida seguridad de su pecho y le
cojo la mano.
Miller frunce el ceño pero deja que lo ayude a levantarse y que lo guíe
hasta el baño, trayendo
su bebida consigo. La inmensa bañera ya está bastante llena, de modo que
cierro el grifo y le
hago una señal para que se meta. Deja la bebida sobre una superficie
cercana sin decir nada y
finalmente me parece apropiado pasar unos cuantos momentos en silencio,
absorbiendo su
desnudez mientras se da la vuelta. Los definidos músculos de su espalda
resaltan bajo las luces
del techo, y las nalgas de su bonito trasero son duras y terminan en unos
muslos largos y
fuertes y unas pantorrillas perfectamente formadas. Hago caso omiso de
las marcas de
arañazos. En este hombre magnífico, hasta los defectos son perfectos. Está
herido, más que yo,
y cree que está destinado a vivir un infierno. Necesito saber por qué es tan
insistente con
respecto a su destino. Quiero ser la persona que lo cambie.
Miller se vuelve, y mi mirada, que estaba felizmente centrada en sus
bizcochitos, se
enfrenta ahora a otra cosa firme, suave y... preparada. Levanto la vista y
me encuentro con
unos ojos azules brillantes, pero una cara seria. Y me ruborizo. ¿Por qué
me ruborizo? Me
arden las mejillas cuando me mira, y empiezo a mover los pies como si
estuviera recibiendo
una descarga de puro e inexorable deseo. He perdido el aplomo por
completo. Mi
determinación anterior está siendo abatida por su embriagadora presencia.
—Quiero venerarte —exhalo.
Me llevo las manos temblorosas a la espalda para desabrocharme el
sujetador. Dejo que se
deslice por mis brazos y que caiga sobre mis pies. Su mirada desciende
hasta mis bragas. Hago
lo que me ordena en silencio y me las quito lentamente. Ahora estamos los
dos desnudos, y su
deseo mezclado con el mío está creando un cóctel embriagador que flota en
el mudo ambiente
que nos rodea. Señalo en dirección al baño con un gesto de la cabeza. Es
eso o postrarme de
rodillas y rogarle que me venere a su manera al instante, pero necesito
demostrarle que soy
fuerte, que puedo ayudarlo.
Se pasa la lengua por los labios en un último intento de doblegarme. Me
resisto a duras
penas, pero consigo mantenerme firme e indico la bañera de nuevo. Su
boca no sonríe, pero
sus ojos sí. Asciende los escalones y se mete en el agua burbujeante.
—¿Me harías el honor de acompañarme? —pregunta en voz baja.
Respondo subiendo los escalones tranquilamente, tomándome tiempo para
evaluar mi
mejor posición, y al final me coloco detrás de él. Con un gesto de la
cabeza, le indico que se
mueva hacia adelante, y lo hace enarcando ligeramente una ceja,
dejándome sitio detrás para
que me meta. Me abro de piernas y deslizo las manos sobre sus hombros
para atraerlo contra
mi pecho. Sus rizos oscuros y mojados me cosquillean en la mejilla, y su
cuerpo pesa un poco,
a pesar de que el agua lo aligera, pero estoy enroscada a su alrededor,
abrazándolo, dándole
«lo que más le gusta».
—Esto es muy agradable —dice con voz suave, tranquila.
Murmuro para indicarle que estoy de acuerdo y le rodeo los hombros con
los brazos
restringiendo su movimiento, pero no se queja. Responde a mi constricción
relajando la
cabeza hacia atrás y tocándome las piernas allí donde reposan sobre su
estómago.
—Esto no va a ser fácil —declara casi con dolor. Sus palabras me
confunden. No me dice
nada nuevo.
—Tampoco era fácil ayer, ni anteayer, pero estabas dispuesto a luchar.
¿Qué ha cambiado?
—Un golpe de realidad.
Quiero verle la cara, pero me preocupa lo que pueda encontrar en sus ojos
si lo hago.
—¿Qué quieres decir?
—No tengo libertad para tomar ciertas decisiones —masculla lentamente,
con vacilación.
Mi cuerpo se tensa sin que pueda hacer nada por evitarlo, y sé que se ha
dado cuenta,
porque me aprieta las pantorrillas como si quisiera infundirme seguridad.
No me da la
impresión de que Miller se sienta muy seguro, de modo que el hecho de
que intente que yo lo
haga me parece un poco absurdo.
Trato de pensar en qué puede estar queriendo decir, y no hallo ninguna
respuesta evidente.
—Explícate —le ordeno con severidad, lo que provoca que se vuelve hacia
mi mejilla y
me dé un ligero mordisco.
—Si es lo que deseas...
—Así es —confirmo.
—Estoy atado a esta vida, Olivia.
No me mira cuando pronuncia esa chocante declaración, de modo que lo
agarro de las
rasposas mejillas y le levanto la cara para poder mirarlo a los ojos mientras
las palabras de
Tony resuenan en mi mente.
—Explícate —le pido, y beso con ternura su preciosa boca con la
esperanza de que me
devuelva la fortaleza que siempre me infunde. Nuestros labios se mueven
lentamente,
pegados, y sé que hará que este beso dure eternamente si no lo detengo, de
modo que lo hago,
a regañadientes—. Habla.
—Estoy en deuda con ellos.
Intento mostrarme tranquila, pero esas palabras me llenan de temor. Hay
dos preguntas
que necesito formular en respuesta a esa afirmación, y no sé cuál debería
plantearle primero.
—¿Por qué estás en deuda con ellos?
Miller parpadea incómodo. Veo que se vuelve más reacio a hablar
conforme progresa la
conversación y empieza a proporcionarme información. Sus escuetas
respuestas son muestra
de ello. Está obligándome a preguntarle en lugar de compartirlo conmigo
abiertamente.
—Me proporcionaron control.
Otra respuesta confusa que suscita un montón de preguntas más.
—Explícate —digo con impaciencia, aunque estoy esforzándome al
máximo por no
parecerlo.
Me aparta la mano y apoya la cabeza hacia atrás.
—¿Recuerdas que te expliqué lo de mi talento?
Me quedo mirándole la coronilla, queriendo recordarle sus modales.
—Sí —respondo alargando la palabra y con cautela. Mi tono hace que se
revuelva
ligeramente.
—Mi talento me proporcionó cierta cantidad de libertad.
—No lo entiendo. —Cada vez estoy más confundida.
—Era un prostituto normal y corriente, Livy. No tenía ningún control y
nadie me respetaba
—explica haciendo que me encoja—. Hui del orfanato con quince años. Me
pasé cuatro en la
calle. Así fue como conocí a Cassie. Me colaba en casas vacías en busca de
cobijo. —Me trago
mi sorpresa para no interrumpir su discurso, pero entonces se vuelve y me
pilla con cara de
pasmo—. Apuesto a que jamás habrías pensado que tu hombre era un
experto abriendo
cerraduras.
¿Qué quiere que responda a eso? No, jamás lo habría imaginado, pero
tampoco se me
habría pasado por la cabeza que fuera un chico de compañía, un
drogadicto... Decido no seguir
con esa línea de pensamiento. Podría llevarme horas. Y en cuanto a
Cassie..., ¿ella también era
una indigente?
Miller sonríe ligeramente y aparta la vista de mi cara de estupefacción.
—Ellos nos encontraron. Nos dieron trabajo. Pero yo era guapo y, además,
era bueno. De
modo que me sacaron de la calle y me utilizaron para obtener el máximo
partido de mí.
Glamour y sexo. Conmigo ganan una fortuna. Yo soy «el chico especial».
Me quedo helada, y siento cómo la vida escapa de mi cuerpo. Unos
horribles escalofríos
me ponen el húmedo vello de punta. Está pasando con demasiada
frecuencia. Me he quedado
sin palabras. ¿Lo sacaron de la calle?
—Tú eres mi chico especial. —No se me ocurre nada más que decir aparte
de reafirmar
mis sentimientos por él, de hacerle sentir que es algo más que una máquina
de placer parlante
y andante—. Eres mi chico especial, pero eres especial porque eres
precioso y adorable, no
porque me proporciones orgasmos que me dejan sin sentido.
Lo beso en la nuca y lo estrecho contra mí.
—Pero eso ayuda, ¿verdad? —replica.
—Bueno... —No puedo negarlo. Lo que me hace sentir físicamente es
increíble, pero no
tiene nada que ver con cómo me hace sentir emocionalmente.
Se ríe ligeramente y me enfado, no porque me parezca inapropiado que le
vea la gracia a
eso, sino porque yo no se la veo.
—Puedes decir que sí, Livy.
Tiro de su cara hacia la mía y lo veo sonriendo con picardía.
—Vale, sí, pero te quiero por razones que van más allá de tus habilidades
sexuales.
—Pero soy bueno. —Su sonrisa se intensifica.
—El mejor.
La sonrisa se le borra de inmediato.
—Tony me ha llamado —dice entonces.
Me pongo tensa de nuevo. De los pies a la cabeza. Las cámaras estaban
desconectadas,
pero Tony me vio. ¿Se lo habrá contado a Miller? No estoy segura, aunque
después de ver
cómo perdió el control fuera de Ice aquella vez, Tony debería preferir
callar. Me observa
evaluando mi reacción. Debo de parecer totalmente culpable.
—Yo...
—No me lo digas. —Aparta la vista de mí—. Podría matar a alguien.
Me pongo a mirar a todas partes, dando gracias a todos los dioses porque
Miller decidiera
apagar las cámaras. Detesto haber reaccionado así, y detesto que él lo
predijera. En un intento
de desviar mi culpabilidad y los pensamientos de Miller, preparo mi
siguiente pregunta.
—¿Y Cassie?
—Los convencí para que la dejaran venir conmigo.
Quiero enfadarme con él por haberles pedido eso, pero la compasión me lo
impide.
—Ser el chico especial tiene sus ventajas. —Suspira—. Yo elegía a mis
clientas, decidía
las fechas que me venían bien y establecía mis propias normas. Lo de no
tocarme era
condición sine qua non. No necesitaban tocarme para conseguir lo que
querían, y estaba harto
de que me utilizaran como un objeto. Besarse es algo demasiado íntimo.
Aparta mis piernas de su cuerpo y se vuelve despacio, de manera que queda
tumbado de
cara a mi torso, mirándome. Alargo la mano y le acaricio el mechón de
pelo rebelde que le cae
sobre la frente.
—Saborear a alguien es algo íntimo. —Se eleva deslizándose por mi
cuerpo y hunde su
lengua en mi boca, gimiendo y mordiéndome suavemente los labios—.
Una vez que te probé a
ti, supe que me estaba metiendo en algo que no debía. Pero, joder, es que
sabes tan bien...
Rodeo de nuevo su firme cintura con las piernas y mi deseo se dispara al
sentirlo
fuertemente encerrado entre mis muslos y hace que me pregunte si seré
capaz de liberarlo
alguna vez. Creo que ahora lo entiendo un poco mejor. Sin contar con
nuestro espantoso
encuentro en el hotel, no ha hecho nada más que adorarme. Deja que lo
toque y que lo bese.
Quiere intimidad conmigo.
—¿Quiénes son? —pregunto contra su boca.
De repente entiendo claramente las confusas palabras de Tony. Él lo sabe.
Él sabe quiénes
son «ellos».
—Moriría antes de exponerte a ellos. —Me muerde el labio y tira de él
entre sus dientes
—. Por eso necesito que confíes en mí mientras soluciono esto. —Me mira
con ojos
suplicantes—. ¿Lo harás?
—¿Qué tienes que solucionar? —No me gusta cómo suena eso.
—Muchas cosas. Por favor, te lo ruego, no te rindas. Quiero estar contigo.
Para siempre.
Solos tú y yo. Nosotros. Es lo único que sé ahora mismo, Olivia. Es lo
único que quiero. Pero
sé que harán todo lo posible para evitar que te tenga. —Levanta la mano,
me acaricia la
mejilla con la punta de un dedo y me pasa el pulgar por el labio inferior.
Responde ante
alguien; alguien desagradable—. Les debo mucho.
—¿Qué les debes? —inquiero. «¡Esto es absurdo!»
—Me sacaron de la calle, Livy. Para ellos, les debo la vida. Conmigo
ganan mucho dinero.
No tengo ni la menor idea de qué decir, y sigo sin entender cómo «ellos»,
sean quienes
sean, pueden mantenerlo en este mundo toda la vida. Una deuda de por
vida me parece algo
irracional. No pueden esperar eso de él.
—No he practicado sexo con nadie desde que te conocí, Olivia. Dime que
me crees.
—Te creo —digo sin vacilar. Confío en él.
—Conozco a esas mujeres. No puedo permitir que la gente vaya haciendo
preguntas. No
puedo permitir que descubran lo tuyo, de ninguna manera.
De repente todo cobra sentido y el pánico se apodera de mí.
—Y ¿qué hay de aquella mujer de Quaglino’s? —Recuerdo su cara,
primero de sorpresa,
después de satisfacción, y por último de suficiencia. Dijo que no era una
chismosa, pero no la
creí.
—Conozco muchos trapos sucios sobre Crystal, y lo sabe. Ella no me
preocupa.
No voy a molestarme en preguntar qué trapos sucios son ésos. No quiero
saberlo.
—¿Y Tony y Cassie? —le recuerdo. No confío en Cassie lo más mínimo.
—No me preocupan —responde con firmeza, y no estoy segura de si eso
me hace sentir
mejor o peor.
¿Atado? ¿Engrilletado? ¿Moriría antes de exponerme a esa gente? Cassie y
Tony conocen
a esa gente, y también conocen las consecuencias de nuestra relación.
Pero ¿cuánta gente nos ha visto juntos? Hemos estado en el club, de
compras, en el parque.
Empiezo a mirar a todas partes.
—Podría habernos visto cualquiera. —Mi voz suena preocupada, y no me
importa, porque
lo estoy.
—He puesto en práctica una estrategia de control de daños donde era
necesario.
—¡Espera! —Vuelvo a mirar a Miller—. ¿Recuerdas la noche en que acabé
en el hospital?
Lo recuerda, y lo sé porque una expresión incómoda se dibuja en su rostro
mojado, pero no
le doy la oportunidad de confirmarlo o negarlo.
—Nos estaban siguiendo, ¿verdad? Dejaste allí tu coche y fuimos en metro
porque nos
estaban siguiendo. —¿Cuántas veces nos habrán seguido? ¿Cuántas veces
me habrán seguido a
mí?—. ¿Ya saben lo mío?
Miller suspira.
—Hay señales que indican que sí. Fui muy poco cuidadoso. Te he
expuesto. Pensaba... —
Se toma unos instantes pero no se le ocurre ninguna excusa.
¿«Señales»? No hace falta que me explique nada. Empiezo a darle vueltas a
mi inocente
cabeza.
—Me he ocupado de todos los que podían suponer un problema —añade.
—¿Cómo?
—No preguntes, Olivia.
Me pongo muy seria.
—Aquella mujer me vio en tu apartamento.
—Lo sé.
—¿Qué le has dicho?
De repente evita mis ojos, de modo que le tiro de la barbilla y arrugo los
labios.
—Le dije que habías pagado.
—¿Qué? —Sofoco un grito—. ¿Le dijiste que soy una clienta?
—No sabía qué otra cosa decir, Olivia.
Sacudo la cabeza sin poder creer lo que me está diciendo. ¿Tengo pinta de
pagar a cambio
de sexo? Hago una mueca de dolor mientras las imágenes de billetes de mil
dólares tirados
sobre una mesa se proyectan en mi mente torturada.
—¿Qué pasó después de que Sophia se fuera anoche? ¿Qué te hizo cambiar
desde que
volviste a la cama hasta que te has despertado esta mañana?
Se cerró completamente en banda, sin previo aviso ni razón.
—Me dijo algunas cosas y me hizo cavilar. —Parece avergonzado, y
debería estarlo
después de todas las veces que me ha regañado por hacer precisamente eso
—. Me recordó mis
obligaciones.
¿Obligaciones? Me va a estallar el maldito cerebro.
—Y ¿qué ha pasado hoy?
Tengo que saberlo. Me parece que hay demasiados testigos, aunque Miller
parece seguro
de que guardarán silencio.
Baja la vista.
—Me asusté.
—¿Por qué razón?
—Si antes ya castigaba a esas mujeres, ahora podría ser peligroso. Podría
hacerles daño.
Frunzo el ceño, lo obligo a mirarme y veo temor en sus ojos, lo que no
hace sino aumentar
el mío.
—¿Por qué?
Toma aire de manera lenta y controlada y a continuación lo exhala
acompañado de sus
palabras.
—Porque, cuando las miro, veo un motivo por el que no puedo estar con mi
dulce niña. —
Deja que asimile sus palabras durante unos instantes. Entiendo lo que
quiere decir—. Veo
entrometidas.
Aprieto los labios con fuerza y las lágrimas inundan mis ojos doloridos.
—No puedo arriesgarme a tomarlas cuando lo único que veo es eso.
Acabarán muertas.
Pero, lo que es más importante: no puedo hacernos eso a nosotros.
Se me escapa un pequeño sollozo, y Miller se pega a mi cuerpo
cubriéndome por todas
partes. Mis brazos se aferran a su espalda mojada con fuerza.
—Tienes que esconderme —sollozo, detestando la cruda realidad que
implica la vida de
Miller.
—No quiero hacerlo. —Pega la boca a mi cuello y me chupa suavemente
—. Pero van a
ponerme esto difícil y tengo que protegerte. He intentado alejarme de ti, y
sé que debería
hacerlo, pero la fascinación que siento por ti es demasiado grande.
Sonrío a pesar de mi tristeza.
—Yo estoy demasiado fascinada por ti como para permitírtelo.
—Voy a solucionar esto, Olivia. No te rindas.
Me siento fuerte y decidida, y voy a infundirle esas sensaciones a Miller.
—Jamás. Y ahora voy a venerarte —declaro, y vuelvo el rostro hacia el
suyo.
No sé qué futuro nos aguarda, y eso me asusta, pero me aterra la idea de
una vida sin él. No
tengo más opción que confiar en Miller y en que hace lo que considera más
correcto. Él
conoce a esta gente. No es sólo de las mujeres de quienes debo
preocuparme.
—Voy a saborearte despacio —susurro.
Acerca el rostro lentamente al mío.
—Gracias —murmura, y entonces me absorbe con un beso largo, delicado
y sin prisa.
Nuestras lenguas se enroscan con suavidad mientras él se pone de rodillas
y me coloca sobre
su regazo.
—Quiero venerarte yo a ti —farfullo contra su boca, sintiendo cómo
intenta ponerse al
mando.
—Tu petición ha sido recibida —me asegura, pero no cesa en el beso en el
que tiene el
control absoluto, y recorre con las manos cada milímetro de mi espalda—,
y desoída.
Se levanta de la bañera sosteniéndome pegada a su cuerpo con firmeza.
Baja los escalones
y me transporta por el baño, parando a coger un condón del armario antes
de dirigirse al
dormitorio. Pero no se detiene en la cama, cosa que me extraña, y continúa
dándome
deliciosos lametones. Nos encontramos en el pasillo brevemente, antes de
que Miller abra la
puerta de su estudio. Entramos. Sonrío. El desorden y el caos de la
habitación hacen que me
sienta cómoda. Coge un dispositivo negro mientras me sostiene y pulsa
unos cuantos botones
y casi me echo a llorar cuando Demons de Imagine Dragons empieza a
sonar desde todas
partes.
—Joder, Miller —sollozo contra su boca, y dejo que la letra llegue a lo
más profundo de
mi ser.
—Pintemos algo perfecto —exhala, y apoya mi trasero húmedo sobre el
borde de la mesa
que ocupa toda la longitud de la pared.
Siento que golpeo objetos con mi cuerpo, pero él no parece estar
horrorizado ni tener prisa
por colocarlos en su sitio. Detiene nuestro beso y me deja jadeando en su
cara cuando sus
labios se alejan y me tumba sobre la mesa. Mi piel ardiente y mojada
apenas siente el frío de
la superficie. Estoy ardiendo. Me abro de piernas y él se coloca entre ellas.
—¿Te parece? —pregunta, y estira el brazo para acariciarme un pezón. La
sangre de mi
cuerpo se concentra al instante en mi sexo. Realmente es especial. Podría
correrme ya.
Asiento y exhalo sonoramente cuando retuerce una de mis erectas
protuberancias con
suavidad, pero tengo los pechos sensibles, ansiosos por recibir su tacto.
—Te lo he preguntado una vez —dice con voz severa, muy serio, mientras
saca el condón
y lo desliza por su miembro con la mandíbula tensa.
Arqueo la espalda y aprieto los talones contra su culo, acercándolo hasta
mí.
—Por favor —le ruego, olvidando todos mis planes de venerarlo.
Me aferro al borde de la mesa y cierro los ojos con fuerza.
—Me estás privando de ellos, Olivia. —Me coge el pezón y me lo retuerce
suavemente
entre sus dedos índice y pulgar—. Ya sabes cómo me hace sentir eso.
Lo sé, pero me está dejando sin sentido. La cabeza empieza a darme
vueltas. Mis manos
abandonan el borde de la mesa y se hunden en mi pelo empapado. Me estoy
volviendo loca, y
cuando desciende la mano hasta la parte interna de mi muslo y empieza a
trazar provocadores
círculos cerca de mi sexo palpitante, le expreso mi desesperación.
—¡Miller!
Los músculos de mi estómago se contraen, haciendo que mis hombros se
despeguen de la
mesa, y estiro los brazos hacia los lados y tiro recipientes de pinceles y
paletas de pintura por
todas partes, pero estoy demasiado extasiada como para preocuparme por
ello, y a Miller no
parece importarle un poco de desorden más. Sus ojos brillan y rezuman
victoria. Me estoy
retorciendo de placer y me cuesta respirar, y eso que todavía no me ha
tocado en mi parte más
sensible. Todo esto es demasiado: su tacto, mis pensamientos..., la
profunda letra de la
canción.
—Hago que te sientas viva —dice.
Hunde dos dedos en mí, y su acción hace que expulse todo el aire de los
pulmones. Me
dejo caer de nuevo sobre la mesa y lo miro directamente a la cara. Puede
que el placer que me
proporciona me ciegue, pero nada distorsionaría la visión de sus
penetrantes ojos azules
mientras observan cómo me retuerzo cuando me toca. Los tiene
entornados, pero ejecuta cada
parpadeo tan despacio como siempre, tomándose su tiempo en cerrarse
antes de abrirse de
nuevo.
—Hago que te preguntes cómo sobrevivirías sin mis atenciones hacia este
cuerpo tan
exquisito —prosigue. Saca los dedos lentamente y acaricia mi palpitante
clítoris con el pulgar
antes de hundirlos de nuevo—. Grita mi nombre, Olivia —ordena.
Me resulta casi imposible no cerrar los ojos, pero lo que sí que no puedo
evitar es contener
un alarido. Alcanzo el orgasmo. Mi cuerpo entra en shock. Intento
aferrarme a algo pero no lo
consigo, y el aire sale despedido de mi boca con un sonoro y ensordecedor
alarido de su
nombre muerta de placer. Él me mira. Su rostro permanece impasible y sus
ojos victoriosos
mientras mi sexo se contrae persistentemente alrededor de los dedos que
mantiene
profundamente hundidos dentro de mí. Los deja ahí y desciende el torso
sobre mí, acercando
la cara a la mía.
—Y yo me pregunto constantemente cómo podría sobrevivir sin el
privilegio de colmarte
de atenciones. —Me besa con dulzura en los labios—. Especialmente
cuando llegamos a esta
parte en concreto.
Dejo que me devore mientras me mete y me saca los dedos lentamente,
ayudándome a
recuperarme de mi estado de éxtasis mientras trabaja en mi boca con
constantes gemidos de
gratitud. Yo jamás podría venerarlo tan bien. Estoy segura de que no podría
hacer que se
sintiera tan a gusto y tan seguro.
—Ahora voy a tomarme mi tiempo haciéndote el amor. —Hunde la nariz
en mi pelo y
despega el torso del mío, exponiendo mi piel mojada al aire fresco del
estudio—. Voy a
demostrarte lo mucho que me fascinas.
Mis ojos buscan los suyos y nos quedamos mirando mientras él retira los
dedos y los
desliza sobre mi labio inferior para después lamerlos lentamente. Después
se limita a
observarme durante mucho rato. Su riguroso examen no me hace sentir
incómoda pero, como
siempre, hace que me pregunte qué pasa por esa compleja mente suya.
—¿En qué estás pensando? —pregunto en voz baja, y soy incapaz de
resistirme a pasar un
dedo por los definidos músculos de su estómago.
Él sigue su trayectoria y deja que lo palpe durante un momento antes de
apartarme la mano
y llevársela a los labios. Me besa todos los dedos de uno en uno, con la
palma abierta, y
después me coloca la mano con cuidado sobre mi pecho.
—Estoy pensando en lo preciosa que estás sobre mi mesa de pintura.
Sonrío ligeramente y él comienza a moverme la mano, animándome a
seguir sus
instrucciones y a masajear mi pecho. Un gemido escapa de mis labios y
lanzo un suspiro largo
de relajación.
—Estás preciosa en todas partes. —Se lleva la mano libre hasta la
entrepierna y sofoca un
pequeño grito cuando envuelve su erección por la base con la palma. Su
mandíbula se tensa—.
Joder, eres demasiado preciosa.
Mira hacia abajo, se guía hacia mi abertura y roza mi entrada. Empiezo a
jadear,
motivándolo a acariciarme nuevamente de manera tentadora. Esto es
demasiado.
—¡No! —Me sorprendo a mí misma con mi repentina exclamación, y
Miller me mira
alarmado también—. ¡No me vuelvas loca, por favor!
Y entonces, su mirada de sobresalto se convierte en complicidad.
—Sé que te encanta pero, por favor, no me tortures.
Estoy desesperada y no me importa mostrarlo. Después de lo de hoy y de
todo lo que ha
pasado, no necesito que me atormente ni me mortifique.
Sin decir nada, se introduce lentamente dentro de mí, transfiriendo las
manos a mis
caderas y elevándome ligeramente. Mi preocupación disminuye y es
sustituida
inmediatamente por una agradable sensación de serenidad y calma. Me
agarro el otro pecho,
me relajo y dejo que me lleve al éxtasis, ese lugar en el que nuestros
problemas y
complicaciones no existen. Ese lugar en el que quiero perderme para
siempre con Miller Hart.
Su veneración. Su boca. Sus ojos. Lo que más le gusta.
Su figura, larga y potente, me bombea lentamente de manera controlada.
Sus músculos se
contraen con cada movimiento de sus caderas y sus labios se separan
mientras me observa. No
hay tensión, no hay nada más que placer, pero su talento para proporcionar
tal exquisita
sensación no tarda en dejarme sin sentido, y la presión que noto entre las
piernas empieza a
abrirse camino hacia mi epicentro. Quiero que esto dure. Quiero seguir y
seguir, de modo que
aprieto los dientes y contraigo los músculos para intentar detener lo
inevitable, o al menos
retrasarlo de alguna manera.
Su mirada de concentración no ayuda. Ni tampoco la imagen de la
perfección de su cuerpo.
Todas las cualidades adictivas de Miller son poderosas por separado. Pero
combinadas, son
letales.
—Me encanta ver cómo tu cuerpo lucha contra lo inexorable.
Me suelta la cintura, apoya la mano en mi garganta y empieza a descender
por el centro de
mi pecho hasta mi estómago. Gimo de placer y arqueo la espalda mientras
él sigue entrando y
saliendo de mí. Parece resultarle fácil mantener un ritmo constante,
mientras que yo estoy al
borde de dejar de resistirme.
—Me encanta sentir cómo se tensa todo tu cuerpo. —Traza suaves círculos
sobre los
tirantes músculos de mi estómago y yo gimoteo, esforzándome por seguir
mirándolo, cuando
lo único que quiero es echar la cabeza atrás y gritar su nombre—.
Especialmente aquí. —Sale
de mí y vuelve a entrar con determinación. Su mano regresa a mi cadera y
sus movimientos se
detienen mientras controlo mis gritos. Él también jadea ahora, y su cabello
ondulado está
empapado en sudor—. ¿Está funcionando, Livy? —pregunta con
engreimiento, sabiendo
perfectamente la respuesta.
—Nada funciona. —Me retuerzo bajo sus manos. Las mías abandonan mis
pechos y
empiezo a agitarlas hacia los lados. Golpeo algo de nuevo, pero esta vez
siento una humedad
distinta de la nuestra. Miro a un lado y veo mi mano cubierta de pintura y
un bote con agua
volcado junto a éste. La turbia solución avanza por la mesa en mi dirección
—. ¡Joder! ¡Miller!
Levanto las manos y me aferro a sus antebrazos, clavándole las uñas en la
carne. Su
mandíbula se tensa, se le descompone el rostro e inclina la cabeza hacia
atrás, pero sus ojos no
se mueven. Contengo el aliento. Las chispas vencen y se abren paso hacia
mi sexo.
Me gratifica con su ritmo constante y continuado. Entra lentamente. Sale
lentamente. Me
agarra con suavidad. Todo lo hace de manera relajada y decidida.
—¡¿Cómo?!... —grito. El misterio me enoja a pesar de mi estado de
desenfreno—. ¿Cómo
puedes controlarte tanto?
Se mueve, cambia la posición de los pies para disfrutar de más estabilidad
y me coge las
manos. Entrelaza los dedos con los míos y se acerca a mi rostro.
—Por ti. —Utiliza los brazos a modo de palanca, elevando mi cuerpo
ligeramente con cada
suave embestida. Me muerdo el labio, aceptando todas y cada una de sus
delicadas arremetidas
—. Quiero atesorar cada momento que puedo disfrutar de ti. —Tira con
ímpetu con sus fuertes
brazos y me incorpora, hundiéndose más en mí. Lanza un grito, y yo
respondo con un alarido.
Nuestros pechos chocan y él se detiene para dejar que me adapte a su
penetración
inconcebiblemente profunda. Respira contra mi rostro, con jadeos cortos,
agitados y cargados
de placer—. Te saboreo y quiero deleitarme en cada momento que paso
contigo. —Sus labios
atacan los míos con un beso voraz. Su entrepierna comienza a menearse de
nuevo, ajustándose
a su ritmo anterior—. Joder, Olivia, ojalá pudiera dedicar cada momento
del día y de la noche
a adorarte.
Su exquisita boca pierde algo de ternura cuando se hunde más en mí, y su
beso se
transforma en un beso lujurioso.
Mi ansia por mi caballero a tiempo parcial se intensifica. Pero nuestra
cruda realidad la
contiene. No puede dedicarme cada momento del día y de la noche. Está
encadenado, y eso me
hace sentir tremendamente impotente.
—Algún día —digo a través de nuestro beso sensual, moviendo la boca y
mordiéndole el
labio antes de hundir mi lengua de nuevo dentro de la suya y pegando los
senos contra su
pecho.
—Pronto —responde él, ladeando mi cabeza y descendiendo para chupar la
piel húmeda de
mi garganta—. Te lo prometo. No te decepcionaré —susurra besando
suavemente el hueco
antes de animarme a apartarme de la seguridad de su torso. Me mira y me
colma de
determinación y de fuerza—. No nos decepcionaré.
Asiento, y entonces dejo que me baje de nuevo hasta la mesa. Libera mis
manos, alarga el
brazo hacia un lado de mi cuerpo, coge algo y vuelve a posar las manos en
mi vientre. Bajo la
vista y veo la punta de su dedo índice cubierta de pintura roja. Ligeramente
desconcertada, lo
miro a los ojos y veo que está centrado en mi barriga. Entonces arrastra un
dedo por mi piel
mientras empieza a penetrarme suavemente de nuevo, reanimando el
persistente clímax.
Comienzo a notar un cosquilleo y siento una tremenda satisfacción al ver a
Miller concentrado
en su tarea mientras deja que su miembro entre y salga sin esfuerzo dentro
de mí.
De manera lenta y pausada, desempeña ambas funciones: pintar en mi
vientre y hacerme el
amor. Pero a mí se me agota el tiempo.
—Miller —jadeo arqueando la espalda y formando una bola con el puño.
Estoy a punto,
efervescente.
—Me encanta sentirte —susurra, y corcovea las caderas un poco, lo que
provoca que deje
escapar un alarido al tiempo que él emite un grito grave—. Siento tus
palpitaciones alrededor
de mí —jadea—. ¡Joder, Olivia!
—¡Por favor! —ruego, y empiezo a sacudir la cabeza mientras me sumo en
un torbellino
de sensaciones intensas. No hay vuelta atrás. Voy a estallar en mil pedazos.
Me agarra de los
muslos con las dos manos y empieza a tirar de mí contra él, no con una
fuerza extrema, pero
bastante más potente de lo que suele hacerlo—. ¡Vaya!
Intento desesperadamente contenerlo, mantener un poco el control en
medio de mi absurdo
placer para poder verle la cara mientras se corre. Lo miro y me vuelvo loca
cuando compruebo
que echa la cabeza atrás, con la mandíbula a punto de romperse por la
presión de sus dientes
apretados. Ahora nuestros cuerpos chocan sonoramente y con cada golpe
aumenta nuestro
placer.
Y entonces sucede.
Para los dos.
Miller se hunde en mí, lanza un rugido y se detiene profundamente. Yo
grito su nombre y
estallo. Pierdo la capacidad de visión, mis músculos internos se contraen
espasmódicamente al
igual que mi cuerpo.
—Joder —digo exhalando satisfecha y lentamente, recuperando por fin
algo parecido a la
visión normal y encontrando su pecho hinchándose y deshinchándose y su
rostro empapado de
sudor.
Miro mi vientre y veo unas cuantas líneas, pero él cubre rápidamente con
la mano las
letras y las emborrona extendiendo la pintura por todas partes. Ahora las
palabras no son más
que una gran mancha de tinte rojo.
Su cuerpo cae sobre mí y sus labios buscan los míos.
—No he podido controlarme más. Lo siento. Lo siento muchísimo.
Prestando especial atención a mi boca, me cubre de besos. El cuerpo. La
boca... El corazón.
Sonrío y lo abrazo, sosteniéndolo entre mis brazos y devolviéndole el beso.
—Había sentimiento —digo en voz baja contra su boca.
La ausencia de éste durante mi encuentro en aquel hotel con su yo
castigador era el
problema, no necesariamente la violencia con la que me tomó. Fue lo poco
cariñoso y lo frío
que se mostraba.
Miller entierra el rostro en el hueco de mi cuello.
—¿Te he hecho daño?
—No —le aseguro—. Únicamente siento dolor cuando estamos separados.
Se incorpora lentamente, revelando su pecho cubierto de pintura.
—Acabamos de pintar un cuadro perfecto, mi dulce niña.
Sonrío y exhalo.
—Tararéame.
Él sonríe a su vez y me regala una de sus cualidades más maravillosas.

—Hasta que no me quede más aliento en los pulmones.


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