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Una noche traicionada - Cap. 24

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CAPÍTULO 24
Son más de las nueve de la noche y estoy agotada ante el torrente de
emociones, pero mi
mente vengativa me impediría dormir. El resentimiento me anima a clavar
el cuchillo y a
retorcerlo sin parar. Las cuatro llamadas perdidas de William no han
ayudado a mi estado
mental. En todo caso, han alimentado mi sed de venganza. No me cabe la
menor duda de que
estoy a punto de darle la razón de una vez por todas. Soy la hija de mi
madre.
Ya no tengo mi tarjeta de socia de Ice, pero eso no me detendrá. Nada lo
hará. Me salto la
corta cola y me planto ante el portero, que suspira con exasperación antes
de proporcionarme
acceso sin mediar palabra. Paso por su lado y me dirijo a una de las barras.
Observo mi
entorno, la música y el ambiente desenfadado. La música de esta noche es
bastante oscura.
Ahora mismo suena Insomnia, de Faithless. Muy apropiada.
—Champán —pido, y apoyo el culo contra la barra mientras observo la luz
azul que
predomina en el club de Miller.
Está atestado de la élite londinense. Las típicas masas de juerguistas bien
vestidos ocupan
cada espacio disponible, pero a pesar de la cantidad de gente que me rodea
en todas las
direcciones, sé que las cámaras de seguridad estarán centradas en mí, y
sólo en mí. Miller ya
habrá avisado a Tony, y no me cabe duda de que el portero ya habrá
advertido al gerente de mi
llegada.
—¿Señorita?
Me vuelvo y acepto la copa de champán. Paso de la fresa y me lo bebo de
un trago. Pido
otra inmediatamente. Me dan una nueva y, cuando me vuelvo, veo que
Tony cruza la pista de
baile en mi dirección. Parece furioso y, sabiendo lo que está a punto de
suceder, desaparezco
en medio del mar de gente y me dirijo hacia la azotea.
Mientras asciendo por los escalones de cristal esmerilado, miro por encima
del hombro y
sonrío al ver que Tony está justo en el lugar que acabo de abandonar,
mirando a su alrededor
confundido. Se inclina sobre la barra y habla con el camarero, que se
encoge de hombros antes
de atender a un cliente que espera. Tony golpea la barra de cristal con el
puño y se vuelve para
buscarme por el club. Satisfecha, continúo mi camino hasta que giro la
esquina y atravieso el
umbral de la pared gigante de cristal y me encuentro entre un montón de
gente que ríe, bebe y
charla sin reparar en las fantásticas vistas.
Bebo un trago de champán y espero. No tengo que aguardar demasiado.
Pillo a un chico
mirándome desde el otro lado de la terraza y sonrío tímidamente antes de
apartar la vista de él
y disfrutar del paisaje.
—¿Estás sola?
Me vuelvo para mirarlo a la cara. Viste unos vaqueros oscuros y una
camisa blanca. Mis
ojos recorren toda la longitud de su cuerpo hasta que llego a su rostro. Es
bastante atractivo.
Está recién afeitado y tiene el pelo castaño y corto, más largo por la parte
superior y con la
raya al lado.
—¿Y tú? —pregunto, relajando la postura y llevándome la copa a los
labios.
Sonríe un poco y me dirige hasta el final de la azotea apoyando la mano
ligeramente en mi
zona lumbar. No siento chispas invadiendo mi cuerpo cuando me toca, pero
es un hombre, y
eso es lo único que necesito.
—Me llamo Danny. —Se inclina y me besa en las mejillas—. ¿Y tú eres...?
—Livy. —Miro hacia la cámara y sonrío mientras él se toma su tiempo
para presentarse.
—Encantado de conocerte, Livy —dice mientras se aparta—. Me encanta
tu vestido.
No me extraña que le guste. Es ceñido y corto.
—Gracias.
—De nada —responde con ojos brillantes.
Pasamos un rato charlando y yo le correspondo cuando sonríe y se ríe con
bastante
facilidad, pero no porque me sienta atraída por él. Es porque sé que las
cámaras están fijas en
mí desde todas las direcciones, grabándolo todo y almacenándolo para que
Miller lo vea
cuando vuelva de París.
—¿Te gusta seguir algún tipo de protocolo?
Me cuesta evitar arrugar la frente con confusión.
—¿Te refieres a si me gustaría que me llevases a cenar o directamente a la
cama?
Sonríe con suficiencia.
—Las dos cosas me parecen bien.
Mi confianza flaquea unos instantes, pero pronto la controlo de nuevo.
—Consideraremos que la fresa es la cena —digo.
Inclino mi copa y cojo la fruta. Me aseguro de masticarla lentamente y de
tragármela más
despacio todavía.
Él hace lo propio e imita mis acciones con una sonrisa cómplice.
—Son unas vistas fantásticas. —Señala con su copa vacía hacia el espacio
abierto que hay
más allá y miro siguiendo su indicación.
—Sí —contesto—, pero se me ocurre una manera mucho mejor de pasar el
resto de la
noche.
Mi atrevimiento debería sorprenderme, pero no es así. Tengo una misión,
una misión
peligrosa. Miller no es el único que lleva puesta una máscara. Esto es
demasiado fácil.
Miro de nuevo a Danny con ojos seductores y él se acerca y desciende
lentamente el rostro
hacia el mío hasta que nuestros labios se rozan.
En un intento de mantener mi fría seguridad, cierro los párpados y evoco
imágenes de
Miller. Es triste y patético, pero es la única manera de llevar a cabo mis
crueles actos. Los
labios de Danny no me ayudan a cumplir mi objetivo; no tienen nada que
ver con los de
Miller, pero no me detengo. Dejo que me bese y me deleito únicamente
sabiendo el daño que
esto le hará al hombre que amo, al hombre que sé que me ama, pero que es
demasiado cobarde
como para luchar por lo nuestro.
—Vayamos a mi casa —murmura Danny contra mis labios poniéndome la
mano en el
culo.
Yo asiento e, inmediatamente, me coge de la mano y empieza a guiarme
para salir de la
azotea. Miller Hart ha reavivado una imprudencia latente. He demostrado
que William tenía
razón. Soy la hija de mi madre, y eso debería ponerme frenética, pero en lo
único que pienso
es en la fría realidad de mi vida sin Miller en ella. Es un hombre plagado
de complicaciones y
desafíos, pero lo necesito, a él y a todos los obstáculos que lo acompañan.
Bajamos la escalera. Danny va delante. Llegamos a la planta baja y se abre
camino entre la
multitud, ansioso por escapar del barullo de la gente y de tener un poco de
intimidad. Pero
entonces se detiene y me sorprende besándome de nuevo y murmurando en
mi boca con un
suspiro:
—Puede que haga eso unas cuantas veces más antes de que salgamos de
aquí —dice
mientras restriega suavemente la entrepierna contra mi vientre.
No protesto, principalmente porque estoy encantada de ver que hay una
cámara justo
encima de nosotros, de modo que rodeo sus anchos brazos con el cuello y
dejo que haga lo que
quiera, como diciendo: «Me parece bien».
Separa a regañadientes su cuerpo del mío, reclama mi mano y continúa
para detenerse sólo
unos pasos más adelante. Sin embargo, esta vez no me besa.
—Disculpa —dice mientras intenta sortear a alguien que se interpone en su
camino.
No veo de quién se trata, pero no me hace falta.
—No vas a marcharte con la chica. —La voz ronca de Tony hace que me
desinfle detrás de
Danny, pero también acrecienta mi determinación.
Danny se vuelve para mirarme.
—No le hagas caso —digo con firmeza, y lo empujo por la espalda para
animarlo a seguir.
—¿Quién es?
—Nadie.
Tomo la delantera y tiro del perplejo Danny. Tony no puede detenerme, y
eso destrozará
aún más a Miller.
—¡Livy, déjate de juegos!
El rugido furioso de Tony hace que me detenga.
—¿Quién ha dicho que esto sea un juego? —inquiero secamente.
—Yo. —Da un paso adelante y mira con ojos de advertencia a un
desconcertado Danny,
que ya me ha soltado la mano.
El chico se echa a reír.
—Vale, no sé qué lío os traéis entre manos, pero yo no pienso meterme en
él.
Se marcha y nos deja a Tony y a mí mirándonos con furia el uno al otro.
—Un chico listo.
—¿A ti qué te importa?
—No me importa.
—Entonces ¿por qué intervienes?
—Porque te vas a meter en un lío.
—Encontraré a otro —le espeto, lo empujo a un lado y me dirijo a la barra
de nuevo con
piernas temblorosas—. Champán —pido cuando llega mi turno por fin.
Tony aparece delante de mí al otro lado de la barra, echando al camarero
que se disponía a
servirme.
—No te vamos a servir más alcohol.
Aprieto los dientes con fuerza.
—¿Por qué no te metes en tus asuntos?
Se inclina sobre la barra, también apretando los dientes.
—Si supieras el daño que estás haciendo, te dejarías de tanta tontería,
encanto.
¿Yo? ¿Daño? Mi temperamento alcanza límites peligrosos. Si antes
actuaba por
resentimiento, ahora es por rabia pura y absoluta.
—¡Ese hombre me ha destrozado la vida!
—¡Ese hombre está engrilletado, Livy! —grita haciéndome recular—. Y, a
pesar de lo que
podáis haber pensado, no puedes liberarlo.
—¿De qué?
No me gusta el tono ni la mirada de Tony. Parece demasiado convencido.
—De sus cadenas invisibles —dice casi susurrando, pero oigo las palabras
perfectamente
por encima de la música ensordecedora y de la multitud.
La garganta se me empieza a cerrar. No puedo respirar. Tony observa
mientras asimilo su
afirmación, probablemente preguntándose qué estoy cavilando. No lo sé.
Está hablando en
clave. Está insinuando que Miller es un hombre débil e impotente, y eso no
es verdad. Es muy
poderoso, física y mentalmente. He experimentado ambas cosas.
Permanezco en silencio. La mente me da vueltas y mi cuerpo empieza a
temblar, sin saber
qué hacer a continuación. Me siento agobiada en la oscuridad, y mis
malditos ojos empiezan a
amenazar con derramar lágrimas de desesperanza.
—Vete a casa, Livy. Sigue con tu vida y olvida que alguna vez conociste a
Miller Hart.
—Eso es imposible —sollozo, y mi cara se inunda al instante, incapaz de
seguir
conteniendo mi dolor.
El cuerpo de Tony se desinfla a través de la niebla acuosa que inunda mi
visión y de
repente desaparece, pero mi cuerpo no se mueve, y me quedo plantada en
el bar, perdida e
inútil.
—Ven conmigo.
Siento una mano que me coge suavemente del brazo, me aleja de la
atestada barra y me
guía a través del club y por la escalera que da al laberinto que se esconde
bajo el club. La
información que me ha proporcionado Tony, por vaga y críptica que sea,
indica que esto no es
decisión de Miller.
Me tambaleo y tropiezo delante del gerente, casi desorientada, y cuando
llegamos frente al
despacho de Miller, introduce el código, abre la puerta y me guía hasta la
mesa. A
continuación me sienta con cuidado en la silla.
—No quiero estar aquí —murmuro lastimosamente, ignorando el confort
que siento al
estar en uno de los espacios perfectos y ordenados de Miller—. ¿Para qué
me has traído aquí?
Debería haberme metido en un taxi y haberme mandado a casa.
Tony cierra la puerta y se vuelve hacia mí.
—En la mesa hay algo para ti —dice sin ningún entusiasmo, e intuyo que
es porque no
quiere que tenga lo que sea que es.
Paseo la vista por la brillante superficie blanca. Veo el teléfono
inalámbrico en su sitio de
siempre y, en el centro de la mesa, un sobre, perfectamente colocado, con
la parte inferior en
paralelo con el borde de la mesa. Sólo Miller podría haberlo dejado ahí.
El instinto me lleva a hundirme en el respaldo de la silla de piel, poniendo
distancia entre
ese trozo de papel inofensivo y yo. Estoy recelosa y segura de que no voy a
querer leer lo que
contiene.
—¿Es suya? —pregunto sin apartar la vista del sobre.
—Sí —suspira Tony—. Se ha pasado por aquí de camino a la estación de
St. Pancras.
No miro a Tony, pero sé que acaba de exhalar un torrente de aliento
receloso. Levanto
lentamente las manos y cojo el sobre, que tiene mi nombre completo
escrito en la parte
delantera con una letra que reconozco. Es la de Miller. Por mucho que
intente controlarlo, no
puedo evitar temblar mientras extraigo la nota. Intento en vano estabilizar
la respiración, pero
mis acelerados latidos lo hacen imposible. Despliego el papel y me froto
los ojos para
recuperar la claridad de visión. Entonces contengo el aliento.
Mi dulce niña:
¿Que cómo sabía que acabarías aquí? Esta noche se han apagado las
cámaras de
seguridad a petición mía. Si decides permitir que otro hombre te disfrute,
me lo tengo
merecido, pero no soportaría ser testigo de ello. Imaginármelo ya me
tortura bastante. Verlo
me mataría. Te he hecho daño, y espero arder en el infierno cuando llegue
allí por ello. De
todos los errores de mi vida, tú eres lo que más lamento, Olivia Taylor. No
lamento haberte
venerado ni haber disfrutado de ti. Lamento la imposibilidad de mi vida y
mi incapacidad de
darte un para siempre. Debes confiar en mí y en la decisión que he tomado,
y saber que lo he
hecho con todo mi pesar. Me mata tener que decirlo, pero espero que
consigas olvidarme y
que encuentres a un hombre digno de tu amor. Yo no soy ese hombre.
Mi fascinación por ti nunca morirá, mi dulce niña. Puedo privar a mis ojos
de verte, y
negarle a mi boca tu sabor. Pero no hay nada que pueda hacer para
reparar mi corazón roto.
Eternamente tuyo,
MILLER HART
—No —sollozo, y todo el aire contenido en mis pulmones sale despedido
de mi boca con
dolorosos jadeos.
La inicial del apellido de Miller se emborrona cuando una lágrima cae
sobre el papel y
hace que la tinta se corra por la página. Yo debo de tener el mismo aspecto
que la letra
manchada y distorsionada.
—¿Te encuentras bien? —La voz de Tony interrumpe mis caóticos
pensamientos, y
levanto mis ojos pesados hacia otra persona que se oponía a nuestra
relación.
Todo el mundo está empeñado en separarnos, como yo lo estuve en su día.
Y, después de
cómo se ponía Miller cuando temía que yo perdía la fe en nosotros, ahora
lo ha hecho él.
—Lo odio —digo tal y como lo siento, con total sinceridad.
Esta carta no ha aliviado mi dolor. Sus palabras son contradictorias, lo que
me hace más
difícil aceptar su decisión. Su decisión. Y ¿qué hay de la mía? ¿Qué hay de
mí y de mi
disposición a aceptarlo y a dejar que me llene de la fuerza que necesito
para ayudarlo? ¿O no
tiene solución? ¿Está tan sumido en las profundidades del infierno que no
puedo ayudarlo a
salir de él? Todos estos pensamientos y preguntas sólo consiguen
transformar mi dolor en
odio. Después de todo lo que hemos soportado, no debería tomar esta
decisión él solo. Dejo
caer la carta sobre la mesa y me levanto al instante. Se está escondiendo.
Llevaba
escondiéndose toda la vida..., hasta que me conoció. Me mostró a un
hombre que estoy segura
de que nadie más ha visto. Se agazapa tras unos modales que ocultan a un
capullo brusco y
arrogante, y tras unos trajes que ocultan al Miller relajado que es cuando
nos perdemos el uno
en el otro. Es un fraude, tal y como dijo él mismo.
Una neblina roja me envuelve y recorro su mesa tambaleándome en
dirección al mueble
bar, al otro extremo de la habitación. Prácticamente me dejo caer sobre
éste. Estoy unos
instantes observando las botellas y los vasos perfectamente ordenados,
respirando con
dificultad.
—¿Livy? —Tony parece estar cerca y muy alarmado.
Grito enloquecida y paso el brazo por la superficie, arrojando todos los
objetos que
adornan el mueble al suelo con un fuerte estrépito.
—¡Livy! —Tony de pronto me agarra de los brazos y se esfuerza por
retenerme mientras
yo continúo chillando y forcejeando con él como una poseída—. ¡Cálmate!
—¡Suéltame! —grito.
Consigo soltarme y corro hacia la salida del despacho de Miller. Mis
piernas se mueven
deprisa, al ritmo de mi corazón, y me alejan de la perfección de Miller, por
la escalera, y hasta
el aire de la medianoche. Me lanzo a la calzada dándole a un taxi sólo dos
opciones: parar o
arrollarme. Me meto dentro.
—A Belgravia —jadeo.
Cierro la puerta de golpe y veo cómo Tony sale corriendo de Ice, agitando
los brazos
frenéticamente en dirección al portero mientras observa cómo me alejo.
Me dejo caer sobre el
respaldo de piel y le doy a mi corazón tiempo para recuperarse, con la
frente apoyada en el
cristal mientras veo pasar el Londres nocturno.

Es cierto que Londres proyecta su sombra negra.


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