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CAPÍTULO 23
Oigo voces. Son débiles, pero están ahí. La habitación sólo está
iluminada
por los puntos de
luz que emite Londres de noche en el horizonte. Si no supiera
dónde me
encuentro, pensaría
que estoy en un balcón, mirando la ciudad, pero no es así. Estoy
tumbada
en el viejo sofá de
Miller, delante de la inmensa ventana de cristal, desnuda y
envuelta en una
manta de
cachemir. Es decir, en un lugar mejor.
Me incorporo, tiro de la manta y parpadeo para despejarme,
bostezando y
estirándome en
el proceso. Las vistas y el sueño me distraen de las voces que he
oído hace
unos momentos,
pero entonces el tono ligeramente elevado y agitado de Miller me
recuerda
su ausencia en el
sofá. Me levanto y me envuelvo con la manta antes de recorrer el
suelo de
madera hasta la
puerta. La abro sin hacer ruido y escucho a hurtadillas. Miller
vuelve a
hablar bajo, pero
parece irritado. La última vez que contestó a una llamada en plena
noche,
desapareció. Las
imágenes de nuestro encuentro en el hotel atraviesan mi mente como
una
bala y hago una
mueca de dolor. No quiero pensar en él de ese modo. El hombre al
que me
enfrenté en aquella
habitación no era el Miller Hart que conozco y quiero. Tiene que
cambiarse
el número de
teléfono para que esas mujeres no puedan hacerse con él. Ya no
está a su
disposición, aunque
compruebo de mala gana que aún no lo saben.
Avanzo hacia el sonido de su voz sorda, sus palabras se vuelven
más claras
conforme me
acerco, hasta que llego a la puerta de la cocina y veo las marcas
de
arañazos que Cassie le ha
dejado en la espalda desnuda.
—No puedo —dice con determinación—. No es posible.
Sus palabras me llenan de orgullo, pero entonces apoya el culo en
una silla
y veo que hay
otra persona con él en la habitación.
Una mujer.
Me pongo tensa.
—¿Qué pasa? —pregunta ella claramente sorprendida.
—Las cosas han cambiado. —Levanta la mano y se la pasa por el
pelo—.
Lo siento.
Trago saliva. ¿Se acabó? ¿Lo ha dejado oficialmente?
—No aceptaré un no por respuesta, Miller. Te necesito.
—Tendrás que buscarte a otro.
—¿Perdona? —La mujer se echa a reír. Desvía la mirada más allá de
la
figura sentada de
Miller y me pilla en la puerta.
Me escondo al instante, como si no me hubiese visto ya. Es madura
pero
muy atractiva,
con el pelo rubio ceniza, una melena perfecta corta, y envuelve
con los
dedos una copa de
vino. Tiene unas garras rojas y largas por uñas. Eso es
prácticamente todo
lo que llego a ver
antes de esconderme como una idiota y, sintiéndome muy estúpida
por
ello, me vuelvo para
dirigirme al dormitorio, intentando en vano estabilizar mis
erráticos
latidos. La está
rechazando. Mi intervención es innecesaria, y recuerdo
perfectamente que
Miller dijo que
cuanta menos gente supiese de mí, mejor. Lo detesto, pero debo
hacerle
caso, ya que no tengo
ni idea de dónde nos estamos metiendo.
—Vaya, vaya. —Oigo su voz suave mientras me escabullo y mis
hombros
saltan hasta
tocar los lóbulos de mis orejas.
Sé que me ha visto, pero una pequeña e inocente parte de mí
esperaba que
mi furtivo
movimiento me hubiera apartado de su vista antes de que sus ojos
pequeños y redondos me
hubiesen visto.
Me equivocaba.
Ahora me siento como una cotilla, cuando ha sido ella la que ha
invadido
el apartamento
de Miller en mitad de la noche. ¿También va a sacarme su tarjeta y
a
decirme que la guarde
bien? ¿Va a ofrecerme que lo compartamos? Después de todo, puede
que le
arranque la piel a
tiras.
—¿Qué? —La intensa voz de Miller tensa mis hombros más todavía.
—No me habías dicho que tenías compañía, querido.
—¿Compañía? —Suena confundido y yo, consciente de que me han
pillado
de plano, doy
media vuelta y me enfrento a la situación, mostrando mi cara justo
cuando
Miller se asoma
para ver qué ha llamado la atención de su invitada—. Livy. —Su
silla
araña el suelo de
mármol cuando se levanta apresuradamente.
Me siento violenta y estúpida ahí de pie, envuelta con una manta,
con el
pelo en la cara y
los pies descalzos moviéndose de manera nerviosa.
Miller parece agitado, cosa que no me sorprende, pero la mujer que
está en
su cocina da la
impresión de estar interesada mientras se relaja en su silla y se
lleva la
copa de vino a sus
labios rojo intenso.
—¿De modo que ahora te entretienes en casa? —ronronea.
Miller hace caso omiso de su pregunta y se acerca a mí
rápidamente, hace
que dé media
vuelta y me empuja con ternura fuera de la cocina.
—Deja que te meta en la cama —susurra.
—¿Es una de ellas? —pregunto, dejando que me aleje de allí. Sé que
lo es,
y lo sé por los
aires de superioridad que se gasta y por su ropa de diseñador.
—Sí —responde entre dientes—. Me desharé de ella y enseguida
estaré
contigo.
—¿Por qué está aquí?
—Porque se toma ciertas libertades.
—Eso parece —coincido.
—¡Querido! —La voz segura y petulante de la mujer provoca en mí el
mismo efecto que la
última vez que oí hablar a una de las clientas de Miller. Me pongo
tensa
bajo sus manos, y él
lo hace también—. No la escondas por mí.
—No la estoy escondiendo —escupe él por encima del hombro mientras
sigue avanzando
—. Vuelvo dentro de un minuto, Sophia.
—Te estaré esperando.
Ahora que ha mencionado su nombre y que ella ha contestado con un
exceso de seguridad
me doy cuenta de que tiene un acento raro. Es definitivamente
europea. Es
sólo un deje, pero
perceptible. Es como la mujer del Quaglino’s, pero más descarada y
más
segura de sí misma,
cosa que no creía posible.
Una vez en su dormitorio, retira las sábanas y me mete en la cama.
Me
tumba con cuidado
y apoya los labios en mi frente.
—Vuelve a dormirte.
—¿Cuánto vas a tardar? —pregunto, incómoda porque tenga que estar
ahí
fuera con esa
mujer. Es arrogante. No me gusta, y definitivamente no me gusta la
posibilidad de que babee
encima de Miller.
—Estás en mi cama y estás desnuda. —Me aparta el pelo de la cara y
me
acaricia la
mejilla con la nariz—. Quiero disfrutar de «lo que más me gusta»
con mi
hábito. Por favor,
deja que me encargue de esto. Me daré toda la prisa que pueda, te
lo
prometo.
—De acuerdo. —Me resisto a estrecharlo en mis brazos porque
soltarlo
cuando se marche
me costará demasiado—. Mantén la calma, por favor.
Él asiente. Me besa una vez más en los labios con suavidad y sale
del
cuarto, cerrando la
puerta tras de sí y dejándome sola con la oscuridad y con mis
pensamientos; pensamientos
indeseados, pensamientos que, si les dedico mucho tiempo, acabarán
volviéndome loca.
Es demasiado tarde.
No paro de dar vueltas. Entierro la cabeza bajo la almohada, me
incorporo,
espero oír
algún golpe y considero volver con Miller, cada vez más furiosa.
Pero
cuando oigo el pomo de
la puerta, me tumbo de nuevo, fingiendo que no me he pasado los
últimos
diez minutos
volviéndome loca con pensamientos sobre reglas, elementos de
inmovilización, dinero en
efectivo y preocupada por el temperamento de Miller.
Una luz oscura inunda la habitación y, al cabo de unos instantes,
lo tengo
pegado a mi
espalda, apartándome el pelo del cuello para lamerlo.
—Hola —susurro, volviéndome hasta que tengo su rostro frente al
mío.
—Hola. —Me besa la nariz con ternura y me acaricia el pelo.
—¿Se ha ido?
—Sí —responde de manera rápida y asertiva, pero no dice nada más,
cosa
que me parece
bien. Quiero olvidar que estaba aquí.
—¿En qué estás pensando? —pregunto tras un largo silencio que a él
no
parece molestarle,
pero que yo interrumpo para intentar distraer mi mente de
visitantes
nocturnas.
—Estoy pensando en lo preciosa que estás en mi cama.
Sonrío.
—Pero si apenas puedes verme.
—Te veo perfectamente, Livy —responde en voz baja—. Te veo allá
donde
miro, con luz o
en la oscuridad.
Sus palabras y su cálido aliento sobre mi cara me relajan por
completo.
—¿Estás nervioso?
—Un poco.
—Tararéame.
—No puedo tararear forzado —objeta, un poco tímido.
—¿Puedes intentarlo?
Medita unos instantes, me estrecha un poco más contra su pecho y
me
apoya la barbilla en
la cabeza.
—Me siento presionado.
—¿Presionado a tararear?
—Sí —confirma, y me besa el pelo.
Es un buen trato, pero cuando el silencio se alarga y nos sumimos
en un
mundo de paz y
tranquilidad, abrazándonos el uno al otro, supera la presión de mi
petición
y empieza a
tararear bajito, lo que me sume en un profundo y relajado sueño.
—Livy... —Su susurro me despierta. Intento volverme, pero no
consigo
moverme—.
Olivia.
Abro los ojos y me encuentro sus brillantes ojos azules y su
característica
sombra de
barba, ahora más larga.
—¿Qué?
—Estás despierta. —Se apoya sobre los antebrazos y restriega su
entrepierna contra la mía
para mostrarme su estado actual—. ¿Lo hacemos? —pregunta, y la
idea de
que Miller me
venere me despierta como si el mismísimo Big Ben estuviese sonando
junto a la cama.
—Con condón —exhalo.
—Hecho. —Su mano desciende por mi cadera hasta mi abertura y
extiende
mi caliente
humedad sofocando un grito de satisfacción—. ¿Estabas soñando
conmigo? —pregunta
seguro, volviendo a apoyar la mano sobre el colchón y
retrocediendo.
—Puede ser. —Me hago la dura, pero entonces se hunde en mí y mis
intentos de hacerme
la indiferente desaparecen al instante—. Ahhh —gimo.
Levanto los brazos y enrosco los dedos alrededor de su cuello. Su
deliciosa
plenitud en mi
interior me lleva a lugares más allá del placer, tal y como Miller
había
prometido.
Sí que estaba soñando con él. Soñaba que esto duraba para siempre,
no sólo
una vida, sino
más allá; una vida de perfecta precisión en todo, especialmente
cuando me
hace el amor. Me
he acostumbrado a sus manías. Siempre me fascinará, pero lo más
importante es que estoy
absoluta, dolorosa y perdidamente enamorada de él. Me da igual
quién sea,
lo que haya hecho
y lo obsesivo que se muestre.
Nuestros cuerpos deslizándose rítmicamente superan los límites del
placer.
Me mira con
total devoción, alimentando mis sentimientos cada vez más con cada
golpe
de sus caderas.
Estoy ardiendo, exhalando jadeos en su rostro mientras mis palmas
se
humedecen por el sudor
que empapa su nuca.
—Me muero por besarte —murmura hundiéndose profundamente mientras
intenta
controlar su agitada respiración—. Me muero de ganas, pero no
quiero
apartar los ojos de tu
rostro. Necesito verte la cara.
Aprieto mis músculos internos por acto reflejo y lo siento latir
lenta y
constantemente.
—Joder, Livy, la perfección no es nada comparada contigo.
Quiero contradecirlo, pero tengo toda mi concentración puesta en
igualar el
meticuloso
ritmo de sus caderas. Sus embestidas son firmes y precisas, y sus
retiradas
lentas y
controladas. Las cosquillas que siento en el estómago se preparan
para
descender algo más,
para erupcionar y volverme loca con sensaciones incontenibles, y
no sólo
del tipo físico. Mi
corazón también estalla.
De repente, me estoy moviendo, me incorpora y me coloca sobre su
regazo
mientras él se
pone de rodillas y me guía arriba y abajo.
—Tienes la medida justa —gruñe, y cierra los ojos lentamente—. Lo
único
en mi vida que
ha sido perfecto de verdad eres tú.
A través de mi estado de dicha, intento comprender qué significa
eso,
especialmente
viniendo de un hombre que siempre busca la perfección.
—Quiero ser perfecta para ti —digo, empujando mi cuerpo contra el
suyo
y pegando el
rostro en su cuello—. Quiero ser todo lo que necesitas.
No tengo problemas en admitirlo. En momentos como éste, veo a un
hombre relajado y
contento, no estirado y malhumorado o impredecible y peligroso. Si
puedo
ayudar a trasladar
algunas de esas cualidades del dormitorio a la vida de Miller
cuando no me
está venerando, lo
haré, durante el resto de mis días. La mitad del día de ayer fue
un
comienzo perfecto.
Me siento hipnotizada cuando me aparto y lo miro a los ojos,
aferrándome
a su pelo y
moviéndome exactamente como él me indica. El poder que emana
siendo
tan tierno es
increíble, y su velocidad y contención me hacen perder la razón.
Jadea y
une nuestras frentes.
—Mi dulce niña, ya lo eres —repone. Baja los labios hasta los míos
y nos
besamos con
fervor. Nuestras lenguas chocan y se enroscan mientras yo asciendo
y
desciendo
continuamente—. Eres demasiado especial, Livy.
—Tú también.
—No, yo soy un fraude. —Encorva las caderas un poco, provocando un
grito de ambos—.
¡Joder! —exclama, levantando el trasero de los talones y arrodillándose
mientras me sostiene
contra él sin ningún esfuerzo.
Dejo caer la cabeza hacia atrás mientras me agarro a su espalda y
me
aferro con los
tobillos para conseguir un poco más de estabilidad.
—No me prives de tu rostro, Livy.
La cabeza me pesa y gira a su libre albedrío conforme la presión
se
acumula y bulle. Voy a
estallar.
—Me voy a correr.
—Por favor, Livy, deja que te vea —dice con una suave embestida—.
Por
favor.
Me obligo a cumplir su ruego, reuniendo la poca energía que me
queda
para agarrarme de
su cuello para ayudarme. Grito.
—Túmbate hacia atrás.
—¿Qué? —grito, cerrando los ojos y sintiendo cómo mis músculos se
contraen
persistentemente. Ya no puedo controlarlo más.
—Túmbate hacia atrás —repite. Apoya la mano en mis lumbares y deja
que me recueste
contra ella para bajarme hasta que la parte superior de mi espalda
toca el
colchón y la parte
inferior de mi cuerpo se mantiene aferrada a su cuerpo
arrodillado—.
¿Estás cómoda?
—Sí —jadeo arqueando la espalda y hundiendo los dedos en mis rizos
rubios y revueltos.
—Bien —gruñe.
La expresión de su rostro me indica que él también está cerca del
orgasmo.
Su estómago se
endurece como señal del aumento de tensión.
—¿Estás lista, Livy?
—¡Sí!
—Joder, yo también.
Sus caderas parecen cobrar voluntad propia. De repente, me percute
con
violencia y la
delicadeza anterior desaparece. Está temblando, intentando
controlarse, y
me pregunto una vez
más si se trata de una continua batalla por evitar la ferocidad de
la que fui
testigo en el hotel.
Esa línea de pensamiento requiere una mente despejada, y ahora
mismo no
la tengo. Me
estoy corriendo.
—¡Miller!
Da un nuevo golpe de caderas y nos lleva a los dos al límite. A
continuación deja escapar
un bramido contenido y yo un grito sofocado. Clava los dedos en mi
piel
mientras se hunde un
poco más en mí, temblando, sacudiéndose y jadeando.
Estoy agotada, completamente inservible, me cuesta incluso
mantener los
ojos clavados en
el rostro húmedo posterior al clímax de Miller. Recibo con ganas
su peso
cuando se deja caer
sobre mí, manteniendo los ojos cerrados pero compensando el hecho
de no
verlo al sentirlo
por todas partes. Está empapado en sudor, jadeando contra mi pelo,
y es la
sensación más
increíble y profunda del mundo.
—Lo siento —susurra a santo de nada, y yo arrugo la frente a
través de mi
agotamiento.
—¿El qué?
—Dime qué voy a hacer sin ti. —Me aplasta con fuerza, ejerciendo
presión
sobre mis
costillas—. Dime cómo voy a sobrevivir.
—Miller, me estás asfixiando —digo prácticamente jadeando las
palabras,
pero él me
aprieta más y más—. Miller, quita. —Siento cómo sacude la cabeza
en mi
cuello—. ¡Miller,
por favor!
Se aparta rápidamente de mi cuerpo, agacha la cabeza y los ojos y
me deja
jadeando en la
cama. No me mira. Me froto los brazos, las piernas y el resto del
cuerpo
para comprobar su
estado, pero él se niega a reconocer el desasosiego que me ha
causado.
Parece
preocupantemente abatido. ¿A qué viene esto?
Me pongo de rodillas como él y le cojo las manos.
—No tienes que preocuparte por eso porque ya te he dicho lo que pienso
—
digo con calma,
infundiéndole seguridad y aliviada por que parece estar tan
preocupado por
nuestra posible
separación como yo.
—Nuestros sentimientos son irrelevantes —dice totalmente
convencido.
Su declaración hace que retroceda ligeramente.
—Por supuesto que son relevantes —difiero mientras me invade una
gélida
sensación que
no me gusta.
—No. —Sacude la cabeza y aparta las manos dejando que las mías
caigan
sin vida sobre
mis muslos—. Tienes razón, debería haber dejado que te alejaras de
mí.
—¿Miller? —Siento que el pánico se apodera de mí.
—No puedo arrastrarte a mi oscuridad, Olivia. Esto tiene que
terminar
ahora.
El pecho se me empieza a romper lentamente. Lleno su mundo de luz.
¿Qué le pasa?
—No sabes lo que dices. Te estoy ayudando. —Intento cogerle las
manos
de nuevo, pero él
las aparta y se levanta de la cama.
—Voy a llevarte a casa.
—No —susurro observando cómo su espalda desaparece en el cuarto de
baño—. ¡No! —
Salto de la cama y corro tras él, agarrándolo de los brazos y
obligándolo a
volverse hacia mí
—. ¿Qué estás haciendo?
—Estoy haciendo lo correcto —dice sin sentimientos, sin
remordimientos
o aflicción. Se
ha cerrado a mí, peor que nunca antes, y se ha colocado firmemente
la
máscara sin necesidad
de ponerse el traje—. No debería haber dejado que esto llegara tan
lejos.
No debería haber
vuelto a por ti.
—¡¿Esto?! —grito—. ¡Querrás decir nosotros! Ya no hay un esto, ni un tú
o un yo. ¡Sólo
un nosotros!
Me estoy desmoronando, y mi cuerpo tembloroso se niega a
relajarse, no
hasta que me
coja y me diga que me estoy imaginando que oigo cosas.
—Hay un tú y hay un yo —replica mirándome lentamente. Sus ojos azules
están vacíos—.
Jamás podrá haber un nosotros.
Sus frías palabras se me clavan en el corazón, que está a punto de
rompérseme en mil
pedazos.
—No. —Me niego a aceptar esto—. ¡No! —Lo sacudo de los brazos,
pero
él permanece
impasible e indiferente—. Yo soy tu hábito. —Empiezo a sollozar, y
las
lágrimas brotan de
mis ojos de manera incontrolada—. ¡Yo soy tu vicio!
Aparta los brazos y da unos pasos hacia atrás.
—Los vicios son malos.
El pecho se me abre y mi corazón destrozado queda expuesto.
—Estás diciendo estupideces.
—No, lo que digo tiene todo el sentido del mundo, Livy.
Se aleja y se mete en la ducha, sin inmutarse cuando el agua fría
cae sobre
su cuerpo.
No pienso rendirme. Debe de pasarle algo. El pánico alimenta mi
tenacidad, me meto en la
ducha y me aferro a su cuerpo mientras él intenta lavarse el pelo.
—No permitiré que vuelvas a hacerme esto. ¡Ahora no! ¡No, después
de
todo!
Hace como si no estuviera y se aclara el pelo sin llegar siquiera
a lavárselo.
Después
escapa de mí rápidamente y sale por el otro lado de la ducha. Pero
no voy a
rendirme, y grito
mientras lo persigo. Me agarro a su espalda mojada intentando
detenerlo,
pero él se me quita
de encima, intenta secarse y sale como puede del cuarto de baño.
Estoy totalmente desquiciada. El corazón me late con fuerza y
estoy
temblando.
—¡Miller, por favor! —grito postrándome de rodillas y viendo cómo
desaparece de nuevo
—. ¡Por favor! —Entierro la cabeza en mis manos, como si la
oscuridad o
esconderme pudiera
sacarme de esta pesadilla.
—Levántate, Livy. —Su tono impaciente no hace sino que llore con
más
intensidad—.
¡Levántate!
Hago frente a su mirada fría como el acero con mis ojos llenos de
lágrimas.
—Acabas de hacerme el amor. Te he aceptado como eres. Querías que
olvidara a ese
hombre, y lo he hecho.
—Sigue aquí, Livy —dice con los dientes apretados—. ¡Nunca
desaparecerá!
—¡Ya lo había hecho! —insisto con desesperación—. Nunca aparece
cuando estamos
juntos.
Eso no es verdad, y lo sé, pero me hundo cada vez más en el
infierno y me
aferraré a lo que
sea con tal de salir de él.
—Claro que sí —escupe agachándose y tirando de mi cuerpo hecho un
despojo hacia la
puerta—. No sé cómo se me ocurrió pensar que podría hacer esto.
—¿Hacer qué?
Recula, me suelta y sacude la mano en mi dirección, señalando mi
cuerpo.
—¡Esto!
—¿Te refieres a sentir? —Lo golpeo en el pecho—.
¿Te refieres a amar?
Cierra la boca de golpe y retrocede, esforzándose por controlar
los
temblores de su cuerpo.
—No puedo amarte.
—No... —murmuro lastimosamente—. No digas eso.
—La verdad duele, Olivia.
—Es por esa mujer que vino anoche, ¿verdad? —pregunto, y de
repente su
cara de
engreimiento es lo único que veo a través del miedo—. Sophia. ¿Qué
te
dijo?
—No tiene nada que ver con ella. —Sale del cuarto de baño y sé que
es
porque me estoy
acercando al quid de la cuestión.
—¿De verdad quieres dejarlo?
—¡Sí! —brama, volviéndose y atravesándome con ojos encendidos de
furia, pero al
instante se echa atrás, al darse cuenta de lo que acaba de decir—.
¡No!
—¡¿Sí o no?! —chillo.
—¡No!
—¿Qué ha pasado desde que volviste a la cama anoche?
—¡Joder, demasiadas cosas! —Desaparece de mi vista y se mete en el
vestidor. Lo sigo y
veo cómo se pone unos shorts y una camiseta—. Eres joven. Te
olvidarás
de mí. —Se niega a
mirarme o a responderme, el muy cobarde.
—¿Quieres que me olvide de ti?
—Sí, mereces más de lo que yo puedo darte. Te lo dije desde el
principio,
Livy. No estoy
disponible emocionalmente.
—Y desde entonces me has venerado y me has dado todo lo que le has
ocultado al resto del
mundo. —Mantengo la vista fija en sus ojos azules y vacíos,
intentando
desesperadamente
encontrar algo en ellos—. Me has destruido.
—¡No digas eso! —grita, mostrando claramente su sentimiento de
culpa en
su tono y su
expresión. Sabe que es verdad—. Te devolví a la vida.
—¡Enhorabuena! —grito enfurecida—. ¡Sí! Lo hiciste, pero en cuanto
vi la
luz y la
esperanza, ¡acabaste conmigo sin piedad.
Recula ante mis palabras, que no son más que la pura verdad, y al
no
encontrar ninguna
respuesta adecuada, pasa por mi lado para huir de sus errores,
asegurándose de no establecer
ningún tipo de contacto.
—Tengo que irme.
—¿Adónde?
—A París. Me marcho por la tarde.
Sofoco un grito y casi me atraganto. ¿A la ciudad del amor?
—Te vas con esa mujer, ¿verdad?
Mi corazón está herido de gravedad. Miller, todas esas mujeres
pijas, su
autodominio, el
dinero, los regalos...
Y lo único que puedo ver es la cara bonita y egoísta de mi madre.
Mi cara.
Y ahora
también la cara de Miller.
¡No dejaré que me haga esto!
—Te olvidaré. —Enderezo los hombros y observo cómo se detiene al
oír
mi promesa—.
Me aseguraré de hacerlo.
Se vuelve despacio y me mira con ojos de advertencia. Me da igual.
—No hagas ninguna tontería, Livy.
—Acabas de renunciar a tu derecho a pedirme nada, así que perdona
si
decido ignorarte. —
Paso a toda velocidad por su lado, consciente de lo que estoy
haciendo y
totalmente dispuesta
a cumplir mi amenaza.
—¡Livy!
—Buen viaje.
Cojo mi vestido húmedo y me lo pongo mientras me dirijo a la
salida del
apartamento.
—Livy, no es tan sencillo como dejarlo y ya está.
Viene detrás de mí. Oigo cómo el sonido de sus pies descalzos
golpeando
el suelo de
mármol se intensifica mientras se acerca y yo corro hacia la
puerta. Ahora
está preocupado, mi
promesa indirecta ha estimulado su vena posesiva. No quiere que
ningún
otro hombre me
disfrute.
—¡Livy! —Me agarra del brazo y me doy la vuelta furiosa, y
entonces veo
que su máscara
se ha levantado ligeramente.
Sin embargo, esa leve esperanza no evita que le dé un tortazo con
la mano
abierta que le
gira la cara. La deja ahí unos instantes mientras yo intento en
vano
controlar mi
temperamento.
—¡Sí! ¡Deberías haber dejado que me alejara de ti! —le espeto con
absoluta determinación
—. ¡Deberías haberme permitido olvidar!
Gira el rostro lentamente hacia mí.
—No quería que me recordaras así. No quería que me odiaras.
Me echo a reír, sorprendida ante sus motivos egoístas. No le
importa lo
más mínimo lo que
la gente piense de él. Pero ¿yo? ¿Yo soy diferente?
—Qué noble por tu parte, pero has cometido un error fatal, Miller
Hart.
Me mira con cautela y me suelta el brazo.
—¿Por qué?
—¡Porque ahora te odio aún más que cuando me convertiste en una de
tus
putas! ¡No eres
más que un cobarde que no cumple lo que dice! ¡Eres un gallina!
Tomo aire para relajarme un poco, avergonzada por haberme mostrado
tan
desesperada y
haberle rogado. Sabe cómo me siento, y ahora yo sé cómo se siente
él,
aunque es él quien
quiere rendirse, cuando soy yo quien estaría dando un gran salto
de fe en
este caso. Soy yo la
que está actuando en contra de todas mis reglas y mi moralidad.
—Jamás dejaré que me tengas de nuevo —le juro—. Jamás.
Hasta yo me sorprendo ante lo decidida que parezco.
—Es lo mejor que puedes hacer —susurra con un hilo de voz, y se
aleja
otro paso de mí,
como si le preocupara contradecirse si me tiene demasiado cerca—.
Cuídate, Livy.
El doble sentido de su última frase me ofende.
—Ahora estoy a salvo —proclamo, y le doy la espalda a un hombre
claramente destrozado
y me alejo de él por última vez.
Mi desesperación se ha esfumado ante sus palabras y sus actos
cobardes.
Ahora sé cómo se
siente. Él sabe cómo se siente también, lo que lo convierte en un
débil y un
cobarde.
Lo único que quiero en estos momentos es que sufra. Quiero
golpearlo en
el corazón, su
punto más resistente, y destruirlo.
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