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Una noche traicionada - Cap. 18

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CAPÍTULO 18
La abuela está esperando en el umbral de la puerta cuando detenemos el
coche delante de la
casa, con los brazos cruzados sobre el pecho y sus cautelosos ojos de color
zafiro fijos en
Miller. Observo si lleva una zapatilla en la mano, lo que sea con tal de
evitar el riesgo de que
nuestras miradas se encuentren. Puede que se mostrara comprensiva e
indulgente anoche por
teléfono, pero no soy tan ingenua como para pensar que va a dejar correr el
asunto. Ahora
estamos cara a cara. No hay escapatoria. Va a echarse encima de Miller y,
a juzgar por su
silencioso y pensativo estado desde que salimos de su apartamento, él ya se
lo espera.
Desliza su palma caliente sobre mi nuca cuando nos acercamos y empieza
a masajeármela
con suavidad en un intento de aliviar mis nervios. Pierde el tiempo.
—Señora Taylor —saluda formalmente al tiempo que se detiene.
—Hum —murmura ella sin abandonar su amenazadora mirada—. Son más
de las nueve —
me dice a mí, aunque no aparta su mirada recelosa de Miller—. Vas a
llegar tarde.
—Es que...
—Olivia no irá hoy a trabajar —me interrumpe Miller—. Su jefe ha
accedido a darle el día
libre.
—¿Ah, sí? —pregunta mi abuela, enarcando sus grises cejas con sorpresa.
Tengo la sensación de que debería ser yo quien diese las explicaciones
pero, en lugar de
hacerlo, me mantengo al margen mientras Miller continúa hablando.
—Sí, quiero pasar el día con ella; darnos un respiro y pasar un poco de
tiempo a solas para
disfrutar el uno del otro.
Consigo contener la risa condescendiente que amenaza con hacer aparición
de un momento
a otro. Miller insistió en que yo necesitaba un descanso, y rara vez tengo la
oportunidad de
pasar todo el día con él, de modo que debería aprovecharla al máximo. Sin
embargo, no soy
tan estúpida como para creer que ésa es la única razón.
Miller me lanza una mirada para infundirme seguridad.
—Ve a ducharte.
—Bien —digo a regañadientes, sabiendo que no podré evitar que él se
encargue de mi
abuela a solas.
Ahora entiendo su insistencia en que no tenía tiempo para ducharme en su
apartamento
esta mañana. Así tiene la excusa perfecta para hablar con ella sin que yo
esté presente.
—Ve —me exhorta con voz suave—. Yo te espero aquí.
Asiento mordiéndome el labio, sin prisa por dejarlos a solas. De hecho, me
gustaría dar
media vuelta, huir y llevarme a Miller conmigo. Mi abuela ladea
sutilmente la cabeza. Es su
manera de decirme «largo de aquí». No hay manera de evitar lo inevitable,
pero de no ser por
el deseo de Miller de disculparse, ahora no estaría subiendo lentamente la
escalera y
dejándolos para que «hablen». Le he contado toda la conversación que tuve
con mi abuela
anoche, y él sonrió con cariño cuando le relaté que ella me había hablado
sobre el amor
especial. Sin embargo, ella desconoce los detalles escabrosos, y quiero que
siga siendo así.
Miro por encima de mi hombro cuando llego a lo alto de la escalera y veo
que me están
observando. Ninguno quiere hablar hasta que esté lo bastante lejos como
para no oír lo que
tengan que decir. Mi abuela irradia autoridad, y mi elegante y escrupuloso
Miller rezuma
respeto. Es algo digno de ver.
—¡Venga! —me grita con una media sonrisa. ¿Le divierte mi
preocupación?
Pongo los ojos en blanco al tiempo que suspiro exasperada y me resigno al
hecho de que
no hay nada que hacer.
Me meto en el cuarto de baño y me ducho en un tiempo récord. El agua
está fría, pero no
estoy dispuesta a esperar hasta que esté más soportable, y el
acondicionador apenas ha tocado
mi pelo cuando ya me lo estoy aclarando. Tengo muchas cosas en la
cabeza, todas
desagradables y preocupantes, pero ahora está repleta de imágenes de mi
abuela moviendo el
dedo frente a la cara de Miller mientras le hace un montón de preguntas
que espero por Dios
que sepa cómo esquivar.
Me paso una toalla por el cuerpo frío y empapado y corro por el
descansillo para vestirme,
con la antena puesta esperando oír palabras acaloradas, principalmente de
mi abuela. Corro a
mi cuarto y tiro la toalla a un lado.
—Vaya, vaya... Hola.
Doy un brinco contra la puerta y me llevo la mano al corazón.
—¡Joder!
Miller está sentado en mi cama, con el teléfono en la oreja y una sonrisa
malévola
dibujada en su perfecto rostro. No parece que acaben de amenazarlo
verbalmente.
—Disculpa —dice a la persona al otro lado del teléfono con la vista fija en
mí—. Acaba de
surgirme algo. —Pulsa un botón para terminar la llamada y deja que el
teléfono se deslice
hasta el centro de la palma de su mano mientras se golpetea la rodilla con
las puntas de los
dedos con aire pensativo—. ¿Tienes frío?
Su pregunta y la zona de mi cuerpo en la que centra su mirada mientras me
la formula me
obligan a bajar la vista. Sí, lo tengo, y es bastante evidente, pero mis fríos
pezones empiezan a
erizarse con algo más que frío mientras permanezco bajo su analítica
mirada.
—Un poco —admito, y me cojo las tetas para esconderlas de su vista—.
¿Y mi abuela?
—Abajo.
—¿Estás bien?
—¿Por qué no iba a estarlo? —Lo veo tranquilo y sosegado, no muestra
ningún signo de
sentirse contrariado tras lidiar con mi protectora abuela.
—Pues porque... Es que... —empiezo a tartamudear, sintiéndome
estúpidamente incómoda.
Esto es ridículo. Pongo los ojos en blanco y bajo las manos—. ¿Qué te ha
dicho?
—¿Cuándo? ¿Mientras golpeteaba la mesa con el cuchillo de trinchar más
grande que
tiene?
—Venga ya —me río, pero mi risa nerviosa cesa al ver que Miller está
completamente
serio—. ¿Ha hecho eso?
Se mete el móvil en el bolsillo interior de la chaqueta, se pone de pie y
luego introduce las
manos en los bolsillos del pantalón.
—Olivia, no puedo seguir con esta conversación mientras estás mojada y
desnuda. —
Niega con la cabeza como si intentara sacudirse malos pensamientos de la
cabeza.
Probablemente así sea—. Vístete o mueve ese precioso cuerpecito que
tienes hasta aquí para
que pueda saborearlo.
Mi columna se endereza y lucho contra los dardos de deseo que me dispara
desde el otro
lado de la habitación.
—No serías capaz de faltarle así al respeto a mi abuela —le recuerdo
estúpidamente.
—Eso era antes de que me amenazara con extirparme mi virilidad.
Me río. Lo dice en serio, y no me cabe duda de que mi abuela también lo
decía en serio.
—Entonces ¿esa regla ya no sirve?
Hace un mohín y un brillo travieso reluce en sus maravillosos ojos.
—He evaluado y mitigado los riesgos asociados con venerarte en casa de tu
abuela.
—¿Ah, sí?
—Sí, y lo mejor de todo es que se pueden tomar medidas para minimizar
riesgos. —Habla
como si estuviese negociando una transacción de nuevo.
—¿Como cuál?
Los encantadores labios de Miller forman una línea recta mientras
considera mi pregunta;
entonces se acerca a mi silla y la levanta.
—Disculpa —dice, y espera a que me aparte de la puerta, cosa que hago sin
rechistar,
observando con diversión cómo coloca la parte superior del respaldo
debajo del pomo—. Creo
que podríamos estar cerca de una sesión de veneración libre de riesgos. —
Una enorme sonrisa
se dibuja en mi rostro mientras observo cómo comprueba la estabilidad de
la silla antes de
sacudir el pomo—. Sí —concluye, asintiendo con satisfacción con su
perfecta cabeza—. Creo
que he cubierto cualquier posible eventualidad. —Se vuelve hacia mí y se
pasa unos instantes
abrasándome la piel con la mirada—. Ahora quiero saborearte.
Mi libido responde al instante. Estoy en modo receptivo total, y me
encanta ver que Miller
también lo está. El bulto que se intuye en sus pantalones lo demuestra.
—¡Olivia! —El grito de mi abuela atraviesa de pronto toda la tensión
sexual y la mata al
instante—. Olivia, voy a poner una lavadora de ropa blanca. ¿Tienes algo?
—El crujido del
suelo de madera indica que está cerca.
—Estupendo —vuelve a gruñir Miller frustrado—. Esto... es... estupendo.
Sonrío y me agacho para recoger la toalla.
—¿Te has dejado algún riesgo por minimizar? —susurro mientras me
envuelvo con la
toalla.
Se acomoda la entrepierna y me fulmina con la mirada. Es obvio que la
situación no le
hace ni pizca de gracia.
—No había calculado que hoy tocaría colada de ropa blanca. —Aparta la
silla de la puerta
y la abre, revelando a mi abuela con un montón de prendas blancas en los
brazos. Miller se
coloca una sonrisa falsa en la cara, aunque sigue siendo una sonrisa, y
sigue siendo algo
extraño de ver, a pesar de que no sea sincera. Pero eso mi abuela no lo sabe
—. Debería tener a
alguien que haga estas cosas por usted, señora Taylor.
—¡Puf! ¡Cómo sois los ricos! —Lo insta a apartarse de su camino e
irrumpe en mi
habitación, recogiendo todo lo blanco que encuentra—. No me asusta el
trabajo duro.
—A Miller tampoco —suelto—. Él lava y cocina.
Mi abuela se detiene y reorganiza el montón de ropa blanca que tiene en
los brazos.
—Vaya, entonces es sólo mi edad lo que sugiere que debería buscar ayuda,
¿eh?
Sonrío al ver que mi abuela le lanza a Miller una mirada desdeñosa que
hace que él se
revuelva incómodo en sus zapatos caros.
—En absoluto —dice desviando sus ojos suplicantes hacia mí. Soy muy
mala. Ahora se
está dando cuenta. Mi abuela puede ser una auténtica pesadilla, y le
recordaré esta escenita
cuando me reprenda por decir las cosas como son—. No pretendía...
—Ahórreselo, caballero —le espeta ella mientras pasa por su lado y me
guiña un ojo con
picardía. Entonces se detiene delante de mí y sus viejos ojos reparan en mi
toalla blanca. La
toalla que cubre mis pudores—. Voy a lavar ropa blanca —susurra
aguantándose una sonrisa
malévola.
—Puedes meter esto en la siguiente lavadora —replico mientras me aferro
a mi toalla y la
miro con los ojos entornados a modo de advertencia.
—Pero es que con esto no lleno una carga —dice señalando el montón de
ropa que tiene en
los brazos con un minúsculo gesto de la cabeza—. Sería un gasto de agua y
de energía
tremendo. Tengo que llenar la lavadora.
Frunzo los labios y ella curva los suyos.
—Lo que tendrías que hacer es llenarte la boca para no poder hablar —le
suelto, y su
sonrisa se intensifica. Es incorregible, la muy descarada.
—¡Miller! —exclama—. ¿Has visto cómo le habla a una pobre anciana?
—Sí, señora Miller —se apresura a responder él, y esquiva su cuerpo bajo
y rechoncho
hasta que se coloca detrás de mí, admirando el rostro, ahora serio, de mi
abuela por encima de
mi hombro. Es una arpía, y está jugando a hacerse la vieja y dulce
ancianita. Pero yo sé cómo
es en realidad, y pienso encargarme de que Miller también lo sepa.
Entonces, él se inclina,
apoya la barbilla cerca de mi oreja y me rodea la cintura de manera que su
mano queda abierta
sobre mi vientre por encima de la toalla—. Yo tengo una manzana en el
coche que le cabría
perfectamente en la boca. Con eso debería resolverse el problema.
—¡Ja! —me río.
La abuela lanza un grito ahogado de indignación y el rostro se le
descompone de la rabia.
—¡Muy bien!
—Muy bien, ¿qué? —pregunto—. Deja de hacerte la pobre viejecita
indefensa, abuela. Ya
no funciona.
Comienza a resoplar y a refunfuñar mirándonos alternativamente a mí y a
Miller, que
ahora tiene la barbilla apoyada en mi hombro desnudo. Agarro su mano
sobre mi vientre, se la
aprieto y giro el cuello para poder ver su delicioso rostro. Él me sonríe
abiertamente y me da
un fuerte beso en los labios.
—¡Un poco de respeto! —grazna mi abuela, interrumpiendo nuestro
momento de
intimidad—. ¡Dame eso! —Tira de la toalla con fuerza y deja mi cuerpo al
descubierto.
—¡Abuela!
Se echa a reír amenazadoramente mientras añade la toalla al montón de
colada ya
existente.
—¡Así aprenderás! —sentencia.
—¡Mierda!
Cojo lo primero que pillo para cubrir mis pudores..., que resultan ser las
manos de Miller.
—¡Oh! —Mi abuela se agacha riéndose de manera incontrolada mientras
pego las palmas
de Miller a mis pechos.
—Vaya, hola otra vez, encanto —susurra en mi oído dándome un pequeño
apretón.
—¡Miller!
—¡Me las has puesto tú ahí! —ríe, deleitándose en mi error inducido por el
pánico.
—¡Joder! —Me lo quito de encima y corro hacia la cama, tiro de las
sábanas y me cubro
de nuevo. Estoy como un tomate, mi abuela se parte de risa, y Miller no
ayuda, riendo para sus
adentros. Es una imagen encantadora, pero estoy tan avergonzada e irritada
que no puedo
disfrutarla demasiado tiempo—. ¡No la animes! —Esto está muy mal.
—Lo siento —dice él. Intenta recobrar la compostura alisándose el traje y
pasándose la
mano por delante, aunque sus hombros siguen sacudiéndose.
—¡Abuela, sal de aquí!
—Ya me voy, ya me voy —responde con aire cansado mientras sale por la
puerta.
Sé que acaba de guiñarle un ojo con picardía a Miller porque he visto cómo
él apartaba
rápidamente los ojos de ella y su sonrisa se ha borrado. Todavía se está
arreglando su perfecto
traje, cosa natural en él, pero los frenéticos movimientos de su mano y la
tensión de sus
hombros delatan que la situación sigue haciéndole gracia. Para cuando la
abuela se marcha,
satisfecha de sí misma y riéndose por el descansillo, estoy muy cabreada.
Peleándome con el montón de tela que me envuelve, me acerco a la puerta
y la cierro de un
golpe detrás de ella, lo que hace que Miller dé un brinco sobresaltado. Ya
no puede aguantarse
más la risa.
—Se supone que tienes que estar de mi parte —le espeto tirando de la tela
enredada en mis
pies.
—Y lo estoy. —Se ríe—. En serio, lo estoy.
Lo miro malhumorada y él se acerca a mí, aparta las sábanas de mi cuerpo
y me acuna en
sus brazos.
—Es un tesoro.
—Es una pesadilla —respondo sin importarme si me reprende por ello—.
¿Qué te ha
dicho?
—Ya te lo he contado: mi virilidad corre peligro.
—Eso no significa que tengas que apoyarla por miedo a perderla.
—No la estaba apoyando.
—Claro que sí.
—Si a tu abuela la contenta exponer tu precioso cuerpo desnudo en mi
presencia, no voy a
quejarme. —Me lleva hasta la cama y se sienta en el borde conmigo a
horcajadas sobre su
regazo—. Al contrario, le estaré tremendamente agradecido.
—Pues no te muestres tan agradecido —gruño—. Y me encanta cuando te
ríes, pero no a
mi costa.
—¿Preferirías que te mostrara a ti mi gratitud?
—Sí. —Mi respuesta es rotunda y altiva—. Sólo a mí.
—Tomo nota de su petición, señorita Taylor.
—Estupendo, señor Hart.
Él sonríe, devolviéndome el buen humor, y me regala uno de esos besos
que me dejan la
mente en blanco. Aunque no dura demasiado.
—El día avanza rápido y ni siquiera hemos desayunado todavía.
—Almorzaremos fuerte. —Me agarro a su cuello y tiro de él para impedir
que interrumpa
nuestro beso.
—Tienes que comer.
—No tengo hambre.
—Olivia —me advierte—, por favor. Quiero alimentarte, y quiero que lo
aceptes.
—¿Fresas? —pruebo—. Británicas, que son más dulces, y bañadas en un
delicioso
chocolate negro.
—No creo que podamos hacer eso en público.
—Pues volvamos a tu casa.
—Eres insaciable.
—Es culpa tuya.
—Hecho. Yo he despertado este tremendo deseo en ti, y soy el único
hombre que podrá
saciarlo jamás.
—Hecho.
—Me alegro de que hayamos aclarado las cosas, aunque...
—No tengo otra opción, ya lo sé —digo. Le muerdo el labio y tiro de él
entre mis dientes
—. Tampoco quiero tenerla.
—Me alegro. —Me deja en el suelo y me mira con ojos cálidos. Un atisbo
de sonrisa
adorna su maravillosa boca.
—¿Qué? —pregunto, adoptando su misma expresión tierna.
Desliza sus manos suaves alrededor de mi trasero y tira de mí hasta
colocarme entre sus
muslos separados. Después me besa suavemente el vientre.
—Estaba pensando en lo preciosa que estás aquí desnuda delante de mí. —
Apoya la
barbilla en mi ombligo y me mira con sus divinos ojos azules cargados de
felicidad—. ¿Qué te
apetece hacer hoy?
—Pues... —Mi cerebro se pone en marcha, pensando en todas las cosas
divertidas que
podríamos hacer juntos. Apuesto a que Miller nunca ha hecho nada
divertido—. Pasear,
deambular, vagar.
Me encantaría perderme por las calles de Londres con él, enseñarle mis
edificios favoritos
y contarle sus historias. Aunque la verdad es que no va vestido para vagar
por ahí. Me quedo
mirando su perfecto traje de tres piezas con el ceño fruncido.
—¿Quieres decir caminar? —pregunta algo desconcertado atrayendo mi
mirada hacia sus
ojos. No parece entusiasmado precisamente.
—Dar un agradable paseo.
—¿Adónde?
Me encojo de hombros, un poco triste al ver que mi idea no parece hacerle
mucha gracia.
—¿Qué sugieres tú?
Medita su respuesta unos segundos antes de hablar.
—Tengo mucho que hacer en Ice. Podrías venir y ordenar mi despacho.
Me aparto disgustada. Su despacho está impoluto. No necesita que lo
ordenen, y por
mucho entusiasmo que imprima a su voz no va a convencerme de que ir a
trabajar con él sea
algo divertido.
—Has dicho pasar un tiempo a solas para disfrutar.
—Puedes sentarte en mi regazo mientras trabajo.
—No seas tonto.
—No lo soy.
Por un instante, temo que hable en serio.
—No voy a cogerme el día libre sólo para ir a trabajar contigo. —Me echo
hacia atrás y
me cruzo de brazos con la esperanza de que comprenda lo inflexible que
soy en este asunto. La
sonrisa que se dibuja en sus deliciosos labios hace flaquear mi
determinación. Está sonriendo
mucho, y es algo maravilloso y exasperante al mismo tiempo—. ¿Qué? —
pregunto al tiempo
que pienso que debería dejar de cuestionar sus motivos para su obvio
disfrute y limitarme a
aceptarlo sin decir ni pío. Pero este ser desesperante despierta mi
curiosidad constantemente.
—Estaba pensando en lo encantadora que estás con los brazos apretándote
y levantándote
los pechos. —Sus ojos brillan sin cesar. Bajo la vista y veo mi ausencia de
pecho.
—Ahí no hay nada. —Presiono los brazos contra mis tetas un poco más sin
entender qué es
lo que ve ahí que yo no veo.
—Son perfectas. —Me levanta rápidamente y yo dejo escapar un alarido
cuando me tira
sobre la cama y me cubre con su cuerpo trajeado—. Exijo que se queden tal
y como están.
—De acuerdo —accedo antes de que su boca se pose sobre la mía y me
inunde a besos
delicados pero apasionados.
Estoy en la gloria, totalmente ajena a todo lo demás, y me encanta cuando
Miller está así
de relajado. Ha desaparecido toda la tensión.
Bueno, casi.
—Mi traje —murmura trazando un camino de besos hasta mi oreja—. Mi
aspecto nunca
había sido tan cuestionable desde que invadiste mi vida, niña.
—Tu aspecto es impecable.
Suelta una risotada de desacuerdo, se aparta de mi desnudez cargada de
deseo y se pone de
pie para alisarse el traje y colocarse bien el nudo de la corbata mientras lo
observo.
—Vístete.
Suspiro y me acerco al borde de la cama mientras él se dirige a mi espejo
para ver lo que
está haciendo. Aunque ya estoy acostumbrada a Miller y a sus manías, mi
fascinación por él
sigue siendo mayúscula. Todo cuanto tiene que ver con él, todo cuanto
hace lo lleva a cabo con
el máximo cuidado y atención, y resulta adorable..., excepto cuando libera
su temperamento.
Me sacudo ese pensamiento de la cabeza, dejo a Miller jugando con su
corbata y me preparo.
Me pongo un vestido de flores y unas chanclas y me dispongo a secarme el
pelo lidiando con
él durante unos minutos, maldiciéndome por no haberle dado tiempo al
acondicionador a que
hiciera efecto antes de aclarármelo. Me lo recojo, lo suelto y lo atuso unas
cuantas veces.
Finalmente, exhalo mi exasperación ante mis indómitos rizos y me recojo
una coleta suelta
por encima del hombro.
—Muy mona —concluye Miller cuando me vuelvo para presentarme ante
él. Sus ojos
recorren mi figura de arriba abajo ociosamente mientras sigue
toqueteándose la corbata—.
¿Hoy no te pones Converse?
Miro mis uñas rosa de los pies y muevo los dedos.
—¿No te gustan? —digo.
Apuesto a que Miller no se ha puesto unas chanclas en su vida. De hecho,
estoy convencida
de que sólo ha llevado zapatos de piel caros, hechos a mano y de la mejor
calidad. Ni siquiera
lleva zapatillas de deporte en el gimnasio, prefiere ir descalzo.
—Olivia, tú podrías ponerte un andrajo y parecer una princesa.
Sonrío, cojo una bandolera, me la cruzo sobre el cuerpo y me tomo unos
instantes para
admirar la meticulosidad de Miller.
—La gente debe de pensar que somos una pareja extraña.
Se acerca a mí con el ceño fruncido, me agarra de la nuca y me guía fuera
del dormitorio.
—¿Por qué?
—Pues porque tú vas con traje y zapatos y yo... —Miro hacia abajo
buscando la palabra
adecuada—. Cursi. —No se me ocurre otra mejor.
—Ya vale con eso —me reprende en voz baja mientras bajamos la escalera
—. Despídete
de tu abuela.
—¡Adiós, abuela! —grito, ya que me dirige a la puerta sin darme la
oportunidad de ir a
buscarla.
—¡Divertíos! —grita ella desde la cocina.
—Traeré a Olivia de vuelta después —dice Miller, recuperando su tono
formal justo antes
de que la puerta de casa se cierre cuando salimos. Lo miro con ojos
cansados y hago caso
omiso de su mirada interrogante cuando se da cuenta—. Entra.
Me abre la puerta del Mercedes, y me deslizo sobre el suave asiento de piel
del
acompañante.
Cierra la puerta con suavidad y al instante lo tengo sentado a mi lado,
arrancando el motor
y en marcha antes de que me haya dado tiempo a ponerme el cinturón.
—¿Qué vamos a hacer? —le pregunto de nuevo mientras me cruzo la cinta
por el cuerpo.
—Tú dirás.
Lo miro sorprendida, pero no retraso mi respuesta.
—Aparca cerca de Mayfair.
—¿Mayfair?
—Sí, vamos a dar un paseo. —Vuelvo a mirar hacia adelante y me doy
cuenta de que los
dos indicadores de temperatura del salpicadero marcan dieciséis grados,
como la última vez,
aunque ahora hace mucho más calor. De repente me siento sofocada, pero
no quiero arruinar el
mundo perfecto de Miller, de modo que abro un poco la ventana.
—A dar un paseo —murmura con aire pensativo, como si el hecho le
preocupase.
Probablemente así sea, pero decido ignorar la preocupación en su voz y
permanezco callada en
mi asiento—. A dar un paseo —repite para sí de nuevo, y empieza a
golpetear el volante.
Siento que la inseguridad comienza a apoderarse de él—. Quiere pasear.
Sonrío y sacudo imperceptiblemente la cabeza. Después me acomodo más
en mi asiento y
Miller interrumpe el largo silencio encendiendo el sistema multimedia.
Pursuit of Happiness,
de Kid Mac, inunda el habitáculo, y mi rostro adopta una expresión de
extrañeza ante las
sorprendentes elecciones musicales de Miller. Sé que mira de vez en
cuando en mi dirección,
pero no le muestro que estoy intrigada. En lugar de ello, permanezco
callada durante el resto
del trayecto, cavilando sobre numerosos elementos de mi curioso Miller
Hart y del curioso

mundo en el que me he metido voluntariamente.


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