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Jueves 26 de Mayo de 2011
Mami se ha ido. A veces ella sale.
Y solo estoy yo. Mis autos, mi mantita y yo.
Cuando vuelve a casa, duerme en el sofá. El sofá es marrón y pegajoso. Está cansada. A veces la cubro con mi mantita.
O vuelve a casa con algo para comer. Me gustan esos días. Comemos pan y mantequilla. Y a veces comemos macarrones con queso. Son mis favoritos.
Hoy mami se ha ido. Juego con mis autos. Van rápido por el suelo. Mi mami se ha ido. Volverá. Lo hará. ¿Cuándo volverá mami a casa?
Está oscuro ahora y mi mami se ha ido. Puedo alcanzar la luz cuando me paro sobre el taburete.
Prendo. Apago. Prendo. Apago. Prendo. Apago.
Luz. Oscuridad. Luz. Oscuridad. Luz.
Tengo hambre. Como el queso. Hay queso en el refrigerador. Queso con cáscara azul.
¿Cuándo va a volver mami a casa?
A veces ella vuelve con él. Lo odio. Me escondo cuando él viene. Mi lugar favorito es el armario de mi mami. Huele a mami. Huele a mami cuando está feliz.
¿Cuándo va a volver mami a casa?
Mi cama está fría. Y tengo hambre. Tengo mi mantita y mis autos, pero no a mi mami. ¿Cuándo va a volver mami a casa?
Me despierto con un sobresalto.
Joder. Joder. Joder.
M
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Odio mis sueños. Están plegados de angustiosos recuerdos, recuerdos distorsionados de una época que quiero olvidar. Mi corazón está latiendo con fuerza y estoy empapado de sudor. Pero la peor consecuencia de esas pesadillas es lidiar con la abrumadora ansiedad cuando despierto.
Mis pesadillas se han vuelto más frecuentes y más vívidas. No tengo idea de por qué. Maldito Flynn… no va a volver hasta la próxima semana. Paso ambas manos por mi cabello y miro la hora. Son las cinco treinta y ocho de la mañana y la luz del amanecer se está filtrando a través de las cortinas. Casi es hora de levantarme.
Ve a correr, Grey.
~ * ~
Aún no hay ningún mensaje de texto o correo electrónico de Ana. Mientras mis pies golpean la acera, mi ansiedad aumenta.
Déjalo así, Grey.
¡Simplemente déjalo jodidamente así!
Sé que la veré en la ceremonia de graduación.
Pero no puedo dejarlo así.
Antes de mi ducha, le envío otro mensaje de texto.
Llámame.
Solo necesito saber que está a salvo.
~ * ~
Después del desayuno, aún no hay noticias de Ana. Para sacarla de mi cabeza, trabajo durante unas horas en mi discurso de graduación. Durante la ceremonia de graduación más tarde en esta mañana, estaré honrando el extraordinario trabajo del departamento de ciencias medioambientales y el progreso que han hecho en colaboración con GEH en la tecnología de cultivo para países en desarrollo.
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—¿Le apasiona la idea de alimentar a los pobres del mundo?—Las astutas palabras de Ana hacen eco en mi cabeza y empujan a la pesadilla de anoche.
La alejo de mi mente mientras reescribo. Sam, mi vicepresidente de publicidad, me ha enviado un borrador que es demasiado pretensioso para mí. Me lleva una hora rehacer su discurso de mierda para los medios en algo más humano.
Nueve y media y aún no hay noticias de Ana. Su silencio es preocupante… y francamente rudo. La llamo, pero su teléfono va directamente a su mensaje de voz genérico.
Cuelgo.
Muestra algo de dignidad, Grey.
Hay un ping en mi bandeja de entrada y el latido de mi corazón salta… pero es de Mia. A pesar de mi mal humor, sonrío. He extrañado a esa niña.
De: Mia G. Chef Extraordinaire
Fecha: 26 de mayo de 2011, 18:32 GMT-1
Para: Christian Grey
Asunto: Vuelos
Hola, Christian
¡No puedo esperar para largarme de aquí!
Rescátame. Por favor.
Mi número de vuelo para el sábado es AF3622. ¡Llega a las doce veintidós de la tarde y papá me está haciendo volar en clase económica! ¡*puchero*!
Tendré mucho equipaje. Amo. Amo. Amo la moda de París.
Mamá dice que tienes una novia.
¿Es cierto?
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¿Cómo es? ¡¡¡¡¡NECESITO SABER!!!!! Te veo el sábado. Te extrañé demasiado.
À bientôt mon frère7. Mxxxxxxxx ¡Oh, demonios! Mi madre y su gran bocota. ¡Ana no es mi novia! Y cuando llegue el sábado tendré que defenderme de la boca igual de grande de mi hermana y su inherente optimismo y sus preguntas indiscretas. Ella puede ser agotadora. Haciendo una nota mental del número de vuelo y hora, le envío a Mia un rápido correo electrónico para hacerle saber que estaré allí. A las nueves cuarenta y cinco me preparo para la ceremonia. Traje gris, camisa blanca y por supuesto esa corbata. Será mi sutil mensaje para Ana de que no me he rendido y un recuerdo de los buenos momentos. Sí, realmente buenos momentos… imágenes de ella atada y deseosa vienen a mi mente. Maldita sea ¿Por qué no ha llamado? Presiono el botón de remarcar. Mierda. ¡Aún ninguna jodida respuesta! Precisamente a las diez hay un golpe en mi puerta. Es Taylor. —Buenos días —digo mientras entra. —Sr. Grey. —¿Cómo estuvo el día de ayer? —Bien, señor. —La actitud de Taylor cambia y su expresión se vuelve afectuosa. Debe estar pensando en su hija. —¿Sophie?
—Es una muñeca, señor. Y le va muy bien en la escuela.
7À bientôt mon frère: Nos vemos, hermano.
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—Es genial oír eso.
—El A3 estará en Portland esta tarde.
—Excelente. Vamos.
Y aunque odio admitirlo, estoy ansioso por ver a la señorita Steele.
~ * ~
La secretaria del rector me introduce en una pequeña sala contigua al auditorio de la WSU. Ella se sonroja, casi tanto como una joven mujer que conozco íntimamente. Allí, en la sala de espera, académicos, personal administrativo y algunos estudiantes están teniendo un café previo a la graduación. Entre ellos, para mi sorpresa, se encuentra Katherine Kavanagh.
—Hola, Christian —dice, pavoneándose hacia mí con la confianza del adinerado. Lleva puesta su toga de graduación y parece bastante alegre; seguramente ha visto a Ana.
—Hola, Katherine. ¿Cómo estás?
—Pareces desconcertado de verme aquí —dice, ignorando mi saludo y sonando un poco ofendida—. Soy la mejor alumna del curso. ¿Elliot no te lo dijo?
—No, no lo hizo. —No pasamos demasiado tiempo juntos, por el amor de Cristo—. Felicidades —añado como cortesía.
—Gracias. —Su tono es cortante.
—¿Ana está aquí?
—Pronto. Va a venir con su papá.
—¿La viste esta mañana?
—Sí. ¿Por qué?
—Quería saber si llegó a casa en esa trampa mortal que llama auto.
—Wanda. La llama Wanda. Y sí, lo hizo. —Me mira con expresión inquisitiva.
—Me alegro de oír eso.
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En ese momento, el rector se une a nosotros y, con una cortés sonrisa hacia Kavanagh, me escolta para conocer a los otros académicos.
Estoy aliviado de que Ana esté en una sola pieza, pero enojado de que no haya respondido a ninguno de mis mensajes.
No es una buena señal.
Pero no tengo tiempo para detenerme en esta desalentadora situación… uno de los miembros de la facultad anuncia que es momento de comenzar y nos lleva por el corredor.
En un momento de debilidad, intento llamar al teléfono de Ana una vez más. Va directamente al correo de voz y soy interrumpido por Kavanagh.
—Espero oír tu discurso de graduación —dice mientras nos dirigimos por el pasillo.
Cuando llegamos al auditorio, me doy cuenta de que es más grande de lo que esperé y está lleno. La audiencia, como una sola, se pone de pie y aplaude mientras nos presentamos sobre el escenario. El aplauso se intensifica, luego lentamente se desploma en un expectante rumor mientras todos toman asiento.
Una vez que el rector comienza su discurso de bienvenida, soy capaz de examinar la habitación. Las primeras filas están llenas de estudiantes en idénticas togas negras y rojas de WSU. ¿Dónde está? Metódicamente, inspecciono cada fila.
Ahí estás.
La encuentro acurrucada en la segunda fila. Está viva. Me siento un idiota por gastar tanta ansiedad y energía sobre su paradero anoche y esta mañana. Sus brillantes ojos azules se agrandan mientras interceptan los míos y se remueve en su asiento, un suave rubor coloreando sus mejillas.
Sí. Te he encontrado. Y no has respondido mis mensajes. Me está evitando y estoy enojado. Realmente enojado. Cerrando mis ojos, me imagino vertiendo gotas de cera en sus pechos y a ella retorciéndose debajo de mí. Esto tiene un efecto radical en mi cuerpo.
Mierda.
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Recomponte, Grey.
Apartándola de mi mente, ordeno mis lascivos pensamientos y me concentro en los discursos.
Kavanagh da un inspirador discurso sobre abrazar las oportunidades; sí, carpe diem, Kate; y recibe una entusiasta recepción cuando ha terminado. Obviamente es inteligente, popular y confiada. No la tímida y retraída persona invisible que es la adorable señorita Steele. Realmente me asombra que estas dos sean amigas.
Oigo que mi nombre es anunciado; el rector me ha presentado. Me pongo de pie y me acerco al atril. Hora del espectáculo, Grey.
—Estoy profundamente agradecido y emocionado por el gran honor que me han concedido hoy las autoridades de la Universidad Estatal de Washington, honor que me ofrece la excepcional posibilidad de hablar del impresionante trabajo que lleva a cabo el departamento de ciencias medioambientales de la Universidad. Nuestro propósito es desarrollar métodos de cultivos viables y ecológicamente sostenibles para países del tercer mundo. Nuestro último objetivo es ayudar a erradicar el hambre y la pobreza en el mundo. Más de mil millones de personas, principalmente en el África subsahariana, el sur de Asia y Latinoamérica, viven en la más absoluta miseria. El mal funcionamiento de la agricultura es generalizado en estas zonas, y el resultado es la destrucción ecológica y social. Sé lo que es pasar hambre. Para mí, se trata de una travesía muy personal…
—Como socios, WSU y GEH han hecho enormes progresos en la fertilidad del suelo y tecnología de cultivo. Somos pioneros en sistemas de bajos insumos en países en desarrollo y nuestros sitios de prueba han incrementado las cosechas a un ritmo de treinta por ciento por hectárea. La WSU ha sido fundamental en este fantástico logro. Y GEH está orgullosa de estos estudiantes que se han unido a nosotros a través de pasantías para trabajar en nuestros sitios de prueba en África. El trabajo que hacen allí beneficia a las comunidades locales y a los mismos alumnos. Juntos podemos luchar contra el hambre y la pobreza extrema que arruina a estas regiones.
—Pero en esta era de evolución tecnológica, mientras el primer mundo corre por delante, agrandando la brecha entre lo que se tiene y lo que no, es vital recordar que no debemos desperdiciar los recursos no renovables del mundo. Esos recursos son para toda la humanidad y
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tenemos que aprovecharlos, encontrar maneras de renovarlos y desarrollar nuevas soluciones para alimentar a nuestro superpoblado planeta.
—Como he dicho, el trabajo que GEH y WSU están haciendo en conjunto proporcionará soluciones y es nuestro trabajo transmitir el mensaje. Es a través de la división de telecomunicaciones de GEH que tenemos la intención de proveer información y educación para el mundo en desarrollo. Estoy orgulloso de decir que estamos haciendo impresionantes progresos en tecnología solar, la vida de la batería y distribución inalámbrica que llevará el internet a las partes más remotas del mundo… y nuestro objetivo es hacer que sea gratuito para los usuarios en el momento de entrega. El acceso a la educación e información, que damos por sentado aquí, es el componente crucial para terminar con la pobreza en esas regiones en desarrollo.
—Somos afortunados. Somos privilegiados aquí. Algunos más que otros, y me incluyo en esa categoría. Tenemos una obligación moral para ofrecerle a aquellos menos afortunados una vida decente que sea saludable, segura y bien nutrida, con acceso a más de los recursos que todos aquí disfrutamos.
—Los dejaré con una frase que siempre ha resonado conmigo. Y estoy parafraseando a un nativo americano diciendo: ―Solo cuando la última hoja se haya caído, el último árbol se haya muerto y el último pez haya sido atrapado nos daremos cuenta de que no podemos comer dinero‖.
Mientras me siento ante el entusiasta aplauso, me resisto a mirar a Ana y examino la bandera de la WSU colgada en la parte posterior del auditorio. Si quiere ignorarme, bien. Este juego lo pueden jugar dos.
El vicerrector se pone de pie para comenzar a entregar los títulos. Y así comienza la agonizante espera hasta que llegamos a la S y puedo verla de nuevo.
Luego de una eternidad, oigo que su nombre es llamado:
—Anastasia Steele. —Una oleada de aplausos y está caminando en dirección a mí luciendo pensativa y preocupada.
Mierda.
¿En qué está pensando?
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Mantente compuesto, Grey.
—Felicidades, señorita Steele —digo mientras le entrego su título a Ana. Estrechamos nuestras manos, pero no suelto la suya—. ¿Tienes problemas con la computadora portátil?
Parece perpleja.
—No.
—Entonces, ¿no haces caso de mis correos electrónicos? —La libero.
—Solo vi el de las fusiones y adquisiciones.
¿Qué demonios significa eso?
Su ceño se profundiza pero tengo que dejarla ir… hay una fila formándose detrás de ella.
—Luego. —Mientras se aleja le hago saber que no hemos terminado con esta conversación.
Estoy en el purgatorio para el momento en que hemos llegado al final de la fila. He recibido miradas lascivas y pestañas batiéndose hacia mí, chicas riéndose tontamente apretando mi mano y cinco notas con números de teléfono presionadas en la palma de mi mano. Estoy aliviado cuando salgo del escenario junto a la facultad hacia los acordes de una lúgubre música procesional y aplausos.
En el corredor agarro del brazo a Kavanagh.
—Tengo que hablar con Ana. ¿Puedes encontrarla? Ahora.
Kavanagh se sorprende, pero antes que pueda decir algo, añado en el tono más amable que logro:
—Por favor.
Sus labios se fruncen con desaprobación, pero espera junto a mí mientras las filas académicas pasan y luego ella vuelve al auditorio. El rector se detiene para felicitarme por mi discurso.
—Fue un honor que se me hubiera convocado —respondo, estrechando su mano una vez más. Por el rabillo del ojo, espío a Kate en el corredor… con Ana a su lado. Excusándome, camino dando zancadas hacia Ana.
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—Gracias —le digo a Kate, quien le da a Ana una mirada preocupada. Ignorándola, agarro a Ana del codo y la dirijo a través de la primera puerta que encuentro. Es un vestidor de hombres y, por el olor fresco, puedo decir que está vacío. Bloqueo la puerta y me vuelvo hacia la señorita Steele.
—¿Por qué no me has enviado un correo electrónico? ¿O un mensaje al teléfono? —exijo.
Parpadea un par de veces, consternación escrita a lo largo de su rostro.
—Hoy no he mirado ni la computadora ni el teléfono. —Parece verdaderamente desconcertada por mi arrebato—. Tu discurso estuvo muy bien —añade.
—Gracias —murmuro, descarrilado. ¿Cómo puede no haber checado su teléfono o su correo electrónico?
—Ahora entiendo tus problemas con la comida —dice, su tono suave… y, si no estoy equivocado, también compasivo.
—Anastasia, no quiero hablar de eso ahora.
No necesito tu compasión.
Cierro mis ojos. Todo este tiempo pensé que no quería hablar conmigo.
—Estaba preocupado por ti.
—¿Preocupado? ¿Por qué?
—Porque volviste a casa en esa trampa mortal a la que llamas auto.
Y pensaba que había arruinado el acuerdo entre nosotros.
Ana se eriza.
—¿Qué? No es ninguna trampa mortal. Está bien. José suele hacerle la revisión.
—¿José, el fotógrafo? —Esto es pone mejor y jodidamente mejor.
—Sí, el Escarabajo era de su madre.
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—Sí, y seguramente también de su abuela y de su bisabuela. No es un auto seguro. —Casi estoy gritando.
—Lo tengo desde hace más de tres años. Siento que te hayas preocupado. ¿Por qué no me has llamado?
La llamé a su teléfono. ¿No usa su maldito teléfono celular? ¿Está hablando del teléfono de casa? Pasando mi mano por mi cabeza con exasperación, tomo una profunda respiración. Este no es el jodido problema.
—Anastasia, necesito una respuesta. La espera está volviéndome loco.
Su rostro se descompone.
Mierda.
—Christian, yo… Mira, he dejado a mi padrastro solo.
—Mañana. Quiero una respuesta mañana.
—De acuerdo. Mañana. Ya te diré algo —dice con una ansiosa mirada.
Bueno, aún no es un “no”. Y, una vez más, estoy sorprendido por mi alivio.
¿Qué demonios tiene esta mujer? Me mira con sinceros ojos azules, su rostro lleno de preocupación y resisto la tentación de tocarla.
—¿Te quedas a tomar algo? —pregunto.
—No sé lo que quiere hacer Ray. —Parece insegura.
—¿Tu padrastro? Me gustaría conocerlo.
Su incertidumbre aumenta.
—Creo que no es buena idea —dice oscuramente mientras desbloqueo la puerta.
¿Qué? ¿Por qué? ¿Es porque ahora sabe que fui extremadamente pobre cuando era niño? ¿O porque sabe lo mucho que me gusta follar? ¿Que soy un bicho raro?
—¿Te avergüenzas de mí?
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—¡No! —exclama y pone sus ojos en blanco en señal de frustración—. ¿Y cómo te presento a mi padre? —Levanta sus manos en exasperación—. ¿‖Este es el hombre que me ha desvirgado y que quiere mantener conmigo una relación sadomasoquista‖? No llevas puestas zapatillas de deporte.
¿Zapatillas de deporte?
¿Su papá va a perseguirme? Y simplemente así ha inyectado un poco de humor entre nosotros. Mi boca se tuerce en respuesta y me devuelve la sonrisa, su rostro iluminándose como un amanecer de verano.
—Para que sepas, corro muy deprisa —respondo juguetonamente—. Dile que soy un amigo, Anastasia. —Abro la puerta y la sigo, pero me detengo cuando alcanzo al rector y sus colegas. Como si fueran uno se vuelven y miran a la señorita Steele, pero ella está desapareciendo en el auditorio. Se vuelven hacia mí.
La señorita Steele y yo no somos de su incumbencia, gente.
Le doy una breve y cortés guiño al rector y me pregunta si vendré a conocer a otros colegas suyos y disfrutar de algunos canapés.
—Claro —respondo.
Me lleva treinta minutos escaparme de la reunión de la facultad y mientras me dirijo fuera de la concurrida recepción Kavanagh se pone a caminar junto a mí. Nos dirigimos al césped, donde los graduados y sus familias están disfrutando de una copa luego de la graduación en un gran pabellón entoldado.
—Entonces, ¿le has preguntado a Ana sobre la cena del domingo? —pregunta.
¿Domingo? ¿Ana ha mencionado que nos vamos a ver el domingo?
—En la casa de tus padres —explica Kavanagh.
¿Mis padres?
Veo a Ana.
¿Qué carajos?
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Un tipo alto y rubio que luce como si hubiera salido de una playa en California tiene sus manos sobre ella.
¿Quién demonios es ese? ¿Es por eso que no quería que viniera por una copa?
Ana levanta la mirada, capta mi expresión y palidece mientras su compañera de cuarto se pone de pie al lado del tipo.
—Hola, Ray —dice Kavanagh y besa al hombre de mediana edad que lleva un traje mal cortado de pie junto a Ana.
Este debe ser Raymond Steele.
—¿Conoces al novio de Ana? —le pregunta Kavanagh—. Christian Grey.
¡Novio!
—Sr. Steele, encantado de conocerlo.
—Sr. Grey —dice, bastante sorprendido. Estrechamos nuestras manos; su agarre es firme y sus dedos y palma de su mano son ásperas al toque. Este hombre trabaja con sus manos. Entonces lo recuerdo… es carpintero. Sus oscuros ojos marrones no delatan nada.
—Y este es mi hermano, Ethan Kavanagh —dice Kate, presentando al vagabundo de la playa que tiene su brazo envuelto alrededor de Ana.
Ah. La descendencia Kavanagh, juntos a la vez.
Murmuro su nombre mientras estrechamos nuestras manos, notando que son suaves a diferencia de las de Ray Steele.
Ahora deja de manosear a mi chica, hijo de puta.
—Ana, cariño —murmuro, extendiendo mi mano y, como la buena mujer que es, entra en mi abrazo. Ha descartado su toga de graduación y lleva un vestido de espalda escotada de color gris pálido, exponiendo sus perfectos hombros y espalda.
Dos vestidos en dos días. Me está consintiendo.
—Ethan, mamá y papá quieren hablar con nosotros. —Kavanagh se lleva a su hermano lejos, dejándome con Ana y su padre.
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—¿Desde cuándo se conocen, chicos? —pregunta el Sr. Steele.
Cuando estiro el brazo para agarrar el hombro de Ana, trazo mi pulgar suavemente sobre su desnuda espalda y tiembla en respuesta. Le digo que nos conocemos desde hace un par de semanas.
—Nos conocimos cuando Anastasia vino a entrevistarme para la revista de la facultad.
—No sabía que trabajabas para la revista de la facultad, Ana—dice el Sr. Steele.
—Kate estaba enferma —dice.
Ray Steele mira a su hija y frunce el ceño.
—Su discurso ha estado muy bien, señor Grey —dice.
—Gracias, señor. Tengo entendido que es usted un entusiasta de la pesca.
—En efecto, lo soy. ¿Annie le contó eso?
—Lo hizo.
—¿Usted pesca? —Hay una chispa de curiosidad en sus ojos marrones.
—No tanto como me gustaría. Mi papá solía llevarnos a mi hermano y a mí cuando éramos niños. Para él todo se trataba sobre truchas. Supongo que me contagió. —Ana escucha por un momento, luego se excusa y se mueve a través de la multitud para unirse al clan Kavanagh
Maldición, luce sensacional en ese vestido.
—¿Oh? ¿Dónde pescaban? —La pregunta de Ray Steele me devuelve a la conversación. Sé que es una prueba.
—En el noroeste del Pacífico.
—¿Creció en Washington?
—Sí, señor. Mi papa nos inició en el río Wynoochee.
Una sonrisa se extiende en la boca de Steele.
—Lo conozco bien.
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—Pero su favorito es el Skagit. Del lado de Estados Unidos. Nos sacaba de la cama a una intempestiva hora de la mañana y manejábamos hasta allí. Ha atrapado peces impresionantes en ese río.
—Esa es agua bastante dulce. Atrapé algunos peces en el Skagit. En el lado canadiense.
—Es uno de los mejores tramos para las truchas salvajes. Da lugar a una mejor persecución que aquellos que están recortados —le digo con mis ojos en Ana.
—No podría estar más de acuerdo.
—Mi hermano ha atrapado un par de monstruos salvajes. Yo, aún estoy esperando por el más grande.
—Algún día, ¿eh?
—Espero que así sea.
Ana se encuentra en una apasionada discusión con Kavanagh. ¿De qué están hablando esas dos mujeres?
—¿Aún sale seguido a pescar? —Vuelvo a concentrarme en el Sr. Steele.
—Por supuesto. El amigo de Annie, José, su padre y yo nos vamos tan a menudo como podamos.
¡El jodido fotógrafo! ¿De nuevo?
—¿Es el chico que cuida del Escarabajo?
—Sí, ese es él.
—Gran auto, el Escarabajo. Soy fanático de los autos alemanes.
—¿Sí? Annie ama ese viejo auto, pero supongo que ya está pasando su fecha de expiración.
—Qué gracioso que mencione eso. Estaba pensando en prestarle uno de los autos de mi compañía. ¿Cree que lo aceptaría?
—Creo que sí. Eso sería decisión de Annie.
—Genial. Supongo que a Ana no le interesa la pesca.
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—No. Esa chica se parece a su madre. No podría soportar ver a un pez sufriendo. O a los gusanos, para el caso. Tiene un alma gentil. —Me da una mirada mordaz. Oh. Una advertencia de Raymond Steele. Lo convierto en una broma.
—No me extraña que no estuviera interesada en el bacalao que comimos el otro día.
Steele se ríe.
—Ella está bien con comerlos.
Ana ha terminado de hablar con los Kavanagh y se está dirigiendo en nuestra dirección.
—Hola —dice, sonriéndonos.
—Annie, ¿dónde están los baños? —pregunta Steele.
Ella lo manda fuera del pabellón y a la izquierda.
—Vuelvo enseguida. Diviértanse chicos —dice.
Lo observa irse, entonces me mira nerviosamente. Pero antes de que ella o yo podamos decir algo somos interrumpidos por una fotógrafa. Toma una rápida foto de nosotros juntos antes de alejarse apresuradamente.
—Así que has cautivado a mi padre también… —dice Ana, su voz dulce y burlona.
—¿También? —¿Te he cautivado a ti, Señorita Steele?
Con mis dedos trazo el rosado rubor que aparece en su mejilla.
—Ojalá supiera lo que estás pensando, Anastasia. —Cuando mis dedos alcanzan su barbilla inclino su cabeza hacia atrás para poder examinar su expresión. Permanece quieta y me devuelve la mirada, sus pupilas oscureciéndose.
—Ahora mismo —susurra—, estoy pensando: Bonita corbata
Estaba esperando algún tipo de declaración; su respuesta me hace reír.
—Últimamente es mi favorita.
Ella sonríe.
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—Estás muy guapa, Anastasia. Este vestido con la espalda descubierta te sienta muy bien. Me apetece acariciarte la espalda y sentir tu hermosa piel.
Sus labios se abren y su aliento se contrae, y puedo sentir el tirón de la atracción entre nosotros.
—Sabes que irá bien, ¿verdad, nena? —Mi voz es baja, traicionando mi anhelo.
Ella cierra los ojos, traga, y toma una respiración profunda. Cuando los abre de nuevo, irradia ansiedad.
—Pero quiero más —dice.
—¿Más?
Joder. ¿Qué es esto?
Ella asiente.
—¿Más? —Susurro de nuevo. Su labio es flexible debajo de mi pulgar—. Quieres corazones y flores. —Joder. Esto nunca va a funcionar con ella. ¿Cómo puede hacerlo? No soy romántico. Mis esperanzas y sueños comienzan a desmoronarse entre nosotros.
Sus ojos se agrandan, inocentes y suplicantes.
Maldición. Es tan seductora.
—Anastasia. No sé mucho de ese tema.
—Yo tampoco.
Claro; nunca antes ha tenido una relación.
—Tú no sabes nada de nada.
—Tú sabes todo lo malo —dice sin aliento.
—¿Lo malo? Para mí no lo es. Pruébalo —pido.
Por Favor. Pruébalo a mi manera.
Su mirada es intensa mientras observa mi cara, en busca de pistas. Y por un momento estoy perdido en esos ojos azules que lo ven todo.
—De acuerdo —susurra.
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—¿Qué? —Cada bello de mi cuerpo permanece atento.
—De acuerdo. Lo intentaré.
—¿Estás de acuerdo? —No lo creo.
—Dentro de los límites tolerables, sí. Lo intentaré.
Dulce. Señor. La jalo dentro de mis brazos y la envuelvo en un abrazo, enterrando mi cara en su cabello, inhalando su seductor aroma. Y no me importa que estemos en un espacio lleno de gente. Somos solo ella y yo.
—Jesús, Ana, eres tan imprevisible. Me dejas sin aliento.
Un momento después, soy consciente de que Raymond Steele ha regresado y está examinando su reloj para cubrir su vergüenza. De mala gana, la libero. Estoy en la cima del mundo.
¡Trato hecho, Grey!
—Annie, ¿vamos a comer algo? —pregunta Steele.
—Vamos —dice con una sonrisa tímida dirigida hacia mí.
—Christian, ¿quieres venir con nosotros? —Por un momento me siento tentado, pero la ansiosa mirada que me da Ana dice: Por favor, no. Quiere tiempo a solas con su papá. Lo entiendo.
—Gracias, Sr. Steele, pero tengo planes. Encantado de conocerlo.
Trata y controla tu estúpida sonrisa, Grey.
—Lo mismo digo —responde Steele… sinceramente, creo—. Cuídame a mi niña.
—Esa es mi intención —respondo, estrechándole la mano.
En maneras que usted posiblemente no puede imaginar, Sr. Steele.
Tomo la mano de Ana y atraigo sus nudillos a mis labios.
—Nos vemos luego, señorita Steele —murmuro. Me has hecho un hombre muy feliz.
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Steele me da una breve inclinación de cabeza, y tomando el codo de su hija, la guía fuera de la recepción. Me quedo aturdido, pero rebosante de esperanza.
Ella está de acuerdo.
—¿Christian Grey? —Mi alegría es interrumpida por Eamon Kavanagh, el padre de Katherine.
—Eamon, ¿cómo estás? —Nos damos la mano.
~ * ~
Taylor me recoge a las tres treinta.
—Buenas tardes, señor —dice, abriendo la puerta de mi auto.
En el camino me informa que el Audi A3 ha sido entregado en el Heathman. Ahora solo tengo que dárselo a Ana. Sin duda, esto implicará una discusión, y en el fondo sé que va a ser algo más que una discusión. Por otra parte, ella accedió a ser mi sumisa, así que tal vez aceptará mi regalo sin ninguna queja.
¿A quién estás engañando, Grey?
Un hombre puede soñar. Espero que podamos encontrarnos esta tarde; se lo daré como regalo de graduación.
Llamo a Andrea y le digo que agende en mi horario de mañana una reunión a la hora del desayuno, a través de WebEx con Eamon Kavanagh y sus asociados en Nueva York. Kavanagh está interesado en actualizar su red de fibra óptica. Le pido a Andrea que tenga a Ros y Fred en espera para la reunión, también. Me transmite algunos mensajes, nada importante, y me recuerda que tengo que asistir a una función de caridad mañana por la noche en Seattle.
Esta será mi última noche en Portland. Es casi la última noche de Ana aquí, también... Contemplo llamarla, pero no tiene mucho sentido, ya que no tiene su teléfono celular. Y está disfrutando un tiempo con su papá.
Mirando fijamente por la ventanilla del auto mientras conducimos hacia el Heathman, veo a la buena gente de Portland pasar sus tardes. En un semáforo hay una joven pareja discutiendo en la acera sobre una bolsa de comestibles desparramados. Otra pareja, aún más joven, camina de la mano delante de ellos, con sus ojos fijos el uno
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en el otro y riendo. La chica se inclina y susurra algo al oído de su tatuado novio. Él se ríe e inclina hacia abajo, y la besa rápidamente, luego abre la puerta de una cafetería y se hace a un lado para dejarla entrar.
Ana quiere "más". Suspiro pesadamente y paso mis dedos por mi cabello. Ellas siempre quieren más. Todas. ¿Qué puedo hacer al respecto? La pareja tomada de la mano entrando a la cafetería… Ana y yo hicimos eso. Hemos comido juntos en dos restaurantes, y fue... divertido. Tal vez podría intentarlo. Después de todo, me está dando mucho más. Me aflojo la corbata.
¿Podría hacer más?
~ * ~
De regreso en mi habitación, me desnudo, me pongo mis pantalones deportivos, y me dirijo hacia abajo para un circuito rápido en el gimnasio. La forzada socialización ha extendido los límites de mi paciencia y tengo que quitarme algo del exceso de energía.
Y necesito pensar acerca del más.
~ * ~
Una vez que estoy duchado yvestido y de regreso a enfrente de mi computadora portátil, Ros llama vía WebEx para reportarse y hablamos durante cuarenta minutos. Cubrimos todos los asuntos en su agenda, incluyendo la propuesta de Taiwan y Darfur. El costo de la entrega por paracaídas es exorbitante, pero es más seguro para todos los involucrados. Le doy el visto bueno. Ahora tenemos que esperar a que el envío llegue en Rotterdam.
—Estoy al tanto de Kavanagh Media. Creo que Barney debería estar en la reunión, también —dice Ros.
—Si así lo crees. Házselo saber a Andrea.
—Lo haré. ¿Cómo estuvo la ceremonia de graduación? —pregunta.
—Bien. Inesperada.
Ana accedió a ser mía.
—¿Inesperadamente bien?
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—Sí.
Desde la pantalla Ros me observa con atención, intrigada, pero no digo nada más.
—Andrea me dice que mañana estás de regreso en Seattle.
—Sí. Tengo una función a la que asistir en la noche.
—Bueno, espero que tu "fusión" haya sido un éxito.
—Yo diría afirmativo a este punto, Ros.
Ella sonríe.
—Me alegra oírlo. Tengo otra reunión, por lo que si no hay nada más, voy a decir adiós por ahora.
—Adiós. —Salgo de WebEx y reviso mi correo electrónico, volviendo la atención a esta noche.
De: Christian Grey
Fecha: 26 de mayo 2011, 17:22
Para: Anastasia Steele
Asunto: Límites Tolerables
¿Qué puedo decir que no haya dicho ya?
Encantado de comentarlo contigo cuando quieras.
Hoy estabas muy guapa.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Y pensar que esta mañana estaba convencido de que todo había terminado entre nosotros.
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Jesús, Grey. Tienes que controlarte. Flynn tendría un día de campo.
Por supuesto, parte de la razón era que ella no tenía su teléfono. Tal vez necesita una forma más fiable de comunicación.
De: Christian Grey
Fecha: 26 de Mayo de 2011, 17:36
Para: J B Taylor
Cc: Andrea Ashton
Asunto: BlackBerry
Taylor,
Favor de proporcionar una nueva BlackBerry a Anastasia Steele con correo electrónico preinstalado. Andrea puede conseguir los detalles de la cuenta con Barney y dártelos.
Por favor entrégalo mañana ya sea en su casa o en Clayton’s.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Una vez que lo envío, agarro la última edición de Forbes y empiezo a leer.
A las seis treinta no hay respuesta por parte de Ana, así que asumo que todavía está entreteniendo al tranquilo y sin pretensiones Ray Steele. Teniendo en cuenta que no están emparentados, son notablemente similares.
Ordeno el risotto de mariscos al servicio de habitación y mientras espero, leo más de mi libro.
~ * ~
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Grace llama mientras estoy leyendo.
—Christian, cariño.
—Hola, madre.
—¿Mia se puso en contacto contigo?
—Sí. Tengo los detalles de su vuelo. La recogeré.
—Genial. Ahora, espero que te quedes a cenar el sábado.
—Claro.
—Y luego el domingo Elliot está trayendo a su amiga Kate a cenar. ¿Te gustaría venir? Podrías traer a Anastasia.
Es de eso de lo que Kavanagh estaba hablando hoy.
Jugueteo por un momento.
—Tendré que ver si está libre.
—Déjame saberlo. Será estupendo tener a toda la familia junta de nuevo.
Pongo mis ojos en blanco.
—Si tú lo dices, madre.
—Lo hago, cariño. Te veo el sábado.
Cuelga.
¿Llevar a Ana a conocer a mis padres? ¿Cómo demonios puedo escaparme de esto?
Mientras contemplo esta situación, llega un correo electrónico.
De: Anastasia Steele
Fecha: 26 de mayo 2011, 19:23
Para: Christian Grey
Asunto: Límites Tolerables
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Si quieres, puedo ir a verte esta noche y lo comentamos.
Ana
No, no nena. No en ese auto. Y mis planes caen en su lugar.
De: Christian Grey
Fecha: 26 de mayo 2011, 19:27
Para: Anastasia Steele
Asunto: Límites Tolerables
Voy yo a tu casa. Cuando te dije que no me gustaba que llevaras ese auto, lo decía en serio.
Nos vemos enseguida.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Imprimo otra copia de los "Límites Tolerables" del contrato y su correo electrónico de sus "opiniones", porque he dejado mi primera copia en mi chaqueta, la cual ella todavía tiene en su poder. Entonces llamo a Taylor a su habitación.
—Voy a entregarle el auto a Anastasia. ¿Me puedes recoger de su casa…. digamos, a las nueve y media?
—Ciertamente, señor.
Antes de irme meto dos condones en el bolsillo trasero de mis jeans.
Podría tener suerte.
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~ * ~
Es divertido conducir el A3, a pesar de que tiene menos torque de lo que estoy acostumbrado. Me dirijo hacia una licorería en las afueras de Portland para comprar un poco de champán para celebrar. Paso de Cristal y Dom Pérignon por un Bollinger, sobre todo porque es cosecha de 1999, y está helado, pero también porque es rosa... simbólico, pienso con una sonrisa, mientras entrego mi AmEx al cajero.
Ana todavía está usando el impresionante vestido gris cuando abre la puerta. Estoy ansioso por quitárselo más tarde.
—Hola —dice, con los ojos grandes y luminosos en su pálido rostro.
—Hola.
—Pasa. —Parece tímida y torpe. ¿Por qué? ¿Qué ha pasado?
—He pensado que podríamos celebrar tu graduación. —Sostengo la botella de champán—. No hay nada como un buen Bollinger.
—Interesante elección de palabras. —Su voz es sardónica.
—Me encanta la chispa que tienes, Anastasia. —Ahí está... mi chica.
—No tenemos más que tazas. Ya hemos empaquetado todos los vasos y copas.
—¿Tazas? Por mí, bien.
La veo pasear en la cocina. Está nerviosa y asustadiza. Tal vez porque ha tenido un gran día, o porque aceptó mis condiciones, o porque está aquí sola… sé que Kavanagh está con su propia familia esta tarde; su padre me lo dijo. Espero que el champán vaya a ayudar a Ana a relajarse... y hablar.
La habitación está vacía, excepto por las cajas embaladas, el sofá y la mesa. Hay un paquete marrón sobre la mesa con una nota escrita a mano adjunta.
“Estoy de acuerdo con las condiciones, Ángel; porque tú sabes mejor que nadie cual debe ser mi castigo; ¡solamente, solamente, no hagas más de lo que pueda soportar!”
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—¿Quieres platito también? —dice. —Con la taza está bien, Anastasia —respondo, distraído. Ella envolvió los libros… las primeras ediciones que le envié. Me los está devolviendo. No los quiere. Es por esto que está nerviosa. ¿Cómo demonios reaccionará ante el auto? Mirando hacia arriba, la veo allí de pie, mirándome. Y cuidadosamente pone las tazas sobre la mesa. —Eso es para ti. —Su voz es pequeña y tensa. —Hmm, me lo imaginé —murmuro—. Muy acertada cita. —Trazo su escritura a mano con mí dedo. Las letras son pequeñas y ordenadas, y me pregunto lo que haría con ellas un grafólogo—. Pensé que era d'Urberville, no Ángel. Has elegido la corrupción. —Por supuesto que es la cita perfecta. Mi sonrisa es irónica—. Solo tú podrías encontrar algo de resonancias tan acertadas. —También es una súplica —susurra. —¿Una súplica? ¿Para que no me pase contigo? Asiente. Para mí estos libros fueron una inversión, pero para ella pensé que significarían algo. —Compré esto para ti. —Es una pequeña mentira blanca… dado que los he reemplazado—. No me pasaré contigo si lo aceptas. —Mantengo mi voz baja y tranquila, enmascarando mi decepción. —Christian, no puedo aceptarlo, es demasiado. Aquí vamos, otra batalla de voluntades.
Plus ça cambio, plus c'est la même elección8. —Ves, a esto me refería, me desafías. Quiero que te lo quedes, y se acabó la discusión. Es muy sencillo. No tienes que pensar en nada de esto. Como sumisa mía, tendrías que agradecérmelo. Limítate a aceptar lo que te compre, porque me complace que lo hagas.
8Plus ça change, plus c’est la même chose: Además del cambio, es la misma elección.
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—Aún no era tu sumisa cuando lo compraste —dice en voz baja. Como siempre, tiene una respuesta para todo.
—No… pero has accedido, Anastasia.
¿Está renegando de nuestro acuerdo? Dios, esta chica me tiene en una montaña rusa.
—Entonces, ¿es mío y puedo hacer lo que quiera con ello?
—Sí. —¿Pensé que amabas a Hardy?
—En ese caso, me gustaría donarlo a una ONG, a una que trabaja en Darfur y a la que parece que le tienes cariño. Que lo subasten.
—Si eso es lo que quieres hacer… —No voy a detenerte.
Puedes quemarlo, para todo lo que me importa…
Su pálido rostro se llena de color.
—Me lo pensaré —murmura.
—No pienses, Anastasia. En esto, no. —Consérvalos por favor. Son para ti, porque tu pasión son los libros. Me lo has dicho más de una vez. Disfrútalos.
Colocando el champán en la mesa, me paro frente a ella y acuno su barbilla, inclinando su cabeza hacia atrás así mis ojos están puestos en los suyos
—Te voy a comprar muchas cosas, Anastasia. Acostúmbrate. Me lo puedo permitir. Soy un hombre muy rico. —La beso rápidamente—. Por favor —agrego, y la dejo ir.
—Eso hace que me sienta ruin —dice.
—No debería. Le estás dando demasiadas vueltas. No te juzgues por lo que puedan pensar los demás. No malgastes energía. Esto es porque nuestro contrato te produce cierto reparo; es algo de lo más normal. No sabes en qué te estás metiendo.
La ansiedad está grabada por todo su hermoso rostro.
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—Oye, déjalo ya. No hay nada ruin en ti, Anastasia. No quiero que pienses eso. No he hecho más que comprarte unos libros antiguos que pensé que te gustarían, nada más.
Parpadea un par de veces y mira el paquete, obviamente en conflicto.
Consérvalos Ana… son para ti.
—Bebamos un poco de champán —le susurro, y me recompensa con una pequeña sonrisa.
—Eso está mejor. —Abro el champán y lleno las delicadas tazas de té que ha colocado enfrente de mí.
—Es rosado. —Está sorprendida, y no tengo el corazón para decirle por qué elegí rosa.
—Bollinger La Grande Année Rosé 1999, una excelente cosecha.
—En taza. —Sonríe. Es contagioso.
—En taza. Felicidades por tu graduación, Anastasia.
Brindamos, y doy un sorbo. Sabe bien, como sabía que lo haría.
—Gracias. —Lleva la taza a sus labios y toma un rápido sorbo—. ¿Repasamos los límites tolerables?
—Siempre tan entusiasta. —Tomando su mano, la llevo al sofá, una de las piezas que aún quedan en la sala se estar, y nos sentamos, rodeados de cajas.
—Tu padrastro es un hombre muy taciturno.
—Lo tienes comiendo de tu mano.
Me rio.
—Solo porque sé pescar.
—¿Cómo has sabido que le gusta pescar?
—Me lo dijiste tú. Cuando fuimos a tomar un café.
—¿Ah, sí? —Toma otro sorbo y cierra los ojos, saboreando el sabor. Abriéndolos de nuevo, pregunta—. ¿Probaste el vino de la recepción?
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—Sí. Estaba asqueroso. —Hago una mueca.
—Pensé en ti cuando lo probé. ¿Cómo es que sabes tanto de vinos?
—No sé tanto, Anastasia, solo sé lo que me gusta. —Y me gustas—. ¿Más? —Asiento con la cabeza hacia la botella sobre la mesa.
—Por Favor.
Traigo el champán y relleno su taza. Me mira con recelo. Sabe que la estoy achispando.
—Esto está muy vacío. ¿Te mudas ya? —pregunto, para distraerla.
—Más o menos.
—¿Trabajas mañana?
—Sí, es mi último día en Clayton’s.
—Te ayudaría con la mudanza, pero le he prometido a mi hermana que iría a buscarla al aeropuerto. Mia llega de París el sábado a primera hora. Mañana regreso a Seattle, pero tengo entendido que Elliot les va a echar una mano.
—Sí, Kate está muy entusiasmada al respecto.
Me sorprende que Elliot todavía esté interesado en la amiga de Ana; no es su habitual modus operandi.
—Sí, Kate y Elliot, ¿quién lo iba a decir? —Su relación amorosa hace el asunto más complicado. La voz de mi madre suena en mi cabeza: “Podrías traer a Anastasia".
—¿Y qué vas a hacer con lo del trabajo de Seattle? —pregunto.
—Tengo un par de entrevistas para puestos de becaria.
—¿Y cuándo pensabas decírmelo?
—Eh… te lo estoy diciendo ahora —dice.
—¿Dónde? —pregunto, ocultando mi frustración.
—En un par de editoriales.
—¿Es eso lo que quieres hacer, trabajar en el mundo editorial?
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Asiente con la cabeza, pero aún no es comunicativa.
—¿Y bien?
—Y bien ¿qué?
—No seas retorcida, Anastasia, ¿en qué editoriales? —Mentalmente corro por todas las editoriales que conozco en Seattle. Hay cuatro... creo.
—Unas pequeñas —dice con evasivas.
—¿Por qué no quieres que lo sepa?
—Tráfico de influencias —dice.
¿Qué significa eso? Frunzo el ceño.
—Oh, ahora tú estás siendo retorcido —dice, con los ojos brillantes de alegría.
—¿Retorcido? —Me río—. ¿Yo? Dios, me estás desafiando. Bébete todo, vamos a hablar de estos límites.
Sus pestañas revolotean y toma un tembloroso suspiro, entonces drena su taza. Realmente está muy nerviosa acerca de esto. Le ofrezco más líquido para tomar valor.
—Por favor —responde.
Botella en mano, hago una pausa.
—¿Has comido algo?
—Sí. Tuve un banquete con Ray —dice, exasperada, y pone los ojos en blanco.
Oh, Ana. Por fin puedo hacer algo con este irrespetuoso hábito.
Inclinándome hacia delante, sostengo su barbilla y la miro.
—La próxima vez que me pongas los ojos en blanco, te voy a dar unos azotes.
—Ah. —Se ve un poco sorprendida, pero un poco intrigada, también.
—Ah. Así se empieza, Anastasia. —Con una sonrisa lobuna lleno su taza, y toma un largo trago.
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—¿Tengo tu atención ahora, no?
Asiente con la cabeza.
—Respóndeme.
—Sí, tienes mi atención —dice con una sonrisa contrita.
—Bien. —Saco de mi chaqueta su correo electrónico, y el Apéndice 3 de mi contrato—. De los actos sexuales… lo hemos hecho casi todo. —Se acerca a mí y leemos la lista.
APÉNDICE 3
Límites Tolerables
A discutir y acordar por ambas partes:
Acepta la Sumisa lo siguiente:
Masturbación.
Cunnilingus.
Felación.
Ingestión de semen.
Penetración vaginal.
Fisting vaginal.
Penetración anal.
Fisting anal.
—De fisting nada, dices. ¿Hay algo más a lo que te opongas? —pregunto.
Traga saliva.
—La penetración anal tampoco es que me entusiasme.
—Por lo de fisting paso, pero realmente no querría renunciar a tu culo, Anastasia.
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Inhala agudamente, mirándome.
—Bueno, ya veremos. Además, tampoco es algo a lo que podamos lanzarnos sin más. —No puedo contener mi sonrisa—. Tu culo necesitará algo de entrenamiento.
—¿Entrenamiento? —sus ojos se agrandan.
—Oh, sí. Habrá que prepararlo cuidadosamente. La penetración anal puede resultar muy placentera, créeme. Pero si lo probamos y no te gusta, no tenemos por qué volver a hacerlo —me deleito con su expresión atónita.
—¿Tú lo has hecho? —pregunta
—Sí.
—¿Con un hombre?
—No. Nunca he hecho nada con un hombre. No me va.
—¿Con la señora Robinson?
—Sí. —Y sus grandes ojos se agrandan más.
Ana frunce el ceño y me muevo rápidamente, antes de que me haga más preguntas sobre eso.
—Y la ingestión de semen… Bueno, eso se te da de miedo. —Espero una sonrisa de su parte, pero me está estudiando intensamente, como si me viera en una nueva luz. Creo que aún está meditando sobre la Sra. Robinson y el sexo anal. Oh, nena, Elena tenía mi sumisión. Ella podía hacer conmigo lo que quisiera. Y yo lo disfrutaba.
—Entonces… Tragar semen, ¿está bien? —pregunto, tratando de regresarla al presente. Asiente y termina su champán.
—¿Más? —pregunto.
Tranquilo, Grey, solo quieres que esté achispada, no ebria.
—Más —susurra.
Vuelvo a llenar su copa y vuelvo a la lista.
—¿Juguetes sexuales?
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Acepta la Sumisa lo siguiente:
Vibradores.
Tapones anales.
Consoladores.
Otros juguetes vaginales/anales.
—¿Tapones anales? ¿Eso sirve para lo que pone en la caja? —Hace una mueca.
—Sí. Y hace referencia a la penetración anal de antes. Al entrenamiento.
—Ah… ¿y el ―otros‖?
—Cuentas, huevos… ese tipo de cosas.
—¿Huevos? —Su mano vuela a cubrir su boca con estupefacción.
—No son huevos de verdad —me carcajeo.
—Me alegra ver que te hago tanta gracia. —El dolor en su voz es preocupante.
—Mis disculpas. Lo siento.
Por Dios santo, Grey. Ve con calma con ella.
—¿Algún problema con los juguetes?
—No —espeta.
Mierda. Está de mal humor.
—Anastasia, lo siento. Créeme. No pretendía burlarme. Nunca he tenido esta conversación de forma tan explícita. Eres tan inexperta… Lo siento.
Hace pucheros y toma otro sorbo de champán.
—De acuerdo. Bondage —digo, y regresamos a la lista.
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Acepta la sumisa lo siguiente:
Bondage con cuerda.
Bondage con cinta adhesiva.
Bondage con muñequeras de cuero.
Bondage con esposas y grilletes.
Otros tipos de bondage.
—¿Y bien? —pregunto, gentilmente esta vez.
—De acuerdo —susurra y continúa leyendo.
Acepta la Sumisa los siguientes tipos de bondage:
Manos al frente.
Tobillos.
Codos.
Manos a la espalda.
Rodillas.
Muñecas con tobillos.
A objetos, muebles, etc.
Barras rígidas.
Suspensión.
¿Acepta la Sumisa que se le venden los ojos?
¿Acepta la Sumisa que se la amordace?
—Ya hemos hablado de la suspensión y, si quieres ponerla como límite infranqueable, me parece bien. Lleva mucho tiempo y, de todas formas, solo te tengo a ratos pequeños. ¿Algo más?
—No te rías de mí, pero ¿qué es una barra rígida?
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—Prometo no reírme. Ya me he disculpado dos veces. —Dios Santo—. No me obligues a hacerlo de nuevo. —Mi voz es más afilada de lo que pretendo, y se aleja de mí.
Mierda.
Ignora su reacción, Grey. Ve al grano.
—Una barra rígida es una barra con esposas para los tobillos y/o las muñecas. Es divertido.
—Bien… De acuerdo con lo de amordazarme… Me preocuparía no poder respirar.
—A mí también me preocuparía que no respiraras. No quiero asfixiarte. —Jugar con la respiración tampoco es del todo mi escena.
—Además, ¿cómo voy a usar las palabras de seguridad estando amordazada? —inquiere.
—Para empezar, confío en que nunca tengas que usarlas. Pero si estás amordazada, lo haremos por señas.
—Lo de la mordaza me pone nerviosa.
—De acuerdo. Tomaré nota.
Me estudia por un momento como si estuviera resolviendo el misterio de la esfinge.
—¿Te gusta atar a tus sumisas para que no puedan tocarte? —pregunta.
—Esa es una de las razones.
—¿Por eso me has atado las manos?
—Sí.
—No te gusta hablar de eso —dice.
—No, no me gusta.
No voy a ir allí contigo, Ana. Déjalo pasar.
—¿Te apetece más champán? —le pregunto—. Te está envalentonando, y necesito saber lo que piensas del dolor.
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Lleno su copa y toma un sorbo, con los ojos muy abiertos y ansiosos.
—A ver, ¿cuál es tu actitud general respecto a sentir dolor?
Permanece callada.
Suprimo un suspiro.
—Te estás mordiendo el labio. —Afortunadamente se detiene, pero ahora está pensativa y mirando hacia abajo a sus manos.
—¿Recibías castigos físicos de niña? —le pregunto suavemente.
—No.
—Entonces, ¿no tienes ningún ámbito de referencia?
—No.
—No es tan malo como crees. En este asunto, tu imaginación es tu peor enemigo.
Créeme en esto. Ana. Por favor.
—¿Tienes que hacerlo?
—Sí.
—¿Por qué?
Realmente no quieres saberlo.
—Es parte del juego, Anastasia. Es lo que hay. Te veo nerviosa. Repasemos los métodos.
Seguimos leyendo la lista.
Azotes.
Latigazos.
Mordiscos.
Pinzas genitales.
Cera caliente.
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Azotes con pala.
Azotes con vara.
Pinzas para pezones.
Hielo.
Otros tipos/métodos de dolor.
—Bueno, has dicho que no a las pinzas genitales. Muy bien. Lo que más duele son los varazos.
Palidece.
—Ya iremos llegando a eso —establezco rápidamente.
—O mejor no llegamos —añade.
—Esto forma parte del trato, nena, pero ya iremos llegando a todo eso. Anastasia, no te voy a obligar a nada horrible.
—Todo esto del castigo es lo que más me preocupa.
—Bueno, me alegro de que me lo hayas dicho. Quitaremos los varazos de la lista de momento. Y, a medida que te vayas sintiendo más cómoda con todo lo demás, incrementaremos la intensidad. Lo haremos despacio.
Luce insegura, así que me inclino y la beso.
—Ya está, no ha sido para tanto, ¿no?
Se encoje de hombros, aún dudosa.
—A ver, quiero comentarte una cosa más antes de llevarte a la cama.
—¿A la cama? —exclama y el color llena sus mejillas
—Vamos, Anastasia, después de repasar todo esto, quiero follarte hasta la semana que viene, desde ahora mismo. Debe de haber tenido algún efecto en ti también.
Se remueve a mi lado y toma un hosco suspiro, sus muslos presionándose juntos.
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—¿Ves? Además, quiero probar una cosa.
—¿Me va a doler?
—No… deja de ver dolor por todas partes. Más que nada es placer. ¿Te he hecho daño hasta ahora?
—No.
—Pues entonces. A ver, antes me hablabas de que querías más —Me detengo.
Joder, estoy en un precipicio.
De acuerdo, Grey, ¿Estás seguro sobre esto?
Tengo que tratar. No quiero perderla antes de comenzar.
Salto.
Tomo su mano.
—Podríamos probarlo durante el tiempo en que no seas mi sumisa. No sé si funcionará. No sé si podremos separar las cosas. Igual no funciona. Pero estoy dispuesto a intentarlo. Quizá una noche a la semana. No sé.
Su boca se abre demasiado.
—Con una condición
—¿Qué? —pregunta, y su aliento se queda atrapado.
—Que aceptes encantada el regalo de graduación que te hago.
—Ah —dice, sus ojos agrandándose con incertidumbre.
Y muy en el fondo sé lo que es. Brota el temor en mi vientre.
Me mira fijamente, evaluando mi reacción.
—Ven. —Tiro de ella para que se levante, me quito mi chaqueta de cuero y la dejo caer sobre sus hombros. Tomando una respiración profunda, abro la puerta delantera y revelo el Audi A3 estacionado en la acera—. Para ti. Feliz graduación. —Envuelvo mis brazos alrededor de ella y beso su cabello.
Cuando la suelto, está mirando confundida al auto.
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De acuerdo… esto podría ir de cualquier forma.
Tomando su mano, la conduzco escaleras abajo y me sigue como si estuviera en trance.
—Anastasia, ese Escarabajo tuyo es muy viejo y francamente peligroso. Jamás me lo perdonaría si te pasara algo cuando para mí es tan fácil solucionarlo…
Boquea hacia el auto, sin palabras.
Mierda.
—Se lo comenté a tu padrastro. Le pareció una idea genial.
Quizás estoy exagerando esto.
Su boca aún está abierta con consternación cuando se gira y me fulmina con la mirada.
—¿Le mencionaste esto a Ray? ¿Cómo has podido? —Está enojada, realmente enojada.
—Es un regalo, Anastasia. ¿Por qué no me das las gracias y ya está?
—Sabes muy bien que es demasiado.
—Para mí, no; para mí tranquilidad, no.
Vamos, Ana. Quieres más, este es el precio.
Sus hombros se hunden, y se gira hacia mí, resignada, creo. No exactamente la reacción que esperaba. El brillo rosado de sus mejillas a causa del champán ha desaparecido y su rostro está pálido una vez más.
—Te agradezco que me lo prestes, como la computadora portátil.
Sacudo mi cabeza. ¿Por qué es tan difícil? Nunca tuve esta reacción ante un auto por parte de mis otras sumisas. Usualmente estaban encantadas.
—De acuerdo, en préstamo. Indefinidamente —estoy de acuerdo, hablando entre dientes.
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—No, indefinidamente, no. De momento. Gracias —dice en voz baja e inclinándose hacia arriba, me besa en la mejilla—. Gracias por el auto, Amo.
Esa palabra. De su dulce, dulce boca. La agarro y presiono su cuerpo contra el mío, su cabello llenando mis dedos.
—Eres una mujer difícil, Ana Steele. —La beso fuertemente, coaccionando a sus labios a separarse con mi lengua, y un momento más tarde, está respondiendo, igualando mi ardor, su lengua acariciando la mía. Mi cuerpo reacciona… la deseo. Aquí. Ahora. En la entrada—. Me está costando una barbaridad no follarte encima del capó de este auto ahora mismo, para demostrarte que eres mía y que, si quiero comprarte un jodido auto, te compro un jodido auto. Ahora, vamos adentro y desnúdate —gruño. Entonces la beso una vez más, demandante y posesivamente. Tomando su mano, me dirijo directamente al apartamento, cerrando la puerta delantera detrás de nosotros y dirigiéndonos directamente a su habitación. Ahí la libero y enciendo la luz de su mesita de al lado.
—Por favor no te enfades conmigo —susurra.
Sus palabras apagan el fuego de mi ira.
—Siento lo del auto y lo de los libros… —Se detiene y lame sus labios—. Me das miedo cuando te enfadas.
Mierda. Nadie me había dicho eso antes. Cierro mis ojos. Lo último que quiero es asustarla.
Cálmate, Grey.
Ella está aquí. Está a salvo. Está dispuesta. No lo arruines solo porque no entiende cómo comportarse.
Abriendo mis ojos, encuentro a Ana mirándome, no con miedo, sino con anticipación.
—Date la vuelta —demando, mi voz suave—. Quiero quitarte el vestido.
Obedece inmediatamente.
Buena chica.
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Remuevo mi chaqueta de sus hombros y la descarto sobre el suelo, entonces levanto su cabello fuera de su cuello. El tacto de su suave piel bajo mi dedo índice es tranquilizador. Ahora que está haciendo lo que le digo, me relajo. Con la punta de mi dedo, sigo la línea de su columna hacia abajo por su espalda para empezar a bajar el cierre unido a la tela de gasa color gris.
—Me gusta este vestido. Me gusta ver tu piel inmaculada.
Enganchando mi dedo en la espalda de su vestido, la atraigo más cerca de modo que se está rozando contra mí. Entierro mi rostro en su cabello y respiro su esencia.
—Qué bien hueles, Anastasia. Muy agradable.
Como el otoño.
Su fragancia es confortante, me recuerda a un tiempo de abundancia y felicidad. Todavía inhalando su deliciosa esencia, paso mi nariz de su oreja hacia su cuello y a su hombro. Besándola mientras avanzo. Lentamente bajo el cierre de su vestido y beso, lamo, y succiono a mi paso por su piel de un hombro a otro.
Tiembla bajo mi toque.
Oh, nena.
—Vas… a… tener… que… a…prender… a estarte… quieta —susurro entre besos y desato el lazo de su cuello. El vestido cae a sus pies.
—Sin sujetador, señorita Steele. Me gusta.
Estirando mi mano hacia adelante, sostengo sus pechos y siento sus pezones endurecidos contra mi palma.
—Levanta los brazos y agárrate a mi cabeza —ordeno, mis labios acariciando su cuello. Ella hace lo que le digo y sus pechos se levantan más arriba en mis palmas. Enreda sus dedos en mi cabello, de la forma que me gusta y tira.
Ah… eso se siente tan bien.
Su cabeza se inclina hacia un lado, y tomo ventaja, besándola donde el pulso martillea bajo su piel.
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—Mmm… —murmuro en apreciación, mis dedos probando y tirando de sus pezones.
Gime, arqueando su espalda, empujando incluso más sus perfectos pechos hacia mis manos.
—¿Quieres que te haga correrte así?
Su cuerpo se arquea un poco más.
—Le gusta esto, ¿verdad, señorita Steele?
—Mmm…
—Dilo —insisto, continuando mi sensual asalto a sus pezones.
—Sí —dice sin aliento.
—Sí, ¿qué?
—Sí… Amo.
—Buena chica.
Gentilmente los pellizco y giro con mis dedos y su cuerpo se convulsiona contra mí mientras gime, sus manos tirando más fuerte de mi cabello.
—No creo que estés lista para correrte aún. —Y detengo mis manos, simplemente sosteniendo sus pechos mientras mis dientes tiran del lóbulo de su oreja—. Además, me has disgustado. Así que igual no dejo que te corras.
Amaso sus pechos y mis dedos devuelven mí atención a sus pezones, girando y tirando. Gime y frota su trasero contra mi erección. Cambiando mis manos a sus caderas, la mantengo quieta y miro hacia abajo a sus bragas.
Algodón. Blanco. Sencillo.
Engancho mis dedos en ellas y las estiro tanto como se puede, entonces presiono mis pulgares a través de la costura de la parte posterior. Se rompen en mis manos y las lanzo a los pies de Ana.
Jadea.
Trazo mis dedos por su trasero e inserto uno en su vagina.
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Está húmeda. Muy húmeda.
—Oh, sí. Mi dulce niña ya está lista.
La giro y deslizo mi dedo en mi boca.
Mmm. Salado.
—Qué bien sabe, señorita Steele.
Sus labios se separan y sus ojos se oscurecen con deseo. Creo que está un poco sorprendida.
—Desnúdame. —Mantengo mis ojos en los suyos. Levanta la cabeza, procesando mi orden pero vacila—. Puedes hacerlo —la animo. Levanta sus manos y repentinamente, creo que va a tocarme y no estoy listo. Mierda.
Instintivamente, agarro sus manos.
—Ah, no. La camiseta, no.
Quiero que se detenga. No hemos hecho esto aún y ella podría perder su balance, así que necesito la camiseta por protección.
—Para lo que tengo planeado, vas a tener que acariciarme. —Suelto una de sus manos, pero la otra la pongo sobre mi erección, la cual lucha por conseguir espacio en mis jeans.
—Este es el efecto que me produce, señorita Steele.
Inhala, mirando su mano. Entonces sus dedos se aprietan alrededor de mi polla y me echa una mirada con apreciación.
Sonrío.
—Quiero metértela. Quítame los jeans. Tú mandas.
Su boca cae abierta.
—¿Qué me vas a hacer? —Mi voz es áspera.
Su rostro se transforma, brillando con deleite, y antes de que pueda reaccionar, me empuja. Río mientras caigo sobre su cama, principalmente por su valentía, pero también porque está tocándome y no he entrado en pánico. Remueve mis zapatos, entonces mis calcetines, pero es toda dedos y pulgares, recordándome la entrevista y su intento de hacer funcionar la grabadora.
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La observo. Divertido. Excitado. Preguntándome qué hará a continuación. Va a ser jodidamente difícil para ella quitarme los jeans mientras estoy acostado. Quitándose sus zapatillas, sube a la cama, sentándose por encima de mis muslos, y desliza sus dedos bajo la pretina de mis jeans.
Cierro mis ojos y flexiono mis caderas, disfrutando de la desvergonzada Ana.
—Vas a tener que aprender a estarte quieto —me castiga, y tira de mi vello púbico.
¡Ah! Tan audaz, señora.
—Sí, señorita Steele —bromeo a través de mis dientes fuertemente apretados—. Condón, en el bolsillo
Sus ojos brillan con obvio deleite y sus dedos rebuscan en mi bolsillo, conduciéndose profundamente, rozando mi erección.
Ah…
Saca dos envoltorios plateados y los lanza sobre la cama a mi lado. Sus torpes dedos alcanzan el botón de mi pretina y después de dos intentos, lo desabrocha.
Su ingenuidad es cautivadora. Es obvio que nunca antes ha hecho esto. Otra primera vez… y es jodidamente excitante.
—Que ansiosa, señorita Steele —bromeo.
Baja mi cierre de golpe y, tirando de mi pretina, me da una mirada de frustración.
Trato con fuerza de no reír.
Sí, nena ¿Ahora cómo vas a quitármelos?
Arrastrándolos por mis piernas, tira de mis jeans, fuertemente concentrada, luciendo adorable. Y decido ayudarla.
—No puedo estarme quieto si te vas a morder el labio —digo, mientras arqueó mis caderas, levantándolas de la cama.
Levantándose sobre sus rodillas, baja mis jeans y mis bóxers y los pateo fuera de mí, cayendo en el piso. Se sienta sobre mí, mirando mi polla y lamiendo sus labios.
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Caray.
Luce caliente, su cabello oscuro cayendo en suaves ondas alrededor de sus pechos.
—¿Qué vas a hacer ahora? —susurro. Sus ojos vuelan a mi rostro y me agarra firmemente, apretando con fuerza con su mano, su pulgar acariciando la cabeza.
Jesús.
Se inclina.
Y estoy en su boca.
Joder.
Succiona con fuerza. Y mi cuerpo se flexiona debajo de ella.
—Dios, Ana, tranquila —siseo a través de mis dientes. Pero no muestra piedad mientras me hace una felación una y otra vez. Joder. Su entusiasmo es desarmador. Su lengua va de arriba a abajo. Estoy saliendo y entrando de su boca hasta la parte de atrás de su garganta, sus labios apretándose a mí alrededor. Es una visión sobrecogedoramente erótica. Podría correrme con solo mirarla.
—Para, Ana, para. No quiero correrme.
Se sienta, su boca húmeda y sus ojos como oscuras piscinas dirigidas hacia mí.
—Tu inocencia y entusiasmo me desarman. —Pero justo ahora quiero follarte, así puedo verte—. Tú, encima… eso es lo que tenemos que hacer. Toma, pónmelo. —Coloco un condón en su mano. Lo examina con consternación, entonces rasga el envoltorio abriéndolo con sus dientes.
Es entusiasta.
Saca el condón y me mira pidiendo indicaciones.
—Pellizca la punta y ve estirándolo. No conviene que quede aire en el extremo a la hora de succionar.
Asiente y hace exactamente eso, absorta en su tarea, fuertemente concentrada, su lengua asomándose entre sus labios.
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—Dios mío, me estás matando —exclamo a través de mis dientes apretados.
Cuando ha terminado, se sienta otra vez y admira su obra, o a mí… no estoy seguro, pero no me importa.
—Vamos, quiero hundirme en tu interior. —Me siento repentinamente de modo que estamos cara a cara, sorprendiéndola—. Así —susurro y, envolviendo mi brazo alrededor de ella, la levanto. Con mi otra mano, posiciono mi polla y la bajo lentamente sobre mí.
Mi aliento escapa de mi cuerpo mientras sus ojos se cierran y el placer truena ruidosamente en su garganta.
—Eso es nena, siénteme, entero.
Se. Siente. Tan. Bien.
La sostengo, dejándola acostumbrarse a la sensación de mí. Así. Adentro de ella.
—Así entra más adentro. —Mi voz es ronca, mientras flexiono y levanto mi pelvis, empujando profundamente en su interior.
Su cabeza se inclina y gime.
—Otra vez —susurra. Y abre sus ojos que arden en los míos. Deseosos. Dispuestos. Amo que ame esto. Hago lo que me pide y gime otra vez, tirando hacia atrás su cabeza, su cabello cayendo en un desastre sobre sus hombros. Lentamente me reclino en la cama para observar el espectáculo.
—Muévete tú, Anastasia, sube y baja, lo que quieras. Toma mis manos. —Las tiendo hacia ella y las agarra, estabilizándose sobre mí. Lentamente se mueve, entonces se hunde una vez más en mí.
Mi respiración viene en cortos y afilados jadeos mientras me contengo. Se eleva otra vez y esta vez levanto mis caderas para encontrar las suyas mientras baja.
Oh sí.
Cerrando mis ojos saboreo cada delicioso centímetro de ella. Juntos encontramos nuestro ritmo mientras me monta. Una, otra, y otra vez. Se ve fantástica: sus pechos rebotando, su cabello enredado, su boca relajada mientras absorbe cada estocada de placer.
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Sus ojos encuentran los míos, llenos de necesidad carnal y preguntas. Dios, es hermosa. Grita mientras su cuerpo acaba. Está casi allí, así que aprieto mi agarre sobre sus manos, y explota a mí alrededor. Agarro sus caderas, sujetándola mientras grita incoherentemente a través de su orgasmo. Entonces aprieto mi agarre en sus caderas y silenciosamente me pierdo mientras exploto en su interior.
Se deja caer sobre mi pecho y descanso, jadeando debajo ella.
Dios, es buena follando.
Yacemos acostados por un momento, su peso como un consuelo. Se despierta y me acaricia a través de la camisa, entonces despliega su mano sobre mi pecho.
La oscuridad se ondula rápida y fuertemente en mi pecho, en mi garganta, tratando de sofocarme y ahogarme.
No. No me toques.
Agarro su mano y llevo sus nudillos a mis labios. Ruedo sobre ella para que no sea capaz de tocarme.
—No —ruego, y beso sus labios mientras apaciguo mi miedo.
—¿Por qué no te gusta que te toquen?
—Porque estoy muy jodido, Anastasia. Tengo muchas más sombras que luces. Cincuenta sombras más. —Después de años y años de terapia, es la única cosa que sé que es verdad.
Sus ojos se agrandan, inquisitivos, está sedienta de más información. Pero no necesita saber esta mierda.
—Tuve una introducción a la vida muy dura. No quiero aburrirte con los detalles. No lo hagas y ya está. —Gentilmente paso mi nariz contra la suya y, saliendo de ella, me siento y remuevo el condón y lo dejo caer cerca de la cama—. Creo que ya hemos cubierto lo más esencial. ¿Qué tal estuvo?
Por un momento parece distraída, entonces inclina su cabeza a un lado y sonríe.
—Si piensas que he llegado a creerme que me cedías el control es que no has tenido en cuenta mi nota media. Pero gracias por dejar que me hiciera ilusiones.
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—Señorita Steele, no es usted solo una cara bonita. Ha tenido seis orgasmos hasta la fecha y los seis me pertenecen. —¿Por qué ese simple hecho me alegra?
Sus ojos se disparan hacia el techo y una fugaz expresión de culpa cruza su rostro.
¿Qué fue eso?
—¿Tienes algo que contarme? —pregunto.
Vacila.
—He soñado esta mañana.
—¿Ah, sí?
—Me he corrido en sueños. —Levanta un brazo sobre su rostro, escondiéndose de mí, avergonzada. Estoy impactado por su confesión, pero excitado y deleitado también.
Criatura sensual.
Espía por debajo de su brazo. ¿Espera que esté enojado?
—¿En sueños? —aclaro.
—Y me he despertado —susurra.
—Apuesto a que sí. —Estoy fascinado—. ¿Qué soñabas?
—Contigo —dice en voz baja.
¡Conmigo!
—¿Y qué hacía yo?
Se oculta debajo de su brazo otra vez.
—Anastasia, ¿qué hacía yo? No te lo voy a volver a preguntar. —¿Por qué está tan avergonzada? El que sueñe conmigo es… adorable.
—Tenías una fusta —murmura. Muevo su brazo para poder ver su rostro.
—¿En serio?
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—Sí. —Su cara está de un rojo brillante. La investigación debe estarla afectando de buena manera. Le sonrío.
—Vaya, aún me queda esperanza contigo. Tengo varias fustas.
—¿Marrón, de cuero trenzado? —Su voz está teñida de calmado optimismo.
Me río.
—No, pero seguro que puedo conseguir una.
Le doy un suave beso y me levanto para vestirme. Ana hace lo mismo, poniéndose los pantalones cortos y una camisola. Levantando el condón del suelo, lo ato rápidamente. Ahora que ella ha accedido a ser mía, necesita anticonceptivos. Totalmente vestida, se sienta de piernas cruzadas en la cama, observándome mientras agarro mis pantalones.
—¿Cuándo te llega el período? —pregunto—. Detesto ponerme estas cosas. —Sostengo el condón amarrado y me pongo los jeans.
La he tomado por sorpresa.
—¿Y bien? —persuado.
—La semana que viene —responde, sus mejillas rosadas.
—Vas a tener que buscarte algún anticonceptivo.
Me siento en la cama para ponerme los calcetines y los zapatos. Ella no dice nada.
—¿Tienes médico? —pregunto. Sacude la cabeza—. Puedo pedirle a la mía que pase a verte a tu apartamento. El domingo por la mañana, antes de que vengas a verme tú. O le puedo pedir que te visite en mi casa, ¿qué prefieres?
Estoy seguro que la Dra. Baxter hará una visita domiciliaria para mí, aunque no la he visto en un tiempo.
—En tu casa —dice ella.
—De acuerdo. Ya te diré a qué hora.
—¿Te vas?
Parece sorprendida de que me vaya.
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—Sí.
—¿Cómo vas a volver? —pregunta.
—Taylor viene a recogerme.
—Te puedo llevar yo. Tengo un auto nuevo precioso.
Eso está mejor. Ha aceptado el auto como debería, pero después de todo ese champán, no debería conducir.
—Me parece que has bebido demasiado.
—¿Me achispaste a propósito?
—Sí.
—¿Por qué?
—Porque le das demasiadas vueltas a las cosas y te veo tan reticente como tu padrastro. Con una gota de alcohol ya estás hablando por los codos, y necesito que seas sincera conmigo. De lo contrario, te cierras como una ostra y no tengo ni idea de lo que piensas. In vino veritas, Anastasia.
—¿Y crees que tú eres siempre sincero conmigo?
—Me esfuerzo por serlo. Esto solo saldrá bien si somos sinceros el uno con el otro.
—Quiero que te quedes y uses esto. —Agarra el otro condón y lo ondea hacia mí.
Maneja sus expectativas, Grey.
—Anastasia, esta noche me he pasado mucho de la raya. Tengo que irme. Te veo el domingo. —Me pongo de pie—. Tendré listo el contrato revisado y entonces podremos empezar a jugar de verdad.
—¿Jugar? —rechina.
—Me gustaría tener una sesión contigo. Pero no lo haré hasta que hayas firmado, para asegurarme de que estás lista.
—Oh. ¿Ósea que podría alargar esto si no firmo?
Mierda. No había pensado en eso.
Su barbilla se eleva a manera de desafío.
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Ah… yendo de arriba a abajo de nuevo. Ella siempre encuentra una manera.
—Bueno, supongo que sí, pero igual reviento de la tensión.
—¿Revientas? ¿Cómo? —inquiere, sus ojos vivos por la curiosidad.
—La cosa podría ponerse muy fea —la provoco, entrecerrando los ojos.
—¿Cómo… de fea? —Su sonrisa es igual a la mía.
—Ah, ya sabes, explosiones, persecuciones en auto, secuestro, cárcel…
—¿Me vas a secuestrar?
—Desde luego.
—¿A retenerme en contra de mi voluntad?
—Por supuesto. —Bien, esa es una idea interesante—. Y luego viene el IPA 24/7.
—Me perdí —dice, perpleja y un poco jadeante.
—Intercambio de Poder Absoluto, las veinticuatro horas. —Mi mente gira mientras pienso en las posibilidades. Ella es curiosa—. Así que no tienes elección —añado, con un tono juguetón.
—Claro. —Su tono es sarcástico y pone los ojos en blanco hacia el cielo, tal vez buscando inspiración divina para entender mi sentido del humor.
Oh, qué dulce placer.
—Ay, Anastasia Steele, ¿me acabas de poner los ojos en blanco?
—¡No!
—Me parece que sí. ¿Qué te dije que haría si volvías a poner los ojos en blanco? —Mis palabras cuelgan entre nosotros y me siento de nuevo en la cama—. Ven aquí.
Por un momento, se me queda mirando, palideciendo.
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—Aún no he firmado.
—Te dije lo que haría. Soy un hombre de palabra. Te voy a dar unos azotes, y luego te voy a follar muy rápido y muy duro. Me parece que al final vamos a necesitar ese condón.
¿Lo hará? ¿No lo hará? Este es el momento. La prueba de si puede hacerlo o no. La observo, impasible, esperando que se decida. Si dice que no, significa que está dándole falsas promesas a la idea de ser mi sumisa.
Y eso será todo.
Toma la decisión correcta, Ana.
Su expresión es seria, sus ojos se agrandan, y creo que está sopesando su decisión.
—Estoy esperando —murmuro—. No soy un hombre paciente.
Tomando una respiración profunda, desenrolla las piernas y gatea hacia mí y yo escondo mi alivio.
—Buena chica. Ahora, ponte de pie.
Hace lo que le digo y le ofrezco la mano. Pone el condón en mi palma, agarro su mano y abruptamente la empujo por encima de mi rodilla izquierda, de modo que su cabeza, hombros y pechos descansan en la cama. Pongo mi pierna derecha por encima de las suyas, sosteniéndola en su lugar. He querido hacer esto desde que me preguntó si era gay.
—Sube las manos y colócalas a ambos lados de tu cabeza —ordeno y ella lo hace inmediatamente—. ¿Por qué hago esto, Anastasia?
—Porque te puse los ojos en blanco —dice con un ronco susurro.
—¿Te parece que eso es de buena educación?
—No.
—¿Vas a volver a hacerlo?
—No.
—Te daré unos azotes cada vez que lo hagas, ¿me entiendes?
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Voy a saborear este momento. Es otra novedad.
Con gran cuidado, deleitándome con el acto, bajo sus pantalones deportivos. Su hermoso trasero está desnudo y listo para mí. Mientras pongo la mano en su costado trasero, cada músculo en su cuerpo se tensa… esperando. Su piel es suave al toque y deslizo mi mano a lo largo de sus nalgas, acariciando cada una. Tiene un muy lindo trasero. Y voy a dejarlo rosa… como el champán.
Levantando la palma, la azoto, duro, justo por encima de la unión entre sus muslos.
Jadea e intenta levantarse, pero la sostengo con mi otra mano en la parte baja de su espalda y masajeó el área que acabo de golpear con una lenta y dulce caricia.
Se queda quieta.
Jadeando.
Anticipando.
Sí. Voy a hacerlo de nuevo.
La azoto una vez, dos veces, tres veces.
Ella hace muecas por el dolor, sus ojos fuertemente cerrados. Pero no me pide que me detenga incluso aunque se está retorciendo debajo de mí.
—Quédate quieta o tendré que azotarte más tiempo —advierto.
Froto su suave carne y empiezo de nuevo, tomando turnos: nalga izquierda, nalga derecha, en el medio.
Ella grita. Pero no mueve sus brazos y todavía no me pide que pare.
—Solo estoy calentando. —Mi voz es ronca. La azoto de nuevo y trazo la huella rosa que he dejado en su piel. Su trasero se está sonrojando de buena manera. Luce glorioso.
La azoto una vez más.
Y grita de nuevo.
—No te oye nadie, nena, solo yo.
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La azoto una y otra vez, el mismo patrón, nalga izquierda, nalga derecha y en el medio, y ella aúlla cada vez. Cuando llego a las dieciocho, me detengo. Estoy sin aliento, mi palma ardiendo y mi polla está rígida.
—Ya está —jadeo, intentando respirar con normalidad—. Bien hecho, Anastasia. Ahora te voy a follar.
Froto su trasero rosado gentilmente, rodeándolo, moviéndome hacia abajo. Está mojada.
Y mi cuerpo se endurece más.
Inserto dos dedos en su vagina.
—Siente esto. Mira cómo le gusta esto a tu cuerpo, Anastasia. Te tengo empapada. —Deslizo los dedos adentro y afuera y ella gime, su cuerpo enrollándose alrededor de ellos con cada empuje y su respiración acelerándose.
Los retiro.
La deseo. Ahora.
—La próxima vez te haré contar. Ahora, ¿dónde está ese condón? —Agarrándolo desde el lado de su cabeza, la bajo gentilmente de mi regazo y le pongo en la cama, bocabajo. Bajándome el cierre, no me preocupo por quitarme los jeans y abro en breve el envoltorio, enrollando el condón con rapidez y eficiencia. Levanto sus caderas hasta que está arrodillada y su trasero en toda su rosada gloria está suspendido en el aire mientras me acomodo detrás de ella.
—Voy a tomarte ahora. Puedes correrte —gruño, acariciando su trasero y agarrando mi polla. Con una suave embestida, estoy dentro de ella.
Gime mientras me muevo. Adentro. Afuera. Adentro. Afuera. La monto, observando mi polla desaparecer bajo su trasero rosado.
Su boca está abierta y gruñe y gime con cada embestida, sus lloriqueos haciéndose más y más fuertes.
Vamos, Ana.
Se aprieta a mí alrededor y grita mientras se corre, con fuerza.
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—¡Oh, Ana! —La sigo mientras el clímax me llega dentro de ella y pierdo todo el tiempo y la perspectiva.
Colapso a su lado, la pongo encima de mí y, envolviendo mis brazos a su alrededor, susurro en su cabello:
—Oh, nena, bienvenida a mi mundo.
Su peso me ancla y ella no hace ningún intento por tocar mi pecho. Sus ojos están cerrados y su respiración está volviendo a la normalidad. Acaricio su cabello. Es suave, de un rico caoba, brillando a la luz de su lámpara de noche. Huele a Ana, manzanas y sexo. Es embriagador.
—Bien hecho, nena.
No está llorando. Hizo lo que le pedí. Ha enfrentado cada desafío que le he puesto; realmente es bastante extraordinaria. Sujeto el delgado tirante de su camisola de algodón barato.
—¿Esto es lo que te pones para dormir?
—Sí. —Suena somnolienta.
—Deberías llevar seda y satén, mi hermosa niña. Te llevaré de compras.
—Me gusta lo que llevo —discute.
Por supuesto que sí.
Beso su cabello.
—Ya veremos.
Cerrando los ojos, me relajo en nuestro tranquilo momento, una extraña alegría calentándome, llenándome por dentro.
Esto se siente bien. Demasiado bien.
—Tengo que irme —murmuro, y beso su frente—. ¿Estás bien?
—Estoy bien —dice, sonando un poco apagada.
Gentilmente, ruedo debajo de ella y me levanto.
—¿Dónde está el baño? —pregunto, quitándome el condón usado y acomodándome los jeans.
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—Por el pasillo, a la izquierda.
En el baño, boto los condones usados en el bote de basura y encuentro una botella de aceite para bebé en el estante.
Eso es lo que necesito.
Está vestida cuando regreso, evadiendo mi mirada. ¿Por qué tan de repente?
—Encontré este aceite para bebé. Déjame te pongo un poco en el trasero.
—No. Estaré bien —dice, examinando sus dedos, todavía evadiendo el contacto visual.
—Anastasia —le advierto.
Por favor, solo haz lo que se te dice.
Me siento detrás de ella y bajo sus pantalones. Derramando algo del aceite en mi mano, lo froto tiernamente en su adolorido trasero.
Ella pone sus manos en las caderas de una manera obstinada, pero se queda en silencio.
—Me gusta tocarte —admito en voz alta para mí mismo—. Ya está. —Le vuelvo a subir los pantalones—. Ya me voy.
—Te acompaño —dice tranquilamente, levantándose. Tomo su mano y, a regañadientes, la dejo ir cuando llegamos a la puerta principal. Parte de mí no quiere irse.
—¿No tienes que llamar a Taylor? —pregunta, sus ojos fijos en el cierre de mi chaqueta de cuero.
—Taylor lleva aquí desde las nueve. Mírame.
Grandes ojos azules me miran a través de largas y oscuras pestañas.
—No lloraste. —Mi voz es suave.
Y me dejaste azotarte. Eres maravillosa.
La agarro y la beso, derramando mi gratitud en el beso y sosteniéndola cerca.
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—Hasta el domingo —susurro, calenturiento, contra sus labios. La libero abruptamente antes de estar tentado a preguntarle si me puedo quedar, y me dirijo afuera, donde Taylor está esperando. Una vez que estoy en el auto, miro para atrás, pero ella se ha ido. Probablemente está cansada… como yo.
Placenteramente cansada.
Esa ha sido la conversación más placentera sobre ―límites tolerables‖ que alguna vez he tenido.
Maldita sea, esa mujer es inesperada. Cerrando los ojos, la veo montándome, su cabeza hacia atrás por el éxtasis. Ana no hace las cosas con poco entusiasmo. Se compromete. Y pensar que apenas hace una semana tuvo sexo por primera vez.
Conmigo. Y con nadie más.
Sonrío mientas miro por la ventana del auto, pero todo lo que veo es mi rostro fantasmal en el vidrio. Así que cierro los ojos y me permito soñar despierto.
Entrenarla será divertido.
~ * ~
Taylor me despierta de mi siesta.
—Hemos llegado, Sr. Grey.
—Gracias —murmuro—. Tengo una reunión en la mañana.
—¿En el hotel?
—Sí. Una videoconferencia. No necesitaré que me lleves a ninguna parte. Pero, me gustaría irme antes del almuerzo.
—¿A qué hora le gustaría que empacara?
—A las diez treinta.
—Muy bien, señor. La Blackberry que pidió le será entregada a la señorita Steele el día de mañana.
—Bien. Eso me recuerda, ¿puedes recoger el viejo Escarabajo mañana y disponer de él? No quiero que conduzca esa cosa.
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—Claro. Tengo un amigo que restaura autos antiguos. Puede que le interese. Me haré cargo. ¿Algo más?
—No, gracias. Buenas noches.
Dejo a Taylor estacionando la camioneta y me abro paso hasta mi suite.
Abriendo una botella de agua con gas del refrigerador, me siento frente al escritorio y enciendo la computadora portátil.
Ningún correo electrónico urgente.
Pero mi propósito real es darle las buenas noches a Ana.
De: Christian Grey
Asunto: Usted
Fecha: 26 de mayo de 2011 23:14
Para: Anastasia Steele
Querida señorita Steele:
Es sencillamente exquisita. La mujer más hermosa, inteligente, ingeniosa y valiente que he conocido jamás.
Tómese un ibuprofeno (no es un mero consejo). Y no vuelva a agarrar el Escarabajo. Me enteraré.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Probablemente estará dormida, pero mantengo abierta la portátil por si acaso y reviso la bandeja de entrada. Unos cuantos minutos después, llega su respuesta.
De: Anastasia Steele
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Asunto: Halagos
Fecha: 26 de mayo de 2011 23:20
Para: Christian Grey
Querido señor Grey:
Con halagos no llegarás a ninguna parte, pero, como ya has estado en todas, da igual.
Tendré que agarrar el Escarabajo para llevarlo a un concesionario y venderlo, de modo que no voy hacer ni caso de la bobada que me propones.
Prefiero el vino tinto al ibuprofeno.
Ana
P.D.: Para mí, los varazos están dentro de los límites INFRANQUEABLES.
Su primera línea me hace reír en voz alta. Oh, nena, no he estado en todas contigo. ¿Vino tinto con champán? No es una mezcla inteligente, y los varazos están fuera de la lista. Me pregunto a qué más le pondrá objeciones mientras compongo mi respuesta.
De: Christian Grey
Asunto: Las mujeres frustradas no saben aceptar cumplidos
Fecha: 26 de mayo de 2011 23:26
Para: Anastasia Steele
Querida señorita Steele:
No son halagos.
Debería acostarse.
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Acepto su incorporación a los límites infranqueables.
No beba demasiado.
Taylor se encargará de su auto y lo revenderá a buen precio.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Espero que ya esté en la cama.
De: Anastasia Steele
Asunto: ¿Será Taylor el hombre adecuado para esa tarea?
Fecha: 26 de mayo de 2011 23:40
Para: Christian Grey
Querido Amo:
Me asombra que te importe tan poco que tu mano derecha conduzca mi auto, pero sí que lo haga una mujer a la que te follas de vez en cuando. ¿Cómo sé yo que Taylor me va a conseguir el mejor precio por el auto? Siempre me he dicho, seguramente antes de conocerte, que estaba conduciendo una auténtica ganga.
Ana
¿Qué demonios? ¿Una mujer a la que me follo de vez cuándo?
Tengo que tomar una profunda respiración. Su respuesta me fastidia… no, me enfurece. ¿Cómo se atreve a hablar de sí misma de esa manera? Como mi sumisa, ella será mucho más que eso. Seré devoto a ella. ¿No se da cuenta de esto?
Y se ha llevado una gran ganga conmigo. ¡Bien, bien! Mira todas las concesiones que he hecho en lo que respecta al contrato.
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Cuento hasta diez y, para calmarme, me visualizo a bordo de The Grace, mi catamarán, navegando por el río Sound.
Flynn estaría orgulloso.
Respondo:
De: Christian Grey
Asunto: ¡Cuidado!
Fecha: 26 de mayo de 2011 23:44
Para: Anastasia Steele
Querida señorita Steele:
Doy por sentado que es el vino TINTO lo que le hace hablar así, y que el día ha sido muy largo.
Aunque me siento tentado a volver allí y asegurarme de que no se siente en una semana, en vez de una noche.
Taylor es ex militar y capaz de conducir lo que sea, desde una moto a un tanque Sherman. Su auto no supone peligro alguno para él.
Por favor, no diga que es ―una mujer a la que me follo de vez en cuando‖, porque, la verdad, me ENFURECE, y le aseguro que no le gustaría verme enfadado.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Dejo salir el aire lentamente, estabilizando el ritmo de mi corazón. ¿Quién más en la tierra tiene la habilidad de meterse bajo mi piel de esta manera?
Ella no responde inmediatamente. Tal vez está intimidada por mi respuesta. Agarro mi libro, pero pronto me doy cuenta que he leído el
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mismo párrafo tres veces mientras espero su respuesta. Levanto la mirada por enésima vez.
De: Anastasia Steele
Asunto: Cuidado, tú
Fecha: 26 de mayo de 2011 23:57
Para: Christian Grey
Querido señor Grey:
No estoy segura de que yo te guste, sobre todo ahora.
Señorita Steele
Miro fijamente su respuesta y toda mi rabia se marchita y muere para ser reemplazada por un arranque de ansiedad.
Mierda.
¿Está diciendo que eso es todo?
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Jueves 26 de Mayo de 2011
Mami se ha ido. A veces ella sale.
Y solo estoy yo. Mis autos, mi mantita y yo.
Cuando vuelve a casa, duerme en el sofá. El sofá es marrón y pegajoso. Está cansada. A veces la cubro con mi mantita.
O vuelve a casa con algo para comer. Me gustan esos días. Comemos pan y mantequilla. Y a veces comemos macarrones con queso. Son mis favoritos.
Hoy mami se ha ido. Juego con mis autos. Van rápido por el suelo. Mi mami se ha ido. Volverá. Lo hará. ¿Cuándo volverá mami a casa?
Está oscuro ahora y mi mami se ha ido. Puedo alcanzar la luz cuando me paro sobre el taburete.
Prendo. Apago. Prendo. Apago. Prendo. Apago.
Luz. Oscuridad. Luz. Oscuridad. Luz.
Tengo hambre. Como el queso. Hay queso en el refrigerador. Queso con cáscara azul.
¿Cuándo va a volver mami a casa?
A veces ella vuelve con él. Lo odio. Me escondo cuando él viene. Mi lugar favorito es el armario de mi mami. Huele a mami. Huele a mami cuando está feliz.
¿Cuándo va a volver mami a casa?
Mi cama está fría. Y tengo hambre. Tengo mi mantita y mis autos, pero no a mi mami. ¿Cuándo va a volver mami a casa?
Me despierto con un sobresalto.
Joder. Joder. Joder.
M
Página 256
Odio mis sueños. Están plegados de angustiosos recuerdos, recuerdos distorsionados de una época que quiero olvidar. Mi corazón está latiendo con fuerza y estoy empapado de sudor. Pero la peor consecuencia de esas pesadillas es lidiar con la abrumadora ansiedad cuando despierto.
Mis pesadillas se han vuelto más frecuentes y más vívidas. No tengo idea de por qué. Maldito Flynn… no va a volver hasta la próxima semana. Paso ambas manos por mi cabello y miro la hora. Son las cinco treinta y ocho de la mañana y la luz del amanecer se está filtrando a través de las cortinas. Casi es hora de levantarme.
Ve a correr, Grey.
~ * ~
Aún no hay ningún mensaje de texto o correo electrónico de Ana. Mientras mis pies golpean la acera, mi ansiedad aumenta.
Déjalo así, Grey.
¡Simplemente déjalo jodidamente así!
Sé que la veré en la ceremonia de graduación.
Pero no puedo dejarlo así.
Antes de mi ducha, le envío otro mensaje de texto.
Llámame.
Solo necesito saber que está a salvo.
~ * ~
Después del desayuno, aún no hay noticias de Ana. Para sacarla de mi cabeza, trabajo durante unas horas en mi discurso de graduación. Durante la ceremonia de graduación más tarde en esta mañana, estaré honrando el extraordinario trabajo del departamento de ciencias medioambientales y el progreso que han hecho en colaboración con GEH en la tecnología de cultivo para países en desarrollo.
Página 257
—¿Le apasiona la idea de alimentar a los pobres del mundo?—Las astutas palabras de Ana hacen eco en mi cabeza y empujan a la pesadilla de anoche.
La alejo de mi mente mientras reescribo. Sam, mi vicepresidente de publicidad, me ha enviado un borrador que es demasiado pretensioso para mí. Me lleva una hora rehacer su discurso de mierda para los medios en algo más humano.
Nueve y media y aún no hay noticias de Ana. Su silencio es preocupante… y francamente rudo. La llamo, pero su teléfono va directamente a su mensaje de voz genérico.
Cuelgo.
Muestra algo de dignidad, Grey.
Hay un ping en mi bandeja de entrada y el latido de mi corazón salta… pero es de Mia. A pesar de mi mal humor, sonrío. He extrañado a esa niña.
De: Mia G. Chef Extraordinaire
Fecha: 26 de mayo de 2011, 18:32 GMT-1
Para: Christian Grey
Asunto: Vuelos
Hola, Christian
¡No puedo esperar para largarme de aquí!
Rescátame. Por favor.
Mi número de vuelo para el sábado es AF3622. ¡Llega a las doce veintidós de la tarde y papá me está haciendo volar en clase económica! ¡*puchero*!
Tendré mucho equipaje. Amo. Amo. Amo la moda de París.
Mamá dice que tienes una novia.
¿Es cierto?
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¿Cómo es? ¡¡¡¡¡NECESITO SABER!!!!! Te veo el sábado. Te extrañé demasiado.
À bientôt mon frère7. Mxxxxxxxx ¡Oh, demonios! Mi madre y su gran bocota. ¡Ana no es mi novia! Y cuando llegue el sábado tendré que defenderme de la boca igual de grande de mi hermana y su inherente optimismo y sus preguntas indiscretas. Ella puede ser agotadora. Haciendo una nota mental del número de vuelo y hora, le envío a Mia un rápido correo electrónico para hacerle saber que estaré allí. A las nueves cuarenta y cinco me preparo para la ceremonia. Traje gris, camisa blanca y por supuesto esa corbata. Será mi sutil mensaje para Ana de que no me he rendido y un recuerdo de los buenos momentos. Sí, realmente buenos momentos… imágenes de ella atada y deseosa vienen a mi mente. Maldita sea ¿Por qué no ha llamado? Presiono el botón de remarcar. Mierda. ¡Aún ninguna jodida respuesta! Precisamente a las diez hay un golpe en mi puerta. Es Taylor. —Buenos días —digo mientras entra. —Sr. Grey. —¿Cómo estuvo el día de ayer? —Bien, señor. —La actitud de Taylor cambia y su expresión se vuelve afectuosa. Debe estar pensando en su hija. —¿Sophie?
—Es una muñeca, señor. Y le va muy bien en la escuela.
7À bientôt mon frère: Nos vemos, hermano.
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—Es genial oír eso.
—El A3 estará en Portland esta tarde.
—Excelente. Vamos.
Y aunque odio admitirlo, estoy ansioso por ver a la señorita Steele.
~ * ~
La secretaria del rector me introduce en una pequeña sala contigua al auditorio de la WSU. Ella se sonroja, casi tanto como una joven mujer que conozco íntimamente. Allí, en la sala de espera, académicos, personal administrativo y algunos estudiantes están teniendo un café previo a la graduación. Entre ellos, para mi sorpresa, se encuentra Katherine Kavanagh.
—Hola, Christian —dice, pavoneándose hacia mí con la confianza del adinerado. Lleva puesta su toga de graduación y parece bastante alegre; seguramente ha visto a Ana.
—Hola, Katherine. ¿Cómo estás?
—Pareces desconcertado de verme aquí —dice, ignorando mi saludo y sonando un poco ofendida—. Soy la mejor alumna del curso. ¿Elliot no te lo dijo?
—No, no lo hizo. —No pasamos demasiado tiempo juntos, por el amor de Cristo—. Felicidades —añado como cortesía.
—Gracias. —Su tono es cortante.
—¿Ana está aquí?
—Pronto. Va a venir con su papá.
—¿La viste esta mañana?
—Sí. ¿Por qué?
—Quería saber si llegó a casa en esa trampa mortal que llama auto.
—Wanda. La llama Wanda. Y sí, lo hizo. —Me mira con expresión inquisitiva.
—Me alegro de oír eso.
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En ese momento, el rector se une a nosotros y, con una cortés sonrisa hacia Kavanagh, me escolta para conocer a los otros académicos.
Estoy aliviado de que Ana esté en una sola pieza, pero enojado de que no haya respondido a ninguno de mis mensajes.
No es una buena señal.
Pero no tengo tiempo para detenerme en esta desalentadora situación… uno de los miembros de la facultad anuncia que es momento de comenzar y nos lleva por el corredor.
En un momento de debilidad, intento llamar al teléfono de Ana una vez más. Va directamente al correo de voz y soy interrumpido por Kavanagh.
—Espero oír tu discurso de graduación —dice mientras nos dirigimos por el pasillo.
Cuando llegamos al auditorio, me doy cuenta de que es más grande de lo que esperé y está lleno. La audiencia, como una sola, se pone de pie y aplaude mientras nos presentamos sobre el escenario. El aplauso se intensifica, luego lentamente se desploma en un expectante rumor mientras todos toman asiento.
Una vez que el rector comienza su discurso de bienvenida, soy capaz de examinar la habitación. Las primeras filas están llenas de estudiantes en idénticas togas negras y rojas de WSU. ¿Dónde está? Metódicamente, inspecciono cada fila.
Ahí estás.
La encuentro acurrucada en la segunda fila. Está viva. Me siento un idiota por gastar tanta ansiedad y energía sobre su paradero anoche y esta mañana. Sus brillantes ojos azules se agrandan mientras interceptan los míos y se remueve en su asiento, un suave rubor coloreando sus mejillas.
Sí. Te he encontrado. Y no has respondido mis mensajes. Me está evitando y estoy enojado. Realmente enojado. Cerrando mis ojos, me imagino vertiendo gotas de cera en sus pechos y a ella retorciéndose debajo de mí. Esto tiene un efecto radical en mi cuerpo.
Mierda.
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Recomponte, Grey.
Apartándola de mi mente, ordeno mis lascivos pensamientos y me concentro en los discursos.
Kavanagh da un inspirador discurso sobre abrazar las oportunidades; sí, carpe diem, Kate; y recibe una entusiasta recepción cuando ha terminado. Obviamente es inteligente, popular y confiada. No la tímida y retraída persona invisible que es la adorable señorita Steele. Realmente me asombra que estas dos sean amigas.
Oigo que mi nombre es anunciado; el rector me ha presentado. Me pongo de pie y me acerco al atril. Hora del espectáculo, Grey.
—Estoy profundamente agradecido y emocionado por el gran honor que me han concedido hoy las autoridades de la Universidad Estatal de Washington, honor que me ofrece la excepcional posibilidad de hablar del impresionante trabajo que lleva a cabo el departamento de ciencias medioambientales de la Universidad. Nuestro propósito es desarrollar métodos de cultivos viables y ecológicamente sostenibles para países del tercer mundo. Nuestro último objetivo es ayudar a erradicar el hambre y la pobreza en el mundo. Más de mil millones de personas, principalmente en el África subsahariana, el sur de Asia y Latinoamérica, viven en la más absoluta miseria. El mal funcionamiento de la agricultura es generalizado en estas zonas, y el resultado es la destrucción ecológica y social. Sé lo que es pasar hambre. Para mí, se trata de una travesía muy personal…
—Como socios, WSU y GEH han hecho enormes progresos en la fertilidad del suelo y tecnología de cultivo. Somos pioneros en sistemas de bajos insumos en países en desarrollo y nuestros sitios de prueba han incrementado las cosechas a un ritmo de treinta por ciento por hectárea. La WSU ha sido fundamental en este fantástico logro. Y GEH está orgullosa de estos estudiantes que se han unido a nosotros a través de pasantías para trabajar en nuestros sitios de prueba en África. El trabajo que hacen allí beneficia a las comunidades locales y a los mismos alumnos. Juntos podemos luchar contra el hambre y la pobreza extrema que arruina a estas regiones.
—Pero en esta era de evolución tecnológica, mientras el primer mundo corre por delante, agrandando la brecha entre lo que se tiene y lo que no, es vital recordar que no debemos desperdiciar los recursos no renovables del mundo. Esos recursos son para toda la humanidad y
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tenemos que aprovecharlos, encontrar maneras de renovarlos y desarrollar nuevas soluciones para alimentar a nuestro superpoblado planeta.
—Como he dicho, el trabajo que GEH y WSU están haciendo en conjunto proporcionará soluciones y es nuestro trabajo transmitir el mensaje. Es a través de la división de telecomunicaciones de GEH que tenemos la intención de proveer información y educación para el mundo en desarrollo. Estoy orgulloso de decir que estamos haciendo impresionantes progresos en tecnología solar, la vida de la batería y distribución inalámbrica que llevará el internet a las partes más remotas del mundo… y nuestro objetivo es hacer que sea gratuito para los usuarios en el momento de entrega. El acceso a la educación e información, que damos por sentado aquí, es el componente crucial para terminar con la pobreza en esas regiones en desarrollo.
—Somos afortunados. Somos privilegiados aquí. Algunos más que otros, y me incluyo en esa categoría. Tenemos una obligación moral para ofrecerle a aquellos menos afortunados una vida decente que sea saludable, segura y bien nutrida, con acceso a más de los recursos que todos aquí disfrutamos.
—Los dejaré con una frase que siempre ha resonado conmigo. Y estoy parafraseando a un nativo americano diciendo: ―Solo cuando la última hoja se haya caído, el último árbol se haya muerto y el último pez haya sido atrapado nos daremos cuenta de que no podemos comer dinero‖.
Mientras me siento ante el entusiasta aplauso, me resisto a mirar a Ana y examino la bandera de la WSU colgada en la parte posterior del auditorio. Si quiere ignorarme, bien. Este juego lo pueden jugar dos.
El vicerrector se pone de pie para comenzar a entregar los títulos. Y así comienza la agonizante espera hasta que llegamos a la S y puedo verla de nuevo.
Luego de una eternidad, oigo que su nombre es llamado:
—Anastasia Steele. —Una oleada de aplausos y está caminando en dirección a mí luciendo pensativa y preocupada.
Mierda.
¿En qué está pensando?
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Mantente compuesto, Grey.
—Felicidades, señorita Steele —digo mientras le entrego su título a Ana. Estrechamos nuestras manos, pero no suelto la suya—. ¿Tienes problemas con la computadora portátil?
Parece perpleja.
—No.
—Entonces, ¿no haces caso de mis correos electrónicos? —La libero.
—Solo vi el de las fusiones y adquisiciones.
¿Qué demonios significa eso?
Su ceño se profundiza pero tengo que dejarla ir… hay una fila formándose detrás de ella.
—Luego. —Mientras se aleja le hago saber que no hemos terminado con esta conversación.
Estoy en el purgatorio para el momento en que hemos llegado al final de la fila. He recibido miradas lascivas y pestañas batiéndose hacia mí, chicas riéndose tontamente apretando mi mano y cinco notas con números de teléfono presionadas en la palma de mi mano. Estoy aliviado cuando salgo del escenario junto a la facultad hacia los acordes de una lúgubre música procesional y aplausos.
En el corredor agarro del brazo a Kavanagh.
—Tengo que hablar con Ana. ¿Puedes encontrarla? Ahora.
Kavanagh se sorprende, pero antes que pueda decir algo, añado en el tono más amable que logro:
—Por favor.
Sus labios se fruncen con desaprobación, pero espera junto a mí mientras las filas académicas pasan y luego ella vuelve al auditorio. El rector se detiene para felicitarme por mi discurso.
—Fue un honor que se me hubiera convocado —respondo, estrechando su mano una vez más. Por el rabillo del ojo, espío a Kate en el corredor… con Ana a su lado. Excusándome, camino dando zancadas hacia Ana.
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—Gracias —le digo a Kate, quien le da a Ana una mirada preocupada. Ignorándola, agarro a Ana del codo y la dirijo a través de la primera puerta que encuentro. Es un vestidor de hombres y, por el olor fresco, puedo decir que está vacío. Bloqueo la puerta y me vuelvo hacia la señorita Steele.
—¿Por qué no me has enviado un correo electrónico? ¿O un mensaje al teléfono? —exijo.
Parpadea un par de veces, consternación escrita a lo largo de su rostro.
—Hoy no he mirado ni la computadora ni el teléfono. —Parece verdaderamente desconcertada por mi arrebato—. Tu discurso estuvo muy bien —añade.
—Gracias —murmuro, descarrilado. ¿Cómo puede no haber checado su teléfono o su correo electrónico?
—Ahora entiendo tus problemas con la comida —dice, su tono suave… y, si no estoy equivocado, también compasivo.
—Anastasia, no quiero hablar de eso ahora.
No necesito tu compasión.
Cierro mis ojos. Todo este tiempo pensé que no quería hablar conmigo.
—Estaba preocupado por ti.
—¿Preocupado? ¿Por qué?
—Porque volviste a casa en esa trampa mortal a la que llamas auto.
Y pensaba que había arruinado el acuerdo entre nosotros.
Ana se eriza.
—¿Qué? No es ninguna trampa mortal. Está bien. José suele hacerle la revisión.
—¿José, el fotógrafo? —Esto es pone mejor y jodidamente mejor.
—Sí, el Escarabajo era de su madre.
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—Sí, y seguramente también de su abuela y de su bisabuela. No es un auto seguro. —Casi estoy gritando.
—Lo tengo desde hace más de tres años. Siento que te hayas preocupado. ¿Por qué no me has llamado?
La llamé a su teléfono. ¿No usa su maldito teléfono celular? ¿Está hablando del teléfono de casa? Pasando mi mano por mi cabeza con exasperación, tomo una profunda respiración. Este no es el jodido problema.
—Anastasia, necesito una respuesta. La espera está volviéndome loco.
Su rostro se descompone.
Mierda.
—Christian, yo… Mira, he dejado a mi padrastro solo.
—Mañana. Quiero una respuesta mañana.
—De acuerdo. Mañana. Ya te diré algo —dice con una ansiosa mirada.
Bueno, aún no es un “no”. Y, una vez más, estoy sorprendido por mi alivio.
¿Qué demonios tiene esta mujer? Me mira con sinceros ojos azules, su rostro lleno de preocupación y resisto la tentación de tocarla.
—¿Te quedas a tomar algo? —pregunto.
—No sé lo que quiere hacer Ray. —Parece insegura.
—¿Tu padrastro? Me gustaría conocerlo.
Su incertidumbre aumenta.
—Creo que no es buena idea —dice oscuramente mientras desbloqueo la puerta.
¿Qué? ¿Por qué? ¿Es porque ahora sabe que fui extremadamente pobre cuando era niño? ¿O porque sabe lo mucho que me gusta follar? ¿Que soy un bicho raro?
—¿Te avergüenzas de mí?
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—¡No! —exclama y pone sus ojos en blanco en señal de frustración—. ¿Y cómo te presento a mi padre? —Levanta sus manos en exasperación—. ¿‖Este es el hombre que me ha desvirgado y que quiere mantener conmigo una relación sadomasoquista‖? No llevas puestas zapatillas de deporte.
¿Zapatillas de deporte?
¿Su papá va a perseguirme? Y simplemente así ha inyectado un poco de humor entre nosotros. Mi boca se tuerce en respuesta y me devuelve la sonrisa, su rostro iluminándose como un amanecer de verano.
—Para que sepas, corro muy deprisa —respondo juguetonamente—. Dile que soy un amigo, Anastasia. —Abro la puerta y la sigo, pero me detengo cuando alcanzo al rector y sus colegas. Como si fueran uno se vuelven y miran a la señorita Steele, pero ella está desapareciendo en el auditorio. Se vuelven hacia mí.
La señorita Steele y yo no somos de su incumbencia, gente.
Le doy una breve y cortés guiño al rector y me pregunta si vendré a conocer a otros colegas suyos y disfrutar de algunos canapés.
—Claro —respondo.
Me lleva treinta minutos escaparme de la reunión de la facultad y mientras me dirijo fuera de la concurrida recepción Kavanagh se pone a caminar junto a mí. Nos dirigimos al césped, donde los graduados y sus familias están disfrutando de una copa luego de la graduación en un gran pabellón entoldado.
—Entonces, ¿le has preguntado a Ana sobre la cena del domingo? —pregunta.
¿Domingo? ¿Ana ha mencionado que nos vamos a ver el domingo?
—En la casa de tus padres —explica Kavanagh.
¿Mis padres?
Veo a Ana.
¿Qué carajos?
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Un tipo alto y rubio que luce como si hubiera salido de una playa en California tiene sus manos sobre ella.
¿Quién demonios es ese? ¿Es por eso que no quería que viniera por una copa?
Ana levanta la mirada, capta mi expresión y palidece mientras su compañera de cuarto se pone de pie al lado del tipo.
—Hola, Ray —dice Kavanagh y besa al hombre de mediana edad que lleva un traje mal cortado de pie junto a Ana.
Este debe ser Raymond Steele.
—¿Conoces al novio de Ana? —le pregunta Kavanagh—. Christian Grey.
¡Novio!
—Sr. Steele, encantado de conocerlo.
—Sr. Grey —dice, bastante sorprendido. Estrechamos nuestras manos; su agarre es firme y sus dedos y palma de su mano son ásperas al toque. Este hombre trabaja con sus manos. Entonces lo recuerdo… es carpintero. Sus oscuros ojos marrones no delatan nada.
—Y este es mi hermano, Ethan Kavanagh —dice Kate, presentando al vagabundo de la playa que tiene su brazo envuelto alrededor de Ana.
Ah. La descendencia Kavanagh, juntos a la vez.
Murmuro su nombre mientras estrechamos nuestras manos, notando que son suaves a diferencia de las de Ray Steele.
Ahora deja de manosear a mi chica, hijo de puta.
—Ana, cariño —murmuro, extendiendo mi mano y, como la buena mujer que es, entra en mi abrazo. Ha descartado su toga de graduación y lleva un vestido de espalda escotada de color gris pálido, exponiendo sus perfectos hombros y espalda.
Dos vestidos en dos días. Me está consintiendo.
—Ethan, mamá y papá quieren hablar con nosotros. —Kavanagh se lleva a su hermano lejos, dejándome con Ana y su padre.
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—¿Desde cuándo se conocen, chicos? —pregunta el Sr. Steele.
Cuando estiro el brazo para agarrar el hombro de Ana, trazo mi pulgar suavemente sobre su desnuda espalda y tiembla en respuesta. Le digo que nos conocemos desde hace un par de semanas.
—Nos conocimos cuando Anastasia vino a entrevistarme para la revista de la facultad.
—No sabía que trabajabas para la revista de la facultad, Ana—dice el Sr. Steele.
—Kate estaba enferma —dice.
Ray Steele mira a su hija y frunce el ceño.
—Su discurso ha estado muy bien, señor Grey —dice.
—Gracias, señor. Tengo entendido que es usted un entusiasta de la pesca.
—En efecto, lo soy. ¿Annie le contó eso?
—Lo hizo.
—¿Usted pesca? —Hay una chispa de curiosidad en sus ojos marrones.
—No tanto como me gustaría. Mi papá solía llevarnos a mi hermano y a mí cuando éramos niños. Para él todo se trataba sobre truchas. Supongo que me contagió. —Ana escucha por un momento, luego se excusa y se mueve a través de la multitud para unirse al clan Kavanagh
Maldición, luce sensacional en ese vestido.
—¿Oh? ¿Dónde pescaban? —La pregunta de Ray Steele me devuelve a la conversación. Sé que es una prueba.
—En el noroeste del Pacífico.
—¿Creció en Washington?
—Sí, señor. Mi papa nos inició en el río Wynoochee.
Una sonrisa se extiende en la boca de Steele.
—Lo conozco bien.
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—Pero su favorito es el Skagit. Del lado de Estados Unidos. Nos sacaba de la cama a una intempestiva hora de la mañana y manejábamos hasta allí. Ha atrapado peces impresionantes en ese río.
—Esa es agua bastante dulce. Atrapé algunos peces en el Skagit. En el lado canadiense.
—Es uno de los mejores tramos para las truchas salvajes. Da lugar a una mejor persecución que aquellos que están recortados —le digo con mis ojos en Ana.
—No podría estar más de acuerdo.
—Mi hermano ha atrapado un par de monstruos salvajes. Yo, aún estoy esperando por el más grande.
—Algún día, ¿eh?
—Espero que así sea.
Ana se encuentra en una apasionada discusión con Kavanagh. ¿De qué están hablando esas dos mujeres?
—¿Aún sale seguido a pescar? —Vuelvo a concentrarme en el Sr. Steele.
—Por supuesto. El amigo de Annie, José, su padre y yo nos vamos tan a menudo como podamos.
¡El jodido fotógrafo! ¿De nuevo?
—¿Es el chico que cuida del Escarabajo?
—Sí, ese es él.
—Gran auto, el Escarabajo. Soy fanático de los autos alemanes.
—¿Sí? Annie ama ese viejo auto, pero supongo que ya está pasando su fecha de expiración.
—Qué gracioso que mencione eso. Estaba pensando en prestarle uno de los autos de mi compañía. ¿Cree que lo aceptaría?
—Creo que sí. Eso sería decisión de Annie.
—Genial. Supongo que a Ana no le interesa la pesca.
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—No. Esa chica se parece a su madre. No podría soportar ver a un pez sufriendo. O a los gusanos, para el caso. Tiene un alma gentil. —Me da una mirada mordaz. Oh. Una advertencia de Raymond Steele. Lo convierto en una broma.
—No me extraña que no estuviera interesada en el bacalao que comimos el otro día.
Steele se ríe.
—Ella está bien con comerlos.
Ana ha terminado de hablar con los Kavanagh y se está dirigiendo en nuestra dirección.
—Hola —dice, sonriéndonos.
—Annie, ¿dónde están los baños? —pregunta Steele.
Ella lo manda fuera del pabellón y a la izquierda.
—Vuelvo enseguida. Diviértanse chicos —dice.
Lo observa irse, entonces me mira nerviosamente. Pero antes de que ella o yo podamos decir algo somos interrumpidos por una fotógrafa. Toma una rápida foto de nosotros juntos antes de alejarse apresuradamente.
—Así que has cautivado a mi padre también… —dice Ana, su voz dulce y burlona.
—¿También? —¿Te he cautivado a ti, Señorita Steele?
Con mis dedos trazo el rosado rubor que aparece en su mejilla.
—Ojalá supiera lo que estás pensando, Anastasia. —Cuando mis dedos alcanzan su barbilla inclino su cabeza hacia atrás para poder examinar su expresión. Permanece quieta y me devuelve la mirada, sus pupilas oscureciéndose.
—Ahora mismo —susurra—, estoy pensando: Bonita corbata
Estaba esperando algún tipo de declaración; su respuesta me hace reír.
—Últimamente es mi favorita.
Ella sonríe.
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—Estás muy guapa, Anastasia. Este vestido con la espalda descubierta te sienta muy bien. Me apetece acariciarte la espalda y sentir tu hermosa piel.
Sus labios se abren y su aliento se contrae, y puedo sentir el tirón de la atracción entre nosotros.
—Sabes que irá bien, ¿verdad, nena? —Mi voz es baja, traicionando mi anhelo.
Ella cierra los ojos, traga, y toma una respiración profunda. Cuando los abre de nuevo, irradia ansiedad.
—Pero quiero más —dice.
—¿Más?
Joder. ¿Qué es esto?
Ella asiente.
—¿Más? —Susurro de nuevo. Su labio es flexible debajo de mi pulgar—. Quieres corazones y flores. —Joder. Esto nunca va a funcionar con ella. ¿Cómo puede hacerlo? No soy romántico. Mis esperanzas y sueños comienzan a desmoronarse entre nosotros.
Sus ojos se agrandan, inocentes y suplicantes.
Maldición. Es tan seductora.
—Anastasia. No sé mucho de ese tema.
—Yo tampoco.
Claro; nunca antes ha tenido una relación.
—Tú no sabes nada de nada.
—Tú sabes todo lo malo —dice sin aliento.
—¿Lo malo? Para mí no lo es. Pruébalo —pido.
Por Favor. Pruébalo a mi manera.
Su mirada es intensa mientras observa mi cara, en busca de pistas. Y por un momento estoy perdido en esos ojos azules que lo ven todo.
—De acuerdo —susurra.
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—¿Qué? —Cada bello de mi cuerpo permanece atento.
—De acuerdo. Lo intentaré.
—¿Estás de acuerdo? —No lo creo.
—Dentro de los límites tolerables, sí. Lo intentaré.
Dulce. Señor. La jalo dentro de mis brazos y la envuelvo en un abrazo, enterrando mi cara en su cabello, inhalando su seductor aroma. Y no me importa que estemos en un espacio lleno de gente. Somos solo ella y yo.
—Jesús, Ana, eres tan imprevisible. Me dejas sin aliento.
Un momento después, soy consciente de que Raymond Steele ha regresado y está examinando su reloj para cubrir su vergüenza. De mala gana, la libero. Estoy en la cima del mundo.
¡Trato hecho, Grey!
—Annie, ¿vamos a comer algo? —pregunta Steele.
—Vamos —dice con una sonrisa tímida dirigida hacia mí.
—Christian, ¿quieres venir con nosotros? —Por un momento me siento tentado, pero la ansiosa mirada que me da Ana dice: Por favor, no. Quiere tiempo a solas con su papá. Lo entiendo.
—Gracias, Sr. Steele, pero tengo planes. Encantado de conocerlo.
Trata y controla tu estúpida sonrisa, Grey.
—Lo mismo digo —responde Steele… sinceramente, creo—. Cuídame a mi niña.
—Esa es mi intención —respondo, estrechándole la mano.
En maneras que usted posiblemente no puede imaginar, Sr. Steele.
Tomo la mano de Ana y atraigo sus nudillos a mis labios.
—Nos vemos luego, señorita Steele —murmuro. Me has hecho un hombre muy feliz.
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Steele me da una breve inclinación de cabeza, y tomando el codo de su hija, la guía fuera de la recepción. Me quedo aturdido, pero rebosante de esperanza.
Ella está de acuerdo.
—¿Christian Grey? —Mi alegría es interrumpida por Eamon Kavanagh, el padre de Katherine.
—Eamon, ¿cómo estás? —Nos damos la mano.
~ * ~
Taylor me recoge a las tres treinta.
—Buenas tardes, señor —dice, abriendo la puerta de mi auto.
En el camino me informa que el Audi A3 ha sido entregado en el Heathman. Ahora solo tengo que dárselo a Ana. Sin duda, esto implicará una discusión, y en el fondo sé que va a ser algo más que una discusión. Por otra parte, ella accedió a ser mi sumisa, así que tal vez aceptará mi regalo sin ninguna queja.
¿A quién estás engañando, Grey?
Un hombre puede soñar. Espero que podamos encontrarnos esta tarde; se lo daré como regalo de graduación.
Llamo a Andrea y le digo que agende en mi horario de mañana una reunión a la hora del desayuno, a través de WebEx con Eamon Kavanagh y sus asociados en Nueva York. Kavanagh está interesado en actualizar su red de fibra óptica. Le pido a Andrea que tenga a Ros y Fred en espera para la reunión, también. Me transmite algunos mensajes, nada importante, y me recuerda que tengo que asistir a una función de caridad mañana por la noche en Seattle.
Esta será mi última noche en Portland. Es casi la última noche de Ana aquí, también... Contemplo llamarla, pero no tiene mucho sentido, ya que no tiene su teléfono celular. Y está disfrutando un tiempo con su papá.
Mirando fijamente por la ventanilla del auto mientras conducimos hacia el Heathman, veo a la buena gente de Portland pasar sus tardes. En un semáforo hay una joven pareja discutiendo en la acera sobre una bolsa de comestibles desparramados. Otra pareja, aún más joven, camina de la mano delante de ellos, con sus ojos fijos el uno
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en el otro y riendo. La chica se inclina y susurra algo al oído de su tatuado novio. Él se ríe e inclina hacia abajo, y la besa rápidamente, luego abre la puerta de una cafetería y se hace a un lado para dejarla entrar.
Ana quiere "más". Suspiro pesadamente y paso mis dedos por mi cabello. Ellas siempre quieren más. Todas. ¿Qué puedo hacer al respecto? La pareja tomada de la mano entrando a la cafetería… Ana y yo hicimos eso. Hemos comido juntos en dos restaurantes, y fue... divertido. Tal vez podría intentarlo. Después de todo, me está dando mucho más. Me aflojo la corbata.
¿Podría hacer más?
~ * ~
De regreso en mi habitación, me desnudo, me pongo mis pantalones deportivos, y me dirijo hacia abajo para un circuito rápido en el gimnasio. La forzada socialización ha extendido los límites de mi paciencia y tengo que quitarme algo del exceso de energía.
Y necesito pensar acerca del más.
~ * ~
Una vez que estoy duchado yvestido y de regreso a enfrente de mi computadora portátil, Ros llama vía WebEx para reportarse y hablamos durante cuarenta minutos. Cubrimos todos los asuntos en su agenda, incluyendo la propuesta de Taiwan y Darfur. El costo de la entrega por paracaídas es exorbitante, pero es más seguro para todos los involucrados. Le doy el visto bueno. Ahora tenemos que esperar a que el envío llegue en Rotterdam.
—Estoy al tanto de Kavanagh Media. Creo que Barney debería estar en la reunión, también —dice Ros.
—Si así lo crees. Házselo saber a Andrea.
—Lo haré. ¿Cómo estuvo la ceremonia de graduación? —pregunta.
—Bien. Inesperada.
Ana accedió a ser mía.
—¿Inesperadamente bien?
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—Sí.
Desde la pantalla Ros me observa con atención, intrigada, pero no digo nada más.
—Andrea me dice que mañana estás de regreso en Seattle.
—Sí. Tengo una función a la que asistir en la noche.
—Bueno, espero que tu "fusión" haya sido un éxito.
—Yo diría afirmativo a este punto, Ros.
Ella sonríe.
—Me alegra oírlo. Tengo otra reunión, por lo que si no hay nada más, voy a decir adiós por ahora.
—Adiós. —Salgo de WebEx y reviso mi correo electrónico, volviendo la atención a esta noche.
De: Christian Grey
Fecha: 26 de mayo 2011, 17:22
Para: Anastasia Steele
Asunto: Límites Tolerables
¿Qué puedo decir que no haya dicho ya?
Encantado de comentarlo contigo cuando quieras.
Hoy estabas muy guapa.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Y pensar que esta mañana estaba convencido de que todo había terminado entre nosotros.
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Jesús, Grey. Tienes que controlarte. Flynn tendría un día de campo.
Por supuesto, parte de la razón era que ella no tenía su teléfono. Tal vez necesita una forma más fiable de comunicación.
De: Christian Grey
Fecha: 26 de Mayo de 2011, 17:36
Para: J B Taylor
Cc: Andrea Ashton
Asunto: BlackBerry
Taylor,
Favor de proporcionar una nueva BlackBerry a Anastasia Steele con correo electrónico preinstalado. Andrea puede conseguir los detalles de la cuenta con Barney y dártelos.
Por favor entrégalo mañana ya sea en su casa o en Clayton’s.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Una vez que lo envío, agarro la última edición de Forbes y empiezo a leer.
A las seis treinta no hay respuesta por parte de Ana, así que asumo que todavía está entreteniendo al tranquilo y sin pretensiones Ray Steele. Teniendo en cuenta que no están emparentados, son notablemente similares.
Ordeno el risotto de mariscos al servicio de habitación y mientras espero, leo más de mi libro.
~ * ~
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Grace llama mientras estoy leyendo.
—Christian, cariño.
—Hola, madre.
—¿Mia se puso en contacto contigo?
—Sí. Tengo los detalles de su vuelo. La recogeré.
—Genial. Ahora, espero que te quedes a cenar el sábado.
—Claro.
—Y luego el domingo Elliot está trayendo a su amiga Kate a cenar. ¿Te gustaría venir? Podrías traer a Anastasia.
Es de eso de lo que Kavanagh estaba hablando hoy.
Jugueteo por un momento.
—Tendré que ver si está libre.
—Déjame saberlo. Será estupendo tener a toda la familia junta de nuevo.
Pongo mis ojos en blanco.
—Si tú lo dices, madre.
—Lo hago, cariño. Te veo el sábado.
Cuelga.
¿Llevar a Ana a conocer a mis padres? ¿Cómo demonios puedo escaparme de esto?
Mientras contemplo esta situación, llega un correo electrónico.
De: Anastasia Steele
Fecha: 26 de mayo 2011, 19:23
Para: Christian Grey
Asunto: Límites Tolerables
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Si quieres, puedo ir a verte esta noche y lo comentamos.
Ana
No, no nena. No en ese auto. Y mis planes caen en su lugar.
De: Christian Grey
Fecha: 26 de mayo 2011, 19:27
Para: Anastasia Steele
Asunto: Límites Tolerables
Voy yo a tu casa. Cuando te dije que no me gustaba que llevaras ese auto, lo decía en serio.
Nos vemos enseguida.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Imprimo otra copia de los "Límites Tolerables" del contrato y su correo electrónico de sus "opiniones", porque he dejado mi primera copia en mi chaqueta, la cual ella todavía tiene en su poder. Entonces llamo a Taylor a su habitación.
—Voy a entregarle el auto a Anastasia. ¿Me puedes recoger de su casa…. digamos, a las nueve y media?
—Ciertamente, señor.
Antes de irme meto dos condones en el bolsillo trasero de mis jeans.
Podría tener suerte.
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~ * ~
Es divertido conducir el A3, a pesar de que tiene menos torque de lo que estoy acostumbrado. Me dirijo hacia una licorería en las afueras de Portland para comprar un poco de champán para celebrar. Paso de Cristal y Dom Pérignon por un Bollinger, sobre todo porque es cosecha de 1999, y está helado, pero también porque es rosa... simbólico, pienso con una sonrisa, mientras entrego mi AmEx al cajero.
Ana todavía está usando el impresionante vestido gris cuando abre la puerta. Estoy ansioso por quitárselo más tarde.
—Hola —dice, con los ojos grandes y luminosos en su pálido rostro.
—Hola.
—Pasa. —Parece tímida y torpe. ¿Por qué? ¿Qué ha pasado?
—He pensado que podríamos celebrar tu graduación. —Sostengo la botella de champán—. No hay nada como un buen Bollinger.
—Interesante elección de palabras. —Su voz es sardónica.
—Me encanta la chispa que tienes, Anastasia. —Ahí está... mi chica.
—No tenemos más que tazas. Ya hemos empaquetado todos los vasos y copas.
—¿Tazas? Por mí, bien.
La veo pasear en la cocina. Está nerviosa y asustadiza. Tal vez porque ha tenido un gran día, o porque aceptó mis condiciones, o porque está aquí sola… sé que Kavanagh está con su propia familia esta tarde; su padre me lo dijo. Espero que el champán vaya a ayudar a Ana a relajarse... y hablar.
La habitación está vacía, excepto por las cajas embaladas, el sofá y la mesa. Hay un paquete marrón sobre la mesa con una nota escrita a mano adjunta.
“Estoy de acuerdo con las condiciones, Ángel; porque tú sabes mejor que nadie cual debe ser mi castigo; ¡solamente, solamente, no hagas más de lo que pueda soportar!”
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—¿Quieres platito también? —dice. —Con la taza está bien, Anastasia —respondo, distraído. Ella envolvió los libros… las primeras ediciones que le envié. Me los está devolviendo. No los quiere. Es por esto que está nerviosa. ¿Cómo demonios reaccionará ante el auto? Mirando hacia arriba, la veo allí de pie, mirándome. Y cuidadosamente pone las tazas sobre la mesa. —Eso es para ti. —Su voz es pequeña y tensa. —Hmm, me lo imaginé —murmuro—. Muy acertada cita. —Trazo su escritura a mano con mí dedo. Las letras son pequeñas y ordenadas, y me pregunto lo que haría con ellas un grafólogo—. Pensé que era d'Urberville, no Ángel. Has elegido la corrupción. —Por supuesto que es la cita perfecta. Mi sonrisa es irónica—. Solo tú podrías encontrar algo de resonancias tan acertadas. —También es una súplica —susurra. —¿Una súplica? ¿Para que no me pase contigo? Asiente. Para mí estos libros fueron una inversión, pero para ella pensé que significarían algo. —Compré esto para ti. —Es una pequeña mentira blanca… dado que los he reemplazado—. No me pasaré contigo si lo aceptas. —Mantengo mi voz baja y tranquila, enmascarando mi decepción. —Christian, no puedo aceptarlo, es demasiado. Aquí vamos, otra batalla de voluntades.
Plus ça cambio, plus c'est la même elección8. —Ves, a esto me refería, me desafías. Quiero que te lo quedes, y se acabó la discusión. Es muy sencillo. No tienes que pensar en nada de esto. Como sumisa mía, tendrías que agradecérmelo. Limítate a aceptar lo que te compre, porque me complace que lo hagas.
8Plus ça change, plus c’est la même chose: Además del cambio, es la misma elección.
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—Aún no era tu sumisa cuando lo compraste —dice en voz baja. Como siempre, tiene una respuesta para todo.
—No… pero has accedido, Anastasia.
¿Está renegando de nuestro acuerdo? Dios, esta chica me tiene en una montaña rusa.
—Entonces, ¿es mío y puedo hacer lo que quiera con ello?
—Sí. —¿Pensé que amabas a Hardy?
—En ese caso, me gustaría donarlo a una ONG, a una que trabaja en Darfur y a la que parece que le tienes cariño. Que lo subasten.
—Si eso es lo que quieres hacer… —No voy a detenerte.
Puedes quemarlo, para todo lo que me importa…
Su pálido rostro se llena de color.
—Me lo pensaré —murmura.
—No pienses, Anastasia. En esto, no. —Consérvalos por favor. Son para ti, porque tu pasión son los libros. Me lo has dicho más de una vez. Disfrútalos.
Colocando el champán en la mesa, me paro frente a ella y acuno su barbilla, inclinando su cabeza hacia atrás así mis ojos están puestos en los suyos
—Te voy a comprar muchas cosas, Anastasia. Acostúmbrate. Me lo puedo permitir. Soy un hombre muy rico. —La beso rápidamente—. Por favor —agrego, y la dejo ir.
—Eso hace que me sienta ruin —dice.
—No debería. Le estás dando demasiadas vueltas. No te juzgues por lo que puedan pensar los demás. No malgastes energía. Esto es porque nuestro contrato te produce cierto reparo; es algo de lo más normal. No sabes en qué te estás metiendo.
La ansiedad está grabada por todo su hermoso rostro.
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—Oye, déjalo ya. No hay nada ruin en ti, Anastasia. No quiero que pienses eso. No he hecho más que comprarte unos libros antiguos que pensé que te gustarían, nada más.
Parpadea un par de veces y mira el paquete, obviamente en conflicto.
Consérvalos Ana… son para ti.
—Bebamos un poco de champán —le susurro, y me recompensa con una pequeña sonrisa.
—Eso está mejor. —Abro el champán y lleno las delicadas tazas de té que ha colocado enfrente de mí.
—Es rosado. —Está sorprendida, y no tengo el corazón para decirle por qué elegí rosa.
—Bollinger La Grande Année Rosé 1999, una excelente cosecha.
—En taza. —Sonríe. Es contagioso.
—En taza. Felicidades por tu graduación, Anastasia.
Brindamos, y doy un sorbo. Sabe bien, como sabía que lo haría.
—Gracias. —Lleva la taza a sus labios y toma un rápido sorbo—. ¿Repasamos los límites tolerables?
—Siempre tan entusiasta. —Tomando su mano, la llevo al sofá, una de las piezas que aún quedan en la sala se estar, y nos sentamos, rodeados de cajas.
—Tu padrastro es un hombre muy taciturno.
—Lo tienes comiendo de tu mano.
Me rio.
—Solo porque sé pescar.
—¿Cómo has sabido que le gusta pescar?
—Me lo dijiste tú. Cuando fuimos a tomar un café.
—¿Ah, sí? —Toma otro sorbo y cierra los ojos, saboreando el sabor. Abriéndolos de nuevo, pregunta—. ¿Probaste el vino de la recepción?
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—Sí. Estaba asqueroso. —Hago una mueca.
—Pensé en ti cuando lo probé. ¿Cómo es que sabes tanto de vinos?
—No sé tanto, Anastasia, solo sé lo que me gusta. —Y me gustas—. ¿Más? —Asiento con la cabeza hacia la botella sobre la mesa.
—Por Favor.
Traigo el champán y relleno su taza. Me mira con recelo. Sabe que la estoy achispando.
—Esto está muy vacío. ¿Te mudas ya? —pregunto, para distraerla.
—Más o menos.
—¿Trabajas mañana?
—Sí, es mi último día en Clayton’s.
—Te ayudaría con la mudanza, pero le he prometido a mi hermana que iría a buscarla al aeropuerto. Mia llega de París el sábado a primera hora. Mañana regreso a Seattle, pero tengo entendido que Elliot les va a echar una mano.
—Sí, Kate está muy entusiasmada al respecto.
Me sorprende que Elliot todavía esté interesado en la amiga de Ana; no es su habitual modus operandi.
—Sí, Kate y Elliot, ¿quién lo iba a decir? —Su relación amorosa hace el asunto más complicado. La voz de mi madre suena en mi cabeza: “Podrías traer a Anastasia".
—¿Y qué vas a hacer con lo del trabajo de Seattle? —pregunto.
—Tengo un par de entrevistas para puestos de becaria.
—¿Y cuándo pensabas decírmelo?
—Eh… te lo estoy diciendo ahora —dice.
—¿Dónde? —pregunto, ocultando mi frustración.
—En un par de editoriales.
—¿Es eso lo que quieres hacer, trabajar en el mundo editorial?
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Asiente con la cabeza, pero aún no es comunicativa.
—¿Y bien?
—Y bien ¿qué?
—No seas retorcida, Anastasia, ¿en qué editoriales? —Mentalmente corro por todas las editoriales que conozco en Seattle. Hay cuatro... creo.
—Unas pequeñas —dice con evasivas.
—¿Por qué no quieres que lo sepa?
—Tráfico de influencias —dice.
¿Qué significa eso? Frunzo el ceño.
—Oh, ahora tú estás siendo retorcido —dice, con los ojos brillantes de alegría.
—¿Retorcido? —Me río—. ¿Yo? Dios, me estás desafiando. Bébete todo, vamos a hablar de estos límites.
Sus pestañas revolotean y toma un tembloroso suspiro, entonces drena su taza. Realmente está muy nerviosa acerca de esto. Le ofrezco más líquido para tomar valor.
—Por favor —responde.
Botella en mano, hago una pausa.
—¿Has comido algo?
—Sí. Tuve un banquete con Ray —dice, exasperada, y pone los ojos en blanco.
Oh, Ana. Por fin puedo hacer algo con este irrespetuoso hábito.
Inclinándome hacia delante, sostengo su barbilla y la miro.
—La próxima vez que me pongas los ojos en blanco, te voy a dar unos azotes.
—Ah. —Se ve un poco sorprendida, pero un poco intrigada, también.
—Ah. Así se empieza, Anastasia. —Con una sonrisa lobuna lleno su taza, y toma un largo trago.
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—¿Tengo tu atención ahora, no?
Asiente con la cabeza.
—Respóndeme.
—Sí, tienes mi atención —dice con una sonrisa contrita.
—Bien. —Saco de mi chaqueta su correo electrónico, y el Apéndice 3 de mi contrato—. De los actos sexuales… lo hemos hecho casi todo. —Se acerca a mí y leemos la lista.
APÉNDICE 3
Límites Tolerables
A discutir y acordar por ambas partes:
Acepta la Sumisa lo siguiente:
Masturbación.
Cunnilingus.
Felación.
Ingestión de semen.
Penetración vaginal.
Fisting vaginal.
Penetración anal.
Fisting anal.
—De fisting nada, dices. ¿Hay algo más a lo que te opongas? —pregunto.
Traga saliva.
—La penetración anal tampoco es que me entusiasme.
—Por lo de fisting paso, pero realmente no querría renunciar a tu culo, Anastasia.
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Inhala agudamente, mirándome.
—Bueno, ya veremos. Además, tampoco es algo a lo que podamos lanzarnos sin más. —No puedo contener mi sonrisa—. Tu culo necesitará algo de entrenamiento.
—¿Entrenamiento? —sus ojos se agrandan.
—Oh, sí. Habrá que prepararlo cuidadosamente. La penetración anal puede resultar muy placentera, créeme. Pero si lo probamos y no te gusta, no tenemos por qué volver a hacerlo —me deleito con su expresión atónita.
—¿Tú lo has hecho? —pregunta
—Sí.
—¿Con un hombre?
—No. Nunca he hecho nada con un hombre. No me va.
—¿Con la señora Robinson?
—Sí. —Y sus grandes ojos se agrandan más.
Ana frunce el ceño y me muevo rápidamente, antes de que me haga más preguntas sobre eso.
—Y la ingestión de semen… Bueno, eso se te da de miedo. —Espero una sonrisa de su parte, pero me está estudiando intensamente, como si me viera en una nueva luz. Creo que aún está meditando sobre la Sra. Robinson y el sexo anal. Oh, nena, Elena tenía mi sumisión. Ella podía hacer conmigo lo que quisiera. Y yo lo disfrutaba.
—Entonces… Tragar semen, ¿está bien? —pregunto, tratando de regresarla al presente. Asiente y termina su champán.
—¿Más? —pregunto.
Tranquilo, Grey, solo quieres que esté achispada, no ebria.
—Más —susurra.
Vuelvo a llenar su copa y vuelvo a la lista.
—¿Juguetes sexuales?
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Acepta la Sumisa lo siguiente:
Vibradores.
Tapones anales.
Consoladores.
Otros juguetes vaginales/anales.
—¿Tapones anales? ¿Eso sirve para lo que pone en la caja? —Hace una mueca.
—Sí. Y hace referencia a la penetración anal de antes. Al entrenamiento.
—Ah… ¿y el ―otros‖?
—Cuentas, huevos… ese tipo de cosas.
—¿Huevos? —Su mano vuela a cubrir su boca con estupefacción.
—No son huevos de verdad —me carcajeo.
—Me alegra ver que te hago tanta gracia. —El dolor en su voz es preocupante.
—Mis disculpas. Lo siento.
Por Dios santo, Grey. Ve con calma con ella.
—¿Algún problema con los juguetes?
—No —espeta.
Mierda. Está de mal humor.
—Anastasia, lo siento. Créeme. No pretendía burlarme. Nunca he tenido esta conversación de forma tan explícita. Eres tan inexperta… Lo siento.
Hace pucheros y toma otro sorbo de champán.
—De acuerdo. Bondage —digo, y regresamos a la lista.
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Acepta la sumisa lo siguiente:
Bondage con cuerda.
Bondage con cinta adhesiva.
Bondage con muñequeras de cuero.
Bondage con esposas y grilletes.
Otros tipos de bondage.
—¿Y bien? —pregunto, gentilmente esta vez.
—De acuerdo —susurra y continúa leyendo.
Acepta la Sumisa los siguientes tipos de bondage:
Manos al frente.
Tobillos.
Codos.
Manos a la espalda.
Rodillas.
Muñecas con tobillos.
A objetos, muebles, etc.
Barras rígidas.
Suspensión.
¿Acepta la Sumisa que se le venden los ojos?
¿Acepta la Sumisa que se la amordace?
—Ya hemos hablado de la suspensión y, si quieres ponerla como límite infranqueable, me parece bien. Lleva mucho tiempo y, de todas formas, solo te tengo a ratos pequeños. ¿Algo más?
—No te rías de mí, pero ¿qué es una barra rígida?
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—Prometo no reírme. Ya me he disculpado dos veces. —Dios Santo—. No me obligues a hacerlo de nuevo. —Mi voz es más afilada de lo que pretendo, y se aleja de mí.
Mierda.
Ignora su reacción, Grey. Ve al grano.
—Una barra rígida es una barra con esposas para los tobillos y/o las muñecas. Es divertido.
—Bien… De acuerdo con lo de amordazarme… Me preocuparía no poder respirar.
—A mí también me preocuparía que no respiraras. No quiero asfixiarte. —Jugar con la respiración tampoco es del todo mi escena.
—Además, ¿cómo voy a usar las palabras de seguridad estando amordazada? —inquiere.
—Para empezar, confío en que nunca tengas que usarlas. Pero si estás amordazada, lo haremos por señas.
—Lo de la mordaza me pone nerviosa.
—De acuerdo. Tomaré nota.
Me estudia por un momento como si estuviera resolviendo el misterio de la esfinge.
—¿Te gusta atar a tus sumisas para que no puedan tocarte? —pregunta.
—Esa es una de las razones.
—¿Por eso me has atado las manos?
—Sí.
—No te gusta hablar de eso —dice.
—No, no me gusta.
No voy a ir allí contigo, Ana. Déjalo pasar.
—¿Te apetece más champán? —le pregunto—. Te está envalentonando, y necesito saber lo que piensas del dolor.
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Lleno su copa y toma un sorbo, con los ojos muy abiertos y ansiosos.
—A ver, ¿cuál es tu actitud general respecto a sentir dolor?
Permanece callada.
Suprimo un suspiro.
—Te estás mordiendo el labio. —Afortunadamente se detiene, pero ahora está pensativa y mirando hacia abajo a sus manos.
—¿Recibías castigos físicos de niña? —le pregunto suavemente.
—No.
—Entonces, ¿no tienes ningún ámbito de referencia?
—No.
—No es tan malo como crees. En este asunto, tu imaginación es tu peor enemigo.
Créeme en esto. Ana. Por favor.
—¿Tienes que hacerlo?
—Sí.
—¿Por qué?
Realmente no quieres saberlo.
—Es parte del juego, Anastasia. Es lo que hay. Te veo nerviosa. Repasemos los métodos.
Seguimos leyendo la lista.
Azotes.
Latigazos.
Mordiscos.
Pinzas genitales.
Cera caliente.
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Azotes con pala.
Azotes con vara.
Pinzas para pezones.
Hielo.
Otros tipos/métodos de dolor.
—Bueno, has dicho que no a las pinzas genitales. Muy bien. Lo que más duele son los varazos.
Palidece.
—Ya iremos llegando a eso —establezco rápidamente.
—O mejor no llegamos —añade.
—Esto forma parte del trato, nena, pero ya iremos llegando a todo eso. Anastasia, no te voy a obligar a nada horrible.
—Todo esto del castigo es lo que más me preocupa.
—Bueno, me alegro de que me lo hayas dicho. Quitaremos los varazos de la lista de momento. Y, a medida que te vayas sintiendo más cómoda con todo lo demás, incrementaremos la intensidad. Lo haremos despacio.
Luce insegura, así que me inclino y la beso.
—Ya está, no ha sido para tanto, ¿no?
Se encoje de hombros, aún dudosa.
—A ver, quiero comentarte una cosa más antes de llevarte a la cama.
—¿A la cama? —exclama y el color llena sus mejillas
—Vamos, Anastasia, después de repasar todo esto, quiero follarte hasta la semana que viene, desde ahora mismo. Debe de haber tenido algún efecto en ti también.
Se remueve a mi lado y toma un hosco suspiro, sus muslos presionándose juntos.
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—¿Ves? Además, quiero probar una cosa.
—¿Me va a doler?
—No… deja de ver dolor por todas partes. Más que nada es placer. ¿Te he hecho daño hasta ahora?
—No.
—Pues entonces. A ver, antes me hablabas de que querías más —Me detengo.
Joder, estoy en un precipicio.
De acuerdo, Grey, ¿Estás seguro sobre esto?
Tengo que tratar. No quiero perderla antes de comenzar.
Salto.
Tomo su mano.
—Podríamos probarlo durante el tiempo en que no seas mi sumisa. No sé si funcionará. No sé si podremos separar las cosas. Igual no funciona. Pero estoy dispuesto a intentarlo. Quizá una noche a la semana. No sé.
Su boca se abre demasiado.
—Con una condición
—¿Qué? —pregunta, y su aliento se queda atrapado.
—Que aceptes encantada el regalo de graduación que te hago.
—Ah —dice, sus ojos agrandándose con incertidumbre.
Y muy en el fondo sé lo que es. Brota el temor en mi vientre.
Me mira fijamente, evaluando mi reacción.
—Ven. —Tiro de ella para que se levante, me quito mi chaqueta de cuero y la dejo caer sobre sus hombros. Tomando una respiración profunda, abro la puerta delantera y revelo el Audi A3 estacionado en la acera—. Para ti. Feliz graduación. —Envuelvo mis brazos alrededor de ella y beso su cabello.
Cuando la suelto, está mirando confundida al auto.
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De acuerdo… esto podría ir de cualquier forma.
Tomando su mano, la conduzco escaleras abajo y me sigue como si estuviera en trance.
—Anastasia, ese Escarabajo tuyo es muy viejo y francamente peligroso. Jamás me lo perdonaría si te pasara algo cuando para mí es tan fácil solucionarlo…
Boquea hacia el auto, sin palabras.
Mierda.
—Se lo comenté a tu padrastro. Le pareció una idea genial.
Quizás estoy exagerando esto.
Su boca aún está abierta con consternación cuando se gira y me fulmina con la mirada.
—¿Le mencionaste esto a Ray? ¿Cómo has podido? —Está enojada, realmente enojada.
—Es un regalo, Anastasia. ¿Por qué no me das las gracias y ya está?
—Sabes muy bien que es demasiado.
—Para mí, no; para mí tranquilidad, no.
Vamos, Ana. Quieres más, este es el precio.
Sus hombros se hunden, y se gira hacia mí, resignada, creo. No exactamente la reacción que esperaba. El brillo rosado de sus mejillas a causa del champán ha desaparecido y su rostro está pálido una vez más.
—Te agradezco que me lo prestes, como la computadora portátil.
Sacudo mi cabeza. ¿Por qué es tan difícil? Nunca tuve esta reacción ante un auto por parte de mis otras sumisas. Usualmente estaban encantadas.
—De acuerdo, en préstamo. Indefinidamente —estoy de acuerdo, hablando entre dientes.
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—No, indefinidamente, no. De momento. Gracias —dice en voz baja e inclinándose hacia arriba, me besa en la mejilla—. Gracias por el auto, Amo.
Esa palabra. De su dulce, dulce boca. La agarro y presiono su cuerpo contra el mío, su cabello llenando mis dedos.
—Eres una mujer difícil, Ana Steele. —La beso fuertemente, coaccionando a sus labios a separarse con mi lengua, y un momento más tarde, está respondiendo, igualando mi ardor, su lengua acariciando la mía. Mi cuerpo reacciona… la deseo. Aquí. Ahora. En la entrada—. Me está costando una barbaridad no follarte encima del capó de este auto ahora mismo, para demostrarte que eres mía y que, si quiero comprarte un jodido auto, te compro un jodido auto. Ahora, vamos adentro y desnúdate —gruño. Entonces la beso una vez más, demandante y posesivamente. Tomando su mano, me dirijo directamente al apartamento, cerrando la puerta delantera detrás de nosotros y dirigiéndonos directamente a su habitación. Ahí la libero y enciendo la luz de su mesita de al lado.
—Por favor no te enfades conmigo —susurra.
Sus palabras apagan el fuego de mi ira.
—Siento lo del auto y lo de los libros… —Se detiene y lame sus labios—. Me das miedo cuando te enfadas.
Mierda. Nadie me había dicho eso antes. Cierro mis ojos. Lo último que quiero es asustarla.
Cálmate, Grey.
Ella está aquí. Está a salvo. Está dispuesta. No lo arruines solo porque no entiende cómo comportarse.
Abriendo mis ojos, encuentro a Ana mirándome, no con miedo, sino con anticipación.
—Date la vuelta —demando, mi voz suave—. Quiero quitarte el vestido.
Obedece inmediatamente.
Buena chica.
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Remuevo mi chaqueta de sus hombros y la descarto sobre el suelo, entonces levanto su cabello fuera de su cuello. El tacto de su suave piel bajo mi dedo índice es tranquilizador. Ahora que está haciendo lo que le digo, me relajo. Con la punta de mi dedo, sigo la línea de su columna hacia abajo por su espalda para empezar a bajar el cierre unido a la tela de gasa color gris.
—Me gusta este vestido. Me gusta ver tu piel inmaculada.
Enganchando mi dedo en la espalda de su vestido, la atraigo más cerca de modo que se está rozando contra mí. Entierro mi rostro en su cabello y respiro su esencia.
—Qué bien hueles, Anastasia. Muy agradable.
Como el otoño.
Su fragancia es confortante, me recuerda a un tiempo de abundancia y felicidad. Todavía inhalando su deliciosa esencia, paso mi nariz de su oreja hacia su cuello y a su hombro. Besándola mientras avanzo. Lentamente bajo el cierre de su vestido y beso, lamo, y succiono a mi paso por su piel de un hombro a otro.
Tiembla bajo mi toque.
Oh, nena.
—Vas… a… tener… que… a…prender… a estarte… quieta —susurro entre besos y desato el lazo de su cuello. El vestido cae a sus pies.
—Sin sujetador, señorita Steele. Me gusta.
Estirando mi mano hacia adelante, sostengo sus pechos y siento sus pezones endurecidos contra mi palma.
—Levanta los brazos y agárrate a mi cabeza —ordeno, mis labios acariciando su cuello. Ella hace lo que le digo y sus pechos se levantan más arriba en mis palmas. Enreda sus dedos en mi cabello, de la forma que me gusta y tira.
Ah… eso se siente tan bien.
Su cabeza se inclina hacia un lado, y tomo ventaja, besándola donde el pulso martillea bajo su piel.
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—Mmm… —murmuro en apreciación, mis dedos probando y tirando de sus pezones.
Gime, arqueando su espalda, empujando incluso más sus perfectos pechos hacia mis manos.
—¿Quieres que te haga correrte así?
Su cuerpo se arquea un poco más.
—Le gusta esto, ¿verdad, señorita Steele?
—Mmm…
—Dilo —insisto, continuando mi sensual asalto a sus pezones.
—Sí —dice sin aliento.
—Sí, ¿qué?
—Sí… Amo.
—Buena chica.
Gentilmente los pellizco y giro con mis dedos y su cuerpo se convulsiona contra mí mientras gime, sus manos tirando más fuerte de mi cabello.
—No creo que estés lista para correrte aún. —Y detengo mis manos, simplemente sosteniendo sus pechos mientras mis dientes tiran del lóbulo de su oreja—. Además, me has disgustado. Así que igual no dejo que te corras.
Amaso sus pechos y mis dedos devuelven mí atención a sus pezones, girando y tirando. Gime y frota su trasero contra mi erección. Cambiando mis manos a sus caderas, la mantengo quieta y miro hacia abajo a sus bragas.
Algodón. Blanco. Sencillo.
Engancho mis dedos en ellas y las estiro tanto como se puede, entonces presiono mis pulgares a través de la costura de la parte posterior. Se rompen en mis manos y las lanzo a los pies de Ana.
Jadea.
Trazo mis dedos por su trasero e inserto uno en su vagina.
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Está húmeda. Muy húmeda.
—Oh, sí. Mi dulce niña ya está lista.
La giro y deslizo mi dedo en mi boca.
Mmm. Salado.
—Qué bien sabe, señorita Steele.
Sus labios se separan y sus ojos se oscurecen con deseo. Creo que está un poco sorprendida.
—Desnúdame. —Mantengo mis ojos en los suyos. Levanta la cabeza, procesando mi orden pero vacila—. Puedes hacerlo —la animo. Levanta sus manos y repentinamente, creo que va a tocarme y no estoy listo. Mierda.
Instintivamente, agarro sus manos.
—Ah, no. La camiseta, no.
Quiero que se detenga. No hemos hecho esto aún y ella podría perder su balance, así que necesito la camiseta por protección.
—Para lo que tengo planeado, vas a tener que acariciarme. —Suelto una de sus manos, pero la otra la pongo sobre mi erección, la cual lucha por conseguir espacio en mis jeans.
—Este es el efecto que me produce, señorita Steele.
Inhala, mirando su mano. Entonces sus dedos se aprietan alrededor de mi polla y me echa una mirada con apreciación.
Sonrío.
—Quiero metértela. Quítame los jeans. Tú mandas.
Su boca cae abierta.
—¿Qué me vas a hacer? —Mi voz es áspera.
Su rostro se transforma, brillando con deleite, y antes de que pueda reaccionar, me empuja. Río mientras caigo sobre su cama, principalmente por su valentía, pero también porque está tocándome y no he entrado en pánico. Remueve mis zapatos, entonces mis calcetines, pero es toda dedos y pulgares, recordándome la entrevista y su intento de hacer funcionar la grabadora.
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La observo. Divertido. Excitado. Preguntándome qué hará a continuación. Va a ser jodidamente difícil para ella quitarme los jeans mientras estoy acostado. Quitándose sus zapatillas, sube a la cama, sentándose por encima de mis muslos, y desliza sus dedos bajo la pretina de mis jeans.
Cierro mis ojos y flexiono mis caderas, disfrutando de la desvergonzada Ana.
—Vas a tener que aprender a estarte quieto —me castiga, y tira de mi vello púbico.
¡Ah! Tan audaz, señora.
—Sí, señorita Steele —bromeo a través de mis dientes fuertemente apretados—. Condón, en el bolsillo
Sus ojos brillan con obvio deleite y sus dedos rebuscan en mi bolsillo, conduciéndose profundamente, rozando mi erección.
Ah…
Saca dos envoltorios plateados y los lanza sobre la cama a mi lado. Sus torpes dedos alcanzan el botón de mi pretina y después de dos intentos, lo desabrocha.
Su ingenuidad es cautivadora. Es obvio que nunca antes ha hecho esto. Otra primera vez… y es jodidamente excitante.
—Que ansiosa, señorita Steele —bromeo.
Baja mi cierre de golpe y, tirando de mi pretina, me da una mirada de frustración.
Trato con fuerza de no reír.
Sí, nena ¿Ahora cómo vas a quitármelos?
Arrastrándolos por mis piernas, tira de mis jeans, fuertemente concentrada, luciendo adorable. Y decido ayudarla.
—No puedo estarme quieto si te vas a morder el labio —digo, mientras arqueó mis caderas, levantándolas de la cama.
Levantándose sobre sus rodillas, baja mis jeans y mis bóxers y los pateo fuera de mí, cayendo en el piso. Se sienta sobre mí, mirando mi polla y lamiendo sus labios.
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Caray.
Luce caliente, su cabello oscuro cayendo en suaves ondas alrededor de sus pechos.
—¿Qué vas a hacer ahora? —susurro. Sus ojos vuelan a mi rostro y me agarra firmemente, apretando con fuerza con su mano, su pulgar acariciando la cabeza.
Jesús.
Se inclina.
Y estoy en su boca.
Joder.
Succiona con fuerza. Y mi cuerpo se flexiona debajo de ella.
—Dios, Ana, tranquila —siseo a través de mis dientes. Pero no muestra piedad mientras me hace una felación una y otra vez. Joder. Su entusiasmo es desarmador. Su lengua va de arriba a abajo. Estoy saliendo y entrando de su boca hasta la parte de atrás de su garganta, sus labios apretándose a mí alrededor. Es una visión sobrecogedoramente erótica. Podría correrme con solo mirarla.
—Para, Ana, para. No quiero correrme.
Se sienta, su boca húmeda y sus ojos como oscuras piscinas dirigidas hacia mí.
—Tu inocencia y entusiasmo me desarman. —Pero justo ahora quiero follarte, así puedo verte—. Tú, encima… eso es lo que tenemos que hacer. Toma, pónmelo. —Coloco un condón en su mano. Lo examina con consternación, entonces rasga el envoltorio abriéndolo con sus dientes.
Es entusiasta.
Saca el condón y me mira pidiendo indicaciones.
—Pellizca la punta y ve estirándolo. No conviene que quede aire en el extremo a la hora de succionar.
Asiente y hace exactamente eso, absorta en su tarea, fuertemente concentrada, su lengua asomándose entre sus labios.
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—Dios mío, me estás matando —exclamo a través de mis dientes apretados.
Cuando ha terminado, se sienta otra vez y admira su obra, o a mí… no estoy seguro, pero no me importa.
—Vamos, quiero hundirme en tu interior. —Me siento repentinamente de modo que estamos cara a cara, sorprendiéndola—. Así —susurro y, envolviendo mi brazo alrededor de ella, la levanto. Con mi otra mano, posiciono mi polla y la bajo lentamente sobre mí.
Mi aliento escapa de mi cuerpo mientras sus ojos se cierran y el placer truena ruidosamente en su garganta.
—Eso es nena, siénteme, entero.
Se. Siente. Tan. Bien.
La sostengo, dejándola acostumbrarse a la sensación de mí. Así. Adentro de ella.
—Así entra más adentro. —Mi voz es ronca, mientras flexiono y levanto mi pelvis, empujando profundamente en su interior.
Su cabeza se inclina y gime.
—Otra vez —susurra. Y abre sus ojos que arden en los míos. Deseosos. Dispuestos. Amo que ame esto. Hago lo que me pide y gime otra vez, tirando hacia atrás su cabeza, su cabello cayendo en un desastre sobre sus hombros. Lentamente me reclino en la cama para observar el espectáculo.
—Muévete tú, Anastasia, sube y baja, lo que quieras. Toma mis manos. —Las tiendo hacia ella y las agarra, estabilizándose sobre mí. Lentamente se mueve, entonces se hunde una vez más en mí.
Mi respiración viene en cortos y afilados jadeos mientras me contengo. Se eleva otra vez y esta vez levanto mis caderas para encontrar las suyas mientras baja.
Oh sí.
Cerrando mis ojos saboreo cada delicioso centímetro de ella. Juntos encontramos nuestro ritmo mientras me monta. Una, otra, y otra vez. Se ve fantástica: sus pechos rebotando, su cabello enredado, su boca relajada mientras absorbe cada estocada de placer.
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Sus ojos encuentran los míos, llenos de necesidad carnal y preguntas. Dios, es hermosa. Grita mientras su cuerpo acaba. Está casi allí, así que aprieto mi agarre sobre sus manos, y explota a mí alrededor. Agarro sus caderas, sujetándola mientras grita incoherentemente a través de su orgasmo. Entonces aprieto mi agarre en sus caderas y silenciosamente me pierdo mientras exploto en su interior.
Se deja caer sobre mi pecho y descanso, jadeando debajo ella.
Dios, es buena follando.
Yacemos acostados por un momento, su peso como un consuelo. Se despierta y me acaricia a través de la camisa, entonces despliega su mano sobre mi pecho.
La oscuridad se ondula rápida y fuertemente en mi pecho, en mi garganta, tratando de sofocarme y ahogarme.
No. No me toques.
Agarro su mano y llevo sus nudillos a mis labios. Ruedo sobre ella para que no sea capaz de tocarme.
—No —ruego, y beso sus labios mientras apaciguo mi miedo.
—¿Por qué no te gusta que te toquen?
—Porque estoy muy jodido, Anastasia. Tengo muchas más sombras que luces. Cincuenta sombras más. —Después de años y años de terapia, es la única cosa que sé que es verdad.
Sus ojos se agrandan, inquisitivos, está sedienta de más información. Pero no necesita saber esta mierda.
—Tuve una introducción a la vida muy dura. No quiero aburrirte con los detalles. No lo hagas y ya está. —Gentilmente paso mi nariz contra la suya y, saliendo de ella, me siento y remuevo el condón y lo dejo caer cerca de la cama—. Creo que ya hemos cubierto lo más esencial. ¿Qué tal estuvo?
Por un momento parece distraída, entonces inclina su cabeza a un lado y sonríe.
—Si piensas que he llegado a creerme que me cedías el control es que no has tenido en cuenta mi nota media. Pero gracias por dejar que me hiciera ilusiones.
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—Señorita Steele, no es usted solo una cara bonita. Ha tenido seis orgasmos hasta la fecha y los seis me pertenecen. —¿Por qué ese simple hecho me alegra?
Sus ojos se disparan hacia el techo y una fugaz expresión de culpa cruza su rostro.
¿Qué fue eso?
—¿Tienes algo que contarme? —pregunto.
Vacila.
—He soñado esta mañana.
—¿Ah, sí?
—Me he corrido en sueños. —Levanta un brazo sobre su rostro, escondiéndose de mí, avergonzada. Estoy impactado por su confesión, pero excitado y deleitado también.
Criatura sensual.
Espía por debajo de su brazo. ¿Espera que esté enojado?
—¿En sueños? —aclaro.
—Y me he despertado —susurra.
—Apuesto a que sí. —Estoy fascinado—. ¿Qué soñabas?
—Contigo —dice en voz baja.
¡Conmigo!
—¿Y qué hacía yo?
Se oculta debajo de su brazo otra vez.
—Anastasia, ¿qué hacía yo? No te lo voy a volver a preguntar. —¿Por qué está tan avergonzada? El que sueñe conmigo es… adorable.
—Tenías una fusta —murmura. Muevo su brazo para poder ver su rostro.
—¿En serio?
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—Sí. —Su cara está de un rojo brillante. La investigación debe estarla afectando de buena manera. Le sonrío.
—Vaya, aún me queda esperanza contigo. Tengo varias fustas.
—¿Marrón, de cuero trenzado? —Su voz está teñida de calmado optimismo.
Me río.
—No, pero seguro que puedo conseguir una.
Le doy un suave beso y me levanto para vestirme. Ana hace lo mismo, poniéndose los pantalones cortos y una camisola. Levantando el condón del suelo, lo ato rápidamente. Ahora que ella ha accedido a ser mía, necesita anticonceptivos. Totalmente vestida, se sienta de piernas cruzadas en la cama, observándome mientras agarro mis pantalones.
—¿Cuándo te llega el período? —pregunto—. Detesto ponerme estas cosas. —Sostengo el condón amarrado y me pongo los jeans.
La he tomado por sorpresa.
—¿Y bien? —persuado.
—La semana que viene —responde, sus mejillas rosadas.
—Vas a tener que buscarte algún anticonceptivo.
Me siento en la cama para ponerme los calcetines y los zapatos. Ella no dice nada.
—¿Tienes médico? —pregunto. Sacude la cabeza—. Puedo pedirle a la mía que pase a verte a tu apartamento. El domingo por la mañana, antes de que vengas a verme tú. O le puedo pedir que te visite en mi casa, ¿qué prefieres?
Estoy seguro que la Dra. Baxter hará una visita domiciliaria para mí, aunque no la he visto en un tiempo.
—En tu casa —dice ella.
—De acuerdo. Ya te diré a qué hora.
—¿Te vas?
Parece sorprendida de que me vaya.
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—Sí.
—¿Cómo vas a volver? —pregunta.
—Taylor viene a recogerme.
—Te puedo llevar yo. Tengo un auto nuevo precioso.
Eso está mejor. Ha aceptado el auto como debería, pero después de todo ese champán, no debería conducir.
—Me parece que has bebido demasiado.
—¿Me achispaste a propósito?
—Sí.
—¿Por qué?
—Porque le das demasiadas vueltas a las cosas y te veo tan reticente como tu padrastro. Con una gota de alcohol ya estás hablando por los codos, y necesito que seas sincera conmigo. De lo contrario, te cierras como una ostra y no tengo ni idea de lo que piensas. In vino veritas, Anastasia.
—¿Y crees que tú eres siempre sincero conmigo?
—Me esfuerzo por serlo. Esto solo saldrá bien si somos sinceros el uno con el otro.
—Quiero que te quedes y uses esto. —Agarra el otro condón y lo ondea hacia mí.
Maneja sus expectativas, Grey.
—Anastasia, esta noche me he pasado mucho de la raya. Tengo que irme. Te veo el domingo. —Me pongo de pie—. Tendré listo el contrato revisado y entonces podremos empezar a jugar de verdad.
—¿Jugar? —rechina.
—Me gustaría tener una sesión contigo. Pero no lo haré hasta que hayas firmado, para asegurarme de que estás lista.
—Oh. ¿Ósea que podría alargar esto si no firmo?
Mierda. No había pensado en eso.
Su barbilla se eleva a manera de desafío.
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Ah… yendo de arriba a abajo de nuevo. Ella siempre encuentra una manera.
—Bueno, supongo que sí, pero igual reviento de la tensión.
—¿Revientas? ¿Cómo? —inquiere, sus ojos vivos por la curiosidad.
—La cosa podría ponerse muy fea —la provoco, entrecerrando los ojos.
—¿Cómo… de fea? —Su sonrisa es igual a la mía.
—Ah, ya sabes, explosiones, persecuciones en auto, secuestro, cárcel…
—¿Me vas a secuestrar?
—Desde luego.
—¿A retenerme en contra de mi voluntad?
—Por supuesto. —Bien, esa es una idea interesante—. Y luego viene el IPA 24/7.
—Me perdí —dice, perpleja y un poco jadeante.
—Intercambio de Poder Absoluto, las veinticuatro horas. —Mi mente gira mientras pienso en las posibilidades. Ella es curiosa—. Así que no tienes elección —añado, con un tono juguetón.
—Claro. —Su tono es sarcástico y pone los ojos en blanco hacia el cielo, tal vez buscando inspiración divina para entender mi sentido del humor.
Oh, qué dulce placer.
—Ay, Anastasia Steele, ¿me acabas de poner los ojos en blanco?
—¡No!
—Me parece que sí. ¿Qué te dije que haría si volvías a poner los ojos en blanco? —Mis palabras cuelgan entre nosotros y me siento de nuevo en la cama—. Ven aquí.
Por un momento, se me queda mirando, palideciendo.
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—Aún no he firmado.
—Te dije lo que haría. Soy un hombre de palabra. Te voy a dar unos azotes, y luego te voy a follar muy rápido y muy duro. Me parece que al final vamos a necesitar ese condón.
¿Lo hará? ¿No lo hará? Este es el momento. La prueba de si puede hacerlo o no. La observo, impasible, esperando que se decida. Si dice que no, significa que está dándole falsas promesas a la idea de ser mi sumisa.
Y eso será todo.
Toma la decisión correcta, Ana.
Su expresión es seria, sus ojos se agrandan, y creo que está sopesando su decisión.
—Estoy esperando —murmuro—. No soy un hombre paciente.
Tomando una respiración profunda, desenrolla las piernas y gatea hacia mí y yo escondo mi alivio.
—Buena chica. Ahora, ponte de pie.
Hace lo que le digo y le ofrezco la mano. Pone el condón en mi palma, agarro su mano y abruptamente la empujo por encima de mi rodilla izquierda, de modo que su cabeza, hombros y pechos descansan en la cama. Pongo mi pierna derecha por encima de las suyas, sosteniéndola en su lugar. He querido hacer esto desde que me preguntó si era gay.
—Sube las manos y colócalas a ambos lados de tu cabeza —ordeno y ella lo hace inmediatamente—. ¿Por qué hago esto, Anastasia?
—Porque te puse los ojos en blanco —dice con un ronco susurro.
—¿Te parece que eso es de buena educación?
—No.
—¿Vas a volver a hacerlo?
—No.
—Te daré unos azotes cada vez que lo hagas, ¿me entiendes?
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Voy a saborear este momento. Es otra novedad.
Con gran cuidado, deleitándome con el acto, bajo sus pantalones deportivos. Su hermoso trasero está desnudo y listo para mí. Mientras pongo la mano en su costado trasero, cada músculo en su cuerpo se tensa… esperando. Su piel es suave al toque y deslizo mi mano a lo largo de sus nalgas, acariciando cada una. Tiene un muy lindo trasero. Y voy a dejarlo rosa… como el champán.
Levantando la palma, la azoto, duro, justo por encima de la unión entre sus muslos.
Jadea e intenta levantarse, pero la sostengo con mi otra mano en la parte baja de su espalda y masajeó el área que acabo de golpear con una lenta y dulce caricia.
Se queda quieta.
Jadeando.
Anticipando.
Sí. Voy a hacerlo de nuevo.
La azoto una vez, dos veces, tres veces.
Ella hace muecas por el dolor, sus ojos fuertemente cerrados. Pero no me pide que me detenga incluso aunque se está retorciendo debajo de mí.
—Quédate quieta o tendré que azotarte más tiempo —advierto.
Froto su suave carne y empiezo de nuevo, tomando turnos: nalga izquierda, nalga derecha, en el medio.
Ella grita. Pero no mueve sus brazos y todavía no me pide que pare.
—Solo estoy calentando. —Mi voz es ronca. La azoto de nuevo y trazo la huella rosa que he dejado en su piel. Su trasero se está sonrojando de buena manera. Luce glorioso.
La azoto una vez más.
Y grita de nuevo.
—No te oye nadie, nena, solo yo.
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La azoto una y otra vez, el mismo patrón, nalga izquierda, nalga derecha y en el medio, y ella aúlla cada vez. Cuando llego a las dieciocho, me detengo. Estoy sin aliento, mi palma ardiendo y mi polla está rígida.
—Ya está —jadeo, intentando respirar con normalidad—. Bien hecho, Anastasia. Ahora te voy a follar.
Froto su trasero rosado gentilmente, rodeándolo, moviéndome hacia abajo. Está mojada.
Y mi cuerpo se endurece más.
Inserto dos dedos en su vagina.
—Siente esto. Mira cómo le gusta esto a tu cuerpo, Anastasia. Te tengo empapada. —Deslizo los dedos adentro y afuera y ella gime, su cuerpo enrollándose alrededor de ellos con cada empuje y su respiración acelerándose.
Los retiro.
La deseo. Ahora.
—La próxima vez te haré contar. Ahora, ¿dónde está ese condón? —Agarrándolo desde el lado de su cabeza, la bajo gentilmente de mi regazo y le pongo en la cama, bocabajo. Bajándome el cierre, no me preocupo por quitarme los jeans y abro en breve el envoltorio, enrollando el condón con rapidez y eficiencia. Levanto sus caderas hasta que está arrodillada y su trasero en toda su rosada gloria está suspendido en el aire mientras me acomodo detrás de ella.
—Voy a tomarte ahora. Puedes correrte —gruño, acariciando su trasero y agarrando mi polla. Con una suave embestida, estoy dentro de ella.
Gime mientras me muevo. Adentro. Afuera. Adentro. Afuera. La monto, observando mi polla desaparecer bajo su trasero rosado.
Su boca está abierta y gruñe y gime con cada embestida, sus lloriqueos haciéndose más y más fuertes.
Vamos, Ana.
Se aprieta a mí alrededor y grita mientras se corre, con fuerza.
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—¡Oh, Ana! —La sigo mientras el clímax me llega dentro de ella y pierdo todo el tiempo y la perspectiva.
Colapso a su lado, la pongo encima de mí y, envolviendo mis brazos a su alrededor, susurro en su cabello:
—Oh, nena, bienvenida a mi mundo.
Su peso me ancla y ella no hace ningún intento por tocar mi pecho. Sus ojos están cerrados y su respiración está volviendo a la normalidad. Acaricio su cabello. Es suave, de un rico caoba, brillando a la luz de su lámpara de noche. Huele a Ana, manzanas y sexo. Es embriagador.
—Bien hecho, nena.
No está llorando. Hizo lo que le pedí. Ha enfrentado cada desafío que le he puesto; realmente es bastante extraordinaria. Sujeto el delgado tirante de su camisola de algodón barato.
—¿Esto es lo que te pones para dormir?
—Sí. —Suena somnolienta.
—Deberías llevar seda y satén, mi hermosa niña. Te llevaré de compras.
—Me gusta lo que llevo —discute.
Por supuesto que sí.
Beso su cabello.
—Ya veremos.
Cerrando los ojos, me relajo en nuestro tranquilo momento, una extraña alegría calentándome, llenándome por dentro.
Esto se siente bien. Demasiado bien.
—Tengo que irme —murmuro, y beso su frente—. ¿Estás bien?
—Estoy bien —dice, sonando un poco apagada.
Gentilmente, ruedo debajo de ella y me levanto.
—¿Dónde está el baño? —pregunto, quitándome el condón usado y acomodándome los jeans.
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—Por el pasillo, a la izquierda.
En el baño, boto los condones usados en el bote de basura y encuentro una botella de aceite para bebé en el estante.
Eso es lo que necesito.
Está vestida cuando regreso, evadiendo mi mirada. ¿Por qué tan de repente?
—Encontré este aceite para bebé. Déjame te pongo un poco en el trasero.
—No. Estaré bien —dice, examinando sus dedos, todavía evadiendo el contacto visual.
—Anastasia —le advierto.
Por favor, solo haz lo que se te dice.
Me siento detrás de ella y bajo sus pantalones. Derramando algo del aceite en mi mano, lo froto tiernamente en su adolorido trasero.
Ella pone sus manos en las caderas de una manera obstinada, pero se queda en silencio.
—Me gusta tocarte —admito en voz alta para mí mismo—. Ya está. —Le vuelvo a subir los pantalones—. Ya me voy.
—Te acompaño —dice tranquilamente, levantándose. Tomo su mano y, a regañadientes, la dejo ir cuando llegamos a la puerta principal. Parte de mí no quiere irse.
—¿No tienes que llamar a Taylor? —pregunta, sus ojos fijos en el cierre de mi chaqueta de cuero.
—Taylor lleva aquí desde las nueve. Mírame.
Grandes ojos azules me miran a través de largas y oscuras pestañas.
—No lloraste. —Mi voz es suave.
Y me dejaste azotarte. Eres maravillosa.
La agarro y la beso, derramando mi gratitud en el beso y sosteniéndola cerca.
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—Hasta el domingo —susurro, calenturiento, contra sus labios. La libero abruptamente antes de estar tentado a preguntarle si me puedo quedar, y me dirijo afuera, donde Taylor está esperando. Una vez que estoy en el auto, miro para atrás, pero ella se ha ido. Probablemente está cansada… como yo.
Placenteramente cansada.
Esa ha sido la conversación más placentera sobre ―límites tolerables‖ que alguna vez he tenido.
Maldita sea, esa mujer es inesperada. Cerrando los ojos, la veo montándome, su cabeza hacia atrás por el éxtasis. Ana no hace las cosas con poco entusiasmo. Se compromete. Y pensar que apenas hace una semana tuvo sexo por primera vez.
Conmigo. Y con nadie más.
Sonrío mientas miro por la ventana del auto, pero todo lo que veo es mi rostro fantasmal en el vidrio. Así que cierro los ojos y me permito soñar despierto.
Entrenarla será divertido.
~ * ~
Taylor me despierta de mi siesta.
—Hemos llegado, Sr. Grey.
—Gracias —murmuro—. Tengo una reunión en la mañana.
—¿En el hotel?
—Sí. Una videoconferencia. No necesitaré que me lleves a ninguna parte. Pero, me gustaría irme antes del almuerzo.
—¿A qué hora le gustaría que empacara?
—A las diez treinta.
—Muy bien, señor. La Blackberry que pidió le será entregada a la señorita Steele el día de mañana.
—Bien. Eso me recuerda, ¿puedes recoger el viejo Escarabajo mañana y disponer de él? No quiero que conduzca esa cosa.
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—Claro. Tengo un amigo que restaura autos antiguos. Puede que le interese. Me haré cargo. ¿Algo más?
—No, gracias. Buenas noches.
Dejo a Taylor estacionando la camioneta y me abro paso hasta mi suite.
Abriendo una botella de agua con gas del refrigerador, me siento frente al escritorio y enciendo la computadora portátil.
Ningún correo electrónico urgente.
Pero mi propósito real es darle las buenas noches a Ana.
De: Christian Grey
Asunto: Usted
Fecha: 26 de mayo de 2011 23:14
Para: Anastasia Steele
Querida señorita Steele:
Es sencillamente exquisita. La mujer más hermosa, inteligente, ingeniosa y valiente que he conocido jamás.
Tómese un ibuprofeno (no es un mero consejo). Y no vuelva a agarrar el Escarabajo. Me enteraré.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Probablemente estará dormida, pero mantengo abierta la portátil por si acaso y reviso la bandeja de entrada. Unos cuantos minutos después, llega su respuesta.
De: Anastasia Steele
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Asunto: Halagos
Fecha: 26 de mayo de 2011 23:20
Para: Christian Grey
Querido señor Grey:
Con halagos no llegarás a ninguna parte, pero, como ya has estado en todas, da igual.
Tendré que agarrar el Escarabajo para llevarlo a un concesionario y venderlo, de modo que no voy hacer ni caso de la bobada que me propones.
Prefiero el vino tinto al ibuprofeno.
Ana
P.D.: Para mí, los varazos están dentro de los límites INFRANQUEABLES.
Su primera línea me hace reír en voz alta. Oh, nena, no he estado en todas contigo. ¿Vino tinto con champán? No es una mezcla inteligente, y los varazos están fuera de la lista. Me pregunto a qué más le pondrá objeciones mientras compongo mi respuesta.
De: Christian Grey
Asunto: Las mujeres frustradas no saben aceptar cumplidos
Fecha: 26 de mayo de 2011 23:26
Para: Anastasia Steele
Querida señorita Steele:
No son halagos.
Debería acostarse.
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Acepto su incorporación a los límites infranqueables.
No beba demasiado.
Taylor se encargará de su auto y lo revenderá a buen precio.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Espero que ya esté en la cama.
De: Anastasia Steele
Asunto: ¿Será Taylor el hombre adecuado para esa tarea?
Fecha: 26 de mayo de 2011 23:40
Para: Christian Grey
Querido Amo:
Me asombra que te importe tan poco que tu mano derecha conduzca mi auto, pero sí que lo haga una mujer a la que te follas de vez en cuando. ¿Cómo sé yo que Taylor me va a conseguir el mejor precio por el auto? Siempre me he dicho, seguramente antes de conocerte, que estaba conduciendo una auténtica ganga.
Ana
¿Qué demonios? ¿Una mujer a la que me follo de vez cuándo?
Tengo que tomar una profunda respiración. Su respuesta me fastidia… no, me enfurece. ¿Cómo se atreve a hablar de sí misma de esa manera? Como mi sumisa, ella será mucho más que eso. Seré devoto a ella. ¿No se da cuenta de esto?
Y se ha llevado una gran ganga conmigo. ¡Bien, bien! Mira todas las concesiones que he hecho en lo que respecta al contrato.
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Cuento hasta diez y, para calmarme, me visualizo a bordo de The Grace, mi catamarán, navegando por el río Sound.
Flynn estaría orgulloso.
Respondo:
De: Christian Grey
Asunto: ¡Cuidado!
Fecha: 26 de mayo de 2011 23:44
Para: Anastasia Steele
Querida señorita Steele:
Doy por sentado que es el vino TINTO lo que le hace hablar así, y que el día ha sido muy largo.
Aunque me siento tentado a volver allí y asegurarme de que no se siente en una semana, en vez de una noche.
Taylor es ex militar y capaz de conducir lo que sea, desde una moto a un tanque Sherman. Su auto no supone peligro alguno para él.
Por favor, no diga que es ―una mujer a la que me follo de vez en cuando‖, porque, la verdad, me ENFURECE, y le aseguro que no le gustaría verme enfadado.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Dejo salir el aire lentamente, estabilizando el ritmo de mi corazón. ¿Quién más en la tierra tiene la habilidad de meterse bajo mi piel de esta manera?
Ella no responde inmediatamente. Tal vez está intimidada por mi respuesta. Agarro mi libro, pero pronto me doy cuenta que he leído el
Página 316
mismo párrafo tres veces mientras espero su respuesta. Levanto la mirada por enésima vez.
De: Anastasia Steele
Asunto: Cuidado, tú
Fecha: 26 de mayo de 2011 23:57
Para: Christian Grey
Querido señor Grey:
No estoy segura de que yo te guste, sobre todo ahora.
Señorita Steele
Miro fijamente su respuesta y toda mi rabia se marchita y muere para ser reemplazada por un arranque de ansiedad.
Mierda.
¿Está diciendo que eso es todo?
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