Leer libros online, de manera gratuita!!

Estimados lectores nos hemos renovado a un nuevo blog, con más libros!!, puede visitarlo aquí: eroticanovelas.blogspot.com

Últimos libros agregados

Últimos libros agregados:

¡Ver más libros!

El infierno de Gabriel - Cap.29 y 30

Volver a Capítulos

Cuando Julia se despertó a la mañana siguiente, Gabriel estaba sentado en el borde de la cama, completamente vestido, contemplándola.
—Buenos días —lo saludó, sonriendo.
Él se inclinó y le dio un cariñoso abrazo.
—Llevo un rato levantado, pero he subido hace poco para asegurarme de que estabas bien. Es muy relajante verte dormir.
Tras darle un beso muy dulce, se acercó al armario por un jersey.
Julia rodó hasta quedar boca abajo en la cama y lo observó con descaro, admirando cómo la camisa se le ajustaba a los hombros a la perfección. Desde donde estaba, también podía disfrutar del espectáculo de su trasero, bien definido gracias a los vaqueros negros que llevaba.
«Eso sí que es un buen culo», pensó.
—¿Qué has dicho? —preguntó Gabriel, mirando por encima del hombro.
—No he dicho nada.
Él torció los labios, como si se estuviera aguantando la risa.
—¿Ah, no?
Al regresar a su lado, se inclinó y le susurró al oído:
—No sabía que tuvieses debilidad por los culos.
—¡Gabriel!
Algo avergonzada por haber sido descubierta, le dio una palmada en el brazo y ambos se echaron a reír.
Agarrándola por la cintura, él la sentó en su regazo.
—En cualquier caso, quiero que quede claro que mi culo se siente muy halagado.
—¿Ah, sí? —Julia arqueó una ceja.
—Inmensamente. Quiere que te haga llegar sus respetos y que te diga que espera conocerte de un modo más... íntimo y personal cuando estemos en Florencia.
Negando con la cabeza, Julia se inclinó hacia él en busca de un beso. Fue recompensada con uno breve pero muy tierno, antes de que se apartara y le dijera muy serio:
—Tenemos que hablar de un par de cosas.
Julia se mordió el labio inferior y esperó.
—Simon ha sido arrestado y se le imputan varios cargos. El abogado de su padre está en camino y se rumorea que tratará de llegar a un acuerdo.
—¿Ah, sí?
—Al parecer, el senador no quiere que esto llegue a los periódicos. Scott ha llamado al fiscal, que le ha asegurado que el asunto recibirá prioridad. Scott le ha dejado claro que a todos nos gustaría que la sentencia fuera de prisión y no algún sucedáneo como una casa tutelada o un programa de tratamiento. Aunque, dados los contactos del padre de Simon, dudo que vaya a la cárcel.
Julia se dijo que tendría que darle las gracias a Scott en cuanto lo viera.
—¿Y tú? ¿Hay riesgo de que puedas ir a la cárcel?
Gabriel se echó a reír.
—El abogado de los Talbot ha amenazado con presentar cargos. Por suerte, mi hermano ha tenido una conversación corta pero muy esclarecedora con él, recordándole que a la prensa le encantaría oír mi versión de la historia, además de la tuya. No, no habrá denuncia. No hace falta que te diga que los Talbot ya están hartos de Scott.
Julia cerró los ojos y soltó el aire lentamente.
La idea de que le pudiera pasar algo a Gabriel le resultaba muy dolorosa, sobre todo porque no había hecho nada más que ayudarla.
—Tengo que ducharme y vestirme —dijo, abriendo los ojos.
Él le dirigió una mirada ardiente, mientras le recorría el brazo con un dedo.
—Me encantaría ducharme contigo, pero me temo que mi familia se escandalizaría.
Julia se estremeció.
—Y no queremos escandalizar a su familia, profesor Emerson.
—Por supuesto que no, señorita Mitchell. Sería de lo más inadecuado. Un escándalo. Así que, para preservar el decoro, mi halagado culo y yo prescindiremos del placer de una ducha en su compañía. —Inclinándose hacia ella, añadió con los ojos brillantes—: De momento.
Julia se echó a reír y Gabriel la dejó sola.
Cuando volvió a la habitación después de ducharse, se lo encontró esperándola en el pasillo.
—¿Pasa algo?
—No. Sólo quería asegurarme de que no tropezabas. ¿Dónde
tienes las muletas?
—En la habitación, pero no te preocupes, Gabriel. Estoy bien. —Pasó cojeando a su lado y entró en el cuarto, donde cogió el cepillo y empezó a desenredarse el pelo con dificultad.
—Deja que lo haga yo —dijo él, acercándose y quitándole el cepillo de la mano.
—¿Vas a cepillarme el pelo?
—¿Por qué no?
Le señaló una silla para que se sentara. Colocándose a su espalda, empezó por deshacerle los enredos más grandes con los dedos.
Julia cerró los ojos.
Gabriel continuó unos instantes antes de susurrarle al oído:
—¿Te gusta?
Como respuesta, ella ronroneó, sin abrir los ojos.
Gabriel rió, negando con la cabeza. Era tan dulce y fácil de complacer... Y él quería complacerla. Desesperadamente. Cuando hubo acabado de deshacerle los enredos, le pasó el cepillo por el pelo con suavidad, trabajando metódicamente, mechón por mechón.
Ni en sus sueños más locos, Julia se lo habría imaginado como peluquero. Pero había algo instintivo en su modo de tocarla. Algo en cómo sus largos dedos se deslizaban por su pelo que hizo que le subiera la temperatura. Se imaginó los placeres que la esperaban en Florencia, cuando pudiera disfrutar de su cuerpo al completo. ¡Y desnudo! Cerró las piernas bruscamente.
—¿La estoy excitando, señorita Mitchell? —susurró, con su voz dulce como la miel.
—No.
—Entonces es que estoy haciendo algo mal. —Procurando no echarse a reír, ralentizó el ritmo de sus movimientos y le dio un suave beso en la coronilla—. Aunque, en realidad, mi auténtico objetivo es hacerte sonreír.
—¿Por qué eres tan amable conmigo?
Gabriel se detuvo del todo.
—Ésa es una pregunta muy rara para hacérsela a un amante.
—Lo digo en serio, Gabriel. ¿Por qué?
Él volvió a cepillarle el cabello antes de responder.
—Tú has sido amable conmigo desde la primera vez que nos vimos. ¿Por qué no iba a serlo yo? ¿No crees que mereces ser tratada con amabilidad?
Julia prefirió no insistir. Aunque la noche anterior estaba muy alterada, recordaba perfectamente haberle confesado su amor en el hospital. Pero él no había contestado.
«No pasa nada —se dijo—. Sus actos, su amabilidad y su protección son más que suficiente. No necesito las palabras.»
Julia lo amaba tanto que le dolía. Siempre lo había sentido así, con tanta intensidad que incluso en sus días más sombríos la luz de su amor había permanecido encendida. Pero al parecer él no sentía lo mismo.
Cuando acabó de peinarla, Gabriel insistió en prepararle algo de comida. Después se quedaron sentados en la cocina, haciendo planes para la tarde. Hasta que sonó el teléfono y Richard entró con el inalámbrico en la mano.
—Es tu padre —le hizo saber, dándole el teléfono a Julia.
Gabriel lo cogió y cubrió el auricular con la mano.
—No hace falta que hables con él si no quieres. Yo puedo encargarme.
—Algún día tendremos que hablar.
Julia se bajó del taburete y se fue con el teléfono al comedor, con ayuda de las muletas.
Richard miró a su hijo y negó con la cabeza.
—No puedes interponerte entre ella y Tom.
—No ha sido un padre modelo precisamente.
—Tal vez, pero es el único que tiene. Y Julia es la luz de su vida.
Gabriel entrecerró los ojos.
—Si le importara tanto, la habría protegido mejor.
Richard le apoyó una mano en el hombro.
—Los padres nos equivocamos. A veces, es más fácil enterrar la cabeza en la arena que admitir que nuestros hijos tienen problemas. Y que es culpa nuestra. Lo sé por experiencia.
Él apretó los labios pero no dijo nada.
Unos diez minutos más tarde, Julia regresó. Aunque Richard seguía en la cocina, Gabriel la abrazó y la besó en la mejilla.
—¿Va todo bien?
—Mi padre quiere que vaya a cenar con él esta noche.
A Richard le pareció que ése era un buen momento para retirarse y se dirigió a su despacho.
—¿Tú quieres ir?
—Será incómodo, pero le he dicho que sí.
—Julianne, no tienes que hacer nada que no quieras. Si lo
prefieres, te llevaré yo.
Ella negó con la cabeza.
—Lo está intentando, Gabriel. Es mi padre; tengo que darle una oportunidad.
Él guardó silencio, frustrado, pero no quiso discutir con ella.
A las seis en punto, Tom Mitchell apareció en casa de los Clark, vestido con traje y tirándose nerviosamente de la corbata. No estaba acostumbrado a llevarla. Se la había puesto por su hija.
Richard lo hizo pasar al salón y le dio conversación mientras esperaban que Julia bajara.
—¿Estás segura de que quieres ir?
Tumbado en la cama, Gabriel la contemplaba mientras se aplicaba el pintalabios con ayuda del espejo de la polvera.
—No voy a dejar plantado a mi propio padre. Además, Rachel se va a llevar a Richard a ver una película romántica y tú has quedado para salir con los chicos. Acabaría quedándome aquí sola.
Gabriel se levantó, se acercó a ella y le rodeó la cintura con los brazos.
—No estarías sola; estarías conmigo. Y sé cómo entretener a una dama. —Reforzó sus palabras dándole varios besos húmedos detrás de la oreja—. Estás impresionante —le susurró.
Julia se ruborizó.
—Gracias.
—¿El pañuelo es de Rachel? —preguntó, acariciando la seda del fular azul de Hermès que su hermana le había anudado artísticamente alrededor del cuello para ocultar el mordisco.
—Era de Grace —respondió Julia suavemente—. Fue un regalo de Richard.
—A él le gustaba malcriarla. Sobre todo cuando iban a París.
—Te le pareces mucho. —Se puso de puntillas y le dio un beso en la mejilla.
—Espera a que lleguemos a Florencia. —Gabriel la abrazó con fuerza y la besó apasionadamente antes de soltarla.
—¿Y adónde iréis vosotros? Espero que no sea a un club de striptease.
Julia lo miró parpadeando, demasiado adorable para la tranquilidad mental de Gabriel.
—¿No creerás en serio que haría algo así?
—¿No es eso lo que hacéis los chicos cuando salís solos?
Gabriel le acarició la mejilla con el dorso de la mano.
—¿Crees que Rachel aprobaría esa excursión?
—No.
—¿Y yo? ¿Crees que a mí me apetece?
Julia apartó la vista y no respondió.
—¿Por qué tendría que ir a mirar a otras mujeres cuando la mujer más hermosa del mundo comparte mi cama cada noche? —insistió él, dándole un beso muy dulce—. La única mujer a la que quiero ver desnuda es a ti.
Ella se echó a reír.
—¿Qué te había preguntado? Ya no me acuerdo.
Gabriel sonrió.
—Bien. Ven aquí.
Más tarde, esa noche, cuando la casa estaba a oscuras y todo el mundo ya se había acostado, Julia volvió a colarse en la habitación de él, con un sencillo camisón azul. Gabriel estaba sentado en la cama, con las rodillas dobladas, leyendo. No llevaba la parte de arriba del pijama y se había puesto las gafas.
—Hola —la saludó sonriendo y dejó El fin de la aventura en la mesilla de noche—. Estás preciosa.
Apoyando las muletas en la pared, Julia se tocó el camisón agradecida.
—Gracias por ir a buscar mis cosas a casa de mi padre.
—De nada. —Gabriel le ofreció la mano y ella se acurrucó a su lado.
Al besarla, se dio cuenta de que seguía llevando el pañuelo de Hermès.
—¿Por qué no te lo has quitado? —le preguntó, tirando de los extremos.
Julia bajó la vista.
—No quiero que tengas que ver la señal.
Él le levantó la barbilla.
—No tienes que esconderme nada.
—Es fea. Y no quiero recordártelo a todas horas.
Gabriel la miró fijamente mientras le quitaba el pañuelo. Tiró con mucha suavidad, haciéndole cosquillas en la nuca hasta que lo tuvo en la mano. El contacto de la seda sobre su piel, acompañado por la intensidad de su mirada, hizo que Julia se estremeciera. Tras dejar el pañuelo en la mesilla de noche, él le besó la marca repetidamente.
—Los dos tenemos cicatrices, Julianne. Pero las mías no están a
la vista.
—Ojalá no las tuviera —susurró ella—. Ojalá mi piel fuera perfecta.
Gabriel negó con la cabeza con tristeza.
—¿Te gusta Caravaggio?
—Mucho. De sus cuadros, El sacrificio de Isaac es mi favorito.
Él asintió.
—Yo prefiero La incredulidad de santo Tomás. Richard tiene una copia en su despacho. Esta misma tarde la he estado mirando.
—Siempre me ha parecido un cuadro... extraño.
—Es extraño. Jesús se aparece a los apóstoles tras la resurrección y Tomás le mete el dedo en la llaga del costado. Es un cuadro profundo.
Julia no le veía la profundidad por ningún lado, por lo que guardó silencio.
— Julianne, si quieres esperar a que la cicatriz desaparezca, esperarás en vano. Las cicatrices no desaparecen nunca. El cuadro de Caravaggio lo muestra claramente. Las heridas cicatrizan y dejamos de pensar en ellas, pero su huella es permanente. Ni siquiera las cicatrices de Cristo desaparecieron.
Se frotó la barbilla, pensativo. Al cabo de un momento, continuó:
—Si no hubiera sido tan egoísta, me habría dado cuenta. Y habría tratado a Grace y a los demás con más cuidado. Te habría tratado a ti con más cuidado en setiembre y octubre. —Carraspeó—. Espero que me perdones las cicatrices que te he dejado. Sé que son numerosas.
Ella se sentó en su regazo y lo besó apasionadamente.
—Te perdoné hace tiempo. Te lo perdoné todo. No volvamos a hablar de esto.
Los dos casi amantes compartieron unos instantes de silencio antes de que Gabriel le preguntara cómo había ido la cena con su padre.
—Se ha echado a llorar —respondió Julia, removiéndose incómoda.
Gabriel levantó las cejas.
«¿Tom Mitchell llorando? Resulta difícil de creer.»
—Me ha explicado cómo encontró la casa. Cuando le he contado lo que pasó antes de que tú llegases, se ha echado a llorar. Le he dicho algunas de las cosas que Simon solía decirme cuando discutíamos y los dos hemos llorado en medio del restaurante. —Julia
negó con la cabeza—. Ha sido un desastre.
Gabriel le apartó el pelo de la cara para verla mejor.
—Lo siento —dijo.
—Teníamos que hablar y, por primera vez en la vida, he tenido la sensación de que me escuchaba. Al menos creo que lo está intentando. Es un gran paso. Y cuando nos hemos quitado esos temas de encima, hemos hablado de ti. Quería saber cuánto tiempo llevábamos juntos.
—¿Qué le has dicho?
—Que poco tiempo, pero que me gustas mucho. Le he dicho que has hecho muchas cosas por mí y que eres importante en mi vida.
—¿Le has contado lo que siento por ti?
Ella lo miró con timidez.
—Bueno, sobre lo de hacerme el amor en Florencia no he mencionado nada, pero le he dicho que creo que te gusto.
Gabriel frunció el cejo.
—¿Que me gustas? ¿No se te ha ocurrido nada mejor?
—Es mi padre. No le interesan los detalles sentimentales. Lo que le interesa es saber si te drogas, si te metes en peleas y si eres fiel.
Él hizo una mueca.
Julia lo abrazó.
—Le he dicho que eres un ciudadano ejemplar y que me tratas como a una princesa. Que no te merezco.
—Eso es mentira. —Gabriel le besó la frente—. Soy yo quien no te merece.
—Tonterías.
Se besaron dulcemente unos momentos antes de que él se apartara para quitarse las gafas y dejarlas encima del libro. Apagó la luz y la abrazó por detrás, sintiéndose muy feliz.
Cuando se estaban quedando dormidos, Julia susurró:
—Te quiero.
Como Gabriel no respondió, asumió que ya se había dormido. Suspirando, se acomodó contra su pecho. Él la sujetó con más firmeza por la cintura.
Lo oyó inspirar hondo y contener el aire antes de decir:
—Julia Mitchell, yo también te quiero.
30
Al despertarse a la mañana siguiente, Julia notó algo cálido cerca de su corazón y una suave brisa que le acariciaba la nuca. Al fijarse más, se dio cuenta de que la mano de Gabriel le cubría un pecho mientras la abrazaba. Echándose a reír, cambió de postura.
Él gruñó ante el inesperado movimiento.
—Buenos días, Gabriel.
—Buenos días, preciosa. —Los labios de él se encontraron con su mejilla y la besaron.
—¿Has dormido bien?
—Muy bien. ¿Y tú?
—Bien, gracias.
—¿Te molesta que haga esto?
La estaba acariciando suavemente por encima del camisón.
—Al contrario, me gusta —respondió Julia, volviéndose hacia él.
Bajando la mano por su espalda, Gabriel le rodeó la cintura y la acercó para besarla apasionadamente.
—Julianne. —Le apartó unos mechones de pelo de la cara—. Hay algo que me gustaría decirte.
Julia frunció el cejo.
Él le pasó un dedo entre las cejas.
—Es algo agradable. Espero.
Ella lo miró expectante.
Los grandes ojos de Gabriel la miraban con solemnidad.
—Te quiero.
Julia parpadeó y una sonrisa se extendió lentamente por su cara.
—Yo también te quiero. Pensaba que me lo había imaginado cuando lo dijiste anoche.
Él la besó con dulzura.
—Yo tampoco estaba seguro de que me hubieras oído.
—¿Sabes?, ya me lo habías dicho una vez.
—¿Cuándo?
—Cuando te rescaté de las garras de Christa y te metí en la cama, me llamaste Beatriz y me dijiste que me amabas.
Gabriel tragó saliva.
—Julianne, siento haber tardado tanto en decírtelo como te mereces.
Rodeándole el cuello con los brazos, ella le apoyó la frente en la barbilla cubierta por una incipiente barba.
—Gracias.
—No, cariño, soy yo el que tiene que dártelas. Nunca me había sentido así. Haces que me dé cuenta de cómo he malgastado mi vida hasta ahora. —Se le ensombreció la mirada.
Julia le dio un beso suave.
—Los dos teníamos que madurar. Ha sido mejor así.
—Me arrepiento de cómo trataba a las mujeres antes de conocerte. Y lamento haber perdido el tiempo con ellas. Lo sabes, ¿verdad?
—Y yo lamento haber estado con Simon, pero no podemos hacer nada más que dar gracias por habernos encontrado finalmente.
—Ojalá pudiéramos pasarnos el día en la cama —dijo él, en tono soñador.
Julia se echó a reír.
—Creo que eso sí que escandalizaría a tu familia.
—Supongo. Maldita sea.
Gabriel rió también, hasta que la risa de ambos se transformó en besos.
Ella fue la primera en apartarse.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
—Por supuesto —respondió él, aunque a Julia no se le escapó que apretaba la mandíbula.
«No quieras saberlo todo esta mañana, Julianne. Hay cosas que no puedo contarte en casa de Richard.»
—¿Qué clase de lencería femenina te gusta?
Relajando la mandíbula inmediatamente, Gabriel esbozó una pícara sonrisa.
—¿Me lo preguntas porque... estás haciendo una encuesta?
Riendo, le cogió la mano y le besó los nudillos.
Ella se quedó mirando sus manos unidas.
—Me gustaría ir de compras antes del viaje. Me preguntaba qué cosas te gustan.
Él la miró con deseo.
—Julianne, soy un hombre. Mi lencería favorita es... la que te quitas. —Le sujetó la barbilla para que no apartara la vista—. Eres una mujer preciosa. Cuando me imagino contigo, pienso en tomarme mucho tiempo para admirar tu belleza: tu cara, tus hombros, tus pechos, cada parte de ti. Pienso en tu piel blanca y sonrosada y en las
suaves curvas que adoraré con mi cuerpo.
La empujó con delicadeza hasta que quedó tumbada de espaldas y entonces se arrodilló a su lado.
—Quiero que lleves algo que te haga sentir cómoda y bella, porque así es como quiero que te sientas cuando estés conmigo. —Y atrapando su boca, la besó ardientemente.
Cuando se apartó, Julia lo miró traviesa.
—¿Algo cómodo, como un conjunto Lululemon para yoga?
Él la miró confuso.
—No conozco esos lulu... lo que sea, pero si vas cómoda con ellos, no me oirás protestar.
Ella levantó la cara para frotarle la punta de la nariz con la suya.
—Eres un auténtico encanto, pero te lo he preguntado en serio. Quiero elegir algo que te guste.
—Me gustará... siempre que seas tú quien lo lleve puesto.
Gabriel volvió a besarla y esta vez se permitió el lujo de acercarse a ella hasta casi rozarle el pecho con el suyo, pero sin tocarla. Entre los dos empezó a circular una corriente de calor y electricidad que dejó a Julia sin aliento.
—¿Algún color? —insistió ella, jadeante—. ¿Algún estilo?
Riéndose, Gabriel le acarició la mejilla ruborizada.
—Mientras no sea negro ni rojo, me da igual.
—Pensaba que ésos eran los colores habituales. Se supone que son seductores.
Él le susurró al oído:
—Ya me has seducido. Me atraes, me seduces y me excitas... muchísimo.
La temperatura de la habitación aumentó tanto que Julia se olvidó de lo que quería preguntarle. Finalmente lo recordó.
—Entonces, ni rojo ni negro. ¿Ninguna preferencia, seguro?
—Eres muy obstinada. Pues ya que insistes, creo que te quedarían bien los colores pálidos: blanco, rosa, azul. Supongo que no hay nada malo en decirte que te he imaginado llevando lencería clásica, con el pelo suelto cayéndote sobre los hombros. Pero lo que yo me imagine no tiene importancia. Lo importante eres tú. Creo que la elección debería ser tuya. —Con una sonrisa, añadió—: Por supuesto, eso no quiere decir que no pueda regalarte algo mientras estemos allí. Pero para la primera vez quiero que elijas tú. Algo que te haga sentir especial, sexy y adorada. Eso es lo que quiero, porque te amo.
—Yo también a ti.
Julia le dedicó una sonrisa tan dulce que Gabriel sintió que el corazón se le derretía en el pecho. Ella le acarició la mandíbula con el pulgar y él cerró los ojos abandonándose a su contacto. Cuando volvió a abrirlos, la miró con voracidad.
Julia apartó la vista.
—Tengo que vestirme. ¿A qué hora salimos hacia Filadelfia?
Él le trazó una línea de besos desde una clavícula hasta la otra.
—Después —beso— de —beso— desayunar —beso—. El vuelo sale —beso— a la hora de la cena —beso— y tenemos que estar en el aeropuerto pronto —beso doble.
Con un beso de despedida, Julia salió al pasillo, apoyándose en las muletas.
En la planta baja, Richard parecía un derviche, preparando y sirviendo el desayuno a toda la familia. Scott devoraba todo lo que no estaba clavado al suelo o lo que no era reclamado por otras personas. Rachel y Aaron estaban mirando en la Blackberry de él fotos de sitios de Filadelfia donde celebrar la boda.
—Aquí están. —Rachel los saludó a los dos cuando entraron en la cocina.
—Tengo que devolverte esto —le dijo Julia al verla, deshaciéndose el nudo del pañuelo, que había vuelto a atarse al cuello.
—Quédatelo. A mamá le habría gustado que lo tuvieras.
Julia le dio las gracias con un abrazo. Una vez más, se sintió afortunada por la generosidad de su amiga y la de Grace, que siempre parecía velar por ella.
—Se te ve contenta esta mañana.
Scott le sirvió un vaso de zumo de naranja mientras Julia se sentaba.
—Lo estoy. Muy contenta.
—Más le vale tratarte bien —le susurró muy serio.
—Ha cambiado, Scott. Él... me ama —replicó ella en voz muy baja, para que no la oyeran los demás.
Él la miró sorprendido.
—Joder —murmuró incómodo, cambiando de postura antes de cambiar de tema.
—Ayer era el día en que el tribunal tenía que decidir si dejaba a Simon en libertad bajo fianza. Su abogado estaba tratando de conseguirlo a toda costa —le explicó—, pero aún no sé qué han resuelto.
Julia tardó unos momentos en entender lo que le estaba diciendo. Cuando al fin lo hizo, las manos le empezaron a temblar de ansiedad y el zumo de naranja se le cayó sobre el desayuno, mojándolo.
Parpadeó tratando de recobrar la compostura. Mientras secaba el zumo del plato, se maldecía en voz baja por ser un manojo de nervios.
«Gabriel debe de estar harto de verme tirar cosas. Soy una idiota.»
Cuando iba a levantarse, vio una mano ante ella, ofreciéndole apoyo. Al levantar la vista, se encontró con un par de ojos color zafiro que la miraban con preocupación. Gabriel la ayudó a bajar del taburete y a sentarse en otro seco. Tras darle un beso rápido en la frente, la tranquilizó:
—Ahora estás a salvo —musitó—. No permitiré que se acerque a ti. —Le acarició los brazos, frotándoselos arriba y abajo para relajarla.
Mientras Richard le preparaba otro gofre, Gabriel recogió el desayuno mojado y lo dejó en el fregadero.
—Yo me encargo. Siéntate con tu chica —dijo Scott a regañadientes—. Y lo siento.
Nadie se dio cuenta de la conversación entre los hermanos: el hijo pródigo y el hijo constante. Sus ojos se encontraron y en ellos brilló la luz de la comprensión y, tal vez, del perdón. Asintiendo agradecido, Gabriel se sentó junto a Julia. Rodeándole la cintura con un brazo, le susurró palabras tranquilizadoras al oído hasta que ella dejó de temblar.
Tenía que llevársela de Selinsgrove.
Mientras se alejaban, Julia cerró los ojos y suspiró aliviada. Había sido una mañana llena de emociones. Decirle adiós a su familia adoptiva no había sido fácil. Y decirle adiós a su padre, tras los acontecimientos del fin de semana, había sido agotador.
—¿Lamentas marcharte? —Gabriel le acarició la mejilla.
Julia abrió los ojos.
—Una parte de mí no quería irse, pero otra deseaba huir de ahí lo antes posible.
—Lo entiendo. A mí me pasa lo mismo.
—¿Qué te ha dicho mi padre al despedirse?
Gabriel se removió en el asiento.
—Me ha dado las gracias. Dice que es consciente de que Simon te podría haber hecho mucho daño. —Enlazando los dedos con los suyos, se los llevó a los labios—. Me ha pedido que cuide de su niñita, dice que lo eres todo para él.
Una lágrima rodó por la mejilla de Julia al oírlo. Se la secó con la mano y miró por la ventana. Ciertamente, las cosas con su padre habían cambiado.
Durante el vuelo de vuelta a Toronto, se acurrucó junto a Gabriel, dejando a un lado el trabajo para reposar la cabeza en su hombro.
—Tengo que empezar a preparar el viaje —dijo él, dándole un beso en la cabeza.
—¿Cuándo nos iremos?
—Había pensado partir en cuanto acabaran las clases del viernes, pero si tú vienes, tendremos que esperar a que Katherine entregue tu nota. La conferencia es el día 10. ¿Te iría bien viajar el 8?
—Supongo que sí. Tengo que presentar algún trabajo el viernes y Katherine también espera que le entregue un borrador del proyecto. Supongo que tardará unos días en leerlo, así que no creo que haya problema en salir el 8. ¿Cuándo pensabas volver?
Gabriel movió el brazo para rodearla con él.
—Rachel quiere que vayamos todos a casa en Navidad. Eso te incluye. Así que tendríamos que salir de Italia el 23 o el 24 y hacer una parada en Filadelfia antes de regresar a Toronto. A menos que prefirieras quedarte a pasar las Navidades conmigo en Italia.
Julia se echó a reír.
—¿Y arriesgarme a sufrir la furia de Rachel? No, gracias. Además, mi padre también espera que vaya, aunque ya sabe que no me quedaré a dormir en su casa.
Se estremeció.
Gabriel la abrazó con más fuerza.
—Pues entonces duerme conmigo. Reservaremos habitación en un hotel. No pienso dormir separado de ti por un pasillo nunca más.
Julia se ruborizó, pero sonrió.
—Tendremos dos semanas para disfrutar de Florencia. Y también podemos viajar a Roma y a Venecia, si quieres. Podríamos alquilar una casa en la región de Umbría. Conozco un lugar precioso, cerca de Todi. Me gustaría enseñártelo.
—Mientras esté contigo, amor mío, me da igual dónde estemos.
Gabriel apretó los labios.
—Dios te bendiga —murmuró.
—Rachel ha empezado a preparar la boda. La celebrarán a finales de agosto, siempre y cuando el salón que quieren esté libre. Me pregunto por qué querrá esperar tanto. —Julia quería saber si Gabriel tenía más información.
Pero él se encogió de hombros.
—Conociendo a Rachel, probablemente necesite meses para asegurarse de que a todo el mundo se le ha notificado el enlace debidamente y que la boda aparezca en la CNN.
Los dos se echaron a reír.
—Creo que Rachel querrá tener familia en seguida —dijo Julia—. Me preguntó qué opinará Aaron.
—Él la ama y quiere casarse con ella. Me imagino que estará encantado de que el amor de su vida lleve a su hijo en su interior.
Tras unos instantes, se volvió hacia ella.
—Julianne, ¿no te preocupa que no pueda...?
—No. Al menos de momento no. Quiero acabar los cursos y, más tarde, obtener el doctorado. Me gustaría dar clases. —Se encogió de hombros—. Supongo que es una de las ventajas de salir con alguien más joven.
Gabriel resopló en broma.
—Me haces sentir como un anciano. ¿Te das cuenta de que cuando cumplas treinta años cambiarás de opinión? O antes. Y entonces...
Julia frunció el cejo y negó con la cabeza.
—¿Qué quieres que te diga? ¿Que no te quiero? No pienso decirlo. Te quiero, Gabriel, por entero, tal como eres. Por favor, no me apartes de ti ahora que al fin nos hemos reencontrado —le rogó, cerrando los ojos—. Me duele.
—Perdóname —susurró él, besándole el dorso de la mano.
Ella aceptó sus disculpas y trató de relajarse, cansada por las emociones del día.
Él se frotó los ojos para poder pensar, pero pronto se dio cuenta de que iba a necesitar un poco de distancia para poder poner sus ideas en orden.
«No hará falta que te anime a apartarte de mí cuando te cuente lo de Paulina...»
La primera semana de diciembre fue la última semana de clases. Fueron unos días bastante tranquilos. Gabriel y Julia se mantuvieron
apartados. Por las noches, él preparaba en su amplio apartamento la conferencia que daría en la Galería de los Uffizi, mientras que ella trabajaba incansablemente en su diminuto agujero de hobbit.
Se escribían mensajes de texto constantemente.
Cariño, te echo de menos. ¿Te vienes? Te quiero, G.
Julia sonrió con tanto cariño al ver el mensaje en la pantalla que hasta el iPhone se ruborizó.
G, yo también te echo de menos. Estoy acabando un trabajo para esta locura de seminario sobre Dante que estoy haciendo. Probablemente me pase la noche trabajando. El profesor está buenísimo, pero es muy exigente. Te quiero, Julia.
Se volvió hacia el portátil para seguir trabajando en el proyecto para Katherine. Poco después, el teléfono volvía a avisarla de que tenía un mensaje.
Cariño, estás de suerte, soy especialista en Dante. ¿Por qué no te traes el trabajo a mi casa y te ayudo a hacerlo... toda la noche... Todo mi amor, G.
P. D.: ¿Cómo de bueno?
Ella se echó a reír y escribió la respuesta:
Queridísimo Especialista en Dante, mi profesor está buenísimo, es ardiente como una hoguera, picante como el chile habanero y el pollo vindalú. Ya sé cómo sería tu noche de trabajo y sé que no acabaría el ensayo.
¿Lo dejamos para el viernes? Besos y abrazos. Julia.
Esperó un poco por si contestaba inmediatamente, pero la respuesta no llegó hasta que estuvo en la ducha.
Querida Julia, caramba, sí que es ardiente tu profesor. Tu rechazo me ha dejado sumido en un mar de soledad, que trato de superar con un vaso de whisky escocés y un par de capítulos de Graham Greene. Tus besos y abrazos me han ayudado un poco. Te quiero. G.
P. D.: Tú eres ardiente como el sol, pero mucho más bonita.
Ella sonrió y le respondió con un breve mensaje, diciéndole cuánto lo amaba. Después, pasó el resto de la noche trabajando.
Finalmente se vieron el miércoles, durante el último seminario. El principal atractivo de la sesión fue el comportamiento de Christa. Iba muy elegante, con un largo jersey de cachemira color berenjena que le servía de vestido y se le ceñía a las curvas del pecho y el trasero de un modo muy atractivo. Iba impecablemente peinada y maquillada, pero estaba muy quieta, sin tomar apuntes, y la expresión de su cara era de enfado. Para no dejar lugar a dudas, se cruzó de brazos.
Cuando el profesor Emerson hizo una pregunta muy sencilla, no levantó la mano. Cuando él la miró por encima de las gafas, animándola a participar, ella frunció el cejo y miró hacia otro lado. Si Gabriel no hubiera estado tan concentrado en lo suyo se habría preocupado. Pero no lo hizo.
El comportamiento de Christa no sólo llamaba la atención por su silencio, sino por su flagrante hostilidad contra Julia, a la que miraba con odio abierto.
—¿Qué mosca le habrá picado? —le susurró ella a Paul al oído, en cuanto acabó en seminario.
Él se echó a reír.
—Tal vez se haya convencido ya de que Emerson no va a aceptar el tema de su tesis y se esté planteando un cambio de carrera profesional. Hay un club de striptease en la calle Yonge que busca personal. Quizá tenga lo que hace falta para trabajar allí. O no.
Esa vez fue Julia la que se echó a reír.
—Por cierto, me gusta tu pañuelo. Es muy francés —comentó Paul con una sonrisa—. ¿Regalo de tu novio?
—No. De mi mejor amiga.
—En cualquier caso, te queda bien.
Ella le sonrió mientras recogían los libros. Cuando volvían a casa, paseando bajo la ligera nevada, se contaron una versión (vagamente modificada) de sus respectivos días de Acción de Gracias.


Volver a Capítulos

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Ir a todos los Libros