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El éxtasis de Gabriel Cap.21 al 25

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21
—Esa reunión ha sido una auténtica conjura de necios —dijo Soraya, reclinándose en su asiento en el bar del hotel Windsor Arms.
Julia asintió, preguntándose si eso la convertía en Ignatius Reilly, el protagonista del libro, o si Ignatius era Gabriel y ella era Myrna Minkoff.
El barman les sirvió unos martinis acompañados de unas tapas —por cuenta de la casa— y una sonrisa. Tras guiñarle un ojo a Soraya, que era clienta habitual, regresó a la barra.
Tras beber un buen trago, ésta se acomodó en el asiento.
—Mi consejo es que presentes una demanda contra Christa Peterson por intento malicioso y que lo hagas cuanto antes. Las leyes universitarias contemplan la protección de los estudiantes ante este tipo de acusaciones fraudulentas.
—No estoy segura de querer ganarme su enemistad.
Soraya se echó a reír con ironía.
—¿Qué más puede hacerte? ¿Hervir a tu mascota, como la protagonista de Atracción fatal?
Julia se encogió.
—Mira, si presentas una demanda contra ella, le estarás cortando las alas. No hace falta que la llevemos hasta el final, pero hará que tanto la señorita Peterson como el doctor Aras lo piensen dos veces. Me contaste que había acusado a Gabriel de acoso sexual. ¿No te apetece devolverle el golpe?
—Lo único que quiero es que todo esto acabe de una vez. No entiendo por qué me denuncia, si yo no tengo nada que ver con ella.
—Por lo que hemos oído hoy, creo que sus motivaciones están muy claras. Te ha acusado de acostarte con tu profesor para lograr tus objetivos académicos y, al mismo tiempo, ha acusado a tu novio de tratar de hacer lo mismo con ella. Es una maniobra muy inteligente, porque no necesita que las dos demandas prosperen, basta con la tuya para atacaros a los dos.
Julia palideció.
—¿Qué quieres decir?
—Te está forzando a admitir que mantuviste una relación con tu profesor. Entonces, la universidad puede castigaros a los dos por confraternización. O es maquiavélicamente brillante o alguien la ha asesorado.
Julia acarició la copa con un dedo y respiró hondo para no marearse.
Soraya bebió un nuevo trago.
—Necesito una lista de todas las personas a las que el doctor Aras puede llamar y de todas las cosas que pueden decir en tu contra. Las pruebas que tiene son de poca entidad, pero todas juntas podrían convencer a un jurado de que Gabriel te hizo favores a causa de vuestra relación.
Julia se mordió el labio inferior.
—No te preocupes todavía —continuó Soraya—. Centrémonos en defendernos de esta demanda y ya nos preocuparemos más adelante si hace falta. A causa de los sindicatos, la administración es muy cautelosa a la hora de juzgar a personal a sueldo de la universidad. De momento, seguirán investigando. Sólo atacarán si lo ven muy claro.
»Mientras tanto, deja que presente una demanda contra esta tal Christa Peterson. De ahora en adelante, Gabriel y tú debéis ser muy prudentes. Nadie debe veros juntos en

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público. David os vigilará de cerca y, presumiblemente, interrogará a todas las personas que hayan estado en contacto con vosotros.
Julia negó con la cabeza. Al pensar en sus compañeros siendo llamados a testificar sintió náuseas.
—De acuerdo, pon la demanda. No creo que sirva para nada más que para enfurecerla, pero tú eres la abogada.
—Excelente. —Con una amplia sonrisa, Soraya se acabó el resto de su martini.
Esa misma tarde, al salir del ascensor de casa de Gabriel, Julia se cruzó con su vecino francocanadiense e intercambiaron una breve pero educada inclinación de cabeza antes de que ella abriera con su llave y entrara en el apartamento.
—Julianne, ¿eres tú? —preguntó Gabriel.
—Sí, ¿cómo ha ido tu reunión con el catedrático?
Se quitó rápidamente el abrigo y las botas y estaba a punto de ir hacia el salón, cuando Gabriel se reunió con ella en el recibidor.
—Primero quiero saber cómo ha ido tu reunión. —Le puso las manos en los hombros y la besó en la frente—. ¿Estás bien? ¿Qué ha pasado?
—Me han hecho unas cuantas preguntas y han dejado que me marchara.
Soltando un improperio, él la abrazó con fuerza.
—Si te pasara algo, yo no sé...
Ella le devolvió el abrazo, apoyando la cara en su camisa.
—Es Christa Peterson.
—¿Cómo? —Gabriel se echó hacia atrás para verle la cara.
—Christa me ha acusado de mantener relaciones sexuales contigo a cambio de favores académicos.
—¿Qué? —exclamó él, atónito.
Mientras Julia le relataba los detalles de la demanda y la conversación entre el doctor Aras y Soraya, la cara de Gabriel iba adquiriendo una expresión amenazadora. Al oír las palabras finales de David, dio un paso atrás.
Acto seguido, dio un puñetazo a la pared. Y no satisfecho con ello, repitió el gesto dos veces más.
Julia contempló boquiabierta como golpeaba la pared y apartaba el puño cubierto de polvo y escayola. Él estaba temblando, con los ojos cerrados, y respiraba entrecortadamente.
Ella quería salir huyendo de tanta violencia, pero se encontró clavada al suelo. Y se olvidó totalmente de sus ganas de irse de allí en cuanto vio unas cuantas gotas de sangre que caían en el suelo de madera oscura.
—¿Qué te has hecho? —Mirando a Gabriel a los ojos, que ardían de furia, tiró de él hasta el cuarto de baño de invitados—. Siéntate. —Al examinarle los nudillos, vio que se los había despellejado en varios sitios.
—Puede que necesites puntos —comentó—. ¿Te duele? ¿Te has roto algo?
Él abrió y cerró los dedos varias veces para demostrarle que no se había roto nada.
—De todos modos deberían hacerte una radiografía, por si acaso.
Como respuesta, Gabriel se frotó los ojos con el otro puño, suspirando entrecortadamente.
Julia rebuscó en el botiquín y cogió unas cuantas cosas de primeros auxilios.
—Trataré de curarte, pero creo que deberías ir al hospital.
—No es nada —respondió él, aún muy tenso.
Usando las pinzas, le quitó pedacitos de escayola de las heridas y se las limpió luego con yodo. Aunque no parecía que le estuviera haciendo daño, notó que Gabriel

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estaba temblando, probablemente de furia contenida.
—Siento haberte disgustado.
—¿Casi echo una pared abajo y me pides disculpas?
—No debería habértelo contado hasta que te hubieras sentado. O hasta después de que te hubieras tomado una copa.
Él negó con la cabeza.
—Entonces sí que hubiera echado la pared abajo. Estoy demasiado enfadado para beber.
Julia continuó hasta que él tuvo los nudillos limpios, desinfectados y vendados. Al acabar, le rozó la venda con los labios.
—Lo siento mucho.
Gabriel le cogió la mano.
—Deja de disculparte. Recuerdo otra ocasión parecida, en este mismo baño; aunque entonces era yo el que jugaba a médicos y tú eras la paciente.
—Qué vergüenza pasé ese día. Quería causarte buena impresión y no se me ocurrió otra cosa que romper la copa y manchar con Chianti tu preciosa camisa.
—Fue un accidente. Me costó mucho limpiarte las heridas. Tenía miedo de hacerte daño. Y eso fue antes de que... —se interrumpió y volvió a frotarse los ojos antes de seguir hablando—: Lo que ha pasado hoy ha sido por mi culpa. No he sabido protegerte.
—Gabriel —dijo ella en tono de advertencia. Se inclinó y le tomó la cara entre las manos para obligarlo a mirarla a los ojos—. No digas eso. Conocíamos los riesgos. Sabíamos dónde nos metíamos. No me importa lo que puedan hacerme. —Se le quebró la voz, pero siguió hablando—: Me da igual si no voy a Harvard o si no acabo el doctorado. Pero no quiero perderte.
Un extraño fuego iluminó la mirada de él.
—Ni siquiera el infierno podría apartarme de ti —susurró.
Y ambos se abrazaron desesperadamente, obteniendo consuelo del contacto con la piel del otro.
—¿Vas a contarme de qué has hablado con el profesor Martin?
Gabriel la llevó al baño principal y empezó a llenar la bañera.
—Relájate mientras lo hago.
—No estoy de humor para un baño de espuma. Me apetece más romper algo con una barra de hierro.
—Precisamente por eso necesitas un baño de espuma. Tengo que proteger las paredes que quedan en pie.
Julia se desnudó, se metió en la bañera y se cubrió con la espuma. Gabriel la contempló sin perder detalle. Se fijó en su cabello, recogido en lo alto de la cabeza de cualquier modo, en las delicadas curvas de sus pechos flotando en el agua como dos lirios blancos de puntas rosadas y en cómo se mordía el labio inferior hasta que se dio cuenta de que él la estaba mirando.
—¿Te acuerdas de la primera vez que nos bañamos juntos? —le preguntó ella, mientras Gabriel se sentaba en un taburete.
—No creo que pueda olvidarlo nunca.
—Estabas preocupado por mí y me llevaste en brazos hasta la bañera. —Julia sonrió tímidamente—. Ha sido de las cosas más amables que has hecho por mí.
—Gracias —dijo él, dándole un beso en la mejilla—, pero no estoy de humor para pensar en cosas agradables. Estoy demasiado furioso. Me gustaría arrancarle la lengua a David Aras y estrangularlo con ella.
—¿Y qué me dices del profesor Martin?

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Gabriel carraspeó.
—Si Christa sólo me hubiera demandado a mí, Jeremy me habría entrevistado en privado y probablemente habría descartado el asunto. Pero la demanda contra ti lo complica todo.
—¿Qué dice tu abogado?
—He decidido que sería mejor reunirme con Jeremy a solas.
Julia se sentó de un brinco, derramando agua.
—¿Qué? Pensaba que ibas a ir con tu abogado.
Gabriel se echó hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas.
—Jeremy me contrató. Lo considero un amigo. He pensado que sería más probable que resolviéramos el asunto si hablábamos a solas.
Ella abrió mucho los ojos.
—¿Y qué te ha dicho?
—Christa afirma que traté de iniciar una relación sexual con ella en varias ocasiones, incluidas las veces que me reuní con ella, tanto en el campus como fuera de él. Por lo visto, menciona la reunión en el Starbucks y la de Lobby.
»También me acusa de castigarla rechazando su proyecto de tesis y de amenazarla con expulsarla del programa. Afirma que, después de que me rechazara, le hice la vida imposible.
—Pero todo eso es mentira. Era ella la que te acosaba a ti.
—Exactamente eso es lo que le he dicho a Jeremy. Se ha enfadado bastante. Me ha dicho que tenía que haber denunciado la situación inmediatamente. A estas alturas, mis afirmaciones ya no son tan creíbles, aunque hay un par de cosas que Christa no ha tenido en cuenta.
—¿Cuáles?
—Su expediente académico. Jeremy y yo hemos tenido al menos dos conversaciones a lo largo del curso sobre su falta de progreso. Él sabe que le estaba costando mantenerse al nivel de los demás alumnos. En su expediente hay notas sobre esas reuniones y copias de sus trabajos. Además, Paul estuvo presente durante alguna de nuestras reuniones. Le he sugerido a Jeremy que hablara con él, además de con la señora Jenkins.
—Paul estaba conmigo en el Starbucks el día que te reuniste con Christa. Ella nos dijo que después planeaba llevarte a Lobby. Que esa noche tenía previsto intercambiar contigo algo más que nombres.
Gabriel frunció mucho el cejo.
—¿Qué?
—Me había olvidado de esa conversación o, si no, te lo habría mencionado antes. Paul y yo estábamos tomándonos un café. Christa entró antes de que tú llegaras y empezó a presumir de cómo pensaba seducirte.
Él se acarició la barbilla.
—¿Y Paul la oyó decir eso?
—Sí —respondió Julia, reprimiendo una sonrisa—. Me parece que el follaángeles se ha convertido en un ángel de la guarda.
Gabriel hizo una mueca.
—No nos entusiasmemos. ¿Qué más dijo?
—No mucho. Vimos que hablabais, pero estábamos muy lejos para oír lo que decíais. Aunque el lenguaje corporal era bastante obvio. Ella trataba de coquetear contigo y tú la reprendías. Podría decirle eso al profesor Martin, si quieres.
—Imposible. Estás demasiado involucrada en todo esto. —Volvió a rascarse la barbilla—. Jeremy me ha pedido que no hable con Paul sobre Christa. La situación es

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delicada, porque Paul es mi ayudante, pero Jeremy ha accedido a ir a verlo. Creo que sería mejor que tú tampoco le dijeras nada a Paul. Cuanto menos liemos las cosas, mejor.
—Él no soporta a Christa. Una de las primeras cosas que me dijo de ella era que quería convertirse en la señora Emerson. Sabía que te acosaba.
Gabriel hizo una mueca de disgusto.
—Le he recordado a Jeremy que aprobé el proyecto de Christa en diciembre, tras darle numerosas oportunidades de arreglarlo. Espero que, después de hablar con Paul, se haga una idea clara de lo que pasó en realidad.
Julia echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. Sabía que podían confiar en que Paul contara la verdad. A pesar de su antipatía por el profesor Emerson, desmontaría las falsas acusaciones de Christa.
Gabriel se levantó.
—Tengo que contarte otra cosa.
—¿De qué se trata? —preguntó ella sin abrir los ojos.
—Jeremy me ha preguntado si estábamos juntos y le he dicho que sí.
Julia abrió los ojos y lo miró fijamente.
—¿Cómo?
—Le he contado que esperamos a que acabara el semestre para iniciar nuestra relación.
—¿Y te ha creído?
—Creo que sí, pero igualmente está enfadado. Dice que debería haber hablado con él inmediatamente y que está obligado a denunciarme ante el comité por vulnerar las normas de la universidad.
—¡Oh, no! —Ella le dio la mano—. ¿Qué vamos a hacer?
—Me ha dicho que no va a echar más leña al fuego, que ya tenemos bastantes problemas, pero que tampoco piensa encubrirnos. —Inclinándose hacia ella, le dio un beso en la frente—. No te preocupes por Jeremy; yo me ocuparé de él. Mientras acabas de bañarte, llamaré a mi abogado para preparar el siguiente paso. —Y con una sonrisa, se levantó para irse.
—Gabriel, una cosa más. Dos, de hecho. Soraya quiere presentar una demanda contra Christa en mi nombre, alegando intención maliciosa.
—Me parece bien. A ver si así aprende a calibrar las consecuencias de sus actos.
—Y durante mi reunión de ayer con Nicole, ésta me comentó que hace tiempo que no vas a terapia.
Al ver la expresión de irritación de Julia, mezclada con tristeza, los hombros de Gabriel se hundieron.

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Visto en perspectiva, que Gabriel se olvidara de mencionar que no iba a terapia no tenía importancia. O eso pensó Julia. Discutieron un poco al respecto, pero estaban demasiado preocupados por los problemas con la universidad como para prestarle más atención.
Un día de la semana siguiente, Gabriel recibió una fría nota de Jeremy comunicándole que se había entrevistado con la señora Jenkins y con Paul. Aparte de esa nota, no tuvieron ninguna otra comunicación de la universidad.
David Aras pasó la noche del viernes solo en el despacho de su casa, con una botella de whisky Jameson. No era algo tan excepcional. Como responsable de Estudios de Posgrado, a menudo se llevaba trabajo a casa. Pero esa noche se encontraba metido en una situación tan compleja como delicada.
La demanda por acoso sexual de la señorita Peterson había sido puesta en duda por más de un testigo. Sin embargo, la demanda por fraude académico contra la señorita Mitchell lo había alertado sobre un posible caso de confraternización entre Julia y el profesor Emerson. El problema era que las pruebas eran contradictorias.
Según la información que le había proporcionado el profesor Martin, Paul Norris había pintado un retrato inmaculado de la señorita Mitchell. Mientras el whisky le quemaba la garganta, David se preguntaba si el señor Norris vería alas en la espalda de todas las mujeres con las que se relacionaba o si sólo tenía debilidad por las jóvenes de Selinsgrove, Pensilvania.
(Dondequiera que estuviera eso.)
Según el señor Norris y la señora Jenkins, la señorita Mitchell era una joven tímida, a la que el profesor Emerson tenía manía. Paul Norris afirmó que el profesor había discutido públicamente con ella en uno de sus seminarios.
Después de la discusión, Emerson le había pedido a la profesora Picton que supervisara el proyecto de la señorita Mitchell, dado que la joven era una amiga de la familia y podía haber conflicto.
Eso había sido una sorpresa.
El profesor Emerson no se había opuesto a la admisión de la señorita Mitchell al programa y eso que sabía que él era el único especialista en Dante. Si el conflicto de intereses era tan evidente, ¿por qué no se había manifestado antes en contra? ¿O por qué no se lo había comentado al profesor Martin al inicio del semestre?
Los expedientes del profesor Emerson y de la señorita Mitchell no tenían sentido. Y a David no le gustaban las cosas que no tenían sentido. (En su universo, las cosas eran siempre lógicas y sensatas.)
Mientras le daba vueltas a las pruebas, insertó un dispositivo USB en el ordenador. Abrió la única carpeta que contenía y empezó a revisar el listado de correos electrónicos del profesor Emerson, que el Departamento de Información y Tecnología le había facilitado. Ajustó los parámetros para que se mostraran solamente los mensajes enviados o recibidos a o por la señorita Mitchell, la señorita Peterson, el señor Norris y la profesora Picton.
La búsqueda pronto dio frutos. El primer correo enviado por el profesor Emerson a la señorita Mitchell tenía fecha de octubre de 2009.
Querida señorita Mitchell:

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Necesito hablar con usted sobre un tema bastante urgente.
Por favor, contácteme lo antes posible. Puede llamarme al siguiente número de móvil: 416-555-0739.
Saludos,
Prof. Gabriel O. Emerson
Profesor
Departamento de Estudios Italianos / Centro de Estudios Medievales
Universidad de Toronto
El segundo mail era la respuesta de la señorita Mitchell a ese mensaje:
Dr. Emerson:
Deje de acosarme.
Ya no quiero nada con usted. No quiero conocerlo. Si no me deja en paz, me veré obligada a presentar una demanda por acoso. Y eso es lo que haré si se pone en contacto con mi padre. Inmediatamente.
Si cree que voy a permitir que algo tan insignificante me aparte de mis estudios, está muy equivocado. Necesito otro director de proyecto, no un billete de vuelta.
Saludos,
Señorita Julia H. Mitchell
Humilde estudiante de máster,
que pasa de rodillas más tiempo que cualquier puta.
Posdata: Devolveré la beca M. P. Emerson la semana que viene. Felicidades, profesor Abelardo. Nadie me ha humillado tanto como usted el domingo pasado.
El doctor Aras enderezó la espalda y releyó los dos correos, examinando cada palabra.
Aunque tenía una vaga idea de quién era Pedro Abelardo, lo buscó en Google para refrescarse la memoria. Eligió una biografía que le pareció fiable y empezó a leer.
«Quod erat demonstrandum», pensó.

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En su casa del centro de la ciudad, Jeremy Martin estaba tumbado en su sofá de piel, escuchando a Beethoven con los ojos cerrados, mientras su esposa se preparaba para acostarse. Como catedrático de Estudios Italianos, era responsable de mucha gente, incluido el personal docente y los alumnos. Saber que Gabriel había salido con una antigua alumna le preocupaba mucho.
Sabía que la demanda de Christa Peterson era maliciosa, pero debía ser tomada en consideración, como todas las demandas. El hecho de que tuviera razón en que Gabriel y Julianne estaban saliendo daba credibilidad al resto de sus acusaciones. Gabriel era su amigo y colega, pero al mantener su relación en secreto lo había puesto en una situación muy incómoda ante David.
A lo largo de su carrera, tanto en Estados Unidos como en Toronto, había visto a muchas jóvenes y prometedoras alumnas convertirse en juguetes sexuales de sus profesores. Su esposa, sin ir más lejos, había visto arruinados sus estudios de lingüística por un profesor/amante cuando se había hartado de soportar su alcoholismo. Las heridas de Danielle habían tardado años en cicatrizar. Aún en esos momentos se negaba a tener nada que ver con la universidad.
A Jeremy le dolería que la carrera de Julianne tuviera el mismo final.
Pero por otro lado no podía permitir que el profesor estrella de su facultad fuera acusado y vilipendiado por una infracción que no había cometido. Si David Aras llevaba adelante la investigación, Jeremy haría todo lo que estuviera en sus manos para asegurarse de que se hiciera justicia. Y si no lo lograba, al menos se aseguraría de proteger su departamento.
Por esa razón se horrorizó tanto al encontrar copias de cartas dirigidas al profesor Emerson y a la señorita Mitchell entre su correo, el primer jueves de marzo.
Maldiciendo entre dientes, leyó el contenido de las cartas antes de hacer una discreta llamada a uno de sus contactos en la oficina de David Aras. Media hora más tarde, llamaba al profesor Emerson.
—¿Has mirado el buzón de tu casa esta mañana?
Gabriel frunció el cejo.
—No. ¿Por qué?
—Porque he recibido copia de la carta en la que te anuncian que la señorita Mitchell y tú estáis siendo investigados por mantener una relación inadecuada mientras ella era tu alumna.
—Joder.
—Exacto. ¿Estás sentado?
—No.
—Pues siéntate. Acabo de hablar con un contacto en la oficina de David Aras. Julianne ha presentado una demanda contra Christa Peterson y ésta ha respondido amenazando con demandar a la universidad por permitir que Julianne haya recibido trato de favor por acostarse contigo. La acusación de Christa forma parte del proceso que se ha abierto sobre tu relación con Julianne.
—¡Es ridículo!
—¿Lo es?
—Por supuesto que lo es. Es totalmente absurdo.
—Me alegra oírlo, Gabriel, porque la universidad se toma estos asuntos muy en

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serio. La oficina del rector le ha encargado a David y a otras dos personas que formen un comité que investigue las acusaciones. Os citarán a Julianne y a ti para que os presentéis ante ellos, juntos.
Gabriel soltó una maldición.
—¿Quiénes están en el comité?
—Mi contacto no me lo ha dicho. Lo bueno es que se trata sólo de una vista de investigación. Según lo que recomienden los miembros del comité, la oficina del rector decidirá si se presentan cargos o no. En caso afirmativo, Julianne y tú deberéis comparecer frente a un tribunal disciplinario. No hace falta que te explique las consecuencias, si las cosas llegan hasta ese punto.
—¿Por qué no me ha llamado David? Todo esto podría resolverse en diez minutos.
—Lo dudo. No paran de llegar quejas y acusaciones y tú estás en el centro de todas.
Gabriel sintió que el corazón le dejaba de latir.
—¿Crees que seguirán llegando?
—Tengo mis sospechas, pero no hay nada confirmado.
—¡Maldición! —Gabriel se frotó los ojos bruscamente—. ¿Crees que estamos en apuros?
—Te recomendaría que dejaras de hablar en plural y te centraras en tus problemas. Ese plural es lo que te ha metido en esto.
—Responde a mi pregunta, por favor.
Jeremy echó un vistazo a las cartas que tenía delante.
—David tiene dudas sobre la legitimidad de las calificaciones de Julianne, por lo que ha dejado su nota temporalmente en el aire. Eso implica que su expediente estará incompleto hasta que se resuelva el asunto.
—No podrá graduarse —susurró Gabriel.
—Las normas de la universidad obligan a suspender la nota definitiva hasta que las infracciones estén resueltas.
—Así que, dependiendo de lo que se tarde en llegar a una conclusión, no podrá ir a Harvard.
—Si el asunto se resuelve a su favor, se le mantendrá la nota con efectos retroactivos, aunque mucho me temo que para entonces ya habrá perdido la plaza en Harvard. A menos que pueda convencerlos de que esperen a la resolución del caso.
—Su admisión está condicionada a que acabe los cursos aquí de manera satisfactoria. Puede intentarlo, pero no creo que esté en situación de pedir nada. Si Harvard se entera de esto, retirarán su oferta.
—En ese caso, lo mejor será que empiece a rezar para que el asunto se resuelva cuanto antes. Y, francamente, yo que tú haría lo mismo. Si te declaran culpable de fraude académico, lo más probable es que pierdas la plaza.
—Joder. —Gabriel dio un golpe en la mesa—. ¿Cuándo hemos de presentarnos frente al comité?
—El veinticinco de marzo, jueves.
—Eso nos deja menos de un mes para resolverlo todo antes de que Julia tenga que graduarse.
—Ya sabes que los procedimientos universitarios van a paso de tortuga. —Jeremy carraspeó—. ¿No estás preocupado por ti? ¿Ni un poquito?
—No especialmente —contestó Gabriel.
—Pues deberías estarlo. Te confieso que tú eres mi principal preocupación, aunque lamentaría ver el futuro académico de Julianne amenazado.

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—No permitiré que eso pase.
—Y yo no permitiré que sacrifiquen a uno de mis mejores profesores. —Jeremy respiró hondo—. Según la normativa que se os acusa de violar, tu responsabilidad es mayor que la de ella. Se dice que la has evaluado siguiendo criterios que no son los de sus méritos académicos.
—Eso es ridículo y tienes la documentación que lo demuestra.
—No, no la tengo —replicó Jeremy, dando unos golpecitos a los papeles que tenía delante—. Tengo documentación, pero es incompleta. No me notificaste vuestra relación hasta hace muy poco y ahora mi jefe no para de hacerme preguntas. ¿Te haces una idea de la posición en la que me has puesto? Cada vez que el rector me pregunta algo, parece que acabe de caerme del guindo y que no tenga ni idea de lo que pasa en mi propio departamento.
Gabriel hizo una profunda inspiración antes de preguntar:
—¿Qué tratas de decirme?
—Que la has jodido bien jodida, Gabriel, no hay otra manera de decirlo. No pienso poner en peligro mi trabajo de tantos años sólo para cubrirte las espaldas.
Él no supo qué decir.
—¿Por qué no me dijiste que estabas saliendo con ella? —continuó Jeremy—. Fui yo quien te contrató, por el amor de Dios.
—No pensé que fuera asunto tuyo ni de nadie con quién me acostaba.
—No puedes estar hablando en serio. —Jeremy maldijo entre dientes—. Conoces las normas que regulan las relaciones con los estudiantes. Mantener tu relación con Julianne en secreto te hace parecer culpable.
—Jeremy, ¿puedo contar con tu apoyo o no? —preguntó Gabriel, apretando los dientes.
—Haré lo que pueda, pero es posible que no pueda hacer mucho. En tu lugar, yo iría a hablar con la Asociación de Profesores y haría que un representante del sindicato me acompañara a la reunión.
—Todo esto no es más que una caza de brujas iniciada por una alumna contrariada. Lo único que quiere Christa Peterson es que me despidan.
—Es muy posible, pero no te pierdas en las anécdotas de este culebrón, porque lo que es innegable es que has violado la normativa universitaria. Y eso hace que la administración esté mucho más receptiva a aceptar que también eres culpable de los demás cargos. Por cierto, he recibido un correo del decano. Me pregunta por la beca M. P. Emerson. Por tu bien, espero que no tengas nada que ver con esa beca.
Gabriel soltó una retahíla de improperios, pero Jeremy lo interrumpió.
—Si no tienes abogado, amigo mío, éste sería un buen momento para contratar uno.
Mascullando entre dientes, Gabriel colgó el teléfono, se dirigió al comedor y se sirvió una copa.
Aunque Gabriel notificó su situación a la Asociación de Profesores, rechazó que lo acompañaran a la vista. John opinaba que su propia presencia resultaría más intimidadora que la de un representante sindical, aunque dejó claro que si la reunión acababa en cargos, sería recomendable incluirlos en las negociaciones.
Le aconsejó también usar la táctica del bloqueo y lo animó a instruir a Julia en lo que no debía decir. En caso de que ella no colaborara, John pretendía argumentar que la joven era una estudiante impresionable y psíquicamente inestable que se había obsesionado con Gabriel siendo aún una adolescente y que no había parado hasta seducirlo.

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Confiando en que su cliente le seguiría la corriente, John no se molestó en hablarlo con él.
Los consejos de Soraya tenían mucho en común con los de John. Le dijo a Julia que no dijera nada y, en caso de que la presionaran, que culpara a Gabriel de todo. Soraya estaba encantada con la idea de echarle la culpa a él. Lo pintaría como un profesor mucho mayor que ella, con un pasado de desenfreno, que había seducido a una alumna inocente con promesas de un futuro en común duradero y feliz. Cuando Julia replicó que quería decir la verdad, ella le dijo que era muy mala idea.
Planeaba sacar a relucir la reputación de hombre promiscuo de Gabriel, así como sus roces con las fuerzas del orden.
Al igual que John, confiaba en la colaboración de su cliente y, por lo tanto, no se molestó en especificarle a Julianne los detalles de su estrategia.
La noche antes de la vista, Julia se despertó al oír que algo golpeaba la ventana de su apartamento. Al principio pensó que estaba soñando, pero cuando el sonido se repitió, saltó de la cama y descorrió la cortina. Gabriel estaba allí, con la nariz pegada al cristal. Con el abrigo y la boina, hundido en la nieve hasta la rodilla, tenía un aspecto desesperado, casi frenético.
Abrió la ventana y se hizo a un lado. Una bocanada de aire helado entró con él en el apartamento. Una vez dentro, cerró la ventana de golpe, corrió el seguro y devolvió las cortinas a su posición original.
—Gabriel, ¿qué estás haciend...?
Pero no pudo acabar la pregunta, porque él la estrechó entre sus brazos. Notó el olor del whisky cuando él la besó. Aunque sus labios estaban helados, su boca y su lengua eran cálidos y acogedores. El ardor de sus besos, profundos y sensuales, se extendió por la piel de Julia.
—¿Estás borracho? ¿Qué ha pasado?
Él se apartó un momento, pero sólo para quitarse el abrigo y la boina. Luego, en seguida volvió a abrazarla, acariciándole los brazos con sus dedos helados; desabrochándole la chaqueta del pijama y deslizando una mano en su interior para acariciarle los pechos.
Mientras se despojaba de la camisa, la empujó hacia atrás. Julia se quitó el pijama mientras él se libraba del resto de la ropa. En pocos segundos estaban desnudos. Tirando de ella, Gabriel la atrajo hacia sí y la abrazó, rodeándose las caderas con sus piernas. Nunca se habían desnudado y amado con tanta urgencia.
Después caminó con ella en brazos hasta la puerta. Le acarició el sexo con los dedos helados mientras le atrapaba un pezón con la boca y succionaba.
Julia gritó, sorprendida por su inesperado fervor. La diferencia de temperatura de sus cuerpos se fue igualando poco a poco. El firme torso de Gabriel se calentó al entrar en contacto con sus suaves y cálidas curvas. Cuando notó que ya estaba preparada, la embistió, clavándose en ella y gruñendo contra su cuello. Al notarla tan cerca, se relajó un poco. No quedaba espacio entre ellos. No había nada que los separara.
Su cópula fue rápida y escandalosa; probablemente la conexión física más intensa que habían tenido nunca, superando incluso al polvo contra la pared en Florencia. No tardaron mucho en estallar de placer, con el corazón desbocado y la sangre corriéndoles acelerada por las venas. Agarrándose con fuerza el uno al otro, gritaron de éxtasis antes de derrumbarse, saciados, sobre la estrecha cama de Julia.
Gabriel la estaba aplastando, pero ella no dejaba que se moviera. Él trató de apoyar el peso en uno de los brazos, pero no quería romper el contacto total, piel contra piel.

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Julia le acarició el pelo y le dijo lo mucho que lo amaba, mientras él enterraba la nariz en su cuello, inhalando su aroma. También le dijo que no necesitaba beber si tenía problemas, que podía hablar con ella.
Gabriel suspiró.
—Estoy hablando contigo —susurró, besándole los hombros—, pero no me escuchas.
Antes de que Julia pudiera protestar, la besó. La discusión murió antes de empezar, ya que Gabriel la excitó de nuevo hasta que unieron sus cuerpos una vez más.
Al despertarse a la mañana siguiente, el apartamento estaba en silencio. Aparte del cerrojo de la ventana sin correr y del aroma a sexo que permanecía pegado a su cuerpo y a las sábanas, no había ni rastro de ningún visitante nocturno.
Buscó por el estudio, esperando encontrar una nota, un mensaje, algo. Pero no encontró nada, ni siquiera un correo electrónico. Y una sensación de pánico la invadió.
Al día siguiente, siguiendo las instrucciones de Soraya, Julia se dejó el pelo suelto, lo que la hacía parecer más joven e inocente. A las once en punto de la mañana se reunió con la abogada en el pasillo, frente a la sala de juntas.
Gabriel y John ya estaban allí, con las cabezas muy juntas y hablando apresuradamente en voz baja. Los dos iban vestidos con traje oscuro y camisa blanca. Pero Gabriel llevaba también una pajarita verde que resaltaba el azul de sus ojos.
Sus miradas se cruzaron sólo un instante, pero bastó para que Julia se diera cuenta de que estaba preocupado. No sonrió ni la saludó con la mano. Parecía que quisiera mantener las distancias.
Ella se le habría acercado, pero Soraya la sujetó y la hizo sentar en un banco, al lado de la puerta. De repente, ésta se abrió y un joven muy corpulento y enfadado salió al pasillo.
—¿Paul? —Julia se levantó.
Él se detuvo y la miró sorprendido.
—¿Julia? ¿Estás bien? Dime que no...
Se interrumpió bruscamente al ver a la abogada, que se había levantado y se había acercado a su cliente. Se quedó mirando boquiabierto a ambas mujeres hasta que, entornando los ojos y maldiciendo entre dientes, se dirigió a la escalera.
—¡Paul! —lo llamó Julia, mientras él desaparecía escaleras abajo.
—¿Lo conoces?
—Es un amigo.
—¿De verdad? —Soraya parecía sorprendida.
—¿Por qué? ¿Os conocéis?
—El año pasado demandó a una de mis clientas. Durante ese caso fue cuando me gané el odio del doctor Aras.
Julia tardó unos instantes en procesar la información. Al comprenderla, se sentó con cuidado.
«¿Soraya fue la abogada de la profesora Singer? ¿Dónde me he metido?»
La ayudante del doctor Aras, Meagan, interrumpió sus pensamientos al abrir la puerta y anunciar que los miembros del comité preferían entrevistar al profesor Emerson y a la señorita Mitchell juntos.
Tras una breve consulta con los respectivos abogados, Gabriel y Julia entraron en la sala seguidos de John y de Soraya. En cuanto se hubieron sentado, en lados opuestos del pasillo, David Aras empezó a hablar. Según su costumbre, comenzó por presentarse él y presentar luego a los otros miembros del comité, los profesores Tara Chakravartty y Robert Mwangi.

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—La doctora Chakravartty, vicepresidenta de Diversidad.
Ésta era una mujer pequeña y hermosa, de origen hindú y pelo largo y liso, oscuro como sus ojos. Llevaba un traje negro y un gran pañuelo de color naranja rodeándole el torso como si fuera un sari. Le dirigió a Julia una sonrisa tranquilizadora, entre miradas agresivas en dirección a David Aras.
—El doctor Mwangi, vicepresidente de Asuntos Estudiantiles.
El profesor Mwangi era un keniata-canadiense que llevaba gafas de montura metálica y una camisa sin chaqueta ni corbata. Era el que iba vestido de un modo más informal de los cuatro y el que tenía un aspecto más amigable.
Cuando le sonrió a Julia, ella le devolvió la sonrisa.
El doctor Aras prosiguió con unos cuantos comentarios introductorios.
—Señorita Mitchell, profesor Emerson, se les ha notificado por carta el motivo por el que se ha requerido su presencia. Con motivo de la investigación sobre la demanda de conducta inadecuada, señorita Mitchell, hemos hablado con la profesora Picton, la señorita Peterson, la señora Jenkins, el profesor Jeremy Martin y el señor Paul Norris.
»Durante la misma, han salido a la luz varios hechos, que han sido corroborados por más de un testigo. —Miró a Gabriel, apretando los labios—. Por esa razón, la oficina del rector ha ordenado la formación de este comité.
»Los hechos que han salido a la luz son los siguientes: primero, que una discusión de carácter personal tuvo lugar entre la señorita Mitchell y el profesor Emerson durante el seminario del día veintiocho de octubre de dos mil nueve.
»En segundo lugar, que el treinta y uno de octubre, la profesora Picton accedió a supervisar el proyecto de tesis de la señorita Mitchell a petición del profesor Emerson, quien posteriormente informó al profesor Martin sobre el cambio. Argumentó que el cambio era necesario a causa de un conflicto de intereses, concretamente que la señorita Mitchell era una amiga de la familia. Los trámites burocráticos necesarios para llevar a cabo el cambio se realizaron en noviembre.
»En tercer lugar, el diez de diciembre, el profesor Emerson dio una conferencia pública en Florencia, Italia, a la que acudió acompañado por la señorita Mitchell. A lo largo de la velada, él la presentó a los asistentes como su prometida. Estos hechos están documentados con textos y fotografías y han sido corroborados por el profesor Giuseppe Pacciani, presente en la conferencia. —Sostuvo en alto una hoja de papel que parecía ser una copia de un correo electrónico.
Gabriel fulminó el papel con la mirada, refunfuñando entre dientes al oír el nombre de Pacciani.
El doctor Aras miró entonces a Gabriel.
—¿Fue acosado por la señorita Mitchell para que mantuviese una relación amorosa con ella?
Julia casi se cayó de la silla.
Todos los ojos de la sala se clavaron en Gabriel, que se sulfuró. Su abogado empezó a susurrarle furiosamente al oído, pero él lo apartó con un gesto de la mano.
—Rotundamente no.
—Muy bien. ¿Mantiene actualmente una relación con la señorita Mitchell?
—Doctor Aras —protestó John—, no nos ha presentado ninguna prueba de que se haya infringido ninguna norma académica. Lo único que nos ha ofrecido ha sido una cronología superficial, abierta a interpretaciones, y un artículo de un periódico sensacionalista italiano. No permitiré que presione a mi cliente.
—Si su cliente no tiene nada que ocultar, debería responder a nuestras preguntas. ¿Cuándo empezó su relación con su alumna, la señorita Mitchell?

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Antes de que John pudiera volver a protestar, la profesora Chakravartty lo interrumpió.
—Me opongo a este tipo de preguntas. Las relaciones entre profesores y alumnos del mismo departamento no pueden ser admitidas. Me gustaría que mi objeción constara en acta.
El doctor Aras asintió en dirección a su ayudante, Meagan, que estaba tomando notas a toda velocidad en un ordenador portátil.
—Anotado —dijo él, tras resoplar irritado—. En seguida volveremos al tema. Pero antes, ¿profesor Emerson?
—Con el debido respeto, doctor Aras, mi cliente no está obligado a responder a suposiciones y especulaciones. Pero tal vez la señorita Mitchell quiera contestar a la pregunta. —Tras mirar de reojo a Soraya, John sonrió inocentemente.
—Muy bien. ¿Señorita Mitchell?
Soraya le dirigió a John una mirada asesina antes de volverse hacia el comité.
—Mi cliente ya fue sometida a una experiencia de hostigamiento en la oficina del doctor Aras cuando se la obligó a defenderse de una demanda muy seria, pero absolutamente maliciosa, interpuesta por otra estudiante. En vista del estrés y del trauma emocional causado, solicito que dirijan sus preguntas directamente al profesor Emerson. Fue él quien propuso que la profesora Picton fuera la supervisora, es su firma la que está en los documentos. Nosotras no tenemos nada que decir.
Julia se acercó a la abogada para protestar, pero Soraya no la escuchó.
Ella apretó los dientes.
—Ah, el clásico dilema del prisionero. Me pregunto si son conscientes de hacia adónde nos lleva todo esto si persisten en su actitud. —El doctor Aras carraspeó antes de añadir—: Si quieren, puedo ofrecerles unos minutos para que hablen con sus abogados, pero espero que respondan a las preguntas del comité rápidamente y con sinceridad.
»Si no obtenemos testimonios, nos reservamos el derecho a decidir basándonos en las pruebas que hemos podido reunir. Y a transferir el asunto a la oficina del rector para que presente cargos. Disponen de cinco minutos. —Su voz era fría y sin expresión.
—Dado que las relaciones entre profesores y alumnos del mismo departamento no pueden ser admitidas, propongo que el profesor Emerson salga de la sala para que podamos entrevistar a la señorita Mitchell. —La profesora Chakravartty le dirigió a Julia una mirada comprensiva—. Está en un entorno seguro. No se tomarán represalias contra usted por nada de lo que diga ante este comité. Si ha sido víctima de acoso sexual, podemos ayudarla.
La actitud amable de la mujer se transformó en repugnancia al mirar a Gabriel.
Julia se puso en pie de un salto.
—El profesor Emerson no me acosó.
Soraya la agarró del brazo, pero ella se soltó bruscamente. Así que la abogada se puso en pie a su lado, esperando el momento adecuado para protestar.
Gabriel negó con la cabeza, nervioso, pero Julia no lo vio.
—Mientras fui su alumna, no estuvimos juntos y nuestra relación actual es consentida.
La sala entera contuvo el aliento unos instantes, antes de que el silencio se rompiera por el sonido de los bolígrafos de los miembros del comité al tomar notas.
El doctor Aras se echó hacia atrás en la silla. No parecía sorprendido en absoluto.
Ése fue el primer indicio de que algo había salido muy, muy mal.
Julia se sentó lentamente, sin escuchar lo que Soraya le estaba susurrando al

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oído y se volvió hacia Gabriel. Aunque éste estaba mirando fijamente al frente, ella sabía que notaba su mirada. Apretaba los dientes con fuerza y tenía los brazos cruzados ante el pecho, con los ojos clavados en David Aras, como una cobra esperando el momento de atacar.
—Gracias, señorita Mitchell, así que la relación es de carácter amoroso. —El hombre desvió la vista hacia Gabriel antes de volver a fijarla en Julia—. Ya que ha sido tan comunicativa, permítame que le haga otra pregunta. ¿Cuándo compraron los billetes de avión para Italia?
Ella lo miró sin comprender.
—Sin duda, los reservaron antes del día ocho, es decir, antes de que finalizara el semestre. Lo que implica que aceptó ir con él de viaje antes de que el profesor le entregara su nota. Y eso puede plantear dilemas en una relación profesor-alumna, ¿no le parece?
Julia abrió la boca para responder, pero Soraya se le adelantó.
—Con el debido respeto, doctor Aras, está especulando.
—En realidad, señorita Harandi, estoy haciendo una inferencia razonable de un quid pro quo —replicó él apretando los labios—. Es más, estoy sugiriendo que su clienta ha cometido perjurio al afirmar que no tenía ninguna relación con el profesor durante el semestre pasado. ¿Nos tenemos que creer que su relación empezó milagrosamente en el mismo instante en que acabó el semestre?
Julia inspiró hondo y el sonido se oyó en toda la sala. Al otro lado del pasillo, Gabriel revelaba su ansiedad apretando mucho los puños, que trataba de esconder a ambos lados del cuerpo.
El doctor Aras empezó a hablar, pero el profesor Mwangi lo interrumpió:
—Señorita Mitchell, me parece oportuno recordarle las penas por perjurio y por violar las normas de no confraternización de esta universidad. —Su voz tranquila y amable contrastaba con la impaciencia de su colega en el comité—. El perjurio puede suponer la expulsión o sanciones severas. Y la violación de la política de no confraternización puede poner en peligro su situación académica.
»Hasta principios de noviembre, estuvo preparando su proyecto de tesis bajo la supervisión del profesor Emerson; sólo un mes antes de su viaje a Italia. Estuvo matriculada en su seminario hasta el final del semestre y obtuvo un sobresaliente.
»La política de no confraternización tiene como objetivo proteger a los estudiantes para que no sean víctimas del acoso de los profesores y evitar así posibles tratos de favor. Si se hubiera dado de baja del seminario del profesor Emerson, no estaríamos aquí, pero como siguió siendo su alumna, tenemos un problema.
Y dicho esto, le entregó unos papeles a Meagan, que les dio una copia a Julia y otra a Soraya. Mientras esta última leía los documentos, Julia los contemplaba horrorizada. Volvió a mirar a Gabriel, pero él no le devolvió la mirada.
—El profesor Martin ha declarado ante este comité que no recuerda haber hablado con el profesor Emerson sobre la conveniencia de que fuera la profesora Picton la que calificara su trabajo. La oficina del registro afirma que fue el profesor Emerson quien puso la nota, mediante el sistema de calificación por Internet. Como pueden ver, tenemos copias impresas de esos documentos electrónicos.
—Doctor Mwangi, dado que acabamos de recibir estos documentos, solicito un receso para poder comentarlos con mi clienta. —La voz de Soraya interrumpió los pensamientos de Julia.
—Su clienta ha cometido perjurio, así que ya no vamos a concederle ningún receso —replicó el doctor Aras con severidad.
—No estoy de acuerdo —lo interrumpió la profesora Chakravartty—. La

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señorita Mitchell no está en disposición de juzgar si fue o no víctima de coerción. Ciertamente, cualquier perjurio por su parte podría ser excusado si hubiera sido víctima de acoso sexual.
—La profesora Picton calificó mi trabajo. Ella podría aclarar este malentendido. —El tono de Julia sonó extrañamente decidido, lo que contrastaba con el temblor de su voz.
—Doctor Aras, disculpe que lo interrumpa, pero acabo de recibir un correo electrónico de la profesora Picton —dijo Meagan en voz baja.
Acercándose a su jefe, le mostró la pantalla del ordenador portátil.
Él leyó el texto rápidamente antes de indicarle que se apartara con un gesto de la mano.
—Parece que la profesora Picton confirma su historia, señorita Mitchell.
Soraya se echó hacia adelante en la silla.
—En ese caso, todo aclarado. Respetuosamente, solicito que este comité concluya su investigación y ponga fin a este asunto.
—No tenga tanta prisa, señorita Harandi. —El profesor Mwangi miró alternativamente a Gabriel y Julia, sin molestarse en ocultar su curiosidad—. Si la relación es consentida, ¿por qué el profesor Emerson se esconde detrás de su abogado?
—No han hecho más que presentarnos especulaciones y fantasías. ¿Por qué iba a molestarse mi cliente en responder? —El tono de John era despectivo.
—Tenemos derecho a llegar a nuestras propias conclusiones respecto a las pruebas. No puedo hablar por mis ilustres colegas, pero en mi opinión, su cliente y la señorita Mitchell tuvieron una relación el semestre pasado, lo que implica que violaron la ley de no confraternización, y que la señorita Mitchell ha cometido perjurio.
John se puso en pie.
—Si ésa es la postura de este comité, solicitamos la asistencia de un representante de la Asociación de Profesores y de otro de la Asociación Canadiense de Profesores Universitarios y les avisamos de que tomaremos todas las medidas legales necesarias en caso de que se difame a mi cliente.
El doctor Aras sacudió la mano.
—Siéntese. No respondemos a las amenazas.
Esperó a que John tomara asiento antes de lanzar el bolígrafo sobre la mesa. Luego se quitó las gafas y las dejó junto a éste.
—Dado que, al parecer, hemos topado con un iceberg, propongo suspender esta sesión hasta recabar más información.
Gabriel apretó los dientes. Cualquier retraso era una amenaza para la entrada de Julia en Harvard.
—Creo que, antes de concluir la sesión, deberíamos darle a la señorita Mitchell la oportunidad de contar su historia sin la presencia en la sala del profesor Emerson —insistió la profesora Chakravartty—. El profesor Emerson es un hombre poderoso, señorita Mitchell. Tal vez estaba preocupada por su situación académica y él se aprovechó de su ansiedad. Puede que ahora piense que la relación es consentida, pero ¿siempre lo creyó así? Varios testigos han afirmado que fue muy duro con usted en varias ocasiones.
—¡Esto es una vergüenza! Doctor Aras, ¿va a permanecer de brazos cruzados mientras mi cliente es difamado por uno de los miembros de su comité? Quiero que mi objeción conste en acta, así como que pienso presentar una demanda contra la profesora Chakravartty por conducta poco profesional. —John parecía estar a punto de sufrir una apoplejía.
—Quiero que el profesor se quede —dijo Julia en voz baja.

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—Bien. —La voz de la profesora Chakravartty se suavizó—. Estoy segura de que esta situación es estresante y compleja, pero quiero que sepa que este comité tiene en su poder el correo electrónico que usted le envió al profesor Emerson, en el que le rogaba que dejara de acosarla. Repito que estamos aquí para averiguar la verdad.
Julia parpadeó, pero siguió viéndolo todo borroso. Los sonidos también le llegaban como con sordina, como si estuviera dentro del agua. Todo se ralentizó, y en especial su mente, ante la enormidad de la revelación de la profesora Chakravartty y sintió que un frío intenso se apoderaba de su cuerpo.
Meagan alargó unos papeles a John y a Soraya.
John les echó un vistazo rápido antes de dejarlos a un lado.
—Está absolutamente fuera de lugar sorprendernos con documentación nueva a estas alturas.
—No estamos en un juicio; esto es sólo una vista de investigación. No estamos sujetos a las mismas normas que rigen en los juicios, señor Green. Profesora Chakravartty, puede continuar. —Y el doctor Aras se reclinó en la silla, mirando a la profesora con interés.
—Sé que no interpuso una demanda por acoso contra el profesor Emerson, pero aún está a tiempo. Si lo desea, podemos quedarnos a solas y discutirlo.
John negó con la cabeza.
—Mi cliente niega taxativamente cualquier acusación de acoso, ni sexual ni de otro tipo. Si alguien debería estar siendo investigada por acoso, ésa es la señorita Christa Peterson, instigadora de todo este enredo.
—La señorita Peterson será investigada y se le pedirán explicaciones de sus actos, no se preocupe. —El tono del profesor Mwangi era directo y sereno—. Señorita Mitchell, yo también estoy muy interesado en este correo electrónico. Le dice al profesor Emerson que deje de acosarla. ¿Podría explicarnos en qué contexto hizo esa petición?
—Fue un error. —Aunque Julia contestó en voz baja, su respuesta llegó a todos los rincones de la sala.
—¿Un error? —repitió la profesora Chakravartty.
—Tuvimos un malentendido. No debí usar la palabra «acoso». Estaba enfadada, no lo decía en serio.
Soraya le habló al oído, pero ella se apartó y empezó a retorcerse las manos.
—No hubo acoso, por eso no presenté ninguna demanda.
La profesora Chakravartty la miró con escepticismo antes de volverse hacia el doctor Aras.
—Creo que sería conveniente aplazar la vista. Tengo un montón de preguntas que me gustaría que respondieran los demás testigos. Y también me gustaría interrogar a la señorita Mitchell en un entorno menos hostil —añadió, fulminando al profesor Emerson con la mirada.
—La señorita Mitchell ha negado la alegación y no presentó ninguna demanda contra mi cliente. Según el párrafo diez de la normativa universitaria sobre acoso sexual, no se la puede obligar a presentarla. ¿Podemos pasar a otro tema? —protestó John.
—No necesito que me diga cómo llevar esta reunión, señor Green —le espetó el doctor Aras—. Le dedicaremos el tiempo que consideremos necesario.
A continuación, les hizo un gesto al resto de los miembros del comité para que se acercaran. Hablaron en susurros durante unos instantes. La sola mención de un retraso hizo que el corazón de Julia se acelerara. Miró asustada a Gabriel, que parecía muy sofocado.

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Poco después, el doctor Aras volvió a ponerse las gafas y miró a su alrededor.
—Siguiendo la sugerencia de la profesora Chakravartty, se suspende esta vista. Le doy las gracias por su colaboración, señorita Mitchell. Usted, profesor Emerson, no nos ha dicho nada. Su falta de cooperación no nos deja otra opción que volver a interrogar a todos los testigos. Particularmente, tengo mucho interés en hablar con el catedrático de su departamento, el profesor Martin.
»Si la relación entre la señorita Mitchell y usted es consentida, ambos pueden haber violado la ley de no confraternización. Y en cuanto a usted, señorita Mitchell, puede haber cometido perjurio respecto a la fecha de inicio de la relación. Por otro lado, el correo electrónico que le envió al profesor se contradice con el resto de sus afirmaciones. Y no me olvido de la mención de la beca M. P. Emerson que cita en ese mismo correo.
»No voy a permitir presiones para resolver este asunto antes de tenerlo todo muy claro, así que se suspende momentáneamente la vista hasta haber recabado nueva información. Este retraso puede ser de varias semanas, dependerá de la colaboración que recibamos de su parte. Por supuesto, si prefieren que no haya retraso, pueden responder a nuestras preguntas —concluyó, mirando con severidad a John y a Gabriel.
Julia vio como Gabriel cerraba los ojos y murmuraba algo antes de ponerse en pie.
—Ya basta.
Seis pares de ojos se volvieron hacia el profesor de aspecto enfadado que estaba fulminando a los miembros del comité con la mirada.
—No hay necesidad de retrasar nada. Colaboraré —declaró, con la mandíbula apretada y los ojos brillantes.
A Julia se le cayó el alma a los pies.
—Parece que por fin hemos captado su atención, profesor Emerson, y hemos logrado que salga de detrás de su abogado —comentó el profesor Mwangi con sarcasmo.
—Ese comentario no es digno de usted —replicó Gabriel con gesto despectivo.
—¿Está dispuesto a responder a las preguntas de este comité? —el doctor Aras interrumpió el duelo de miradas de ambos profesores.
—Sí.
Cuando John se hubo recuperado de la sorpresa, se colocó al lado de Gabriel.
—Doctor Aras, mi cliente no ha venido solo. ¿Me concede un momento para hablar con él?
Cuando él asintió, John empezó a susurrarle rápidamente algo a Gabriel al oído.
Julia se dio cuenta en seguida de que a él no le gustaba lo que estaba oyendo, por lo que no le extrañó cuando éste le dijo que no a su abogado con la cabeza.
Con una mirada severa, hizo callar a John.
—Estoy dispuesto a responder a sus preguntas, pero no delante de la señorita Mitchell. Algunas de las respuestas son de carácter personal y por... bueno... por varias razones, prefiero que sean confidenciales.
El doctor Aras lo observó atentamente antes de asentir.
—Muy bien. Señorita Mitchell, puede retirarse por el momento, pero no abandone el edificio. Podemos necesitarla más adelante.
—Si el profesor Emerson piensa difamar a mi clienta, puede hacerlo delante de ella —protestó Soraya.
—Las normas de la universidad y del sindicato de profesores aseguran la confidencialidad en todos los procesos judiciales. —La voz Aras era fría como el hielo.
Tras consultar un instante con sus colegas, asintió en dirección a Julia.

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—Si el profesor Emerson ofrece algún testimonio que implique a su clienta, se le dará la posibilidad de defenderse. Las cuestiones que no la afecten se mantendrán en la confidencialidad. Señorita Harandi, señorita Mitchell, pueden retirarse de momento. Mi ayudante las avisará si se requiere su presencia más adelante.
Negando con la cabeza, Soraya tomó a Julia del brazo y trató de sacarla de la sala.
Pero ella plantó los pies en el suelo con firmeza.
—Nuestra relación fue consentida. Sabía lo que estaba haciendo y no me arrepiento de nada. ¡De nada! No ha habido nada sucio en todo esto. Nunca existió acoso.
El doctor Aras se fijó en que el profesor Emerson se frotaba los ojos y maldecía entre dientes.
—Señorita Mitchell, tendrá oportunidad de defenderse si es necesario. Si nos disculpa...
Tirando de su clienta con más fuerza, Soraya la sacó de la sala.
Julia trató en vano de intercambiar una mirada con Gabriel antes de irse, pero éste tenía la cabeza baja y los ojos cerrados.

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—¿Qué? —casi gritó el profesor Martin al auricular del teléfono de su oficina.
En el otro extremo del campus, Meagan, la ayudante del doctor Aras, se volvió hacia la pared para repetir el mensaje en voz más alta.
—Le he dicho que al doctor Aras le gustaría hacerle unas preguntas sobre el profesor Emerson y Julianne Mitchell. El profesor Emerson acaba de reconocer haber quebrantado varias normas universitarias. Puede mantenerse al habla mientras pongo la llamada en modo altavoz.
—Madre de Dios —susurró Jeremy, abriendo y cerrando la boca como un pez fuera del agua.
—¿Profesor Martin? A los miembros del comité les gustaría hablar con usted. —Meagan se volvió y miró a su jefe.
—Voy ahora mismo para allá. ¡Dígale a su jefe que no mueva un dedo hasta que yo llegue!
Colgando el teléfono de golpe, Jeremy salió de su oficina a la carrera, olvidándose de cerrar la puerta. Cruzó el Queen’s Park, deteniéndose sólo para evitar ser atropellado por el tráfico y llegó a la sala de conferencias del decanato despeinado, jadeante y muy enfadado por estar en tan baja forma física.
—¡Deténganse! —exclamó, abriendo las puertas con dramatismo, antes de apoyar las manos en las rodillas para recuperar el aliento.
—Gracias por unirse a nosotros, profesor Martin —lo saludó el doctor Aras, con ironía.
—He venido... tan rápido... como he podido... ¿Qué... está pasando?
David Aras le hizo un gesto a su ayudante para que le sirviera un vaso de agua al profesor Martin, que éste aceptó agradecido. Mientras bebía, buscó con la mirada a Gabriel, que estaba sentado estoicamente junto a su abogado.
El doctor Aras frunció el cejo.
—Parece que las cosas no funcionan como deberían en su departamento. El profesor Emerson acaba de confesar que acosó a la señorita Mitchell y que inició una relación sentimental con ella mientras era todavía su alumna. Nos gustaría saber desde cuándo está al corriente de esta situación.
—¿Perdón? —Jeremy se dejó caer pesadamente en una silla.
—Nos dijo que el profesor Emerson le había informado de su relación con la señorita Mitchell en algún momento de este semestre, pero que no recordaba cuándo. Me pregunto si sabía que su relación se inició el semestre pasado.
Jeremy frunció mucho el cejo.
—¿Que yo... qué?
—El profesor Emerson trató de ocultar su relación trasladando la supervisión del proyecto y de los trabajos de la señorita Mitchell a la profesora Katherine Picton —explicó el profesor Mwangi—. ¿Estaba usted al corriente de todo esto? ¿Desde cuándo?
La expresión de Jeremy se volvió muy seria.
—Con el debido respeto, ¿me están juzgando a mí o a Gabriel? Me han dicho que querían hacerme preguntas relacionadas con él y la señorita Mitchell. En ningún momento se me ha comunicado que estuviese bajo sospecha. De otro modo, habría informado a la Asociación de Profesores y habría venido acompañado por un representante del sindicato.

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El profesor Mwangi se dio cuenta de que se había quedado con la boca abierta y la cerró de golpe.
—Profesor Martin, no hace falta que se ponga a la defensiva —dijo el doctor Aras, fulminando al profesor Mwangi con la mirada—. Sólo queremos saber si puede aportar algo de luz a la declaración del profesor Emerson. Eso es todo.
»Luego volveremos al tema de las fechas. Ahora mismo, lo que me interesa es este correo electrónico que la señorita Mitchell envió al profesor Emerson, en el que lo acusa de acoso y le anuncia que devolverá la beca M. P. Emerson. ¿Qué puede contarnos al respecto?
Jeremy miró a Gabriel de reojo. No tenía ni idea de qué lo había empujado a confesar. No tenía sentido. Si no hubiera abierto la boca, el comité lo habría tenido muy difícil para demostrar nada. Pero al haber hablado, había puesto su carrera a disposición de quienes lo estaban juzgando, en un acto que sólo podía describirse como un haraquiri académico. Y, además, lo había comprometido a él con su confesión, lo que no le hacía ninguna gracia.
—No tenía conocimiento de ningún acoso. Como catedrático de Estudios Italianos, me ocupo de que las normas universitarias se cumplan escrupulosamente. —Con una mirada en dirección a Meagan, añadió—: Y me gustaría que mi expediente administrativo constara en acta.
Con un gesto, el doctor Aras le indicó a su ayudante que accedía a su demanda.
—¿La señorita Mitchell ha interpuesto una demanda por acoso? —preguntó Jeremy a los miembros del comité.
Éstos negaron con la cabeza.
—¿Puedo ver ese correo?
Cuando el doctor Aras asintió, Meagan le alargó una copia.
Mientras leía, Jeremy trató de obtener alguna información del lenguaje corporal de Gabriel, mirándolo de reojo de vez en cuando. Pero él permanecía inmóvil, mirando al frente, abriendo y cerrando los puños. Imposible deducir qué mosca le había picado.
—Dado que la señorita Mitchell no lo denunció, supongo que es que cambió de idea. Tal vez escribió el correo en un momento de enfado y luego, al reflexionar con calma, se dio cuenta de que se había equivocado. No parece que se lo haya tenido en cuenta más adelante. —Jeremy le devolvió la copia a Meagan.
—¿Qué sabe de la beca? —preguntó la profesora Chakravartty.
Él se volvió hacia David Aras para responder.
—En su momento, informé al decano de que una organización filantrópica estadounidense, cuyo nombre no recuerdo, se había puesto en contacto con nosotros, ofreciendo una beca a una de nuestras alumnas. La fundación quería que la tuviera el alumno con mejores calificaciones de nuestro departamento. Es todo lo que recuerdo.
—¿Qué conexión hay entre el profesor Emerson y la beca?
—Ninguna, que yo sepa —respondió Jeremy, encogiéndose de hombros.
El profesor Mwangi unió las manos y las apoyó encima de la mesa.
—Me cuesta creerlo. Hay coincidencia de nombre, departamento y alumna. Son muchas coincidencias. Además, la señorita Mitchell parece haber llegado a la misma conclusión. ¿Por qué, si no, amenazaría al profesor con rechazarla?
Jeremy le dedicó una sonrisa melancólica.
—¿Recuerda cómo era su vida de estudiante? ¿Vivir a base de fideos y café por la falta de sueño? Los estudiantes tienen todo tipo de conductas extrañas bajo esas circunstancias. Estoy seguro de que todos nosotros hemos visto a los estudiantes hacer cosas incluso más raras.
»Les aseguro —continuó, señalando a Gabriel con la cabeza— que el profesor

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Emerson no tiene ninguna relación con la beca. Yo fui quien se la asignó a la señorita Mitchell y lo hice basándome en su expediente, ya que es la alumna matriculada en el programa de cursos de doctorado con mejores calificaciones. Si quieren saber más detalles sobre la fundación que patrocina la beca, pueden hablar con Tracy, la encargada de las donaciones.
Gabriel hizo un esfuerzo para disimular la sorpresa. No había esperado que su jefe lo defendiera. Se removió en la silla y se pasó una mano por el pelo, esperando la respuesta de Aras.
—No será necesario —dijo éste, quitándose las gafas y mordisqueando una de las varillas, pensativo—. Como ya sabe, el profesor Emerson ha asumido toda la responsabilidad de su relación con la señorita Mitchell. Ha admitido que se aprovechó de su vulnerabilidad, prometiéndole que se ocuparía de todo. La aparición en escena de la profesora Picton, así como el nerviosismo de la señorita Mitchell, parecen confirmar sus afirmaciones.
»Dado que el profesor Emerson detentaba una posición de poder sobre ella y dado que varios testigos han afirmado que el profesor fue muy duro con la joven a principios de curso, ponemos en duda que su relación fuera consentida. —Al decir esto, se volvió hacia la profesora Chakravartty, que asintió triunfalmente—. Por consiguiente, nos inclinamos a perdonar su perjurio, ya que se cometió bajo presión y desestimamos la demanda contra ella. A menos que usted tenga alguna razón para que no lo hagamos.
Gabriel dirigió una mirada tan amenazadora a Jeremy que éste casi se encogió.
—No, no veo ninguna razón para sancionar a la señorita Mitchell. —Incómodo, se tiró del cuello de la camisa.
—Le propondremos a la señorita Mitchell que considere presentar una demanda por acoso. Aparte de eso, teniendo en cuenta que el profesor se ha mostrado muy colaborador, no veo motivo para seguir alargando este asunto. Sin embargo, me pregunto si no debería sugerirle al rector una investigación de oficio del Departamento de Estudios Italianos. Hemos recibido una demanda de acoso de otra estudiante, la señorita Peterson. Y la señorita Mitchell ha interpuesto a su vez una demanda contra ella. Son muchos acontecimientos desafortunados para un solo semestre, profesor Martin. ¿Qué está pasando en su departamento?
Jeremy enderezó la espalda.
—Estoy tan sorprendido y disgustado como usted. Pero no puedo entrometerme en la vida privada de los miembros de mi departamento.
—No, pero esperamos que garantice un entorno seguro para sus estudiantes, especialmente para las mujeres. —El tono de la profesora Chakravartty era severo y reprobatorio.
El doctor Aras la interrumpió.
—A pesar de todo, profesor Martin, soy consciente de su reputación intachable y de la buena imagen de su departamento. Por eso me gustaría conocer su opinión sobre las consecuencias que deberían tener estas infracciones de la normativa universitaria. Le invito a que se reúna con nosotros mientras lo discutimos —añadió, haciendo un gesto con la mano para que se acercase a la mesa.
Jeremy carraspeó.
—Gracias. Pero me gustaría hablar un momento con el profesor Emerson primero.
—Su testimonio consta en acta. Meagan le proporcionará una copia de la transcripción.
—Dado que soy su superior directo, me gustaría hacerle mis propias preguntas. Espero que, como su catedrático que soy, no me niegue ese derecho.

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El doctor Aras frunció el cejo.
—De acuerdo, tiene cinco minutos.
Agradeciéndoselo con una inclinación de cabeza, Jeremy se dirigió a la puerta, esperando a que Gabriel se reuniera con él.
Gabriel rechazó el intento de John de acompañarlo y se dirigió lentamente hasta su viejo amigo, con los hombros hundidos.
—¿Qué coño has hecho? —le preguntó Jeremy entre dientes, dando la espalda a la mesa.
—Iban a aplazar la reunión para seguir investigando en profundidad. Julianne habría perdido la plaza en Harvard. Iban a sancionarla por fraude académico y perjurio.
—¿Y qué demonios crees que va a pasar ahora? ¡Pueden despedirte!
—Antes de declarar, mi abogado ha pedido indulgencia. Aras ha accedido, siempre y cuando no haya incurrido en ninguna actividad delictiva.
Jeremy se frotó la cara con las manos.
—Así que has ido y lo has soltado todo. ¿Estás mal de la cabeza? Deberías haberte quedado calladito.
—¿Y arruinar la vida de Julianne? ¡Nunca!
Jeremy lo miró muy serio.
—Podrían quitarte la plaza. Si te expulsan, ninguna universidad te contratará. Ya puedes despedirte de tu carrera.
Gabriel se mantuvo firme.
—No me importa.
—¿Ah, no? Pues a mí, sí. No pienso perder a uno de mis mejores profesores por culpa de una alumna. Con los recortes que están haciendo, no podré sustituirte. Ya es bastante grave que sólo podamos tener a un especialista en Dante. ¿Cómo iba a ofrecer un programa decente sin ninguno?
—Eso no es problema mío.
—Por supuesto que lo es —replicó Jeremy—. Julianne, tú y esa... esa... Christa me estáis desmontando el departamento. Incluso si me dieran permiso para buscar a alguien que ocupara tu plaza, ¿quién va a querer venir a trabajar aquí cuando se corra la voz de estas demandas?
—El doctor Aras me ha prometido absoluta confidencialidad —susurró Gabriel, testarudo—. Por eso he accedido a declarar.
Jeremy negó con la cabeza.
—No lo entiendes, ¿verdad? Soy tu amigo y me has hecho quedar como un idiota. Lo más probable es que me investiguen para asegurarse de qué sabía y desde cuándo. Voy a tener que presentarme ante Dios sabe cuántos comités y tribunales.
—Lo siento —se disculpó Gabriel secamente.
—Es lo menos que puedes hacer. Me has hecho quedar como un débil que permite que un profesor depredador campe a sus anchas acosando a sus alumnas. Tienes suerte de que sea Tara la que está en el comité y no la catedrática de Estudios Femeninos. Ésa te habría hecho colgar por las pelotas en medio del campus.
Gabriel enderezó la espalda.
—Les aseguraré que tú no sabías nada y asumiré las consecuencias.
Jeremy dio un paso hacia él y lo miró fijamente.
—No me vengas con esos aires de mártir. Estás perjudicando a mucha gente con esa cruzada de protección de tu conquista. No es sólo tu culo el que está en riesgo de recibir una patada. El mío también. Y si nos echan a los dos, ¿quién crees que protegerá a Julianne?
—Si tratan de despedirme, los demandaré.

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Jeremy puso los brazos en jarras.
—Será demasiado tarde. En cuanto te despidan, las noticias llegarán a Harvard y la reputación de Julianne quedará manchada. Habrás destrozado su reputación, la mía y la del resto de los profesores y alumnos del departamento. El escándalo nos salpicará a todos. —Negó con la cabeza—. ¿Cómo has podido hacernos algo así?
En silencio, Gabriel apretó los puños varias veces.
Tras maldecir en voz alta, Jeremy se volvió, pero antes de que se alejara, él lo agarró del brazo.
—Lo siento.
—Es demasiado tarde para disculpas.
—No había pensado en las implicaciones que tendría para ti ni para los otros. No he pensado. —Con expresión atormentada, añadió—: Por favor, Jeremy. Ayúdanos.
Su amigo lo miró sin dar crédito. El seguro profesor Emerson parecía desesperado y asustado. Nunca lo había visto así.
—Has causado mucho daño tratando de protegerla. Deberías haberlo negado todo.
—Pero entonces la habrían sancionado a ella, o habrían alargado la investigación.
—Podría haberse vuelto a presentar el año que viene.
—Pero la habrían rechazado. Cuanto más se alargue la investigación, más posibilidades hay de que la información se filtre y se difunda. La comunidad universitaria es pequeña. Todo se acaba sabiendo.
—Por supuesto. —Jeremy negó con la cabeza—. ¿Cómo se te ocurre tirarte a una alumna?
Gabriel se sulfuró y dio un amenazador paso hacia adelante.
—No me la tiré.
—No, claro. Estamos todos jodidos sólo por un capricho de David Aras.
Con las aletas de la nariz dilatadas, Gabriel se mordió la lengua para no responder.
Jeremy lo miró con decisión.
—Mi prioridad es el departamento, pero no quiero que nadie os perjudique ni a ti ni a Julianne. Demasiadas mujeres han pagado ya las consecuencias de los apetitos de sus profesores, ¿no crees?
Apretando los labios, Gabriel permaneció en silencio.
—Te ayudaré, pero a partir de ahora haremos las cosas a mi manera, ¿está claro? No voy a arriesgarlo todo sólo para que vuelvas a cagarla en cuanto me dé la vuelta.
Él pensó unos instantes antes de asentir.
—Pues ahora ya únicamente tengo que convencer al doctor Aras para que se conforme con sólo un trozo de tu cabellera y no exija arrancártela entera.
Sin despedirse, se dirigió hacia la mesa, donde se unió al resto del comité en sus deliberaciones.
Suspirando, Gabriel dejó caer la cabeza.

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25
Cuando Meagan fue a buscarlas para que regresaran a la sala, a Julia no le quedaban uñas y la adrenalina de Soraya había alcanzado niveles altísimos.
Inmediatamente, Julia buscó a Gabriel con la mirada y lo que vio la alarmó. Tenía los hombros hundidos y la espalda encorvada. La cabeza inclinada sobre el pecho y las manos muy apretadas.
Lo miró fijamente, esperando que él le devolviera la mirada, pero no lo hizo.
El profesor Martin estaba sentado a su lado, con los brazos cruzados sobre el pecho. No parecía nada contento.
—Señorita Mitchell —dijo el doctor Aras—, permítame que vaya al grano. En vista de lo declarado por el profesor Emerson, puede retirarse. Informaremos a la oficina de registro de que su calificación es correcta y no debe modificarse.
Julia abrió la boca, sorprendida.
—Haremos todo lo que esté en nuestra mano para asegurarnos de que nadie vuelva a acosarla. —Mirando hacia Gabriel, añadió—: Si el profesor Emerson la molesta de alguna manera o si tiene dudas sobre las consecuencias de su relación con él, por favor, póngase en contacto con el profesor Martin inmediatamente.
»Está en su derecho de presentar una demanda contra el profesor Emerson si lo desea, pero deberá hacerlo antes de sesenta días desde el momento en que entregue el trabajo de final de programa. —Señalando a Soraya con la cabeza, añadió—: Estoy seguro de que su abogada le detallará los particulares de la normativa sobre demandas por acoso. Sé que usted ha presentado una demanda contra la señorita Peterson, pero esperamos que ambas las retiren, teniendo en cuenta el resultado de esta vista. Es libre de marcharse cuando quiera.
—Gracias, doctor Aras —dijo Soraya, sonriéndole ampliamente a la profesora Chakravartty, mientras aquél recogía sus papeles.
—No soy ninguna víctima —dijo Julia, testaruda.
—¿Perdón? —El doctor Aras la miró por encima de las gafas.
—He dicho que no soy ninguna víctima; que nuestra relación es consentida. —Se volvió hacia Gabriel—. ¿Qué está pasando?
Él mantuvo la mirada fija en el suelo.
—Señorita Mitchell, este comité se ha asegurado de que el profesor Emerson tuviera la oportunidad de declarar —le dijo el profesor Mwangi amablemente—. Basándonos en sus palabras, lo consideramos responsable de sus actos. Y nos comprometemos a ocuparnos de su bienestar.
—Mi bienestar va directamente ligado al suyo. Si van a castigarlo, castíguenme a mí también —replicó ella, dando un paso hacia la mesa.
Levantando la cabeza de golpe, Gabriel le dirigió una mirada furiosa.
—Señorita Mitchell, la universidad tiene el deber de proteger a sus estudiantes de ser acosados por sus superiores. Por favor, déjenos hacer nuestro trabajo. —El tono de la profesora Chakravartty era comprensivo.
—Estamos en esto juntos. Si él es culpable, yo también.
—No necesariamente.
—Entonces, díganme lo que ha dicho. Denme la oportunidad de responder.
Julia miró con desesperación a los miembros del comité, con la esperanza de que alguno de ellos se ablandara.

160
—El profesor Emerson ha admitido haber mantenido una relación inadecuada con usted mientras era su alumna. La profesora Picton ha confirmado que calificó su trabajo y que supervisó su proyecto de tesis. Así que estamos dispuestos a ser indulgentes con usted. A menos que insista en lo contrario.
—¡Por supuesto que insisto! Quiero que lo dejen en paz.
Los miembros del comité negaron con la cabeza.
—¿Por qué creen lo que dice él y no me creen a mí? Yo soy la alumna. Mi testimonio debería tener más peso. Él no hizo nada malo. Tienen que creerme. —Julia estaba al borde de las lágrimas.
—Señorita Harandi, controle a su clienta —dijo el doctor Aras elevando la voz, irritado.
—¡Por favor! —suplicó Julia, acercándose aún más a ellos—. Tienen que creerme. Déjenlo en paz.
—Les presentaremos un acuerdo de confidencialidad para que lo firmen todas las partes implicadas, tanto para su protección como para respetar la integridad de este procedimiento. Repito, para cualquier otro problema, diríjase al profesor Martin. —Y le hizo un gesto a Soraya con la cabeza.
—Vamos, Julia. —La abogada le tiró del brazo, pero fue en vano—. Vámonos antes de que cambien de idea.
—Gabriel, ¿qué ha pasado? —Julia dio un paso hacia él, pero la punta de la bota se le enganchó en la alfombra y se cayó de rodillas.
Cuando él levantó la cabeza, sus miradas por fin se cruzaron. Julia ahogó una exclamación al ver sus ojos tan fríos y carentes de expresión.
Gabriel volvió a agachar la cabeza.
En un instante, el fuego que corría por las venas de ella se transformó en hielo.




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