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Finding It - Cap. 9 y 10

9


Traducido por Snowsmily
Corregido por Gabbita
Se quedó en silencio y me llevó a través de la habitación oscura y
me depositó en una silla. Dejó mi bolso y mi ropa a mis pies. Yo había
comprobado esas cosas. Debió haberlas recogido, pero no podía
recordar cuándo. Se arrodilló frente a mí y posó una mano en la silla,
junto a mi muslo.
—¿Por qué no querrías que te viera, Kelsey?
Mi cabeza se encontraba lo suficientemente despejada para
ordenarle a mi boca que se quedara cerrada. No iba a desnudar mi
alma ante él. Viví toda mi vida como la chica confiada, la chica que no
teme ser valiente o atrevida o independiente. Pero esa era una parte
que interpretaba, justo como cualquier otra. Una fachada dura y una
máscara eran necesidades de mi niñez. Pero cuando creces utilizando
una máscara, en verdad nunca conoces la cara detrás de ella. Aunque
podría adivinar la que yo escondía debajo. Era lo contrario a mi
espejismo: fea y asustada de no valer el costo de mi manicura. Si
perdiera mi máscara, si la dejaba caer, no tendría nada.
—Kelsey, mírame.
Mis parpados estaban pesados y mi visión borrosa, pero me
obligué a concentrarme en él.
—Eres hermosa, eso es todo lo que veo.
Traté de sonreír, pero no pude. No cuando sabía lo delgada que
era esa máscara tan bella… lo débil.
Me observó por un par de segundos y el agotamiento se desplegó
sobre mí como una ola. Mi cabeza comenzó a inclinarse y tomó toda mi
fuerza mantener mi cuello derecho.
Aclaró su garganta una, dos, tres veces. O tal vez sólo fue una vez
y el tiempo o mi mente se habían sacudido. Dijo—: Yo, um, deberíamos
sacarte de tu traje de baño húmedo.
Bostecé y dije—: De acuerdo. —Traté de ponerme de pie, pero
mis piernas colapsaron debajo de mí. Atrapó mis brazos y mi pecho se
deslizó contra el suyo. El mundo se enfocó rápidamente de nuevo y mi
respiración se normalizó.
67
Hunt se aclaró la garganta de nuevo y alejó la mirada. Mi traje de
baño consistía en tiras de tela que se envolvían alrededor de mi pecho,
la parte baja de mi cintura y luego se ataban a la parte inferior de mi
bikini. Alcance uno de los nudos que sujetaban mi traje de baño en mi
cadera, pero mis dedos se sentían inservibles, como si todos mis huesos
hubieran desaparecido. Incluso cuando me las arreglé para agarrar la
tela, no era lo suficientemente fuerte para hacer algo con ella.
Mis músculos se estremecieron con cansancio y me sentí
mareada.
—No puedo.
La fuerza de la gravedad parecía estar al doble y simplemente no
podía seguir de pie más tiempo. Hunt me sostenía en sus brazos, pero el
resto de mi cuerpo comenzaba a desplomarse.
—Está bien. Te ayudaré. Está bien.
Me bajó hacia la silla, pero luego dio algunos pasos atrás. Dejó
escapar un fuerte suspiro y recorrió sus manos por su cabeza y las bajó
por su cara.
Murmuró—: ¿Qué mierda estoy haciendo?
Flexionó los puños y giró el cuello. Me encontraba muy cansada
para hacer algo más que observar la manera en que su cuerpo se
movía, hombros amplios inclinándose en sus musculosos brazos.
Dijo que estaba bien un par de veces para sí mismo, agarró algo
de una maleta y luego se giró hacia mí.
Se arrodilló de nuevo y dijo—: Ten, ponte esto.
Traté de alzar los brazos para ayudarlo a deslizar la camisa gris
oscuro sobre mí, pero mis brazos se quedaron tercamente a mis
costados. La tiró sobre mi cabeza y olía como él. Cerré los ojos para
inhalar la esencia. Tomó una de mis manos y me las arreglé para agarrar
sus dedos. Sonrió de modo tranquilizador y luego maniobró mi brazo a
través de la manga. Hizo lo mismo con el otro brazo y su mano
accidentalmente rozó mi pecho. Dejé salir un ruidito, casi un gemido. Su
agarre se apretó sobre mi mano y cerró los ojos por un par de segundos.
Luego de una pausa, se disculpó y terminó de poner en su lugar a mi
brazo.
Cuidadosamente, dejó mi mano a mi costado y luego caminó
hasta el otro lado de la habitación. Dándome la espalda, envolvió las
manos alrededor de su cuello y se quedó quieto y callado.
La tensión surgía de sus brazos flexionados hasta su espalda rígida.
Quería ponerme de pie, cruzar la habitación y trazar las líneas de su
cuerpo. Quería presionarme contra su espalda.
Pero no podía.
68
—De acuerdo. Siguiente paso —dijo, concentrándose en mí como
si tuviera un problema que resolver, una tarea que completar.
Cruzó la habitación y colocó una mano alrededor de mi espalda
y otra debajo de mis rodillas para levantarme. Conmigo en sus brazos,
dobló y recogió el cobertor de la cama. Me tendió contra las frías
sábanas limpias y me estremecí. Encendió la lámpara junto a mí y se
arrodilló a mi lado. Incliné la cabeza y me encontré con su mirada
oscura. La tenue luz amarilla proyectaba sombras sobre los ángulos de
su rostro, acentuando su fuerte mandíbula y nariz recta.
Pensé que había renunciado porque me cubrió con las mantas.
Me estremecí de nuevo y cerré los ojos. Entonces, sentí el roce de sus
dedos contra mi cadera, debajo de las mantas. Abrí los ojos para ver su
sonrisa inquieta.
—¿Estás tan asustado de verme desnuda?
Terminó de desamarrar ese primer nudo con alivio.
—No estoy asustado, cariño.
Las tiras se aflojaron y él debió haber pensado que yo era la
asustada porque dijo—: Te prometo que no miraré.
Llegó más lejos debajo de la frazada para retirar la tira de tela de
mi estómago, pero el resto se envolvía debajo de mí, desde mi espalda
hasta mi pecho.
—¿Puedes levantarte? Así podría ser más fácil.
Traté de presionar mis manos contra el colchón y arquear mi
cuerpo, pero estaba muy indefensa. El alcohol o las drogas o lo que sea
que fuera, me había golpeado bastante fuerte así que me sentía casi
paralizada por el agotamiento.
—No puedo. —Detesté el temblor en mi voz y cuán débil me
hacía sonar, pero sentía como si mi cuerpo se hubiera encendido y no
tenía más el control.
El pánico se desplegó muy lentamente, como cuando se abre
una flor. Me obligué a mantener los ojos abiertos y centrados. Sabía lo
que vería si los dejaba cerrarse.
Hunt tomó asiento en el borde de la cama a mi lado.
—Envuelve tus manos alrededor de mi cuello y me usaré para
levantarte.
Lentamente, me las arreglé para guiar a mis brazos fuera de las
sábanas. Él se aseguró de que permanecieran en su lugar antes de
levantarme y ayudarme a enganchar mis manos alrededor de su cuello.
—Sólo sostente.
69
Colocó las manos por debajo de mi enorme camiseta y lo sentí
tirar de la tela de mi traje de baño, pero no se deshacía. Sólo movía el
resto de mi traje de baño.
—Maldita sea. La otra pieza está ajustada sobre ésta. Espera.
Metió la mano debajo de la otra tira, y la extendió para poder
deslizar la otra por debajo. Mis brazos dolían, así que enterré los dedos
con más fuerza contra su nuca. Contuvo el aliento y sus manos en mi
espalda vacilaron.
—¿Hunt?
Observé su manzana de Adam subir y bajar mientras tragaba.
—¿Sí?
Sus dedos patinaban por la parte inferior de mi espalda,
arrastrando la tela con ellos. Deslicé una mano desde su nuca hasta la
mandíbula y le dije—: Dime tu otro nombre. El otro por el que la mayoría
de la gente no te llama.
Sus ojos alcanzaron mi rostro, viajando brevemente de mis labios a
mis ojos.
—No lo recordarás mañana, cariño.
—Eso no significa que no quiero saberlo, cariño.
Arqueó su boca en una sonrisa, pero desapareció casi de
inmediato. Terminó de soltar la tira, y la mano que la había estado
sosteniendo se presionó contra mi piel desnuda. Sus largos dedos se
pasearon por toda la extensión de la espalda y la habitación pareció
elevarse varios grados.
—Jackson. Mi nombre es Jackson Hunt.
Le sonreí y me devolvió una pequeña sonrisa de las suyas.
—Bueno, Jackson Hunt. Deja de ser un marica y termina de
quitarme la ropa.
Se rió entre dientes, con voz baja y rasposa, y se convirtió en una
completa risa enloquecida.
—Eres algo más, ¿lo sabías?
—Como dijiste, no voy a recordarlo mañana. Simplemente
acabemos con ello.
Gimió y con sus uñas rascó la barba incipiente de su mandíbula.
Murmuró algo entre dientes que sonó como—: Pero yo lo recodaré.
Exhausta, con frío y cansada de esperar, me acomodé de nuevo
en la almohada y su mano se trasladó desde mi espalda hasta a mi
costado mientras me movía. Hice mi mejor esfuerzo para empujar las
cubiertas hacia abajo. La camiseta se amontonó alrededor de mi caja
torácica.
70
Se estremeció, alejando su rostro. —Jesús, Kelsey.
El aire frío me abrazó desde la cintura, tensando mi piel.
—No es para tanto.
—Sí, lo es. No puedo aprovecharme de ti de esa manera. No
cuando no estás lo suficientemente sobria para tomar decisiones con
todos tus sentidos.
Gemí. —No te estás aprovechando de mí. He pasado por eso. No
se sintió así.
Su cabeza se giró hacia la mía.
—¿Qué dijiste?
Me sentía tan cansada ahora que podía sentir las lágrimas
acumulándose al borde de mis ojos. Eso era todo. Agotamiento.
—Nada.
—Kelsey…
—No importa. Sólo ayúdame, ¿por favor? Por favor.
Desteté la desesperación en mi voz, pero necesitaba que esto
acabara, necesitaba dejar de pensar.
Después de un pesado suspiro y un par de segundo de mirar el
techo, terminó de retirar las mantas y comenzó a trabajar en el otro
nudo. Cuando empezó a desenredar el traje de baño, sus ojos se
pegaron a mi rostro.
Se inclinó hasta que sólo una media docena de centímetros nos
separaban. Su rostro se cernía sobre el mío y un pequeño fuego se llevó
más de la niebla en mi cabeza. Deslizó una mano por debajo de mi
espalda y levantó mi cintura. Tragué, y retiró la tela debajo de mí. Tiró
con bastante fuerza para que el traje de baño se resbalara por mis
hombros y hasta abajo por mis codos.
Arqueé la espalda un poco más y mi abdomen rozó su pecho.
Hizo un sonido bajo en su garganta y cerró los ojos. Ese sonido me
recorrió la piel y los músculos, y se alojó en lo profundo de mis huesos.
Rápidamente, terminó de desenredar la tela y luego sacó el traje
de baño. Oí el golpe húmedo de la tela cuando cayó al suelo y aunque
él no me tocaba, una de sus manos seguía bajo la camiseta,
hundiéndose en el colchón un centímetro lejos de mi piel desnuda.
Sus ojos se abrieron y el espacio entre nosotros crujió con la
energía. Sus ojos cayeron a mis labios y su respiración voló a través de mi
boca.
Gemí y él gruñó una palabra de cinco letras.
—Jackson.
71
Cerré los ojos y elevé mi barbilla. Mis músculos se tensaron en la
anticipación. Su muñeca rozó mis costillas y sus labios descendieron
hacia los míos.
Esto se sentía más como estar drogado que cualquier otra cosa.
En el último segundo, se desvió y en su lugar, presionó un beso en
mi mejilla. Se quedó allí, sus labios y su barba rozándose contra mi piel y
dijo—: No puedo. Así no. Si voy a cruzar esta línea, estoy segurísimo de
que quiero que lo recuerdes.
—No es cruzar una línea si lo quiero.
Me aferré a él lo más fuerte que pude en mi estado actual.
—Yo también te deseo. Pero no tienes idea de cuantas líneas
estaría cruzando, incluso si estuvieras sobria.
—¿Qué significa eso?
—Significa que haré que estés lista para la cama y luego diré
buenas noches.
—Entonces alístame para la cama. —Tomé su mano y la guié
hasta la tela en mis caderas. Metió dos dedos debajo de la tela, y luego
comenzó a tirar, por mis piernas y por mis pies. Cuando su mirada no se
hallaba en mi cara, fue directo hacia el techo.
Tiró de las mantas hasta mi barbilla, y las suaves sabanas se
deslizaron contra mis piernas desnudas. Atrapé una de sus manos sobre
las mantas manteniéndola cerca.
—No te vayas.
Pasó su mano por la barba sobre su mandíbula.
—Tengo que hacerlo. Esto no es una buena idea.
—No quiero despertarme sola. Si no recuerdo… yo… me matará.
Tú no sabes…
Lo hacía de nuevo… me estudiaba y lo que sea que encontró
hizo que sus labios se curvaran en una línea fruncida.
—Jackson, por favor.
—De acuerdo. Sólo… sólo dame un segundo.
Me relajé, el pánico en mi intestino se aligeró. Lo escuché moverse
por toda la habitación y luego en el baño, pero me sentía demasiado
cansada para levantar la cabeza y en realidad observarlo.
Después de un par de minutos, apagó la lámpara al lado de la
cama, dejando la habitación en oscuridad. Esperé a que la cama se
hundiera, para sentir la electricidad que sabía que vendría por tenerlo
cerca de mí.
Esperé y esperé, pero nunca llegó.
72
—¿Jackson?
Escuché algo crujir en la dirección de la silla en donde estuve más
temprano, luego su voz llegó del mismo sitio de la habitación.
—¿Estás bien? ¿Necesitas algo?
—No. —Me relajé contra el colchón—. Simplemente… gracias.
—Siempre, princesa.
Cerré los ojos y me entregué al peso de mis músculos, a la presión
detrás de mis ojos.
Había pensado que los recuerdos de esa noche me abrumarían,
que lo vería a él. Pero contra todo pronóstico, me sentía… segura.
Con Hunt a sólo unos metros de distancia, me dormí.
73
10
Traducido por Nani Dawson
Corregido por mariaesperanza.nino
La gentil luz entraba a través de la ventana, pero se sentía más
como un completo asalto para mí. Mis extremidades se hallaban
resbaladizas y enredadas entre las sabanas. Con sólo voltear la cabeza
lejos de la luz se sentía como si un terremoto tamborileara en mi cráneo.
—Jo… —No tenía ni la energía necesaria para terminar la
maldición. Puse la almohada sobre mi cabeza palpitante y presioné
contra el colchón, luego me forcé de regreso al olvido por unas horas
más.
Cuando volví a despertar, la luz era menos severa, pero mi resaca
no. Mi estómago saltó y se volteó como si estuviera a la deriva en el
océano y apenas tuve tiempo para darme cuenta que me encontraba
en un hotel desconocido y para encontrar el baño antes de que
vomitara.
Había pocas cosas en el mundo que odiaba.
El síndrome premenstrual.
Centavos.
Personas que hablaban muy cerca.
La voz de Fran Drescher8.
Las personas que dicen que dicen fustrante en lugar de frustrante.
Y vomitar. Lo cual he hecho dos veces esta semana.
Con mi garganta quemando, mis ojos humedeciéndose y mi
cuello sudando, puse la cabeza débilmente contra el asiento del
inodoro. Me apoyé contra la porcelana fría por unos segundos antes de
tirarme de nuevo.
La vida.
Quizá lo estaba haciendo mal.
8 Es una actriz, comediante, guionista, productora, directora y activista
estadounidense. Es mundialmente conocida por haber hecho el papel de la niñera
Fran Fine en la comedia The Nanny.
74
Una y otra vez mi estómago se contrajo, empujando y jalando
hasta que mis órganos se sintieron como bandas elásticas. Mucho
después de que mi estómago estuviera vacío, me quedé encorvada
sobre el inodoro con lágrimas cayendo por mi rostro, demasiado
cansada para pensar o para moverme a menos que mi cuerpo me
forzara a hacerlo.
Debió de haber pasado una hora antes de sentir el frío de las
baldosas del baño contra mis piernas desnudas y darme cuenta que no
usaba nada más que una camiseta de hombre. Pensé en la noche
anterior, pero lo último que recordaba claramente era discutir con Hunt.
Las cosas después de eso estaban grises y luego negras, e incluso las
cosas antes de eso eran borrosas. Volví a mirar mi piel desnuda y al
desconocido baño. ¿Regresé a casa con Hunt? Ciertamente esperaba
por eso. Al menos, creo que lo he estado. Y quizás una mejor pregunta,
en caso de que fuera así, sería: ¿dónde estaba él ahora? Me estiré,
buscando información en mi dolor muscular de la noche que no pasé
durmiendo, pero me dolía el cuerpo entero.
Había otro chico, el que estaba antes de que llegara Hunt, pero
no podía recordar su nombre. Jesús, ¿cuánto había tomado anoche?
Trabajé largo y duro en la universidad para tener una medalla de
oro en una tolerancia digna, pero por mi vida, sólo podía recordar
tomar unos cuantos tragos de alcohol anoche. He tenido resacas de
infierno en el pasado, pero ninguna de mis noches había sido tan mala
como para desmayarme. Esto no tenía sentido, especialmente
considerando que había estado determinada en tomar las cosas con
calma.
A pesar del hueco en mi interior, mi estómago comenzó a
encogerse.
¿Qué si esto no fue porque había tomado demasiado?
Recordé estar frustrada con Hunt e ir al bar. Cerré los ojos,
presionando para recordar. Recordaba un fragmento o dos de una
conversación y una bebida. Recordaba haber tenido una bebida. Tal
vez dos, máximo. Me sujeté del inodoro y lentamente me puse de pie.
Mis piernas temblaban como un ciervo recién nacido. Era el jodido
Bambi, esperando que la historia tomara un giro inesperado y yo
estuviera frente a una escopeta. Sácame de mi miseria.
Tal vez así se detendría la palpitación de mi cabeza.
Me arrastré hacia la puerta del baño e hice un sondeo de la
habitación.
—¿Hola? —dije—. ¿Hay alguien aquí?
Como si mi gimnasia estomacal no los hubiera alertado ya de mi
presencia.
75
La cama era un desastre, las sabanas y los cobertores enredados,
cayéndose del colchón. Una almohada descansaba en el piso. Pero
estaba sola, definitivamente. Y no había otras cosas más que las mías en
la habitación. Pero no podía recordar como llegué aquí, y eso hacía
que mi jaqueca se viera como un masaje relajante.
Presioné una mano contra mi estomago, y por alguna razón sentí,
mi corazón latir más rápido y mis manos temblar.
Había hecho un montón de cosas en mi vida.
Me he arrepentido de acostarme con personas. He hecho cosas
porque lo hacían los demás. He tomado las peores decisiones posibles.
Pero he merecido esos errores. Porque fueron míos. Fueron mi
elección.
Excepto por uno. Sólo ha habido una vez en mi vida donde no
tuve el control. Ese fue el momento donde me di cuenta que debajo de
todo lo hermoso, todas las riquezas, vivía un horrible pozo que te jalaba,
sumergía y asfixiaba si lo dejabas. Y una vez que has estado en ese
pozo, nunca te deja completamente. Puedes intentar borrarlo o cubrirlo,
pero vive bajo tu piel, inalcanzable.
Mi estomago chilló y me tambaleé sobre el inodoro de nuevo.
Hundí los dedos en la porcelana, hasta que dolieron. Me dije que las
lágrimas eran un producto natural de estar enferma.
No pasó nada. Anoche no. En ese entonces no. No pasó nada.
Así que para. Sólo para. Estás siendo dramática. No fue nada. Nada.
Quería golpear algo, correr o gritar. Sólo necesitaba hacer algo.
Pero lo único que lograba que hiciera mi cuerpo era acurrucarse en el
azulejo frío del piso.
Estás exagerando.
Dios, había escuchado esas palabras tantas veces, sólo ocurrían,
como un fuerte recuerdo. Temblé y presioné fuerte la mejilla contra el
mosaico.
Me había tomado tanto dejar de sentirme culpable, de ignorar la
vergüenza. Y ahora podía sentir la horrible emoción doblando por los
bordes y serpenteando a través de mi vientre como maleza.
No sabía lo que pasó anoche, pero sea lo que fuere, no había
sido mi decisión. Y había prometido que no pasaría de nuevo. Mientras
intentaba estar quieta por el bien de mis nauseas, deslicé las manos por
mi cuerpo hasta la parte inferior, buscando alguna pista o indicio de lo
que pudo haberme pasado anoche. Me asustaba siquiera pensar en la
palabra que colgaba sin decirse en la punta de mi lengua.
No fuiste violada. Nunca has sido violada.
Lo pensé de nuevo. Lo pensé media docena de veces más.
76
Era un mantra familiar, y ayudaba casi tanto como ayudó en ese
entonces... para nada.
No importaba cuantas veces pensaba en ello, no importaba que
no hubiera nada roto o doloroso, no pude parar las lagrimas que me
ahogaban en mi garganta.
Si alguien iba a drogarme y violarme, no me hubieran dejado en
este lindo cuarto de hotel. No encontré marcas ni moretones. Hacía un
gran asunto de nada.
Siempre hacía un gran asunto de nada.
Así que lo empujé lejos. Me forcé a levantarme del suelo. Fui al
compartimiento de la regadera y abrí el grifo del agua tan caliente
como pudiera aguantar.
Seguí entonando: estás bien. No pasó nada. Estás bien. Estás bien.
Siempre estás bien.
Y estaba bien. Hasta que ya no.
Hasta que el agua caliente golpeó mi rostro y un lloriqueo se abrió
con fuerza desde mis pulmones. Hasta que mis piernas se rindieron y mis
rodillas golpearon contra el mosaico. Hasta que ya no podía pretender
que este fracaso épico era el viaje de una vida e iba a milagrosamente
mostrarme el camino que mi vida se suponía debía llevar. Que iba a
arreglarme.
Si no podía lograr ser feliz en esta grandiosa y exótica ciudad,
¿cómo podría haber alguna esperanza para el resto de mi vida? Tenía
todo lo que quería tener, pero no paraba nunca, el dolor, el vacío.
Nunca lo satisfacía nada.
Me senté en el suelo de la regadera y alcé las rodillas hasta mi
pecho. Recargué mi cabeza en ellas y dejé que el agua cayera en mi
espalda.
Me odié por la debilidad, por mi inhabilidad de sólo lidiar, pero
llegaba un punto que estás tan metido en el pozo que no hay luz al final
del túnel, ni un agujerito ni un suave brillo. Hay negro y más negro
presionándose contra ti, ahogando el mundo. Y preguntarte cómo
llegaste ahí y por qué no puedes salir, es un ejercicio inútil porque estás
muy en el fondo para hacer algo al respecto.
Sabía que otras personas la pasaban peor. Sabía eso. Sabía que
lo que sucedió cuando tenía doce años podía haber sido mucho peor.
Sólo deseaba saber por qué no podía jodidamente dejarlo ir.
Cada vez que pensaba que lo logré, la vida me hacía tropezar y
empujaba mi rostro a la porquería de mi pasado, y me enseñaba cuán
lejos estaba de superarlo.
77
Tal vez debería reservar un vuelo de vuelta a los Estados Unidos.
Podría visitar a Bliss en Philly, construir mi resultado y sólo regresar a casa.
¿Cuál era el caso en pelear contra ello?
Cualquier cosa que pensaba que iba a hacer aquí, la aventura y
la vida que buscaba, no resultaba. Si acaso, estaba más confusa y más
perdida que antes. He estado tratando de dejar atrás mis problemas,
corriendo de bar en bar y de ciudad a ciudad, pero después de un
tiempo las diferencias en la locación no importaban. Porque yo era la
misma en cada ciudad. Insuficiente.
Era estúpido, pero este viaje se había vuelto un indicador para el
resto de mi vida. Pensé que iba a arrancar algo, que iba a darme el
momento para seguir adelante. Había sujetado cada esperanza, cada
duda en este viaje, intentando que llenara lo pasado y estrellara lo
último. Desafortunadamente, hacía lo opuesto.
Quizá era tiempo de cortar mis perdidas.
El nudo permaneciente en mi estomago se aflojó un poco.
El agua mallugaba mi espalda, y tomé cada pequeño respiro,
dejando que el agua tomara algo de mí con ella. Lento, lentamente la
tensión se derritió de mis músculos, mis pulmones perdieron la sensación
de dolor y la punzada de emoción en la parte trasera de mi garganta
retrocedió.
La vida era más fácil cuando dejaba de importarte, cuando
dejabas de esperar que las cosas mejoraran.
Sintiéndome más en control, me levanté del suelo de la regadera.
Cerré el grifo y alcancé una toalla.
Luego me froté.
A mi cabello. Mi cara. Mi piel. Me froté para secarme mientras
todas mis esperanzas por este viaje, por mi vida, se retorcían hacia el
desagüe.
Dejé mi cabello húmedo y ondulado, y recolecté todas mis cosas
de donde alguien las había puesto muy ordenadamente al pie de la
cama. Hice bola mi mojado traje de baño dentro de la camiseta que
había estado usando e hice la caminata de la vergüenza con el vestido
arrugado que usé ayer antes de los baños.
Era posiblemente la más vergonzosa caminata de la vergüenza
en la historia de todo lo vergonzoso.
Pero al menos fue corta.
Salí de la linda boutique del hotel, para encontrarme con una
cuadra muy familiar. Me encontraba en frente de la calle y a unos
cuantos edificios de mi hostal.
—Jesús...
78
Troté a través de la calle y empujé la puerta del hostal. Busqué mi
teléfono en mi bolso para ver la hora. No usaba el teléfono para
hablarle a alguien. Era más que nada para emergencias. Y tenía toda
mi música. Todavía buscaba en el fondo de mi bolso cuando entré al
dormitorio para ver a Jenny, John y Tau empacando sus cosas.
Me rendí en la búsqueda de mi teléfono.
Tau me vio primero y codeó a Jenny.
—¡Kelsey! ¿A dónde fuiste anoche, pequeña atrevida?
Abrí la boca para decirle que estuve cruzando la calle, pero
luego la cerré. Lancé mi sonrisa más convincente y dije—: Oh, ya me
conoces.
No tenía sentido decirle a la gente. Ya lo he intentado. Joden aún
más las cosas. Además, no había nada que contar. No pasó nada. Y no
era como si fuéramos amigos. Eran poco más que recortes de cartón
para mí. Personas superficiales para salir y con quienes ser vistos. Y yo
era lo mismo para ellos.
—Oh por Dios —dijo Jenny—. Te jodidamente amo. ¿Fue el chico
de la armada? Apuesto a que fue fantástico. Ven con nosotros y dime
todo.
Me moví hacia mi cama para poner mis cosas. Todavía no había
encontrado mi teléfono, pero estaba bastante segura de que no podía
ser más tarde que mediodía.
—¿Van a salir ahora? Es muy temprano.
Jenny se encogió de hombros. —Debemos dejar la habitación,
como, en diez minutos, pero nuestro tren no sale hasta esta noche. Así
que decidimos pasar el día bebiendo. Ya sabes, para terminar nuestro
fin de semana de Budapest con estilo. ¡Ven con nosotros!
Mi labio inferior tembló entre mis dientes, insegura de cómo
zafarme de esta.
—No sé si estoy de humor para un día bebiendo, honestamente.
—Entonces, ven por la compañía —dijo John.
Tampoco creía que estuviera de humor para la compañía.
La duda debió haberse mostrado en mi rostro porque Jenny tomó
su mochila y se la tendió a Tau.
—Ustedes vayan a dejar la habitación. —dijo—. Iré en un minuto.
John se despidió con la mano mientras salía y Tau saludó con la
cabeza. Luego Jenny se volteó hacia mí.
—Está bien. ¿Qué pasa? Conozco el brillo post-coito y no lo tienes.
Así que, ¿dónde estuviste anoche?
79
Me dejé caer en la litera inferior que actualmente llamaba casa.
El colchón era tan delgado que podía sentir las tiras de madera debajo
de él.
—Nada. Sólo... —suspiré—. Sólo he tenido una mala noche, es
todo. Lo de anoche sólo continuó mi depresión.
—Es sólo mental, probablemente. Tal vez necesites un cambio.
Una nueva atmosfera. Podrías empezar de cero.
Eso es todo lo que he estado haciendo. Empezando de cero. Pero
aprendí que el hedor del pasado tendía a aferrarse a pesar de cambiar
locaciones.
—No creo que eso ayude. Creo que me iré a casa.
—¿Es en serio?
Entrelacé los dedos en mi regazo y pasé mi pulgar por la palma
de mi mano.
—Sí —asentí, y dije más firme—: Sí, lo es.
Se agachó y se sentó a mi lado, haciendo chillar la cama.
—No puedes. Todavía no. Si vas a casa ahora, cuando estás triste,
esa es la única manera en la que recordaras este viaje. Al menos vete a
casa de un buen modo.
Pasé mi pulgar por la palma de mi mano de nuevo, raspando
ligeramente con la uña.
—No te equivocas.
—Por supuesto que no. Entiendo el sentimiento de melancolía. Y el
shock cultural puede venir de la nada y morderte en el trasero. Pero vas
a querer recordar este viaje con cariño. Como algo bueno. ¿Cierto?
—Cierto —asentí. El consejo de Jenny se parecía mucho a lo que
me había dicho a mí misma. Eso es, si no estuviera tan confundida y
rota. Era estúpido tratar de sujetar todas mis esperanzas en este viaje.
Esperaba mucho. Demasiada presión.
Aún pensaba que irme a casa era la mejor decisión, pero estaba
bastante segura que podría manejar un último hurra.
—Gracias, Jenny.
Sonrió y encogió un hombro.
—Soy la reina en sabotear cosas buenas, pero soy bastante
buena en reconocer la misma tendencia en otros. Un viaje más. Has
algo que vayas a recordar, algo imposible de arrepentirse. Entonces
lleva ese momento contigo a casa.
Asentí y la emoción picaba en la parte trasera de mi garganta.
Se salió de mi litera y caminó hacia la puerta.
80
—Agrégame a Facebook y dime qué tal te fue.
Se encontraba casi fuera de la puerta cuando la llame—: Jenny
Balanceó una mano en la viga.
—¿Sí?
—¿Recomendarías Praga como un lugar para recordar?
Sonrió.
—Demonios, sí lo haría. Y resulta que se que hay un tren que sale
hacia allá en unas ocho horas.

Praga era entonces. Mi última aventura.

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