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Traducido por Vanessa Farrow
Corregido por Melii
Me senté en el columpio, y mi corazón saltaba de un lado para
otro a pesar de que estaba quieta. ¿Y si no venía? La carta
desapareció
mientras me encontraba en el trabajo, así que a menos que hubiera
un
ladrón de correo en el barrio, él se la había llevado.
Le di indicaciones para llegar aquí, ¿pero y si no eran lo
bastante
buenas? ¿Y si esperé mucho tiempo?
Apreté los eslabones de la cadena del columpio hasta que se
marcaron en las palmas de mis manos. Agaché la cabeza y cerré los
ojos, tratando de mantener la calma. Esta situación la controlaba
yo.
Nada tenía que suceder a menos que lo diga yo. Esta fue mi
elección.
—Me alegro de que me dieras las indicaciones. Me temo que la
imagen no era muy... ah, informativa.
Mi cabeza se levantó de golpe, y Hunt estaba allí, su alta figura
bloqueaba el sol y me fundía en la sombra. Me tomó un buen rato
orientarme, para hacer algo que no fuera mirarlo.
Suena cliché, pero había olvidado lo hermoso que era. Había
olvidado la forma en que su sonrisa era suficientemente magnética
para atraer al sol en el cielo.
Tenía en la mano una de las páginas de mi carta; mi intento de
bosquejar el parque infantil donde quería que nos encontráramos.
Me encogí, ya que el peso sobre mis hombros era demasiado
pesado para levantarlo.
—No soy una artista —le dije—. Muñecos de palitos y garabatos
era lo mejor que podía hacer.
Su sonrisa se amplió, y sus ojos se movían por mi rostro como si
no
pudiera creer mi presencia.
—Me gustan los muñecos de palitos. ¿Supongo que el alto soy yo?
Dios, él ni siquiera notaba cuál era la chica. Qué vergüenza.
No sabía qué decir. Había preparado este encuentro. Debería ser
la primera en decir algo, la que tomara el control. Pero cuando lo
vi, mi
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mente se llenó con todas las cosas que ocurrieron y las que no. Y
él me
miraba como un hombre hambriento. De comida, luz, atención y todo.
—¿Has estado aquí antes? —preguntó.
Me aclaré la garganta. —En el parque infantil no, pero a veces
vengo al parque. Es bonito. Relajante.
El silencio se instaló de nuevo, ruidoso e incómodo.
Dije—: Leí tus cartas.
Al mismo tiempo, él dijo—: Lo siento.
—¿En serio? —dijo—. Lo siento si me excedí. En mi defensa, todo el
asunto del salón de clase fue idea de Carlos.
Por supuesto. Carlos no era sólo un mensajero. Mi estudiante
favorito era un co-conspirador.
—No. —Me aclaré la garganta. Tenía la boca seca y las palabras
seguían enredándose en mi lengua—. Las cartas fueron... buenas. Es
decir, excesivas, sí, pero buenas.
Tenía las manos metidas en los bolsillos y podía ver la forma en
que sus puños estaban fuertemente apretados debajo de la tela.
—Me heriste —le dije.
Su expresión se desfiguró, el dolor y la vergüenza se hallaban
escritos en sus facciones.
—Lo sé. —Su voz era gruesa y profunda—. Es el error más grande
que he cometido. Y he cometido un montón.
No sabía cuál era la respuesta correcta. No sabía lo que tenía
que hacer.
Mi corazón y todas las comedias románticas hechas, me decían
que tenía que saltar a sus brazos y olvidarme de todo lo que pasó.
Mi cabeza me decía que corriera. Que bloquee mis emociones.
Que nunca le dejara acercarse a él, ni a nadie más.
Y yo... la parte que no era mi cabeza ni mi corazón, sino algo
más... me dijo que no había ninguna respuesta correcta. Perdonarlo
sería difícil y doloroso, pero también lo sería la vida sin él. No
sabía si
podía volver a confiar en él. Pero sabía que quería hacerlo.
Quería ser capaz de saltar a sus brazos y creer que me atraparía.
Quería la confianza que tuve cuando caíamos por el costado de ese
puente en Praga.
Le dije—: Lo que sentía por ti… —Se enderezó, y lo vi fruncir y
reacomodar la boca, llena de tensión—… nunca había sentido algo
así.
Con nadie. Pero tienes que entender que toda mi vida se basaba en
mentiras. Y me sentí así contigo, porque eras lo único que se
sentía
verdadero. Real.
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No sabía cómo hacerlo funcionar, cómo hacer que doliera
menos. Todo lo que sabía era que ya no viviría en base al miedo.
Miedo
a todo. A crecer y envejecer. A vivir y amar.
Era feliz aquí en Madrid, una felicidad diferente de la que tuve
con Hunt, menos incendiaria, pero era estable. No me consumía,
pero
llenaba algunos de los espacios vacíos.
Miré sus ojos grises. Podría olvidar cientos de cosas mirando a
sus
ojos, ¿pero podía olvidar esto? Debe haber visto mis paredes
debilitarse,
porque lentamente, se acercó a mí. Se arrodilló delante de mí en
el
columpio y muy lentamente, su mano tocó mi mejilla.
—Todos los días. Voy a demostrar cada día lo mucho que
significas para mí. Qué tan real es esto. Una vez me dijiste que
la historia
importa, pero que está congelada, grabada en piedra. Esto es parte
de
nuestra historia. No puedo cambiarlo o deshacerlo. Pero no tiene
que
dictar nuestro futuro.
Nuestro futuro.
Esas dos palabras simples se engancharon en mi corazón, y casi se
sentía como si nunca hubiéramos estado separados. Cómo si yo
hubiera
estado durmiendo.
Cuando vine aquí hoy, sabía que quería verlo y había pensado en
la posibilidad de estar juntos, pero no sabía honestamente si
podía
manejarlo.
Pero ahora, tomé la decisión. Sí, podía.
Porque cada vez, cada sencillo momento, elegiría nuestro futuro
sobre mi futuro. Porque ni en mi imaginación más salvaje,
podía
imaginar qué el mejor futuro sin él se pudiera comparar con el
peor
futuro con él. Porque a pesar de que la vida que había hecho aquí
en
Madrid llenaba los espacios vacíos, yo no ardía sin él. De todas las cosas
que quería en la vida —los lugares que quería ver y las cosas que
quería
lograr— lo que siempre había querido era ser el tipo de persona
que
ardía.
Me apoyé en su mano, y le dije—: ¿Jackson?
Su respiración era superficial y podía imaginar la forma en que
latía su corazón. Tan rápido como el mío, supuse.
—¿Sí?
—¿Me faltó otro reto?
Sus labios formaron una sonrisa y el hoyuelo apenas visible se
mostraba en una mejilla.
—Puedes ponerme tantos retos como quieras.
—Bueno. Te reto a besar…
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Ni siquiera terminé la frase antes de que su boca estuviera en la
mía. Se puso de pie, inclinado sobre mí, y sus manos acunaron mi
rostro
y adoró mis labios como si fuera la primera vez que nos tocamos en
mil
años.
Su lengua se extendió por todo mi labio y mi estómago se apretó
ante el recuerdo de su sabor. Sus labios presionaron con más
fuerza y en
el segundo movimiento de su lengua, abrí para él. Nuestras lenguas
se
tocaron y él gimió, mientras sus dedos empujaban en mi pelo.
Me estremecí y solté el agarre de muerte que tenía en el
columpio para llegar a él. Con su posición de pie y yo sentada, no
podía envolver los brazos alrededor de él como quería. Antes de
que
pudiera ordenar a mis piernas a ponerse de pie, agarró las cadenas
de
los columpios, y me empujó hacia atrás y arriba, como si estuviera
a
punto de mecerme. En cambio, me subió lo suficiente para que mi
boca estuviera al nivel de la suya y separó mis rodillas para
colocarse
entre ellas.
Era mi turno de gemir en su boca, cuando su cuerpo fue puesto
en armonía con el mío. Sus manos se deslizaron de las cadenas a mi
espalda y tiró hasta que mi pecho se estrelló contra el suyo.
Envolví los
brazos alrededor de él, y la sensación familiar de sus músculos
bajo mis
dedos me hizo suspirar con deseo
—Dios, te extrañé —murmuró contra mis labios.
Perdida ni siquiera empezaba a describir la sensación que hervía
en mi torrente sanguíneo. Con sus labios sobre los míos y sus
caderas
presionando íntimamente contra mi centro, ni siquiera podía
entender
cómo había durado tanto tiempo.
Se inclinó con más fuerza hacia mí, empujando hacia atrás contra
el columpio. Su dureza se apretó contra la cremallera de mis
vaqueros, y
vi las estrellas sólo por la fricción.
Gemí. —Tal vez deberíamos irnos de este parque infantil.
—No hay nadie cerca.
Tendría que tomar su palabra, porque sus labios no dejaron los
míos ni el tiempo suficiente para mirar alrededor. Su lengua se
enroscó
alrededor de la mía, y yo temblaba contra él. Mis manos, mis
brazos, mis
piernas —todos estaban temblorosos y débiles de deseo. Enrollé las
manos en su cuello, temerosa de no ser capaz de mantenerlas arriba
si
no lo hacía.
Se apartó para liberar un suspiro y lo probé en el aire. Me besó
otra vez, tiernamente, burlándose y mordiendo mis labios
hinchados. Él
tarareó y sentí las vibraciones deslizarse bajo mi piel. Sus manos
se
hundían en mi cabello y sus dedos se hundieron en la arena, en mi
alma. Apoyó la frente contra la mía y me dio una sonrisa
avergonzada.
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—Bueno, podría haber gente por aquí. Pero en mi defensa,
estaba demasiado ocupado como para verlos.
Probablemente debería haberme sentido avergonzada. Pero la
verdad es que ni siquiera importaba lo suficiente como para mirar
y
encontrar la, sin duda, familia escandalizada que había
presenciado
nuestro encuentro.
Poco a poco, retrocedió hasta que mi columpio bajó en el lugar.
Mis piernas seguían temblando cuando me paré frente a él. De
inmediato, se acercó para tocarme otra vez y curvó la mano
alrededor
de mi cuello e inclinó mi cabeza hacia atrás.
Su mirada me atravesó igual que la noche que nos conocimos.
No quería nada más que llevarlo a mi apartamento y continuar con
nuestro encuentro.
Le dije—: Vamos a casa.
Me besó de nuevo con el mismo detalle y la misma complejidad
que vi en sus bocetos. El fuego se propagó en todos los lugares
que se
tocaba nuestra piel, y dijo—: Ya estoy allí.
Fin
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