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Traducido por Zöe.. & SofiaG
Corregido por CarolHerondale
Me desperté, y mi respiración empujaba desde mis pulmones
como un vidrio roto. Jackson no se encontraba en la cama a mi
lado, y
me acurruqué en una bola, contenta por su ausencia.
Los pedazos de mi sueño se escabullían y no podía decidir si
quería intentar aferrarme a ellos para examinarlos o alejarlos,
para no
tener que hacerlo.
Tenía doce años de nuevo, pero de ese modo en que los sueños
no tienen sentido, también tenía veintidós. Mamá y papá discutían
en la
cocina, y el señor Ames, el socio de papá, había subido las
escaleras.
Dijo que buscaba un baño, pero había dos en la planta baja. Tocó
mi
hombro. Me dijo que yo era suave. Y como esos libros plegables,
con los
que jugaba cuando era niña, las hojas de mi sueño comenzaron a
abanicarse, y no era la mano del señor Ames la que se hallaba
sobre mí,
sino la del chico con el que perdí mi virginidad sólo un año y
medio
después.
Arrastró sus dedos a mi cuello, luego más abajo hacia mi pecho.
Las páginas se voltearon. Más manos, una diferente en cada página.
Algunas se veían familiares. Algunas no. Pero con cada página, las
manos recorrían mi cuerpo. Las páginas se voltearon y las
ubicaciones
comenzaron a cambiar junto con las manos; la parte trasera de una
camioneta, mi dormitorio de primer año de universidad, mi
apartamento, algunos albergues.
La escena cambió y éramos el señor Ames y yo en todos esos
lugares, grité y lloré mucho después de que el sueño hubiera
cambiado
a otra persona, un nuevo lugar. Y cada mano tallaba una parte de
mí,
lijaba y esculpía hasta que estaba vacía, y era una niña en
pedazos.
Me alejé, llorando y tropecé desde una cama de albergue hasta
el sofá de la sala de estar de mis padres. Ésta vez era sólo yo,
en el
presente, pero mis padres inclinaron la mirada hacia mí como si
todavía
midiera un metro veinte.
Papá hablaba, diciendo que yo sacaba las cosas de proporción.
Se convirtió en el señor Ames sólo por un segundo, mientras
decía—:
Deja de hacerte la víctima.
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Mamá me preguntó cómo y dónde me tocó el señor Ames.
Cuando les mostré, cuando me puse la mano en el pecho… supe lo
que iba a venir después. Supe las palabras como si estuvieran
grabadas
en mi piel, como si el latir de mi corazón las hubiera traducido
en código
Morse.
Los esperé, me rebajé por ellos, les rogué porque necesitaba
escuchar que eso no contaba.
Pero en su lugar, mi mundo estaba lleno de Hunt, con sus ojos que
todo lo ven, con su caricia abrazadora, con sus besos consumidores
y
las palabras: “Dime que cuenta”.
Sus manos, largas y callosas descansaban sobre mi pecho, donde
el corazón debajo de él había sido lijado a una cosa pequeña. En
mi
sueño, él sostenía mi cuerpo que se desmoronaba, y me decía que me
encontraba bien. Su toque era suave y perfecto, y exactamente lo
que
quería, pero no dejé de desmoronarme en sus brazos, sin importar
lo
tierno que fuera él.
Fue entonces que las mentiras que había construido tan alto que
llegaban hasta el cielo, se hicieron añicos. Cada ladrillo que
puse entre
ese día y yo, cuando tenía doce años, se derrumbaron como si
estuvieran hechos de algo menos que arena.
Porque sí importaba.
Quién te toca, así sea tu piel o tu alma, importa.
Me senté, acurrucada sola en la cama de este apartamento
italiano, temblando por un sueño que sabía que no era más que la
sinapsis disparándose en mi cerebro, colectando pensamientos
recientes y juntándolos más allá del sentido o el orden. Sabía que
eso
era todo, pero las cosas no siempre tenían que tener sentido para
ser
reales.
Y podía sentir cada mano que alguna vez me tocó, tanto a las
que le había dado la bienvenida como a las que no, como si
estuvieran
ejerciendo presión sobre mí, empujándome contra la corriente,
hasta
que no tuviera más opción que respirar ese vidrio roto de verdad.
Todo contaba.
Hunt atravesó la puerta de nuestro oasis envenenado, sostuvo una
bolsa en el aire y dijo—: Traje el desayuno.
Tomó todo mi esfuerzo no largarme a llorar. Porque él era
perfecto. Tan malditamente perfecto.
Y yo era un desastre.
—Gracias. —Me encogí, y las esquinas de mis labios saltaron
ligeramente en un movimiento similar—. Sin embargo, no estoy
hambrienta.
Dejó la bolsa, que probablemente contenía algún tipo de pastel,
en la mesa de noche junto a la cama, y se quitó los zapatos.
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Levantando una rodilla sobre la cama, sonrió, antes de gatear
hacia mí. —Creo que puedo pensar en otras maneras de abrir tu
apetito.
Empujó mi cabello enredado hacia el otro costado de mi cuello, y
bajó su boca hasta mi hombro. Cerré los ojos, pensando que él tal
vez
era lo que necesitaba para despejar las telarañas de todas esas
puertas
recién abiertas.
En su lugar, su beso era como una herida punzante, y no podía
decidir qué parte dolía más, el principio o el final, el cuchillo
entrando o
saliendo. Su dulce beso sólo me hizo pensar en todos los otros
besos que
había dado sin pensar. Eso sólo me hacía pensar en lo mucho que no
lo
merecía. O mejor dicho… él no merecía quedarse atascado con
alguien como yo.
Me alejé de él para que pareciera que quería verlo a la cara.
—¿Hace cuánto estás despierto?
Se apoyó contra el respaldo de la cama. —Un rato.
—¿No podías dormir?
Deseaba que yo no tuviera que volver a
dormir nunca más.
—Algo así.
—¿Más pesadillas?
Me agarró de la cintura y me puso en medio de sus muslos. Apoyó
mi espalda contra su pecho y colocó su barbilla sobre mi hombro.
—Suficiente de eso. ¿Alguna idea de cómo quieres pasar el resto
del día, princesa?
La barba de su mandíbula rozó mi cuello y me estremecí. Su mano
se deslizó hacia arriba por mi muslo y entré en pánico, así que
dije—:
Salgamos.
—¿Y hacer qué?
—Pensé que tú eras el que tenía todos los planes.
—Sí, bueno —me atrajo más cerca—, me distraigo fácilmente.
Dios, primero no podía conseguir que él hiciera un movimiento y
ahora no paraba de hacerlos.
—¿Y si vamos a nadar? Está la laguna que mencionó la mujer del
restaurante.
—Como si pudiera decir que no a verte en traje de baño.
Me puse el mismo traje de baño que había usado esa noche en
Buda-pest. Sus ojos se oscurecieron cuando me vio y agarró una de
los
lazos que colgaban de mi cadera, atrayéndome hacia delante.
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En contra de mi mejor juicio, me derretí en él. Su toque era una
adicción y las adicciones no se vuelven menos deseables cuando
están
unidas con dolor. Me besó, y sus labios eran una introducción a la
luz
después de una vida de oscuridad. La luz lastima, pero no tanto
como
la idea de una vida desperdiciada en la oscuridad.
Me obligué a alejarme antes de que cayera en pedazos a sus
pies. Quité sus manos de mis caderas y dije—: Más tarde.
Más tarde, cuando pudiera calmarme. Sólo necesitaba meter
todas esas emociones y recuerdos en una caja y encerrarlas en la
parte
posterior de mi mente. Entonces las cosas podrían volver a la
normalidad.
Vi sus ojos caer sobre mis labios y sabía lo qué consideraba, así
que me moví hacia la puerta, poniendo varios metros entre
nosotros.
Dije—: La ausencia aumenta el cariño.
Giré el pomo de la puerta, y él me abrazó por detrás.
—Yo no creo que pueda quererte más.
Seguimos el camino del amante una vez más hacia Manarola.
Cuando pasamos nuestro candado en la boca del túnel, me apretó
más fuerte contra su costado y me besó en la sien.
El camino fácil nos condujo dentro de la villa en menos de diez o
quince minutos. Manarola se encontraba encaramado en una colina
rocosa de tierra, justo en la costa. Era incluso más colorida que
Riomaggiore y parecía depender más del mar que la primera villa.
Había botes a donde quiera que volteáramos, incluso si todavía no
estábamos cerca del agua.
Comimos el mejor gelato de nuestro viaje en Cinco Terre Gelateria
e Creperia. Otra pareja nos indicó el camino hacia la laguna por
las
rocas. Las calles de la villa descendían abruptamente a medida que
nos acercábamos al puerto, y la laguna que mencionó la pareja, se
encontraba rodeada de rocas. A juzgar por el oscuro color azul en
el
centro, también diría que era bastante profunda. Podíamos trepar
por
las rocas por nuestra cuenta o había algunas escaleras que
conducían
al mar. Pero era un verano cálido y el agua ya se encontraba llena
de
turistas. Vi a un hombre blanco pálido y de mediana edad en sus
cuarenta años, desvistiéndose allí mismo en las rocas para
cambiarse de
ropa a su traje de baño.
Hunt presionó su cara en mi cabello, riéndose.
Sabíamos que había más lugares para nadar en las otras villas, así
que decidimos pasar esa laguna en particular y seguir explorando.
El camino que llevaba de Manarola a Corniglia, la tercera villa,
no
podía haber sido más diferente del camino de los amantes. Era más
como una verdadera caminata, serpenteando hacia arriba, lejos de
la
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costa de las cumbres rocosas. Eventualmente, las rocas dieron
lugar a
campos verdes de árboles de limón y olivos, y uvas de vino y
flores
silvestres. El olor a mar se combinaba con el perfume de las
flores, y
cuando Hunt me atrapó olfateando el aire repetidamente, se rió.
También me reí y lo empujé. —¿Qué? Huele bien.
Me dio un beso en el hombro y dijo—: Tú hueles bien.
Cada vez que decía algo así, un dolor se formaba en mi pecho.
No en mi corazón. O mis pulmones. Si no en un lugar vacío, en las
brechas. Como un miembro fantasma, dolía en los lugares donde
había
perdido una parte de mí misma, a lo largo del camino.
Mientras nos acercábamos a la villa, podíamos ver que se
acentuaba sobre las rocas. Al final, resultó que había un juego de
escaleras al final del camino que llevaban a la villa. Y en base a
nuestra
reciente experiencia con escaleras épicas en Heidelberg, conocía
lo
suficiente para saber que subir hasta la villa iba a ser una
mierda.
Miré a Hunt.
—Ni siquiera pienses en fingir que te doblaste el tobillo otra
vez. No
te creo.
Sonreí. —Nunca usaría el mismo engaño dos veces, cariño.
Desesperada por evitar las escaleras, comencé a buscar otra
opción para subir hasta la villa. A lo mejor un tren o un
funicular. En vez
de eso, encontré algunos signos dibujados en una roca que decía:
“Playa Guvano” con una flecha. La palabra secreta se encontraba
garabateada encima de Guvano, y yo estaba vendida.
—¡Jackson! —grité. Me siguió y juntos nos fuimos en dirección de
la flecha.
Pero pronto se volvió claro que una flecha no iba a ser suficiente
y
no teníamos idea de a dónde dirigirnos después. Caminamos hacia
una
casa cercana y una mujer vieja que se encontraba de pie encorvada,
barriendo el porche.
Hunt trató de hablarle, pero ella no hablaba inglés. Dije—:
Guvano.
Su expresión cambió, su boca formó una pequeña “o” y asintió.
Nos hizo gestos para que rodeáramos las casas por detrás y luego
imitó
pulsar un botón.
Nos quedamos de pie, inseguros y ella nos hizo gestos con su
escoba para que nos fuéramos.
—Um… De acuerdo.
Hunt tomó mi mano y juntos caminamos entre unas cuantas casas
cuesta abajo, por una pendiente muy inclinada, hasta que
encontramos un antiguo túnel de tren abandonado. Otra nota
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garabateada decía “Guvano” con una flecha indicando el túnel.
Encontramos el botón del que la mujer debe haberse referido, y
decía
“Luces” en inglés e italiano sobre el botón. Hunt lo presionó,
pero no
pasó nada. Lo presionó una vez más, aún nada.
—Déjame intentarlo.
Aún completamente oscuro.
Encontramos una caja de interruptores, y levantamos cada uno.
Nada.
—¿De verdad estamos haciendo esto? —le pregunté, mirando el
camino oscuro de la perdición delante de nosotros.
Quiero decir, yo quería una playa, mientras más privada, mejor. Y
ya que parecía que tuvimos que viajar hacia el infierno y de
regreso
para conseguir esto, me sentía dispuesta a apostar que era
bastante
privada.
Hunt sacó la mochila de su hombro, y se la puso al frente.
—Espera. —Rebuscó en su mochila y regresó con un celular.
—¿Tienes un celular contigo? ¿Cómo es que no sabía que tenías
un celular?
Se encogió de hombros.
—En realidad no lo uso. Sólo para emergencias, ya sabes.
Saqué el mío de mi mochila y seguí su ejemplo. —El mío también.
Pasamos por el camino de entrada. La luz de los celulares era
débil en la vasta oscuridad del túnel, e hizo poco más que
iluminar
nuestros brazos y darnos una vaga y oscura visión de nuestros
pies.
Me agarré del codo de Jackson y arrastramos los pies lentamente
a través del túnel, ya que iba cuesta abajo. Era húmedo y podía
sentir la
suciedad asentarse en mis pies mientras caminábamos, pero continué
diciéndome que valdría la pena, una vez que llegáramos a la playa.
Caminamos unos minutos, y seguía esperando ver una luz al final,
pero no había nada. La oscuridad se extendía eternamente mientras
seguíamos bajando y bajando, y nuestros pasos hacían eco a través
de
la cámara vacía a nuestro alrededor.
Cuando llevábamos unos diez minutos en el túnel, comenzó un
pequeño estruendo bajo mis pies y luego emigró a las paredes.
Escuché
el susurro de pequeñas piedras cayendo y dispersándose en el
suelo.
Miré a Hunt con horror, pero era demasiado oscuro como para ver su
rostro.
Me agarré de su cintura y dije—: Jackson. ¡Tren!
La segunda palabra fue ahogada por el rugido de un tren al
pasar cerca. No por encima. Sin dejar de apretar a Hunt con todas
mi
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fuerzas, me di cuenta que el tren se encontraba en el túnel al
lado de
este. Di un suspiro de alivio que fue tragado por el ruido del
tren y
Jackson me besó la frente. Me sentía demasiado aturdida para
reaccionar.
Después de eso, caminamos un poco más rápido y en pocos
minutos vimos la luz al final del túnel.
Corrimos los últimos noventa metros más o menos, listos para estar
de regreso en la luz del día. Aquí, en este decrépito túnel,
extrañé
desesperadamente el aire dulce que había estado disfrutando antes
en
nuestra caminata.
Traté de no pensar en cómo esto se parecía mucho a mis
pensamientos anteriores en la habitación. Pensamientos sobre luz y
oscuridad. Hacía todo lo posible para no pensar en esta mañana y este
estúpido sueño.
Salimos hacia la luz del sol y al principio perforó nuestros ojos.
Apreté mis párpados y esperé el adaptarme a la luz. Cuando miré
otra
vez, vi a un hombre esperando en el final del túnel y tuvimos que
pagarle cinco euros por el uso del pasaje.
Hunt se mostraba escéptico, pero rodé los ojos y saqué el dinero
de mi mochila. Estaba a punto de darle unas cuantas monedas,
cuando un hombre de la edad de Jackson pasó completamente
desnudo, con un cigarrillo encendido colgando en su boca.
Mi mandíbula se aflojó y se me cayó un euro. Saltó a las rocas en
la dirección por donde el hombre desnudo había ido.
Me reí titubeante, y saqué otra moneda para el gnomo del túnel.
Hunt dijo—: ¿Estás segura que quieres...?
—Ya estamos aquí, ¿no es así?
Agarré su mano y lo aparté del túnel hacia la playa Guvano. No
era una playa de arena como me había imaginado, sino que era
rocosa como el resto de los pueblos, una pequeña pendiente de
piedras se reclinaba hacia el agua. Había por lo menos otras diez
personas en la playa, la mitad de ellos completamente desnudos.
Caminamos junto a un hombre y una mujer desnudos, tomando el
sol en una roca cercana y Jackson dijo—: Antes de que lo
preguntes,
no.
Hice un mohín. —Ah... vamos. No me digas que estás cohibido.
Créeme, no tienes nada de qué preocuparte.
—En realidad, hablo de ti. Pero no, tampoco voy a hacerlo.
—¿Yo? ¿Me estás diciendo lo qué tengo que hacer?
Me alejé de él y me saqué el vestido de verano por encima de la
cabeza. Sus ojos se deslizaron por mi cuerpo en un traje de baño
entero,
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y tendió una mano en la parte baja de mi cintura. Su pulgar rozó
la
parte inferior de mi pecho y me dijo—: No voy a compartirte con
completos extraños.
Me quité las sandalias también y le dije—: Mira a tu alrededor,
Jackson. No podría importarles menos. Además... esto es una aventura.
Mi argumento no funcionó porque él no me quitaba los ojos
entrecerrados de encima. Di un paso fuera de su alcance, y mis
manos
fueron al lazo de mi cintura que mantenía el traje en su lugar.
Sus cejas se juntaron en una mirada de advertencia.
—Kelsey.
—Jackson. —Le sonreí como respuesta.
Esto era bueno. Esto era lo que necesitaba para vivir en el ahora
y
dejar ir el pasado. Si pudiera pegarme en el presente, toda la
locura en
la que me había estado esforzando podría lavarse de encima.
Lentamente, me desaté el nudo en mi cadera. Cuando terminé,
la tira se desplegó, dejando al descubriendo más de mi estómago.
La
dejé colgando detrás de mí, mientras cogí el nudo del otro lado de
mi
cadera. Cuando éste se desató, era capaz de quitarme el traje por
completo, dejando al descubierto mucho más que mi estómago, al
aire
y la luz solar.
—Kelsey, no eres graciosa.
Apreté una mano en mi corazón, fingiendo estar herida. Luego
sonreí y bajé la tela sólo un poco sobre mis pechos, lo suficiente
para
tomarle el pelo.
Él me dio una mirada llena de calor. Si el calor vino de la ira u
otra
cosa, no estaba segura. Tampoco me importó.
—¿Qué? —Me encogí de hombros—. A nadie le gustan las
marcas de tiras en el bronceado.
Me desaté el segundo nudo y empecé a desenvolver la tela, pero
antes de que pudiera revelar mucho más que mi estómago, Hunt me
cargó.
Me tiró sobre sus hombros, impidiéndome relajarme en la
desnudez.
—¡Jackson Hunt! No puedes hacer esto cada vez que hago algo
que no te gusta.
—Ha funcionado muy bien hasta ahora.
Comenzó a caminar hacia el agua conmigo en sus hombros. Dos
podían jugar este juego.
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Me agaché para llegar al cinturón de su traje de baño, y traté de
empujarlos hacia abajo por sus caderas. Uno de nosotros iba a
estar
desnudo de una forma u otra.
No conseguí bajarle el traje pero antes de lograrlo, me tiró por
encima del hombro y me lanzó dentro del agua.
El agua salada se metió por mi nariz y me levanté tosiendo,
cuando Hunt se echó a reír.
—Oh, vas a lamentar eso, Hunt.
Empujé mi cabello mojado de la cara hacia atrás y lo fulminé con
la mirada. Retrocedí, sabiendo que iba a necesitar espacio para mi
próxima maniobra. Cuando el agua me llegaba a las costillas y me
encontraba lo suficientemente lejos de él como para estar segura
de
que no podría llegar a mí rápidamente, tomé la parte de arriba de
mi
traje de baño y lo tiré sobre mi cabeza sin desatar el resto en el
camino.
El aire frío me golpeó primero, y logré una pequeña sonrisa antes
de que Hunt me alcanzara, y empujara bajo el agua, que parecía un
poco más fría en esta segunda volcada.
Afortunadamente, mantuve mi cabeza fuera.
—Jackson. —Traté de levantarme, pero sus manos empujaban mis
hombros hacia abajo, al mismo tiempo que una ola golpeaba contra
mi
espalda.
El traje de baño resbaló de mi mano, y cuando traté de llegar
abajo y agarrarlo de nuevo, regresé sólo con agua.
—Oh —le dije.
—¿Qué significa eso? ¿Estás bien? ¿Te enredaste o cortaste? —
Me contuve de responder por un momento, esperando que su miedo
por mi seguridad, suavizara su reacción al hecho de que ahora no
tenía
forma de cubrirme.
—Esto es tu culpa —empecé.
—Kelsey, sólo dime qué pasó —gritó.
—Podría haber perdido mi traje de baño.
Sus labios se fruncieron en una línea delegada y enojada.
Sonreí. —¿Aventura?
Él negó con la cabeza y exhaló por la nariz.
Nadé hacia atrás un poco y él me siguió. Entonces me recosté de
espaldas y dejé que mi cuerpo flotara, y mi pecho se levantaba
sobre el
agua. —Aventura —bromeé de nuevo. Esperé a que dijera algo, pero
parecía que tendría que distraerlo de su ira.
Sus ojos se encontraban pegados en mi pecho y sonreí en señal
de victoria.
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—Podrías unírteme, ya sabes.
Él aún se encontraba casi completamente vestido, ya que no se
molestó en quitarse la camisa o los zapatos antes de arrastrarme
en el
agua.
Se veía tentado, por lo que añadí—: Podríamos nadar un poco
más lejos. —Señalé una saliente de rocas en el lado de un
acantilado
que se hallaba lo suficientemente lejos de la playa como para no
llamar
demasiado la atención—. Podrías poner tu ropa ahí hasta que
estemos
listos para volver.
Era extraordinariamente fácil conseguir que esté de acuerdo
conmigo, cuando no llevaba nada en la parte de arriba.
Una vez que llegamos a las rocas, me quité el resto de mi traje de
baño y las sandalias ahora arruinadas que había estado usando
cuando me lanzó en el agua. Él hizo lo mismo, quitándose la
camisa,
pantalones cortos y zapatos.
Entonces, estábamos desnudos y un tanto solos en un océano
verde azulado.
Pisando agua, nos acercamos más el uno al otro, hasta que
chocaron nuestras rodillas.
—Es más tarde —dijo—. Tú dijiste que más tarde.
Tragué saliva. Podía hacer esto. Era cuestión de fuerza de
voluntad. De control. Quería esto.
Tocó un mechón de mi cabello mojado y envolví los brazos
alrededor de su cuello. Mis pechos húmedos estrellaron contra su
pecho, y dijo—: Muy bien, tal vez estoy un poco de acuerdo con las
playas nudistas.
Escalofríos corrieron por mi piel. Apoyé mi mejilla en la suya,
concentrándome en la respiración. Su lengua saboreó la sal en mi
hombro y clavé las uñas en su espalda, no por el deseo, si no por
el
miedo.
Quería su toque para sanar la herida. Quería perderme en su
beso, para así poder olvidar. Pero él no sanó ni eclipsó, sino que
iluminó.
Cada segundo que pasé con él fue perfecto, lo que de alguna manera
parecía excavar más dolor.
Saqué su cabeza de mi hombro, necesitando un descanso. Sus
ojos se clavaron en los míos, cálidos y profundos. No estaba
segura de
qué exactamente vi en su mirada, pero se sentía demasiado grande
para profundizar, como explicar lo inexplicable. Como ver la luz
de una
estrella y saber que esa luz tiene millones de años de antigüedad.
Como
el camino del tiempo disminuyendo cerca a un agujero negro.
Y a medida que nos miramos, verdades desconocidas pasaron
entre nosotros, los pies pataleando de Hunt no fueron suficiente
para
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mantenernos a flote. El agua se subió de mi pecho a mis hombros,
de
mis hombros a mi cuello.
Y pensé que ahogamiento es la palabra perfecta para la manera
en que me hizo sentir. Ahogamiento después de una vida de sequía.
Él se rió y dijo que las aguas profundas no eran el lugar ideal
para
la clase de exploración que quería hacer. Podría haberme reído. El
sonido fue silenciado, como nosotros deslizándonos bajo el agua, y
yo
aún atrapada allí debajo de la superficie.
Nos pusimos las ropas encima de nuevo, y Hunt trató de hacerme
tomar su camisa.
—Sólo tendré que quitármelo cuando lleguemos ahí. No estaré
llevando tu camisa empapada cuando puedo ponerme mi vestido otra
vez.
De mala gana, estuvo de acuerdo.
No se puso su camisa de nuevo. Y cuando estábamos lo
suficientemente cerca como para tocar la costa, me subí a la
espalda
de Hunt y me llevó fuera del agua, escondiendo mi pecho desnudo en
su espalda.
Encontró una pequeña alcoba rocosa y trató de bloquear la vista
mientras me cambiaba, a pesar de que nadie en la playa nos
prestaba
atención. Luego, juntos nos dirigimos de regreso al túnel.
Lo detuve y desabroché uno de los bolsillos de su mochila.
—Déjame coger tu teléfono.
—Kelsey, espera...
Ya había agarrado su teléfono y pasé mi dedo por la pantalla.
Tenía diecisiete mensajes de voz.
Fruncí las cejas y levanté la mirada hacia él.
—Pensé que habías dicho que este teléfono era sólo para
emergencias. ¿Por qué no has escuchado tu correo de voz?
—Porque no son emergencias. Estoy seguro de eso.
Le pregunté—: ¿De quién son?
—Nadie importante. Deberíamos apurarnos a pasar el túnel.
Tenemos que regresar a Riomaggiore por la noche.
Debería haberlo presionado. Debería haber clavado mis pies ahí y
negarme a moverme a menos que me dijera la verdad. Eso es lo que
debería haber hecho.
No lo hice.
Lo dejé tomar el teléfono y lo seguí dentro de ese túnel
completamente oscuro, sin decir una palabra.
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Él mantuvo mi mano estrechada levemente en la suya, y empecé
a considerar lo que realmente sabía sobre él. Lo cual no eran
muchas
cosas. Y mientras más pensaba en ello, más segura estaba que me
ocultaba algo, algo que podría romper nuestra relación ya frágil.
Aún así, no pregunté. Ni siquiera en el túnel donde no podría ver
mi cara y yo no podría ver esos ojos.
Porque había una parte de mí, pequeña, pero no en silencio, que
vio eso como un escape.
Era la misma parte rota en mí que prefería la oscuridad a la luz.
Si
no conocía su secreto, él nunca tendría que conocer el mío.
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Traducido por Blaire
Corregido por Alaska Young
No dormimos juntos esa noche. No porque alguno inventara
alguna excusa, sino porque sí. Cuando nuestras espaldas golpearon
el
colchón, ambos nos encontrábamos tan dentro de nuestros propios
mundos que nunca se nos ocurrió la idea de acercarnos. Por lo
menos a
mí no.
La habitación era oscura como la boca de un lobo. El pueblo se
hallaba tan abandonado por la sociedad que ni siquiera tenía
farolas
en las calles. Las casas de vez en cuando tenían luz al frente,
pero la
nuestra no.
La oscuridad llenaba el silencio cubierto de calma, y cuando
escuché la constante respiración de Jackson, no podía oírlo.
Me preguntaba qué lo mantenía despierto. ¿Podría saber que yo
no había estado bien? ¿Pudo sentir la forma en que me alejé cuando
me besó? O eran sus propios secretos los que mantenían su cerebro
en
movimiento, incapaz de descansar.
Pensé que exploraba el mundo, pero quizás sólo huía. Tal vez he
huido durante mucho tiempo, al igual que él. Y de lo que fuera que
huía
—una novia, su familia, algún error— no se daba por vencido
fácilmente.
El silencio creció en un latido y para entretenerme, escuché el
ritmo, hasta que finalmente las
respiraciones lentas de Hunt se unieron a
la sinfonía, y pude relajarme. Me deslicé fuera de la cama, no
para ir a
alguna parte, sino porque necesitaba estar de pie.
Me arrastré lentamente, con las manos extendidas hasta que
encontré la pared, entonces me hundí en ella, presioné una mejilla
en su
contra y traté de respirar.
Estás exagerando.
El pensamiento vino automáticamente, como una canción en
repetición, y casi me derrumbó.
Esas palabras me las lanzaron en muchas ocasiones y las tomé
como una armadura, usándolas para encerrar todas las emociones en
mi interior. Supongo que también tuve que sacrificar algunas
buenas.
Aunque ahora que regresaron todas, también lo hicieron las malas.
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El esfuerzo de fingir todo el día me había desgastado y mi piel se
sentía en carne viva. Existía una verdad que tenía que enfrentar.
Gritaba en el fondo de mi mente y no creía que pudiera vivir
escuchándola.
Necesitaba algo para ahogarla.
No pensé en el momento que escapé del diminuto apartamento.
Me puse unos pantalones cortos y unas sandalias. Me dije que mi
camisón podría pasar por una blusa, y bajé las destartaladas
escaleras
lentamente, ignorando el impulso en mi sangre que decía que
corriera.
Lejos y rápido.
Riomaggiore no era con exactitud la imagen de vida nocturna,
pero encontré un bar guiándome por las luces y personas. Se
hallaba
lleno mayormente de turistas y tomé un asiento vacío en la parte
delantera. Le dije al barman que me trajera cualquier cosa.
Él empezó a hablarme de un licor especial de limón llamado
limoncello, el cual era hecho con los limones que su familia
cosechaba.
Lo desconecté y alcancé el vaso que sostenía, y lo tomé de una
vez.
Esperaba que fuera amargo, pero era agridulce. Sabía a gotas de
limón con un toque de producto de limpieza, pero no me importaba.
—¡Síp! —El camarero hizo un gesto de beber a sorbos, como si yo
no comprendiera su mal inglés. Entendí esto perfectamente.
Levanté un dedo y dije—: Otra. Espera, no. Tráeme la botella.
Sus cejas se fruncieron y dije más fuerte—: Toda la botella. Todo
de esto.
Extendí uno de mis billetes más grandes en la barra,
probablemente el doble de lo que valía la botella, pero no me
importaba. Tomé el cuello de ésta cuando me la tendió y la incliné
directamente hacia atrás.
Quemaba, pero no lo suficiente.
Se suponía que el alcohol entumecía, ¿cierto? Porque lo
necesitaba. Necesitaba quemar la infección y adormecer mis
heridas.
Un chico se acercó a hablar conmigo, y me sentí tan perdida con
respecto a lo que debía hacer que sentí las lágrimas amontonándose
como lluvia en la parte posterior de mi garganta. Al final, le
dije que se
fuera, incluso aunque pensé en seguirlo.
Vine aquí con toda la intención de perderme de la misma forma
que antes. Sólo quería que dejara de doler y cuando pasaba cada
noche en un bar con un hombre diferente no dolía tanto. Después
era
un tipo diferente de sufrimiento. Casi vacío. El dolor de la
ausencia.
Como echar de menos a alguien que no has visto en mucho tiempo.
Ese, al menos, era el tipo de dolor con el que podías aprender a
vivir.
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El dolor que sentía ahora era penetrante. Inesperado. Y no podía
controlarlo. A veces ocurría cuando Jackson me tocaba, pero a
menudo ni siquiera necesitaba eso. Sólo un pensamiento, un
sentimiento
o un recuerdo podían invocarlo. Y en cada ocasión sentía como si
mis
pulmones hubieran sido perforados o como si me ahogara sin agua.
Tomé otro trago de la botella, y por un momento este sufrimiento
fue condenadamente dulce.
Sólo podía pensar en que este era el precio por intentar volver a
sanarme. Me entumecí todos estos años, para no tener que sentir
las
cosas que perdí. Y sin saberlo, cada día perdía más de mí misma.
El
universo no me dejaría seguir adelante sin sentir esas cosas.
Pero quizás podría quedar atrapada de nuevo. Quizás podría
encontrar mi camino de regreso a la vida estancada donde no
cambiaba nada y las cosas nunca fueron muy brillantes, pero
tampoco
eran demasiado oscuras.
Podría volver ahí. Podría. Y sería mejor si lo hiciera.
—¿Kelsey?
No. No, por favor, no.
Tomé un gran trago, esperando que me trasportara fuera de este
momento. Me parecía a un niño deseando ir Narnia a través de un
armario de abrigos, pero no era tan ingenua como para creer que se
me cumpliría el deseo.
—Kelsey, ¿qué haces aquí?
Dios, no sabía qué responder. No sabía si ser fría y empujarlo o
caer en sus brazos. Cualquiera de las opciones me dolería, y eso
era lo
que trataba de evitar.
Así que me quedé en silencio y tomé otro trago.
—Oye —me arrebató la botella de la mano—, mírame. No
necesitas eso.
Presioné mi mejilla contra la madera agrietada y destartalada de
la barra, y la regué con la constante gotera en la esquina de mi
ojo.
Cerré los ojos, apretándolos, y murmuré—: Déjame en paz. Por
favor. ¡Déjame en paz!
—Princesa, ¿qué te pasa? ¿Qué ocurrió?
—No ocurrió nada. Estoy bien. ¿Una chica no puede conseguir
algo de beber?
Me estiré por el limoncello, pero se interpuso entre la botella y
yo.
—De esta manera no. Tampoco en medio de la noche, todavía
usando tu ropa para dormir. —Sus dedos tiraron de la correa de
encaje
de mi camiseta y continuó—: No cuando te sientes claramente
molesta.
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No sé lo que ocurrió, pero esta no es la respuesta. He estado
allí. Pensé
que era la solución, pero sólo amplificó el problema. Habla
conmigo.
—¡Yo soy el problema! ¿No lo entiendes? Esto es lo que soy. Esta
es
la única manera en la que puedo sobrevivir.
—Eso no es verdad. Tienes mucho más que esto. De lo que sea
que estés huyendo, es sólo una cosa, un recuerdo. No puede dictar
tu
vida.
Subí las manos a mi cabello y apreté, tratando de no llorar.
—Ya la dicta. Y no es sólo un recuerdo... es un centenar. Y no
puedo correr. No estoy huyendo. Me estoy rindiendo.
Levanté una mano y llamé al barman. Comenzó a moverse en mi
dirección, pero entonces Jackson lo señaló con un dedo y dijo—:
No.
No le des nada más.
Maldita sea. Ahora tendría que buscar otro bar porque Hunt era
más malditamente intimidante de lo que yo podría tener la
esperanza
de ser.
—Entiendo lo que haces, Jackson. Es dulce y lo agradezco, pero
no funcionará. Permíteme ahorrarnos el tiempo y la molestia.
Sólo nos conocíamos hace unas semanas, y la oscuridad ya había
entrado. Si no pudimos vencerla al principio cuando todo era
fresco y
las emociones eran más intensas, aquí no existía la esperanza de
un
futuro.
Se acercó, agarrando mi mandíbula y atrayendo mi mirada hacia
él. —Te dije la noche que nos conocimos que no me importaba lo que
pensaras que necesitabas, y ahora no es la excepción. No dejaré
que
hagas esto.
Me agarró del codo y empezó a alejarme de la barra.
Di un tirón para liberar mi brazo, y tropecé un poco.
—No puedes simplemente arrastrarme contigo o tirarme encima
de tu hombro para conseguir lo que quieres, Jackson. Esta vez no.
Sólo
lo empeorarás.
—¿Qué empeoraré? Explícame lo que ocurre. ¿Qué cambió?
—Nada. —Tiré de la esquina de mis labios como las cuerdas de
una marioneta—. Ese es el punto. He actuado como si hubiera
cambiado. Como si fuera el tipo de persona que puede escaparse a
una aventura contigo o desperdiciar días tirada en tu cama. Como
si
fuera la clase de persona que puede enamorarse. No lo soy. Esa
parte
de mí desapareció hace mucho tiempo.
Pasé rozándolo y salí a la noche, preguntándome si habría otro
bar en un pueblo como este.
—¿Es por lo que pasaste cuando eras más joven?
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Me congelé, rígida como una piedra. Podía sentir los diminutos
guijarros que se colaron entre la planta de mi pie y la sandalia.
Podía oír
el ruido rasguñando mis pulmones al tratar de inhalar y contener
la
respiración al mismo tiempo. Podía sentir a Hunt detrás de mí,
siguiendo
las olas de mi pánico como un localizador. Me giré. —¿Cómo sabes
eso?
—Dijiste algo... la noche que te drogaron. Nada detallado, sólo
que... sabías lo que se sentía que alguien se aprovechara de ti.
No quise
presionarte para hablar de ello si no te encontrabas lista, pero
he
recopilado pistas y si por eso te ocurre esto, tienes que saber
que no fue
tu culpa. Lo que se te hizo... no podías controlarlo.
—No es por eso que no puedo hacer esto. Es una parte, sí. Es lo
que vino después, la parte que sí podía controlar.
Eso era lo que me mataba.
—Sólo dime qué piensas. Habla de ello. Tal vez eso ayudaría.
Eso era lo último que quería hacer. Cuanto más me abría, más
dolía. Así es como comenzó toda esta porquería.
Me volteé y comencé a caminar, la pendiente del pueblo en
dirección del agua hacía imposible ir tan despacio.
—No dejaré que te alejes de esto —dijo Jackson a mis espaldas—.
Te he visto dejarte llevar y abrirte. He visto tu cambio de
sonrisa forzada
a brillante. No te veré regresar sólo porque es difícil.
Me giré, furiosa.
—Que te jodan. No menospreciarás lo que siento y dirás que
debería aguantarme. Todo lo que he hecho es ignorar el dolor, y
mira a
donde me ha llevado.
Sus manos acunaron mi mandíbula y la punta de sus dedos
presionaron lo bastante fuerte para cortar la bruma de alcohol.
—No menosprecio lo que sientes. Nunca haría eso. Sólo te pido
que me dejes entrar. Déjame sentir contigo.
Traté de apartar mi cara, pero él se mantuvo firme. —No quieres
eso.
—Pruébame.
La rabia brotaba en mí. No sabía por qué, si era por él o por mí.
Todo lo que sabía era que me llenaba. Lo empujé y sus dedos
rasparon
mis mejillas.
—¿Quieres oírlo? Bien. En realidad es una historia muy simple, que
trata de una niña linda que era bastante estúpida. Dejó que un
hombre
la tocara porque tenía miedo de negarse y entonces le contó a sus
padres porque le asustaba no decir nada. Y ellos tuvieron miedo de
que
eso pudiera arruinar sus vidas lindas, así que le dijeron a la
niña que no
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era nada. Que sólo ser tocada no era suficiente para
pelear.
Demasiado asustada para probar que se equivocaban, ella siguió su
camino como si eso no fuera nada y dejó que la tocaran
más personas,
sin saber nunca que de esa forma repartía partes de sí misma. O,
diablos, quizás lo sabía en el fondo y se odiaba tanto que le
alegraba
deshacerse de ellas. Y la vida no era bonita, pero tampoco daba
miedo
hasta que conoció a un hombre con dos nombres que la tocaba sin
aprovecharse y le hacía echar de menos las piezas que perdió. Y
ahora
las cosas no son sólo temibles, sino que son malditamente
terroríficas, y
no puedo hacerlo. No puedo vivir así, sabiendo todo lo que arruiné
y no
se puede arreglar.
Él atrapó mis manos mientras jalaban mi cabello, atrajo mi cuerpo
más cerca del suyo y sentí todos los huecos en mí. Los sollozos
resonaron
a través de ellos como cavernas, y nunca pensé que tanto vacío podría
volverse tan pesado.
No podía respirar a su alrededor.
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