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Traducido por Alexa Colton
Corregido por Dannygonzal
Cuando llegó nuestro tren, no hablamos de lo que pasaba entre
nosotros. Me puse el abrigo de Hunt, reunimos nuestras cosas y
abordamos. En el tren, me senté a su lado, él levantó el
reposabrazos y
sin decir nada volvimos a caer en los brazos del otro.
Hicimos lo mismo en el siguiente tren que nos llevó desde Brig,
Suiza, a Milán, Italia. Supuse que era nuestra última parada, pero
cuando nos embarcamos en un último tren a Florencia, me alegré de
tener otra oportunidad para tocarlo. Porque no estaba segura de
que
esta extraña tranquilidad fuese a durar una vez que estuviéramos
de
regreso en el mundo real.
Pero a pesar de mis intenciones de saborear nuestra cercanía, me
alcanzó la fatiga y me quedé dormida a los diez minutos de que
saliera
el tren. No me volví a mover hasta que llegamos a la estación, un
poco
más de una hora y media más tarde.
Los dedos de Hunt peinaban mi cabello cuando dijo—: Estamos
aquí.
Bostecé y me quité de su pecho. Sus párpados estaban pesados,
y sabía que probablemente no había dormido nada. Su rostro
normalmente era anguloso y de rasgos fuertes, pero con sueño,
parecía
más joven, menos intimidante.
Bostezó y me reí porque era malditamente lindo.
—Pensé que podríamos empezar a caminar por la ciudad. Tal vez
ir a ver la estatua de David. Comer un poco de helado.
Capté su bostezo y dije—: Suena bien, pero...
Me callé, reacia a admitir lo cansada que me sentía.
Afortunadamente él lo hizo por mí.
—Pero, ¿dormimos primero?
—Oh Dios, sí por favor.
Se rió y asintió.
Salimos de la estación del tren, casi como zombis. Un hostal se
encontraba fuera de cuestión. Era casi imposible dormir durante el
día
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allí cuando compartes una habitación con tanta gente, así que nos
detuvimos en el primer hotel decente que encontramos a unas pocas
cuadras al sur de la estación. Ni siquiera tenía energía para leer
el
nombre. Era demasiado largo. Comenzaba con B y terminaba con
hotel, y eso era todo lo que importaba.
Apoyé la cabeza en la espalda de Hunt mientras él hablaba con
el conserje, luego entregué mi tarjeta de crédito.
No pensé en casi nada hasta que llegamos a nuestra habitación,
y nos encontramos con una cama extra grande en medio de ella.
—Lo siento. No pensé en pedir dos camas —dijo Hunt—. Volveré a
bajar.
—No, no lo hagas. Esa cama se ve increíble, voy a colapsar si no
me meto ahí ahora mismo.
—¿Estás segura? —preguntó.
No me molesté en contestar. En cambio, me quité los zapatos y
me tumbé en la cama completamente vestida.
—Oh Dios, nunca he sido más feliz que en este momento.
Oí la risa tenue de Hunt, después quedé inconsciente.
Me desperté más tarde mientras Hunt retiraba las mantas y
maniobraba para meterme debajo de ellas. Cierta familiaridad se
deslizó por mis huesos, como si esto hubiese sucedido antes.
Obligué a
mis ojos a abrirse, y lo descubrí. Se debió haber duchado porque
su cara
seguía un poco húmeda y usaba un par de pantalones de pijama que
colgaban bajo su cadera. Sus abdominales podrían haber rivalizado
con la Toscana para ser las colinas más magníficas que había
visto.
Tiró de las mantas hasta mi cuello y luego se apartó de la cama.
Arregló el sofá borgoña situado al otro lado de la habitación, en
la
pared de enfrente.
Le dije—: ¿Qué estás haciendo?
—Shh. Vuelve a dormir.
—No, no voy a dejarte dormir en el sofá, no después de la noche
que hemos tenido. Si estás demasiado asustado para dormir en la
misma cama que yo, bajaremos y conseguiremos una habitación
diferente.
Quité las mantas y comencé a salir de la cama. Él estaba fuera
del sofá y frente a mí incluso antes de poner mis pies en el piso.
—No lo hagas, Kelsey. Vuelve a dormir.
Puse mis labios en una línea recta y me moví un poco, dejándole
espacio para que subiera.
—¿No dejarás pasar esto? —preguntó.
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Negué con la cabeza.
—El sofá es muy cómodo. Y no es una buena idea…
Cansada de la misma vieja discusión, lo agarré de la mano y tiré
con fuerza. Cayó en la cama junto a mí, y le dije—: No más
excusas.
Mi paciencia se escabulló lejos anoche con cada caricia suave
de su mano en mi cintura. Despareció poco a poco como arena en el
viento, hasta que todo lo que quedó fue un anhelo bajo.
Sin soltar su mano, me recosté y me giré de lado, dándole la
espalda. Tiré de ella hasta que se puso detrás de mí, y la dejé
caer sobre
mi vientre.
No iba a volver a como estábamos antes. Me harté del “lo hará /
no lo hará”. Sólo quería estar cerca de él. Las consecuencias
podían
joderse.
Al principio su cuerpo estaba rígido detrás de mí, sosteniendo su
brazo con el menor contacto posible. Me acurruqué de nuevo contra
él, y se paralizó.
—Jackson...
Dejé que su nombre colgara en el aire, y después de unos
momentos se relajó. Su brazo se enroscó alrededor de mi cintura, y
el
movimiento de su pecho creció y coincidió con el mío, mientras
caíamos en un profundo sueño.
Me desperté de nuevo en la tarde, y la luz del sol se filtraba por
la
ventana, era más fuerte que un Jack con gaseosa. Me di la vuelta
para
alejarme de la luz, y de pronto me encontré con la pared que era
Hunt.
Dormía sobre su espalda, completamente muerto para el mundo.
Únicamente lo había visto dormir una vez, en aquel primer viaje en
tren
hacia Praga y sólo habían sido unos segundos antes de que se
despertara.
Con él dormido, logré estudiarlo de una manera que no había
sido capaz hasta ahora. Tenía una pequeña cicatriz que atravesaba
su
ceja derecha y otra en la barbilla. Su nariz no era tan recta como
pensé, tenía un ligero bulto en su puente. Me pregunté si antes se
la
había quebrado.
Vi su pecho varias veces, pero eso no lo hacía menos fascinante.
También tenía algunas cicatrices, una cerca de su hombro, era
pequeña y delgada, supuse que era de una cirugía. Otra por su
costado, esa era más irregular y atravesaba varias costillas.
Cuando logré obtener todo lo que pude de él, o al menos lo que
podía sin quitarle los pantalones de su pijama, que enmarcaban su
cadera tan deliciosamente, decidí tratar de atrapar otra hora más
de
sueño. Suavemente, puse una mano sobre su abdomen. Cuando no se
despertó, apoyé mi cabeza sobre su pecho.
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Apenas había soltado un suspiro de satisfacción cuando fui
volteada sobre mi espalda y mis hombros presionados en el colchón.
Grité por la conmoción, y luego de dolor por la fuerza que Hunt
ejercía
en mis hombros. Él era fuerte y todo su peso se dirigía hacia mí,
doblando mis hombros hacia atrás de manera que definitivamente no
era posible. Sus ojos eran salvajes, oscuros y no veían nada. Su
respiración se volvió pesada. Sus jadeos temblorosos, cada uno
metiendo un poco más de presión sobre mis hombros.
—Hunt —dije, pero no reaccionó. Doblé mis brazos por el codo, y
logré agarrar sus antebrazos—. Jackson. Es Kelsey. Despierta.
—Gemí,
desesperada por hacer que parara el dolor. Más alto, le dije—: Jackson,
por favor despierta.
Me estás lastimando.
No sé si fue el momento o mis palabras o alguna otra cosa que lo
despertó, pero me soltó, y en su rostro sin expresión apareció una
mirada de horror.
Aunque todo había terminado, su respiración todavía era brusca
e irregular. Pasaron varios largos segundos antes de que dijera
algo.
—Oh Dios. Lo siento, princesa. Lo siento.
Su expresión se derrumbó, las desolaciones ocultas en sus ojos y
comenzó a arrastrarse hacia atrás para bajarse de mí.
Mis manos salieron disparadas, y agarraron sus brazos.
—No, no hagas eso —repetí las palabras que me dijo en el baño
de la cafetería.
—Kelsey...
Jalé sus brazos, pero eran columnas de piedra inmovibles. Dije—:
Vuelve a mí. —Tiré de nuevo, y esta vez cedió. Su cadera golpeó la
cama junto a la mía, pero su pecho cubrió el mío. Bajó su cara al
hueco
entre mi cuello y mi hombro, y sus manos fueron a mis hombros,
ahora su
toque era suave y tranquilizante.
—Lo siento —dijo de nuevo.
—Ssh. —Puse los brazos alrededor de sus hombros y me aferré a él
tan fuerte como pude. No sabía qué lo atormentaba, pero podía
adivinar, y todas mis suposiciones pusieron mis problemas en
vergüenza.
—Nunca quise lastimarte —susurró.
Esto era por lo que me apartó. Había pensado que no
podía
manejarlo o que no quería. Pero la verdad era… crecí en la clase
de
mundo donde las personas te hieren a propósito. Para probar algo o
para jugar. Yo tomaría el dolor de Jackson, cualquier día.
—Oye —dije, levantando su cara hasta que sus ojos encontraron
los míos—. No me has herido. Estoy bien.
Sacudió la cabeza. —No lo sabes, Kelsey. Hay una cosa...
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—Todos tenemos cosas así, Jackson. No me importa.
Agarré su mandíbula y acerqué sus labios a los míos.
A milímetros de mi boca, retrocedió. —Debería importarte. No
sabes nada de mí.
—Entonces dime.
Rodó sobre su espalda a mi lado y pasó la mano por su cara. Me
moví de lado, y puse mi cabeza en su pecho.
Dijo—: Kelsey…
Cerré los ojos, acomodándome en él. —Vas a tener que
empujarme porque no voy a ninguna parte. Y puedo ser muy terca.
Hizo una pausa y luego respiró lo que parecía una risa. Después
de unos segundos, la respiración volvió a la normalidad y la risa
desapareció, pero sus brazos se instalaron a mi alrededor. Eso fue
suficiente.
Nos quedamos encerrados, juntos en la cama por el resto del día.
A veces durmiendo. A veces no. No importaba cómo cambiábamos o
en qué posición nos acostábamos, nunca dejamos de tocarnos más de
unos pocos segundos.
Me impresionó el dolor que sentía en esos momentos. Se
desarrollaba rápidamente, perforando, tirando y abriendo un
agujero
en mi pecho que resonaba como una caverna vacía, hasta que su piel
se encontraba con la mía de nuevo. Cada vez suspiraba de alivio, y
lo
sostenía firmemente por unos segundos, probablemente con
demasiada fuerza. Pero nunca dijo nada. Ninguno de nosotros lo
hizo.
No sobre su sueño ni la forma en que me aferraba a él. Tampoco
sobre
la oscuridad que nos acechaba tan claramente, llenando los
espacios
entre la piel, el músculo y el hueso.
No dijimos nada, y recordé esos pocos segundos cuando saltamos
del puente en Praga. Hubo tanto ruido, miedo y adrenalina; pero
sobre
todo se había impregnado, inevitablemente, el silencio
tranquilizante a
medida que caíamos y caíamos y caíamos.
Cuando por fin salimos de la cama, nos pasamos la tarde
paseando por Florencia. Conseguimos ese helado. Y vimos la réplica
de
la estatua de David fuera del museo, lo cual era lo
suficientemente
cerca que estaríamos de la real.
Tuvimos una cena en la terraza con jardín de nuestro hotel, y esa
noche de nuevo, dormimos en brazos del otro.
Pero aun así... todo lo que hacíamos era tocar.
Y sentir.
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Traducido por Niki
Corregido por SammyD
Estaba sumamente segura de que la intención de Hunt era dejarlo
todo e irnos a otro lugar al día siguiente, pero no había contado
con
que pasaríamos todo el primer día en cama. Una vez había pensado
que Hunt era como la gravedad, pero la verdadera gravedad estaba
entre nosotros. Ni Hunt ni yo habíamos anticipado en qué cantidad
se
haría cargo esa atracción.
Era irracional, pero seguía sintiendo que íbamos a perder lo que
fuera que teníamos si dejábamos nuestro pequeño hotel en
Florencia.
Algunas veces, sentí que lo perderíamos si siquiera salíamos de la
cama.
Era horrible el estar aterrada de despertar, de levantarse, de
salir.
Era estúpido y cuando no estaba petrificada, me regañaba a mí
misma por ello.
Yo no era esta chica. No era la chica que dejaba que todo su
mundo girara alrededor de un hombre. Pero de nuevo, nunca había
dejado que en verdad mi mundo girara alrededor de algo que no sea
yo. Ahora que había salido del centro y puesto a alguien más en
ese
lugar, era difícil regresar.
Así que, él no lo admitió, pero creo que cambió su plan. En lugar
de dirigirnos a otra ciudad, nos quedamos en Florencia. Algunas
veces
nos aventurábamos a las afueras de la ciudad, como el día en que
tomamos un tour en bicicleta por Toscana. Pasamos el día entero,
cansados y sudando, explorando los pueblos en los cerros que no eran
el típico destino para los turistas. En la mayoría de pueblos,
éramos los
únicos turistas. Difícilmente alguien hablaba nuestro idioma, pero
estaban entusiasmados por tenernos.
En una villa, visitamos un estudio de arte donde el artista
trabajaba con alabastro, elaborando cualquier cosa desde estatuas
a
lámparas hasta sets de ajedrez. Compré un colgante de alabastro
pálido en forma de corazón, y lo colgué en el collar que ya usaba.
A las afueras de una ciudad amurallada, encontramos las más
impresionantes ruinas de un teatro romano. No pudimos acercarnos
mucho, pero encontramos una gran vista desde la muralla de la
ciudad,
y le conté a Hunt todo lo que sabía sobre los teatros romanos. Le
conté
sobre los nombres romanos para todas las partes de la estructura
como
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scaena frons y la cavea y vomitorium. Estoy segura que no le importaba,
mucho menos recordaba lo que le dije unos minutos después, pero me
escuchó y sonrió.
Recorrimos en bicicleta los sinuosos caminos, algunas veces
pasando horas sin ver un auto. Nos detuvimos y tuvimos un picnic
en el
césped. Miré fijamente el cielo, encontrando formas en las nubes
mientras Hunt dibujaba en su cuaderno. A mí, creo.
Cuando vimos un pueblo a la distancia, fuimos allí, sin tener idea
de cómo se llamaba o a donde nos dirigíamos. Comí la más deliciosa
pasta casera en la casa de alguien de verdad. Buscábamos un
restaurante, y Giovanni y su esposa nos invitaron a su hogar.
Y a pesar de que el día fue increíble, y que pudimos habernos
quedado en cualquiera de esos pueblos o seguir explorando, no
podíamos permitirnos seguir adelante. Rentamos las bicicletas por
un
segundo día y rodamos en otra dirección, conociendo nuevas
personas
y explorando nuevos lugares, pero en ambos días estuvimos en
Florencia
para el anochecer. De regreso en nuestro santuario de silencio
donde
no teníamos que cuestionar o etiquetar o analizar nada entre
nosotros.
Era perfecto.
Excepto por el hecho de que estaba sumamente ansiosa por
estar tan cerca de él, de tocarlo que a veces hasta dormir se volvía
difícil.
Él se dormía más rápido cada noche, y yo permanecía despierta
por más y más tiempo, ya que mi cuerpo dolía por la desatención.
En la
quinta noche de nuestra aventura de una semana, ya no lo pude
soportar. Mientras el dormía, profunda y silenciosamente junto a
mí, dejé
que mi mano se deslizara hacia abajo por mi estómago y en mis
pantalones cortos de dormir que había usado esa noche. Ya estaba
resbaladiza y adolorida, y sólo el primer toque me hizo curvar los
dedos
de mis pies y cerrar los ojos.
Contuve un respiro y me mordí el labio para quedarme en silencio,
pero mi cuerpo vibraba con energía acumulada. Era la misma
vibración
que sentía saliendo al escenario, llena de las luces, los aplausos
y la
atención. Sólo que todo esto venía de él. De estar cerca de él y no ser
capaz de tenerlo.
Hice círculos con mis dedos, y mi espalda se arqueaba del placer.
Estaba tan enganchada y concentrada en mi toque que no me
di cuenta que despertó Hunt, hasta que me agarró la muñeca,
apartando mi mano hacia arriba y presionándola contra la almohada.
Mis ojos se abrieron de golpe y me quedé boquiabierta. No sabía
que decir. Pero sabía que estaba más excitada por verlo
inclinándose
sobre mí, y la sensación de él fijando mi muñeca. Gemí, y sus ojos
eran
tan oscuros, que brillaban en negro.
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Sin decir una palabra, tocó el plano de mi estómago, y luego
reemplazó mi mano con la suya. Presionó la yema callosa de su dedo
medio contra mí y una galaxia se desató detrás de mis ojos
cerrados
mientras presionaba contra él. Presionó de nuevo, esta vez
haciendo
círculos, y ahora no tuve que ser silenciosa. Grité y con mi mano
libre,
me agarré a la muñeca de la mano que encadenaba la mía encima
de mi cabeza.
Se inclinó sobre mí, su cabeza encontrado el punto entre mi cuello
y mis hombros. Inhaló profundamente, la punta de su nariz trazó
una
línea hacia mi cuello. Su dedo arremolinaba mi punto más sensible,
y yo
ya estaba tan cerca.
Las uñas de mis manos se clavaron en su muñeca y algo como un
gruñido se escapó de su boca.
Presionó su dedo abajo, fuerte y eso fue todo lo que se necesitó
para enviarme al borde. Me vine con un grito bajo. Casi una semana
de
frustración acumulada se prendió y quemó en mi sangre, y la oleada
de
placer comenzó en mi cabeza, tan brillante y ensordecedora como un
show de fuegos artificiales. Se disparó por mi espina hacia mi
centro, y
luego inundó cada parte de mi ser.
Me arqueé hacia él porque lo único que faltaba era su boca en
la mía, su piel sobre la mía. Pero antes de que siquiera pudiera
atraer su
cabeza a la mía, rodó fuera de mí y salió de la cama. Se encerró
en el
baño sin decir nada. Mientras yacía en la cama, con mis huesos
hechos
gelatina, escuché la ducha.
Desperté el sexto día de nuestra aventura, y ninguno de los dos
mencionó lo ocurrido la noche anterior. Los parpados de Hunt
estaban
pesados por no haber dormido, y no sabía que decir para evitar que
se
sintiera culpable. No sé por qué lo haría. Y cada vez que me
dejaba
pensar en ello, mi corazón se apretaba como cada vez que tenía que
salir de la cama y dejar nuestro santuario atrás.
Sólo teníamos dos días juntos.
Dos días.
Y aunque la fecha límite era arbitraria, no creía que pasaríamos
de la fecha límite sin hablar de algo. Y tenía miedo que ese algo
llevara
todo a su final.
Con mi nueva rutina de arrepentimiento matutino, salí de los
brazos de Jackson. Me detuvo con un toque en mi codo. Me di la
vuelta
y me sorprendió cuan irreal era ver las sábanas alrededor de su
pecho
desnudo. Nuestras pocas noches juntos se sentían como años, y sin
embargo, sabía muy poco de él. No era inusual para mí compartir la
cama con alguien que no conocía, pero era inusual el estar molesta
por
ello. Quizá era porque aparte de no conocer su mente, tampoco
había
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conocido su cuerpo. Su mano apretó mi codo de nuevo, y dijo—: Lo
siento por las pesadillas.
Él había tenido varias después del asunto del que aparentemente
no íbamos a hablar.
En lugar de acurrucarse junto a mí luego de que terminaran, eligió
caminar por la habitación o dibujar en la ventana.
—Está bien.
Me volteé para irme de nuevo, sólo para sentir su mano envuelta
en la mía. Jugó con mis dedos por unos segundos, como si esa fuera
la
única razón para detenerme. Luego me dijo—: Cuéntame
sobre tu vida
en los Estados Unidos.
No era un tema del que particularmente quería hablar temprano
por la mañana, pero él obviamente sí. Tal vez hablar de esto lo
ayudaría
a hablar del resto.
—¿Cómo qué? No es nada interesante.
—Dime sobre tu navidad favorita al crecer.
—Estás bromeando, ¿verdad?
—Hablo en serio. Estoy tratando de entender todo el panorama
de Kelsey Summers.
No era una vista bonita, pero si él lo quería...
—Bien —dije—. Mi navidad favorita tendría que ser por defecto la
que viví antes de la primera que recuerdo.
Bajó la mirada, apretando mis dedos en los suyos. —Eso es muy
triste.
—Sí, bueno, mi familia es triste.
—¿Qué la hizo tan triste?
Me impulsé contra las almohadas, soltando su mano.
—¿Podemos hablar de algo más?
Él quería insistir. Lo pude oír en el silencio, en sus
respiraciones
cuidadosas, en el crujido de la cama cuando se inclinó hacia
adelante
por unos segundos antes de apartarse.
—Anda a ducharte. Yo averiguaré que vamos a hacer hoy.
Dios, ambos éramos tan malos en esto. No había manera que
pudiéramos funcionar, no era que en verdad supiera lo que implicaría
“funcionar”.
Liberada de su interrogatorio, me apresuré al baño.
Me tomé mi tiempo, disfrutando de la manera en la que el agua
caliente aflojaba mis músculos adoloridos, pero siempre consiente
del
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otro cuerpo que estaba justo afuera con tan sólo una pared entre
nosotros.
Decidí que habíamos estado tranquilos lo suficiente. Ninguno de
nosotros era bueno con las palabras. Éramos personas de acciones,
por
eso lo de anoche funcionó. No hablamos. Tal vez era hora de un
pequeño empujón. Así que cuando salí de la ducha, ignoré la pila
de
ropa en el baño y salí del cuarto en mi toalla.
—Te dije que todo estaba bien.
Yo dije—: Olvidé mi…
Luego paré porque Hunt me daba la espalda, hablando por
teléfono.
Se sacudió, y bajé la voz. —Yo, mmm, olvidé algo. Lo siento.
En una voz baja, dijo al teléfono—: Tengo que irme ahora. No. No.
Gracias pero tengo que irme.
Bajó el teléfono, pero todavía podía escuchar el sonido
amortiguado de alguien hablando al otro lado antes de que el
colgara.
Recogí un par de medias, lo primero que vi en mi mochila, y
pregunté—: ¿Quién era?
—¿Qué? —No me miró—. Oh. Sólo el conserje, queriendo saber si
habíamos decidido cuando nos íbamos.
Me quedé ahí, con un charco formándose debajo de mí, en nada
más que una toalla sosteniendo un par de medias, y él ni siquiera
había
dado un vistazo en mi dirección.
No podía decir si estaba más angustiada por su falta de reacción
o por la tensión en sus hombros. Una conversación con el conserje
no
debería causar eso. Y si simplemente preguntaba cuanto tiempo nos
quedaríamos, ¿no debería haber sido una llamada más simple y
corta?
Tal vez sólo estaba tenso por nosotros, y la llamada no tuvo nada
que ver con eso. Me quedé mirándolo por unos segundos más antes de
apresurarme al baño. Ya casi había cerrado la puerta cuando lo
escuché preguntar—: ¿Qué piensas sobre tomar un tren a la costa?
¿Quizá la Rivera Italiana?
Asomé mi cabeza del baño, y él estaba sentado rígidamente en
la cama, con las manos hechas puños a los lados.
Parecía que estaríamos despidiéndonos de nuestro refugio en
Florencia después de todo. Quizá nuestros secretos se volvían muy
grandes para esta pequeña habitación.
Dije—: Perfecto. Suena bien.
Las palabras hicieron eco en las paredes de cerámica a mi
alrededor, y sentí ese hueco en mi pecho abriéndose más, y el
miedo
asentándose.
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La pequeña villa de Riomaggiore se hallaba ubicada a un lado
de un precipicio de la Rivera Italiana, y supe desde el momento en
que
me bajé del tren que iba a amar este lugar. El aire olía fresco y
salado, y
el viento arrollaba desde el océano, agitando mi cabello. Al borde
de
la plataforma había un muro, y más allá un mar azul turquesa.
Corrí hacia el borde, desesperada para empaparme en la vista.
Peñascosas rocas negras estaban decoradas con la blanca espuma del
océano y resaltaban contra las aguas azules y brillantes. Las olas
chocaban contra las rocas, y juraba que podía sentir el rocío por
todo el
camino hasta la plataforma.
Chillé y arrojé los brazos alrededor del cuello de Hunt.
—¿Esto es bueno? —preguntó
—Muy bueno.
Por esto valía la pena dejar Florencia.
Hunt me había dicho en el tren a donde nos íbamos. Había cinco
villas llamadas colectivamente Cinque Terre que se asentaban
juntas en
la línea costera. Eran parte de alguna especie de área o parque
protegido, así que no había casi nada moderno sobre las villas,
sólo el
tren de entrada y salida. Podríamos pasar hoy y mañana, nuestros
últimos dos días, explorando y recorriendo de una villa a otra.
Si las cinco villas eran tan hermosas como la plataforma de trenes,
estaría encantada.
Dejamos la estación y nos dirigimos a la ciudad para encontrar
algo de comer y un lugar para quedarnos. No había falta de
ninguno.
Paramos en un pequeño restaurante, y comí el pesto más delicioso
en la
historia del universo. Particularmente, no me gustaba el pesto,
pero
Cinque Terre me hizo una creyente.
El mesero nos recomendó a una familia cerca de la carretera que
rentaba un apartamento junto a su hogar. De camino, me maravillé
con
la villa. Las casas estaban apiladas como bloques de construcción
y
pintadas con colores vibrantes. Había construcciones amarillas,
anaranjadas y rosadas con persianas azules, rojas y verdes. Todo
lugar
que miraba era digno de ser fotografiado, desde una vieja puerta
turquesa, de la cual podrías averiguar su historia a través de la
madera
astillándose y la pintura descascarándose, hasta una niñito, de
piel
bronceada por el sol, con pies descalzos endurecidos por los
toscos
caminos y la dulce cuna de un mullido gato callejero en sus
brazos.
La mano de Hunt tocó mi espalda baja, y me apoyé en él
instintivamente. —Esto es maravilloso —dije—. Yo sólo… nunca he
visto
nada parecido.
—¿Así que lo he hecho? —me preguntó
—¿Hacer qué?
149
—Darte una aventura.
Me detuve y lo miré. Su cara se veía tensa y tuve el presentimiento
de que iba a preguntarme sobre algo más que si sólo me divertía.
El cielo y el mar se juntaron en el oscuro y azul horizonte sobre
sus
hombros, y quería detener el tiempo. Una foto nunca sería
suficiente
para capturar este momento y tenía miedo de que si no la grababa
en
mi cerebro olvidaría la briza agitando la ropa colgada en las
ventanas,
el brillo del sol sobre el agua, el gris profundo de los ojos de
Hunt. Sería
un crimen olvidar esas cosas. Quería parar el tiempo porque esa
pausa
de un segundo no era lo suficientemente grande para sentir las
cosas
que mi cuerpo quería sentir y pensar las cosas que mi mente quería
pensar. Así que le dije honestamente—: Aventura no parece una
palabra lo suficientemente grande para lo que ha sido esto.
Su sonrisa puso en vergüenza al sol.
Envolvió su brazo alrededor de mi hombro, y fuimos a buscar una
habitación.
Cada una de las villas se encontraba conectada por ambos,
trenes y caminos. Después de acomodarnos en nuestro acogedor,
aunque sencillo, apartamento privado, salimos para explorar.
Escogimos
los caminos porque no había manera de que Hunt nos dejara tomar el
tren. No es que yo no hubiera querido.
Seguimos el curso de un mapa desde Riomaggiore hasta el
comienzo del camino que nos llevaría a Manarola. El camino se
llamaba
Via dell’Amore, el camino del amor. Tallado al lado del acantilado
con
un rastro de piedras lisas, el camino hacía una caminata sencilla
entre la
primera y la segunda villa. Se envolvía alrededor del acantilado,
dándonos una hermosa vista de Riomaggiore mientras nos íbamos y el
océano al avanzar.
El camino llevaba a un nicho de piedra con aberturas como
ventanas que nos permitían observar las rocas y el agua debajo.
Mientras avanzábamos más allá del túnel, empecé a notar candados
colgando de la barandilla y sogas en el techo y cada superficie
disponible. Eran candados de todas las formas y tamaños. Algunos
eran
nuevos y brillantes, mientras otros estaban oxidados y
envejecidos, pero
tenían que haber como miles de ellos.
Seguir los candados nos guió a una silla que había sido esculpida
en piedra. El asiento era lo suficientemente grande para dos y la
parte
trasera estaba tallada para lucir como dos personas besándose. La
silla
se hallaba ubicada ante un arco de piedra con barandillas detrás para
evitar que la gente y la silla se cayeran al océano. No era que
pudieras
ver más las barandillas. Estaban cubiertos con los rebosantes
candados.
Había candados enganchados a otros, enmarcando el asiento de los
amantes con la ayuda del océano como fondo. La silla y gran parte
del
túnel a nuestro alrededor estaban cubiertos con grafitis, pero no
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importaba. Podrías sentir cuan especial era este lugar. El
horizonte se
alineaba casi perfectamente con los labios de los amantes, como si
el
mar y el cielo y la vida convergieran para hacer esta presentación
perfecta de lo que significa estar con otra persona. La
permanencia de
ello.
No sabía cuántas parejas habían puesto candados sobre esta
silla, o cuantas seguían juntas. Pero no importaba. Cuando amas a
alguien, en verdad, es una marca duradera en tu alma. Hay un
candado en tu alma que llevaras siempre contigo. Podrías perder la
llave o regalarla, pero el candado se quedaría contigo siempre.
Un hombre se nos acercó, y nos preguntó si queríamos comprar
un candado. Tenía una caja con todos los diferentes tipos, y
comencé a
decir que no pero Hunt dijo—: ¿Por qué no?
Le dio al hombre algo de dinero y eligió un candado de su surtido.
El que escogió era simple pero fuerte.
—¿Dónde lo deberíamos poner? —preguntó
Miré la silla, pero la manera en la que los latidos de mi corazón
tambaleaban me hizo buscar otro lugar, un lugar con menos presión.
Tomé unos pasos más allá, abajo por el túnel hacia donde se abría
el
camino regular. En la boca del túnel, pude ver candados colgando
cerca del techo.
Señalé y dije—: Ahí.
De cerca pude ver que un tejido había sido puesto alrededor de
una de las rocas a un lado del precipicio, y habían colocado
candados
en esa red. Era perfecto. Todavía estaríamos dejando nuestra
marca,
pero sin que significara más de lo que estaba dispuesta a admitir.
—Te levantaré —dijo Hunt.
Tomé el candado de sus manos, y se inclinó, envolviendo los
brazos por mis rodillas. Me levantó y me impulsé con sus hombros.
Cuando él estuvo firmemente parado, alcé y puse una mano sobre la
roca y tomé un pedazo de tejido. Abrí el candado, lo deslicé
alrededor
de un pedazo de cuerda, y lo cerré con un clic.
Sonreí.
—Todo listo.
Hunt aflojó su agarre en mis rodillas, y me deslicé por su cuerpo.
Y
justo como el candado sentí que habíamos caído en nuestro lugar.
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