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Traducido por CrisCras
Corregido por Niki
Abrí dos armarios de almacenamiento antes de encontrar el
cuarto de baño sin marcar, y me colé dentro. Me lavé las manos en
la
pila de porcelana y apoyé la cabeza contra el frío cristal del
espejo. No
sé por qué me afectaba con tanta fuerza, pero se sentía como si
hubiera sido golpeada en el estómago.
Jackson era un buen tipo. Un gran tipo. Me drogaron y él cuidó de
mí. Yo oscilaba entre una épica metedura de pata y una perra a la
velocidad de la luz, y él seguía aquí. Y de algún modo entre todo
eso,
arruiné un logro de un año.
Ahora me pregunté por qué seguía rechazándome.
No por primera vez, tenía que preguntarme por qué. ¿Por qué
este gran tipo se preocupaba una mierda por mí? Creo que él se
preocupaba más por lo que me sucedía que por mí.
No importaba dónde estaba o cuántos aviones o trenes había
tomado para llegar allí, la oscuridad siempre me atrapaba. No
debido a
la mala suerte, el karma o algo así. El desastre me seguía porque
yo era
el desastre. Era un huracán andante y parlante, y mi idea de vivir
arrastraba a todo el mundo conmigo.
Alcé la mirada hacia el espejo. Se hallaba rodeado por metal
oxidado y la escasa luz amarilla que había sobre mi cabeza
brillaba en
el reflejo. Y allí en el centro, había una chica con el pelo claro
y los
labios rosados. Material para una Reina de la Belleza. Eso era lo
que mi
madre siempre había dicho mientras crecía. Ella quería que fuera
la
próxima Marilyn Monroe. Me decía eso por las mañanas cuando estaba
borracha y se retiraba a la cama debido a un “dolor de cabeza”.
Pero
la belleza era un veneno. Una mentira. Era una fachada y nada más.
Cuando miraba en el espejo, todo lo que podía ver eran las cosas
que trataba de no ver. Las bolsas bajo mis ojos. El rímel corrido
y las
mejillas hundidas. Los brazos demasiado delgados y las líneas
alrededor
de mi boca de fruncir el ceño. Pero esas imperfecciones no tenían
nada
que ver con el alma harapienta que residía debajo.
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Eso era lo que no podía cambiar. Podía pintar por encima con
maquillaje. Distraerme con fiestas, chicos y viajando. Pero no
puedes
huir de lo que eres… no para siempre.
Y aquí, en esta pequeña cafetería, en esta pequeña ciudad
alemana, con, posiblemente, el hombre más perfecto del mundo…
finalmente me había alcanzado.
Un golpe sonó en la puerta.
—¿Kelsey?
Jesús. ¿Cómo se supone que iba a enfrentarle cuando ambos
sabíamos que él estaba mejor sin mí? Deberíamos simplemente
desechar todo este viaje de una semana e ir por caminos separados.
Él
podía continuar a dónde fuera que estuviera yendo. Yo podía volver
a
Texas y averiguar si tenían centros de rehabilitación para perras
autodestructivas.
—Sólo un minuto.
No hizo caso, porque unos segundos más tarde el picaporte giró, y
la puerta que yo había bloqueado se abrió.
Me limpié apresuradamente el rímel de debajo de mis ojos y
agarré una toalla de papel para fingir que había estado lavándome
las
manos.
—Oye —dijo Hunt.
—Jesús. ¿Demasiado impaciente? Si tanta necesidad tienes de
entrar, voy a quitarme de tu camino.
Casi le había pasado cuando me agarró del codo y me dio la
vuelta hacia él.
—No lo hagas —dijo—. No hagas eso.
—¿Hacer qué?
—Fingir que estás bien cuando no es así.
Gracioso, eso. Tienes que saber lo que es real para dejar de
fingir,
y yo perdí la pista hace mucho tiempo.
—No estoy fin…
—Kelsey.
Mierda.
Sus ojos. Sus malditos ojos perforaban hasta mi centro.
—¿Por qué te importa? —Me horroricé al oír el tirón en mi
respiración.
—¿Por qué no iba a importarme, princesa?
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—Porque soy horrible. Todo lo que hago es estropear las cosas.
Incluyendo a ti. Deberías estar corriendo tan rápido como puedas en
la
dirección contraria.
—¿Pero entonces quién te llevaría cuando tengas una torcedura
falsa de tobillo?
Me atraganté con una risa, la cual se convirtió en un sollozo y me
cubrí la cara con las manos antes de que él pudiera verme
derrumbarme. —¿Lo ves? Horrible.
Apartó mis manos, así que bajé el rostro.
—No eres horrible, Kelsey. Eres vibrante y hermosa, y ardes. Ardes
tan vívidamente. El fuego puede hacer daño, pero también es
hermoso
y vital, y puede purificar y darte la oportunidad de empezar de
nuevo.
No eres horrible. En absoluto.
Quería escucharle, quería creer las cosas que decía, pero mi
cerebro sólo parecía concentrarse en el hecho de que él también
sabía
que era destructiva. Me había pasado toda la vida queriendo ser
algo
más, hacerme notar, arder como las velas romanas de Keruac10, pero
nunca había dejado de pensar en el daño que podía hacer.
—Creo que debería ir a casa —dije.
Sus manos sobre mis codos me acercaron más y dijo—: No sé qué
hacer para convencerte.
—No hay nada —dije—. No hay nada que puedas hacer.
Le dediqué una sonrisa triste, y las manos que tenía en mis codos
se desplazaron a la parte baja de mi espalda y sus labios
reclamaron los
míos en un beso abrasador.
Excepto eso. Puedes hacer eso.
Me resistí durante un segundo, tratando de apartarme, pero sus
brazos se envolvieron alrededor de mi cintura, aplastándome contra
su
pecho y unos pocos segundos de resistencia fue todo lo que tenía
dentro de mí. Me aferré a su espalda, arrastrando los dedos para
sostenerme de él. Su lengua se deslizó entre mis labios,
deslizándose a lo
largo de la mía.
Esto era ardiente. El calor, el fuego ardía entre nosotros y yo no
podía estar lo suficientemente cerca de él. Dejé que una mano
descendiera hasta la parte baja de su espalda y la deslicé por
debajo
de su camiseta para presionarla contra su cálida piel. Ante el
contacto,
su beso se tornó frenético y sentí el frescor de la porcelana del
sobresaliente del fregadero contra la parte baja de mi espalda.
Clavé
las uñas en su piel y un gruñido sordo brotó de su boca. Los
brazos de
10 Alusión a la obra de “On the
road” del novelista y poeta Jack Kerouac.
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alrededor de mi cintura se deslizaron hasta mis caderas, y me
levantó y
me colocó sobre el fregadero.
—Debería parar —susurró contra mi boca.
Enganché las piernas alrededor de su cintura y lo jalé hacia mí.
Encontré ese punto en la esquina de su mandíbula, justo por debajo
de
su oreja, que sabía que le afectaba y presioné un ligero beso
allí. Luego
rocé la piel sensible con los dientes, y oí su respiración sibilante
por
encima de mí.
Dije—: No te atrevas.
Volví a sus labios y usé la mano que no estaba bajo su camiseta
para atraer su rostro al mío. Mi espalda se presionó contra el
espejo y el
contacto frío envió escalofríos por mi cálida piel. Sus manos se
deslizaron
desde mis rodillas desnudas, ascendiendo por mis muslos, hasta el
borde
de mis pantalones cortos. Sus dedos se sumergieron bajo el
dobladillo,
marcando la piel de la parte interna de mis muslos y extrayendo un
gemido bajo de mi boca.
Incliné hacia atrás la cabeza contra el espejo y sus labios
descendieron por mi cuello. Estaba tan deshecha por él que mis
manos
y mis piernas temblaban, pero eso no me detuvo de acercarlo
desesperadamente. Tracé los firmes músculos de su espalda con mi
mano, y sus caderas se presionaron con más fuerza contra las mías
en
respuesta.
Podía sentir su longitud presionada contra la cremallera de mis
pantalones, y su boca creaba una mágica total y absoluta en mi
cuello,
y estaba segura de que en cualquier momento me iba a desmoronar.
Iba a quemarme tanto y tan deprisa que simplemente me
desintegraría
en sus brazos.
Sus caderas se mecieron contra las mías, su erección presionaba
directamente contra mi centro y me arqueé contra él con un gemido.
Me besó desde el cuello hasta la clavícula y luego apartó mi
camisa a
un lado para colocar un beso caliente justo por encima de la línea
de
mi escote.
Extendí la otra mano hacia abajo, intentando tirar de su camiseta
hacia arriba para quitársela, cuando sonó un golpe en la puerta.
Fue vacilante, y la voz que le siguió era la del dulce propietario
de
la cafetería.
Dijo—: Comida, señor. Señora.
Hunt dejó caer la cabeza en el hueco entre mi cuello y mi
hombro, y gimió—: Maldita sea.
¿Era tan terrible que no me importara volver allí afuera? Seguro,
se
vería mal, pero estábamos recién casados. O eso es lo que pensaban
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ellos. Era partidaria de quedarnos aquí y terminar lo que habíamos
empezado.
Pero antes de que pudiera reunir las palabras correctas para esta
propuesta, Hunt retrocedió un paso y se giró hacia la pared.
Pensé en quedarme allí. Tal vez podía volver a tentarle con otro
beso. Pero entonces gruñó y maldijo de nuevo, pasándose las manos
por los ojos y hasta su pelo rapado.
Él no se avergonzaba. Estaba bastante segura de que él podía
haberse librado de algo así con una sonrisa o un encogimiento de
hombros. Esto era diferente. Se enfadó consigo mismo. Y el suave
resplandor de deseo que había bloqueado mis inseguridades y
temores
de antes se desvaneció, y me sentí más imperfecta, más destruida
que
nunca.
Era conveniente que Hunt me hubiera traído a esta ciudad en
particular con este castillo en específico cuando había tantos
otros
castillos para elegir. Porque este, aunque hermoso, había sido
devastado por el tiempo y dejado atrás, roto y arruinado.
Me bajé del lavabo, mis piernas todavía temblorosas por nuestro
beso, y Hunt se dio la vuelta.
Dijo—: Lo siento, Kelsey. Yo…
—No lo hagas, Jackson. Simplemente no lo hagas. —Fuera lo que
fuese, no quería oírlo.
Alcancé la puerta y él volvió a tirar de mí una vez más.
Presionó un beso fuerte contra mi sien, dulce, pero aún teñido de
ira. Una vez más, dijo—: Lo siento.
Luego me guió fuera del baño.
El dueño había huido después de su pequeña declaración,
gracias a Dios. Hunt sacó un asiento para mí otra vez, pero había
una
intensidad entre nosotros ahora que no había estado allí antes.
Antes había habido atracción y tal vez amistad. Y esas cosas
continuaban allí, pero se habían convertido en algo más. La
atracción
era más fuerte y estaba teñida con la oscuridad que sólo surge
cuando
no puedes tener lo que quieres.
Cada paso, cada respiración adquirió una voz y podía oírla
susurrar por qué. No era suficiente pensar en esta brecha entre
nosotros
como una línea o una pared. Necesitaba más que una metáfora.
Necesitaba saber qué se interponía exactamente entre nosotros.
Pasamos el resto de la noche fingiendo que la oscuridad no se
hallaba allí, fingiendo que no acabábamos de compartir el beso más
intenso de nuestra vida. Nos forzamos a hablar y a reír de cualquier
cosa
que pudiera considerarse incluso remotamente divertida, como el
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hecho de que la comida que ordenamos era alguna extraña sopa que
parecía una mezcla de aceite y sangre y olía como cualquier cosa
muerta de la que viniera la sangre. Usé uno de mis desafíos para
hacerle
cambiar la comida conmigo porque si tenía que tocar esa cosa iba a
vomitar encima de la mesa.
En comparación, su comida era puré de patata con cebollas y
algún tipo de salchicha ennegrecida y rebosante. Definitivamente
iba a
evitar la salchicha pero el puré de patatas parecía prometedor.
Eso
hasta que tomé un bocado y me encontré trozos de algo dulce que
podrían haber sido manzanas mezcladas con las patatas.
Cielo y tierra, mi culo.
Mantuvimos nuestra fachada durante toda la comida. Hunt tomó
mi mano mientras nos poníamos de pie y nos marchábamos, y ambos le
dimos las gracias al propietario, que había estado sonriendo como
un
maniaco desde que Hunt y yo salimos juntos del baño.
Él se adelantó y tomó nuestras manos unidas en la suya.
Dijo algo en alemán que no entendí, pero tenía la sensación de
que era una bendición; no es que la mereciéramos.
Nuestras manos permanecieron unidas mientras hacíamos nuestro
camino a través de la ciudad a oscuras hasta la estación de tren a
donde habíamos llegado.
—¿Nos vamos ahora? —pregunté.
Hunt asintió. —Pensé que preferirías viajar durante la noche. Pero
podemos encontrar un lugar para quedarnos si quieres.
No me miró mientras lo ofrecía. Claramente, la idea de estar en
cualquier parte cerca de una cama conmigo ahora mismo estaba
fuera de cuestión.
—No, el tren está bien. Tenemos un horario que cumplir, después
de todo.
Me gustaría pensar que mantuve la mayoría de la amargura fuera
de tono, pero el lento hundimiento de sus hombros dijo lo
contrario.
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18
Traducido por Janusnelly
Corregido por Sofía Belikov
Podría haber enviado al infierno los asuntos de Hunt y exigido que
encontráramos un lugar para alojarnos si hubiese tenido idea de lo
que
reservaba para esa noche. Pensé que estaríamos en otro tren en la
noche, como el que tomamos de Budapest a Praga. En cambio, Hunt
había alineado una serie de siete trenes. ¡Siete! Para un total de
quince
horas.
Era la receta para un desastre (yo era el desastre, por supuesto).
En el primer tren sólo estuvimos doce minutos y nos llevó a otra
estación en Alemania. A partir de ahí, tuvimos que esperar un poco
más
de diez minutos para abordar otro tren a Basilea, Suiza. En ese
estuvimos
aproximadamente dos horas y media, dos horas llenas de inquietos
intentos para dormir en mi mochila o en la ventana o cualquier
superficie que parecía atractiva para mis llorosos ojos inyectados
de
sangre. Porque estaba segura de que no iba a hablarle a Hunt, no
sin
arrancarle la cabeza.
Llegamos a Basilea justo antes de media noche, con seis minutos
para trasladarnos a nuestro siguiente tren. Hunt tuvo que cargar
mi bolso
y llevarme a lo largo de todo el camino para evitar que
perdiéramos
nuestro tren.
Colapsé en los primeros dos asientos vacíos que pude encontrar y
dije—: Recuérdame nunca ir al reality The Amazing Race. Esto no es tan
divertido como tú crees.
Tomamos ese tren, transbordamos a otro en Olten, y llegamos a
Berna, Suiza, aproximadamente una hora más tarde. No
permanecíamos en un mismo lugar el tiempo suficiente como para
pensar en dormir, lo que me dio mucho tiempo para hervir en
frustración.
—Sólo sigue pensando en Italia —dijo—. Valdrá la pena cuando
lleguemos a Italia.
—¿Hay una ducha, la cama más suave del mundo y un masajista
profesional que nos espere en Italia? Porque esa es la única forma
que
puedo ver que valga la pena.
Agotados, llegamos a Berna y dije—: ¿Hacia dónde, capitán?
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Sacó el programa impreso que le había dado un vendedor de
entradas en Heidelberg y ojeó las páginas de horarios e
información.
Cuando encontró la página que buscaba, dijo—: Oh.
—Tenemos un poco más de tiempo antes del siguiente trasbordo.
—¿Cuánto es un poco más de tiempo?
Se rasco distraídamente la mandíbula, sin dejar de mirar al papel
en vez de mirarme a los ojos.
—¿Cuánto tiempo, Jackson?
Me ofreció una sonrisa tímida y dijo—: ¿Cinco horas?
—Mi cerebro está demasiado brumoso debido al sueño como
para elegir de qué manera matarte, pero dame cinco minutos y lo
averiguaré.
—Kelsey…
—Tiburones —dije—. Me gustaría cortarte con papel unas cuantas
veces y alimentar a los tiburones.
—No creo que haya tiburones en Suiza.
—Entonces encontraré un acuario.
—Lo siento. Debí haber prestado más atención cuando ella me
dio el itinerario. Estaba más concentrado en llegar ahí. Pero todo
va a
estar bien. Vamos a matar algo de tiempo. Tal vez podemos ir a
buscar
algo de comida.
—Son la una de la mañana, Hunt.
Nos las arreglamos para encontrar un McDonald’s abierto. Así,
que tuve que tragarme las palabras.
Le dije—: Un McDonald’s en Suiza no es exactamente mi idea de
una aventura.
Sin embargo, no tenía que saber lo mucho que adoraba esas
papas fritas en este momento. Después de nuestra última aventura
de
comida con puré de manzana y sopa de sangre, las papas fritas de
McDonald eran más valiosas que el oro. Cuando habíamos llegado al
restaurante y masticado nuestro primer bocado de papas fritas,
estuve
a dos minutos de caer de rodillas y proponerle matrimonio al
encargado
del mostrador con granos sólo para conseguir más jodidas papa
fritas.
Me obligué a comer lentamente, pero cada vez que Hunt miraba
hacia otro lado, comía como una aspiradora e inhalaba las cosas.
Con mi estómago dolorosamente lleno, nos dirigimos de nuevo al
andén del tren. Era verano, así que no hacía exactamente frío,
pero el
viento nocturno se deslizó a través de las aberturas de las vías y
me
estremecí. Encontramos un banco en el andén de donde nuestro tren
partiría dentro de unas cuatro horas, y empezamos a acampar. Hunt
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sacó una chaqueta de su mochila y me la entregó. La di vuelta, y la
usé
como cobija.
—Ven aquí. —Hunt se sentó y me atrajo hacia él, pasando las
manos por debajo de la capa para tocar mis hombros.
—¿Qué estás haciendo?
—Sólo relájate. Estás tensa y cansada.
Y enojada. Esa era la palabra que no dijo y que probablemente
no diría.
—Querías un masajista profesional en Italia. Bueno, esto es Suiza
y
no soy un profesional, pero puedo hacer el trabajo.
Sus pulgares se presionaron contra los músculos que iban de mi
hombro hasta mi cuello, y juraba que todo mi cuerpo se entumeció por
unos segundos. Las palabras se perdieron en mi boca y lo único que
conseguí fue hacer un ruido ininteligible de aprobación.
Al diablo el tener un masaje profesional. Era mucho mejor cuando
él me tocaba.
—¿Te parece bien?
Bien estaba más allá de mi vocabulario en ese momento. Mis ojos
casi se encontraban cerrados, pero dije—: ¿Eh?
—¿Más duro?
Gemí. Hunt no ayudaba a mi cerebro muerto de hambre sexual.
—Así está perfecto.
Sus manos recorrieron el paisaje de mi espalda, desde la columna
vertebral hacia el valle de mi cintura. Me derretí en sus brazos,
hasta
que ya no me sentía como algo sólido, sino tan insustancial como
el
agua ahuecada entre sus manos.
Sus manos se movieron por los costados de mi caja torácica, y mi
cuerpo se sacudió en un escalofrió involuntario.
—¿Estás bien?
Sí, no había manera de que dijera palabras en estos momentos.
Ahora mismo me sentía tan caliente como me sentí por ese beso en
el
baño. Tal vez más ahora que había traído ese recuerdo particular.
Así
que asentí.
Tiré las piernas contra mi pecho y apoyé la mejilla contra las
rodillas. Después, me entregué a la gloriosa manipulación de sus
manos,
y me permití imaginar lo que pasaría si me diese vuelta y me
sentara a
horcajadas en su regazo, y lo besara hasta dejarlo sin sentido,
como yo
quería. Lo imaginé tanto que me dormí.
136
***
Al despertar, no me encontraba inclinada contra mis rodillas, sino
contra el pecho de Hunt, sentada entre sus piernas. Estábamos de
lado
en el banco, Hunt apoyado contra su mochila y yo apoyada contra
él.
Mis rodillas seguían flexionadas, porque el banco era demasiado
corto,
y el apoyabrazos al final del banco me impedía estirarlas. Pero no
fue la
incómoda posición lo que me despertó.
Fueron las suaves caricias de los dedos de Jackson a lo largo de
mis costillas, justo debajo de mi sujetador, desde la cintura y de
regreso.
Era relajante y exasperante, y me sentía muy consciente de todas
las
partes en donde se tocaban nuestros cuerpos. La inhalación y
exhalación de su pecho debajo de mí era como el asenso y caída de
las olas del mar, y mis sentimientos por él eran igual de
tumultuosos.
Había renunciado a tratar de decidir qué era lo correcto en esta
situación o lo que pensaba que era lo mejor. La verdad era que… no
quería pensar. Y cuando nos tocábamos así, no tenía que hacerlo.
Sólo
podía sentir.
Mientras sus manos se movían hacia mi cintura, me giré hacia un
lado. Apoyé la cabeza contra su torso, alcé un brazo hacia mi
pecho y
casualmente deslicé el otro alrededor de su cintura. Cuando me di
la
vuelta, su mano se había deslizado desde mi costado hasta el
estomago, alzando mi camisa por accidente.
Contuve la respiración, con la esperanza de que se quedara
exactamente donde se encontraba, que no apartara su mano. El
segundo se extendió hasta que me sentía tan colmada de
anticipación
que pensé que podría explotar. Entonces su tentativo toque se
volvió
seguro y sus manos se presionaron contra mi estómago, la mitad de
una
de ellas tocando mi piel desnuda.
Los dos sabíamos que estábamos despiertos, pero permanecimos
acostados como si no lo supiéramos. Era como un juego para ver lo
cerca que podíamos llegar a la línea sin cruzarla. El brazo que
casualmente había envuelto alrededor de su cintura se deslizó por
debajo de la parte de atrás de su camisa, presionándose en la misma
piel por la que había arrastrado mis uñas hacía unas horas. No lo
presioné más, todavía no. Y él tampoco lo hizo. Pero me quedé
allí, mi
corazón latiendo salvajemente, mirando hacia las vías de tren
vacías y
absorbiendo el calor de nuestros cuerpos juntos. Aún acunada entre
sus
piernas, mi cadera todavía se encontraba en la unión de sus
muslos,
pero sin tocarse. Después de unos minutos de tranquilidad,
lentamente
me deslicé más cerca de él. Nuestros cuerpos presionados
íntimamente
más juntos, y mi cabeza descansaba más arriba de su pecho para que
mis labios estuvieran casi en su cuello.
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Su cabeza se movió y presionó su mejilla contra mi frente. Podía
sentirlo mirándome, pero no podía mirarlo a los ojos. Si no nos
mirábamos el uno al otro, ninguno tenía que pensar. No tenía que
pensar de qué manera podría arruinar esto, y ninguno pensaría en
lo
que fuera que le hacía seguir alejándome. No teníamos que hacer
nada más que tocarnos. Su toque era todo lo que necesitaba para
borrar el resto del mundo.
Todavía podía sentir sus ojos en mí y quería que dejara de
hacerlo.
Después de unos largos momentos, lo sentí exhalar, y me pareció
que
me hundí más en él. Giró su cara lo suficiente como para que el
borde
de sus labios tocara mi frente y la mano en mi cintura comenzó el
mismo
movimiento lento que había hecho en mi costado, pero esta vez, su
mano se deslizó completamente debajo de mi camisa.
Ahí fue donde empezaron. Esos suaves toques. Cada uno de ellos
nos llevó un poco más cerca, desdibujando gradualmente esa línea
imaginaria entre nosotros.
Y pronto, la atracción entre nosotros no sólo borraría esa línea.
La
haría desaparecer.
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