20
Te echo
muchísimo de menos. ¿No podríamos hablar, por favor? Necesito verte.
—¿Sigues mirando ese mensaje de texto? —preguntó Cary, poniéndose
boca arriba en la
cama junto a mí y apretando su sien contra la mía.
—No puedo dormir.
Era un suplicio estar lejos de Gideon. No pasaba un minuto, tanto
si estaba despierta como
dormida, sin que me sintiera como si alguien me hubiera arrancado
el corazón y dejado un
agujero en el pecho.
Alcé la vista hacia el dosel de la cama para invitados de mi
madre. Al igual que la sala de
estar, el dormitorio que me había asignado acababa de pintarse.
Con aquella gama de crema y
verde musgo, la estancia era relajante y estaba amueblada con
elegancia y buen gusto. La
habitación de invitados que ocupaba Cary se había decorado con un
estilo más masculino de
grises y azules, con mobiliario de nogal, en el otro extremo del
espectro de las relucientes
piezas blancas de mi habitación.
—¿Cuándo piensas llamarlo?
—Pronto. Aunque creo... —Me llevé el teléfono al pecho y me lo
apreté contra el corazón
—. Creo que ambos necesitamos un poco de tiempo.
Me resultaba muy difícil pensar cuando Gideon y yo nos peleábamos.
No lo soportaba.
Y esta vez era peor porque había sido él quien había metido la
pata y, como todo lo que
hacía, lo había hecho a lo grande. No imaginaba cómo podría
perdonarlo y vivir con ello. Por
otro lado, no imaginaba cómo podría seguir adelante sin él y
vivir, punto. Me sentía muerta
por dentro. Lo único que me mantenía era la creencia de que
arreglaríamos las cosas de algún
modo y volveríamos a estar juntos. ¿Cómo no íbamos a poder? ¿Cómo
podía dar tanto de mí
misma a alguien y luego dejar ir a esa persona?
Pensé en el consejo que le había dado a Trey y en cómo nos
encontrábamos los dos ante la
misma disyuntiva: ¿optábamos por amar o por nosotros mismos? Me
cabreaba mucho que
Gideon forzara las cosas. Era consciente de que ciertas
situaciones estaban empujándome
hacia ese punto, pero nunca pensé que lo haría mi marido.
Y ¿por qué demonios esas dos opciones tenían que excluirse la una
a la otra? No era justo.
—Se lo estás haciendo pasar muy mal —señaló Cary innecesariamente.
—Es culpa suya, no mía.
Gideon me había arrebatado algo precioso, peor aún, nos lo había
arrebatado a ambos: mi
libre albedrío y la confianza que había depositado en él a ese
respecto. Después de aquella
última noche..., por más que confiaba en él y me había abierto a
él... Y resulta que ya había
hablado con Mark. La sensación de traición era desgarradora.
—Gracias por seguir a mi lado —añadí.
Cary se encogió de hombros.
—Me cae bien Stanton. No me cuesta nada estar aquí unos días. Pero
al final volveremos a
casa, ¿verdad?
—No puedo esconderme eternamente.
—Eso es lo que siempre has dicho —murmuró—. A mí me gusta
esconderme. Tomarme
un puto respiro y olvidarme de toda la mierda.
—Pero la mierda está siempre ahí fuera, esperándote.
Y, como lo sabía, prefería enfrentarme a ella directamente.
Quitármela de en medio y
olvidarme de ella.
—Dejemos que espere —repuso, alargando una mano para alborotarme
el pelo.
Volví la cabeza y le planté un beso en la mejilla. En los últimos
tres días había llorado a
mares sobre su hombro y dormido acurrucada a su lado por la noche.
A veces me daba la
impresión de que sus brazos eran la única cosa que impedía que me
desmoronara.
¡Dios, cuánto dolía! Estaba hecha un maldito lío, era como una
zombi en la vibrante
ciudad de Nueva York.
¿Dónde estaría Gideon? ¿Estaría empezando a mitigarse el dolor por
nuestra separación?
¿O estaría tan desolado como yo?
—Mark me ha pedido que me vaya con él a Cross Industries —dije
para obligarme a
pensar en otra cosa.
—Bueno, ya lo veías venir, ¿no?
—Supongo que sí pero, cuando sacó el tema, me pareció surrealista.
—Suspiré—. Está tan
emocionado, Cary. El aumento de sueldo es tremendo, y cambiarán
muchas cosas para él y
para Steven. Podrán permitirse una boda por todo lo alto y una
larga luna de miel, y piensan
comprar una casa. Me resulta difícil aferrarme a mi rencor cuando
esto es algo tan bueno para
él.
—¿Vas a trabajar para Gideon?
—No lo sé. No bromeaba cuando le dije que me faltaba poco para
decidirme a dar ese paso
yo sola. Pero ahora... casi me apetece solicitar un empleo en otro
sitio sólo para fastidiarlo.
Cary levantó los puños e hizo como que boxeaba.
—Muéstrale que él no manda sobre ti.
—Exactamente. —Yo también lancé unos puñetazos al aire para darme
ánimos—. Pero eso
es ridículo. Nunca sabría si me contrataban por mí misma o por su
nombre, si éste resultaría
ser una buena o una mala cosa. Bueno, aún falta un mes para el
traslado de Mark. Tengo
tiempo para pensarlo.
—Quizá Waters Field & Leaman quieran que te quedes con ellos.
¿Te has parado a
pensarlo?
—Es una posibilidad, pero no estoy segura de lo que respondería.
Me ahorraría tener que
buscar otro empleo, pero me quedaría sin Mark, y él es la razón
por la que me encanta este
trabajo. ¿Voy a querer seguir ahí si él no está?
—Aún estarían Megumi y Will.
—Es verdad —coincidí.
Permanecimos tumbados en cordial silencio durante un rato.
Luego Cary dijo:
—Parece que tú y yo estamos flotando en un mar de incertidumbre.
—Trey va a llamar —le aseguré, aunque seguía sin saber lo que
diría cuando lo hiciera.
—Sí. Es un buen chico. No me dejará colgado. —Mi amigo parecía
cansado—. El
problema es qué
va a decir, no cuándo.
—Lo sé. El amor debería ser más fácil —me quejé.
—Si esto fuera una comedia romántica, se titularía Sólo los tontos se enamoran.
—Quizá deberíamos quedarnos con Sexo en Nueva York.
—Ya lo he probado. Y terminé en Lío embarazoso. Debería
haber optado por ser Virgen a
los cuarenta, pero ya es demasiado tarde.
—Podemos escribir un manual sobre «Cómo perder a un chico en diez
semanas».
Cary me miró.
—De puta madre.
La mañana del miércoles fue peor que una resaca.
Prepararme en casa de mi madre para ir al trabajo me ayudaba a no
echar tanto de menos a
Gideon, pero desde luego tampoco me separaba de ella, que estaba
volviéndome loca hablando
sin parar de la boda. Incluso Stanton, con su capacidad infinita
para tratar con mimo la
neurosis de mi madre, me lanzaba miradas comprensivas cuando
estaba por allí.
En aquellos momentos no podía pensar en la boda. Sólo podía pensar
de hora en hora. Así
era como iba tirando: una hora después de otra.
Cuando salí del vestíbulo a la calle, vi que me esperaba Angus con
el Bentley en lugar de
Raúl con el Mercedes.
Conseguí esbozar una sonrisa, alegrándome sinceramente de verlo,
pero recelaba, también.
—Buenos días, Angus. —Levanté la barbilla hacia el coche y
susurré—: ¿Está él ahí?
Negó con la cabeza y a continuación se tocó el borde de su antigua
gorra de chófer.
—Buenos días, señora Cross.
Le apreté el hombro brevemente antes de pasar delante de la puerta
abierta y entrar en el
asiento trasero. Enseguida nos sumergimos en el barullo del
tráfico de la mañana y nos
dirigimos al centro de la ciudad.
Inclinándome hacia adelante, pregunté:
—¿Qué tal está?
—Sospecho que peor que usted, jovencita. —Me miró unos instantes
antes de volver la
atención al tráfico—. Está sufriendo. La pasada noche ha sido la
más dura.
—¡Dios! —Me hundí de nuevo en el asiento, sin saber qué debía
hacer.
No quería que Gideon sufriera. Ya había sufrido demasiado.
Saqué mi móvil y le escribí:
Te quiero.
Su respuesta fue casi inmediata:
Te llamo. Por
favor, contesta.
Unos instantes después, el teléfono me vibró en la mano y su
imagen apareció en la
pantalla. Ver su rostro fue como una rápida puñalada en el corazón
después de haber pasado
los últimos días evitando cualquier imagen de él. También me daba
miedo oír su voz. No sabía
si sería fuerte. Y no tenía las respuestas que él necesitaba que
le diera.
Saltó mi buzón de voz y el teléfono se quedó en silencio.
Enseguida empezó a vibrar otra
vez.
Contesté, llevándome el teléfono a la oreja sin decir nada.
Hubo silencio en la línea durante un largo y estremecedor momento.
—Eva.
Los ojos se me llenaron de lágrimas al oír la voz de Gideon, el
tono áspero, como si
tuviera ronquera. Lo peor fue la esperanza que oí cuando pronunció
mi nombre, la desesperada
añoranza.
—No importa que no hables —dijo con brusquedad—. Yo sólo... —Dejó
escapar un
suspiro tembloroso—. Lo siento, Eva. Quiero que sepas que lo
siento y que haré lo que quieras
que haga. Sólo deseo que arreglemos las cosas.
—Gideon... —Lo oí inspirar profundamente cuando dije su nombre—.
Creo que sientes
que ya no estemos juntos. Pero también creo que volverías a hacer
algo parecido. Estoy
intentando dilucidar si podría vivir con eso.
Hubo silencio en la línea.
—¿Qué quieres decir? —preguntó finalmente—. ¿Qué alternativa hay?
Suspiré, sintiéndome de repente muy cansada.
—No tengo respuestas. Por eso me he alejado. Deseo dártelo todo,
Gideon. Nunca quiero
decirte que no, me cuesta mucho. Pero en estos momentos, temo que
si me comprometo, si
sigo a tu lado sabiendo cómo eres y que no vas a cambiar, estaré
resentida contigo y, al final,
dejaré de amarte.
—Eva... ¡Por Dios! ¡No digas eso! —El aire se le quedó preso en la
garganta—. Se lo he
contado al doctor Petersen. Lo de Hugh.
—¿Qué? —Levanté la cabeza de golpe—. ¿Cuándo?
—Anoche. Le hablé de todo. De Hugh, de Anne. Va a ayudarme, Eva.
Me dijo algunas
cosas... —Hizo una pausa—. Tenían sentido. Sobre mí y sobre cómo
me comporto contigo.
—Oh, Gideon. —Imaginaba lo difícil que debía de haber sido para
él. Yo también había
vivido esa confesión—. Estoy muy orgullosa de ti. Sé que no ha
sido fácil.
—No me dejes. Lo prometiste. Te dije que iba a estropearlo todo. Y
volveré a hacerlo. No
sé qué demonios hago, pero... te quiero. Te quiero
muchísimo. No puedo hacerlo sin ti. No
puedo vivir sin ti. Me estás destrozando, Eva. No puedo... —Dejó
escapar un gemido tenue,
doloroso—. Te necesito.
—Oh, Dios, Gideon. —Las lágrimas me resbalaban por las mejillas y
me salpicaron hasta
el pecho, deslizándose por dentro del escote del vestido—. Yo
tampoco sé qué hacer.
—¿No podemos resolverlo juntos? ¿No estamos mejor, no somos más fuertes, juntos?
Me enjugué las lágrimas de la cara, sabiendo que me había
estropeado el maquillaje, pero
me importaba.
—Quiero que así sea. Lo quiero más que nada en el mundo, pero no
sé si podremos
lograrlo. No ha habido ni una sola vez que me hayas dejado
resolver las cosas contigo. Ni una.
—Si lo hiciera..., si lo hago (y lo haré), ¿volverás conmigo?
—No te he dejado, Gideon. No sé cómo hacerlo. —Miré por la
ventanilla y vi a una pareja
de jóvenes besándose delante de una puerta giratoria antes de que
el hombre se fuera corriendo
—. Pero sí, si de verdad pudiéramos ser un equipo, nada me
apartaría de ti.
—He oído que habéis conseguido la campaña de PhazeOne.
Desvié la atención del café que estaba endulzando para mirar con
sorpresa a Will.
—Yo no lo he oído.
Sonrió, los ojos le brillaban tras las gafas. Era un tipo feliz,
anclado en una relación que
funcionaba. Le envidiaba su serenidad. Yo la había sentido pocas
veces desde que estaba con
Gideon, y esas veces habían sido pura dicha. Qué estupendo sería
alcanzar ese estado y
mantenerlo.
—Ése es el chisme que corre por ahí —añadió.
Llevaba toda la semana interpretando un papel digno de un Oscar.
Entre el entusiasmo de
Mark, el inminente ajuste de mi situación laboral, la llegada de
mi período y lidiar con el
desastre de mi vida privada, estaba dedicando toda la energía que
me quedaba en fingir
tranquilidad. Como consecuencia, había evitado las camarillas de
chismosos de la oficina para
restringir así las relaciones con la gente. Mi capacidad para
fingir
felicidad/alegría/satisfacción tenía un límite.
—Mark me matará por habértelo dicho. —Era evidente que Will no se
arrepentía de nada
—. Quería ser el primero en felicitarte.
—Vale. Gracias. Supongo.
—Me muero por ponerle las manos encima a ese sistema, ¿sabes? Los
blogs de tecnología
están alteradísimos por los rumores sobre las características de
PhazeOne. —Se apoyó en la
encimera junto a mí y me lanzó una mirada ilusionada.
Lo apunté con un dedo.
—No seré yo la que filtre nada.
—Maldita sea. No se puede perder la esperanza. —Se encogió de
hombros—.
Probablemente te encerrarán en algún lugar solitario hasta que se
haga público sólo para
mantener el secreto.
—Es para preguntarse por qué LanCorp querría encargárselo a una
agencia externa,
¿verdad?
Frunció el ceño.
—Sí, supongo. No se me había ocurrido.
A mí tampoco, pero a Gideon sí.
Volví la vista a mi taza, revolviendo distraída el café.
—Hay un nuevo GenTen a punto de salir.
—Me he enterado. Pero eso es pan comido. Todo el mundo va a
comprarlo.
Flexionando los dedos, observé mi anillo de bodas y pensé en las
promesas que había
hecho cuando lo acepté.
—¿Has quedado para almorzar? —preguntó Will.
Cogí la taza y lo miré de frente.
—Sí, voy a salir con Mark y su pareja.
—De acuerdo. —Cuando me aparté, él se dirigió a la máquina del
café—. Quizá
podríamos tomar algo después del trabajo algún día de esta semana.
Con nuestras medias
naranjas, si a Gideon le apetece. Sé que es un hombre ocupado.
Abrí la boca. Y volví a cerrarla. Will me había dado la
oportunidad perfecta para disculpar
a Gideon. Podría haberla aprovechado, pero quería compartir la
parte social de mi vida con mi
marido. Quería que estuviera conmigo. Si empezaba excluyéndolo de
mi vida, ¿no sería eso el
principio del fin?
—Suena bien —mentí, imaginando una tarde llena de tensión—. Lo
hablaré con él. Veré
qué podemos hacer.
Will asintió.
—Genial. Ya me dirás.
—Tengo un problema.
—¡Oh! —Miré a Mark, al otro lado de la mesa.
El restaurante cubano que Steven había elegido era grande y muy
concurrido. El sol
entraba a raudales por una enorme claraboya y unos murales llenos
de colorido decoraban el
espacio con loros y hojas de palma. La música alegre que sonaba me
hacía sentir como si
estuviera de vacaciones en algún lugar exótico, mientras que el
intenso olor a especias me
estimuló el estómago por primera vez en varios días.
Me froté las manos.
—Vamos allá.
Steven asintió.
—Eva tiene razón. Suéltalo.
Mark dejó el menú a un lado y apoyó los codos en la mesa.
—El señor Waters me ha dicho esta mañana que empiece a trabajar en
el asunto LanCorp.
—¡Sí! —aplaudí.
—No tan deprisa. Teniendo eso en cuenta, tuve que notificarle mi
marcha. Quería haber
esperado hasta el viernes, pero necesitan a alguien que permanezca
con el cliente a lo largo de
todo el proceso, no sólo el primer mes.
—Tienes razón —reconocí—. Pero qué lata.
—Un rollo, pero... —se encogió de hombros— es lo que hay. Luego
llamó a los demás
socios. Me dijeron que los directivos de LanCorp habían insistido
en que yo dirigiera la
campaña cuando se lo propusieron a la agencia, tanto que a los
socios les preocupa perder la
campaña publicitaria si yo no me hago cargo de ella.
Steven sonrió y le dio una palmada en el hombro.
—¡Eso es lo que nos gusta oír!
Mark esbozó una tímida sonrisa.
—Sí, fue un espaldarazo, sin duda. Así que me ofrecieron un
ascenso y un aumento de
sueldo si me quedaba.
—¡Vaya! —Me eché hacia atrás—. Eso sí que es un espaldarazo de
verdad.
—No pueden ofrecerme lo que me ha ofrecido Cross. Ni siquiera la
mitad, pero, seamos
sinceros, él me paga en exceso.
—Eso lo dirás tú —se burló Steven—. Te mereces hasta el último
centavo.
Yo asentí, aunque sólo tenía una vaga idea de lo que Gideon le
había ofrecido.
—Estoy de acuerdo.
—Sin embargo, siento que debo cierta lealtad a Waters Field &
Leaman. —Mark se frotó
la barbilla—. Se portan bien conmigo y quieren que me quede, a
sabiendas de que pueden
cazarme otros.
—Has trabajado muy bien para ellos durante años —replicó Steven—.
Les has dado
mucho. No les debes ningún favor.
—Ya lo sé. Y no me importa marcharme porque sé que encontrarán a
alguien enseguida.
Pero no estoy a gusto con el hecho de que, por mi culpa, puedan
perder la campaña de
LanCorp cuando me vaya.
—Pero eso no depende de ti —señalé—. Si LanCorp no sigue con la
agencia, allá ellos.
—Yo también he intentado verlo de esa manera, pero aun así no me
gustaría que sucediera.
El camarero vino a tomar nota. Miré a Steven.
—¿Puedes hacer los honores?
—Claro.
Miró a Mark, que, con un gesto, le dijo lo mismo. Steven pidió por
todos.
Esperé a quedarnos solos otra vez para hablar, sin saber muy bien
cómo decir lo que tenía
que decir. Al final, fui derecha al grano.
—No puedo trabajar en la campaña de PhazeOne —declaré.
Mark y Steven se me quedaron mirando.
—Veréis, los Landon y los Cross se conocen desde hace mucho tiempo
—expliqué—, y
hay cierto rencor entre ellos. Gideon está preocupado, y lo
comprendo. Debo andarme con
cuidado.
Mark frunció el ceño.
—Landon sabe quién eres y no ve ningún problema.
—Lo sé. Pero PhazeOne es un asunto muy importante. Tener acceso a
él tiene sus riesgos,
y no quiero contribuir a ello de ninguna manera.
Me costaba reconocer que Gideon tuviera razón, porque sabía que yo
también tenía razón.
Lo que nos llevaba a un punto muerto que ignoraba cómo sortear.
Steven me miró de hito en hito.
—¿Lo dices en serio?
—Me temo que sí. No es que yo tenga nada que ver en tu decisión,
Mark, pero pensé que
debía decírtelo.
—Creo que no lo entiendo —repuso él.
—Te está diciendo que, si sigues en ese trabajo, te quedarás sin
dinero y sin ayudante —
aclaró Steven—. O puedes aceptar la oferta de Cross Industries,
como ya has decidido hacer,
coger el dinero y conservar a Eva.
—Bueno... —Dios. Aquello era más difícil de lo que imaginaba.
Había oído hablar de ello,
pero en ese momento estaba viviéndolo en carne propia: la mujer
que pierde o deja un trabajo
que le gusta por el hombre al que ama lo lamentará... ¿Qué me
había hecho pensar que a mí no
me ocurriría?—. Pero aún no puedo decir que vaya a irme contigo.
Mark apoyó la espalda contra el banco de vinilo de color burdeos.
—Esto se pone cada vez peor.
—No estoy diciendo que finalmente no vaya a hacerlo. —Traté de
restar importancia al
asunto—. Simplemente no estoy segura de que Gideon y yo debamos
trabajar juntos. Me
refiero a que no estoy segura de que él deba ser mi jefe..., o lo
que sea. Ya me entiendes.
—Siento tener que decirlo —añadió Steven—, pero Eva tiene parte de
razón.
—Eso no me ayuda en nada —murmuró Mark.
—Lo siento.
No podía decirles lo mucho que lo sentía. Ni siquiera me parecía
que pudiera aconsejar a
nadie. ¿Cómo podía ser imparcial respecto a las opciones de Mark?
—Visto por el lado bueno —dije—, sin duda eres un profesional muy
codiciado.
Steven le propinó un codazo a Mark al tiempo que esbozaba una
sonrisa.
—Yo ya lo sabía.
—Así que —Cary me rodeó con un brazo cuando me acurruqué a su
lado— aquí estamos de
nuevo.
Otra noche en casa de mi madre. Finalmente había empezado a
desconfiar, teniendo en
cuenta que llevábamos cuatro noches seguidas en su casa. Le
confesé haberme peleado con
Gideon, pero no la razón. No lo habría entendido. Seguro que
habría pensado que era de lo más
normal que un hombre como Gideon se encargara de todos los
pequeños detalles. ¿Y que yo
pudiera perder mi empleo? ¿Por qué querría trabajar cuando no
había ninguna necesidad
económica para hacerlo?
Ella no lo entendía. Algunas hijas querían llegar a ser como sus
madres; yo deseaba lo
contrario. Y la necesidad que tenía de ser anti-Monica era la
razón principal por la que me
resistía tanto a lo que Gideon había hecho. Cualquier consejo que
me diera sólo conseguiría
empeorar las cosas. Estaba tan resentida con ella como lo estaba
con él.
—Mañana nos vamos a casa —dije.
Al fin y al cabo, vería a Gideon en el despacho del doctor
Petersen una vez como muy
poco. Sentía una enorme curiosidad por ver cómo iría la cosa.
Confiaba en que Gideon hubiera
dado un giro importante con la terapia. De ser así, puede que
hubiera otros giros que
pudiéramos dar. Juntos.
Crucé los dedos.
Y la verdad era que tenía que reconocerle el mérito de haber hecho
todo lo posible por
darme el espacio que le había pedido. Podría haberme buscado en el
ascensor o en el vestíbulo
del Crossfire. Podría haberle dicho a Raúl que me llevara a él en
lugar de a donde yo le dijera.
Gideon lo estaba intentando.
—¿Sabes algo de Trey? —pregunté.
Era asombrosa la frecuencia con que Cary y yo terminábamos en el
mismo lugar a la
misma hora. O a lo mejor era que compartíamos una misma maldición.
—Me ha enviado un mensaje diciendo que pensaba en mí pero que aún
no estaba
preparado para hablar conmigo.
—Bueno, algo es algo.
Me acarició la espalda de arriba abajo.
—¿Ah, sí?
—Sí —respondí—. Yo estoy en el mismo punto con Gideon. Pienso en
él todo el tiempo,
pero ahora mismo no tengo nada que decirle.
—Y ¿qué ocurre después? ¿Cuál es el siguiente paso? ¿Cuándo
decides que tienes algo que
decir?
Pensé en ello unos instantes, mirando distraídamente cómo Harrison
Ford buscaba
respuestas en El
fugitivo, que teníamos en silencio.
—Supongo que cuando algo cambie.
—Cuando él cambie, quieres decir. ¿Y si no lo hace?
Aún no sabía cómo responder a eso y, en cuanto intentaba pensar en
ello, me volvía un
poco loca.
Así que le hice una pregunta a Cary.
—Sé que quieres poner al bebé en primer lugar y eso es lo que
debes hacer. Pero Tatiana
no es feliz. Y tú tampoco. Trey no lo es en absoluto. Esto no
funciona para ninguno de los tres.
¿Has pensado que podrías estar con Trey y entre los dos ayudar a
Tatiana con el niño?
Soltó un bufido.
—Ella no lo aceptará. Si a ella le va mal, tiene que irle mal a
todo el mundo.
—No creo que eso sea decisión suya. Ella es tan responsable del
embarazo como tú. No
tienes por qué hacer penitencia, Cary. —Le puse una mano en el
brazo que apoyaba en el
regazo, rozándolo con cuidado en las cicatrices que tenía en la
cara interior de las muñecas—.
Sé feliz con Trey. Hazlo feliz. Y si Tatiana no puede ser feliz
teniendo a dos tíos buenos
cuidando de ella, entonces hay algo... que no está haciendo bien.
Cary se rio suavemente y me plantó un beso en la cabeza.
—A ver si solucionas tus problemas con la misma facilidad —repuso.
—Ojalá pudiera.
Lo deseaba más que nada en el mundo. Pero sabía que no sería
fácil.
Y temía que fuera imposible.
La vibración de mi móvil me despertó.
Cuando me di cuenta de lo que era ese zumbido, empecé a buscar a
tientas el teléfono,
deslizando las manos por la cama hasta que lo encontré. Para
entonces, ya habían colgado.
Miré la reluciente pantalla y vi que eran poco más de las tres de
la mañana, y Gideon había
llamado. El corazón me dio un vuelco y la preocupación me desveló
por completo. Una vez
más, me había ido a la cama con el teléfono, pues no podía dejar
de leer los muchos mensajes
que me había enviado.
Lo llamé yo.
—Cielo —respondió al primer tono de llamada, con voz ronca.
—¿Estás bien?
—Sí. No. —Soltó el aire—. He tenido una pesadilla.
—Oh. —Parpadeé mirando hacia el dosel que no podía ver en la
oscuridad. Mi madre era
partidaria de las cortinas completamente opacas, pues decía que
eran necesarias en una ciudad
que nunca se quedaba del todo a oscuras—. Lo siento.
Era una respuesta patética, pero ¿qué otra cosa podía decir? Era
inútil preguntarle si quería
hablar de ello. Nunca lo hacía.
—Últimamente las tengo muy a menudo —dijo cansado—. En cuanto me
quedo dormido.
El corazón me dolía un poco más. Parecía imposible que pudiera
soportar tanto dolor, pero
siempre había más. Era algo que había aprendido hacía tiempo.
—Estás estresado, Gideon. Yo tampoco duermo bien. —Y entonces,
porque tenía que
decirlo, añadí—: Te echo de menos.
—Eva...
—Perdona. —Me froté los ojos—. Quizá no debería haberlo dicho.
Quizá era una señal contradictoria que sólo empeoraría las cosas
para él. Me sentía
culpable por estar lejos de él, aunque sabía que tenía una buena
razón para hacerlo.
—No, necesito oírlo. Tengo miedo, Eva. Nunca he estado tan
asustado. Temo que no
vuelvas..., que no me des otra oportunidad.
—Gideon...
—Al principio he soñado con mi padre. Caminábamos por la playa y
él me llevaba de la
mano. He soñado mucho con esa playa últimamente.
Tragué saliva, me dolía el pecho.
—Puede que eso signifique algo.
—Es posible. Yo era pequeño en el sueño. Tenía que levantar mucho
la cabeza para ver la
cara de mi padre. Él sonreía pero, claro, siempre lo recuerdo
sonriendo. Aunque lo oía pelearse
mucho con mi madre hacia el final, no recuerdo ninguna otra
expresión en su cara que no fuera
una sonrisa.
—Seguro que lo hiciste feliz. Y sentirse orgulloso. Lo más
probable es que siempre
sonriera cuando te miraba.
Se quedó callado un momento y pensé que quizá había terminado.
Pero continuó hablando:
—Tú ibas un poco más adelante, alejada de nosotros.
Me puse de lado, escuchando atentamente.
—La brisa te agitaba el pelo y el sol te lo iluminaba. Me pareció
precioso. Te señalé a mi
padre. Quería que te dieras la vuelta para que pudiéramos verte la
cara. Yo sabía que eras muy
guapa. Quería que él te viera.
Los ojos se me inundaron de lágrimas que resbalaron hasta mojar la
almohada.
—Intenté correr hacia ti. Le tiraba de la mano y él me retenía,
riéndose de que persiguiera
chicas guapas a mi edad.
Me imaginaba la escena claramente. Casi podía sentir la fresca
brisa revolviéndome el
pelo y oír el chillido de las gaviotas. Me imaginaba a Gideon de
niño en la imagen que me
había descrito y al apuesto y carismático Geoffrey Cross.
Quería un futuro así. Con Gideon caminando por la playa con un
hijo nuestro que se
pareciera a él, con mi marido riendo porque hubiéramos dejado
atrás todos nuestros problemas
y tuviéramos un futuro luminoso y feliz por delante.
Pero había dicho que se trataba de una pesadilla, así que el
futuro que yo concebía no era el
que él veía.
—Le tiraba con fuerza de la mano —continuó—, hincando mis pies
desnudos en la arena
para agarrarme. Pero él era mucho más fuerte que yo. Tú te
alejabas cada vez más. Él volvió a
reírse. Sólo que esta vez no era su risa, sino la de Hugh. Y
cuando volví a levantar la vista, mi
padre ya no estaba.
—Oh, Gideon. —Sollocé al decir su nombre, sin poder contener la
compasión y la pena. Y
el alivio de que por fin hablara conmigo.
—Me dijo que no me querías, que te alejabas porque lo sabías todo
y te repugnaba. Que no
veías la forma de alejarte con más rapidez.
—¡Eso no es cierto! —Me senté en la cama—. Sabes que eso no es
cierto. Te quiero. Y es
porque te quiero tanto por lo que sigo dándole vueltas a todo
esto. A nosotros.
—Estoy intentando dejarte espacio. Pero me parece que podríamos
alejarnos con tanta
facilidad... Pasa un día, luego otro. Te harás a una nueva rutina
en la que no estaré yo... Por
Dios, Eva. No quiero que te sobrepongas a mí.
Hablé deprisa, con las ideas atropellándose en mi boca:
—Hay una forma de superar esto, Gideon, sé que la hay. Pero cuando
estoy a tu lado me
pierdo en ti. Sólo quiero estar contigo y ser feliz, así que dejo
pasar las cosas y las pospongo.
Hacemos el amor y creo que todo irá bien, porque tenemos eso y es
perfecto.
—Es perfecto. Lo es todo.
—Cuando estás dentro de mí, mirándome, siento que podemos con
todo. Pero tenemos que
trabajar en esto. No podemos tener miedo a enfrentarnos a nuestro
bagaje porque no queramos
perdernos el uno al otro.
Gimió suavemente.
—Sólo quiero que pasemos tiempo juntos, no lidiar con toda esa
otra mierda.
—Lo sé. —Me froté el dolor que tenía en el pecho—. Pero tenemos
que ganárnoslo, creo.
No podemos fabricarlo huyendo durante un fin de semana o una
semana entera.
—Y ¿cómo lo hacemos?
Me sequé las lágrimas de las mejillas.
—Esta noche ha estado bien. El que me hayas llamado y me hayas
hablado de tu sueño. Es
un paso adelante, Gideon.
—Continuaremos dando pasos. Tenemos que seguir avanzando juntos o
acabaremos
separándonos. ¡No dejes que eso suceda! Estoy luchando con todo lo
que tengo. Lucha por mí
también.
Me escocían los ojos con lágrimas recientes. Me quedé sentada
durante un rato, llorando,
sabiendo que podía oírme y que le dolía.
Finalmente me tragué el dolor y tomé una decisión rápida.
—Voy a ir a esa cafetería que abre las veinticuatro horas y que
está en Broadway con la
Ochenta y cinco a tomar un café y un cruasán.
Se quedó callado durante un minuto largo.
—¿Qué? ¿Ahora?
—Ahora mismo. —Retiré la ropa de cama y me levanté.
Entonces comprendió.
—Vale.
Cortando la llamada, dejé el teléfono sobre la cama y busqué a
tientas el interruptor de la
luz. Cogí mi bolsa de lona y saqué el vestido largo amarillo
porque era fácil de guardar y
cómodo de vestir.
Ahora que había decidido ver a Gideon estaba deseando reunirme con
él, pero también
tenía mi vanidad. Me tomé tiempo para cepillarme el pelo y
maquillarme un poco. No quería
que me viera después de cuatro días y se preguntara por qué estaba
tan pirado por mí.
Mi teléfono sonó con la notificación de un mensaje; me apresuré a
cogerlo y vi una nota de
Raúl:
Estoy en la
puerta con el coche.
Me sentía un poco más alegre. Gideon también estaba deseando
verme. Y nunca perdía la
oportunidad.
Me guardé el teléfono en el bolso, me calcé unas sandalias y me
dirigí corriendo al
ascensor.
Gideon me esperaba en la calle cuando Raúl se detuvo junto al
bordillo. La mayoría de los
establecimientos ya estaban cerrados y a oscuras, aunque la calle
se encontraba bien
iluminada. Mi marido se hallaba bajo la luz de la cafetería, con
las manos metidas en los
bolsillos de sus vaqueros y una gorra de los Yankees calada sobre
la frente.
Podría haber sido cualquier joven que hubiera salido a dar una
vuelta por la noche, a todas
luces atractivo por la forma en que su cuerpo macizo llenaba la
ropa y la seguridad con la que
se conducía. Lo habría mirado dos y tres veces. No intimidaba
tanto sin el traje de tres piezas
que solía vestir, pero seguía siendo tan oscuro y peligroso como
para hacerme desistir del
alegre flirteo que los hombres más arrolladoramente atractivos
provocan. En vaqueros o con
un Fioravanti, Gideon Cross no era un hombre para ser tomado a la
ligera.
Se acercó al coche casi antes de que Raúl se detuviera del todo.
Abrió la puerta y a
continuación se quedó inmóvil en el sitio, mirándome con tal
avidez y posesividad que me
costaba respirar.
Tragué saliva como pude, contemplándolo de arriba abajo con la misma
voracidad en la
mirada. Estaba increíblemente más hermoso, con los esculturales
rasgos de su rostro más
afilados por el sufrimiento. ¿Cómo podía haber vivido los últimos
días sin ver aquella cara?
Me tendió una mano y yo alargué el brazo para tomársela, temblando
ante la perspectiva
de su caricia. El roce de su piel contra la mía me produjo una
sensación de cosquilleo, mi
corazón herido que volvía a la vida al estar de nuevo en contacto
con él.
Me ayudó a salir, luego cerró la puerta y dio dos golpecitos en el
techo para que Raúl se
marchara. Cuando el Mercedes nos dejó, Gideon permaneció a pocos
centímetros de distancia,
con el aire crepitando por la tensión que había entre nosotros. Un
taxi pasó a toda velocidad,
tocando el claxon cuando otro coche desembocó en Broadway sin
mirar. El discordante sonido
nos sobresaltó a los dos.
Dio un paso hacia mí, con los ojos oscuros y ardientes bajo la
visera de la gorra.
—Voy a besarte —dijo bruscamente.
Entonces me cogió por la barbilla, ladeó la cabeza y acopló la
boca sobre la mía. Sus
labios, tan suaves, firmes y secos, abrieron los míos. Me
introdujo la lengua profundamente y
frotó, la sacó y volvió a introducirla. Gemía como si no pudiera
más de dolor. O de placer.
Para mí, eran las dos cosas. El roce cálido de su lengua en mi
boca era como si me follara
despacio y con dulzura. Rítmico, suave, hábil, con el coqueteo
justo de pasión desatada.
Gemí al sentirme invadida por una euforia burbujeante como el
champán. El suelo
vacilaba bajo mis pies, de manera que tuve que agarrarme a él para
no perder el equilibrio,
aferrándome a sus muñecas.
Protesté cuando se separó de mí, sintiendo los labios doloridos e
hinchados, el sexo
húmedo de deseo.
—Conseguirás que me corra —murmuró, incapaz de resistir el roce de
sus labios con los
míos una vez más—. Estoy a punto.
—Me da igual.
Curvó la boca y ahuyentó las sombras.
—La próxima vez que me corra será dentro de ti.
Respiré temblorosa sólo de pensarlo. Lo deseaba y, sin embargo,
sabía que era demasiado
pronto. Que caeríamos con demasiada facilidad en los hábitos
malsanos que habíamos
establecido.
—Gideon...
Su sonrisa se tornó compungida.
—Supongo que tendremos que conformarnos con un café y un cruasán
por ahora —dijo.
Lo quise tanto en ese momento... Impulsivamente, le quité la gorra
y le planté un ruidoso
beso en la boca.
—Dios —suspiró, con tal ternura en la mirada que me entraron ganas
de llorar otra vez—.
¡Cuánto te he echado de menos!
Volví a ponerle la gorra, lo agarré de la mano y lo conduje por
detrás de la pequeña valla
metálica que protegía del tráfico pedestre una zona exterior para
sentarse. Entramos en la
cafetería y nos sentamos a una mesa junto a la ventana, Gideon a
un lado y yo al otro. Pero no
nos soltamos las manos, ni dejamos de acariciarnos y de frotar
cada uno la alianza del otro.
Pedimos cuando el camarero se acercó con el menú, luego volvimos a
centrar la atención
el uno en el otro.
—Ni siquiera tengo hambre —le dije.
—Al menos, no de comida —replicó él.
Fingí lanzarle una mirada fulminante que lo hizo sonreír. Luego le
hablé de la oferta de
retención que Waters Field & Leaman le había hecho a Mark.
Resultaba extraño hablar de algo tan práctico, tan mundano, cuando
tenía el corazón
atolondrado de amor y alivio, pero teníamos que seguir hablando.
Volver a conectar no era
suficiente; yo quería una reconciliación en toda regla. Quería
mudarme al ático recién
reformado con él, empezar una nueva vida juntos. Para hacer eso,
teníamos que seguir
hablando de todas aquellas cosas que habíamos evitado en lo que
llevábamos de relación.
Gideon asintió con seriedad cuando terminé.
—No me sorprende. De un cliente como ese debería encargarse uno de
los socios. Mark es
bueno, pero es un ejecutivo júnior. LanCorp tendrá que presionar
para conseguirlo. Y a ti. La
petición es lo bastante inusual como para que los socios se
preocupen.
Pensé en Vodka Kingsman.
—Tú hiciste lo mismo.
—Es cierto, sí.
—No sé qué es lo que va a hacer. —Miré nuestras manos
entrelazadas—. Pero le dije que
no podría trabajar en el PhazeOne aunque él se quedara para
dirigir el proyecto.
Gideon me apretó la mano.
—Tienes buenas razones para hacer lo que haces —proseguí en voz
baja—, aunque no me
gusten.
Tomó aire lenta y profundamente.
—¿Vendrás con él a Cross Industries si él lo hace?
—Todavía no lo sé. Sigo muy resentida. A menos que eso cambie, no
habría una relación
laboral saludable entre nosotros.
Él asintió.
—Como quieras.
El camarero vino con lo que le habíamos pedido. Gideon y yo nos
soltamos por necesidad,
para que dejara los platos en la mesa. Cuando se marchó, se impuso
el silencio entre nosotros.
Había mucho de lo que hablar, y mucho que resolver primero.
Se aclaró la garganta.
—Esta noche, después de ver al doctor Petersen, ¿puedo invitarte a
cenar?
—Sí. —Acepté con ganas, agradecida por convertir lo embarazoso en
acción—. Me gusta
la idea.
Advertí que un alivio similar le suavizaba la dura línea de los
hombros y quise contribuir a
ello poniendo algo de mi parte.
—Will me preguntó si nos apetecería tomar algo con él y con
Natalie esta semana.
Gideon esbozó una sonrisa.
—Me parece estupendo.
Pequeños pasos. Empezaríamos con ellos y veríamos adónde nos
llevaban.
Me retiré de la mesa y me levanté. Gideon se puso en pie
inmediatamente, mirándome con
recelo. Rodeé la mesa y me senté en el asiento al lado del suyo,
esperando a que volviera a
sentarse para poder apoyarme en él.
Me pasó un brazo por los hombros y permitió que me acomodara en el
hueco de su cuello.
Dejó escapar un leve gemido cuando me acurruqué.
—Sigo enfadada contigo —le dije.
—Ya lo sé.
—Y sigo enamorada de ti.
—Gracias a Dios. —Apoyó la mejilla en lo alto de mi cabeza—. Ya
solucionaremos lo
demás. Encarrilaremos las cosas.
Permanecimos allí sentados y vimos cómo despertaba la ciudad. El
cielo se iluminó. El
ritmo de la vida se aceleró.
Era un nuevo día, que traía consigo una nueva oportunidad para
intentarlo otra vez.
AGRADECIMIENTOS
Hay una gran cantidad de personas detrás de mí que hacen posible
que yo pueda escribir, que
cumpla con mis compromisos y siga estando cuerda.
Gracias a Hilary Sares, que me hace seguir por el buen camino al
editar cada libro que
escribo. Dependo de ti más de lo que crees.
Gracias a Kimberly Whalen, mi extraordinaria agente, por todo lo
que haces pero, sobre
todo, por tu apoyo. A diario doy las gracias por tenerte.
Gracias a Samara Day, por todo el estrés que me evita. No me
imagino lo retrasada que iría
sin ti.
Gracias a mis hijos, que aceptan estar sin mí durante mucho tiempo
mientras trabajo (y
todas las incomodidades que ello conlleva). No podría hacer lo que
hago sin vuestro apoyo. Os
quiero.
Gracias a todos los impresionantes equipos de Penguin Random
House: Cindy Hwang,
Leslie Gelbman, Alex Clarke, Tom Weldon, Rick Pascocello, Craig
Burke, Erin Galloway,
Francesca Russell, Kimberley Atkins..., y eso solamente arañando
la superficie en Estados
Unidos y el Reino Unido. Hay equipos que trabajan muy duro en
Australia, Irlanda, Canadá,
Nueva Zelanda, India y Sudáfrica. Os doy las gracias a todos por
el tiempo y el esfuerzo que
dedicáis a la publicación de mis libros.
Gracias a Liz Pearsons y al equipo de Brilliance Audio por los
audiolibros que tanto
elogian los lectores.
Y gracias a todos mis editores internacionales que trabajan sin
descanso en sus países.
Ojalá pueda daros las gracias personalmente. Por favor, sabed que
me siento bendecida por trabajar con vosotros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario