19
—Buenos días, campeón.
Miré por encima del hombro al oír el sonido de la voz de Eva,
sonriendo mientras la
observaba rodear la isla de la cocina cuando se dirigía a la
máquina del café. Tenía el pelo
enmarañado, preciosas sus piernas bajo el dobladillo de la
camiseta que llevaba.
—¿Qué tal estás? —le pregunté dirigiendo de nuevo la atención a
las tostadas que tenía en
la sartén.
—Mmm...
Volví a mirarla y vi que se había puesto colorada.
—Dolorida —respondió introduciendo una cápsula en la máquina del
café—. Muy adentro.
Esbocé una sonrisita. El columpio la había situado a la
perfección, permitiendo una
penetración inmejorable. Nunca había estado tan dentro de ella.
Llevaba toda la mañana
pensando en ello y había decidido que hablaría con Ash sobre los
planes para la reforma. En
uno de los dormitorios tendría que haber dos armarios: uno para la
ropa y otro para el
columpio.
—¡Caray! —masculló—. Mira qué gesto de gallito pone. Los hombres
son todos unos
cerdos.
—Y aquí estoy, matándome en la cocina para ti.
—Ya, ya. —Me dio un azote en el culo al pasar por mi lado con una
humeante taza de café
en la mano.
La cogí por la cintura antes de que se alejara y le planté un
rápido y ruidoso beso en la
mejilla.
—Estuviste increíble anoche.
Noté como que algo encajaba en nuestra relación con tanta fuerza
que había sido tan
tangible como el anillo que llevaba en el dedo, y lo tuve en igual
estima.
Me dirigió una radiante sonrisa, luego abrió el frigorífico y sacó
la leche. Mientras, yo
emplaté las tostadas.
—Hace tiempo que quiero hablarte de algo —dijo viniendo conmigo a
la isla y sentándose
en un taburete.
Enarqué las cejas.
—Vale.
—Me gustaría colaborar con la Fundación Crossroads, económica y
administrativamente.
—Eso podría englobar muchas cosas, cielo. Cuéntame qué tienes en
mente.
Se encogió de hombros y cogió el tenedor.
He estado pensando en el dinero que recibí del padre de Nathan.
Está en una cuenta en el
banco, y después de lo que Megumi ha pasado... me he dado cuenta
de que debería invertirlo y
no quiero esperar. Me gustaría ayudar a financiar los programas
que ofrece Crossroads y a
idear formas de desarrollarlos.
Me reí para mis adentros, encantado de verla moverse en la
dirección adecuada.
—Muy bien. Ya lo arreglaremos.
—¿Sí?
La luz de mi vida se iluminó como el sol.
—Claro. Yo también quiero dedicarle más tiempo.
—¡Podemos trabajar juntos! —Daba saltos de alegría—. Me hace mucha
ilusión, Gideon.
Sonreí.
—No hace falta que lo jures.
—Podría decirse que es un paso natural para nosotros. Una
prolongación de nosotros
mismos, en realidad.
Cortó un pedazo de su desayuno y se lo metió en la boca. A
continuación, canturreó su
veredicto:
—¡Qué rico!
—Me alegro de que te guste.
—Eres sexi y encima sabes cocinar. Soy una chica con suerte.
Decidí no decirle que me había descargado la receta de internet
esa misma mañana. En
cambio, consideré lo que acababa de decir.
¿Había cometido un error yendo tan deprisa con Mark? Cabía la
posibilidad de que, si
hubiera esperado un poco más, Eva se habría decidido a trabajar en
Cross Industries por
iniciativa propia.
Pero ¿acaso podía permitirme el lujo de darle más tiempo con
Landon acercándose?
Incluso en ese momento, creía que no.
Buscando atenuar cualquier posible consecuencia, consideré las
ventajas de sacar a
colación el tema del traslado de Mark a Cross Industries en ese
momento o más adelante. Eva
había abierto la puerta al hablar de que trabajáramos juntos. Si
no me decidía a entrar, ella
podría averiguarlo por otros medios.
Me había arriesgado a eso el sábado, dado que Mark y ella eran
amigos y hablaban fuera
del trabajo. Él podría haberla llamado en cualquier momento, pero
confié en que lo pensara
primero, en que lo hablara con su pareja y se aviniera a dejar
Waters Field & Leaman.
—Yo también tengo que comentarte algo, cielo.
—Soy toda oídos.
Afectando despreocupación, cogí el sirope de arce y me eché un
poco en el plato.
—Le he ofrecido un empleo a Mark Garrity.
Hubo un momento de atónito silencio.
—¿Que has hecho qué?
Su tono de voz me confirmó que había hecho bien en dar la cara
mejor temprano que tarde.
La miré. Eva tenía los ojos clavados en mí.
—He pedido a Mark que trabaje para Cross Industries —repetí.
Se puso pálida.
—¿Cuándo?
—El viernes.
—El viernes —repitió como un papagayo—. Hoy es domingo. ¿Y me lo
cuentas ahora?
Dado que la pregunta era retórica, no respondí, optando por
esperar a ver qué derrotero
tomaba la situación para no arriesgarme a empeorar las cosas.
—¿Por qué, Gideon?
Utilicé la misma táctica que había empleado con Mark: conté las
partes de la verdad que,
supuse, aceptaría con más facilidad.
—Es un buen profesional —dije—. Aportará mucho al equipo.
—Eso son gilipolleces. —El color le volvió a la cara en un
arrebato de ira—. No seas
condescendiente conmigo. Estás dejándome sin trabajo, ¿no te
parece que deberías habérmelo
consultado primero?
Cambié de táctica.
—LanCorp fueron a por Mark directamente, ¿no?
Se quedó callada un momento.
—¿De eso se trata? ¿Del puto sistema PhazeOne? ¿Lo dices en serio?
Me preguntaba qué producto utilizaría como excusa Ryan Landon para
acercarse a Eva.
Me sorprendía que se hubiera decidido por un producto tan esencial
para sus ganancias, y me
cabreé conmigo mismo por no esperármelo.
—No has contestado a mi pregunta, Eva.
—¿Qué demonios importa eso? —me soltó—. Vale, fueron a por Mark.
¿Y qué? ¿No
quieres que se lo quede la competencia? ¿Estás diciéndome que se
trata de una decisión
empresarial?
—No, ésta era personal. —Dejé el cubierto sobre la mesa—. Eric
Landon, el padre de Ryan
Landon, invirtió mucho con mi padre y lo perdió todo. Desde
entonces, Ryan me la tiene
jurada.
Eva frunció el ceño.
—Entonces ¿no querías que trabajáramos en ninguna campaña para él?
¿Es eso lo que
estás diciendo?
—Lo que estoy diciendo es que Ryan Landon quería a Mark como medio
para acercarse a
ti.
—¿Qué? ¿Por qué? —La exasperación y la rabia eran visibles en su
rostro—. ¡Está casado,
por el amor de Dios! Vino con su mujer a almorzar con nosotros el
otro día. No tienes motivos
para estar celoso.
—No le interesarías en ese sentido —coincidí—. Un triunfo mayor
sería que trabajaras
para él. Quiere la satisfacción de saber que puede dar una orden y
que tú tendrás que
apresurarte a cumplirla.
—Eso es ridículo.
—Tú no lo sabes todo, Eva. No estás enterada de los muchos años
que lleva tratando de
socavarme por todos los medios posibles. Todas las decisiones
empresariales que toma están
motivadas por la necesidad de rectificar la conexión entre los
nombres de Landon y Cross.
Aprovecha todos sus éxitos para hablar de que su padre no fue
capaz de ver que el mío era un
fraude y de lo que eso les ha costado a los Landon.
—Claro que no lo sé —replicó ella fríamente—, porque a ti no te ha
dado la gana de
contármelo.
—Estoy contándotelo ahora.
—¡Cuando ya no importa! —Se bajó del taburete y salió de la cocina
sin decir palabra.
Fui tras ella, como siempre.
—Eva...
La agarré del codo, pero ella se soltó de un tirón y se volvió
para mirarme.
—¡No me toques!
—No te vayas así —bramé—. Si vamos a pelearnos, hagámoslo y
arreglemos las cosas
cuanto antes.
—Con eso contabas, ¿verdad? Creías que podrías hacer lo que
quisieras, y que luego me
camelarías con halagos y sexo. Pero esto no tiene arreglo, Gideon.
No puedes decir cuatro
palabritas o follarme hasta dejarme tonta y salirte con la tuya
esta vez.
—¿Arreglar, qué? Sé de alguien que está maniobrando para
aprovecharse de ti y me he
encargado de ello.
—¿Es así como lo ves? —Puso los brazos en jarras—. Pues yo no.
Landon se está
arriesgando. ¿Y si Mark y yo hacemos una mierda de trabajo? Se
juega mucho con PhazeOne.
—Exactamente. Tiene su propio equipo de publicidad, marketing y
promoción, igual que
yo. Entonces ¿por qué tomar algo en lo que ha invertido una
fortuna (incluso para mis
estándares) y exponerse a filtraciones o al fracaso más absoluto?
Levantó las manos con un bufido.
—Vale —solté—. No puedes responder a eso porque no tienes una
buena respuesta. Es una
apuesta innecesaria. Las únicas personas que manejan el
lanzamiento de la siguiente
generación de GenTen están conmigo.
—¿Qué estás diciendo?
—Que Landon ha esperado mucho tiempo para desquitarse de los
Cross. Quizá no le
importe que tú lleves ese nombre. Ignoro lo que tiene en mente.
Como poco, está intentando
ponernos en una situación en la que no podamos compartir
información el uno con el otro.
Enarcó las cejas.
—Y ¿qué diferencia hay entre eso y el modo en que nuestra relación
funciona
normalmente?
—No sigas por ahí. —Apreté los puños a ambos lados del cuerpo,
frustrado por su
cabezonería—. Esto no se trata de nosotros, sino de él. No
permitiré que Landon te amargue la
vida por mi culpa.
—¡No estoy diciendo que estés equivocado! Si me hubieras hablado
de ello, habría tomado
la decisión apropiada yo solita. En cambio, ¡me has dejado sin un
trabajo que me encanta!
—Un momento. ¿Qué decisión habría sido ésa?
—No lo sé. —Esbozó una sonrisa fría y dura que me heló la sangre—.
Y ya nunca lo
sabremos.
Volvió a darme la espalda.
—Espera.
—No —exclamó por encima del hombro—. Voy a vestirme y me marcho.
—Ni de coña. —La seguí a su dormitorio.
—No puedo seguir contigo ahora, Gideon. No quiero ni verte.
Tenía que ocurrírseme algo que decirle para que se calmara.
—Mark no ha aceptado el trabajo.
Sacudió la cabeza y abrió un cajón para sacar unos pantalones
cortos.
—Lo hará. Estoy segura de que le has hecho una oferta que no podrá
rechazar.
—La retiraré.
Dios. Estaba retractándome y dolía, pero parecía tan enfadada que
no me escuchaba. Nunca
la había visto así, lejana e inalcanzable. Después de la noche
salvaje que habíamos pasado, en
la que habíamos estado más unidos que nunca, su actitud me
resultaba insoportable.
—No te molestes, Gideon. El daño ya está hecho. Pero tendrás un
magnífico empleado que
aportará mucho a tu equipo. —Se puso los pantalones y se metió en
el vestidor.
Yo me quedé detrás de ella, bloqueando la entrada mientras se
calzaba unas chanclas.
—Escúchame, maldita sea —espeté—. Van a por ti. Todos. Quieren
fastidiarme a través de
ti. Hago lo que puedo, Eva. Intento protegerte de la única forma
que sé.
Hizo un alto y me miró.
—Pues tienes un problema, porque esa forma no me vale. Y nunca lo hará.
—¡Maldita sea! ¡Lo estoy intentando!
—Lo único que tenías que hacer era hablar conmigo, Gideon. Iba
camino de llegar a ello
por mi cuenta. Trabajar juntos en Crossroads era sólo el primer
paso. Iba a tomar la decisión
de trabajar contigo, y me la has arrebatado. A los dos. Y nunca
volveremos a tener esa
posibilidad.
La gélida irrevocabilidad de su tono de voz me volvía loco. Sabía
cómo arreglármelas
cuando las discusiones se torcían. Era capaz de improvisar una
estrategia en el momento. Pero
no cuando me era imposible llegar a Eva. Cuando nos comprometimos,
tomé la decisión de
renunciar a todo (mis ambiciones, mi orgullo y mi corazón) con tal
de no perderla. Si no podía
hacerlo, no tenía nada.
—No me vengas con ésas, cielo —le advertí—. Siempre que he sacado
el tema de trabajar
juntos, no has querido ni escucharme.
—Así que decidiste forzarme.
—¡Estaba dispuesto a darte tiempo! Tenía un plan. Pensaba
convencerte con diferentes
posibilidades, dejar que tú decidieras que la mejor forma de
desarrollar tu potencial era
trabajando a mi lado.
—Deberías haberte atenido a ese plan. Quítate de en medio.
Seguí sin ceder.
—¿Cómo podría haberme atenido a ningún plan en estas últimas
semanas? Mientras te das
esos aires de superioridad moral, piensa en todo con lo que he
tenido que lidiar. Brett, el
maldito vídeo de él contigo, Chris, mi hermano, la terapia,
Ireland, mi madre, Anne, Corinne,
el cabronazo de Landon...
Eva cruzó los brazos.
—Tienes que ocuparte de todo tú solo, ¿verdad? ¿En serio soy tu
mujer? Ni siquiera soy tu
amiga. Seguro que Angus y Raúl saben más de tu vida que yo. Arash,
también. Yo soy sólo el
bonito coño que te follas.
—Cállate.
—Será mejor que te apartes de mi camino antes de que las cosas se
pongan más feas.
—No puedo dejar que te vayas. Sabes que no puedo. Así no.
Apretó los dientes.
—Me estás pidiendo algo que ahora mismo no puedo darte. Me siento
vacía, Gideon.
—Cielo... —Alargué los brazos hacia ella, con tal opresión en el
pecho que apenas si era
capaz de respirar. La desolación que reflejaba su cara me mataba.
Habría destruido a
cualquiera que le pusiera esa expresión en el rostro, pero esa vez
era yo quien lo había hecho
—. ¿Qué importancia tiene si tú habrías llegado a la misma
conclusión de todos modos?
—Deberías callarte —dijo ásperamente—, porque cada palabra que
sale de tu boca me
hace pensar que estamos tan alejados en esto que no sé qué hacemos
casados.
Si me hubiera clavado un puñal en el pecho, no me habría dolido
tanto. El aire del vestidor
se me hizo irrespirable; la boca se me secó y me escocían los
ojos. El suelo parecía ceder bajo
mis pies, los cimientos de mi vida se tambaleaban a medida que Eva
se alejaba cada vez más.
—Dime qué quieres que haga —susurré.
Le brillaron los ojos.
—De momento, déjame ir. Dame tiempo para pensar. Unos días...
—No. ¡No! —La sensación de pánico era tan grande que tuve que agarrarme al
marco de la
puerta para no caerme.
—Tal vez unas semanas. Al fin y al cabo, tengo que buscar trabajo.
—No puedo —dije con voz entrecortada, faltándome el aire. Se me
oscureció la visión, y
Eva se convirtió en un solitario puntito de luz—. ¡Por el amor de
Dios, otra cosa, Eva!
—Tengo que decidir qué voy a hacer ahora. —Se frotó la frente con
brusquedad—. Y no
puedo pensar cuando me miras así. No puedo pensar...
Pasó por delante de mí y la agarré de los brazos, besándola,
gimiendo cuando me pareció
que se ablandaba por un instante. La saboreé, saboreé sus
lágrimas. O quizá eran las mías.
Me agarró del pelo y tiró con fuerza. Luego giró la cabeza,
rompiendo el sello de mis
labios.
—Crossfire —dijo en un sollozo. Y esa palabra sonó como un
disparo.
La solté inmediatamente, retrocediendo, aunque por dentro quisiera
aferrarme a ella.
La solté, y ella me dejó.
La brisa del mar mece mi cabello y cierro
los ojos, empapándome de esa sensación mientras
me zarandea. El rítmico ir y venir de las
olas en la playa y los estridentes chillidos de las
gaviotas me anclan a este momento, a este
lugar.
Me siento en casa como hacía mucho tiempo
que no me sentía, pese a que únicamente llevo
aquí unos días. Es un lugar que sólo he
compartido con Eva, por lo que todos mis recuerdos de
aquí están impregnados de ella como la
arena lo está del sol. Como la arena, me he visto
reducido a diminutos pedacitos por las
fuerzas que me rodean. Y, como el sol, Eva ha traído
alegría y calor a mi existencia.
Viene a la terraza y se queda detrás de mí
junto a la barandilla. Noto su mano en mi
hombro, luego la presión de su mejilla en
mi espalda desnuda.
—Cielo —murmuro, y pongo la
mano sobre la suya.
Esto es lo que necesitábamos, volver a este
lugar. Es nuestro refugio cuando el mundo nos
cerca, intentando separarnos. Aquí nos
sanamos el uno al otro.
Me invade una sensación de alivio. Ha
vuelto. Estamos juntos. Ahora entiende por qué
hice lo que hice. Estaba muy enfadada, muy
dolida. Por un momento, sentí el paralizante
temor de que había destruido lo más
precioso de mi vida.
—Gideon —susurra con su áspera voz de
sirena mientras me rodea la cintura con un
brazo.
Echo la cabeza hacia atrás y dejo que la
fuerza de su amor se derrame sobre mí. Ella
desliza los dedos por mis caderas y me coge
la polla con la mano. La acaricia desde la base
hasta la punta. Crece y se me pone dura,
estoy preparado para ella, vivo para servirla, para
satisfacerla. ¿Cómo puede haberlo dudado?
Resuena un gemido desde lo más profundo de
mi alma, el deseo que siempre siento por ella
creciendo en mi interior. Mi capullo
hinchado gotea ya, las pelotas me pesan cada vez más.
Me desliza por la espalda la mano que me
había puesto en el hombro, presionando
ligeramente, instándome a que me incline
hacia adelante.
Obedezco porque quiero que vea que soy
suyo. Quiero que entienda que haría cualquier
cosa, que daría cualquier cosa, para
protegerla y hacerla feliz.
Me recorre la columna vertebral con la
mano, masajeándome ligeramente. Me aferro a la
barandilla de madera que rodea la terraza y
extiendo las piernas a petición suya.
Ahora tiene ambas manos entre mis muslos, y
noto su aliento cálido y su jadeo en mi
espalda. Me menea la polla apretando con
firmeza y pericia, con más fuerza de la que me
tiene acostumbrado. De manera exigente. Con
la otra mano me masajea las pelotas,
transmitiéndome su apremio.
Del capullo de mi polla no deja de salir
líquido preseminal y su mano resbala. El aire
salado me envuelve, refrescando el sudor
que me perla la piel.
—Eva... —Pronuncio su nombre jadeando, en
ristre por ella, enamorado hasta la médula.
Sus dedos, ahora impregnados y siempre
sabiamente ágiles, se deslizan hacia atrás y
juguetean en el oscuro rosetón de mi ano.
Resulta agradable, aunque no quiero que sea así. El
frotamiento de mi pene apenas me deja
respirar, pensar, luchar...
—Eso es —me convence.
Intento impedirlo arqueándome, pero me
tiene atrapado por la polla.
—No sigas —le digo, retorciéndome.
—Te gusta —susurra sin dejar de
masturbarme; ansío sus caricias y no puedo resistirme a
ellas—. Muéstrame cuánto me deseas.
Me mete dos dedos resbaladizos en el ano.
Grito, revolviéndome, pero ella frota y me
embiste, tocándome en ese punto que hace
que quiera correrme más que ninguna otra cosa. El
placer aumenta pese a las lágrimas que me
queman los ojos.
Dejo caer la cabeza hacia adelante. Toco el
pecho con la barbilla. Ahí está. Me corro. No
puedo evitarlo. No con...
Los dedos que tengo dentro crecen, se
alargan. Las estocadas se vuelven frenéticas, el
golpeteo de carne contra carne ahoga el
sonido del mar. Oigo un ronco aullido cargado de
lujuria pero no es mío. Hay un cipote
dentro de mí, follándome. Duele y, sin embargo, ese
dolor está teñido de un nauseabundo placer
no deseado.
—Sigue golpeando —dice resollando—. Ya casi
has llegado.
El dolor me explota en el pecho. Eva no
está aquí. Se ha ido. Me ha dejado.
Siento arcadas. Me libro de él
violentamente, oigo cómo su espalda golpea contra la
puerta corredera que hay detrás de
nosotros, cómo se hace añicos el cristal. Hugh se ríe como
un histérico, voy a por él y lo encuentro
tirado en medio de las relucientes esquirlas, con el
pelo tan rojizo como su sangre y los ojos
con ese brillo de vil concupiscencia.
—¿Creías que iba a quererte? —se burla
levantándose—. Se lo has contado todo. ¿Quién
iba a quererte después de eso?
—¡Que te jodan!
Me abalanzo contra él y lo tiro al suelo.
Lo golpeo en la cara una y otra vez.
Los pedazos de cristal se me clavan, me
cortan, pero el dolor no es nada comparado con lo
que siento por dentro.
Eva se ha ido. Sabía que se iría, que no
podría retenerla. Lo sabía, pero tenía esperanzas.
No pude resistirme a la esperanza.
Hugh no deja de reír. Noto cómo se le parte
la nariz, el pómulo, la mandíbula. Su risa se
convierte en un grito ahogado, pero no deja
de ser risa.
Alzo el brazo para golpearlo de nuevo...
Anne está debajo de mí, con la cara casi
completamente desfigurada.
Horrorizado por lo que he hecho, me aparto
y a duras penas si consigo levantarme. Tengo
cristales clavados en las plantas de los
pies.
Anne se ríe mientras la sangre le mana a
borbotones por la nariz y por la boca,
extendiéndose por la casa que en otro
tiempo había sido un refugio. Lo ensucia todo, y esa
mancha se lleva el sol hasta que sólo queda
una luna de sangre...
Me desperté con un grito en la garganta, el pelo y la cara
empapados en sudor. La oscuridad
me ahogaba.
Me froté los ojos y conseguí ponerme a cuatro patas, sollozando.
Me arrastré hacia la
única luz que veía, el débil brillo plateado que era mi única
guía.
El dormitorio. Dios. Me derrumbé en el suelo, anegado en lágrimas.
Me había quedado
dormido en el vestidor, incapaz de moverme después de que Eva se
marchara, temeroso de dar
un paso, literalmente, en cualquier dirección hacia una vida sin
ella.
La esfera del reloj brillaba en la habitación oscura.
Era la una de la madrugada.
Un nuevo día. Y Eva seguía sin aparecer.
—Ha llegado usted temprano.
La voz risueña de Scott distrajo mi mirada de la foto de Eva que
tenía encima de mi mesa.
—Buenos días —lo saludé, sintiéndome como si aún estuviera en una
pesadilla.
Había ido a trabajar poco después de las tres de la mañana, pues
ni podía dormir ni acudir
a Eva. Quería hacerlo, lo habría hecho, nada podía alejarme de
ella, pero cuando localicé su
teléfono, me encontré con que estaba en el ático de Stanton, un
lugar inaccesible para mí. La
angustia que eso me producía, saber que me evitaba
deliberadamente, me reconcomía por
dentro.
No podía quedarme en casa y seguir la rutina de prepararme para ir
al trabajo sin ella. Me
resultaba más fácil volver al estilo de vida que llevaba antes de
conocerla; entonces me dirigía
al trabajo cuando aún había luna, y hallaba paz en el lugar en el
que ejercía un control
absoluto.
Pero hoy no había paz. Sólo el tormento de saber que en ese momento
estaba en el mismo
edificio que yo, tan cerca y, sin embargo, más lejos que nunca.
—Mark Garrity esperaba en recepción cuando he llegado —siguió
Scott—. Me ha dicho
que había quedado con usted hoy para comentar...
Se me puso un nudo en el estómago.
—Que pase.
Me retiré de la mesa y me levanté. No había pensado en nada que no
fuera Eva y la oferta
que le había planteado a Mark, tratando de entender si podría
haber hecho las cosas de otra
manera. Conocía a Eva muy bien. Hablarle de Ryan Landon no habría
servido para que dejara
Waters Field & Leaman, de la misma manera que hablarle de Anne
no habría dado como
resultado que fuera más cauta.
En cambio, Eva se enfrentaría a ellos de frente, rugiendo como una
leona para defenderme
sin ver el peligro que ella misma corría. Era su manera de ser y
la amaba por ello, pero yo
también estaba dispuesto a protegerla si la situación lo requería.
—Mark. —Le tendí la mano cuando entraba, sabiendo inmediatamente
que diría que sí.
Irradiaba energía y sus ojos estaban rebosantes de expectación.
Acordamos que empezaría en octubre, así podría avisar a Waters
Field & Leaman casi con
un mes de antelación. Quería llevarse a Eva consigo y lo animé a
que le hiciera la oferta,
aunque dudaba que ella fuera a aceptarla. Me discutió algunos
puntos y yo negocié
instintivamente, teniéndolo en jaque sin fe en lo que estaba
haciendo.
Al final, se marchó contento y satisfecho con su nueva situación.
Yo me quedé con el
profundo temor de que Eva no me perdonaría.
El lunes dio paso al martes. Sólo había tres momentos al día en
los que sentía algo de vida: a
las nueve, cuando sabía que Eva llegaba a trabajar; a la hora del
almuerzo y a las cinco,
cuando terminaba la jornada. Aguardaba con una esperanza sin
límites que se pusiera en
contacto conmigo, que me llamara o se comunicara de alguna manera.
Otra horrible pelea
sería mejor que aquel doloroso silencio.
Pero no lo hizo. Sólo podía verla en los monitores de seguridad,
devorando la visión de sus
idas y venidas como un muerto de hambre, temeroso de acercarme a
ella y arriesgarme a
agrandar el abismo que había entre nosotros.
Me quedé a pasar la noche en la oficina porque tenía miedo de
volver a casa. Miedo de lo
que haría si entraba en cualquiera de las residencias que había
compartido con ella. Incluso mi
despacho era un suplicio; el sofá donde habíamos follado era un
recordatorio de lo que había
tenido hasta hacía tan sólo unos días. Me duché en el baño de la
oficina y me puse una de las
muchas camisas que guardaba en el trabajo.
Antes nunca me había parecido extraño vivir para trabajar. Ahora
me abrumaba un
sentimiento que no podía expresar, consciente de lo mucho que Eva
había llenado mi vida.
Seguía en casa de Stanton. No se me ocultaba que prefería pasar el
tiempo con su madre
que arriesgarse a vérselas conmigo.
Le mandaba mensajes de texto constantemente. Le suplicaba que me
llamara:
Necesito oír tu
voz.
Notas sobre nada en particular:
Hace frío hoy,
¿verdad?
Comentarios del trabajo:
Nunca me había
dado cuenta de que Scott siempre viste de azul.
Y sobre todo:
Te quiero.
Por alguna razón, me resultaba más fácil escribir esas palabras
que decirlas. Las escribía
mucho. Una y otra vez. No quería que lo olvidara. Pese a mis
defectos y cagadas, todo lo que
hacía, pensaba o sentía era por mi amor por ella.
En ocasiones me ponía como loco por lo que estaba haciéndome.
Haciéndonos a ambos.
¡Maldita sea!
Llámame. ¡Deja de hacerme esto!
—Tienes muy mal aspecto —dijo Arash, mirándome mientras revisaba
los contratos que
me había dejado encima de la mesa—. ¿Estás enfermo otra vez?
—Estoy bien.
—Colega, pareces de todo menos bien.
Lo fulminé con la mirada, y se calló.
Eran casi las seis e iba camino de la consulta del doctor Petersen
cuando finalmente Eva me
mandó un mensaje:
Yo también te
quiero.
Me dolían los ojos y veía borrosas las palabras. Empecé a
contestarle con dedos
temblorosos, casi mareado de alivio:
Te echo
muchísimo de menos. ¿No podríamos hablar, por favor? Necesito verte.
Seguía sin contestar cuando llegué a la consulta del doctor
Petersen, lo que me puso de un
humor que rozaba lo violento. Me castigaba de la peor manera
posible. Estaba más nervioso
que un yonqui, desesperado por una dosis de ella para poder
funcionar. Para pensar.
—Gideon —me saludó Petersen en la puerta de su despacho con una sonrisa
que se
desvaneció en cuanto me miró. Frunció el ceño preocupado—. No
pareces estar muy bien.
—No lo estoy —solté.
Me invitó a sentarme con un gesto suave. En cambio, permanecí de
pie, agitado por dentro,
planteándome marcharme en busca de mi mujer. No aguantaba más. Era
pedirme demasiado.
—Quizá sería bueno que diéramos un paseo hoy también —dijo—. Me
vendría bien estirar
las piernas.
—Llame a Eva —ordené—. Dígale que venga aquí. Ella lo escuchará.
No me hizo caso.
—Tienes problemas con Eva.
Me quité la chaqueta del traje y la arrojé sobre el sofá.
—No atiende a razones. No quiere verme ni hablar conmigo. ¿Cómo
coño vamos a
solucionar las cosas si ni siquiera hablamos?
—Es lógico que te lo preguntes.
—Claro que sí. Soy un hombre razonable. Ella, en cambio, ha
perdido el juicio. No puede
seguir haciéndome esto. Tiene que hacerla venir. Tiene que
conseguir que hable conmigo.
—De acuerdo, pero primero tengo que entender qué ha sucedido. —Se
sentó en su silla—.
No seré de mucha ayuda si no sé qué está pasando.
Lo apunté con un dedo.
—No se haga el listo conmigo, doctor. Hoy, no.
—Creo que estoy siendo tan razonable como tú —replicó suavemente—.
Yo también
quiero que se arreglen las cosas con Eva. Creo que lo sabes.
Soltando el aire bruscamente, me hundí en el borde del sofá y
apoyé la cabeza entre las
manos. Me dolía a rabiar, me martilleaban la frente y la nuca.
—Te has peleado con Eva —dijo.
—Sí.
—¿Cuándo has hablado con ella por última vez?
Tragué saliva.
—El domingo.
—¿Qué pasó el domingo?
Se lo conté. Me salió un torrente de palabras que lo tuvo
escribiendo frenéticamente en una
tableta. Las vomité a borbotones, con una furia que me dejó vacío
y exhausto.
Él siguió escribiendo durante unos minutos más después de que yo
hubiera terminado,
luego me miró a la cara. Vi compasión en sus ojos y se me puso un
nudo en la garganta.
—Le ha costado a Eva su trabajo —señaló—, un trabajo que nos dijo
a ambos que le
gustaba mucho. Entiendes por qué está disgustada contigo, ¿verdad?
—Sí, lo entiendo, pero tenía razones legítimas. Razones que ella
comprende. Eso es lo que
no pillo. Lo entiende y, aun así, se niega a escucharme.
—No estoy seguro de comprender por qué no lo hablaste antes con
Eva. ¿Puedes
explicármelo?
Me froté la nuca, donde notaba la tensión como si tuviera cables
de acero.
—Porque le habría dado muchas vueltas —musité—. Habría tardado
mucho en
convencerse. Mientras tanto, yo tengo que vérmelas con un montón
de mierda. Nos están
dando por todos lados.
—He visto la noticia acerca del libro que Corinne Giroux ha
escrito sobre ti.
—Ah, sí. —Curvé los labios en una sonrisa forzada—. Probablemente
se le ocurrió la idea
cuando vio el videoclip de Rubia de los Six-Ninths. Landon dio
con Eva porque bajé la
guardia. No podía arriesgarme a que volviera a ocurrir mientras
estaba distraído con todo a lo
que nos enfrentamos ella y yo en estos momentos.
El doctor Petersen asintió.
—Estás sometido a demasiada presión. ¿No confías en que Eva te
ayude a tomar
decisiones? Debes saber que los conflictos que tiene con su madre
a menudo surgen porque no
es consultada antes de que las acciones se lleven a cabo.
—Lo sé. —Intenté ordenar mis caóticos pensamientos—. Pero tengo
que cuidar de ella.
Después de todo por lo que ha pasado...
Cerré los ojos con fuerza. A veces me resultaba insoportable
pensar en lo mucho que había
sufrido.
—He de ser fuerte para ella. Tomar las decisiones difíciles.
—Gideon, tú eres el hombre más fuerte que conozco —dijo con voz
queda.
Abrí los ojos y lo miré.
—Usted no me ha visto como me ha visto ella.
Llorando como un niño. Insensibilizado por los recuerdos.
Masturbándome mientras
estaba inconsciente. Violento en el sueño. Débil, muy débil.
Desvalido.
—¿Crees que duda de ti porque has dejado que te vea vulnerable?
Eso no me parece propio
de Eva.
Me escocían los ojos.
—Usted no lo sabe todo. Simplemente... no lo sabe.
—Pero Eva, sí. Y aun así se casó contigo. Te quiere, y mucho, de
todos modos. —Esbozó
una amable sonrisa que de alguna manera me cortó como una
cuchilla, abriéndome de arriba
abajo—. En una ocasión me preguntaste si las relaciones
significaban comprometerse. ¿Te
acuerdas?
Afirmé con la cabeza.
—Ese compromiso supone que tú no tienes que ser siempre el más
fuerte, Gideon. Unas
veces llevarás tú esa carga, y otras puedes dejar que sea Eva
quien lo haga. El matrimonio no
consiste en que seas fuerte como individuo, sino en lo fuerte que
seáis juntos y en el lujo de
turnaros a la hora de llevar las cargas.
—Yo... —Dejé caer la cabeza otra vez. Eva decía lo mismo—. Lo
estoy intentando. Juro
por Dios que lo estoy intentando.
—Lo sé.
—Tiene que volver conmigo. Tiene que volver. La necesito. Me está
matando. Me está
destrozando. —Me miré las manos, los anillos que ella me había
dado y que me habían hecho
suyo—. ¿Qué hago? Dígame qué hago.
—Eva querrá saber que estás dispuesto a cambiar. Querrá ver que
tomas medidas para
demostrárselo. No afrontarás grandes decisiones como éstas muy a
menudo, así que la postura
de ella será la de esperar a ver qué ocurre. Va a ser difícil para
ti, creo. Muy difícil.
Asentí despacio, pero no podía esperar más. Si Eva necesitaba
pruebas de que haría
cualquier cosa para no perderla, se las daría.
Apreté los puños y clavé la vista en la moqueta que tenía bajo los
pies.
—Me... —Carraspeé—. El terapeuta. El que tenía de niño.
—¿Sí?
—Abusó de mí. Durante casi un año. Me... me violó.
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