—¿Dónde está Eva?
Rodeé el Mercedes por delante y subí al bordillo delante de Brett
Kline. Mis dedos se
retorcieron al contener de manera implacable el hábito de extender
la mano al saludar. Las
manos del cantante habían tocado a mi mujer en el pasado... y
también recientemente. No
quería estrecharlas. Quería rompérselas.
—En nuestra casa —respondí mientras señalaba en dirección a la
entrada del edificio
Crossfire—. Vamos a subir a mi despacho.
Kline me miró con una sonrisa fría.
—No puedes apartarme de ella.
—Eso ya lo has hecho tú solo —repliqué.
Vi la camiseta del bar de Pete que llevaba puesta con los vaqueros
negros y las botas de
piel. Sin duda, la elección de su atuendo no había sido una
casualidad. Quería recordarle a Eva
la historia que habían compartido. Puede que también quisiera
recordármelo a mí. ¿Le había
dado Yimara esa idea? No me sorprendería.
Fue un mal movimiento por parte de los dos hombres.
Kline pasó por la puerta giratoria delante de mí. El guardia de
seguridad tomó nota de sus
datos e imprimió una tarjeta identificativa temporal. Después
cruzamos los torniquetes para
dirigirnos a los ascensores.
—Tu dinero no me intimida —dijo en tono tenso.
Entré en el ascensor y pulsé el botón del último piso.
—Hay ojos y oídos por toda la ciudad. Al menos, en mi despacho sé
que no vamos a dar
ningún espectáculo.
Apretó los labios con gesto de asco.
—¿Es eso lo único que te preocupa? ¿La imagen pública?
—Una pregunta irónica, teniendo en cuenta quién eres tú y qué es
lo que buscas.
—No actúes como si me conocieras —respondió con un gruñido—. No sabes
una mierda.
En el espacio limitado del ascensor, la agresividad y la
frustración de Kline impregnaban
el espacio que había entre ambos. Sus manos se agarraron al
pasamanos que tenía detrás y su
mirada permaneció hostil y expectante. Desde las puntas platino de
su pelo encrespado hasta
los tatuajes negros y grises que le cubrían los brazos, el líder
de los Six-Ninths no podía ser
más distinto de mí en su apariencia. Eso me había hecho sentir
amenazado anteriormente, al
igual que su pasado con Eva, pero ya no.
No después de lo de San Diego. Y, obviamente, no desde lo que
había sucedido la noche
anterior.
Aún podía sentir las marcas de las uñas de Eva en la espalda y en
el culo. Me había llevado
hasta el límite durante toda la noche, hasta altas horas de la
madrugada. El ansia insaciable
que ella sentía por mí no dejaba espacio para nadie más. Y el tono
de su voz al decir que me
quería, el brillo de las lágrimas de sus ojos cuando me rendí a lo
que ella provocaba en mí...
Apoyé la espalda en la pared contraria y me metí las manos en los
bolsillos del pantalón
del chándal, sabiendo que mi actitud despreocupada le afectaría.
—¿Sabe ella que nos reunimos aquí? —preguntó con voz áspera.
—He pensado dejar que tú decidas mencionárselo o no.
—Ah, pues pienso hacerlo.
—Eso espero.
Salimos al vestíbulo de Cross Industries y lo conduje a través de
las puertas de cristal
blindado hacia mi despacho. Había unas cuantas personas en sus
mesas y tomé nota de quiénes
eran. Los que trabajaban en sus días libres no eran siempre
mejores empleados que los que no
lo hacían, pero respetaba la ambición y la recompensaba.
Cuando llegamos a mi despacho, cerré la puerta al entrar y cubrí
los cristales. Había una
carpeta en mi mesa, tal y como había ordenado antes de salir del
ático. Puse la mano sobre ella
y le hice un gesto a Kline para que se sentara.
Se quedó de pie.
—¿De qué cojones va todo esto? He venido a la ciudad para ver a
Eva y tu gorila me trae
aquí. El «gorila» era el guardia de seguridad que le había puesto
Vidal Records, pero no se
equivocaba al pensar que ese hombre trabajaba para mí.
—Estoy dispuesto a ofrecerte una gran cantidad de dinero, además
de otros incentivos, por
los derechos en exclusiva de la grabación que hizo Yimara de ti y
de Eva.
Me sonrió con frialdad.
—Ya me había dicho Sam que intentarías algo así. Esa grabación no
es asunto tuyo. Es
entre Eva y yo.
—Y de todo el mundo si se filtra. Y eso la destrozaría. ¿Te
importa algo lo que ella sienta
al respecto?
—No se va a filtrar y, desde luego, me importa mucho lo que ella
sienta. Es una de las
razones por las que necesito hablar con ella.
Asentí.
—Quieres preguntarle si puedes utilizarla. Crees que puedes
convencerla de que te deje
explotarla.
Se balanceó hacia atrás, un movimiento nervioso que indicaba que
había sufrido un
impacto directo.
—No vas a conseguir la respuesta que esperas —le dije—. La sola
existencia de esa
grabación la aterroriza. Eres un estúpido al pensar lo contrario.
—No es solamente sexo. Ahí hay cosas buenas de los dos. Ella y yo
tuvimos algo. Eva no
fue un simple revolcón.
«Menudo mierda». Tuve que controlar el impulso de tirarlo al
suelo.
Sonrió con aire de superioridad.
—No espero que lo entiendas. A ti no te suponía ningún problema
estar follándote a
aquella morena hasta que yo volví a aparecer. Después, cambiaste
tu juego. Eva es un juguete
del que te habías aburrido hasta que otro quiso quedarse con ella.
Su mención de Corinne tocó un punto sensible. La farsa de salir
con mi antigua novia casi
me había costado perder a Eva. Una posibilidad que aún me
obsesionaba.
No obstante, eso no evitó que me diera cuenta de lo bien que se le
daba echar la culpa a los
demás.
—Eva sabe lo que significa para mí —repuse.
Kline dio un paso hacia mi mesa.
—Está demasiado cegada por tu dinero como para darse cuenta de que
hay algo que no está
bien al ocultar esa falsa boda en un país extranjero. ¿Es legal
siquiera?
Había previsto esa pregunta.
—Completamente legal.
Abrí la carpeta y saqué la fotografía que había dentro. Había sido
tomada el día de mi
boda, en el mismo momento en que le daba el primer beso a Eva como
marido suyo. La playa
y el sacerdote que había oficiado la ceremonia estaban detrás de
nosotros. Yo tenía las manos
sobre su cara y nuestros labios se rozaban suavemente. Sus manos
me agarraban de las
muñecas y mi anillo resplandecía en su dedo.
Di la vuelta a la foto para que él la viera. Puse una copia del
acta matrimonial al lado. Usé
la mano izquierda para mostrar orgulloso mi anillo de bodas con
incrustaciones de rubíes.
No le enseñaba esos documentos personales para demostrar nada.
Quería provocar a Kline,
lo cual había estado haciendo de forma deliberada desde el momento
en que había llegado a
Nueva York. Cuando volviera a contactar con mi mujer, quería que
estuviera desorientado y en
desventaja.
—Eva y tú habéis terminado —dije en tono tranquilo—. Si lo
dudabas, ahora lo sabes con
seguridad. En cualquier caso, no creo que desees a mi mujer tanto
como deseas el recuerdo de
ella para utilizarlo para el grupo de música.
Él se rio.
—Sí, tú píntame como un sinvergüenza. No soportas la idea de verla
a ella en esa
grabación. Nunca la has visto ponerse tan salvaje y nunca lo
conseguirás.
Mis brazos se retorcían con el deseo de hacer desaparecer la
vanidad de su rostro.
—Puedes creer lo que quieras. Éstas son tus opciones: puedes
aceptar los dos millones que
te ofrezco, darme la grabación y marcharte...
—No quiero tu maldito dinero. —Apoyó las manos en el borde de mi
mesa y se inclinó
hacia mí—. No vas a conseguir hacerte con mis recuerdos. Puede que
la tengas a ella, por
ahora, pero yo tengo esos recuerdos. Vas listo si crees que voy a
vendértelos.
Pensar en Kline viendo la grabación..., que se viera a sí mismo
follándose a mi esposa...,
hizo que la sangre me empezara a hervir a fuego lento. La idea de
que sugiriera que Eva se
sentara a verlo, sabiendo cómo eso la destrozaría, me llevaba
hasta el mismo borde de la
violencia.
Me costaba mucho mantener el tono tranquilo de mi voz.
—Puedes rechazar mi dinero y guardarte esa grabación hasta que te
mueras. Convertirlo en
un regalo secreto para Eva del que ella nunca sabrá nada.
—¿De qué coño estás hablando?
—O puedes ser un gilipollas y un egoísta y darle un sablazo,
causarle un daño emocional
con el fin de destruir su matrimonio y hacerte más famoso.
Me quedé mirándolo. Kline se mantuvo en su sitio pero bajó la
mirada durante una
fracción de segundo.
—Si ella te importa un poco, tomarás una decisión distinta de la
que te ha traído hasta
Nueva York.
Kline cogió entonces los documentos que había sobre mi mesa, los
rompió por la mitad y
lanzó los trozos de nuevo sobre el cristal.
—No voy a irme hasta que la vea.
Salió furioso de mi despacho.
Yo me quedé mirando cómo se iba. A continuación, llamé por una
línea segura.
—¿Habéis tenido tiempo suficiente?
—Sí. Nos hemos ocupado del portátil y de la tableta que lleva en
su equipaje en cuanto
usted lo ha llevado arriba. Mientras hablamos, estamos comprobando
su correo electrónico y
sus servidores de copias de seguridad, así como las copias de
seguridad de dichos servidores.
Hemos registrado la casa donde se aloja los fines de semana, pero
lleva mucho tiempo sin
aparecer por allí. Lo hemos limpiado todo tanto en los equipos de
Yimara como en los de
Kline, así como las cuentas y los equipos de los que han recibido
alguna imagen de toda la
grabación. Uno de los ejecutivos de Vidal tenía una copia completa
en su disco duro, pero la
hemos borrado. No hemos encontrado pruebas de que la haya
reenviado a ningún sitio.
El hielo me recorrió las venas.
—¿Qué ejecutivo?
—Su hermano.
«Joder».
Me agarré al borde de la mesa con tanta fuerza que los nudillos me
crujieron por la
presión. Recordé el vídeo de Christopher con Magdalene y supe lo
perverso que era su odio
hacia mí. Pensar que mi hermanastro hubiera visto a Eva en una
situación tan íntima..., tan
vulnerable... hizo que me transportara a un lugar al que no había
vuelto desde la primera vez
que había oído hablar de Nathan.
Tuve que creer que la empresa privada de seguridad militar que
había contratado se había
hecho cargo de toda la situación. Sus equipos técnicos estaban
formados para ocuparse de
material mucho más sensible.
Metí los papeles rotos que había en mi mesa en la carpeta.
—Necesito que esa grabación deje de existir —dije.
—Comprendido. Estamos en ello. Aun así, es posible que haya alguna
copia en algún CD
por ahí, aunque hemos mirado los registros de transacciones de
Kline y Yimara en depósitos
de seguridad y cosas parecidas. Seguiremos controlando la
situación hasta que usted nos
ordene otra cosa.
Nunca lo haría. Si era necesario, estaría toda la vida
vigilándolos en busca de alguna
prueba de que la grabación había sobrevivido en algún lugar que
estuviera fuera de mi control.
—Gracias.
Colgué, salí del despacho y regresé a casa para estar con Eva.
—Se te da realmente bien —dijo Ireland mientras veía cómo Eva
sacaba unos palillos con
pollo kung pao de su caja blanca y se los llevaba a la boca—. Yo nunca les he
cogido el
tranquillo.
—Mira. Intenta sujetarlos así.
Vi cómo mi mujer acomodaba los dedos de mi hermana sobre los finos
palillos chinos y el
contraste de su cabeza rubia contra el pelo moreno de Ireland.
Sentadas en el suelo a mis pies,
ambas iban vestidas con pantalones cortos y camisetas ajustadas,
con sus piernas bronceadas
extendidas por debajo de la mesita, las de una largas y esbeltas y
las de la otra pequeñas y
voluptuosas.
Yo estaba más en calidad de observador que de participante,
sentado en el sofá detrás de
ellas, envidiando lo bien que se entendían pese a sentirme
agradecido por ello.
Todo era muy surrealista. Nunca me habría imaginado una noche como
ésa, una tranquila
velada en casa con... mi familia. No sabía cómo participar, ni tan
siquiera si podría hacerlo.
¿Qué iba a decir? ¿Cómo debía sentirme?
Estaba más que pasmado. Y agradecido. Muy agradecido por tener a
mi increíble mujer,
que había traído tantas cosas a mi vida.
No mucho tiempo atrás, una noche de sábado parecida a ésta, yo
habría estado en algún
evento o acto social muy publicitado, concentrado en el trabajo
hasta que el interés entusiasta
de una mujer estimulara mi necesidad de follar. Tanto si regresaba
al ático yo solo como si
terminaba en el hotel para disfrutar de un polvo de una noche,
estaría solo. Y como apenas
recordaba lo que se sentía al pertenecer a ningún sitio ni a
nadie, no sabía lo que me estaba
perdiendo.
—¡Ja! Mira esto —cacareó Ireland levantando un trozo diminuto de
pollo a la naranja que
se comió de inmediato—. Me lo he llevado a la boca.
Engullí el vino de mi copa de un solo trago con el deseo de decir algo.
En mi mente
barajaba distintas opciones, pero todas ellas sonaban poco
sinceras y forzadas.
—Los palillos tienen un blanco muy grande —dije finalmente—. Eso
aumenta tus
posibilidades de éxito.
Ireland volvió la cabeza hacia mí mostrándome los mismos ojos
azules que yo veía todos
los días en el espejo. Los de ella estaban mucho menos alerta,
eran mucho más inocentes y
brillaban llenos de risa y adoración.
—¿Acabas de decir algo como que tengo la boca demasiado grande?
Incapaz de resistirme, pasé la mano por su cabeza y toqué los
suaves y sedosos mechones
de su pelo. También en eso era parecida a mí, y también diferente.
—No he dicho eso —respondí.
—No con tantas palabras —me corrigió inclinándose brevemente hacia
mi mano antes de
volver a mirar a Eva.
Mi mujer levantó los ojos hacia mí, ofreciéndome una sonrisa de
ánimo. Sabía que yo
sacaba las fuerzas de ella, y me las daba de una forma
incondicional.
Sentí un nudo en la garganta. Me levanté del sofá y cogí la copa
vacía de Eva. El vaso de
soda de Ireland seguía medio lleno, así que lo dejé donde estaba y
me fui a la cocina para
tratar de recobrar la serenidad necesaria para pasar el resto de
la velada.
—Channing Tatum está muy bueno —dijo Ireland desde la sala de
estar—. ¿No crees?
Fruncí el ceño. La despreocupada pregunta de mi hermanita
desencadenó unos
pensamientos incómodos sobre sus citas. Debía de haber empezado
unos años antes, pues tenía
diecisiete. Yo sabía que era una ingenuidad querer mantenerla
alejada de los chicos. Sabía que
era culpa mía haberme perdido buena parte de su infancia. Pero la
idea de que tuviera que
lidiar con versiones más jóvenes de hombres como yo, Manuel y Cary
provocó una reacción
defensiva desconocida para mí.
—Es muy atractivo —confirmó Eva.
Una sensación de posesión se unió a la mezcla. Entorné los ojos
mirando las dos copas que
tenía delante de mí mientras volvía a llenarlas.
—Lo han nombrado el hombre más sexi del año —dijo Ireland—. Mira
esos bíceps.
—Ah, pues en eso no estoy en absoluto de acuerdo. Gideon es
muchísimo más sexi.
Sonreí.
—Estás fatal —se burló mi hermana—. Las pupilas se te convierten
en pequeños
corazones cuando piensas en Gideon. Qué bonito.
—Cállate.
La risa musical de Ireland flotaba en el ambiente.
—No te preocupes. Está atontado por ti. Y ha estado mucho tiempo
en la lista de los
hombres más atractivos. Siempre me entero por mis amigas.
—Vaya. No me digas esas cosas. Soy celosa por naturaleza.
Riéndome por dentro, lancé la botella vacía al cubo del reciclado.
—También Gideon. Va a flipar cuando empieces a copar las listas de
las mujeres más
atractivas. No vas a poder evitarlo ahora que todo el mundo te
conoce.
—Lo que tú digas —se mofó Eva—. Van a tener que quitarme seis
kilos del trasero y de
los muslos con Photoshop para poder hacerlo.
—¿Has visto a Kim Kardashian? ¿O a Jennifer Lopez?
Me detuve en la puerta de la sala de estar para observar la imagen
que formaban Ireland y
Eva por encima del borde de mi copa. Sentí un dolor en el pecho.
Quería congelar ese
momento, protegerlo, mantenerlo a salvo para siempre.
Mi hermana levantó la mirada y me vio y, a continuación, puso los
ojos en blanco.
—¿Qué te había dicho? —dijo—. Atontado.
Me apoyé en el respaldo de la silla, di un sorbo al café y estudié
la hoja de cálculo de mi
pantalla. Eché los hombros hacia atrás tratando de aflojar el
tirón que sentía en el cuello.
—Chico, son las tres de la mañana.
Levanté la mirada y vi a Ireland en la puerta del despacho de mi
casa.
—¿Qué quieres decir?
—¿Por qué estás trabajando tan tarde?
—¿Y tú por qué estás hablando por Skype tan tarde? —respondí tras
haber oído sus risas y
alguna voz más alta que otra en la última hora desde que había
dejado a Eva dormida.
—Lo que tú digas —murmuró a la vez que entraba y se dejaba caer en
una de las butacas
que tenía delante del escritorio. Se encorvó, con los hombros a la
altura del respaldo de la silla
y las piernas extendidas por delante de ella—. ¿No puedes dormir?
—No.
Ireland no tenía ni idea de lo literal que era mi respuesta. Con
ella durmiendo en la cama
de Eva y mi mujer dormida en la mía, no podía arriesgarme a
quedarme dormido. Había un
límite en lo que esperaba que Eva aceptara, y un límite en las
veces que podría asustarla antes
de que eso destruyera el amor que ella sentía por mí.
—Christopher me ha enviado un mensaje hace un rato —dijo—. Supongo
que papá está
alojándose en un hotel.
La miré sorprendido.
Ella asintió con expresión triste.
—La cosa es seria, Gideon. No han pasado nunca una noche
separados. Al menos, que yo
pueda recordarlo.
Yo no sabía qué decir. Nuestra madre me había estado telefoneando
todo el día, dejándome
mensajes en el buzón de voz y llamando tantas veces al ático que
me había visto obligado a
desconectar el teléfono principal para que ninguno de los otros
sonara. No me gustaba que lo
estuviera pasando mal, pero tenía que proteger mi tiempo con
Ireland y con Eva.
Me parecía cruel centrarme en mí mismo, pero ya había perdido a mi
familia en dos
ocasiones, una cuando mi padre murió y otra después de lo de Hugh.
No podía permitir que
sucediera de nuevo. No creía que pudiera sobrevivir a una tercera
vez, no estando Eva en mi
vida.—
Desearía saber qué es lo que ha causado la pelea —dijo Ireland—.
Quiero decir que, si
no se han engañado el uno al otro, deberían poder solucionarlo,
¿no?
Solté un fuerte suspiro y enderecé la espalda.
—Yo no soy la persona adecuada para hablar de relaciones. No tengo
ni idea de cómo
funcionan. Simplemente, voy abriéndome camino a trompicones
mientras rezo por no
fastidiarlo todo y doy las gracias porque Eva sea tan indulgente.
—La quieres de verdad.
Seguí su mirada hacia el collage de fotografías de la pared. A
veces, me dolía ver esas
imágenes de mi mujer. Quería volver a capturar y vivir cada
momento. Quería guardar cada
segundo que hubiera pasado con ella. Odiaba que el tiempo
transcurriese tan rápido y no poder
ahorrarlo para el futuro incierto.
—Sí —murmuré. Se lo habría perdonado todo. No había nada que ella
pudiera hacer o
decir que fuera a separarnos, porque no sería capaz de vivir sin
ella.
—Me alegro por ti, Gideon. —Ireland sonrió cuando la miré.
—Gracias.
La preocupación de su mirada seguía estando ahí y reflejaba su
inquietud. Yo quería
solucionar los problemas que la preocupaban, pero no sabía cómo.
—¿Podrías hablar con mamá? —sugirió—. No ahora, claro. Pero ¿qué
tal mañana? Quizá
puedas descubrir qué está pasando.
Vacilé un momento, pues sabía con seguridad que la conversación
con nuestra madre iba a
ser poco productiva.
—Lo intentaré.
Ireland se miró las uñas.
—No te gusta mucho mamá, ¿verdad?
Sopesé mi respuesta con cuidado.
—Tenemos diferentes opiniones en cuestiones básicas.
—Sí. Entiendo. Es como si tuviera un raro trastorno obsesivo
compulsivo con respecto a su
familia. Todo tiene que ser de un modo determinado o, al menos,
hay que fingir que lo es.
También le preocupa lo que la gente piense. El otro día vi una
película antigua que me recordó
a ella. Gente corriente. ¿La has visto?
—No. No la he visto.
—Deberías hacerlo. Sale el padre de Kiefer Sutherland y otros
actores. Es triste, pero la
historia es buena.
—La buscaré. —Sentí la necesidad de justificar a mi madre y lo
intenté como pude—: Lo
que tuvo que sufrir tras la muerte de mi padre... fue brutal. Creo
que desde entonces se ha
aislado.
—La madre de una amiga mía dice que antes mamá era distinta. Ya
sabes, cuando se casó
con tu padre.
Dejé a un lado mi café frío.
—Sí que recuerdo que era distinta.
—¿Mejor?
—Eso es subjetivo. Era más... espontánea. Despreocupada.
Ireland se frotó la boca con las yemas de los dedos.
—¿Crees que eso la destrozó? ¿Perder a tu padre?
Sentí una opresión en el pecho.
—La cambió —dije en voz baja—. No estoy seguro de cuánto.
—Ah. —Se retrepó en su silla, deshaciéndose visiblemente de su
melancolía—. ¿Vas a
estar despierto un rato?
—Es probable que toda la noche.
—¿Quieres ver esa película conmigo?
Su sugerencia me sorprendió. Y me encantó.
—Depende —repuse—. No puedes decirme lo que pasa. Nada de
arruinarme la historia.
Me fulminó con la mirada.
—Ya te he dicho que es triste. Si quieres un final feliz, está
durmiendo al otro lado del
pasillo.
Eso me hizo sonreír. Me puse de pie y rodeé la mesa.
—Busca la película. Yo voy a por un refresco.
—Una cerveza estaría bien.
—No estando yo de vigilante.
Se incorporó con una sonrisa.
—Bueno, vale. Entonces, vino.
—Vuelve a pedírmelo dentro de unos años.
—Para entonces, ya tendrás hijos. No será igual de divertido.
Me detuve y una sensación de ansiedad me atacó lo suficiente como
para que la piel se me
humedeciera de sudor. La idea de tener un hijo con Eva me
entusiasmaba tanto como me
aterraba. Para mi mujer no era seguro vivir conmigo. ¿Cómo iba a
serlo para un niño?
Ireland se rio.
—¡Joder, deberías verte la cara! El clásico caso de un
conquistador con un ataque de
pánico. ¿No te lo habían dicho? Primero viene el amor, luego el
matrimonio y, después, el
bebé con su cochecito.
—Como no cierres el pico, te mando a la cama.
Ella se rio aún más y entrelazó el brazo con el mío.
—Eres la monda, en serio. Sólo estoy burlándome de ti. No te
enfades conmigo. Ya hay
suficientes miembros de nuestra familia que lo hacen.
Deseé que el corazón dejara de latirme con tantísima fuerza.
—Puede que tú sí debas tomarte una copa.
—Creo que lo haré —murmuré.
—Hay que reconocer que Eva lo ha hecho bien a la hora de sacarte
un anillo. ¿También
tuviste un ataque de pánico cuando te declaraste?
—Déjalo ya, Ireland.
Apoyó la cabeza en mi hombro y, mientras reía, me sacó del
despacho.
El sol había salido hacía más de dos horas cuando volví a la cama.
Me quité la ropa en silencio
y recorrí con la mirada el delicioso bulto que había bajo las
mantas y que era mi mujer.
Estaba acurrucada hecha un ovillo, tapada en su mayor parte
excepto por los brillantes
mechones de pelo que se extendían sobre la almohada. Mi mente
rellenó los espacios en
blanco, sabiendo que estaba desnuda bajo las sábanas.
«Mía». Toda mía.
Me destrozaba dormir separado de ella. Y sabía que a ella también
le dolía.
Levanté el borde de las sábanas y me pegué a ella. Soltó un suave
gemido y se dio la vuelta
hacia mí, retorciendo su cálido y exuberante cuerpo contra el mío.
Me excité al instante. El deseo hizo que mi sangre entrara en
ebullición y sentí un
cosquilleo en la piel. Se trataba de una química sexual
combustible pero también algo más.
Algo más profundo. Un reconocimiento extraño, maravilloso y
aterrador.
Ella llenaba un vacío en mí que no había sabido siquiera que
existía.
Enterró la cara en mi cuello y entrelazó las piernas con las mías
al tiempo que deslizaba
las manos por mi espalda.
—Duro y delicioso por todas partes —ronroneó.
—Por todas —asentí mientras colocaba la mano sobre su culo y la
apretaba más contra mi
erección.
Sus hombros se agitaron con una risa silenciosa.
—Debemos ser sigilosos.
—Te taparé la boca.
—¿A mí? —Me dio un mordisco en el cuello—. Tú eres el que hace
ruido.
No se equivocaba. Por muy brusco e impaciente que me pusiera
cuando me excitaba, nunca
había hecho ruido... hasta que llegó ella. Costaba ser discreto
cuando la situación lo requería.
Me gustaba demasiado, me hacía sentir demasiadas cosas.
—Pues iremos despacio —murmuré mientras movía las manos ansiosamente
sobre su piel
sedosa—. Ireland dormirá durante varias horas. No hay prisa.
—Varias horas, ¿eh? —Se rio y se alejó de mí dándose la vuelta
para coger algo del cajón
de la mesilla de noche—. Qué buena chica.
La tensión se extendió por mis hombros mientras sacaba las
pastillas de menta que
guardaba al lado. Me recordó a situaciones parecidas en las que
las mujeres buscaban
condones en el cajón de su mesilla.
Eva y yo habíamos usado preservativo únicamente en dos ocasiones.
Antes de ella, yo sólo
había follado sin condón con una mujer. Evitar los embarazos era
algo que cumplía
religiosamente.
Pero desde esas dos primeras veces con Eva, no lo habíamos
utilizado y confiábamos en
sus anticonceptivos para evitar el embarazo.
Era todo un riesgo. Lo sabía. Y teniendo en cuenta la frecuencia
con la que me la follaba
—por lo menos, dos y, en algunas ocasiones, tres o cuatro veces al
día—, el riesgo no era
poco.
Pensaba en ello a veces y me cuestionaba mi control y mi egoísmo
al anteponer mi propio
placer a las consecuencias. Pero mi imprudencia no tenía un motivo
tan sencillo como el
placer. De ser así, podría encargarme de ello. Ser responsable.
No. Se trataba de algo mucho más complicado.
La necesidad de correrme en su interior era primitiva. Era una
conquista y, a la vez, una
rendición.
Había querido follármela sin condón incluso antes de que nos
acostáramos por primera
vez, antes de conocer con seguridad lo explosivos que seríamos en
la cama. Había llegado a
advertirla de que lo necesitaba antes de nuestra primera cita, que
necesitaba que me diera
aquello, algo que nunca había querido de ninguna otra.
—No te muevas —dije en tono brusco poniéndome sobre ella mientras
seguía tumbada
boca abajo.
Metí la mano entre su cadera y la cama, entre sus piernas, para
poner la palma sobre su
coño. Estaba húmedo y cálido. La caricia de mis dedos lo puso
resbaladizo y caliente.
Soltó un gemido amortiguado.
—Te quiero así —le dije acariciando su mejilla con los labios.
Busqué mi almohada con la mano que me quedaba libre, la pasé por
encima y la metí
debajo de ella, levantando sus caderas en un ángulo que me
permitiría metérsela hasta las
pelotas.
—Gideon... —El modo en que pronunció mi nombre fue como un ruego,
como si yo no
fuese a ponerme de rodillas para suplicarle que me concediera el
privilegio de tomarla.
Me moví, le separé los muslos y le sujeté las muñecas junto a la
cabeza. Reteniéndola,
embestí dentro de ella. Estaba preparada para mí, suave, dura y
húmeda. Apreté los dientes
para controlar el gemido que me subía por la garganta y un temblor
me recorrió el cuerpo de la
cabeza a los pies. Mi pecho se hinchaba sobre su espalda y mis
fuertes exhalaciones le
removían el pelo sobre la almohada.
Así, simplemente tomándome, ella me llevaba hasta el límite.
—Dios. —Mis caderas se movían solas, metiendo la polla dentro de
ella, empujando más
hondo hasta que se la metí del todo. Podía sentirla a mi
alrededor, desde la base hasta la punta,
apretándome con oleadas que me ordeñaban como una boquita
hambrienta—. Cielo...
La presión en la base de mi polla era persistente, pero era capaz
de mantenerla a raya. No
se trataba de una cuestión de control, sino de voluntad.
Quería correrme dentro de ella. Lo deseaba lo suficiente como para
pensar que el riesgo,
por muy aterrador que fuera, era aceptable.
Cerré los ojos y dejé caer la frente sobre su mejilla. Inhalé su
olor y me dejé ir,
corriéndome con fuerza y apretando el culo mientras la llenaba con
chorros densos y calientes.
Eva se estremeció y se revolvió debajo de mí. Oprimió el coño y,
después, éste tembló
alrededor de mi polla. Se corrió con un suave y dulce gemido.
Yo dije su nombre con un gruñido y con una excitación abrasadora
por su orgasmo. Se
corrió porque yo lo había hecho, porque mi placer la excitaba
tanto como mis caricias. La
recompensaría por ello, le demostraría lo profunda que era mi
gratitud. Tendría su placer una
y otra vez, tantas veces como pudiera recibirlo.
—Eva. —Froté mi mejilla húmeda sobre la suya—. Crossfire.
Apretó los dedos sobre los míos. Volvió la cabeza y sus labios me
buscaron.
—Campeón —susurró con un beso—. Yo también te quiero.
Eran poco después de las cinco de la tarde cuando crucé con el
Bentley la verja de entrada de
la finca de los Vidal en el condado de Dutchess y llegué a la
entrada circular situada frente a la
puerta.
—Vaya, has venido muy rápido —se quejó Ireland desde el asiento de
atrás—. Ya hemos
llegado.
Dejé el coche en el aparcamiento sin parar el motor. Dirigí una
mirada a la casa y sentí un
nudo en el estómago. Eva extendió la mano y me agarró la mía para
apretarla. Me concentré
en sus ojos gris metálico en lugar de en la mansión de estilo
Tudor que quedaba a sus espaldas.
No dijo una palabra, pero no tuvo por qué hacerlo. Sentí su amor y
su apoyo y vi el destello
de rabia en sus ojos. Sólo el hecho de saber que ella me
comprendía, me daba fuerzas. Conocía
cada oscuro y sucio secreto que yo guardaba y, sin embargo, creía
en mí y me amaba de todos
modos.
—Quiero volver a quedarme con vosotros —dijo Ireland asomando la
cabeza entre los
asientos delanteros—. Ha sido divertido, ¿no?
La miré.
—Volveremos a hacerlo.
—¿Pronto?
—De acuerdo.
Su sonrisa hizo que la promesa mereciera lo que supondría para mí
en cuanto a sueño y
preocupación. Había estado alejada de ella por muchos motivos,
pero el principal era que no
sabía qué podría ofrecerle de valor. Lo había canalizado todo en
mantener a flote Vidal
Records para su futuro, ocupándome de ella del único modo que no
la fastidiaría.
—Vas a tener que ayudarme —le dije con sinceridad—. No sé ser un
hermano.
Probablemente tendrás que perdonarme. Con frecuencia.
La sonrisa desapareció del rostro de Ireland y pasó de ser el de
una adolescente para
convertirse en el de una mujer joven.
—Pues es como ser un amigo —dijo con seriedad—. Pero sí tendrás
que recordar los
cumpleaños y los días de fiesta, tendrás que perdonármelo todo y
deberás presentarme a todos
tus amigos guapos y ricos.
La miré sorprendido.
—Y ¿dónde queda lo de meterme contigo y echarte la bronca?
—Esos años te los has perdido —replicó—. No va a haber segundas
oportunidades.
Lo decía con tono de broma, pero sus palabras se me clavaron muy
dentro. Me había
perdido aquellos años y no iban a volver.
—En lugar de ello, tendrás que meterte con sus novios y echarles
la bronca a ellos —dijo
Eva. Nos miramos y supe que sabía exactamente lo que yo estaba
pensando. Acaricié sus
nudillos con el pulgar.
Detrás de ella, la puerta de la casa se abrió y apareció mi madre.
Estaba en el escalón de
arriba, vestida con una chaqueta blanca y unos pantalones a juego.
Su pelo largo y oscuro caía
suelto alrededor de sus hombros. Desde la distancia, se parecía
mucho a Ireland, más como
una hermana que como su madre.
Apreté más la mano de Eva.
Ireland abrió la puerta con un suspiro.
—Ojalá no tuvieseis que trabajar mañana. Quiero decir, ¿qué
sentido tiene tener
tropecientos millones si no puedes hacer novillos cuando te
apetece?
—Si Eva trabajara conmigo podríamos hacerlo —dije mirando a mi
mujer.
Ella sacó la lengua.
—No empieces.
Me llevé su mano a los labios y la besé.
—No he parado.
Abrí mi puerta, salí del coche y pulsé un botón del mando a
distancia. Di la vuelta por
detrás para sacar la bolsa de Ireland y, de repente, vi que sus
brazos me rodeaban. Me abrazó
con fuerza colocando sus manos alrededor de mi cintura. Tardé un
momento en recuperarme
de la sorpresa y, a continuación, la abracé yo también mientras
apoyaba la mejilla sobre su
cabeza.
—Te quiero —murmuró contra mi pecho—. Gracias por invitarme a tu
casa.
La garganta se me cerró impidiéndome decir nada. Se fue con la misma
rapidez que se
había acercado, con la bolsa en la mano mientras iba hacia Eva,
junto a la puerta del
acompañante, para abrazarla también.
Sintiendo que me faltaba el aire lo mismo que si me hubiesen dado
un puñetazo, cerré el
maletero y vi cómo mi madre se juntaba con Ireland en mitad del
camino de grava azul
grisáceo. Estaba a punto de volver a sentarme al volante para
marcharnos cuando me hizo una
señal indicándome que esperara.
Miré a Eva.
—Métete en el coche, cielo.
Ella me miró como si fuera a protestar y, a continuación, asintió,
subió a su asiento y cerró
la puerta.
Esperé a que mi madre se acercara hasta mí.
—Gideon. —Me agarró de los brazos y se puso de puntillas para
darme un beso en la boca
—. ¿No queréis entrar Eva y tú? Habéis recorrido un largo camino
hasta aquí...
Di un paso hacia atrás para apartarme de ella.
—Y tenemos que volver.
Su mirada reflejaba decepción.
—Sólo unos minutos. Por favor. Me gustaría pediros disculpas a los
dos. No he llevado
bien la noticia de vuestro compromiso y lo siento. Ésta debería
ser una ocasión alegre para la
familia, y me temo que estaba demasiado preocupada por perder a mi
hijo como para darme
cuenta de ello.
—Mamá. —La agarré del brazo cuando ella se disponía a acercarse al
asiento del
acompañante—. Ahora no.
—No decía en serio todas las cosas que dije de Eva el otro día.
Fue sólo el impacto de ver
el anillo que tu padre me regaló en la mano de otra mujer. No se
lo habías regalado a Corinne
y me sorprendí. Puedes entenderlo, ¿no?
—Has contrariado a Eva.
—¿Eso te ha contado? —Hizo una pausa—. No quería hacerlo, pero...
No importa. Tu
padre era muy protector también. Te pareces mucho a él.
Aparté la vista y miré distraído los árboles que había al otro
lado del camino. Nunca sabía
cómo tomarme las comparaciones con Geoffrey Cross. ¿Eran un elogio
o un cumplido
sarcástico? No podía estar seguro con mi madre.
—Gideon..., por favor. Me estoy esforzando. Le dije a Eva cosas
que no debía decir y ella
respondió como habría hecho cualquier mujer dadas las
circunstancias. Sólo quiero suavizar
las cosas. —Me puso una mano en el pecho—. Me alegro por ti,
Gideon. Y me alegra mucho
ver que Ireland y tú pasáis tiempo juntos. Sé lo mucho que
significa para ella.
Aparté su mano con suavidad.
—También significa mucho para mí. Y Eva hace que sea posible de un
modo que no sé
cómo explicar. Ésa es una de las razones por las que no quiero
enfadarla. No ahora. Tiene que
trabajar por la mañana.
—Entonces, hagamos planes para almorzar esta semana. O para cenar.
—¿Irá Chris? —preguntó Eva por la ventanilla antes de abrir de
nuevo la puerta y salir. Se
quedó allí de pie, tan pequeña y reluciente contra el oscuro y
enorme todoterreno,
impresionante en su forma de colocar los hombros.
Mi mujer se enfrentaría a todo el mundo por mí. Saber aquello era
como un milagro.
Cuando nadie más estaba dispuesto a luchar por mí, había
conseguido encontrar a la única
persona que lo haría.
Los labios de mi madre se curvaron.
—Por supuesto. Chris y yo formamos un equipo.
Noté la fragilidad de su sonrisa y dudé de ella, como hacía tan a
menudo. Aun así, accedí.
—Haremos eso entonces. Llama a Scott mañana y organizaremos algo.
El rostro de mi madre se iluminó.
—Cuánto me alegra. Gracias.
Me abrazó y yo me puse en tensión, sintiendo en el cuerpo la
rigidez por la necesidad de
apartarla. Cuando se acercó a Eva con los brazos extendidos, ella
levantó la mano entre ambas
para estrechársela. La situación era muy incómoda, con ambas
mujeres claramente tan a la
defensiva.
Mi madre no quería hacer las paces. Quería llegar a un acuerdo
para fingir que habían
limado asperezas.
Nos despedimos y, a continuación, subí al asiento del conductor.
Eva y yo nos fuimos y
dejamos atrás la casa.
—¿Cuándo ha hablado tu madre contigo? —preguntó ella cuando no
habíamos ido muy
lejos.M aldita fuera. Sabía lo que significaba ese tono suyo.
Extendí el brazo y coloqué la mano sobre su rodilla.
—No quiero que te preocupes por mi madre.
—¡No quieres que me preocupe por nada! No es así como se va a
solucionar esto. No vas a
enfrentarte tú solo a toda esa mierda.
—Lo que mi madre diga o haga da igual, Eva. Me importa una mierda
y para ti también
debería ser lo mismo.
Se volvió en su asiento para mirarme.
—Tienes que empezar a contarme las cosas. Sobre todo, las que
tengan que ver conmigo...
¡Como eso de que tu madre hable de mí a mis espaldas!
—No voy a permitir que te enfades por una opinión irrelevante. —El
camino se curvó.
Aceleré cuando pasamos la curva.
—¡Eso sería mejor que hacer que me enfade contigo! —replicó—.
Para.
—¿Qué? —pregunté mirándola.
—¡Que pares el maldito coche!
Maldije en silencio, retiré la mano de su pierna y agarré el
volante.
—Dime para qué.
—Porque estoy enfadada contigo y tú estás ahí sentado, tan guapo y
sensual, conduciendo.
Y tienes que parar.
La diversión se mezclaba con la exasperación.
—¿Parar qué? ¿Parar de ser guapo y sensual? ¿Parar el coche?
—Gideon..., no me presiones ahora mismo.
Resignado, levanté el pie del acelerador y me detuve en el arcén.
—¿Mejor?
Eva salió del coche y lo rodeó por delante del capó. Yo salí a mi
vez y le lancé una mirada
inquisitiva.
—Yo conduzco —anunció cuando se puso delante de mí—. Al menos,
hasta que lleguemos
a la ciudad.
—Si eso es lo que quieres...
Yo no sabía casi nada de las relaciones, pero era obvio que hay
que hacer concesiones
cuando tu mujer está enfadada contigo. Sobre todo cuando albergas
esperanzas de acostarte
con ella dentro de unas horas, cosa que yo quería. Tras pasar el
fin de semana con los amigos y
con Ireland, sentía una renovada necesidad de demostrarle lo
agradecido que le estaba.
—No me mires así —murmuró.
—Así, ¿cómo?
Recorrí su cuerpo con la vista, admirando lo guapa que estaba con
su vestido blanco de
tirantes. La noche era calurosa y húmeda, pero ella tenía un
aspecto fresco. Deseé quitarme la
ropa y apretar mi cuerpo contra el suyo para enfriarlo un poco
antes de que las cosas se
calentaran.
—¡Como si fuera una bomba de relojería a punto de estallar!
—replicó cruzándose de
brazos—. No me estoy comportando de un modo irracional.
—Cielo, no te estoy mirando de ese modo.
—Y no trates de distraerme con el sexo —espetó apretando la
mandíbula—, o te quedarás
sin nada durante una semana.
Yo también me crucé de brazos.
—Ya hemos hablado de lanzar ultimátums como ése. Puedes enfadarte
conmigo cuanto
quieras, Eva, pero te tendré cuando me apetezca. Punto.
—¿Y no importa que a mí no me apetezca?
—... preguntó la esposa que se moja viéndome conducir un maldito
coche —respondí con
voz cansina.
Entornó los ojos.
—Quizá te deje aquí tirado, a un lado de la carretera.
Estaba claro que no estaba consiguiendo controlar bien la
situación, así que cambié de
estrategia y adopté una postura ofensiva.
—Tú no me lo cuentas todo —contraataqué—. ¿Qué pasa con Kline? ¿Ha
dejado de
comunicarse contigo por completo desde San Diego?
Había pasado todo el fin de semana aguantándome esa pregunta,
pensando si Kline se
pondría o no en contacto con ella.
No sabía bien cómo iba a proceder yo. Si él le hablaba del vídeo
que ya no tenía en su
poder, a Eva le dolería pero la acercaría más a mí. Si se apartaba
de ella, provocaría en Eva
unos sentimientos más profundos con los que yo no me sentiría muy
cómodo. No me gustaba
el hecho de que Kline la deseara, pero temía que pudiera amarla de
verdad.
Ahogó un grito.
—Dios mío, ¿otra vez has estado fisgoneando en mi teléfono?
—No. —Mi respuesta fue rápida y tajante—. Sé lo que opinas al
respecto.
Seguía cada uno de sus movimientos, sabía dónde estaba y con quién
en cada momento del
día, pero había puesto un límite con su móvil y yo lo respetaba,
aunque me volviera loco.
Me miró un momento pero debió de ver la verdad en mi rostro.
—Sí, Brett me ha enviado algunos mensajes —declaró—. Iba a
hablarte de ello, así que no
intentes decirme que es lo mismo. Tenía intención de contártelo.
Tú no tenías ninguna
intención de contármelo a mí.
Un coche pasó a toda velocidad y dirigí mi atención a la seguridad
de ella.
—Entra y conduce —dije—. Hablaremos en el coche.
Esperé a que subiera y, después, cerré su puerta. Cuando yo hube
montado también, Eva
ajustó los retrovisores y el asiento y puso el coche en marcha.
Una vez en la carretera, empezó de nuevo. Yo apenas prestaba
atención a lo que decía,
pues me concentré en el modo en que llevaba el Bentley. Conducía
rápido y con seguridad,
sujetando el volante con ligereza y tranquilidad. Mantenía la
mirada en la carretera pero yo no
podía apartar los ojos de ella. Mi chica californiana. En la
carretera se encontraba en su salsa.
Noté que me excitaba ver a Eva conducir el potente todoterreno. O
puede que fuera porque
me estaba reprendiendo, desafiándome.
—¿Me estás escuchando? —preguntó.
—La verdad es que no, cielo. Y, antes de que te enfades más, te
diré que es por completo
culpa tuya. Estás ahí sentada con un aspecto atractivo y sensual y
me distraes.
Levantó la mano y me dio una cachetada en la pierna.
—¡En serio, deja de burlarte!
—No bromeo, Eva... Quieres que te cuente las cosas para que puedas
ayudarme. Lo
comprendo. Estoy esforzándome.
—No lo suficiente, según parece.
—No voy a contarte cosas que te vayan a sacar de quicio sin
necesidad. No tiene sentido.
—Tenemos que ser sinceros el uno con el otro, Gideon. No sólo de
vez en cuando, sino
siempre.
—¿De verdad? Yo no espero lo mismo de ti. Por ejemplo, puedes
guardarte todos los
comentarios nada aduladores que tu padre y Cary te hagan sobre mí.
Apretó los labios y se quedó pensativa un momento.
—Según esa lógica, ¿no estaría bien que no te dijera nada de
Brett?
—No. Kline tiene un impacto sobre nuestra relación. Mi madre, no.
Soltó un bufido.
—Tengo razón en esto —añadí con voz calmada.
—¿Me estás diciendo que el hecho de que tu madre hable mal de mí
no te molesta?
—No me gusta. Dicho lo cual, eso no cambia lo que yo siento por ti
o por ella. Y
contártelo tampoco va a cambiar lo que tú sientes por ella. Como
el resultado es el mismo,
elijo el camino que cause el menor trastorno.
—Estás pensando como un hombre.
—Eso espero. —Levanté la mano y le aparté el pelo del hombro—. No
dejes que ella cause
problemas entre nosotros, cielo. No merece la pena.
Eva me miró.
—Estás diciendo que lo que tu madre dice y hace no tiene ningún
efecto sobre ti, pero yo
sé que eso no es verdad.
Pensé negarlo, sólo por zanjar el tema, pero mi esposa veía todo
lo que yo trataba de
esconder.
—No dejo que me afecte.
—Pero te afecta. Te duele y tú lo metes en ese lugar donde guardas
todo aquello a lo que
no quieres enfrentarte.
—No me analices —respondí tensando la voz.
Su mano me acarició la pierna.
—Te quiero. Y quiero acabar con ese dolor.
—Ya lo has hecho. —Le agarré la mano—. Me has dado todo lo que
ella me quitó. No
permitas que vuelva a quitármelo.
Con los ojos en la serpenteante carretera, Eva levantó nuestras
manos unidas y me besó el
anillo de bodas.
—Tomo nota.
Me dedicó una rápida sonrisa con la que me decía que había
terminado, por el momento, y condujo en dirección a casa.
Volver a capítulos
Volver a capítulos
No hay comentarios:
Publicar un comentario