10
—Dios mío, qué pareja tan dulce —dijo Shawna mientras veía a Will
y a Natalie cantar I got
you, babe en el escenario.
—Sí, me están provocando una diabetes —repuso Manuel al tiempo que
se ponía en pie
con su copa—. Perdonad. He visto algo interesante.
—Despídete de él, cielo —dijo Gideon divertido en mi oído—. No
vamos a volver a verlo.
Miré hacia donde él lo hacía y vi a una guapa morena que le
dedicaba a Manuel una mirada
descarada.
—¡Adiós, Manuel! —grité a su espalda mientras agitaba una mano en
el aire. Después me
incliné hacia Gideon, que estaba medio despatarrado sobre el caro
tapizado de piel—. ¿Por qué
todos los tipos con los que trabajas están tan buenos?
—¿Lo están? —preguntó arrastrando las palabras y acariciando con
la nariz mi cuello a lo
largo de la curva de la oreja—. Quizá no sigan trabajando para mí
mucho más tiempo.
—Dios. —Levanté la mirada hacia el cielo estrellado—. Lo que tú
digas, hombre de las
cavernas.
Apretó los brazos alrededor de mis caderas atrayéndome más hacia sí,
de modo que mi
cuerpo se presionaba contra el suyo desde la rodilla hasta el
hombro. La felicidad me invadió.
Tras toda la basura que habíamos tenido que soportar el día
anterior, era estupendo disfrutar
así el uno del otro.
Megumi se inclinó sobre la mesita rectangular. Rodeados por dos
módulos desmontables,
la zona vip se adaptaba cómodamente a nuestro grupo.
—¿Cuándo vas a subir ahí a dejarnos como unos estúpidos?
—preguntó.
—Pues... nunca —repuse.
Habían hecho falta unas cuantas copas y la atención absoluta de
Cary para que Megumi se
sintiera lo suficientemente cómoda para pasarlo bien. Mi mejor
amigo se había lanzado con
una impactante interpretación de Only the good die young y,
después, había arrastrado a
Megumi al escenario para cantar (I’ve had) The time of my life. Ella había vuelto a la mesa
resplandeciente.
Le debía mucho a Cary por haber cuidado de mi amiga. Y, lo que era
mejor, no parecía que
tuviera intención de dejarnos para recorrer el local en busca de
conquistas como había hecho
Manuel. Estaba realmente orgullosa de él.
—Vamos, Eva —me animó Steven—. Tú has escogido el sitio. Tienes
que cantar.
—Tu hermana lo escogió —respondí mirándola.
Shawna se limitó a encogerse de hombros con una actitud inocente.
—¡Ella ha cantado ya dos veces! —replicó él.
Desvié la conversación.
—Mark no ha cantado nada.
Mi jefe negó con la cabeza.
—Os estoy haciendo un favor a todos, créeme.
—Y me lo dices a mí. ¡Unos neumáticos derrapando tienen un sonido
más lírico que lo que
yo hago!
Arnoldo me pasó la libreta con las canciones que había para
elegir. Era la primera vez en
toda la noche que había hecho algún gesto hacia mí, aparte del
saludo al entrar. Había pasado
la mayor parte del tiempo con la atención fija en Magdalene y
Gage, cosa que traté de no
tomar como un desaire personal.
—No es justo —me quejé—. ¡Estáis todos en mi contra! Gideon
tampoco ha cantado
todavía.
Miré a mi marido. Se encogió de hombros.
—Yo subiré si lo haces tú.
Abrí unos ojos como platos asombrada. Nunca había oído cantar a
Gideon. Ni siquiera me
lo había imaginado. Los cantantes se abrían y expresaban emociones
con su voz. Gideon
seguía siendo muy reservado.
—Joder, tenéis que hacerlo ya —dijo Cary extendiendo el brazo para
abrir la selección por
una página al azar.
Sentí que el estómago se me retorcía ligeramente. Observé con
desesperación las
canciones que tenía delante. Una me llamó la atención y me quedé
mirándola.
Respiré hondo y me puse de pie.
—Vale. Pero recordad que vosotros lo habéis querido. No quiero oír
el menor comentario
sobre lo mal que lo hago.
Gideon, que se había puesto de pie a la vez que yo, me atrajo
hacia sí y me susurró al oído:
—Yo creo que lo haces extraordinariamente bien, cielo.
Le di un codazo en las costillas. Su risa me siguió mientras me
dirigía al escenario. Me
encantaba oír ese sonido, me encantaba estar pasando el rato con
él, olvidarnos de nuestros
problemas y divertirnos con gente que nos quería. Estábamos
casados, pero aún teníamos que
ponernos al día en muchas salidas con los amigos, muchas noches
que experimentar. Ésta era
la primera de todas ellas. O, al menos, eso esperaba.
Me arrepentí de poner en peligro la frágil tranquilidad con la
selección que había hecho.
Pero no lo suficiente como para cambiar de opinión.
Choqué la mano con la de Will cuando él y Natalie pasaron por mi
lado al volver junto a
los demás. Podría haber pedido desde la mesa la canción que había
escogido, lo mismo que
habíamos hecho con la comida y las bebidas, pero no quería que
Gideon viera el título.
Además, otros grupos de la sala tenían que esperar su turno a la
cola, pero las canciones
que nosotros elegíamos las ponían rápidamente. Esperaba que, tras
añadir mi nombre a la lista
en persona, tuviera algo de tiempo para reunir el coraje que
necesitaba.
No obstante, debería haber imaginado que no sería así. Cuando le
di a la encargada el
nombre del tema que había elegido, ella lo escribió en el teclado
y dijo:
—Vale, quédate aquí. Eres la siguiente.
—¿Estás de broma? —Miré hacia nuestra mesa. Gideon me guiñó un
ojo.
Iba a pagar por ello más tarde.
La chica del escenario, que cantaba Diamonds, terminó y la sala empezó a aplaudir. No
había estado mal, pero lo cierto es que la banda que tocaba en
directo había compensado sus
muchos fallos. Eran realmente buenos. Crucé los dedos para que
fueran lo bastante buenos
para mí también.
Estaba temblando cuando subí los cortos escalones hasta el
escenario. Cuando los silbidos
y los gritos emergieron de nuestra mesa, no pude evitar reírme a
pesar de los nervios. Agarré
el micrófono, que estaba en su pie y, de inmediato, empezó a sonar
la música. Aquella
conocida canción que tanto me gustaba me dio el empuje que
necesitaba para empezar.
Miré a Gideon y canté el comienzo de la letra diciéndole que era
increíble. Aun por encima
de la música pude oír las risas por mi terrible voz. Incluso
procedían desde mi propia mesa,
pero eso ya lo esperaba.
Había elegido Brave. Yo tenía que ser igual de valiente para cantarla. O eso o loca.
Me concentré en mi marido, que no se reía ni sonreía. Simplemente
me miraba con
intensidad mientras yo le decía a través de la letra de Sara
Bareilles que quería ver cómo
levantaba la voz y mostraba su valentía.
La pegadiza canción, aparte de la buena ejecución de la banda, me
ayudó a hacerme con el
público, que empezó a cantar conmigo, más o menos. Mi corazón
imprimía fuerza a mi voz,
confiriéndole así más potencia al mensaje que iba dedicado
solamente a Gideon.
Él tenía que dejar de guardar silencio. Tenía que contarle a su
familia la verdad. No por mí
ni por ellos, sino por él.
Cuando terminó la canción, mis amigos se pusieron de pie para
aplaudir y yo sonreí llena
de energía. Hice una espléndida reverencia y me reí cuando los
desconocidos que ocupaban las
mesas que había delante de mí se unieron al inmerecido aplauso. Yo
sabía cuáles eran mis
puntos fuertes. Y mi voz al cantar no era uno de ellos.
—¡Joder, ha sido alucinante! —gritó Shawna dándome un fuerte
abrazo cuando volví a la
mesa. —Recordadme que os pague luego —respondí con ironía
sintiendo el calor en la cara
cuando el resto del grupo siguió con los elogios.
—Ah, preciosa —dijo Cary arrastrando las palabras con los ojos
brillantes de tanto reír—.
No se puede ser bueno en todo. Es un alivio saber que lo haces tan
mal como los demás.
Le saqué la lengua y cogí el vodka con arándanos que tenía delante
de mi asiento.
—Es tu turno, hombretón —dijo Arash sonriendo a Gideon.
Mi marido asintió y, a continuación, me miró. En su rostro no
había rastro de lo que estaba
pensando y empecé a preocuparme. No veía ternura en sus labios ni en
sus ojos, nada que me
diera una pista.
Y entonces, un idiota empezó a cantar Rubia.
Gideon se puso rígido, tensando visiblemente la mandíbula. Le
agarré la mano, la apreté y
sentí cierto alivio cuando él también me la apretó.
Me besó en la mejilla y se dirigió al escenario, abriéndose paso
entre la gente con una
actitud de dominio y calma. Vi cómo avanzaba y también cómo las
mujeres volvían la cabeza
para hacer lo mismo que yo. No era objetiva, desde luego, pero
estaba segura de que era el
hombre más arrebatador de la sala.
En serio, debería considerarse un delito que un hombre fuese tan
atractivo.
Miré a Arash y a Arnoldo.
—¿Alguno de los dos lo ha oído cantar?
Arnoldo negó con la cabeza.
El abogado se rio.
—No, por Dios. Con un poco de suerte, lo hará como tú. Como dice
Cary, no todo se le
puede dar bien o, de lo contrario, tendremos que empezar a
odiarlo.
El tipo que estaba en el escenario terminó de cantar. Un momento
después, subió Gideon.
Por alguna razón, el corazón empezó a latirme tan fuerte como cuando
yo había subido. Las
palmas de las manos se me humedecieron y me las sequé con la
falda.
Tenía miedo de lo que podría suponer ver a Gideon ahí arriba.
Aunque no me gustara
pensarlo, Brett era un hombre difícil de superar, y el hecho de
escuchar Rubia —aunque
interpretada por alguien que jamás debería tener acceso a un
micrófono— hizo que esos dos
mundos se acercaran demasiado.
Gideon agarró el micro y lo sacó del pie como si hubiera hecho ese
movimiento mil veces
antes. Las mujeres del público se volvieron locas, gritándole lo
bueno que estaba y haciendo
comentarios provocativos que decidí ignorar. Aquel hombre era
físicamente delicioso, pero su
presencia dominante y segura era lo que de verdad sorprendía.
Tenía el aspecto de un hombre que sabía cómo follarse a una mujer
hasta dejarla sin
sentido. Dios, y era verdad.
—Ésta va para mi mujer —dijo.
Con una mirada incisiva, Gideon hizo una señal a la banda para que
empezaran. El
inmediatamente reconocible sonido de un bajo me aceleró el pulso.
—¡Lifehouse! —exclamó Shawna—. ¡Me encanta ese grupo!
—¡Ya te llama su
mujer! —gritó Megumi acercándose a
mí—. Qué suerte tienes.
No la miré. No podía. Tenía los ojos fijos en Gideon y él me
miraba directamente a mí al
cantar, diciéndome con una voz seductora y áspera que estaba
deseando que hubiera un cambio
y que ansiaba llegar a la verdad.
Estaba respondiendo a mi canción.
Los ojos me escocían mientras el corazón empezaba a latirme con un
ritmo distinto. ¿Se
me había ocurrido que él se pondría sensible? Dios mío, me estaba
matando, desnudando su
alma con el rugoso timbre de su voz.
—Joder —dijo Cary con los ojos clavados en el escenario—. Ese
hombre sabe cantar.
Por un momento, yo también me quedé extasiada, prendida de cada
palabra, escuchando su
mensaje, en el que me decía que andaba tras de mí y que se estaba
enamorando cada vez más.
Me revolví en mi asiento, excitada al máximo.
Gideon tenía la atención de todos los presentes en el bar. De
todas las voces que habíamos
escuchado esa noche, la suya era realmente de nivel profesional.
Estaba colocado bajo el único
punto de luz, con los pies separados, vestido elegantemente
mientras cantaba una canción
rock, y conseguía que sonara tan bien que no me podía imaginar que
pudiera ser cantada de
otro modo. No había punto de comparación con Brett, ni en la
interpretación de Gideon ni en
mi reacción ante ella.
Me puse de pie sin darme cuenta y me abrí paso entre la gente para
acudir a su lado.
Gideon terminó el tema y todo el bar se volvió loco, impidiéndome
el paso hasta él. Me perdí
entre la multitud; era demasiado bajita para poder ver por encima
de los hombros que me
rodeaban.
Él me encontró tras avanzar entre ellos para estrecharme entre sus
brazos. Su boca buscó la
mía y me besó con fuerza, lo que provocó una nueva ronda de
silbidos y ovaciones.
Prácticamente me subí encima de él y le susurré al oído:
—¡Ahora!
No tuve que explicarle nada más. Me dejó en el suelo, me agarró de
la mano y me llevó a
través del bar y de la cocina en dirección al ascensor del
servicio. Me apreté contra él antes de
que las puertas se cerraran al entrar, pero Gideon estaba sacando
su teléfono y llevándoselo al
oído, echando la cabeza hacia atrás mientras mi boca se deslizaba
febrilmente por su cuello.
—Trae la limusina —ordenó con brusquedad y, a continuación, el
teléfono regresó a su
bolsillo y volvió a besarme con la pasión que en el pasado había
mantenido oculta en su
interior.
Lo devoré con avidez, apresando su labio inferior entre mis
dientes y saboreándolo con
rápidos azotes de mi lengua. Gimió cuando lo apreté contra la
pared acolchada del ascensor,
recorriendo su pecho con las manos para agarrar su fuerte
erección.
—Dios mío..., Eva.
Terminamos el descenso y Gideon se puso en movimiento. Me cogió
del codo y me
empujó por delante de él a través de las puertas con paso enérgico
e impaciente. Salimos por
un pasillo de servicio hasta el vestíbulo, abriéndonos paso de
nuevo entre un grupo de gente
hasta salir al calor de la noche de verano. La limusina estaba en
la calle.
Angus salió y se apresuró a abrir la puerta trasera.
Subí al coche tambaleándome mientras Gideon me empujaba por
detrás.
—No vayas lejos —le ordenó a Angus.
Nos colocamos en el asiento corrido dejando unos centímetros entre
los dos, cada uno con
la mirada puesta en cualquier sitio menos en el otro mientras el
panel divisorio pensado para
proporcionarnos intimidad se elevaba lentamente y la limusina
comenzaba a moverse.
En el momento en que el panel subió del todo, me eché sobre el
asiento y me levanté la
falda, arrancándome la ropa descaradamente ante el ansia que
sentía por que me follara.
Gideon se puso de rodillas en el suelo, se llevó las manos a la
cintura y se desabrochó los
pantalones.
Me quité la ropa interior y la lancé a un lado junto con mis
sandalias.
—Cielo. —Su gruñido me hizo gemir ante la expectativa.
—Estoy húmeda. Estoy muy húmeda —dije, deseando que no jugara
conmigo ni que
esperara.
Aun así, me puso a prueba. Colocó la mano sobre mi sexo, me
acarició el clítoris y se
metió dentro de mí.
—Joder, Eva. Estás empapada.
—Deja que me monte encima de ti —supliqué apartándome del
respaldo. Quería ser yo la
que estableciera el ritmo, la profundidad...
Gideon se bajó los pantalones y el bóxer hasta las rodillas y, a
continuación, se sentó en el
asiento apartando a un lado los faldones de su camisa. Su polla se
erguía larga y gruesa entre
sus muslos, tan salvajemente hermosa como el resto de su cuerpo.
Me deslicé hacia abajo para arrodillarme entre sus piernas,
acariciando su miembro con las
manos. Estaba caliente y sedoso. Coloqué la boca sobre él antes de
pensarlo.
Gideon respiraba entre dientes mientras me agarraba con una mano
la coleta y echaba la
cabeza hacia atrás. Cerró los ojos con fuerza.
—Sí.
Giré la lengua alrededor del ancho capullo saboreándolo, sintiendo
las gruesas venas que
palpitaban entre mis manos. Apreté los labios un instante y me
aparté. Después, volví a
chupar.
Él gimió y arqueó el cuerpo hacia arriba presionándolo contra mi
boca.
—Métetela hasta el fondo.
Me retorcí obedeciéndolo, rabiosamente excitada por su placer. Los
ojos de Gideon se
abrieron y bajó el mentón para poder verme.
—Ven aquí.
Su orden, dada en voz baja, hizo que un estremecimiento de deseo
me recorriera el cuerpo.
Me arrastré por su magnífico cuerpo y me puse a horcajadas sobre
su cadera al tiempo que le
pasaba los brazos por encima de los hombros.
—Joder, qué caliente estás.
—¿Yo? Tú estás ardiendo, cielo.
Moví la cadera para colocarlo bien.
—Pues espera a sentirme por dentro.
Puso los brazos alrededor de mi cuerpo y se agarró la polla sujetándola
mientras yo
empezaba a bajar. Las piernas me temblaron cuando el grueso
capullo de su pene entraba en
mí, estirándome.
—Gideon. —La sensación de ser tomada, poseída, nunca me cansaba.
Me sujetó agarrándome de la cadera. Yo me la metí más adentro con
mis ojos en los suyos
a medida que se iban volviendo más pesados. Un sonido de estrépito
invadió entonces el
espacio que había entre los dos y me puse más húmeda, más
caliente.
No importaba cuántas veces lo tuviera dentro de mí, siempre quería
más. Más de esa forma
con la que él reaccionaba ante mí, como si no hubiera nada que le
gustara más, como si yo le
diera algo que él no podría conseguir en ningún otro sitio.
Me aferré al respaldo del asiento y moví las caderas metiéndola un
poco más. Noté cómo
me empujaba en lo más hondo de mí, pero no podía metérmela toda.
Quería hacerlo. Quería
todo lo suyo.
—Nuestra primera vez —dijo con voz ronca mirándome—. Tú te
montaste justo aquí y me
volviste loco. Joder, me hiciste perder la cabeza.
—Estuvo muy bien —susurré, peligrosamente a punto de correrme. La
tenía muy gruesa y
dura—. Dios, ahora es mejor.
Clavó los dedos en mis caderas.
—Ayúdame.
—Aguanta. —Echó la cadera hacia atrás y embistió hacia arriba,
deslizándose dentro de
mí—. Tómalo, Eva. Tómalo todo.
Grité y me eché sobre él, moviéndome de forma instintiva,
tomándolo hasta el final.
—Sí..., sí... —gemí mientras golpeaba su cadera con la mía,
moviendo mi sexo arriba y
abajo a lo largo de su larga y dura erección.
El rostro de Gideon estaba rígido por el deseo, con el ansia
fuertemente marcada en su
expresión.
—Vas a hacer que me corra con fuerza —prometió en tono sombrío—.
Vas a sentirme
dentro de ti toda la noche.
El sonido de su voz..., su aspecto en el escenario..., nunca había
estado más excitada. Él no
iba a ser el único que se iba a correr con fuerza.
Inclinó la cabeza sobre el respaldo y el pecho se le elevó con
fuertes sonidos de placer
saliendo por su garganta. Sus manos me soltaron y se apretaron
contra el asiento. Dejó que lo
follara como yo quería. Dejó que lo utilizara.
Me arqueé hacia atrás y alcancé el orgasmo con un grito. Todo mi
cuerpo temblaba, el
sexo se me apretaba y se ondulaba a lo largo de su polla. Perdí el
ritmo, la visión se me nubló.
Un gemido infinito salía de mí y la sensación de liberación me
aturdía.
El mundo se volvió del revés y quedé de espaldas. Gideon se puso
entonces encima de mí
mientras su brazo me sujetaba la pierna izquierda para subírsela
por encima del hombro.
Clavó los pies en el suelo y volvió a embestir una y otra vez.
Hundiéndose dentro. Hasta el
fondo.
Yo me retorcía. Sentirlo en mi interior me gustaba tanto que casi
me dolía.
Me tenía sujeta, abierta e indefensa, utilizándome del mismo modo
que yo lo había
utilizado a él, sin control alguno por la necesidad de correrse.
El poder de su cuerpo mientras
se hincaba dentro de mí, la fuerza con la que me clavaba la polla
en el interior de mi tierno
sexo, hizo que me estremeciera llevándome otra vez hasta el
límite.
—Te quiero —gemí mientras acariciaba con las manos sus muslos
flexionados.
Él pronunció mi nombre con un gruñido y empezó a correrse a la vez
que apretaba los
dientes y empujaba las caderas fuertemente contra las mías,
metiéndose hasta el fondo. Me
hizo explotar al sentir que se corría dentro de mí.
—Cómo me gusta —gimió mientras se balanceaba sobre los espasmos de
mi sexo.
Nos pusimos los dos en tensión, agarrándonos el uno al otro.
Enterró la cara en mi cuello.
—Te quiero.
Las lágrimas hicieron que los ojos me escocieran. En raras
ocasiones pronunciaba esas
palabras.
—Dímelo otra vez —le supliqué aferrándome a él.
Puso la boca sobre la mía.
—Te quiero...
—Más —le pedí pasándome la lengua por los labios.
Gideon me miró por encima de su hombro. El beicon chisporroteaba
en la sartén que tenía
delante y la boca se me hacía agua deseando comer otra tira más.
—Y yo que creía que dos paquetes de beicon iban a durarnos todo el
fin de semana.
—La grasa es necesaria tras una noche de alcohol —le dije mientras
cogía un poco de mi
plato con los dedos y me lo llevaba a la boca—. Siempre que no
estés muy resacoso, claro.
—Yo sí lo estoy —murmuró Cary al entrar en la cocina vestido
solamente con sus
vaqueros, que no se había molestado en abotonarse—. ¿Hay cerveza?
Gideon señaló el frigorífico con las tenazas.
—Cajón de abajo.
Miré a mi mejor amigo negando con la cabeza.
—¿Alcohol para curar la resaca?
—Ah, sí. Noto la cabeza como si se me hubiese partido en dos.
Cary sacó una cerveza y se acercó a mí en la isla de la cocina. La
abrió y echó la botella
hacia atrás para tragarse hasta la mitad de una sola vez.
—¿Cómo has dormido? —pregunté cruzando los dedos en mi mente.
Él había pasado la noche en el apartamento anexo de un solo
dormitorio y esperaba que le
hubiese gustado. Tenía todos los bonitos detalles antiguos del
ático de Gideon y los muebles
eran parecidos. Yo sabía que el gusto de Cary era más moderno,
pero no podría ponerle pegas
a las vistas sobre Central Park. El resto podría cambiarse, sólo
con que él lo dijera.
Se apartó la botella de la boca.
—Como un muerto.
—¿Te gusta el apartamento?
—Claro. ¿A quién no?
—¿Quieres vivir ahí? —insistí.
Mi amigo me dedicó una sonrisa torcida.
—Sí, preciosa. Es todo un sueño. Gracias por compadecerte de mí,
Gideon.
Mi marido se apartó del fogón con un plato de beicon en la mano.
—En la oferta no va incluida la compasión —dijo en tono seco—. Por
lo demás, de nada.
Di una palmada.
—¡Sí! Estoy entusiasmada.
Mi marido cogió entonces un trozo de beicon y lo agarró con la
boca. Yo me eché hacia
adelante y separé los labios. Gideon se inclinó y dejó que yo
mordiera el otro extremo.
—Vamos —se quejó Cary—. Ya me está costando contener las náuseas.
Lo acaricié con suavidad.
—Cierra el pico.
Sonrió y se acabó la cerveza.
—Os lo voy a hacer pasar mal, chicos. ¿Quién más va a evitar que
cantéis I got you, babe
dentro de unos cuantos años?
Pensar en Will y en Natalie me hizo sonreír. Había descubierto que
Will me gustaba aún
más y que también me caía muy bien su chica.
—¿A que son adorables? Llevan juntos desde el instituto.
—Eso es lo que quiero decir —dijo Cary con voz cansina—. Tras
pasar los suficientes
años con alguien, o bien empiezas a discutir o caes en esa espiral
de sentimentalismo. No
quiero volver a verlo.
—Mark y Steven también llevan varios años juntos —repliqué—. No se
pelean ni se
insultan el uno al otro.
Mi amigo me lanzó una mirada fulminante.
—Son homosexuales, Eva. No hay estrógenos que provoquen ningún
drama.
—¡Dios mío, eres un cerdo sexista! —exclamé—. ¿Cómo puedes decir
algo así?
Cary miró entonces a Gideon.
—Tú sabes que tengo razón.
—Y, dicho esto, me voy —dijo Gideon cogiendo tres tiras de beicon.
—¡Oye! —me quejé mientras salía en dirección a la sala de estar.
Cary se rio.
—No te preocupes. Está enganchado a tu parte femenina.
Le lancé una mirada de furia mientras cogía otro trozo de beicon.
—Te lo dejo pasar porque estoy en deuda contigo por lo de anoche.
—Fue divertido. Megumi es buena gente. —Su sentido del humor
desapareció y su
expresión se tornó seria—. Siento que esté pasando por todo eso.
—Sí, yo también.
—¿Has decidido ya cómo vas a ayudar a otras personas como ella?
Apoyé los codos sobre la encimera.
—Voy a hablar con Gideon para trabajar con su Fundación
Crossroads.
—Joder, ¿cómo no se te había ocurrido antes?
—Porque... soy una cabezota, supongo. —Miré hacia la sala de estar
y bajé la voz—. Una
de las cosas que a Gideon le gustan de mí es que no siempre hago
lo que él quiere sólo porque
él lo desee. No es como Stanton.
—Y tú no quieres ser como tu madre. ¿Significa eso que vas a
conservar tu apellido de
soltera?
—En absoluto. Para Gideon es muy importante que yo me convierta en
Eva Cross.
Además, suena estupendamente.
—Pues sí. —Me dio un golpecito en la punta de la nariz con el
dedo—. Yo estaré a tu lado
cuando me necesites.
Me bajé del taburete para darle un abrazo.
—Lo mismo digo.
—Te tomo la palabra. —Su pecho se hinchó con un profundo suspiro—.
Se avecinan
grandes cambios, preciosa. ¿Te asustas de vez en cuando?
Levanté los ojos hacia él y sentí la afinidad que ambos habíamos
compartido en los
momentos difíciles.
—Más de lo que me permito pensar.
—Tengo que ir corriendo al despacho —nos interrumpió Gideon
entrando en la cocina de
nuevo con una gorra de los Yankees. Llevaba la misma camiseta
gris, pero había cambiado los
pantalones del pijama por otros de chándal. Una anilla con unas
llaves giraba en su dedo—. No
tardaré.
—¿Va todo bien? —pregunté apartándome de Cary. Mi marido mostraba
su expresión
seria, la que me decía que ya tenía la mente en lo que fuera que
debía hacer.
—No pasa nada. —Se acercó a mí y me dio un beso rápido—. Volveré
dentro de un par de
horas. Ireland no vendrá hasta las seis.
Se fue. Yo me quedé mirando cómo se alejaba.
¿Qué tenía tanta importancia como para apartarlo de mí durante el
fin de semana? Gideon
podía mostrarse posesivo en muchas cosas en lo concerniente a mí,
pero nuestro tiempo juntos
ocupaba siempre el primer lugar de la lista. Y ese gesto de hacer
girar las llaves me parecía
raro. Gideon no era un hombre dado a hacer movimientos
innecesarios. Las únicas veces que
lo había visto juguetear con algo era cuando estaba completamente
relajado o lo contrario,
cuando estaba listo para la pelea.
No pude evitar tener la sensación de que me ocultaba algo. Como
siempre.
—Voy a darme una ducha —dijo Cary mientras cogía una botella de
agua del frigorífico
—. ¿Quieres que veamos una película cuando salga?
—Claro —contesté con la mente en otra parte—. Es un buen plan.
Esperé a que volviera al apartamento anexo y, a continuación, fui
a por mi teléfono.
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