Eran después de las ocho cuando entré en el apartamento de Eva y
la encontré sentada con
Cary en el sofá blanco de la sala de estar con una copa de vino
tinto.
A mi mujer le gustaban los muebles modernos tradicionales, pero
veía toques de su madre
y de su compañero de piso en la decoración. No me molestaban
aquellas cosas de Monica y
Cary, pero estaba deseando que llegara el día en que pudiera
compartir con ella una casa que
nos representara a los dos en estado puro.
Aun así, aquel apartamento sería siempre un lugar especial para
mí. Nunca olvidaría el
aspecto de Eva la primera vez que fui allí. Desnuda bajo su bata
de seda que le llegaba hasta
los muslos, con el rostro maquillado para la noche que nos
esperaba y una esclava de
diamantes en el tobillo parpadeando en mi dirección. Provocándome.
De mi mente había desaparecido todo pensamiento racional. Había
puesto la boca sobre
ella, con las manos por todo su cuerpo y mis dedos y mi lengua en
su interior. Ni siquiera se
me había ocurrido llevarla al «picadero». No habría sido capaz de
esperar aunque la hubiera
llevado allí. No se parecía a ninguna mujer que hubiese tenido
antes que ella. No sólo por
quién era, sino también por quién era yo cuando estaba con ella.
No era probable que fuese a permitir que volvieran a alquilar ese
apartamento. Tenía
demasiados recuerdos de él, tanto buenos como malos.
Saludé a Cary levantando el mentón y me senté junto a Eva. El
mejor amigo de mi esposa
estaba vestido para salir, mientras que Eva llevaba una camiseta
de Cross Industries y tenía el
pelo recogido con una pinza. Los dos se quedaron mirándome y supe
que sucedía algo malo.
Había cosas de las que hablar, pero lo que fuera que preocupara a
Eva era la prioridad más
acuciante.
Cary se puso en pie.
—Me voy. Llámame si me necesitas.
Ella asintió.
—Diviértete.
—Ése es mi segundo nombre, preciosa.
Cerró la puerta de la calle al salir y Eva dejó caer suavemente la
cabeza sobre mi hombro.
Deslicé un brazo alrededor de su cuerpo, me hundí más en el sofá y
la atraje hacia mí.
—Cuéntame, cielo.
—Es Megumi —contestó con un suspiro—. Hay un tío del que está
enamorada y las cosas
no han ido bien. Es un hombre muy veleta y no podía comprometerse,
así que ella rompió con
él. Pero luego, él insistió y ella dejó que se acercara. Empezó a
liarla con un poco de bondage,
pero las cosas se le fueron de las manos.
La mención del bondage
me puso en alerta. Le pasé la
mano por la espalda y la apreté con
más fuerza contra mi cuerpo. Si algo podía ser yo era paciente a
la hora de adaptar mis deseos
a sus temores. Esperaba que hubiera contratiempos y podría
ajustarme a ellos, pero no quería
que las desgracias de otra persona supusieran nuevos obstáculos a
los que tuviésemos que
enfrentarnos Eva y yo.
—Parece que se trata de una falta de prudencia —dije—. Alguno de ellos
debería haber
sabido lo que hacían.
—Ésa es la cuestión. —Se apartó para mirarme—. Lo he hablado con
Megumi. Al parecer,
ella le dijo que no muchas veces, hasta que él la amordazó. Le
encanta hacerla sufrir, Gideon.
Y ahora la está aterrorizando con mensajes y fotografías que le
hizo aquella noche. Ella le ha
pedido que lo deje, pero él no quiere. Es un enfermo. Algo le
pasa.
Sopesé cuál sería la mejor respuesta. Fui directo al grano.
—Eva. Ella rompió y, después, volvió con él. Puede que él no crea
que esta vez habla en
serio.
Se echó hacia atrás y, a continuación, se levantó del sofá con un
fuerte movimiento de sus
piernas torneadas y doradas.
—¡No trates de excusarlo! Megumi tiene magulladuras por todo el
cuerpo. Después de una
semana, aún tiene moratones oscuros. ¡Ha pasado días sin poder
sentarse!
—No estoy excusándolo. —Me puse en pie con ella—. Nunca
justificaría a un agresor, y lo
sabes. No conozco todos los detalles, pero sí conozco tu pasado.
La situación de ella no es
como la tuya. Nathan era una aberración.
—No estoy proyectándome en esto, Gideon. He visto las fotografías.
He visto sus
muñecas, su cuello. He visto los mensajes de él. Ha cruzado una
línea. Es peligroso.
—Aún más razón para que te mantengas alejada del asunto.
Eva se puso las manos sobre la cadera.
—Dios mío. ¡No has podido decir eso! Es mi amiga.
—Y tú eres mi mujer. Conozco esa mirada tuya. Hay batallas que no
te corresponde librar
a ti. No vas a enfrentarte a ese hombre como has hecho con mi
madre o con Corinne. No vas a
meterte en medio de todo esto.
—¿Acaso he dicho que vaya a hacerlo? No. No soy idiota. Le he
pedido a Clancy que lo
busque y que hable con él.
Guardé silencio. Benjamin Clancy era el hombre de confianza de su
padrastro, no mío.
Quedaba completamente fuera de mi control.
—No deberías haber hecho eso —repuse.
—Y ¿qué iba a hacer si no? ¿Nada?
—Habría sido mejor. Como mucho, deberías habérselo pedido a Raúl.
Eva levantó las manos en el aire.
—¿Por qué iba a hacerlo? No conozco a Raúl lo suficiente como para
pedirle que me haga
un favor personal.
Controlé la irritación.
—Ya hemos hablado de esto. Él trabaja para ti. No tienes que
pedirle favores, sólo tienes
que decirle lo que quieres que haga.
—Raúl trabaja para ti. Además, no soy ningún padrino que manda
matones a la gente para
que le den una lección. Le he pedido a una persona en la que
confío, un amigo, que ayude a
otra amiga mía.
—Sea cual sea el modo en que lo digas, el resultado es el mismo.
Te olvidas de que el
trabajo de Ben Clancy es proteger los intereses de tu padrastro.
Cuida de ti solamente porque
eso le ofrece más control a la hora de garantizar la seguridad y
la reputación de Stanton.
Eva se enfureció.
—¿Cómo puedes saber cuáles son sus motivaciones?
—Cielo, vamos a simplificar las cosas. Centrémonos en el hecho de
que tu madre y
Stanton han estado un tiempo invadiendo tu intimidad. Al hacer uso
de sus recursos, les estás
abriendo la puerta.
—Ah. —Eva se mordió el labio inferior—. No lo había pensado desde
esa perspectiva.
—Has enviado a un profesional competente a «hablar» con ese tipo.
Pero no has
contemplado del todo la posibilidad de que te salga el tiro por la
culata. Si le hubieras dicho a
Raúl que te ayudara, él habría sabido ser de lo más celoso.
—Apreté la mandíbula—. Maldita
sea, Eva. ¡No me compliques las cosas a la hora de mantenerte a
salvo!
—Oye —dijo extendiendo los brazos hacia mí—. No te preocupes,
¿vale? Te he contado lo
que estaba pasando en cuanto has entrado por la puerta. Y Clancy
ha estado conmigo hasta
hace una hora. Cuando me ha traído después de la clase de Krav
Maga. Aún no ha pasado nada
que me haya puesto en peligro.
La atraje hacia mí y la abracé deseando poder estar seguro de que
tenía razón.
—Quiero que Raúl te acompañe a todas partes —dije con brusquedad—.
A tus clases, al
gimnasio, de compras..., a donde sea. Tienes que dejar que yo
cuide de ti.
—Ya lo haces, cariño —contestó ella en tono tranquilizador,
dejando de lado su enfado—.
Pero puedes obsesionarte con esto.
Yo siempre estaría obsesionado con todo lo relativo a Eva. Había
llegado a aceptar esa
idea. Al final, ella también lo haría.
—Hay cosas que no puedo darte. No discutas conmigo por las que sí
puedo.
—Gideon... —Su expresión se suavizó—. Tú ya me das todo lo que
necesito.
Le acaricié la mejilla. Era suave, delicada. Nunca había imaginado
que mi cordura pudiera
depender de algo tan frágil.
—Vuelves a la casa que compartes con otro hombre —contesté—. Te
ganas la vida
trabajando para otra persona. No soy tan necesario para ti como me
gustaría.
Sus ojos brillaron divertidos.
—Pues yo dependo de ti más de lo que puedo soportar.
—Es mutuo. —Pasé las manos por sus brazos, la agarré de las
muñecas y apreté con la
fuerza suficiente como para llamar su atención. Vi que sus pupilas
se dilataban y sus labios se
separaban de manera instintiva respondiendo a mi control—.
Prométeme que a partir de ahora
primero vendrás corriendo.
—Vale —contestó en un susurro.
El trasfondo de excitación y entrega que había en su voz hizo que
la sangre me hirviera. Se
balanceó hacia mí y su cuerpo se ablandó.
—La verdad es que lo de correr me gustaría hacerlo ahora.
—Como siempre, estoy a tu servicio.
«Gideon».
La conmoción al oír el tono de pánico en la voz de Eva reverberó
por todo mi cuerpo. Sentí
una sacudida que me hizo salir de pronto de un sueño muy profundo.
Me volví a un lado con
un gemido y traté de despertar apartándome el pelo de la cara y
viéndola de rodillas al borde
de la cama.
Una fuerte e inexorable sensación de miedo hizo que el corazón me
latiera a toda
velocidad y que un sudor frío me cubriera la piel.
Me levanté apoyándome en un hombro.
—¿Qué pasa?
Ella se deslizó hacia mí con su piel de seda y su pelo brillante.
Acurrucada contra mi
cuerpo, levantó una mano y me tocó la cara.
—¿Qué estabas soñando?
La caricia de sus dedos me dejó un rastro de humedad en la piel.
Pasmado, aterrorizado,
me froté los ojos y me unté la mejilla con más lágrimas. En un
rincón de mi mente noté la
sombra aún presente de un sueño.
El recuerdo me estremeció e hizo que siguiera descendiendo en una
espiral.
Me abracé a ella con fuerza y oí que ahogaba un grito por lo
fuerte que la apretaba. Su piel
estaba fría al tacto, pero su interior era cálido y absorbí su
calor, respiré su olor y noté que el
dolor que aún sentía dentro de mí disminuía con su cercanía.
No podía recordar el sueño que había tenido, pero se negaba a
dejarme del todo.
—Eh —susurró metiendo los dedos entre las raíces de mi pelo
húmedas por el sudor y
subiendo y bajando la otra mano por mi espalda—. No pasa nada.
Estoy aquí.
Yo no podía respirar. Traté de tomar aire y un terrible sonido
salió de mis ardientes
pulmones.
Un sollozo. Dios. Y luego, otro. No podía detener aquellas fuertes
contracciones.
—Cariño...
Me abrazó con más fuerza y entrelazó las piernas con las mías. Nos
meció a los dos con
suavidad, susurrando palabras que no podía oír por encima de los
fuertes latidos de mi corazón
y el clamor de mi dolor fantasma.
La envolví con mi cuerpo aferrándome al amor que podía salvarme.
—¡Gideon!
La espalda de Eva se arqueó mientras yo embestía con fuerza,
abriendo sus piernas con
mis rodillas y metiendo mi polla hasta el fondo. Mis manos
sujetaban sus muñecas y agitaba
la cabeza mientras me la follaba con fuerza.
Algunos días la despertaba con ternura. Hoy no era una de esas
mañanas.
Me había despertado con una palpitante erección y el capullo de mi
polla húmedo con el
líquido preseminal contra el culo de Eva. La excité con ansia e
impaciencia, chupándole los
pezones hasta ponerlos de punta, lubricando su coño con el
apremiante movimiento de mis
dedos. Ella se encendió con mis caricias y se entregó a mí, se
rindió a mí.
Dios. Cómo la quería.
La necesidad de correrme era como un torno en mis pelotas que me
apretaba con una
presión exquisita. Su cuerpo era terso, increíblemente acogedor y
muy húmedo. No me hartaba
de él. Deseaba penetrarla más hondo, incluso cuando notaba el
final de su hendidura con el
capullo de la polla.
Ella se revolvía bajo mis fuertes embestidas deslizando los
talones bajo las sábanas y sus
tetas moviéndose con la fuerza de mis embestidas. Era tan pequeña,
tan suave..., y yo estaba
follándome su exuberante cuerpo con todo mi ser.
«Tómame. Toma todo lo que tengo. Lo bueno y lo malo. Todo. Tómalo
todo».
La cabecera de la cama golpeaba contra el tabique que dividía
nuestros dos apartamentos
con un ritmo acelerado que anunciaba «sexo enloquecido» a todo el
que lo oyera. Al igual que
los gruñidos que salían de mi garganta, los sonidos animales de
placer que no me esforcé por
contener. Me encantaba follarme a mi mujer. Lo ansiaba. Lo necesitaba.
Y no me importaba
que los demás supieran lo que ella me provocaba.
Eva se arqueó hacia arriba, clavó los dientes en mis bíceps y su
mordisco se deslizó sobre
mi piel cubierta de sudor. Aquella marca de posesión me volvió
loco e hizo que embistiera con
tanta fuerza que la moví hacia la parte superior de la cama.
Ella gritó. Yo siseé cuando se apretó alrededor de mí como un puño
ávido.
—Córrete —espeté con la mandíbula apretada y el deseo de hacer lo
mismo, de dejarme ir
y vaciar hasta la última gota que tuviera dentro de ella.
Balanceé la cadera y empujé sobre su clítoris, y el placer subió
crepitando por mi espalda
cuando ella gimió mi nombre y se corrió alrededor de mí con
oleadas palpitantes.
La besé con brusquedad, bebiéndome su sabor, vaciándome dentro de
ella con un gruñido
estremecedor.
Eva se tambaleó un poco cuando la ayudé a salir del asiento
trasero del Bentley en la puerta
del edificio Crossfire.
Un rubor de calor se extendió por su cara y me lanzó una mirada de
odio.
—Te detesto.
La miré sorprendido.
—Estoy temblorosa y tú no, máquina sexual.
—Lo siento —repuse sonriendo con inocencia.
—No, no lo sientes. —Su sonrisa irónica desapareció cuando miró
hacia la calle—.
Paparazzi —dijo con voz seria.
Seguí su mirada y vi al fotógrafo sacando la cámara por la
ventanilla abierta de su coche.
Agarré a Eva por el codo y la conduje al interior del edificio.
—Si tengo que empezar a ir a la peluquería todas las mañanas, vas
a tener que encargarte
tú solo de tu excitación matutina.
—Cielo. —La atraje hacia mí y susurré—: Contrataría a un peluquero
a jornada completa
para ti antes que renunciar a tu coño cada mañana.
Me dio un codazo en las costillas.
—Vaya, eres un grosero, ¿lo sabías? Algunas mujeres se ofenden al
oír esa palabra.
Pasó delante de mí por el torniquete de seguridad y se unió al
grupo de gente que esperaba
al siguiente ascensor.
Yo me mantuve justo detrás de ella.
—Tú no eres una de ellas —repliqué—. Sin embargo, puede que esté
dispuesto a rectificar.
Recuerdo que «orificio» era una de tus palabras preferidas.
—Dios mío, calla —contestó riéndose.
Nos separamos cuando Eva bajó en la planta veinte y yo subí hasta
Cross Industries sin
ella. No iba a seguir siendo así por mucho tiempo. Algún día, Eva
trabajaría conmigo y me
ayudaría a construir nuestro futuro como un equipo.
Me estaba debatiendo entre una multitud de formas de conseguir ese
objetivo cuando doblé
la esquina en dirección a mi despacho. Mi paso se detuvo cuando vi
a la esbelta morena que
esperaba sentada junto a la mesa de Scott.
Me preparé para hablar con mi madre otra vez.
Entonces, giró la cabeza y vi que se trataba de Corinne.
—Gideon. —Se puso de pie con elegancia y sus ojos brillaron con
una mirada que ya
reconocía, pues la había visto en el rostro de Eva.
No me producía ningún placer ver aquel calor en los ojos de
Corinne. La inquietud me
recorrió el cuerpo haciendo que la espalda se me tensara. La
última vez que la había visto
había sido poco después de que ella tratara de matarse.
—Buenos días, Corinne. ¿Cómo te encuentras?
—Mejor. —Se acercó a mí y yo di un paso atrás, lo que hizo que se
detuviera y su sonrisa
vacilara—. ¿Tienes un momento?
Hice una señal en dirección a mi despacho.
Respiró hondo y se volvió para entrar delante de mí. Miré a Scott.
—Danos diez minutos.
Mi secretario asintió con una mirada de empatía.
Corinne se acercó a mi mesa y yo fui tras ella. Pulsé el botón que
cerraba la puerta.
Mantuve los cristales sin opacar y no me quité la chaqueta,
dándole a entender que no debía
quedarse mucho tiempo.
—Siento tu pérdida, Corinne. —Decir eso no era suficiente, pero
era todo lo que podía
concederle. El recuerdo de aquella noche en el hospital
permanecería mucho tiempo en mi
mente.
Apretó los labios.
—Sigo sin poder creérmelo. Tantos años intentándolo..., creía que
no podía quedarme
embarazada. —Cogió la fotografía de Eva de mi mesa—. Jean-François
me ha dicho que has
llamado un par de veces para preguntar por mí. Ojalá me hubieras
llamado a mí. O me
hubieras devuelto las llamadas.
—No creo que fuera lo más apropiado, dadas las circunstancias.
Me miró. Sus ojos no eran del mismo tono azulado que los de mi
madre, pero se parecían,
y su sentido de la moda era similar. La blusa y los pantalones
elegantes de Corinne se parecían
mucho a otros que había visto llevar a mi madre.
—Vas a casarte —dijo ella.
No era una pregunta, pero respondí de todos modos.
—Sí.
Cerró los ojos.
—Esperaba que Eva mintiera.
—Soy muy protector en lo que a ella respecta. Ándate con cuidado.
Abrió los ojos y dejó la fotografía con fuerza sobre la mesa.
—¿La quieres?
—Eso no es asunto tuyo.
—Y ésa no es una respuesta.
—No te debo ninguna, pero si necesitas escucharlo, ella lo es todo
para mí.
La rigidez de su boca se suavizó con un temblor.
—¿Serviría de algo si te dijera que voy a divorciarme? —replicó.
—No. —Solté un fuerte suspiro—. Tú y yo no vamos a estar juntos
nunca más, Corinne.
No sé cuántas veces ni de cuántas formas tengo que decirlo. Jamás
podría ser lo que tú quieres
que sea. Te libraste de una buena cuando rompiste nuestro
compromiso.
Se estremeció y su pelo se deslizó sobre sus hombros cayendo hasta
la cintura.
—¿Es eso lo que nos separa? ¿No puedes perdonarme?
—¿Perdonarte? Te doy las gracias. —Suavicé el tono cuando las
lágrimas inundaron sus
ojos—. No pretendo ser cruel. Adivino lo doloroso que puede ser
esto, pero no quiero darte
esperanzas cuando no las hay.
—¿Qué harías tú si Eva te dijera esas cosas? —me desafió—. ¿Te
rendirías y te apartarías?
—No es lo mismo. —Me pasé una mano por el pelo mientras trataba de
encontrar las
palabras—. No sabes lo que tengo con Eva. Me necesita tanto como
yo a ella. Por el bien de
los dos, nunca dejaría de intentarlo.
—Yo te necesito, Gideon.
La frustración me hizo responder con un tono seco.
—No me conoces. He interpretado un papel ante ti. Te mostré lo que
quería que vieras, lo
que creía que podrías aceptar.
A cambio, yo sólo había visto lo que quería ver en ella, la chica
que había sido antes. Hacía
mucho que había dejado de prestarle atención de verdad, por lo que
no vi cómo había
cambiado. Había sido un ángulo muerto para mí, pero ya no era así.
Corinne se quedó mirándome un momento con un silencio de
estupefacción.
—Elizabeth me advirtió que Eva estaba reescribiendo tu pasado. No
la creí. Nunca te he
visto dejándote influir por nadie, pero supongo que para todo hay
una primera vez.
—Mi madre cree lo que quiere creer y me parece muy bien que tú
hagas lo mismo.
En eso también se parecían. Se les daba bien creer lo que querían
y no hacer caso de nada
que probara lo contrario.
Fue una revelación darme cuenta de que me había sentido cómodo con
Corinne porque
sabía que no fisgonearía. Había sido capaz de fingir normalidad
ante ella, y nunca trató de
cavar más hondo. Eva había cambiado eso en mí. Yo no era normal y
no necesitaba serlo. Eva
me aceptaba tal y como era.
No iba a contarle mi pasado a todo el mundo, pero mis días de
seguir mintiendo habían
terminado.
Corinne extendió una mano hacia mí.
—Te quiero, Gideon. Tú también me querías.
—Te estaba agradecido —la corregí—. Y siempre lo estaré. Me sentí
atraído por ti, me
divertí contigo y, durante un tiempo, incluso te necesité, pero
nunca habría funcionado la cosa
entre los dos.
Dejó caer de nuevo la mano.
—Al final, habría conocido a Eva —proseguí—. Y la habría deseado,
lo habría dejado todo
por tenerla. Te habría dejado para estar con ella. Ese final era
inevitable.
Corinne se dio la vuelta.
—Bueno... Al menos, siempre seremos amigos.
—Eso no va a ser posible —dije tratando de que mi tono no sonara a
disculpa. No quería
animarla—. Ésta va a ser la última vez que vamos a hablar.
Agitó los hombros mientras tomaba aire de forma entrecortada y yo
miré hacia otro lado
para controlar la sensación de incomodidad y remordimiento.
Corinne había sido importante
para mí. La echaría de menos, pero no del modo en que ella deseaba
que lo hiciera.
—¿Qué sentido tiene vivir si no te tengo a ti?
Me volví al oír su pregunta y casi no me dio tiempo a agarrarla
cuando se abalanzó sobre
mí, sosteniéndola por los brazos.
Vi la desolación en su hermoso rostro antes de poder asimilar lo
que había dicho.
Entonces, lo comprendí. La aparté horrorizado. Ella se tambaleó
hacia atrás y sus tacones se
engancharon en la alfombra.
—No me digas eso —le advertí en un tono grave y duro—. Yo no soy
el responsable de tu
felicidad. No soy responsable de ti en ningún aspecto.
—¡¿Qué te pasa?! —gritó—. Tú no eres así.
—Eso no lo sabes. —Me acerqué a la puerta y la abrí—. Vete a casa
con tu marido,
Corinne. Cuídate.
—Vete a la mierda —bufó ella—. Te arrepentirás de esto. Puede que
esté demasiado
dolida como para poder perdonarte.
—Adiós, Corinne.
Se quedó mirándome durante un largo rato y, a continuación, salió
de mi despacho.
—Maldita sea. —Me di la vuelta sin saber adónde ir ni qué hacer,
pero tenía que hacer
algo. Lo que fuera. Me puse a dar vueltas por la habitación.
Saqué mi teléfono móvil y llamé a Eva antes de tomar la decisión
consciente de hacerlo.
—Despacho de Mark Garrity... —empezó a decir.
—Cielo. —Sólo esa palabra indicaba mi alivio al oír su voz. Ella
era lo que yo necesitaba.
Algo dentro de mí lo sabía.
—Gideon. —Supo leerme la mente de inmediato, como hacía a menudo—.
¿Va todo bien?
Miré fuera del despacho, hacia mis trabajadores, que estaban en
sus cubículos y se
disponían a empezar su jornada laboral. Pulsé los botones para
oscurecer los cristales, pues
ansiaba pasar un momento a solas con mi esposa.
— Ya te echo de menos —dije alegrando el tono para no preocuparla.
Esperó un segundo antes de responder, adaptándose a mi estado de
ánimo.
—Mentiroso —repuso—. Estás demasiado ocupado.
—Nunca. Ahora dime cuánto me echas tú de menos.
—Eres terrible —dijo riéndose—. ¿Qué voy a hacer contigo?
—De todo.
—Eso es cierto. ¿Y bien?, ¿qué pasa? Voy a tener un día ajetreado
y tengo que ponerme
manos a la obra.
Fui a mi mesa y miré su fotografía. Mis hombros se relajaron.
—Sólo quería que supieras que estoy pensando en ti.
—Bien. Sigue haciéndolo. Y, para que lo sepas, me alegra oírte
hablar en el trabajo sin que
suenes como un cascarrabias.
A mí me alegraba oírla a ella, punto. Había dejado de intentar saber
por qué me influía
tanto como lo hacía. Le agradecía que pudiera volver a mejorar mi
día.
—Dime que me quieres.
—Con locura. Usted ha hecho que mi mundo se tambalee, señor Cross.
Me quedé mirando sus ojos sonrientes en la fotografía y la yema de
mi dedo la acarició
suavemente por encima del cristal.
—Tú eres el centro del mío —le aseguré.
El resto de la mañana pasó rápidamente y sin novedades. Estaba
terminando una reunión
relativa a una posible inversión en una cadena de hoteles cuando
hubo otra interrupción
personal. Se acabó el trabajo.
—Tienes que fastidiarlo todo, ¿no? —me acusó mi hermano entrando
en mi despacho con
Scott detrás.
Con una mirada, le hice saber a mi secretario que no pasaba nada y
que podía marcharse.
Cerró la puerta al hacerlo.
—Buenas tardes a ti también, Christopher.
Compartíamos la sangre pero no podíamos ser menos parecidos. Su
pelo, como el de su
padre, era ondulado y de un tono entre castaño y rojizo. Tenía los
ojos grises y verdes,
mientras que claramente yo era más parecido a mi madre.
—¿Te has olvidado de que Vidal Records es también de Ireland?
—espetó con una mirada
de furia.
—Nunca lo olvido.
—Entonces es que no te importa una mierda. Tu venganza contra
Brett Kline nos va a
costar dinero, joder. Nos estás haciendo daño a todos, no sólo a
él.
Me acerqué a mi mesa y me apoyé en ella con los brazos cruzados
sobre el pecho. Debería
haberlo visto venir, teniendo en cuenta lo colérico que se había
puesto Christopher en el
lanzamiento del videoclip de Rubia en Times Square. Quería que
Kline y Eva estuvieran
juntos. Más que eso: quería que Eva y yo nos separáramos.
La triste verdad era que yo sacaba a relucir lo peor de mi
hermano. Las únicas veces en las
que él actuaba con crueldad y de forma temeraria era cuando
trataba de hacerme daño. Lo
había visto dar charlas brillantes, encandilar a la gente con su
carisma natural e impresionar a
miembros de consejos de administración con su destreza para los
negocios, pero nunca
mostraba esas cualidades hacia mí.
Frustrado ante su resentimiento no provocado, le lancé el anzuelo.
—Supongo que pronto vas a ir al grano.
—No te hagas el inocente, Gideon. Sabías exactamente lo que hacías
cuando echabas a
perder sistemáticamente toda oportunidad de salir en los medios de
comunicación que Vidal
había conseguido para los Six-Ninths.
—Para empezar, si esas oportunidades se basaban en Eva, no era a
ellos a quien se iba a
acosar.
—No eres tú quien debe tomar esa decisión. —Su boca se retorció
con una sonrisa de
desprecio—. ¿Eres consciente del daño que has causado? «Behind the
Music» ha retrasado su
especial porque Sam Yimara ya no tiene los derechos de la
grabación que hizo de los primeros
años del grupo. «Diners, Drive-Ins and Dives» no puede incluir el
69th Street en su episodio
de San Diego porque lo están demoliendo antes de que puedan grabar
su bloque. Y Rolling
Stone no está interesada en seguir adelante con el artículo que habían
propuesto sobre Rubia
desde que se ha anunciado vuestro compromiso. La canción pierde
interés si no hay un final
feliz.—
Yo puedo conseguirte la grabación que quieren en VH1 —repuse—. Que
se pongan en
contacto con Arash y él se encargará.
—¿Después de haber acabado con cualquier rastro de Eva? ¿Con qué
objetivo?
Lo miré sorprendido.
—Se supone que el objetivo debe estar en los Six-Ninths, no en mi
mujer.
—No es tu mujer todavía —espetó—. Y eso es problema tuyo. Tienes
miedo de que vaya a
volver con Brett. La verdad es que tú no eres su tipo y todo el
mundo lo sabe. Puedes comerle
el coño en las fiestas, pero lo que a ella le gusta de verdad es
chuparles la polla a las estrellas
de rock en público...
Me lancé sobre él antes de que pudiera darse cuenta y le propiné
un puñetazo en toda la
mandíbula. Su cabeza cayó hacia atrás. A continuación le asesté un
golpe con la izquierda y se
tambaleó chocando contra la pared de cristal.
A través de ella, vi que Scott se ponía de pie y me preparé para
el impacto del cuerpo de
Christopher contra el mío. Caímos al suelo. Me di la vuelta y le
pegué en las costillas hasta
que lanzó un gruñido. Me golpeó en la sien con la cabeza.
La habitación dio vueltas a mi alrededor.
Aturdido, me aparté de él y me puse de pie.
Christopher se incorporó junto a la mesita, la sangre le brotaba
de la comisura de los labios
y caía sobre la alfombra. La mandíbula se le estaba hinchando y
jadeaba, inhalando con fuerza.
Los puños me dolían y flexioné las manos, tensándolas ante la
necesidad de golpearlo de
nuevo. Si hubiera sido otra persona, lo habría hecho.
—Hazlo —me provocó limpiándose la boca con la manga—. Me quieres
ver muerto desde
el día en que nací. ¿Por qué detenerte ahora?
—Estás loco.
Dos guardias de seguridad aparecieron entonces corriendo por la
esquina, pero levanté la
mano para que se detuvieran.
—Te tengo calado, gilipollas —gruñó mi hermano mientras se ponía
de pie—. He hablado
con algunos miembros del consejo. Les he explicado lo que estás
haciendo. Quieres acabar
conmigo. Pero voy a enfrentarme a ti hasta el final.
—Has perdido la cabeza, jodido estúpido. Vete con tu locura a otra
parte. Y deja en paz a
Eva. Quieres convertirme en un enemigo y joderla a ella es tu
forma de conseguirlo.
Se quedó mirándome durante largo rato y, a continuación, se rio
con fuerza.
—¿Sabe ella lo que le estás haciendo a Brett?
Hice una mueca mientras respiraba hondo y sentí un fuerte dolor en
el costado mientras se
iba formando una magulladura.
—Yo no le estoy haciendo nada a Kline. Estoy protegiendo a Eva.
—¿Y el grupo no es más que un daño colateral?
—Mejor él que ella.
—Y una mierda —rugió.
—Vete tú a la mierda.
Christopher miró hacia la puerta.
Debería haberlo dejado ir pero, en lugar de eso, seguí hablando.
—Por el amor de Dios, Christopher, tienen talento. No necesitan
artilugios para tener
éxito. Si no estuvieses tan ansioso por hacerme pagar por algo que
crees que he hecho yo, te
concentrarías en mejores cosas que en convertirlos en un grupo de
un solo éxito.
Se dio la vuelta hacia mí con los puños apretados.
—No me digas cómo hacer mi trabajo. Y no te inmiscuyas o te echaré
a patadas.
Vi cómo se iba acompañado de los guardias de seguridad. Después,
me acerqué a la mesa y
vi mis mensajes. Scott me informaba de que dos miembros del
consejo de Vidal Records
habían llamado a lo largo del día.
Abrí la línea entre mi secretario y yo.
—Ponme con Arash Madani.
Si Christopher quería guerra, la tendría.
Llegué a la consulta del doctor Lyle Petersen a las seis en punto.
El terapeuta me saludó con
una sonrisa de bienvenida y una mirada cálida y simpática de sus
ojos azules oscuros.
Después del día que había tenido, pasar una hora con un psiquiatra
era lo último que
deseaba. Pasar una hora a solas con Eva era lo que más necesitaba.
Nuestra sesión comenzó como todas, con el doctor Petersen
preguntándome cómo había
ido la semana y yo respondiéndole de la forma más concisa posible.
—Hablemos de las pesadillas —dijo entonces.
Me eché hacia atrás apoyando el brazo sobre uno de los del sofá.
Había sido sincero con
respecto a mis problemas con el sueño desde el principio para
poder conseguir que me recetara
algo con lo que poder pasar la noche con Eva de forma segura, pero
diseccionar mis sueños no
había sido nunca tema de conversación.
Eso quería decir que alguna otra persona los había sacado a
colación.
—Ha hablado con Eva —dije. No era una pregunta, pues la respuesta
estaba clara.
—Me ha enviado un correo electrónico —confirmó cruzando las manos
sobre la pantalla
de su tableta.
Golpeteé con los dedos en silencio.
Su mirada siguió mi movimiento.
—¿Te molesta que se haya puesto en contacto conmigo?
Sopesé mi respuesta antes de darla.
—Está preocupada. Si hablar con usted la alivia, no pienso
quejarme. También es su
terapeuta, así que tiene derecho a hablarlo con usted.
—Pero no te gusta. Preferirías elegir qué cosas contarme.
—Prefiero que Eva se sienta segura.
El doctor Petersen asintió.
—Por eso estás aquí. Por ella.
—Por supuesto.
—¿Qué resultado espera ella de nuestras sesiones?
—¿No lo sabe?
Sonrió.
—Me gustaría oír tu respuesta a la pregunta, Gideon.
Tras un momento, se la di:
—Eva anteriormente tomó malas decisiones. Aprendió a confiar en el
consejo de los
terapeutas. A ella le funcionó y eso es lo que ella sabe.
—Y ¿qué opinas tú al respecto?
—¿Tengo que opinar algo? —repliqué—. Ella me ha pedido que lo
intente y yo he
aceptado. Las relaciones se basan en el compromiso, ¿no?
—Sí. —Cogió su bolígrafo y dio un golpe contra la pantalla de su
tableta—. Háblame de tu
anterior experiencia con las terapias.
Respiré hondo. Y expulsé el aire.
—Era un niño. No me acuerdo.
Él me miró por encima del borde de sus gafas.
—¿Cómo te sentías al tener que ir a ver a alguien? ¿Enfadado,
asustado, triste...?
Bajé la mirada hacia mi anillo de bodas.
—Un poco todo a la vez —contesté.
—Imagino que sentirías lo mismo en cuanto al suicidio de tu padre.
Me quedé inmóvil. Lo miré con los ojos entornados.
—¿Qué pretende?
—Sólo estamos hablando, Gideon. —Echó la espalda hacia atrás—. A
menudo creo que te
estás preguntando qué opinión tengo. No tengo ninguna. Sólo quiero
ayudarte.
Me obligué a adoptar una postura relajada.
Quería que las pesadillas desaparecieran. Quería compartir la cama
con mi mujer.
Necesitaba que el doctor Petersen me ayudara a lograrlo.
Sin embargo, no quería hablar de cosas que no podían cambiarse
para conseguir llegar a ello.
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