Estaba en mi dormitorio,
poniéndome el vestido sin tirantes por encima del body del mismo color
cuando entró Gideon. Literalmente se me cortó la respiración, mientras mis ojos
se empapaban de su imagen reflejada en mi espejo. De pie detrás de mí, con su
esmoquin a medida, con una encantadora corbata gris que conjuntaba tan bien con
mi vestido, estaba deslumbrante. Nunca lo había visto tan guapo.
—Vaya —susurré embelesada—. Sí
que vas a acostarte con alguien esta noche.
Arqueó los labios.
—¿Significa eso que no hace
falta que te suba la cremallera?
—¿Significa eso que no hace
falta que vayamos a esta fiesta?
—Para nada, cielo. Voy a
presumir de mujer esta noche.
—Nadie sabe que soy tu mujer.
—Yo sí. —Se acercó a mí por
detrás y me subió la cremallera—. Y pronto, muy pronto, todo el mundo lo sabrá.
Me incliné hacia atrás para
echarme sobre él, admirando el reflejo de los dos. Formábamos una imagen
estupenda juntos.
Lo cual me hizo pensar en otras
imágenes...
—Prométeme que nunca vas a ver
ese vídeo —dije.
Cuando vi que no me respondía,
me di la vuelta para mirarlo directamente. Al ver su mirada inaccesible en su
rostro empecé a asustarme.
—Gideon, ¿lo has visto ya?
Apretó los dientes.
—Uno o dos minutos. Nada
explícito. Lo suficiente para probar su autenticidad.
—Dios mío. Prométeme que no lo
vas a ver. —Levanté la voz, que se volvía más aguda a media que el pánico me
invadía—. ¡Prométemelo!
Envolvió mis muñecas con sus
manos y las apretó con la fuerza suficiente como para cortarme la respiración.
Me quedé mirándolo, con los ojos abiertos de par en par, sorprendida ante
aquella repentina agresión.
—Traquilízate —dijo en voz
baja.
Una extraña oleada de calor se
extendió desde donde me había cogido. El corazón me latía con más fuerza, pero
también a un ritmo más regular. Me quedé mirando nuestras manos y dirigí mi
atención a su anillo de rubíes. Rojo. Como las esposas que me había comprado.
Me sentí igual de apresada y atada en ese momento. Y me tranquilizó de un modo
que no llegaba a comprender.
Pero estaba claro que Gideon
sí.
Me di cuenta de que era por eso
por lo que había tenido miedo de casarme con él tan rápidamente. Me estaba
llevando a un viaje que tenía un destino desconocido y yo había aceptado
seguirle con los ojos vendados. No se trataba de saber dónde terminaríamos como
pareja, porque eso no se cuestionaba. Teníamos una obsesión, una dependencia el
uno del otro del mismo modo inexorable que los adictos. Dónde terminaría yo, quién
terminaría siendo, era lo que no sabía.
La transformación de Gideon
había sido casi violenta y había ocurrido en un momento de claridad nítida en
el que él había comprendido que no quería, no podía, vivir
sin
mí. Mi cambio fue más gradual, tan concienzudamente medido que creí que no
tendría que cambiar en nada.
Me equivoqué.
Tragué saliva para deshacer el
nudo de mi garganta y hablar con un tono inalterable.
—Gideon, escúchame. Lo que sea
que haya en ese vídeo no es nada comparado con lo que tú y yo tenemos. Los
únicos recuerdos que quiero que haya en tu cabeza son los que nosotros
construyamos. Lo que tenemos juntos... eso es lo único real. Lo único que
importa. Así que, por favor... prométemelo.
Cerró los ojos un instante y, a
continuación, asintió.
—De acuerdo, lo prometo.
Yo suspiré aliviada.
—Gracias.
Se llevó mis manos a la boca y
las besó.
—Eres mía, Eva.
Por un mutuo y tácito acuerdo,
nos abstuvimos de despeinarnos el uno al otro en la limusina antes de nuestra
primera aparición pública como pareja casada. Yo estaba nerviosa y, aunque uno
o dos orgasmos habrían ayudado a que me calmara, tener un aspecto menos que
perfecto no habría hecho más que empeorarlo todo. Y la gente lo notaría. No era
sólo que mi vestido plateado fuera llamativo, con su brillo y su pequeña cola,
sino que mi acompañante era además un accesorio imposible de pasar
desapercibido.
Seríamos el centro de atención
y Gideon parecía decidido a que así fuera. Me ayudó a salir de la limusina
cuando llegamos a la Quinta Avenida con Cental Park South y se tomó un momento
para deslizar sus labios por mi sien.
—Ese vestido va a quedar
fantástico en el suelo de mi dormitorio.
Me reí por el piropo, sabiendo
que había sido intencionado, y los flashes de las cámaras saltaron como una
tormenta de luz cegadora. Cuando se separó de mí, despareció de su rostro toda
la calidez y fijó sus hermosos rasgos con una expresión reservada que no
revelaba nada. Colocó la mano en la parte inferior de mi espalda y me llevó por
la alfombra roja al interior del Cipriani’s.
Una vez dentro, encontró un
lugar de su aprobación y nos quedamos allí durante una hora mientras socios
comerciales y conocidos daban vueltas a nuestro alrededor. Él quería que yo
estuviese a su lado y también estar al mío, algo que demostró poco después
cuando nos dirigíamos a la pista de baile.
—Preséntame —dijo simplemente,
y seguí sus ojos hasta donde Christine Field y Walter Leaman, de Waters Field
& Leaman, reían a carcajadas con el grupo de gente con la que estaban.
Christine tenía un aspecto sobrio y elegante con su vestido negro de cuentas
que le cubría desde el cuello hasta las muñecas y los tobillos, a excepción de
la espalda al aire; y Walter, que era un tipo alto, tenía un aspecto de hombre
de éxito y seguro con su esmoquin de bonito corte y su pajarita.
—Saben quién eres —contesté.
—¿Saben quién soy para ti?
Arrugué la nariz un poco,
sabiendo que mi mundo iba a cambiar drásticamente una vez que mi soltería
quedara subordinada a mi identidad como Eva Cross.
—Vamos, campeón.
Fuimos hacia ellos serpenteando
entre las mesas redondas cubiertas por manteles
blancos
y adornadas con candelabros envueltos en guirnaldas florales que daban una
maravillosa fragancia a la sala.
Mis jefes vieron primero a
Gideon, por supuesto. No creo siquiera que me reconocieran hasta que Gideon
tuvo la clara deferencia de dejarme hablar primero.
—Buenas noches —saludé dándoles
la mano a Christine y a Walter—. Seguro que ya sabéis quién es Gideon Cross,
mi...
Hice una pausa, pues mi cerebro
se quedó paralizado.
—Prometido —terminó Gideon
estrechándoles la mano.
Se intercambiaron
felicitaciones y las sonrisas se volvieron más amplias y luminosas.
—Esto no querrá decir que te
vamos a perder, ¿no? —preguntó Christine con sus pendientes de diamantes
centelleando bajo la suave luz de los candelabros.
—No. No me voy a ninguna parte.
Al decir aquello me cobré un
fuerte pellizco de Gideon en el culo.
En algún momento íbamos a tener
que hablar del asunto del trabajo, pero supuse que podría aplazarlo, al menos,
hasta nuestra cercana boda.
Hablamos un poco sobre la
campaña del vodka Kingsman, lo cual sirvió sobre todo para ensalzar la buena
labor que Waters Field & Leaman había hecho, gracias a lo que había
conseguido más encargos de Cross Industries. Gideon conocía aquel juego, por
supuesto, y lo supo jugar bien. Era educado, encantador y, desde luego, un
hombre que no se dejaba influenciar fácilmente.
Después de aquello, nos
quedamos sin más temas de conversación. Gideon nos excusó.
—Vamos a bailar —susurró a mi
oído—. Quiero abrazarte.
Entramos en la pista de baile,
donde Cary llamaba la atención con una despampanante pelirroja. Podían verse destellos
de una pierna pálida y curvilínea a través de la raja subida de tono de su
vestido verde esmeralda. Se giró y, después, se inclinó. Una cortesía
incontestable.
Trey no había podido ir porque
tenía una clase a última hora y yo lo lamenté. También lamenté el hecho de
haberme alegrado de que Cary no hubiese traído a Tatiana en su lugar. Pensar
así me hacía sentir maliciosa, y a mí no me gustaban nada las arpías.
—Mírame.
Giré la cabeza al escuchar la
orden de Gideon y encontré sus ojos fijos en mí.
—Hola, campeón.
Con su mano en mi espalda y mi
mano en la suya, nos deslizamos despreocupadamente por la pista de baile.
—Crossfire —susurró mirando mi
cara con intensidad.
Acaricié su mejilla con mis
dedos.
—Aprendemos de nuestros
errores.
—Me has leído la mente.
—Eso me gusta.
Sonrió, y sus ojos estaban tan
azules y su pelo tan condenadamente sensual que deseé pasar los dedos por él en
ese mismo momento. Me atrajó hacia sí.
—No tanto como me gustas tú a
mí.
Estuvimos en la pista durante
dos canciones. Después, la música terminó y el director de la orquesta se
acercó al micrófono para hacer un anuncio: la cena estaba a punto de servirse.
Sentados en nuestra mesa estaban mi madre con Richard, Cary, un cirujano
plástico
con su mujer y un tipo que decía que acababa de terminar el rodaje de un
episodio piloto para una nueva serie de televisión que esperaba que fuera
elegida para toda una temporada.
La cena era una especie de
fusión asiática y me la comí entera, porque estaba buena y porque las raciones
no eran muy grandes. Gideon tenía la mano sobre mi muslo bajo la mesa, moviendo
su pulgar ligeramente en pequeños círculos haciéndome estremecer.
Se inclinó hacia mí.
—Quédate quieta.
—Déjalo ya —le respondí con un
susurro.
—Sigue moviéndote y te meteré
los dedos dentro.
—No te atreverás.
Sonrió con satisfacción.
—Ponme a prueba y verás.
Sabiendo que era capaz, me
quedé quieta, aunque aquello me estaba matando.
—Disculpadme —dijo Cary de
pronto apartándose de la mesa.
Lo vi alejarse y vi que sus
ojos se detenían en una mesa cercana. No me sorprendió mucho que la pelirroja
del vestido verde lo siguiera fuera de la sala, pero me sentí decepcionada.
Sabía que su situación con Tatiana le estaba estresando y que el sexo sin
compromiso era el curalotodo de Cary, pero también le afectaba a su autoestima
y le provocaba más problemas de los que le solucionaba.
Por suerte, sólo quedaban un
par de días para ir a ver al doctor Travis.
—Cary y yo vamos a ir a San
Diego este fin de semana —susurré inclinándome hacia Gideon.
Giró la cabeza hacia mí.
—¿Y me lo dices ahora?
—Bueno, entre tus exnovias y mi
exnovio, mis padres, Cary y todo lo demás, se me olvida continuamente. He
supuesto que mejor te lo decía ahora antes de que volviera a olvidarlo.
—Cielo... —Negó con la cabeza.
—Espera. —Me puse de pie. Tenía
que recordarle que Brett tenía un concierto en San Diego esos días, pero
primero tenía que ir a ver a Cary.
Me miró con curiosidad mientras
se ponía de pie.
—Vuelvo enseguida —le dije. Y
añadí en voz muy baja—: Tengo que ir a fastidiar un polvo.
—Eva...
Oí el tono de advertencia que
había en su voz, pero no le hice caso. Me levanté un poco la falda y fui
corriendo detrás de Cary. Acababa de pasar junto a la pista de baile cuando me
encontré con un rostro conocido.
—Magdalene —dije sorprendida,
deteniéndome—. No sabía que estabas aquí.
—Gage estaba liado con un
proyecto, así que hemos llegado un poco tarde. Me he perdido la cena, pero al
menos he podido meter mano a esas cosas de mousse de chocolate que
sirven para el postre.
—Está tremendo.
—Absolutamente —confirmó
Magdalene con una sonrisa.
Pensé para mis adentros que
tenía un aspecto estupendo. Más suave y más dulce. Pero deslumbrante y
seductora con su vestido rojo de encaje con un hombro al aire y su cabello
oscuro enmarcando un rostro delicado de labios carmesí. Apartarse de
Christopher
Vidal
le había sentado muy bien. Y estaba claro que contar con un hombre nuevo en su
vida le había ayudado. Recordé que había mencionado a un chico llamado Gage
cuando vino a verme al trabajo un par de semanas antes.
—Te he visto con Gideon —dijo—.
Y me he percatado de tu anillo.
—Deberías haberte acercado a
saludar.
—Estaba comiéndome ese postre.
Me reí.
—Una chica debe tener claras
sus prioridades.
Magdalene extendió una mano y
me tocó el brazo ligeramente.
—Me alegro por ti, Eva. Y me
alegro por Gideon.
—Gracias. Pásate por nuestra
mesa y se lo dices.
—Lo haré. Nos vemos luego.
Se alejó y yo me quedé mirándola
un momento, aún recelosa pero pensando que quizá no fuera tan mala al fin y al
cabo.
Lo único que tuvo de negativo
el hecho de haberme encontrado con Magdalene fue que había perdido a Cary.
Cuando empecé de nuevo a buscarlo, él ya se había escondido en algún sitio.
Emprendí el camino de regreso
hacia Gideon preparándome mentalmente para la reprimenda que le iba a soltar a
Cary. Elizabeth Vidal salió a mi paso.
—Perdone —dije cuando casi
choqué con ella.
Me agarró por el codo y me
llevó hasta un rincón oscuro. Entonces, me cogió la mano y miró mi precioso
diamante Asscher.
—Ese anillo es mío.
Me solté.
—Era suyo. Ahora es mío.
Su hijo me lo ha regalado cuando me ha pedido que me case con él.
Me miró con aquellos ojos
azules que eran tan parecidos a los de su hijo. Y a los de Ireland. Era una
mujer guapa, glamurosa y elegante. Tan atractiva como mi madre, la verdad, pero
también tenía la frialdad de Gideon.
—No voy a permitir que lo
apartes de mí —espetó entre sus dientes de un blanco luminoso.
—Está completamente equivocada
—contesté cruzándome de brazos—. Quiero que estén los dos juntos para que
podamos hablarlo todo abiertamente.
—Estás llenándole la cabeza de
mentiras.
—Oh, Dios mío. ¿En serio? La
próxima vez que él le cuente lo que ocurrió, y me aseguraré de que lo haga,
usted va a creerle. Y se va a disculpar y va a buscar la jodida forma de hacer
que le sea más fácil de soportar. Porque lo quiero completamente curado y sano.
Elizabeth se quedó mirándome
visiblemente enfurecida. Estaba claro que no estaba de acuerdo con ese plan.
—¿Hemos terminado? —pregunté,
enfadada por su deliberada ceguera.
—No hemos hecho más que empezar
—bufó inclinándose sobre mí—. Sé lo tuyo con ese cantante. Te tengo calada.
Negué con la cabeza. ¿Había
hablado Christopher con ella? ¿Qué le habría dicho? Sabiendo lo que le había
hecho a Magdalene, le creí capaz de cualquier cosa.
—Es impresionante. Usted cree
en las mentiras e ignora la verdad. —Empecé a alejarme, pero me detuve—. Lo que
me parece realmente interesante después de la última
vez
que me enfrenté a usted es que no le preguntara a Gideon qué es lo que había
pasado. «Hijo mío, tu loca novia me ha contado esta historia aún más loca». No
se me ocurre por qué no lo hizo. Supongo que no querría tener que explicarse.
—Que te follen.
—Sí. No creo que a usted se lo
vayan a hacer.
La dejé atrás antes de que
volviese a abrir la boca y me echara a perder la noche.
Por desgracia, cuando empecé a
acercarme a mi mesa, vi que Deanna Johnson estaba sentada en mi silla hablando
con Gideon.
—¿Es una broma? —murmuré
entrecerrando los ojos al ver cómo la reportera colocaba la mano sobre el brazo
de él mientras hablaba. Cary había ido a hacer lo que fuera que estuviera
haciendo, mi madre y Stanton estaban en la pista de baile. Y Deanna se había
deslizado como una serpiente.
Aunque Gideon pensaba lo
contrario, a mí me resultaba obvio que el interés de Deanna por él era tan
intenso como siempre. Y aunque él no la alentaba más allá de escuchar lo que
fuese que ella le estuviera diciendo, el simple hecho de que Gideon le prestara
atención le servía a ella de estimulante.
—Debe ser muy buena en la cama.
Follan mucho.
Me puse rígida y me giré hacia
la mujer que me estaba hablando. Era la pelirroja de Cary, que tenía el aspecto
sonrojado y la mirada luminosa de una mujer que acababa de tener un bonito
orgasmo. Aun así, era mayor de lo que me había parecido desde la distancia.
—Deberías vigilarle —dijo
mirando a Gideon—. Utiliza a las mujeres. Lo he visto con mis propios ojos. Más
de lo que debería.
—Sé cómo arreglármelas.
—Todas dicen lo mismo. —Su
sonrisa compasiva me molestó—. Sé de dos mujeres que han sufrido una profunda
depresión por su culpa. Y lo cierto es que no serán las últimas.
—No deberías hacer caso a los
cotilleos —respondí.
Se alejó con una irritante y
serena sonrisa levantando la mano para acariciarse el pelo mientras bordeaba
las mesas de camino a la suya.
Hasta que no hubo atravesado la
mitad de la sala no identifiqué su cara.
—Mierda.
Fui corriendo hacia Gideon. Se
puso de pie cuando llegué.
—Necesito hablar contigo
rápidamente —dije bruscamente antes de lanzar una mirada de furia a la morena
que estaba en mi silla—. Un placer, Deanna.
No acusó la indirecta.
—Hola, Eva. Justo me iba...
Pero yo ya no la miraba. Cogí a
Gideon de la mano y tiré de él.
—Vamos.
—De acuerdo, espera. —Le dijo
algo a Deanna pero no lo oí, mientras seguía arrastrándolo.
—Por Dios, Eva. ¿A qué se debe
tanta prisa?
Me detuve junto a la pared y
eché un vistazo a la sala buscando el color rojo y verde. Pensé que él habría
visto a su antigua amante... a menos que ella hubiese estado evitándolo
deliberadamente. Por supuesto, ella tenía un aspecto muy distinto sin su
antiguo corte de pelo en plan duendecillo y yo no había visto a su marido de
pelo canoso, lo cual habría facilitado que la hubiese identificado antes.
—¿Sabes
si Anne Lucas está aquí?
Apretó mi mano con la suya.
—No la he visto. ¿Por qué?
—Vestido verde esmeralda, pelo
largo y rojo. ¿Has visto a esa mujer?
—No.
—Estaba bailando antes con
Cary.
—No estaba prestando atención.
Lo miré exasperada.
—Dios mío, Gideon. Resultaba
difícil no verla.
—Perdóname por no tener ojos
más que para mi mujer —contestó con tono seco.
Le apreté la mano.
—Lo siento. Sólo necesito saber
si era ella.
—Explícame por qué. ¿Se ha
acercado a ti?
—Sí. Me ha soltado algunas
gilipolleces y después se ha ido. Creo que Cary se ha escabullido con ella. Ya
sabes, para un polvo rápido.
El rostro de Gideon se
endureció. Desvió su atención hacia la sala, barriéndola de un extremo a otro,
con una lenta mirada, buscándola.
—No la veo. Ni a ella ni a
nadie con la descripción que me has dado.
—¿Anne es terapeuta?
—Psiquiatra.
Una corazonada me hizo sentir
inquieta.
—¿Podemos irnos ya?
Me miró fijamente.
—Dime qué te ha dicho.
—Nada que no haya oído antes.
—Eso es muy tranquilizador
—murmuró—. Sí, vámonos.
Volvimos a nuestra mesa a por
mi bolso de mano y a despedirnos de todos.
—¿Podéis llevarme? —preguntó
Cary después que yo le diera a mi madre un abrazo de despedida.
Gideon asintió.
—Vamos.
Angus cerró la puerta de la
limusina.
Cary, Gideon y yo nos
acomodamos detrás en nuestro asiento y sólo un par de minutos después habíamos
salido de Cirpiani’s y nos habíamos adentrado en el tráfico.
Mi mejor amigo me fulminó con
la mirada.
—No empieces.
Odiaba que le echara
reprimendas por su conducta y no le culpé por ello. No era su madre. Pero sí
era alguien que le quería y que deseaba cosas buenas para él. Sabía lo
autodestructivo que podía ser si no se le vigilaba.
Pero ésa no era mi mayor
preocupación en aquel momento.
—¿Cómo se llamaba? —le pregunté
rezando porque lo supiera para así poder identificar a la pelirroja de una vez
por todas.
—¿A quién le importa?
—Dios. —Apreté impacientemente
las manos sobre mi bolso—. ¿Lo sabes o no?
—No se lo he preguntado
—respondió—. Déjalo ya.
—Vigila
tu tono, Cary —le advirtió Gideon en voz baja—. Tienes un buen problema. No la
tomes con Eva por preocuparse por ti.
Cary apretó la mandíbula y miró
por la ventanilla.
Yo me eché sobre el respaldo y
Gideon me atrajo hacia su hombro, deslizando su mano arriba y abajo por mi
brazo desnudo.
Nadie dijo nada más durante el
trayecto hasta casa.
Cuando llegamos a mi
apartamento, Gideon se dirigió a la cocina para coger una botella de agua y se
puso a hablar por teléfono cruzando su mirada con la mía a través de la barra y
los varios metros que nos separaban.
Cary fue hacia su dormitorio y,
entonces, de repente, se dio la vuelta en el pasillo y volvió para darme un
abrazo. Fuerte.
—Lo siento, nena —susurró con
su cara apoyada en mi hombro.
Yo le devolví el abrazo.
—Deberías tratarte mejor de lo
que lo haces.
—No me la he follado —dijo en
voz baja mientras se apartaba para mirarme—. Iba a hacerlo. Creía que quería
hacerlo. Pero cuando llegó el momento, pensé que hay un niño en camino. Un hijo,
Eva. Y no quiero que él, o ella, crezca pensando de mí lo mismo que pienso yo
de mi madre. Tengo que solucionar mis problemas.
Volví a abrazarle.
—Estoy orgullosa de ti.
—Sí, bueno... —Se retiró con
expresión de timidez—. Aun así, hice que se corriera masajeándole el clítoris,
porque sí que habíamos llegado a eso. Pero mi polla permaneció guardada dentro de
los pantalones.
—Demasiada información, Cary
—dije—. Te aseguro que eso es dar demasiada información.
—¿Seguimos con el plan de ir a
San Diego mañana? —Su mirada esperanzada me llegó al corazón.
—Claro que sí. Estoy
deseándolo.
Su sonrisa se tiñó de alivio.
—Bien. Salimos a las ocho y
media.
Gideon se unió a nosotros en
ese momento y, por la mirada que me lanzó, supe que no habíamos terminado de
hablar sobre mi escapada del fin de semana. Pero cuando Cary se fue por el
pasillo camino de su dormitorio, me abracé a Gideon y lo besé con fuerza,
retrasando la conversación. Tal y como yo había esperado, no vaciló en atraerme
hacia él y tomar el control, comiéndome la boca con lametones lujuriosos y
profundos.
Con un gemido, dejé que me
arrastrara con él. El mundo podía volverse loco esa noche. Mañana nos
enfrentaríamos a él y a todo lo demás que tuviésemos delante.
Le agarré de la corbata.
—Esta noche eres mío.
—Soy tuyo todas las noches
—dijo con una voz cálida y áspera que me despertó las más sensuales fantasías.
—Empieza ahora. —Comencé a
caminar hacia atrás tirando de él en dirección a mi dormitorio—. Y no pares.
No paró. No hasta que se hizo
de día.
NOTA
DE LA AUTORA
Sí, querido lector. Tienes
razón. Es imposible que éste sea el final.
El viaje de Gideon y Eva aún no
ha terminado. Estoy deseando ver adónde nos lleva después.
Con mis mejores deseos,
Sylvia
AGRADECIMIENTOS
Quiero dar las gracias a la
editora Hilary Sares por su trabajo en Atada a ti y en los dos libros
anteriores de la serie Crossfire. Sin ella, habría algunas
incoherencias, muchos términos en latín, algunos fallos en el argot histórico y
otras faltas que desviarían la atención del lector de la belleza del amor de
Gideon por Eva. ¡Muchas gracias, Hilary!
Muchísimas gracias a mi agente,
Kimberly Whalen, y a mi editora, Cindy Hwang, por ayudarme a recuperar la magia
de Gideon y Eva a la hora de escribir esta historia. Cuando he necesitado ayuda
han estado a mi lado. ¡Gracias, Kim y Cindy!
Gracias a mi publicista, Gregg
Sullivan, por conseguir que me organizara y por encargarse de mi agenda.
Gracias a mi agente de la
Creative Artists Agency, Jon Cassir, por sus muchos esfuerzos y su paciencia a
la hora de responder a mis preguntas.
Estoy muy agradecida a todos
mis editores internacionales, que han mostrado tanto apoyo y entusiasmo por la
serie Crossfire.
Y a mis lectores, no os puedo
estar más agradecida por vuestra paciencia y vuestro apoyo. Os doy las gracias
por poder compartir con vosotros la continuación de este viaje de Gideon y Eva.
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