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Atada a Tí - Sylvia Day - Capítulo 23

Estaba en mi dormitorio, poniéndome el vestido sin tirantes por encima del body del mismo color cuando entró Gideon. Literalmente se me cortó la respiración, mientras mis ojos se empapaban de su imagen reflejada en mi espejo. De pie detrás de mí, con su esmoquin a medida, con una encantadora corbata gris que conjuntaba tan bien con mi vestido, estaba deslumbrante. Nunca lo había visto tan guapo.
—Vaya —susurré embelesada—. que vas a acostarte con alguien esta noche.
Arqueó los labios.
—¿Significa eso que no hace falta que te suba la cremallera?
—¿Significa eso que no hace falta que vayamos a esta fiesta?
—Para nada, cielo. Voy a presumir de mujer esta noche.
—Nadie sabe que soy tu mujer.
—Yo sí. —Se acercó a mí por detrás y me subió la cremallera—. Y pronto, muy pronto, todo el mundo lo sabrá.
Me incliné hacia atrás para echarme sobre él, admirando el reflejo de los dos. Formábamos una imagen estupenda juntos.
Lo cual me hizo pensar en otras imágenes...
—Prométeme que nunca vas a ver ese vídeo —dije.
Cuando vi que no me respondía, me di la vuelta para mirarlo directamente. Al ver su mirada inaccesible en su rostro empecé a asustarme.
—Gideon, ¿lo has visto ya?
Apretó los dientes.
—Uno o dos minutos. Nada explícito. Lo suficiente para probar su autenticidad.
—Dios mío. Prométeme que no lo vas a ver. —Levanté la voz, que se volvía más aguda a media que el pánico me invadía—. ¡Prométemelo!
Envolvió mis muñecas con sus manos y las apretó con la fuerza suficiente como para cortarme la respiración. Me quedé mirándolo, con los ojos abiertos de par en par, sorprendida ante aquella repentina agresión.
—Traquilízate —dijo en voz baja.
Una extraña oleada de calor se extendió desde donde me había cogido. El corazón me latía con más fuerza, pero también a un ritmo más regular. Me quedé mirando nuestras manos y dirigí mi atención a su anillo de rubíes. Rojo. Como las esposas que me había comprado. Me sentí igual de apresada y atada en ese momento. Y me tranquilizó de un modo que no llegaba a comprender.
Pero estaba claro que Gideon sí.
Me di cuenta de que era por eso por lo que había tenido miedo de casarme con él tan rápidamente. Me estaba llevando a un viaje que tenía un destino desconocido y yo había aceptado seguirle con los ojos vendados. No se trataba de saber dónde terminaríamos como pareja, porque eso no se cuestionaba. Teníamos una obsesión, una dependencia el uno del otro del mismo modo inexorable que los adictos. Dónde terminaría yo, quién terminaría siendo, era lo que no sabía.
La transformación de Gideon había sido casi violenta y había ocurrido en un momento de claridad nítida en el que él había comprendido que no quería, no podía, vivir
sin mí. Mi cambio fue más gradual, tan concienzudamente medido que creí que no tendría que cambiar en nada.
Me equivoqué.
Tragué saliva para deshacer el nudo de mi garganta y hablar con un tono inalterable.
—Gideon, escúchame. Lo que sea que haya en ese vídeo no es nada comparado con lo que tú y yo tenemos. Los únicos recuerdos que quiero que haya en tu cabeza son los que nosotros construyamos. Lo que tenemos juntos... eso es lo único real. Lo único que importa. Así que, por favor... prométemelo.
Cerró los ojos un instante y, a continuación, asintió.
—De acuerdo, lo prometo.
Yo suspiré aliviada.
—Gracias.
Se llevó mis manos a la boca y las besó.
—Eres mía, Eva.
Por un mutuo y tácito acuerdo, nos abstuvimos de despeinarnos el uno al otro en la limusina antes de nuestra primera aparición pública como pareja casada. Yo estaba nerviosa y, aunque uno o dos orgasmos habrían ayudado a que me calmara, tener un aspecto menos que perfecto no habría hecho más que empeorarlo todo. Y la gente lo notaría. No era sólo que mi vestido plateado fuera llamativo, con su brillo y su pequeña cola, sino que mi acompañante era además un accesorio imposible de pasar desapercibido.
Seríamos el centro de atención y Gideon parecía decidido a que así fuera. Me ayudó a salir de la limusina cuando llegamos a la Quinta Avenida con Cental Park South y se tomó un momento para deslizar sus labios por mi sien.
—Ese vestido va a quedar fantástico en el suelo de mi dormitorio.
Me reí por el piropo, sabiendo que había sido intencionado, y los flashes de las cámaras saltaron como una tormenta de luz cegadora. Cuando se separó de mí, despareció de su rostro toda la calidez y fijó sus hermosos rasgos con una expresión reservada que no revelaba nada. Colocó la mano en la parte inferior de mi espalda y me llevó por la alfombra roja al interior del Cipriani’s.
Una vez dentro, encontró un lugar de su aprobación y nos quedamos allí durante una hora mientras socios comerciales y conocidos daban vueltas a nuestro alrededor. Él quería que yo estuviese a su lado y también estar al mío, algo que demostró poco después cuando nos dirigíamos a la pista de baile.
—Preséntame —dijo simplemente, y seguí sus ojos hasta donde Christine Field y Walter Leaman, de Waters Field & Leaman, reían a carcajadas con el grupo de gente con la que estaban. Christine tenía un aspecto sobrio y elegante con su vestido negro de cuentas que le cubría desde el cuello hasta las muñecas y los tobillos, a excepción de la espalda al aire; y Walter, que era un tipo alto, tenía un aspecto de hombre de éxito y seguro con su esmoquin de bonito corte y su pajarita.
—Saben quién eres —contesté.
—¿Saben quién soy para ti?
Arrugué la nariz un poco, sabiendo que mi mundo iba a cambiar drásticamente una vez que mi soltería quedara subordinada a mi identidad como Eva Cross.
—Vamos, campeón.
Fuimos hacia ellos serpenteando entre las mesas redondas cubiertas por manteles
blancos y adornadas con candelabros envueltos en guirnaldas florales que daban una maravillosa fragancia a la sala.
Mis jefes vieron primero a Gideon, por supuesto. No creo siquiera que me reconocieran hasta que Gideon tuvo la clara deferencia de dejarme hablar primero.
—Buenas noches —saludé dándoles la mano a Christine y a Walter—. Seguro que ya sabéis quién es Gideon Cross, mi...
Hice una pausa, pues mi cerebro se quedó paralizado.
—Prometido —terminó Gideon estrechándoles la mano.
Se intercambiaron felicitaciones y las sonrisas se volvieron más amplias y luminosas.
—Esto no querrá decir que te vamos a perder, ¿no? —preguntó Christine con sus pendientes de diamantes centelleando bajo la suave luz de los candelabros.
—No. No me voy a ninguna parte.
Al decir aquello me cobré un fuerte pellizco de Gideon en el culo.
En algún momento íbamos a tener que hablar del asunto del trabajo, pero supuse que podría aplazarlo, al menos, hasta nuestra cercana boda.
Hablamos un poco sobre la campaña del vodka Kingsman, lo cual sirvió sobre todo para ensalzar la buena labor que Waters Field & Leaman había hecho, gracias a lo que había conseguido más encargos de Cross Industries. Gideon conocía aquel juego, por supuesto, y lo supo jugar bien. Era educado, encantador y, desde luego, un hombre que no se dejaba influenciar fácilmente.
Después de aquello, nos quedamos sin más temas de conversación. Gideon nos excusó.
—Vamos a bailar —susurró a mi oído—. Quiero abrazarte.
Entramos en la pista de baile, donde Cary llamaba la atención con una despampanante pelirroja. Podían verse destellos de una pierna pálida y curvilínea a través de la raja subida de tono de su vestido verde esmeralda. Se giró y, después, se inclinó. Una cortesía incontestable.
Trey no había podido ir porque tenía una clase a última hora y yo lo lamenté. También lamenté el hecho de haberme alegrado de que Cary no hubiese traído a Tatiana en su lugar. Pensar así me hacía sentir maliciosa, y a mí no me gustaban nada las arpías.
—Mírame.
Giré la cabeza al escuchar la orden de Gideon y encontré sus ojos fijos en mí.
—Hola, campeón.
Con su mano en mi espalda y mi mano en la suya, nos deslizamos despreocupadamente por la pista de baile.
—Crossfire —susurró mirando mi cara con intensidad.
Acaricié su mejilla con mis dedos.
—Aprendemos de nuestros errores.
—Me has leído la mente.
—Eso me gusta.
Sonrió, y sus ojos estaban tan azules y su pelo tan condenadamente sensual que deseé pasar los dedos por él en ese mismo momento. Me atrajó hacia sí.
—No tanto como me gustas tú a mí.
Estuvimos en la pista durante dos canciones. Después, la música terminó y el director de la orquesta se acercó al micrófono para hacer un anuncio: la cena estaba a punto de servirse. Sentados en nuestra mesa estaban mi madre con Richard, Cary, un cirujano
plástico con su mujer y un tipo que decía que acababa de terminar el rodaje de un episodio piloto para una nueva serie de televisión que esperaba que fuera elegida para toda una temporada.
La cena era una especie de fusión asiática y me la comí entera, porque estaba buena y porque las raciones no eran muy grandes. Gideon tenía la mano sobre mi muslo bajo la mesa, moviendo su pulgar ligeramente en pequeños círculos haciéndome estremecer.
Se inclinó hacia mí.
—Quédate quieta.
—Déjalo ya —le respondí con un susurro.
—Sigue moviéndote y te meteré los dedos dentro.
—No te atreverás.
Sonrió con satisfacción.
—Ponme a prueba y verás.
Sabiendo que era capaz, me quedé quieta, aunque aquello me estaba matando.
—Disculpadme —dijo Cary de pronto apartándose de la mesa.
Lo vi alejarse y vi que sus ojos se detenían en una mesa cercana. No me sorprendió mucho que la pelirroja del vestido verde lo siguiera fuera de la sala, pero me sentí decepcionada. Sabía que su situación con Tatiana le estaba estresando y que el sexo sin compromiso era el curalotodo de Cary, pero también le afectaba a su autoestima y le provocaba más problemas de los que le solucionaba.
Por suerte, sólo quedaban un par de días para ir a ver al doctor Travis.
—Cary y yo vamos a ir a San Diego este fin de semana —susurré inclinándome hacia Gideon.
Giró la cabeza hacia mí.
—¿Y me lo dices ahora?
—Bueno, entre tus exnovias y mi exnovio, mis padres, Cary y todo lo demás, se me olvida continuamente. He supuesto que mejor te lo decía ahora antes de que volviera a olvidarlo.
—Cielo... —Negó con la cabeza.
—Espera. —Me puse de pie. Tenía que recordarle que Brett tenía un concierto en San Diego esos días, pero primero tenía que ir a ver a Cary.
Me miró con curiosidad mientras se ponía de pie.
—Vuelvo enseguida —le dije. Y añadí en voz muy baja—: Tengo que ir a fastidiar un polvo.
—Eva...
Oí el tono de advertencia que había en su voz, pero no le hice caso. Me levanté un poco la falda y fui corriendo detrás de Cary. Acababa de pasar junto a la pista de baile cuando me encontré con un rostro conocido.
—Magdalene —dije sorprendida, deteniéndome—. No sabía que estabas aquí.
—Gage estaba liado con un proyecto, así que hemos llegado un poco tarde. Me he perdido la cena, pero al menos he podido meter mano a esas cosas de mousse de chocolate que sirven para el postre.
—Está tremendo.
—Absolutamente —confirmó Magdalene con una sonrisa.
Pensé para mis adentros que tenía un aspecto estupendo. Más suave y más dulce. Pero deslumbrante y seductora con su vestido rojo de encaje con un hombro al aire y su cabello oscuro enmarcando un rostro delicado de labios carmesí. Apartarse de Christopher
Vidal le había sentado muy bien. Y estaba claro que contar con un hombre nuevo en su vida le había ayudado. Recordé que había mencionado a un chico llamado Gage cuando vino a verme al trabajo un par de semanas antes.
—Te he visto con Gideon —dijo—. Y me he percatado de tu anillo.
—Deberías haberte acercado a saludar.
—Estaba comiéndome ese postre.
Me reí.
—Una chica debe tener claras sus prioridades.
Magdalene extendió una mano y me tocó el brazo ligeramente.
—Me alegro por ti, Eva. Y me alegro por Gideon.
—Gracias. Pásate por nuestra mesa y se lo dices.
—Lo haré. Nos vemos luego.
Se alejó y yo me quedé mirándola un momento, aún recelosa pero pensando que quizá no fuera tan mala al fin y al cabo.
Lo único que tuvo de negativo el hecho de haberme encontrado con Magdalene fue que había perdido a Cary. Cuando empecé de nuevo a buscarlo, él ya se había escondido en algún sitio.
Emprendí el camino de regreso hacia Gideon preparándome mentalmente para la reprimenda que le iba a soltar a Cary. Elizabeth Vidal salió a mi paso.
—Perdone —dije cuando casi choqué con ella.
Me agarró por el codo y me llevó hasta un rincón oscuro. Entonces, me cogió la mano y miró mi precioso diamante Asscher.
—Ese anillo es mío.
Me solté.
Era suyo. Ahora es mío. Su hijo me lo ha regalado cuando me ha pedido que me case con él.
Me miró con aquellos ojos azules que eran tan parecidos a los de su hijo. Y a los de Ireland. Era una mujer guapa, glamurosa y elegante. Tan atractiva como mi madre, la verdad, pero también tenía la frialdad de Gideon.
—No voy a permitir que lo apartes de mí —espetó entre sus dientes de un blanco luminoso.
—Está completamente equivocada —contesté cruzándome de brazos—. Quiero que estén los dos juntos para que podamos hablarlo todo abiertamente.
—Estás llenándole la cabeza de mentiras.
—Oh, Dios mío. ¿En serio? La próxima vez que él le cuente lo que ocurrió, y me aseguraré de que lo haga, usted va a creerle. Y se va a disculpar y va a buscar la jodida forma de hacer que le sea más fácil de soportar. Porque lo quiero completamente curado y sano.
Elizabeth se quedó mirándome visiblemente enfurecida. Estaba claro que no estaba de acuerdo con ese plan.
—¿Hemos terminado? —pregunté, enfadada por su deliberada ceguera.
—No hemos hecho más que empezar —bufó inclinándose sobre mí—. Sé lo tuyo con ese cantante. Te tengo calada.
Negué con la cabeza. ¿Había hablado Christopher con ella? ¿Qué le habría dicho? Sabiendo lo que le había hecho a Magdalene, le creí capaz de cualquier cosa.
—Es impresionante. Usted cree en las mentiras e ignora la verdad. —Empecé a alejarme, pero me detuve—. Lo que me parece realmente interesante después de la última
vez que me enfrenté a usted es que no le preguntara a Gideon qué es lo que había pasado. «Hijo mío, tu loca novia me ha contado esta historia aún más loca». No se me ocurre por qué no lo hizo. Supongo que no querría tener que explicarse.
—Que te follen.
—Sí. No creo que a usted se lo vayan a hacer.
La dejé atrás antes de que volviese a abrir la boca y me echara a perder la noche.
Por desgracia, cuando empecé a acercarme a mi mesa, vi que Deanna Johnson estaba sentada en mi silla hablando con Gideon.
—¿Es una broma? —murmuré entrecerrando los ojos al ver cómo la reportera colocaba la mano sobre el brazo de él mientras hablaba. Cary había ido a hacer lo que fuera que estuviera haciendo, mi madre y Stanton estaban en la pista de baile. Y Deanna se había deslizado como una serpiente.
Aunque Gideon pensaba lo contrario, a mí me resultaba obvio que el interés de Deanna por él era tan intenso como siempre. Y aunque él no la alentaba más allá de escuchar lo que fuese que ella le estuviera diciendo, el simple hecho de que Gideon le prestara atención le servía a ella de estimulante.
—Debe ser muy buena en la cama. Follan mucho.
Me puse rígida y me giré hacia la mujer que me estaba hablando. Era la pelirroja de Cary, que tenía el aspecto sonrojado y la mirada luminosa de una mujer que acababa de tener un bonito orgasmo. Aun así, era mayor de lo que me había parecido desde la distancia.
—Deberías vigilarle —dijo mirando a Gideon—. Utiliza a las mujeres. Lo he visto con mis propios ojos. Más de lo que debería.
—Sé cómo arreglármelas.
—Todas dicen lo mismo. —Su sonrisa compasiva me molestó—. Sé de dos mujeres que han sufrido una profunda depresión por su culpa. Y lo cierto es que no serán las últimas.
—No deberías hacer caso a los cotilleos —respondí.
Se alejó con una irritante y serena sonrisa levantando la mano para acariciarse el pelo mientras bordeaba las mesas de camino a la suya.
Hasta que no hubo atravesado la mitad de la sala no identifiqué su cara.
—Mierda.
Fui corriendo hacia Gideon. Se puso de pie cuando llegué.
—Necesito hablar contigo rápidamente —dije bruscamente antes de lanzar una mirada de furia a la morena que estaba en mi silla—. Un placer, Deanna.
No acusó la indirecta.
—Hola, Eva. Justo me iba...
Pero yo ya no la miraba. Cogí a Gideon de la mano y tiré de él.
—Vamos.
—De acuerdo, espera. —Le dijo algo a Deanna pero no lo oí, mientras seguía arrastrándolo.
—Por Dios, Eva. ¿A qué se debe tanta prisa?
Me detuve junto a la pared y eché un vistazo a la sala buscando el color rojo y verde. Pensé que él habría visto a su antigua amante... a menos que ella hubiese estado evitándolo deliberadamente. Por supuesto, ella tenía un aspecto muy distinto sin su antiguo corte de pelo en plan duendecillo y yo no había visto a su marido de pelo canoso, lo cual habría facilitado que la hubiese identificado antes.
—¿Sabes si Anne Lucas está aquí?
Apretó mi mano con la suya.
—No la he visto. ¿Por qué?
—Vestido verde esmeralda, pelo largo y rojo. ¿Has visto a esa mujer?
—No.
—Estaba bailando antes con Cary.
—No estaba prestando atención.
Lo miré exasperada.
—Dios mío, Gideon. Resultaba difícil no verla.
—Perdóname por no tener ojos más que para mi mujer —contestó con tono seco.
Le apreté la mano.
—Lo siento. Sólo necesito saber si era ella.
—Explícame por qué. ¿Se ha acercado a ti?
—Sí. Me ha soltado algunas gilipolleces y después se ha ido. Creo que Cary se ha escabullido con ella. Ya sabes, para un polvo rápido.
El rostro de Gideon se endureció. Desvió su atención hacia la sala, barriéndola de un extremo a otro, con una lenta mirada, buscándola.
—No la veo. Ni a ella ni a nadie con la descripción que me has dado.
—¿Anne es terapeuta?
—Psiquiatra.
Una corazonada me hizo sentir inquieta.
—¿Podemos irnos ya?
Me miró fijamente.
—Dime qué te ha dicho.
—Nada que no haya oído antes.
—Eso es muy tranquilizador —murmuró—. Sí, vámonos.
Volvimos a nuestra mesa a por mi bolso de mano y a despedirnos de todos.
—¿Podéis llevarme? —preguntó Cary después que yo le diera a mi madre un abrazo de despedida.
Gideon asintió.
—Vamos.
Angus cerró la puerta de la limusina.
Cary, Gideon y yo nos acomodamos detrás en nuestro asiento y sólo un par de minutos después habíamos salido de Cirpiani’s y nos habíamos adentrado en el tráfico.
Mi mejor amigo me fulminó con la mirada.
—No empieces.
Odiaba que le echara reprimendas por su conducta y no le culpé por ello. No era su madre. Pero sí era alguien que le quería y que deseaba cosas buenas para él. Sabía lo autodestructivo que podía ser si no se le vigilaba.
Pero ésa no era mi mayor preocupación en aquel momento.
—¿Cómo se llamaba? —le pregunté rezando porque lo supiera para así poder identificar a la pelirroja de una vez por todas.
—¿A quién le importa?
—Dios. —Apreté impacientemente las manos sobre mi bolso—. ¿Lo sabes o no?
—No se lo he preguntado —respondió—. Déjalo ya.
—Vigila tu tono, Cary —le advirtió Gideon en voz baja—. Tienes un buen problema. No la tomes con Eva por preocuparse por ti.
Cary apretó la mandíbula y miró por la ventanilla.
Yo me eché sobre el respaldo y Gideon me atrajo hacia su hombro, deslizando su mano arriba y abajo por mi brazo desnudo.
Nadie dijo nada más durante el trayecto hasta casa.
Cuando llegamos a mi apartamento, Gideon se dirigió a la cocina para coger una botella de agua y se puso a hablar por teléfono cruzando su mirada con la mía a través de la barra y los varios metros que nos separaban.
Cary fue hacia su dormitorio y, entonces, de repente, se dio la vuelta en el pasillo y volvió para darme un abrazo. Fuerte.
—Lo siento, nena —susurró con su cara apoyada en mi hombro.
Yo le devolví el abrazo.
—Deberías tratarte mejor de lo que lo haces.
—No me la he follado —dijo en voz baja mientras se apartaba para mirarme—. Iba a hacerlo. Creía que quería hacerlo. Pero cuando llegó el momento, pensé que hay un niño en camino. Un hijo, Eva. Y no quiero que él, o ella, crezca pensando de mí lo mismo que pienso yo de mi madre. Tengo que solucionar mis problemas.
Volví a abrazarle.
—Estoy orgullosa de ti.
—Sí, bueno... —Se retiró con expresión de timidez—. Aun así, hice que se corriera masajeándole el clítoris, porque sí que habíamos llegado a eso. Pero mi polla permaneció guardada dentro de los pantalones.
—Demasiada información, Cary —dije—. Te aseguro que eso es dar demasiada información.
—¿Seguimos con el plan de ir a San Diego mañana? —Su mirada esperanzada me llegó al corazón.
—Claro que sí. Estoy deseándolo.
Su sonrisa se tiñó de alivio.
—Bien. Salimos a las ocho y media.
Gideon se unió a nosotros en ese momento y, por la mirada que me lanzó, supe que no habíamos terminado de hablar sobre mi escapada del fin de semana. Pero cuando Cary se fue por el pasillo camino de su dormitorio, me abracé a Gideon y lo besé con fuerza, retrasando la conversación. Tal y como yo había esperado, no vaciló en atraerme hacia él y tomar el control, comiéndome la boca con lametones lujuriosos y profundos.
Con un gemido, dejé que me arrastrara con él. El mundo podía volverse loco esa noche. Mañana nos enfrentaríamos a él y a todo lo demás que tuviésemos delante.
Le agarré de la corbata.
—Esta noche eres mío.
—Soy tuyo todas las noches —dijo con una voz cálida y áspera que me despertó las más sensuales fantasías.
—Empieza ahora. —Comencé a caminar hacia atrás tirando de él en dirección a mi dormitorio—. Y no pares.
No paró. No hasta que se hizo de día.
NOTA DE LA AUTORA
Sí, querido lector. Tienes razón. Es imposible que éste sea el final.
El viaje de Gideon y Eva aún no ha terminado. Estoy deseando ver adónde nos lleva después.
Con mis mejores deseos,
Sylvia
AGRADECIMIENTOS
Quiero dar las gracias a la editora Hilary Sares por su trabajo en Atada a ti y en los dos libros anteriores de la serie Crossfire. Sin ella, habría algunas incoherencias, muchos términos en latín, algunos fallos en el argot histórico y otras faltas que desviarían la atención del lector de la belleza del amor de Gideon por Eva. ¡Muchas gracias, Hilary!
Muchísimas gracias a mi agente, Kimberly Whalen, y a mi editora, Cindy Hwang, por ayudarme a recuperar la magia de Gideon y Eva a la hora de escribir esta historia. Cuando he necesitado ayuda han estado a mi lado. ¡Gracias, Kim y Cindy!
Gracias a mi publicista, Gregg Sullivan, por conseguir que me organizara y por encargarse de mi agenda.
Gracias a mi agente de la Creative Artists Agency, Jon Cassir, por sus muchos esfuerzos y su paciencia a la hora de responder a mis preguntas.
Estoy muy agradecida a todos mis editores internacionales, que han mostrado tanto apoyo y entusiasmo por la serie Crossfire.

Y a mis lectores, no os puedo estar más agradecida por vuestra paciencia y vuestro apoyo. Os doy las gracias por poder compartir con vosotros la continuación de este viaje de Gideon y Eva.

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