Gideon no vino a casa esa
noche. Cuando miré en su apartamento al salir para el trabajo encontré las
camas hechas e impolutas.
Dondequiera que hubiese pasado
la noche, no había sido cerca de mí. Tras la revelación del embarazo de
Corinne, me sorprendía que me hubiese dejado sola sin darme una explicación. Me
sentía como si una enorme bomba hubiese explotado delante de mí y yo me hubiese
quedado entre los escombros, sola y confundida.
Angus y el Bentley me esperaban
abajo cuando salí a la calle. Empecé a llenarme de rabia. Cada vez que Gideon
se apartaba de mí enviaba a Angus como sustituto.
—Debería haberme casado contigo,
Angus —murmuré mientras entraba en el asiento trasero—. Siempre estás a mi
disposición.
—Gideon se asegura de que así
sea —contestó antes de cerrar la puerta.
«Siempre tan leal», pensé con
amargura.
Cuando llegué al trabajo y me
dijeron que Megumi seguía de baja por enfermedad me sentí tan preocupada por
ella como aliviada por mí. No era propio de ella faltar al trabajo, siempre
estaba en su mesa a primera hora. Así que sus repetidas ausencias me indicaban
que le pasaba algo realmente malo. Pero el no tenerla allí implicaba que no se
daría cuenta de mi estado de ánimo ni me haría preguntas que yo no querría
responder. En realidad, no las podía responder. No tenía ni idea de dónde
estaba mi marido, qué hacía ni cómo se encontraba.
Y yo me sentía furiosa y herida
por ello. Lo único que no sentía era miedo. Gideon tenía razón en cuanto
a que el matrimonio fomentaba una sensación de estabilidad. Yo lo tenía
amarrado y él tendría que esforzarse para poder liberarse. No podía desaparecer
sin más ni ignorarme eternamente. Pasara lo que pasara, tendría que enfrentarse
a mí en algún momento. La única pregunta era: ¿cuándo?
Me concentré en el trabajo
deseando que las horas pasaran rápidamente. Cuando salí a las cinco aún no
había tenido noticias de Gideon y yo tampoco me había puesto en contacto con
él. En lo que a mí respectaba, él tenía que tender un puente sobre el
agujero que había provocado entre los dos.
Me dirigí a mi clase de Krav
Maga después del trabajo, y Parker estuvo conmigo durante una hora.
—Esta tarde estás que te sales
—dijo cuando lo tiré sobre la colchoneta por sexta o séptima vez.
No le dije que me estaba
imaginando que Gideon ocupaba su lugar.
Cuando llegué a casa me
encontré a Cary y a Trey en la sala de estar. Estaban comiendo bocadillos y
viendo un programa de humor en la televisión.
—Tenemos muchos —dijo Trey
ofreciéndome la mitad de su bocadillo—. También hay cerveza en el frigorífico.
Era un chico estupendo con gran
personalidad. Y estaba enamorado de mi mejor amigo. Miré a Cary y, por un
segundo, él me mostró su confusión y su dolor. A continuación, lo ocultó tras
su luminosa y bonita sonrisa. Dio una palmada sobre el cojín que tenía a su
lado.
—Ven a sentarte, nena.
—Claro
—asentí, en parte porque no soportaba la idea de estar sola en mi habitación
volviéndome loca con mis pensamientos—. Pero deja que antes me dé una ducha.
Una vez limpia y cómoda con mi
chándal desgastado, fui con los dos al sofá. Me preocupé cuando me apareció un
error de «no encontrado» al tratar de localizar el teléfono de Gideon con las
instrucciones que él me había dado.
Terminé durmiendo en la sala de
estar, prefiriendo el sofá a una cama que podía oler a mi marido desaparecido.
De todos modos, me desperté con
su olor y la sensación de sus brazos alrededor de mí mientras me levantaba.
Agotada, apoyé la cabeza sobre el pecho de Gideon y escuché el sonido de su
corazón latiendo con fuerza y seguro. Me llevó a mi dormitorio.
—¿Dónde has estado? —murmuré.
—En California.
—¿Qué? —pregunté con una
sacudida.
Él negó con la cabeza.
—Hablaremos por la mañana.
—Gideon...
—Por la mañana, Eva —dijo con
severidad mientras me dejaba en la cama y me besaba con fuerza en la frente.
Le agarré de la muñeca cuando
se levantó.
—No te atreverás a irte.
—No he dormido en casi dos
malditos días. —En su voz había un tono de crispación que disparó las alarmas.
Apoyándome en los codos, traté
de ver su cara en aquella semioscuridad, pero me resultaba muy difícil y aún no
se me había ido el sueño de los ojos. Sí pude ver que llevaba unos vaqueros y
una camisa de manga larga, eso fue todo.
—¿Y qué? Tienes una cama justo
aquí.
Soltó un resoplido de
exasperación y agotamiento.
—Túmbate. Voy a por mis
pastillas.
Hasta pasado un buen rato desde
que se fue no recordé que guardaba un tarro de pastillas suyas en mi baño. Se
había ido solamente porque quería hacerlo. Me aparté las mantas y salí dando
trompicones de la habitación, atravesando la sala de estar a oscuras para
buscar mis llaves. Fui al apartamento de Gideon y entré, casi tropezándome con
una maleta que habían dejado sin cuidado junto a la puerta.
Debió hacerlo con el tiempo
suficiente para dejarla antes de venir a verme. Y sin embargo, no tenía ninguna
intención de pasar la noche en mi cama. ¿Por qué había venido? ¿Sólo para verme
dormir? ¿Para ver cómo estaba?
Joder. ¿Llegaría alguna vez a
entenderle?
Lo busqué y lo encontré tumbado
boca abajo en la cama del dormitorio principal, con la cabeza sobre mi almohada
y aún con la ropa puesta. Las botas estaban a un metro la una de la otra a los
pies de la cama, como si se las hubiese quitado rápidamente de una patada, y
había dejado el teléfono y la cartera en la mesa de noche.
El teléfono fue irresistible.
Lo cogí, tecleé la palabra
«cielo» en la contraseña y empecé a desplazarme por él sin pudor. No me
importaba que me sorprendiera haciéndolo. Si no me daba él las
respuestas,
tenía todo el derecho de buscarlas yo por mi cuenta.
Lo último que esperaba
encontrar era tantas fotos mías en su álbum. Había docenas. Algunas de los dos
que habían tomado los paparazzi, otras las había hecho él con su
teléfono sin que yo me diera cuenta. Fotografías espontáneas que me brindaron
la oportunidad de verme a través de sus ojos.
Dejé de preocuparme. Me amaba.
Me adoraba. Ningún hombre me habría hecho esas fotos de no ser así, con el pelo
revuelto y sin maquillaje, sin hacer nada interesante, sólo leyendo algo o de
pie delante de un frigorífico abierto decidiendo qué quería coger. Imágenes
mías durmiendo, comiendo o con el ceño fruncido en plena concentración...
Haciendo cosas aburridas y corrientes.
Su registro de llamadas
mostraba sobre todo llamadas entre él y Angus, Raúl o Scott. Había mensajes de
voz de Corinne que me negué a torturarme escuchándolos, pero sí pude ver que él
no le había respondido ni la había llamado desde hacía tiempo. Había llamadas
entre él y gente del trabajo, un par de ellas con Arnoldo y varias con sus
abogados.
Y tres llamadas que había
intercambiado con Deanna Johnson.
Entrecerré los ojos. La
duración variaba desde varios minutos a un cuarto de hora.
Miré sus mensajes de texto y
encontré el que le había enviado a Angus cuando estábamos en el hospital.
«Necesito que la saques de
aquí».
Hundiéndome en el sillón del
rincón de la habitación, me quedé mirando el mensaje. «Necesito» y no «quiero».
Por alguna razón, la elección de aquella palabra cambió mi percepción de lo que
había ocurrido. Aún no lo entendía del todo, pero ya no me sentí tan...
apartada.
También había mensajes entre él
y Ireland que me pusieron contenta. No los leí, pero sí pude ver que el último
le había llegado el lunes.
Dejé el teléfono donde lo había
encontrado y observé al hombre al que amaba sumergido en el profundo sueño de
su agotamiento. Despatarrado como estaba, vestido, aparentaba la edad que
tenía. Tenía tantas responsabilidades y las cumplía con tanta fluidez..., con
una naturalidad tan innata, que era fácil olvidar que fuera tan vulnerable a la
saturación y al estrés del trabajo como cualquiera.
Mi obligación como esposa suya
era ayudarle con ello. Pero me resultaría imposible si me dejaba fuera. Al
tratar de ahorrarme preocupaciones, se echaba más carga sobre sí mismo.
Hablaríamos de ello en cuanto
él hubiese descansado un poco.
Me desperté con un calambre en
el cuello y la sensación de que algo iba mal. Moviéndome con cuidado para no
hacer ruido, abandoné mi postura de ovillo en el sillón y noté que el amanecer
ya había empezado. Una luz rosa anaranjada atravesaba las ventanas y con un
rápido vistazo al reloj de la mesa de noche supe que la mañana estaba entrando.
Gideon gimió y yo me quedé
inmóvil. El miedo recorrió mi cuerpo al escuchar aquel sonido. Fue un ruido
terrible, el sonido de una criatura herida física y emocionalmente. Sentí un
escalofrío cuando volvió a gemir, y todo mi cuerpo reaccionó de forma violenta
ante su tormento.
Me abalancé sobre la cama y me
subí a ella arrodillándome mientras le empujaba en el hombro.
—Gideon. Despierta.
Se
encogió apartándose de mí, acurrucándose sobre mi almohada y apretándola. Su
cuerpo se sacudió cuando de él salió un sollozo.
Me tumbé detrás de él,
envolviéndolo con un brazo alrededor de su cintura.
—Ya, cariño —susurré—. Estoy
aquí. Estoy contigo.
Le acuné mientras lloraba en su
sueño y mis lágrimas mojaron su camisa.
—Despierta, cielo —murmuró
Gideon acariciando mi mentón con sus labios—. Te necesito.
Me estiré sintiendo los dolores
persistentes de las dos últimas tardes de duro entrenamiento y las pocas horas
de sueño en el sillón antes de cambiarme a la cama para estar con él.
Tenía subida la camiseta,
dejando al aire mis pechos para su boca ávida y ansiosa. Una mano se metió bajo
la cintura de mi pantalón del chándal y, después, bajo mi ropa interior,
encontrando mi sexo y llevándome con destreza a una rápida excitación.
—Gideon... —Pude sentir la
necesidad que había en su tacto, el deseo que iba más allá de lo superficial.
Tomó mi boca haciéndome callar
con un beso. Mis caderas se arquearon mientras sus dedos se introducían dentro
de mí para follarme suavemente. Deseosa de responder a su demanda silenciosa de
algo más, me bajé el pantalón dando patadas impacientes hasta que me lo quité.
Llevé la mano a la cremallera
de sus pantalones, la abrí y aparté la tela vaquera y el algodón de sus
calzoncillos.
—Méteme dentro de ti —susurró
sobre mis labios.
Rodeé con mis dedos su gruesa
erección para colocarlo y, a continuación, me subí para recibir sus primeros
centímetros dentro de mí.
Enterrando su cara en mi
cuello, embistió sumergiéndose dentro de mí, gimiendo de placer mientras yo me
apretaba alrededor suyo.
—Por Dios, Eva. Te necesito
tanto...
Lo rodeé con mis brazos y
piernas apretándolo con fuerza.
El tiempo y el resto del mundo
dejaron de importarme. Gideon renovó todas las promesas que me había hecho en
las arenas de una playa del Caribe y yo traté de curarle, con la esperanza de
darle la fuerza que necesitaba para enfrentarse a un nuevo día.
Me estaba maquillando cuando
Gideon entró en el cuarto de baño y dejó una humeante taza de café con leche
edulcorado a mi lado, en la encimera de mármol. Sólo llevaba puestos los
pantalones del pijama, así que supuse que no iba a ir a la oficina o, al menos,
no de inmediato.
Lo miré a través del espejo
buscando alguna señal de que recordara sus sueños. Nunca le había visto tan
profundamente afectado, como si el corazón se le estuviera rompiendo.
—Eva —dijo en voz baja—,
tenemos que hablar.
—Estoy de acuerdo.
Apoyándose en la encimera,
sostuvo su taza con las dos manos. Bajó la mirada a su café durante un largo
rato antes de preguntar:
—¿Grabaste un vídeo sexual con
Brett Kline?
—¿Qué?
—Lo miré apretando la mano sobre el mango de mi brocha de maquillaje—. No. Joder,
no. ¿Por qué me preguntas eso?
Me sostuvo la mirada.
—Cuando volví del hospital la
otra noche, Deanna me estaba esperando en el portal. Tras lo que había ocurrido
con Corinne, sabía que desdeñarla había sido un error.
—Te lo dije.
—Lo sé. Tenías razón. Así que
la llevé al bar que hay calle arriba, la invité a una copa de vino y me
disculpé.
—Fuiste con ella a tomar un
vino —repetí.
—No, fui con ella para decirle
que sentía cómo la había tratado. La invité al vino para así tener un motivo
para estar sentados en el maldito bar —me corrigió malhumorado—. Supuse que tú
preferirías que la llevara a un lugar público en vez de subirla al apartamento,
que habría sido lo más conveniente y privado.
Tenía razón, y le agradecí que
pensara en mi reacción y se adaptara a ella. Pero seguía enfadada porque Deanna
hubiera conseguido tener una especie de cita con él.
Gideon debió adivinar lo que
estaba pensando, porque sus labios se curvaron hacia un lado.
—Qué posesiva eres, cielo.
Tienes suerte de que me guste tanto.
—Cállate. ¿Qué tiene que ver
Deanna con una grabación sexual? ¿Te ha dicho ella que existe? Es mentira. Está
mintiendo.
—No. Mi disculpa suavizó las
cosas lo suficiente para que me hiciese una concesión. Me habló del vídeo y me
dijo que se iba a vender en una subasta de manera inminente.
—Te digo que es una mentirosa
de mierda —repuse.
—¿Conoces a un tipo que se
llama Sam Yimara?
Todo se detuvo. La ansiedad
emergió en el fondo de mi estómago.
—Sí. Era el aspirante a
realizar los vídeos del grupo.
—Exacto. —Dio un sorbo a su
café y sus ojos me miraron con dureza por encima del borde de la taza—. Al
parecer, colocó cámaras dirigidas por control remoto en algunos de los
conciertos del grupo para así tener material entre bastidores. Asegura haber recreado
el vídeo de «Rubia» con metraje real y explícito.
—Dios mío. —Me tapé la boca y
sentí que me mareaba.
Ya era suficientemente terrible
saber que había extraños viéndonos a mí y a Brett follar, pero era un millón de
veces peor imaginarme a Gideon viéndolo. Aún podía ver su cara mientras veía el
vídeo musical, y eso ya había sido terrible. Él y yo no seríamos nunca
los mismos si veía las imágenes reales. Sabía que nunca conseguiría apartar de
mi mente imágenes de él con otra mujer. Y con el tiempo, terminarían
consumiéndome como el ácido.
—Por eso has ido a California
—susurré horrorizada.
—Deanna me dio toda la
información que tenía y he conseguido una orden temporal para evitar que Yimara
pueda ceder o vender el vídeo.
Por sus gestos, no podía estar
segura de qué era lo que estaba pensando o sintiendo. Estaba encerrado y
contenido, controlándose de manera inflexible. Mientras yo sentía cómo me
desintegraba.
—No puedes evitar que salga a
la luz —susurré.
—Contamos con un precintado
temporal durante el proceso judicial.
—Si ese vídeo llega a uno de
esos portales de internet de intercambio de archivos se
extenderá
como una plaga.
Negó con la cabeza y el filo de
su cabello negro le acarició los hombros.
—Tengo a un equipo de
informáticos dedicado en exclusiva a buscar ese archivo en internet las
veinticuatro horas del día, pero Yimara no va a ganar dinero si regala la
grabación. Sólo tiene valor si es exclusivo. No va a echar a perder esa
oportunidad antes de agotar todas las opciones, incluyendo la de vendérmelo a
mí.
—Deanna lo va a contar. Su
trabajo consiste en sacar secretos a la luz, no en esconderlos.
—Le he ofrecido una exclusiva
de veinticuatro horas de las fotos de nuestra boda si oculta esto.
—¿Y ha accedido? —pregunté
escéptica—. Esa mujer va detrás de ti. No puede quedarse contenta con el hecho
de que dejes de estar en el mercado. De forma permanente.
—Existe un punto en el que
queda claro que no tiene ninguna esperanza —dijo con frialdad—. Creo que he
conseguido llegar a ese punto. Confía en mí. Está muy contenta con el dinero
que va a hacer con la exclusiva de la boda.
Me acerqué al váter, bajé la
tapa y me senté. La realidad de lo que me había contado me hundió.
—Todo esto me da nauseas,
Gideon.
Dejó su café junto al mío y se
agachó delante de mí.
—Mírame.
Hice lo que me ordenó, pero me
resultaba difícil.
—Nunca dejaré que nadie
te haga daño —dijo—. ¿Lo entiendes? Me voy a encargar de esto.
—Lo siento —susurré—. Siento
mucho que tengas que enfrentarte a esto. Con todo lo que estás pasando...
Gideon me agarró de las manos.
—Una persona ha violado tu
intimidad, Eva. No te disculpes por ello. En cuanto a lo de enfrentarme a
esto... estoy en mi derecho. Es mi honor. Tú siempre serás lo primero.
—No parecía que fuera lo
primero en el hospital —repuse, porque necesitaba sacar el resentimiento antes
de que se enconara. Y necesitaba que él me explicara por qué siempre me
apartaba cuando trataba de protegerme—. Todo se fue al infierno y tú me
mandaste a Angus cuando lo que yo quería era quedarme allí por ti. Te fuiste en
avión a otro estado y no me llamaste... no me dijiste nada.
Apretó la mandíbula.
—Y no dormí. Dediqué cada
minuto que tenía y todos los favores que me debían para conseguir esa orden
judicial a tiempo. Tienes que confiar en mí, Eva. Aunque no entiendas lo que
estoy haciendo, confía en que siempre estoy pensando en ti y haciendo lo que es
mejor para ti. Para nosotros.
Aparté la mirada, odiando
aquella respuesta.
—Corinne está embarazada.
Dejó escapar un fuerte suspiro.
—Lo estaba, sí. De cuatro
meses.
Una palabra hizo que sintiera
un escalofrío.
—¿Estaba?
—Abortó mientras los médicos se
ocupaban de la sobredosis. Prefiero pensar que ella no sabía nada del bebé.
Estudié su rostro y traté de
ocultar el despreciable alivio que había en el mío.
—¿De
cuatro meses? Entonces, el bebé era de Giroux.
—Espero que sí —contestó
bruscamente—. Parece que él piensa que era suyo y que yo soy el responsable de
que lo haya perdido.
—Dios mío.
Gideon dejó caer la cabeza
sobre mi regazo apoyando la mejilla en mi muslo.
—Seguro que ella no sabía
nada. No podía poner en riesgo a un bebé por algo tan estúpido.
—No voy a permitir que te
culpes por esto, Gideon —dije con tono severo.
Envolvió mi cintura con sus
brazos.
—Dios. ¿Estoy maldito?
En ese momento, odié tanto a
Corinne que me puse agresiva. Ella sabía que el padre de Gideon se había
suicidado. Si conociera un poco a Gideon, habría sabido lo mucho que su propio
intento le destrozaría.
—Tú no eres el responsable de
esto. —Le pasé los dedos por el pelo para consolarle—. ¿Me oyes? Sólo Corinne
es la responsable de lo que ha pasado. Tendrá que ser ella la que viva
con lo que ha hecho, no tú ni yo.
—Eva. —Me abrazó y su aliento
cálido atravesó la seda de mi bata.
Un cuarto de hora después de
que Gideon me dejara en el baño para contestar a una llamada de Raúl, yo seguía
de pie ante el lavabo, con los ojos fijos en él.
—Vas a llegar tarde al trabajo
—dijo con voz suave acercándose a mí y abrazándome por detrás.
—Estoy pensando en llamar.
—Nunca lo había hecho, pero estaba cansada y hecha polvo. No podía imaginarme
aunando las fuerzas suficientes como para concentrarme en el trabajo como
debía.
—Podrías hacerlo, pero no va a
quedar bien cuando salgas en las fotografías de la gala de esta noche.
Lo miré a través del espejo.
—¡No vamos a ir!
—Sí que vamos a ir.
—Gideon, si sale esa grabación
mía con Brett no vas a querer que tu nombre se relacione con el mío.
Se puso rígido y, a continuación,
me dio la vuelta para que lo mirarla.
—Di eso otra vez.
—Ya me has oído. El apellido
Cross ya ha sufrido bastante, ¿no crees?
—Cielo, estoy más cerca que
nunca de tumbarte sobre mis rodillas para darte unos azotes. Por suerte para
ti, no me pongo violento cuando me enfado.
Su brusca burla no me distrajo
del hecho de que estaba decidido a proteger a la chica que yo había sido, la
chica de la que yo me avergonzaba. Estaba dispuesto a colocarse entre el
escándalo y yo, para protegerme lo mejor que pudiera y recibir el golpe en mi
lugar si llegaba el caso.
No pensé que fuera posible
quererle más de lo que ya lo hacía, pero él no dejaba de demostrarme que estaba
equivocada.
Cogió mi cara entre sus dos
manos.
—A lo que sea que nos
enfrentemos, lo haremos juntos. Y tú lo harás con mi apellido.
—Gideon...
—No sabes lo orgulloso que
estoy de que lo lleves. —Acarició mi frente con su boca—. Cuánto significa para
mí que lo hayas aceptado y lo hayas hecho tuyo.
—Oh, Gideon —Me puse de
puntillas y me abracé a él—. Cómo te quiero.
Llegué media hora tarde al
trabajo y encontré a una trabajadora temporal en la mesa de Megumi. Sonreí y la
saludé, pero la preocupación me carcomía. Asomé la cabeza en el despacho de
Mark y me disculpé efusivamente por llegar tarde. Después, llamé al móvil de
Megumi desde mi mesa, pero no contestó. Me acerqué a ver a Will.
—Tengo que hacerte una pregunta
—dije cuando llegué a su lado.
—Espero tener la respuesta
—contestó balanceándose en su silla para mirarme a través de sus modernas
gafas.
—¿A quién llama Megumi para
decir que está enferma?
—Le comunica todo a Daphne.
¿Por qué?
—Estoy preocupada. No me
devuelve las llamadas. Me pregunto si está enfadada conmigo por algo. —Cambié
el peso de un pie a otro—. Odio no saberlo y no poder ayudar.
—Bueno, si te sirve de algo,
Daphne dice que tenía una voz horrible.
—Eso no me sirve. Pero gracias.
Me dirigí de nuevo a mi mesa.
Mark me hizo una señal para que entrara en su despacho al pasar por su lado.
—Hoy cuelgan el cartel de seis
pisos de los pañuelos Tungsten.
—¿Sí?
—¿Quieres que vayamos a verlo?
—preguntó con una amplia sonrisa.
—¿De verdad? —Con lo dispersa
que estaba, la idea de salir al calor bochornoso de agosto era preferible a
sentarme en mi frío escritorio—. ¡Estaría genial!
Cogió su chaqueta del respaldo
de su sillón.
—Vámonos.
Cuando llegué a casa poco
después de las cinco encontré mi sala de estar invadida por un equipo de
esteticistas. Cary y Trey estaban acomodados en el sofá con una pringue verde
en la cara y unas toallas bajo la cabeza para proteger la tapicería blanca. Mi
madre estaba parloteando mientras le hacían un bonito peinado de ondas y rizos.
Yo me di una ducha rápida y, a
continuación, me uní a ellos. En una hora, consiguieron que pasara de ser una
persona desaliñada a otra glamurosa, dándome tiempo para pensar en todo lo que
había reprimido deliberadamente durante todo el día: el vídeo, Corinne, Giroux,
Deanna y Brett.
Alguien iba a tener que
contárselo a Brett. Ese alguien era yo.
Cuando la esteticista se me
acercó con un lápiz de labios, levanté la mano.
—Rojo, por favor.
Se detuvo un momento e inclinó
la cabeza mientas me examinaba.
—Sí, tiene razón.
Estaba conteniendo la
respiración durante una última ráfaga de laca en el cabello cuando mi teléfono
vibró dentro del bolsillo de mi bata.
—Hola, campeón —respondí al ver
el nombre de Gideon en la pantalla.
—¿De qué color vas a ir
vestida? —preguntó sin decir hola.
—Plateado.
—¿De verdad? —Su voz adquirió
un ronroneo cálido que hizo que mis dedos de los pies se encogieran—. Estoy
deseando verte vestida con él. Y sin él.
—No tendrás que esperar —le
advertí—. Más vale que traigas para acá ese culo tuyo en unos diez minutos.
—Sí, señora.
Entrecerré los ojos.
—Date prisa o no tendremos
tiempo para la limusina.
—Uf... estaré ahí en cinco
minutos.
Colgó y me quedé un momento con
el teléfono en el aire sonriendo.
—¿Quién era? —preguntó mi madre
acercándose a mí.
—Gideon.
Sus ojos se iluminaron.
—¿Te va a acompañar esta noche?
—Sí.
—¡Ay, Eva! —exclamó dándome un
abrazo—. Cuánto me alegro.
Rodeándola con mis brazos,
supuse que era un momento tan bueno como cualquier otro para empezar a difundir
la noticia del compromiso. Sabía que Gideon no iba a esperar mucho, pues
insistía en compartir nuestro matrimonio con todo el mundo.
—Le ha pedido permiso a papá
para casarse conmigo —dije en voz baja.
—¿Sí? —Cuando se apartó, estaba
sonriendo—. También ha hablado con Richard, lo que me parece que es un bonito
detalle, ¿no crees? Ya he empezado con los preparativos. Estaba pensando en
junio, en el Pierre, por supuesto. Podemos...
—Yo sugiero diciembre como muy
tarde.
Mi madre se quedó boquiabierta
y con los ojos como platos.
—No seas ridícula. No hay modo
de preparar una boda en ese espacio de tiempo. Es imposible.
Me encogí de hombros.
—Dile a Gideon que estás
pensando en junio del año que viene. Verás lo que te dice.
—¡Bueno, primero habrá que
esperar a que te pida en matrimonio de verdad!
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