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Atada a Tí - Sylvia Day - Capítulo 22

Gideon no vino a casa esa noche. Cuando miré en su apartamento al salir para el trabajo encontré las camas hechas e impolutas.
Dondequiera que hubiese pasado la noche, no había sido cerca de mí. Tras la revelación del embarazo de Corinne, me sorprendía que me hubiese dejado sola sin darme una explicación. Me sentía como si una enorme bomba hubiese explotado delante de mí y yo me hubiese quedado entre los escombros, sola y confundida.
Angus y el Bentley me esperaban abajo cuando salí a la calle. Empecé a llenarme de rabia. Cada vez que Gideon se apartaba de mí enviaba a Angus como sustituto.
—Debería haberme casado contigo, Angus —murmuré mientras entraba en el asiento trasero—. Siempre estás a mi disposición.
—Gideon se asegura de que así sea —contestó antes de cerrar la puerta.
«Siempre tan leal», pensé con amargura.
Cuando llegué al trabajo y me dijeron que Megumi seguía de baja por enfermedad me sentí tan preocupada por ella como aliviada por mí. No era propio de ella faltar al trabajo, siempre estaba en su mesa a primera hora. Así que sus repetidas ausencias me indicaban que le pasaba algo realmente malo. Pero el no tenerla allí implicaba que no se daría cuenta de mi estado de ánimo ni me haría preguntas que yo no querría responder. En realidad, no las podía responder. No tenía ni idea de dónde estaba mi marido, qué hacía ni cómo se encontraba.
Y yo me sentía furiosa y herida por ello. Lo único que no sentía era miedo. Gideon tenía razón en cuanto a que el matrimonio fomentaba una sensación de estabilidad. Yo lo tenía amarrado y él tendría que esforzarse para poder liberarse. No podía desaparecer sin más ni ignorarme eternamente. Pasara lo que pasara, tendría que enfrentarse a mí en algún momento. La única pregunta era: ¿cuándo?
Me concentré en el trabajo deseando que las horas pasaran rápidamente. Cuando salí a las cinco aún no había tenido noticias de Gideon y yo tampoco me había puesto en contacto con él. En lo que a mí respectaba, él tenía que tender un puente sobre el agujero que había provocado entre los dos.
Me dirigí a mi clase de Krav Maga después del trabajo, y Parker estuvo conmigo durante una hora.
—Esta tarde estás que te sales —dijo cuando lo tiré sobre la colchoneta por sexta o séptima vez.
No le dije que me estaba imaginando que Gideon ocupaba su lugar.
Cuando llegué a casa me encontré a Cary y a Trey en la sala de estar. Estaban comiendo bocadillos y viendo un programa de humor en la televisión.
—Tenemos muchos —dijo Trey ofreciéndome la mitad de su bocadillo—. También hay cerveza en el frigorífico.
Era un chico estupendo con gran personalidad. Y estaba enamorado de mi mejor amigo. Miré a Cary y, por un segundo, él me mostró su confusión y su dolor. A continuación, lo ocultó tras su luminosa y bonita sonrisa. Dio una palmada sobre el cojín que tenía a su lado.
—Ven a sentarte, nena.
—Claro —asentí, en parte porque no soportaba la idea de estar sola en mi habitación volviéndome loca con mis pensamientos—. Pero deja que antes me dé una ducha.
Una vez limpia y cómoda con mi chándal desgastado, fui con los dos al sofá. Me preocupé cuando me apareció un error de «no encontrado» al tratar de localizar el teléfono de Gideon con las instrucciones que él me había dado.
Terminé durmiendo en la sala de estar, prefiriendo el sofá a una cama que podía oler a mi marido desaparecido.
De todos modos, me desperté con su olor y la sensación de sus brazos alrededor de mí mientras me levantaba. Agotada, apoyé la cabeza sobre el pecho de Gideon y escuché el sonido de su corazón latiendo con fuerza y seguro. Me llevó a mi dormitorio.
—¿Dónde has estado? —murmuré.
—En California.
—¿Qué? —pregunté con una sacudida.
Él negó con la cabeza.
—Hablaremos por la mañana.
—Gideon...
—Por la mañana, Eva —dijo con severidad mientras me dejaba en la cama y me besaba con fuerza en la frente.
Le agarré de la muñeca cuando se levantó.
—No te atreverás a irte.
—No he dormido en casi dos malditos días. —En su voz había un tono de crispación que disparó las alarmas.
Apoyándome en los codos, traté de ver su cara en aquella semioscuridad, pero me resultaba muy difícil y aún no se me había ido el sueño de los ojos. Sí pude ver que llevaba unos vaqueros y una camisa de manga larga, eso fue todo.
—¿Y qué? Tienes una cama justo aquí.
Soltó un resoplido de exasperación y agotamiento.
—Túmbate. Voy a por mis pastillas.
Hasta pasado un buen rato desde que se fue no recordé que guardaba un tarro de pastillas suyas en mi baño. Se había ido solamente porque quería hacerlo. Me aparté las mantas y salí dando trompicones de la habitación, atravesando la sala de estar a oscuras para buscar mis llaves. Fui al apartamento de Gideon y entré, casi tropezándome con una maleta que habían dejado sin cuidado junto a la puerta.
Debió hacerlo con el tiempo suficiente para dejarla antes de venir a verme. Y sin embargo, no tenía ninguna intención de pasar la noche en mi cama. ¿Por qué había venido? ¿Sólo para verme dormir? ¿Para ver cómo estaba?
Joder. ¿Llegaría alguna vez a entenderle?
Lo busqué y lo encontré tumbado boca abajo en la cama del dormitorio principal, con la cabeza sobre mi almohada y aún con la ropa puesta. Las botas estaban a un metro la una de la otra a los pies de la cama, como si se las hubiese quitado rápidamente de una patada, y había dejado el teléfono y la cartera en la mesa de noche.
El teléfono fue irresistible.
Lo cogí, tecleé la palabra «cielo» en la contraseña y empecé a desplazarme por él sin pudor. No me importaba que me sorprendiera haciéndolo. Si no me daba él las
respuestas, tenía todo el derecho de buscarlas yo por mi cuenta.
Lo último que esperaba encontrar era tantas fotos mías en su álbum. Había docenas. Algunas de los dos que habían tomado los paparazzi, otras las había hecho él con su teléfono sin que yo me diera cuenta. Fotografías espontáneas que me brindaron la oportunidad de verme a través de sus ojos.
Dejé de preocuparme. Me amaba. Me adoraba. Ningún hombre me habría hecho esas fotos de no ser así, con el pelo revuelto y sin maquillaje, sin hacer nada interesante, sólo leyendo algo o de pie delante de un frigorífico abierto decidiendo qué quería coger. Imágenes mías durmiendo, comiendo o con el ceño fruncido en plena concentración... Haciendo cosas aburridas y corrientes.
Su registro de llamadas mostraba sobre todo llamadas entre él y Angus, Raúl o Scott. Había mensajes de voz de Corinne que me negué a torturarme escuchándolos, pero sí pude ver que él no le había respondido ni la había llamado desde hacía tiempo. Había llamadas entre él y gente del trabajo, un par de ellas con Arnoldo y varias con sus abogados.
Y tres llamadas que había intercambiado con Deanna Johnson.
Entrecerré los ojos. La duración variaba desde varios minutos a un cuarto de hora.
Miré sus mensajes de texto y encontré el que le había enviado a Angus cuando estábamos en el hospital.
«Necesito que la saques de aquí».
Hundiéndome en el sillón del rincón de la habitación, me quedé mirando el mensaje. «Necesito» y no «quiero». Por alguna razón, la elección de aquella palabra cambió mi percepción de lo que había ocurrido. Aún no lo entendía del todo, pero ya no me sentí tan... apartada.
También había mensajes entre él y Ireland que me pusieron contenta. No los leí, pero sí pude ver que el último le había llegado el lunes.
Dejé el teléfono donde lo había encontrado y observé al hombre al que amaba sumergido en el profundo sueño de su agotamiento. Despatarrado como estaba, vestido, aparentaba la edad que tenía. Tenía tantas responsabilidades y las cumplía con tanta fluidez..., con una naturalidad tan innata, que era fácil olvidar que fuera tan vulnerable a la saturación y al estrés del trabajo como cualquiera.
Mi obligación como esposa suya era ayudarle con ello. Pero me resultaría imposible si me dejaba fuera. Al tratar de ahorrarme preocupaciones, se echaba más carga sobre sí mismo.
Hablaríamos de ello en cuanto él hubiese descansado un poco.
Me desperté con un calambre en el cuello y la sensación de que algo iba mal. Moviéndome con cuidado para no hacer ruido, abandoné mi postura de ovillo en el sillón y noté que el amanecer ya había empezado. Una luz rosa anaranjada atravesaba las ventanas y con un rápido vistazo al reloj de la mesa de noche supe que la mañana estaba entrando.
Gideon gimió y yo me quedé inmóvil. El miedo recorrió mi cuerpo al escuchar aquel sonido. Fue un ruido terrible, el sonido de una criatura herida física y emocionalmente. Sentí un escalofrío cuando volvió a gemir, y todo mi cuerpo reaccionó de forma violenta ante su tormento.
Me abalancé sobre la cama y me subí a ella arrodillándome mientras le empujaba en el hombro.
—Gideon. Despierta.
Se encogió apartándose de mí, acurrucándose sobre mi almohada y apretándola. Su cuerpo se sacudió cuando de él salió un sollozo.
Me tumbé detrás de él, envolviéndolo con un brazo alrededor de su cintura.
—Ya, cariño —susurré—. Estoy aquí. Estoy contigo.
Le acuné mientras lloraba en su sueño y mis lágrimas mojaron su camisa.
—Despierta, cielo —murmuró Gideon acariciando mi mentón con sus labios—. Te necesito.
Me estiré sintiendo los dolores persistentes de las dos últimas tardes de duro entrenamiento y las pocas horas de sueño en el sillón antes de cambiarme a la cama para estar con él.
Tenía subida la camiseta, dejando al aire mis pechos para su boca ávida y ansiosa. Una mano se metió bajo la cintura de mi pantalón del chándal y, después, bajo mi ropa interior, encontrando mi sexo y llevándome con destreza a una rápida excitación.
—Gideon... —Pude sentir la necesidad que había en su tacto, el deseo que iba más allá de lo superficial.
Tomó mi boca haciéndome callar con un beso. Mis caderas se arquearon mientras sus dedos se introducían dentro de mí para follarme suavemente. Deseosa de responder a su demanda silenciosa de algo más, me bajé el pantalón dando patadas impacientes hasta que me lo quité.
Llevé la mano a la cremallera de sus pantalones, la abrí y aparté la tela vaquera y el algodón de sus calzoncillos.
—Méteme dentro de ti —susurró sobre mis labios.
Rodeé con mis dedos su gruesa erección para colocarlo y, a continuación, me subí para recibir sus primeros centímetros dentro de mí.
Enterrando su cara en mi cuello, embistió sumergiéndose dentro de mí, gimiendo de placer mientras yo me apretaba alrededor suyo.
—Por Dios, Eva. Te necesito tanto...
Lo rodeé con mis brazos y piernas apretándolo con fuerza.
El tiempo y el resto del mundo dejaron de importarme. Gideon renovó todas las promesas que me había hecho en las arenas de una playa del Caribe y yo traté de curarle, con la esperanza de darle la fuerza que necesitaba para enfrentarse a un nuevo día.
Me estaba maquillando cuando Gideon entró en el cuarto de baño y dejó una humeante taza de café con leche edulcorado a mi lado, en la encimera de mármol. Sólo llevaba puestos los pantalones del pijama, así que supuse que no iba a ir a la oficina o, al menos, no de inmediato.
Lo miré a través del espejo buscando alguna señal de que recordara sus sueños. Nunca le había visto tan profundamente afectado, como si el corazón se le estuviera rompiendo.
—Eva —dijo en voz baja—, tenemos que hablar.
—Estoy de acuerdo.
Apoyándose en la encimera, sostuvo su taza con las dos manos. Bajó la mirada a su café durante un largo rato antes de preguntar:
—¿Grabaste un vídeo sexual con Brett Kline?
—¿Qué? —Lo miré apretando la mano sobre el mango de mi brocha de maquillaje—. No. Joder, no. ¿Por qué me preguntas eso?
Me sostuvo la mirada.
—Cuando volví del hospital la otra noche, Deanna me estaba esperando en el portal. Tras lo que había ocurrido con Corinne, sabía que desdeñarla había sido un error.
—Te lo dije.
—Lo sé. Tenías razón. Así que la llevé al bar que hay calle arriba, la invité a una copa de vino y me disculpé.
—Fuiste con ella a tomar un vino —repetí.
—No, fui con ella para decirle que sentía cómo la había tratado. La invité al vino para así tener un motivo para estar sentados en el maldito bar —me corrigió malhumorado—. Supuse que tú preferirías que la llevara a un lugar público en vez de subirla al apartamento, que habría sido lo más conveniente y privado.
Tenía razón, y le agradecí que pensara en mi reacción y se adaptara a ella. Pero seguía enfadada porque Deanna hubiera conseguido tener una especie de cita con él.
Gideon debió adivinar lo que estaba pensando, porque sus labios se curvaron hacia un lado.
—Qué posesiva eres, cielo. Tienes suerte de que me guste tanto.
—Cállate. ¿Qué tiene que ver Deanna con una grabación sexual? ¿Te ha dicho ella que existe? Es mentira. Está mintiendo.
—No. Mi disculpa suavizó las cosas lo suficiente para que me hiciese una concesión. Me habló del vídeo y me dijo que se iba a vender en una subasta de manera inminente.
—Te digo que es una mentirosa de mierda —repuse.
—¿Conoces a un tipo que se llama Sam Yimara?
Todo se detuvo. La ansiedad emergió en el fondo de mi estómago.
—Sí. Era el aspirante a realizar los vídeos del grupo.
—Exacto. —Dio un sorbo a su café y sus ojos me miraron con dureza por encima del borde de la taza—. Al parecer, colocó cámaras dirigidas por control remoto en algunos de los conciertos del grupo para así tener material entre bastidores. Asegura haber recreado el vídeo de «Rubia» con metraje real y explícito.
—Dios mío. —Me tapé la boca y sentí que me mareaba.
Ya era suficientemente terrible saber que había extraños viéndonos a mí y a Brett follar, pero era un millón de veces peor imaginarme a Gideon viéndolo. Aún podía ver su cara mientras veía el vídeo musical, y eso ya había sido terrible. Él y yo no seríamos nunca los mismos si veía las imágenes reales. Sabía que nunca conseguiría apartar de mi mente imágenes de él con otra mujer. Y con el tiempo, terminarían consumiéndome como el ácido.
—Por eso has ido a California —susurré horrorizada.
—Deanna me dio toda la información que tenía y he conseguido una orden temporal para evitar que Yimara pueda ceder o vender el vídeo.
Por sus gestos, no podía estar segura de qué era lo que estaba pensando o sintiendo. Estaba encerrado y contenido, controlándose de manera inflexible. Mientras yo sentía cómo me desintegraba.
—No puedes evitar que salga a la luz —susurré.
—Contamos con un precintado temporal durante el proceso judicial.
—Si ese vídeo llega a uno de esos portales de internet de intercambio de archivos se
extenderá como una plaga.
Negó con la cabeza y el filo de su cabello negro le acarició los hombros.
—Tengo a un equipo de informáticos dedicado en exclusiva a buscar ese archivo en internet las veinticuatro horas del día, pero Yimara no va a ganar dinero si regala la grabación. Sólo tiene valor si es exclusivo. No va a echar a perder esa oportunidad antes de agotar todas las opciones, incluyendo la de vendérmelo a mí.
—Deanna lo va a contar. Su trabajo consiste en sacar secretos a la luz, no en esconderlos.
—Le he ofrecido una exclusiva de veinticuatro horas de las fotos de nuestra boda si oculta esto.
—¿Y ha accedido? —pregunté escéptica—. Esa mujer va detrás de ti. No puede quedarse contenta con el hecho de que dejes de estar en el mercado. De forma permanente.
—Existe un punto en el que queda claro que no tiene ninguna esperanza —dijo con frialdad—. Creo que he conseguido llegar a ese punto. Confía en mí. Está muy contenta con el dinero que va a hacer con la exclusiva de la boda.
Me acerqué al váter, bajé la tapa y me senté. La realidad de lo que me había contado me hundió.
—Todo esto me da nauseas, Gideon.
Dejó su café junto al mío y se agachó delante de mí.
—Mírame.
Hice lo que me ordenó, pero me resultaba difícil.
Nunca dejaré que nadie te haga daño —dijo—. ¿Lo entiendes? Me voy a encargar de esto.
—Lo siento —susurré—. Siento mucho que tengas que enfrentarte a esto. Con todo lo que estás pasando...
Gideon me agarró de las manos.
—Una persona ha violado tu intimidad, Eva. No te disculpes por ello. En cuanto a lo de enfrentarme a esto... estoy en mi derecho. Es mi honor. Tú siempre serás lo primero.
—No parecía que fuera lo primero en el hospital —repuse, porque necesitaba sacar el resentimiento antes de que se enconara. Y necesitaba que él me explicara por qué siempre me apartaba cuando trataba de protegerme—. Todo se fue al infierno y tú me mandaste a Angus cuando lo que yo quería era quedarme allí por ti. Te fuiste en avión a otro estado y no me llamaste... no me dijiste nada.
Apretó la mandíbula.
—Y no dormí. Dediqué cada minuto que tenía y todos los favores que me debían para conseguir esa orden judicial a tiempo. Tienes que confiar en mí, Eva. Aunque no entiendas lo que estoy haciendo, confía en que siempre estoy pensando en ti y haciendo lo que es mejor para ti. Para nosotros.
Aparté la mirada, odiando aquella respuesta.
—Corinne está embarazada.
Dejó escapar un fuerte suspiro.
—Lo estaba, sí. De cuatro meses.
Una palabra hizo que sintiera un escalofrío.
—¿Estaba?
—Abortó mientras los médicos se ocupaban de la sobredosis. Prefiero pensar que ella no sabía nada del bebé.
Estudié su rostro y traté de ocultar el despreciable alivio que había en el mío.
—¿De cuatro meses? Entonces, el bebé era de Giroux.
—Espero que sí —contestó bruscamente—. Parece que él piensa que era suyo y que yo soy el responsable de que lo haya perdido.
—Dios mío.
Gideon dejó caer la cabeza sobre mi regazo apoyando la mejilla en mi muslo.
—Seguro que ella no sabía nada. No podía poner en riesgo a un bebé por algo tan estúpido.
—No voy a permitir que te culpes por esto, Gideon —dije con tono severo.
Envolvió mi cintura con sus brazos.
—Dios. ¿Estoy maldito?
En ese momento, odié tanto a Corinne que me puse agresiva. Ella sabía que el padre de Gideon se había suicidado. Si conociera un poco a Gideon, habría sabido lo mucho que su propio intento le destrozaría.
—Tú no eres el responsable de esto. —Le pasé los dedos por el pelo para consolarle—. ¿Me oyes? Sólo Corinne es la responsable de lo que ha pasado. Tendrá que ser ella la que viva con lo que ha hecho, no tú ni yo.
—Eva. —Me abrazó y su aliento cálido atravesó la seda de mi bata.
Un cuarto de hora después de que Gideon me dejara en el baño para contestar a una llamada de Raúl, yo seguía de pie ante el lavabo, con los ojos fijos en él.
—Vas a llegar tarde al trabajo —dijo con voz suave acercándose a mí y abrazándome por detrás.
—Estoy pensando en llamar. —Nunca lo había hecho, pero estaba cansada y hecha polvo. No podía imaginarme aunando las fuerzas suficientes como para concentrarme en el trabajo como debía.
—Podrías hacerlo, pero no va a quedar bien cuando salgas en las fotografías de la gala de esta noche.
Lo miré a través del espejo.
—¡No vamos a ir!
—Sí que vamos a ir.
—Gideon, si sale esa grabación mía con Brett no vas a querer que tu nombre se relacione con el mío.
Se puso rígido y, a continuación, me dio la vuelta para que lo mirarla.
—Di eso otra vez.
—Ya me has oído. El apellido Cross ya ha sufrido bastante, ¿no crees?
—Cielo, estoy más cerca que nunca de tumbarte sobre mis rodillas para darte unos azotes. Por suerte para ti, no me pongo violento cuando me enfado.
Su brusca burla no me distrajo del hecho de que estaba decidido a proteger a la chica que yo había sido, la chica de la que yo me avergonzaba. Estaba dispuesto a colocarse entre el escándalo y yo, para protegerme lo mejor que pudiera y recibir el golpe en mi lugar si llegaba el caso.
No pensé que fuera posible quererle más de lo que ya lo hacía, pero él no dejaba de demostrarme que estaba equivocada.
Cogió mi cara entre sus dos manos.
—A lo que sea que nos enfrentemos, lo haremos juntos. Y tú lo harás con mi apellido.
—Gideon...
—No sabes lo orgulloso que estoy de que lo lleves. —Acarició mi frente con su boca—. Cuánto significa para mí que lo hayas aceptado y lo hayas hecho tuyo.
—Oh, Gideon —Me puse de puntillas y me abracé a él—. Cómo te quiero.
Llegué media hora tarde al trabajo y encontré a una trabajadora temporal en la mesa de Megumi. Sonreí y la saludé, pero la preocupación me carcomía. Asomé la cabeza en el despacho de Mark y me disculpé efusivamente por llegar tarde. Después, llamé al móvil de Megumi desde mi mesa, pero no contestó. Me acerqué a ver a Will.
—Tengo que hacerte una pregunta —dije cuando llegué a su lado.
—Espero tener la respuesta —contestó balanceándose en su silla para mirarme a través de sus modernas gafas.
—¿A quién llama Megumi para decir que está enferma?
—Le comunica todo a Daphne. ¿Por qué?
—Estoy preocupada. No me devuelve las llamadas. Me pregunto si está enfadada conmigo por algo. —Cambié el peso de un pie a otro—. Odio no saberlo y no poder ayudar.
—Bueno, si te sirve de algo, Daphne dice que tenía una voz horrible.
—Eso no me sirve. Pero gracias.
Me dirigí de nuevo a mi mesa. Mark me hizo una señal para que entrara en su despacho al pasar por su lado.
—Hoy cuelgan el cartel de seis pisos de los pañuelos Tungsten.
—¿Sí?
—¿Quieres que vayamos a verlo? —preguntó con una amplia sonrisa.
—¿De verdad? —Con lo dispersa que estaba, la idea de salir al calor bochornoso de agosto era preferible a sentarme en mi frío escritorio—. ¡Estaría genial!
Cogió su chaqueta del respaldo de su sillón.
—Vámonos.
Cuando llegué a casa poco después de las cinco encontré mi sala de estar invadida por un equipo de esteticistas. Cary y Trey estaban acomodados en el sofá con una pringue verde en la cara y unas toallas bajo la cabeza para proteger la tapicería blanca. Mi madre estaba parloteando mientras le hacían un bonito peinado de ondas y rizos.
Yo me di una ducha rápida y, a continuación, me uní a ellos. En una hora, consiguieron que pasara de ser una persona desaliñada a otra glamurosa, dándome tiempo para pensar en todo lo que había reprimido deliberadamente durante todo el día: el vídeo, Corinne, Giroux, Deanna y Brett.
Alguien iba a tener que contárselo a Brett. Ese alguien era yo.
Cuando la esteticista se me acercó con un lápiz de labios, levanté la mano.
—Rojo, por favor.
Se detuvo un momento e inclinó la cabeza mientas me examinaba.
—Sí, tiene razón.
Estaba conteniendo la respiración durante una última ráfaga de laca en el cabello cuando mi teléfono vibró dentro del bolsillo de mi bata.
—Hola, campeón —respondí al ver el nombre de Gideon en la pantalla.
—¿De qué color vas a ir vestida? —preguntó sin decir hola.
—Plateado.
—¿De verdad? —Su voz adquirió un ronroneo cálido que hizo que mis dedos de los pies se encogieran—. Estoy deseando verte vestida con él. Y sin él.
—No tendrás que esperar —le advertí—. Más vale que traigas para acá ese culo tuyo en unos diez minutos.
—Sí, señora.
Entrecerré los ojos.
—Date prisa o no tendremos tiempo para la limusina.
—Uf... estaré ahí en cinco minutos.
Colgó y me quedé un momento con el teléfono en el aire sonriendo.
—¿Quién era? —preguntó mi madre acercándose a mí.
—Gideon.
Sus ojos se iluminaron.
—¿Te va a acompañar esta noche?
—Sí.
—¡Ay, Eva! —exclamó dándome un abrazo—. Cuánto me alegro.
Rodeándola con mis brazos, supuse que era un momento tan bueno como cualquier otro para empezar a difundir la noticia del compromiso. Sabía que Gideon no iba a esperar mucho, pues insistía en compartir nuestro matrimonio con todo el mundo.
—Le ha pedido permiso a papá para casarse conmigo —dije en voz baja.
—¿Sí? —Cuando se apartó, estaba sonriendo—. También ha hablado con Richard, lo que me parece que es un bonito detalle, ¿no crees? Ya he empezado con los preparativos. Estaba pensando en junio, en el Pierre, por supuesto. Podemos...
—Yo sugiero diciembre como muy tarde.
Mi madre se quedó boquiabierta y con los ojos como platos.
—No seas ridícula. No hay modo de preparar una boda en ese espacio de tiempo. Es imposible.
Me encogí de hombros.
—Dile a Gideon que estás pensando en junio del año que viene. Verás lo que te dice.
—¡Bueno, primero habrá que esperar a que te pida en matrimonio de verdad!

—Cierto. —La besé en la mejilla—. Voy a vestirme.

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