Leer libros online, de manera gratuita!!

Estimados lectores nos hemos renovado a un nuevo blog, con más libros!!, puede visitarlo aquí: eroticanovelas.blogspot.com

Últimos libros agregados

Últimos libros agregados:

¡Ver más libros!

Atada a Tí - Sylvia Day - Capítulo 13

Quizá fuera porque yo misma acababa de tener sexo por lo que advertí los síntomas de Megumi. O quizá fuera porque mi radar sexual, como lo llamaba Cary, ya no estaba estropeado. Cualquiera que fuera el motivo, supe que mi amiga se había acostado con el hombre con el que tenía pensado romper y estuve segura de que no se alegraba de ello.
—¿Has roto o no? —pregunté inclinándome sobre el mostrador de recepción.
—Creo que sí —contestó abatida—. Pero después de haberme acostado otra vez con él. Supuse que sería liberador. Además, quién sabe cuánto me va a durar la época de sequía.
—¿Estás replanteándote tu decisión de cortar?
—La verdad es que no. Él se ha mostrado muy dolido, como si le hubiese utilizado para el sexo. Y supongo que ha sido así, pero es de los que no quieren comprometerse. Imaginé que no habría problemas con echar un polvo rápido a mediodía sin compromiso alguno.
—Así que ahora estás hecha un lío —le dije dedicándole una sonrisa compasiva—. Recuerda que se trata del mismo hombre que no te había llamado desde el viernes. Ha conseguido comer con una chica guapa y, después, un orgasmo. No está nada mal.
Inclinó la cabeza a un lado.
—Sí.
—Sí.
El ánimo se le levantó visiblemente.
—¿Vas a ir al gimnasio esta noche, Eva?
—Debería, pero mi padre está en la ciudad y dependerá de lo que tenga planeado. Si vamos, serás bienvenida para acompañarnos. Pero no lo sabré hasta que termine de trabajar.
—No quiero molestar.
—¿Es eso una excusa?
Sonrió avergonzada.
—Puede que un poco.
—Si quieres, puedes venir a casa conmigo al salir del trabajo y así lo conoces. Si quiere ir al gimnasio puedo dejarte algo mío para que te lo pongas. Si no, ya se nos ocurrirá otra cosa que hacer.
—Me parece bien.
—Vale, quedamos en eso. —Nos vendría bien a las dos. Mi padre podría tener otra visión de normalidad en mi vida y a Megumi le evitaría estar torturándose mientras pensaba en Michael—. Salimos a las cinco.
—¿Vives aquí? —Megumi inclinó la cabeza hacia atrás para ver mi edificio—. Es bonito.
Como el resto de los edificios de la calle bordeada de árboles, tenía historia y hacía alarde de ella con detalles arquitectónicos que los constructores actuales ya no utilizaban. El edificio había sido remodelado y ahora cobijaba a los residentes con un moderno saliente de cristal sobre la puerta de entrada. Aquella incorporación engranaba sorprendentemente bien con la fachada.
—Vamos —le dije sonriendo a Paul cuando éste nos abrió la puerta.
Cuando salimos del ascensor en mi planta, me obligué a no mirar hacia la puerta de Gideon. ¿Cómo sería llevar a una amiga a una casa que compartiera con Gideon?
Deseé hacerlo. Quería construir algo así con él.
Abrí la cerradura de mi apartamento y cogí el bolso de Megumi cuando entramos.
—Estás en tu casa. Voy a decirle a mi padre que estamos aquí.
Miró con los ojos abiertos de par en par la espaciosa sala de estar y la cocina.
—Esta casa es enorme.
—La verdad es que no necesitamos tanto espacio.
—Pero ¿quién se iba a quejar? —dijo sonriendo.
—Es verdad.
Me estaba girando hacia el pasillo que llevaba al cuarto de invitados cuando mi madre salió del distribuidor que daba a mi dormitorio y al de Cary y que estaba enfrente de la sala de estar. Me detuve, asombrada al ver que llevaba puesta una falda y una blusa mías.
—¿Mamá? ¿Qué haces aquí?
Sus ojos enrojecidos se fijaron en algún lugar a la altura de mi cintura y tenía la piel lo suficientemente pálida como para hacer que su maquillaje pareciera recargado. Fue entonces cuando me di cuenta de que también había utilizado mis productos de cosmética. Aunque en algunas ocasiones nos habían tomado por hermanas, mis ojos grises y el tono de mi piel de un suave color oliva venían de mi padre y necesitaba una paleta de colores diferente a los tonos pastel que usaba mi madre.
Tuve una sensación de mareo.
—¿Mamá?
—Tengo que irme. —No me miró a los ojos—. No me había dado cuenta de que era tan tarde.
—¿Por qué llevas puesta mi ropa? —pregunté, a pesar de saber la respuesta.
—Me he manchado el vestido. Te la devolveré. —Pasó rápidamente por mi lado y, de nuevo, se detuvo de repente al ver a Megumi.
Yo no podía moverme. Sentía los pies clavados a la alfombra. Cerré las manos en un puño. Sabía identificar cuándo alguien acababa de tener sexo sólo con verlo. Sentí un nudo en el pecho por la rabia y la decepción.
—Hola, Monica. —Megumi se acercó para darle un abrazo—. ¿Cómo estás?
—Hola, Megumi. —Mi madre se esforzaba claramente, tratando de buscar algo más que decir—. Me alegro de verte. Ojalá pudiera quedarme para salir con vosotras, pero lo cierto es que tengo prisa.
—¿Está Clancy aquí? —pregunté, pues no había prestado atención al resto de vehículos que había en la calle al llegar.
—No. Tomaré un taxi. —Seguía sin mirarme a los ojos, pese a haber girado la cabeza hacia mí.
—Megumi, ¿te importaría compartir un taxi con mi madre? Siento dejarte plantada, pero, de repente, no me encuentro bien.
—Claro. —Me miró a la cara y vi que se había dado cuenta del cambio en mi estado de ánimo—. Sin problema.
Mi madre me miró entonces y no se me ocurrió nada que decirle. Me indignaba su mirada de culpa casi tanto como la idea de que hubiese engañado a Stanton. Si iba a hacerlo, podría, al menos, admitirlo.
Mi padre eligió ese momento para unirse a nosotras. Entró en la habitación vestido
con unos vaqueros y una camiseta, descalzo y con el pelo aún mojado de la ducha.
Como siempre, mi suerte no podía ser peor.
—Papá, ésta es mi amiga Megumi. Megumi, éste es mi padre, Victor Reyes.
Mientras él se acercaba a Megumi para darle la mano, mis padres evitaron mirarse. Aquella precaución no sirvió para ocultar la electricidad que había entre ellos.
—Había pensado que podríamos salir —le dije para llenar aquel repentino e incómodo silencio—, pero ya no me apetece.
—Tengo que irme —volvió a decir mi madre cogiendo su bolso—. Megumi, ¿te vienes conmigo?
—Sí, por favor. —Mi amiga se despidió de mí con un abrazo—. Te llamo luego para ver cómo estás.
—Gracias. —La cogí de la mano y se la apreté antes de que se apartara.
En el momento en que la puerta se cerró tras ellos, me dirigí a mi habitación.
Mi padre vino detrás.
—Eva, espera.
—Ahora mismo no quiero hablar contigo.
—No seas pueril con esto.
—¿Perdona? —Me di la vuelta para mirarle—. Mi padrastro paga este apartamento. Quería que yo tuviera un lugar con un buen sistema de seguridad para así estar a salvo de Nathan. ¿Estabas pensando en eso cuando te follabas a su mujer?
—Cuidado con lo que dices. Sigues siendo mi hija.
—Tienes razón. ¿Y sabes qué? —Caminé de espaldas hacia el pasillo—. Nunca me había sentido avergonzada de ello hasta ahora.
Me tumbé en la cama mirando al techo, deseando poder estar con Gideon. Pero sabía que estaba en terapia con el doctor Petersen.
Le envié un mensaje a Cary: «Te necesito. Ven a casa cuanto antes».
Eran casi las siete cuando alguien llamó a la puerta de mi habitación.
—Nena, soy yo. Déjame entrar.
Me abalancé sobre la puerta para abrirla y me eché en sus brazos, abrazándolo con fuerza. Él me levantó del suelo y me metió en la habitación cerrando la puerta con una patada.
Me dejó en la cama y se sentó a mi lado con su brazo alrededor de mis hombros. Olía bien, a su habitual agua de colonia. Me eché sobre él, agradecida por su amistad incondicional.
—Mis padres se acuestan juntos —dije un rato después.
—Sí, ya lo sé.
Incliné la cabeza hacia atrás para mirarle.
Hizo una mueca.
—Los oí cuando salía hacia la sesión de fotos esta tarde.
—¡Puaj! —El estómago se me revolvió.
—Sí, a mí tampoco me parece bien —murmuró. Me pasó los dedos por el pelo—. Tu padre está en el sofá y parece hecho polvo. ¿Le has dicho algo?
—Por desgracia, sí. He sido mezquina y ahora me siento fatal. Necesito hablar con él, pero se me hace raro, porque la persona con la que quiero ser más leal es con Stanton. Ni siquiera me gusta ese hombre la mitad de las veces.
—Ha sido bueno contigo y con tu madre. Y que le engañen a uno nunca es plato de buen gusto.
Dejé escapar un gruñido.
—Me habría enfadado menos si hubiesen ido a otro sitio. Es decir, seguiría pareciéndome mal, pero esto es territorio de Stanton. Eso hace que sea aún peor.
—Es verdad —confirmó él.
—¿Qué te parecería si nos mudáramos?
Me miró sorprendido.
—¿Porque tus padres han echado un polvo aquí?
—No. —Me puse de pie y empecé a caminar por la habitación—. La seguridad fue la razón por la que elegimos este apartamento. Era lógico dejar que Stanton me ayudara cuando Nathan era una amenaza y la seguridad una prioridad, pero ahora... —Lo miré—. Ahora todo es diferente. Ya no me parece que sea lo correcto.
—¿Mudarnos adónde? ¿A algún sitio de Nueva York que nos podamos permitir nosotros solos? ¿O fuera de Nueva York?
—Yo no quiero irme de Nueva York —dije para tranquilizarle—. Tu trabajo está aquí. Y el mío también.
Y Gideon.
Cary se encogió de hombros.
—Claro. Lo que tú digas. Estoy de acuerdo.
Me acerqué hasta donde él seguía sentado y le abracé.
—¿Te importaría pedir que trajeran algo para cenar mientras hablo con mi padre?
—¿Se te ocurre algo en particular?
—No. Sorpréndeme.
Fui con mi padre al sofá. Había estado mirando cosas en internet con mi tableta, pero la dejó a un lado cuando me senté.
—Siento lo que te dije antes —empecé—. No era en serio.
—Sí que lo era. —Se rascó la nuca con actitud de agotamiento—. Y no te culpo. No me siento muy orgulloso de mí mismo en este momento. Y no tengo excusas. Debería haberlo hecho mejor. Y ella también.
Subí las piernas y me senté mirándole con el hombro apoyado en el respaldo del sofá.
—Hay entre vosotros mucha química. Yo sé lo que es eso.
Me lanzó una mirada interrogante, con sus grises ojos tormentosos y serios.
—Es lo que tienes con Cross. Lo vi cuando vino a cenar. ¿Vas a tratar de arreglar las cosas con él?
—Me gustaría. ¿Te plantea eso algún problema?
—¿Te quiere?
—Sí. —Sonreí—. Pero más que eso, me... necesita. No hay nada que no esté dispuesto a hacer por mí.
—Entonces, ¿por qué no estáis juntos?
—Bueno... es algo complicado.
—¿No lo es siempre? —preguntó con tristeza—. Mira, debes saber que... He querido a tu madre desde el momento en que la vi. Lo que ha pasado hoy no debería haber ocurrido, pero para mí ha significado algo.
—Lo entiendo. —Le cogí la mano—. ¿Y qué va a pasar ahora?
—Me voy a casa mañana. Voy a intentar aclararme la mente.
—Cary y yo hemos estado hablando de ir a San Diego dentro de dos fines de semana. Habíamos pensado ir a casa y quedarnos allí. Verte a ti, y al doctor Travis.
—¿Hablaste con Travis sobre lo que te pasó?
—Sí. Me salvaste la vida al ponerme en contacto con él —dije con sinceridad—. No puedo estarte más agradecida. Mamá me había estado enviando a un montón de psiquiatras estirados y no supe conectar con ninguno de ellos. Me sentía como un caso práctico de estudio. El doctor Travis hizo que me sintiera normal. Además, allí conocí a Cary.
—¿Habéis dejado ya de hablar de mí? —Justo en ese momento, Cary entró en la habitación enarbolando un menú de comida para llevar—. Sé que soy fascinante, pero quizá deberíais ahorrar saliva para la comida tailandesa que van a traer. He pedido una tonelada.
Mi padre tomaba el vuelo de las once que salía de Nueva York, así que tuve que dejar que fuese Cary quien lo despidiera. Nos dijimos adiós antes de irme a trabajar, prometiéndonos hacer planes para el viaje a San Diego la próxima vez que habláramos.
Yo iba en el asiento trasero de un taxi camino del trabajo cuando Brett me llamó. Por un momento, consideré desviar la llamada al buzón de voz pero, después, decidí afrontarla y respondí.
—Hola.
—Hola, preciosa. —Su voz hizo que mi sentido común se aplastara como si se tratara de chocolate caliente—. ¿Lista para mañana?
—Lo estaré. ¿A qué hora es el lanzamiento del vídeo? ¿Cuándo tenemos que estar en Times Square?
—Se supone que llegamos a las seis.
—Vale. No sé qué ponerme.
—Estarás fantástica con cualquier cosa.
—Esperemos que sí. ¿Cómo va la gira?
—Me lo estoy pasando como nunca —respondió riéndose, y aquel sonido ronco y sensual me trajo recuerdos—. Ha sido un larguísimo camino desde el bar de Pete.
—Ah, Pete. —Nunca olvidaría ese bar, aunque algunas de las noches que pasé allí estaban un poco confusas—. ¿Estás nervioso por lo de mañana?
—Sí. Voy a verte. Estoy deseándolo.
—No es a eso a lo que me refería, y lo sabes.
—También estoy nervioso por el lanzamiento del vídeo. —Volvió a reírse—. Ojalá pudiese verte esta noche, pero voy a coger un vuelo nocturno al JFK. Aunque sí quiero que cenemos mañana.
—¿Puede venir Cary? Ya le he invitado al lanzamiento del vídeo. Los dos os conocéis, así que supuse que no te importaría. Al menos, no mucho.
Soltó un bufido.
—No necesitas ninguna carabina, Eva. Sé controlarme.
El taxi se detuvo delante del edificio Crossfire y el conductor paró el taxímetro. Le pasé dinero por la ranura del plexiglás y me bajé, dejando la puerta abierta para el hombre que se abalanzaba corriendo para montarse.
—Creía que Cary te caía bien.
—Y me cae bien, pero me gusta más tenerte para mí solo. ¿Qué te parece si los dos
cedemos y acordamos que Cary venga al lanzamiento y tú vengas sola a cenar?
—De acuerdo. —Supuse que no estaría mal hacer que aquella situación fuera más fácil para Gideon si elegía un restaurante suyo—. ¿Hago yo la reserva?
—Genial.
—Tengo que dejarte. Estoy llegando al trabajo.
—Envíame tu dirección por mensaje para saber dónde recogerte.
—Luego lo hago. —Pasé por la puerta giratoria y me dirigí a los torniquetes de entrada—. Mañana hablamos.
—Lo estoy deseando. Te veo a eso de las cinco.
Me guardé el teléfono y entré en el ascensor más cercano que estaba abierto. Cuando estuve arriba y me abrieron las puertas de seguridad de cristal, Megumi me saludó poniéndome el teléfono delante de la cara.
—¿Te lo puedes creer? —preguntó
Me retiré lo suficiente para poder enfocar la vista en la pantalla.
—Tres llamadas perdidas de Michael.
Odio a los tíos como él —se quejó—. Inconstantes y dispersos. Te quieren hasta que te tienen y, después, a otra cosa.
—Pues díselo.
—¿En serio?
—Desde luego. Podrías no hacer caso de sus llamadas, pero eso te volvería loca. Pero no aceptes quedar con él. Volver a acostarte con él estaría mal.
—De acuerdo —asintió Megumi—. El sexo es malo, incluso cuando es bueno.
Riéndome, me dirigí a mi mesa. Tenía otras cosas que hacer aparte de dirigir la vida amorosa de los demás. Mark estaba compatibilizando varias cuentas a la vez y tenía tres campañas a punto de terminar. Los creativos estaban trabajando y las maquetas estaban poco a poco inundando su mesa. Ésa era mi parte favorita, ver cómo todos los diseños de estrategia se juntaban.
A las diez, Mark y yo estábamos debatiendo en profundidad los distintos enfoques de una campaña de publicidad de un abogado de divorcios. Tratábamos de encontrar la combinación exacta de comprensión por un momento difícil en la vida de una persona y las cualidades más valoradas en un abogado, su capacidad de ser astuto e implacable.
—Yo nunca voy a necesitar a uno de éstos —dijo él de buenas a primeras.
—No —respondí yo después de que mi cerebro captara que se estaba refiriendo a abogados de divorcios—. Nunca lo vas a necesitar. Estoy deseando ver a Steven en la comida para felicitarle. Estoy contentísima por vosotros dos.
La sonrisa de Mark dejó a la vista sus dientes torcidos y me parecieron bonitos.
—Nunca he sido más feliz.
Eran casi las once y habíamos pasado a la campaña de un fabricante de guitarras cuando sonó mi teléfono. Fui corriendo a mi mesa para cogerlo y mi saludo habitual se vio interrumpido por un chillido.
—¡Dios mío, Eva! ¡Acabo de enterarme de que las dos vamos a estar mañana en esa cosa de los Six-Ninths!
—¿Ireland?
—¿Quién iba a ser? —La hermana de Gideon estaba tan emocionada que parecía aún más joven que sus diecisiete años—. Me encantan los Six-Ninths. Brett Kline está buenísimo. Y también Darrin Rumsfeld. Es el batería. Está como un queso.
Me reí.
—¿Por casualidad te gusta también la música que hacen?
—¡Uf! Desde luego. —Su voz se volvió seria—. Oye, creo que mañana deberías tratar de hablar con Gideon. Ya sabes, en plan ir de paso y saludar. Si abres esa puerta estoy segura de que va a ir a por todas. Te lo juro. Te echa mucho de menos.
Me apoyé en el respaldo de mi silla y le seguí el juego.
—¿Tú crees?
—Está clarísimo.
—¿De verdad? ¿Por qué?
—No lo sé. Por cómo le cambia la voz cuando habla de ti. No sé explicártelo, pero te lo digo en serio, se muere porque vuelvas con él. Fuiste tú quien le dijiste que me llevara con él mañana, ¿verdad?
—No exactamente...
—¡Ja! Lo sabía. Siempre te hace caso. —Se rio—. Gracias, por cierto.
—Dale las gracias a él. Yo sólo tenía ganas de volver a verte.
Ireland era la única persona de la familia de Gideon por la que él sentía un cariño sin lacra, aunque se esforzaba mucho porque no se le notara. Yo creía que tenía miedo de que lo decepcionara o de echarlo a perder de alguna forma. No estaba segura de qué ocurría, pero sí sabía que Ireland adoraba a su hermano y él mantenía las distancias, pese a estar tan terriblemente necesitado de amor.
—Prométeme que intentarás hablar con él —insistió—. Sigues queriéndole, ¿verdad?
—Más que nunca —contesté fervientemente.
Ella se quedó en silencio un momento.
—Ha cambiado desde que te conoció —dijo después.
—Eso creo. Yo también he cambiado. —Me incorporé cuando Mark salió de su despacho—. Tengo que seguir trabajando, pero nos pondremos al día mañana. Y haremos planes para ese día sólo para chicas del que hablamos.
—Eres un cielo. ¡Hasta luego!
Colgué, encantada de que Gideon hubiese cumplido haciendo planes con Ireland. Estábamos avanzando, juntos y por separado.
—Pasos de bebé —susurré. Y a continuación, volví al trabajo.
A mediodía, Mark y yo salimos para reunirnos con Steven en un bistró francés. Cuando entramos en el restaurante fue fácil localizar a la pareja de Mark, incluso a pesar de las dimensiones del lugar y la cantidad de comensales.
Steven Ellison era un hombre grande —alto, de espaldas anchas y muy musculoso—. Era dueño de su propia empresa de construcción y le gustaba trabajar en las obras mismas con sus hombres. Pero era su pelo de un rojo magnífico lo que de verdad llamaba la atención. Su hermana Shawna tenía el mismo color de pelo y el mismo carácter divertido.
—¡Hola! —Lo saludé con un beso en la mejilla, pues podía mostrarme más familiar con él que con mi jefe—. Felicidades.
—Gracias, querida. Mark va a convertirme por fin en un hombre honesto.
—Para eso hace falta algo más que el matrimonio —respondió Mark retirando una silla para que yo me sentara.
—¿Cuándo no he sido honesto contigo? —protestó Steven.
—Pues, veamos. —Mark me acomodó en mi silla y, a continuación, se sentó en la que estaba a mi lado—. ¿Qué me dices de esa vez que juraste que el matrimonio no era para ti?
—Ah, yo nunca dije que no fuera para mí. —Steven me guiñó sus ojos azules y traviesos—. Sólo dije que no era para la mayoría de la gente.
—Estaba muy nervioso antes de preguntártelo —le dije—. Me dio pena.
—Sí —Mark ojeó el menú—. Ella es testigo de tu cruel e inusual castigo.
—Le doy pena —replicó Steven—. Yo le cortejé con vino, rosas y música de violines. Pasé días ensayando mi declaración. Aún sigo abatido.
Puso los ojos en blanco, pero estuve segura de que ahí había una herida que aún no había cicatrizado del todo. Cuando Mark colocó su mano sobre la de su pareja y la apretó, supe que tenía razón.
—¿Y cómo lo ha hecho? —pregunté, pese a que Mark ya me lo había contado.
La camarera nos interrumpió para preguntarnos si queríamos agua. La entretuvimos un momento y le pedimos la comida también y, a continuación, Steven empezó a contar cómo fue la noche de su aniversario.
—Él sudaba como un loco —continuó—. Y se secaba la cara a cada minuto.
—Es verano —murmuró Mark.
—Y los restaurantes y los cines están climatizados —repuso Steven—. Durante toda la noche estuvo así y, por fin, nos fuimos a casa. Yo llegué a pensar que no iba a hacerlo. Que la noche iba a terminar y que él no iba a pronunciar aquellas malditas palabras. Y ahí me tienes a mí, preguntándome si tendría que ser yo quien lo preguntara de nuevo para terminar de una vez por todas con aquello. Y si me vuelve a decir que no...
—No dije que no la primera vez —intervino Mark.
—... le doy una paliza. Le dejo inconsciente, lo meto en un avión y nos vamos para Las Vegas, porque ya no soy ningún jovencito.
—Y está claro que con la edad tampoco has madurado —refunfuñó Mark.
Steven le lanzó una mirada amenazante.
—Así que salimos de la limusina y estoy tratando de acordarme de aquella proposición tan fantástica que le hice aquella vez y va él y me agarra del codo y desembucha: «Steve, maldita sea. Tienes que casarte conmigo».
Me reí echándome hacia atrás mientras la camarera dejaba mi ensalada delante de mí.
—¿Tal cual?
—Tal cual —confirmó Steven de forma categórica.
—Muy sentido. —Miré a Mark levantando el pulgar—. Eres estupendo.
—¿Ves? —dijo Mark—. Lo conseguí.
—¿Vas a escribirte tú mismo los votos? —pregunté—. Porque eso sería muy interesante.
Steven se rio a carcajadas llamando la atención de todos los que nos rodeaban.
—Sabes que me muero por ver tu carpeta de bodas, ¿no?
—Pues da la casualidad...
—No puede ser verdad. —Mark negó con la cabeza mientras Steven metía la mano en un bolso que había en el suelo junto a su silla y sacaba una carpeta abultada.
Estaba tan llena que los papeles se le salían por arriba, por abajo y por el lado.
—Espera a ver esta tarta que he encontrado. —Steven puso a un lado la cesta del pan para dejar espacio para abrir la carpeta.
Yo reprimí una sonrisa cuando vi los separadores y la lista de lo que contenían.
No vamos a tener una tarta de bodas con la forma de un rascacielos con grúas y vallas publicitarias —dijo Mark con firmeza.
—¿En serio? —pregunté intrigada—. Déjame verla.
Cuando llegué a casa esa noche, dejé caer el bolso en el sitio de siempre, me quité los zapatos de una patada y fui directa al sofá. Me tumbé en él y miré al techo. Megumi iba a reunirse conmigo en el CrossTrainer a las seis y media, así que no disponía de mucho tiempo, pero sentía que necesitaba un respiro. El hecho de haber empezado con el periodo esa misma tarde me tenía al borde de la irritación y el mal humor, y eso añadido al agotamiento por tantas risas y bromas.
Solté un suspiro. En algún momento iba a tener que enfrentarme a mi madre. Teníamos que resolver muchas cosas y empezaba a molestarme el estar posponiéndolo. Deseé que fuera tan fácil solucionar con ella los problemas como lo era con mi padre, pero aquello no era excusa para no abordarlos. Era mi madre y la quería. Lo pasaba muy mal cuando nos enfadábamos.
Después, pensé en Corinne. Supongo que debía haberme imaginado que una mujer que dejaba a su marido y se mudaba de París a Nueva York por otro hombre no iba a olvidarse de él tan fácilmente. Y aun así, ella debía conocer a Gideon lo suficiente como para saber que acosándolo no lo iba a conseguir.
Y Brett... ¿Qué iba a hacer con él?
Sonó el portero automático. Fruncí el ceño y me puse de pie para ir a contestar. ¿Se había equivocado Megumi y había entendido que nos teníamos que ver aquí? No es que me importara, pero...
—¿Sí?
—Hola, Eva —me saludó con tono alegre el recepcionista—. Han venido unos policías, los detectives Michna y Graves.
Mierda. En ese momento, todo lo demás dejó de tener importancia. El miedo me empezó a recorrer el cuerpo con sus dedos de hielo.
Deseé tener conmigo a un abogado. Había demasiadas cosas en juego.
Pero no quería que pareciera que tenía nada que esconder.
Tuve que tragar saliva dos veces antes de responder.

—Gracias. ¿Puedes decirles que suban, por favor?

Volver a capítulos

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Ir a todos los Libros