Quizá fuera porque yo misma
acababa de tener sexo por lo que advertí los síntomas de Megumi. O quizá fuera
porque mi radar sexual, como lo llamaba Cary, ya no estaba estropeado.
Cualquiera que fuera el motivo, supe que mi amiga se había acostado con el
hombre con el que tenía pensado romper y estuve segura de que no se alegraba de
ello.
—¿Has roto o no? —pregunté
inclinándome sobre el mostrador de recepción.
—Creo que sí —contestó
abatida—. Pero después de haberme acostado otra vez con él. Supuse que sería
liberador. Además, quién sabe cuánto me va a durar la época de sequía.
—¿Estás replanteándote tu
decisión de cortar?
—La verdad es que no. Él se ha
mostrado muy dolido, como si le hubiese utilizado para el sexo. Y supongo que
ha sido así, pero es de los que no quieren comprometerse. Imaginé que no habría
problemas con echar un polvo rápido a mediodía sin compromiso alguno.
—Así que ahora estás hecha un
lío —le dije dedicándole una sonrisa compasiva—. Recuerda que se trata del
mismo hombre que no te había llamado desde el viernes. Ha conseguido comer con
una chica guapa y, después, un orgasmo. No está nada mal.
Inclinó la cabeza a un lado.
—Sí.
—Sí.
El ánimo se le levantó
visiblemente.
—¿Vas a ir al gimnasio esta
noche, Eva?
—Debería, pero mi padre está en
la ciudad y dependerá de lo que tenga planeado. Si vamos, serás bienvenida para
acompañarnos. Pero no lo sabré hasta que termine de trabajar.
—No quiero molestar.
—¿Es eso una excusa?
Sonrió avergonzada.
—Puede que un poco.
—Si quieres, puedes venir a
casa conmigo al salir del trabajo y así lo conoces. Si quiere ir al gimnasio
puedo dejarte algo mío para que te lo pongas. Si no, ya se nos ocurrirá otra
cosa que hacer.
—Me parece bien.
—Vale, quedamos en eso. —Nos
vendría bien a las dos. Mi padre podría tener otra visión de normalidad en mi
vida y a Megumi le evitaría estar torturándose mientras pensaba en Michael—.
Salimos a las cinco.
—¿Vives aquí? —Megumi inclinó
la cabeza hacia atrás para ver mi edificio—. Es bonito.
Como el resto de los edificios
de la calle bordeada de árboles, tenía historia y hacía alarde de ella con
detalles arquitectónicos que los constructores actuales ya no utilizaban. El
edificio había sido remodelado y ahora cobijaba a los residentes con un moderno
saliente de cristal sobre la puerta de entrada. Aquella incorporación engranaba
sorprendentemente bien con la fachada.
—Vamos
—le dije sonriendo a Paul cuando éste nos abrió la puerta.
Cuando salimos del ascensor en
mi planta, me obligué a no mirar hacia la puerta de Gideon. ¿Cómo sería llevar
a una amiga a una casa que compartiera con Gideon?
Deseé hacerlo. Quería construir
algo así con él.
Abrí la cerradura de mi
apartamento y cogí el bolso de Megumi cuando entramos.
—Estás en tu casa. Voy a
decirle a mi padre que estamos aquí.
Miró con los ojos abiertos de
par en par la espaciosa sala de estar y la cocina.
—Esta casa es enorme.
—La verdad es que no
necesitamos tanto espacio.
—Pero ¿quién se iba a quejar?
—dijo sonriendo.
—Es verdad.
Me estaba girando hacia el
pasillo que llevaba al cuarto de invitados cuando mi madre salió del
distribuidor que daba a mi dormitorio y al de Cary y que estaba enfrente de la
sala de estar. Me detuve, asombrada al ver que llevaba puesta una falda y una
blusa mías.
—¿Mamá? ¿Qué haces aquí?
Sus ojos enrojecidos se fijaron
en algún lugar a la altura de mi cintura y tenía la piel lo suficientemente
pálida como para hacer que su maquillaje pareciera recargado. Fue entonces
cuando me di cuenta de que también había utilizado mis productos de cosmética.
Aunque en algunas ocasiones nos habían tomado por hermanas, mis ojos grises y
el tono de mi piel de un suave color oliva venían de mi padre y necesitaba una
paleta de colores diferente a los tonos pastel que usaba mi madre.
Tuve una sensación de mareo.
—¿Mamá?
—Tengo que irme. —No me miró a
los ojos—. No me había dado cuenta de que era tan tarde.
—¿Por qué llevas puesta mi
ropa? —pregunté, a pesar de saber la respuesta.
—Me he manchado el vestido. Te
la devolveré. —Pasó rápidamente por mi lado y, de nuevo, se detuvo de repente
al ver a Megumi.
Yo no podía moverme. Sentía los
pies clavados a la alfombra. Cerré las manos en un puño. Sabía identificar
cuándo alguien acababa de tener sexo sólo con verlo. Sentí un nudo en el pecho
por la rabia y la decepción.
—Hola, Monica. —Megumi se
acercó para darle un abrazo—. ¿Cómo estás?
—Hola, Megumi. —Mi madre se
esforzaba claramente, tratando de buscar algo más que decir—. Me alegro de
verte. Ojalá pudiera quedarme para salir con vosotras, pero lo cierto es que
tengo prisa.
—¿Está Clancy aquí? —pregunté,
pues no había prestado atención al resto de vehículos que había en la calle al
llegar.
—No. Tomaré un taxi. —Seguía
sin mirarme a los ojos, pese a haber girado la cabeza hacia mí.
—Megumi, ¿te importaría
compartir un taxi con mi madre? Siento dejarte plantada, pero, de repente, no
me encuentro bien.
—Claro. —Me miró a la cara y vi
que se había dado cuenta del cambio en mi estado de ánimo—. Sin problema.
Mi madre me miró entonces y no
se me ocurrió nada que decirle. Me indignaba su mirada de culpa casi tanto como
la idea de que hubiese engañado a Stanton. Si iba a hacerlo, podría, al menos,
admitirlo.
Mi padre eligió ese momento
para unirse a nosotras. Entró en la habitación vestido
con
unos vaqueros y una camiseta, descalzo y con el pelo aún mojado de la ducha.
Como siempre, mi suerte no
podía ser peor.
—Papá, ésta es mi amiga Megumi.
Megumi, éste es mi padre, Victor Reyes.
Mientras él se acercaba a
Megumi para darle la mano, mis padres evitaron mirarse. Aquella precaución no
sirvió para ocultar la electricidad que había entre ellos.
—Había pensado que podríamos
salir —le dije para llenar aquel repentino e incómodo silencio—, pero ya no me
apetece.
—Tengo que irme —volvió a decir
mi madre cogiendo su bolso—. Megumi, ¿te vienes conmigo?
—Sí, por favor. —Mi amiga se
despidió de mí con un abrazo—. Te llamo luego para ver cómo estás.
—Gracias. —La cogí de la mano y
se la apreté antes de que se apartara.
En el momento en que la puerta
se cerró tras ellos, me dirigí a mi habitación.
Mi padre vino detrás.
—Eva, espera.
—Ahora mismo no quiero hablar
contigo.
—No seas pueril con esto.
—¿Perdona? —Me di la vuelta
para mirarle—. Mi padrastro paga este apartamento. Quería que yo tuviera un
lugar con un buen sistema de seguridad para así estar a salvo de Nathan.
¿Estabas pensando en eso cuando te follabas a su mujer?
—Cuidado con lo que dices.
Sigues siendo mi hija.
—Tienes razón. ¿Y sabes qué?
—Caminé de espaldas hacia el pasillo—. Nunca me había sentido avergonzada de
ello hasta ahora.
Me tumbé en la cama mirando al
techo, deseando poder estar con Gideon. Pero sabía que estaba en terapia con el
doctor Petersen.
Le envié un mensaje a Cary: «Te
necesito. Ven a casa cuanto antes».
Eran casi las siete cuando
alguien llamó a la puerta de mi habitación.
—Nena, soy yo. Déjame entrar.
Me abalancé sobre la puerta
para abrirla y me eché en sus brazos, abrazándolo con fuerza. Él me levantó del
suelo y me metió en la habitación cerrando la puerta con una patada.
Me dejó en la cama y se sentó a
mi lado con su brazo alrededor de mis hombros. Olía bien, a su habitual agua de
colonia. Me eché sobre él, agradecida por su amistad incondicional.
—Mis padres se acuestan juntos
—dije un rato después.
—Sí, ya lo sé.
Incliné la cabeza hacia atrás
para mirarle.
Hizo una mueca.
—Los oí cuando salía hacia la
sesión de fotos esta tarde.
—¡Puaj! —El estómago se me
revolvió.
—Sí, a mí tampoco me parece
bien —murmuró. Me pasó los dedos por el pelo—. Tu padre está en el sofá y
parece hecho polvo. ¿Le has dicho algo?
—Por desgracia, sí. He sido
mezquina y ahora me siento fatal. Necesito hablar con él, pero se me hace raro,
porque la persona con la que quiero ser más leal es con Stanton. Ni siquiera me
gusta ese hombre la mitad de las veces.
—Ha
sido bueno contigo y con tu madre. Y que le engañen a uno nunca es plato de
buen gusto.
Dejé escapar un gruñido.
—Me habría enfadado menos si
hubiesen ido a otro sitio. Es decir, seguiría pareciéndome mal, pero esto es
territorio de Stanton. Eso hace que sea aún peor.
—Es verdad —confirmó él.
—¿Qué te parecería si nos
mudáramos?
Me miró sorprendido.
—¿Porque tus padres han echado
un polvo aquí?
—No. —Me puse de pie y empecé a
caminar por la habitación—. La seguridad fue la razón por la que elegimos este
apartamento. Era lógico dejar que Stanton me ayudara cuando Nathan era una
amenaza y la seguridad una prioridad, pero ahora... —Lo miré—. Ahora todo es
diferente. Ya no me parece que sea lo correcto.
—¿Mudarnos adónde? ¿A algún
sitio de Nueva York que nos podamos permitir nosotros solos? ¿O fuera de Nueva
York?
—Yo no quiero irme de Nueva
York —dije para tranquilizarle—. Tu trabajo está aquí. Y el mío también.
Y Gideon.
Cary se encogió de hombros.
—Claro. Lo que tú digas. Estoy
de acuerdo.
Me acerqué hasta donde él
seguía sentado y le abracé.
—¿Te importaría pedir que
trajeran algo para cenar mientras hablo con mi padre?
—¿Se te ocurre algo en
particular?
—No. Sorpréndeme.
Fui con mi padre al sofá. Había
estado mirando cosas en internet con mi tableta, pero la dejó a un lado cuando
me senté.
—Siento lo que te dije antes
—empecé—. No era en serio.
—Sí que lo era. —Se rascó la
nuca con actitud de agotamiento—. Y no te culpo. No me siento muy orgulloso de
mí mismo en este momento. Y no tengo excusas. Debería haberlo hecho mejor. Y
ella también.
Subí las piernas y me senté
mirándole con el hombro apoyado en el respaldo del sofá.
—Hay entre vosotros mucha
química. Yo sé lo que es eso.
Me lanzó una mirada
interrogante, con sus grises ojos tormentosos y serios.
—Es lo que tienes con Cross. Lo
vi cuando vino a cenar. ¿Vas a tratar de arreglar las cosas con él?
—Me gustaría. ¿Te plantea eso
algún problema?
—¿Te quiere?
—Sí. —Sonreí—. Pero más que
eso, me... necesita. No hay nada que no esté dispuesto a hacer por mí.
—Entonces, ¿por qué no estáis
juntos?
—Bueno... es algo complicado.
—¿No lo es siempre? —preguntó
con tristeza—. Mira, debes saber que... He querido a tu madre desde el momento
en que la vi. Lo que ha pasado hoy no debería haber ocurrido, pero para mí ha
significado algo.
—Lo
entiendo. —Le cogí la mano—. ¿Y qué va a pasar ahora?
—Me voy a casa mañana. Voy a
intentar aclararme la mente.
—Cary y yo hemos estado
hablando de ir a San Diego dentro de dos fines de semana. Habíamos pensado ir a
casa y quedarnos allí. Verte a ti, y al doctor Travis.
—¿Hablaste con Travis sobre lo
que te pasó?
—Sí. Me salvaste la vida al
ponerme en contacto con él —dije con sinceridad—. No puedo estarte más
agradecida. Mamá me había estado enviando a un montón de psiquiatras estirados
y no supe conectar con ninguno de ellos. Me sentía como un caso práctico de
estudio. El doctor Travis hizo que me sintiera normal. Además, allí conocí a
Cary.
—¿Habéis dejado ya de hablar de
mí? —Justo en ese momento, Cary entró en la habitación enarbolando un menú de
comida para llevar—. Sé que soy fascinante, pero quizá deberíais ahorrar saliva
para la comida tailandesa que van a traer. He pedido una tonelada.
Mi padre tomaba el vuelo de las
once que salía de Nueva York, así que tuve que dejar que fuese Cary quien lo
despidiera. Nos dijimos adiós antes de irme a trabajar, prometiéndonos hacer
planes para el viaje a San Diego la próxima vez que habláramos.
Yo iba en el asiento trasero de
un taxi camino del trabajo cuando Brett me llamó. Por un momento, consideré
desviar la llamada al buzón de voz pero, después, decidí afrontarla y respondí.
—Hola.
—Hola, preciosa. —Su voz hizo
que mi sentido común se aplastara como si se tratara de chocolate caliente—.
¿Lista para mañana?
—Lo estaré. ¿A qué hora es el
lanzamiento del vídeo? ¿Cuándo tenemos que estar en Times Square?
—Se supone que llegamos a las
seis.
—Vale. No sé qué ponerme.
—Estarás fantástica con
cualquier cosa.
—Esperemos que sí. ¿Cómo va la
gira?
—Me lo estoy pasando como nunca
—respondió riéndose, y aquel sonido ronco y sensual me trajo recuerdos—. Ha
sido un larguísimo camino desde el bar de Pete.
—Ah, Pete. —Nunca olvidaría ese
bar, aunque algunas de las noches que pasé allí estaban un poco confusas—.
¿Estás nervioso por lo de mañana?
—Sí. Voy a verte. Estoy
deseándolo.
—No es a eso a lo que me
refería, y lo sabes.
—También estoy nervioso por el
lanzamiento del vídeo. —Volvió a reírse—. Ojalá pudiese verte esta noche, pero
voy a coger un vuelo nocturno al JFK. Aunque sí quiero que cenemos mañana.
—¿Puede venir Cary? Ya le he
invitado al lanzamiento del vídeo. Los dos os conocéis, así que supuse que no
te importaría. Al menos, no mucho.
Soltó un bufido.
—No necesitas ninguna carabina,
Eva. Sé controlarme.
El taxi se detuvo delante del
edificio Crossfire y el conductor paró el taxímetro. Le pasé dinero por la
ranura del plexiglás y me bajé, dejando la puerta abierta para el hombre que se
abalanzaba corriendo para montarse.
—Creía que Cary te caía bien.
—Y me cae bien, pero me gusta
más tenerte para mí solo. ¿Qué te parece si los dos
cedemos
y acordamos que Cary venga al lanzamiento y tú vengas sola a cenar?
—De acuerdo. —Supuse que no
estaría mal hacer que aquella situación fuera más fácil para Gideon si elegía
un restaurante suyo—. ¿Hago yo la reserva?
—Genial.
—Tengo que dejarte. Estoy
llegando al trabajo.
—Envíame tu dirección por
mensaje para saber dónde recogerte.
—Luego lo hago. —Pasé por la
puerta giratoria y me dirigí a los torniquetes de entrada—. Mañana hablamos.
—Lo estoy deseando. Te veo a
eso de las cinco.
Me guardé el teléfono y entré
en el ascensor más cercano que estaba abierto. Cuando estuve arriba y me
abrieron las puertas de seguridad de cristal, Megumi me saludó poniéndome el
teléfono delante de la cara.
—¿Te lo puedes creer? —preguntó
Me retiré lo suficiente para
poder enfocar la vista en la pantalla.
—Tres llamadas perdidas de
Michael.
—Odio a los tíos como él
—se quejó—. Inconstantes y dispersos. Te quieren hasta que te tienen y,
después, a otra cosa.
—Pues díselo.
—¿En serio?
—Desde luego. Podrías no hacer
caso de sus llamadas, pero eso te volvería loca. Pero no aceptes quedar con él.
Volver a acostarte con él estaría mal.
—De acuerdo —asintió Megumi—.
El sexo es malo, incluso cuando es bueno.
Riéndome, me dirigí a mi mesa.
Tenía otras cosas que hacer aparte de dirigir la vida amorosa de los demás.
Mark estaba compatibilizando varias cuentas a la vez y tenía tres campañas a
punto de terminar. Los creativos estaban trabajando y las maquetas estaban poco
a poco inundando su mesa. Ésa era mi parte favorita, ver cómo todos los diseños
de estrategia se juntaban.
A las diez, Mark y yo estábamos
debatiendo en profundidad los distintos enfoques de una campaña de publicidad
de un abogado de divorcios. Tratábamos de encontrar la combinación exacta de
comprensión por un momento difícil en la vida de una persona y las cualidades
más valoradas en un abogado, su capacidad de ser astuto e implacable.
—Yo nunca voy a necesitar a uno
de éstos —dijo él de buenas a primeras.
—No —respondí yo después de que
mi cerebro captara que se estaba refiriendo a abogados de divorcios—. Nunca lo
vas a necesitar. Estoy deseando ver a Steven en la comida para felicitarle.
Estoy contentísima por vosotros dos.
La sonrisa de Mark dejó a la
vista sus dientes torcidos y me parecieron bonitos.
—Nunca he sido más feliz.
Eran casi las once y habíamos
pasado a la campaña de un fabricante de guitarras cuando sonó mi teléfono. Fui
corriendo a mi mesa para cogerlo y mi saludo habitual se vio interrumpido por
un chillido.
—¡Dios mío, Eva! ¡Acabo de
enterarme de que las dos vamos a estar mañana en esa cosa de los Six-Ninths!
—¿Ireland?
—¿Quién iba a ser? —La hermana
de Gideon estaba tan emocionada que parecía aún más joven que sus diecisiete
años—. Me encantan los Six-Ninths. Brett Kline está buenísimo. Y también
Darrin Rumsfeld. Es el batería. Está como un queso.
Me reí.
—¿Por
casualidad te gusta también la música que hacen?
—¡Uf! Desde luego. —Su voz se
volvió seria—. Oye, creo que mañana deberías tratar de hablar con Gideon. Ya
sabes, en plan ir de paso y saludar. Si abres esa puerta estoy segura de que va
a ir a por todas. Te lo juro. Te echa mucho de menos.
Me apoyé en el respaldo de mi
silla y le seguí el juego.
—¿Tú crees?
—Está clarísimo.
—¿De verdad? ¿Por qué?
—No lo sé. Por cómo le cambia
la voz cuando habla de ti. No sé explicártelo, pero te lo digo en serio, se
muere porque vuelvas con él. Fuiste tú quien le dijiste que me llevara con él
mañana, ¿verdad?
—No exactamente...
—¡Ja! Lo sabía. Siempre te hace
caso. —Se rio—. Gracias, por cierto.
—Dale las gracias a él. Yo sólo
tenía ganas de volver a verte.
Ireland era la única persona de
la familia de Gideon por la que él sentía un cariño sin lacra, aunque se
esforzaba mucho porque no se le notara. Yo creía que tenía miedo de que lo
decepcionara o de echarlo a perder de alguna forma. No estaba segura de qué
ocurría, pero sí sabía que Ireland adoraba a su hermano y él mantenía las
distancias, pese a estar tan terriblemente necesitado de amor.
—Prométeme que intentarás
hablar con él —insistió—. Sigues queriéndole, ¿verdad?
—Más que nunca —contesté
fervientemente.
Ella se quedó en silencio un
momento.
—Ha cambiado desde que te
conoció —dijo después.
—Eso creo. Yo también he
cambiado. —Me incorporé cuando Mark salió de su despacho—. Tengo que seguir
trabajando, pero nos pondremos al día mañana. Y haremos planes para ese día sólo
para chicas del que hablamos.
—Eres un cielo. ¡Hasta luego!
Colgué, encantada de que Gideon
hubiese cumplido haciendo planes con Ireland. Estábamos avanzando, juntos y por
separado.
—Pasos de bebé —susurré. Y a
continuación, volví al trabajo.
A mediodía, Mark y yo salimos
para reunirnos con Steven en un bistró francés. Cuando entramos en el
restaurante fue fácil localizar a la pareja de Mark, incluso a pesar de las
dimensiones del lugar y la cantidad de comensales.
Steven Ellison era un hombre
grande —alto, de espaldas anchas y muy musculoso—. Era dueño de su propia
empresa de construcción y le gustaba trabajar en las obras mismas con sus
hombres. Pero era su pelo de un rojo magnífico lo que de verdad llamaba la
atención. Su hermana Shawna tenía el mismo color de pelo y el mismo carácter
divertido.
—¡Hola! —Lo saludé con un beso
en la mejilla, pues podía mostrarme más familiar con él que con mi jefe—.
Felicidades.
—Gracias, querida. Mark va a
convertirme por fin en un hombre honesto.
—Para eso hace falta algo más
que el matrimonio —respondió Mark retirando una silla para que yo me sentara.
—¿Cuándo no he sido honesto
contigo? —protestó Steven.
—Pues,
veamos. —Mark me acomodó en mi silla y, a continuación, se sentó en la que
estaba a mi lado—. ¿Qué me dices de esa vez que juraste que el matrimonio no
era para ti?
—Ah, yo nunca dije que no fuera
para mí. —Steven me guiñó sus ojos azules y traviesos—. Sólo dije que no
era para la mayoría de la gente.
—Estaba muy nervioso antes de
preguntártelo —le dije—. Me dio pena.
—Sí —Mark ojeó el menú—. Ella
es testigo de tu cruel e inusual castigo.
—Le doy pena —replicó Steven—.
Yo le cortejé con vino, rosas y música de violines. Pasé días ensayando mi
declaración. Aún sigo abatido.
Puso los ojos en blanco, pero
estuve segura de que ahí había una herida que aún no había cicatrizado del
todo. Cuando Mark colocó su mano sobre la de su pareja y la apretó, supe que
tenía razón.
—¿Y cómo lo ha hecho?
—pregunté, pese a que Mark ya me lo había contado.
La camarera nos interrumpió
para preguntarnos si queríamos agua. La entretuvimos un momento y le pedimos la
comida también y, a continuación, Steven empezó a contar cómo fue la noche de
su aniversario.
—Él sudaba como un loco
—continuó—. Y se secaba la cara a cada minuto.
—Es verano —murmuró Mark.
—Y los restaurantes y los cines
están climatizados —repuso Steven—. Durante toda la noche estuvo así y, por
fin, nos fuimos a casa. Yo llegué a pensar que no iba a hacerlo. Que la noche
iba a terminar y que él no iba a pronunciar aquellas malditas palabras. Y ahí
me tienes a mí, preguntándome si tendría que ser yo quien lo preguntara de
nuevo para terminar de una vez por todas con aquello. Y si me vuelve a decir
que no...
—No dije que no la primera vez
—intervino Mark.
—... le doy una paliza. Le dejo
inconsciente, lo meto en un avión y nos vamos para Las Vegas, porque ya no soy
ningún jovencito.
—Y está claro que con la edad
tampoco has madurado —refunfuñó Mark.
Steven le lanzó una mirada
amenazante.
—Así que salimos de la limusina
y estoy tratando de acordarme de aquella proposición tan fantástica que le hice
aquella vez y va él y me agarra del codo y desembucha: «Steve, maldita sea.
Tienes que casarte conmigo».
Me reí echándome hacia atrás
mientras la camarera dejaba mi ensalada delante de mí.
—¿Tal cual?
—Tal cual —confirmó Steven de
forma categórica.
—Muy sentido. —Miré a Mark
levantando el pulgar—. Eres estupendo.
—¿Ves? —dijo Mark—. Lo
conseguí.
—¿Vas a escribirte tú mismo los
votos? —pregunté—. Porque eso sería muy interesante.
Steven se rio a carcajadas
llamando la atención de todos los que nos rodeaban.
—Sabes que me muero por ver tu
carpeta de bodas, ¿no?
—Pues da la casualidad...
—No puede ser verdad. —Mark
negó con la cabeza mientras Steven metía la mano en un bolso que había en el
suelo junto a su silla y sacaba una carpeta abultada.
Estaba tan llena que los
papeles se le salían por arriba, por abajo y por el lado.
—Espera a ver esta tarta que he
encontrado. —Steven puso a un lado la cesta del pan para dejar espacio para
abrir la carpeta.
Yo
reprimí una sonrisa cuando vi los separadores y la lista de lo que contenían.
—No vamos a tener una
tarta de bodas con la forma de un rascacielos con grúas y vallas publicitarias
—dijo Mark con firmeza.
—¿En serio? —pregunté
intrigada—. Déjame verla.
Cuando llegué a casa esa noche,
dejé caer el bolso en el sitio de siempre, me quité los zapatos de una patada y
fui directa al sofá. Me tumbé en él y miré al techo. Megumi iba a reunirse
conmigo en el CrossTrainer a las seis y media, así que no disponía de mucho
tiempo, pero sentía que necesitaba un respiro. El hecho de haber empezado con el
periodo esa misma tarde me tenía al borde de la irritación y el mal humor, y
eso añadido al agotamiento por tantas risas y bromas.
Solté un suspiro. En algún
momento iba a tener que enfrentarme a mi madre. Teníamos que resolver muchas
cosas y empezaba a molestarme el estar posponiéndolo. Deseé que fuera tan fácil
solucionar con ella los problemas como lo era con mi padre, pero aquello no era
excusa para no abordarlos. Era mi madre y la quería. Lo pasaba muy mal cuando
nos enfadábamos.
Después, pensé en Corinne.
Supongo que debía haberme imaginado que una mujer que dejaba a su marido y se
mudaba de París a Nueva York por otro hombre no iba a olvidarse de él tan
fácilmente. Y aun así, ella debía conocer a Gideon lo suficiente como para
saber que acosándolo no lo iba a conseguir.
Y Brett... ¿Qué iba a hacer con
él?
Sonó el portero automático.
Fruncí el ceño y me puse de pie para ir a contestar. ¿Se había equivocado
Megumi y había entendido que nos teníamos que ver aquí? No es que me importara,
pero...
—¿Sí?
—Hola, Eva —me saludó con tono
alegre el recepcionista—. Han venido unos policías, los detectives Michna y
Graves.
Mierda. En ese momento, todo lo
demás dejó de tener importancia. El miedo me empezó a recorrer el cuerpo con
sus dedos de hielo.
Deseé tener conmigo a un
abogado. Había demasiadas cosas en juego.
Pero no quería que pareciera
que tenía nada que esconder.
Tuve que tragar saliva dos
veces antes de responder.
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